Bicentenario/ Marx y la primera mundialización [Alain Bihr]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 5 17:24:12 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

5 de mayo 2018

https://correspondenciadeprensa.wordpress.com/

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net <mailto:germain5 en chasque.net>

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En el bicentenario del nacimiento de Karl Marx



Marx y la primera mundialización *



Alain Bihr



A l´encontre, 26/27 de abril 2018

http://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/





Este título puede parecer enigmático a la mayor parte de lectores. ¿Qué es
esta primera mundialización? ¿Y qué nos puede decir Marx? Para comenzar a
responder a estas dos cuestiones, partamos de lo que Marx nos dijo sobre el
origen del capitalismo.



De hecho, nos dijo relativamente poco. A la vista de la miles de páginas que
dedicó al capitalismo, las alrededor de cuatrocientas páginas en las que
aborda las sociedades precapitalistas, por lo demás, dispersas a lo largo de
su obra, parecen parientes pobres. Está a la vista que el problema no le
interesaba mucho.



Y sin embargo lo poco que nos dijo nos proporciona algunas claves para
abordar correctamente la cuestión y ponernos en vía de su resolución. Para
empezar, nos permiten reformular la cuestión, desplazándola y precisándola a
la vez.



El desplazamiento de la cuestión



Porque la cuestión no es el origen del capitalismo, sino el origen del
capital. En efecto, ¿qué es el capitalismo? Es el modo de producción que se
desarrolla sobre la base de esta relación de producción que es el capital.



Modo de producción es el concepto formado por Marx para designar un tipo
determinado de sociedad global, de totalidad social que se desarrolla sobre
la base de relaciones de producción determinadas. Distingue diferentes modos
de producción en la historia: comunismo primitivo, modo de producción
asiático, modo de producción esclavista, feudalismo, capitalismo, comunismo
desarrollado.



¿Cómo nace el capitalismo del capital? Sencillamente como el resultado
global del proceso de reproducción de este último tomado en la totalidad de
sus niveles y dimensiones. Este proceso de reproducción implica:



•Por una parte, un devenir-mundo del capital: una expansión espacial
continua de las relaciones capitalistas de producción que acaban por
englobar al conjunto del planeta, y de la humanidad que lo puebla, bajo la
forma de un mercado mundial, aunque fragmentado en unidades políticas
rivales y jerarquizado por desigualdades de desarrollo entre estas últimas.



•Por otra parte, un devenir-capital del mundo: una apropiación
(transformación y sumisión) progresiva del conjunto de las relaciones
sociales, prácticas sociales, modos de vida y de pensar, etc., a las
exigencias de la reproducción del capital como relación de producción, dicho
de otra forma la producción de una sociedad capitalista apropiada a la
economía capitalista. Por ejemplo: la formación de un sistema apropiado de
necesidades individuales y colectivas; la formación de un espacio social
apropiado (caracterizado por la urbanización creciente y una densificación
de las redes de comunicación); la formación de una estructura de clases
apropiada; la formación de una individualidad apropiada (el individuo
emprendedor de sí mismo) etc.



A partir de ahí, la cuestión del origen del capitalismo se resuelve por sí
misma y se reformula a la vez. Se resuelve por sí misma: se comprende que el
origen del capitalismo está simplemente en el capital y su proceso global de
reproducción. Se reformula: lo que hay que explicar no es cómo se formó el
capitalismo (ya se sabe: es el efecto de la reproducción del capital llevado
a cabo durante siglos) sino cómo se formó el capital: ¿cuáles han sido las
condiciones históricas de la aparición de esta relación de producción
singular que es el capital?



La precisión de la cuestión



Al mismo tiempo, la cuestión puede también precisarse. En la medida en que
se conocen, sobre todo gracias al análisis que nos ha proporcionado Marx,
los diferentes elementos que compone esta relación de producción que es el
capital, también se pueden precisar las condiciones de su aparición. Para
que esta relación de producción que es el capital pueda formarse, se deben
reunir al menos las siguientes cinco condiciones.



En primer lugar, hace falta una concentración creciente de dinero (de
riqueza en forma monetaria) en manos de una minoría de agentes económicos.
Esto supone el desarrollo ascendente de las relaciones mercantiles partiendo
de la división mercantil del trabajo. En el marco de las relaciones
precapitalistas de producción, esta concentración tiene una doble forma:



•Por una parte, en manos de comerciantes: agentes socio-económicos cuya
función específica es la circulación de mercancías y su objetivo propio es
el enriquecimiento monetario (la acumulación de la riqueza bajo la forma
abstracta de moneda). Y de forma más precisa, una élite mercantil de
negociantes (de comerciantes al por mayor) que consiguen monopolizar
segmentos del comercio lejano. Entendiendo por esto no sólo un comercio que
se practica en largas distancias sino también y sobre todo un comercio que
pone en contacto unas áreas de producción y de circulación mercantil
extranjeras con otras, que sólo se comunican por la intermediación de estos
negociantes.



•Por otra parte, la de grandes propietarios terratenientes que se enriquecen
(acumulan riqueza monetaria) con la comercialización de los productos de su
suelo o subsuelo, en cualquier forma que sean producidos; es decir, en
cualquier forma de explotación del trabajo humano (esclavitud, servidumbre,
trabajo asalariado).



En segundo lugar, hace falta la expropiación de una parte significativa de
la población activa (la población en condiciones de producir). Expropiación
entendida en el sentido marxiano de una desposesión inmediata de cualquier
medio de producción y de consumo propio. De manera que esta población tenga
como única posibilidad para intentar sobrevivir el poner en venta su fuerza
de trabajo.



En tercer lugar, hace falta la entrada en el intercambio mercantil de los
medios de producción, artificiales (instrumentos y máquinas) o naturales
(tierra: suelo y subsuelo). Hace falta que estos diferentes medios de
producción puedan adquirirse en forma de mercancías, que se formen mercados
específicos donde estén disponibles de forma permanente.



En cuarto lugar, hace falta la emergencia en el seno de los dos grupos
precedentes, de negociantes y de propietarios terratenientes, de una clase
de capitalistas industriales (en el sentido que define Marx): agentes que no
esperan la valorización de su capital sólo de la circulación de mercancías,
sino ante todo de la creación de una plusvalía combinando para ello de
manera productiva fuerzas de trabajo y medios de producción adquiridos en el
mercado.



En quinto lugar, aún hace falta que el conjunto de obstáculos materiales,
morales, jurídicos, políticos, religiosos, a las distintas condiciones
precedentes, que son múltiples en el seno de las sociedades precapitalistas,
puedan ser descartados o soslayados. En particular, hace falta que no haya
poder político suficientemente poderoso para prohibir, bloquear o frenar de
forma significativa el conjunto de procesos citados.



Las diferentes líneas de historicidad



Marx no sólo nos permite reformular la cuestión inicial del origen del
capitalismo. También nos da algunas pistas interesantes para su resolución.
Dos de ellas me parecen particularmente sugestivas y heurísticas.



La primera está esbozada por Marx en un célebre pasaje de los Gründrisse,
titulado por él mismo «Formas anteriores a la producción capitalista. (A
propósito del proceso que precede a la formación de la relación capitalista
o la acumulación primitiva)». De hecho es doble.



En base a dos líneas del prólogo a la Contribución a la crítica de la
economía política (1859), se ha atribuido durante mucho tiempo a Marx (y se
le continúa atribuyendo de forma habitual) la tesis de un devenir histórico
uniforme de las sociedades humanas, de una sucesión monótona de los modos de
producción desde el comunismo primitivo hasta el comunismo desarrollado
pasando por el modo de producción asiático, el modo de producción
esclavista, el feudalismo y el capitalismo, esquema que un cierto marxismo
proclamó durante décadas.



Ahora bien, en este pasaje de los Gründrisse, de una extensión de varias
decenas de páginas, Marx avanza por el contrario la idea de que, al salir de
la prehistoria (del comunismo primitivo), las sociedades humanas han
evolucionado según líneas de historicidad diferentes. Más en concreto,
distingue tres: la seguida por las sociedades asiáticas (que iba a conducir
al modo de producción asiático), la seguida por las sociedades de la
antigüedad mediterránea (que iba a conducir al modo de producción
esclavista), y por último la seguida por las sociedades europeas (que iba a
conducir a la formación del feudalismo).



Añade Marx que en las dos primeras líneas de historicidad, detalladas
arriba, los distintos procesos que podían conducir a la formación de la
relación capitalista de producción no se inician; o se detienen una vez
iniciados y acaban por abortar; o incluso, por combinación o perversión de
las relaciones de producción predominantes, conducen a otros resultados,
incluso a resultados contrarios. Sólo en el seno de la tercera línea de
historicidad, la que ha conducido al feudalismo, estos diferentes procesos
pueden esperar desarrollarse hasta dar nacimiento a la relación capitalista
de producción.



Así, ese pasaje de los Gründrisse sugiere esta hipótesis completamente
original y paradójica, que la relación capitalista de producción sólo pudo
formarse o, al menos desarrollar sus premisas (presupuestos) y sus primicias
(sus formas embrionarias) en el marco del feudalismo. Hipótesis que he
confirmado en buena parte  1/. En efecto, el feudalismo implica sobre todo:



La servidumbre. Es una relación de explotación y de dominación que vincula a
un campesino y su familia con la tierra y su señor: como contrapartida de la
posesión en principio hereditaria (tenencia) de una parcela de dominio
señorial que no tiene derecho a abandonar, el campesino debe distintas
cargas en trabajo (prestación personal), en dinero (una parte más o menos
importante del producto de su trabajo agrícola y artesanal) o en especies.
Pero sigue siendo dueño de su proceso de producción y dispone de la parte
del sobreproducto que queda tras las deducciones anteriores, que puede
intercambiar en mercados rurales o urbanos próximos, eventualmente
integrados en circuitos de intercambio lejanos. Lo cual dinamiza el conjunto
de intercambios mercantiles y es favorable a la formación y a la acumulación
de capital mercantil.



La exclusión de la ciudad en la organización de la propiedad territorial y
del poder político. Es un punto en el que Marx insiste en el pasaje
anterior. Al contrario de lo que pasó en las sociedades asiáticas y en las
sociedades mediterráneas antiguas, donde la ciudad es la sede de los
propietarios terratenientes y de quienes detentan del poder político (sean o
no los mismos), en el feudalismo, la propiedad terrateniente y el poder
político tienen su sede en el campo, en la jerarquía feudal (la jerarquía de
relaciones de soberano a vasallo y la adjudicación subsiguiente de feudos).
Esto permitió la formación de villas emancipadas respecto a los propietarios
territoriales y a los poderes políticos (los señores laicos o religiosos),
en manos de una pequeña burguesía de artesanos o incluso una burguesía
mercantil de negociantes y banqueros (cambistas, usureros, etc.). Con ello,
ésta última pudo asegurarse una base material e institucional sólida para su
acción económica y política bajo la forma de control de verdaderas redes de
ciudades-Estado mercantiles (cf. Italia septentrional y central, lo antiguos
Países Bajos, la Hansa en torno al Báltico).



La parcelación del poder político. La formación del feudalismo corresponde a
un considerable debilitamiento e incluso a un verdadero eclipse de las
formas estatales del poder político. Éste adoptó en adelante la ya citada
forma de jerarquía feudal. Esto fue unido a la parcelación de este poder,
disperso en una multitud de señores rivales. Aunque la dinámica de los
conflictos entre señores conducía a una progresiva recentralización del
poder (en forma de una transformación de los reinos en monarquías), todos
estos poderes eran demasiado débiles para conseguir bloquear o incluso
dificultar seriamente el desarrollo de las relaciones mercantiles y el
ascenso potencial de la burguesía mercantil.



La retroacción de los procesos anteriores sobre las relaciones feudales de
producción. Esta retroacción incidió sobre estas relaciones en un sentido
capitalista (en el sentido de formación de las distintas condiciones de las
relaciones capitalistas de producción). Supuso:



•La acumulación de riqueza monetaria (en forma de capital mercantil) en
manos de la burguesía mercantil y también de una parte de la nobleza feudal
que se verá incitada a transformar las cargas en trabajo y especie en rentas
en dinero, forzando así al campesinado a implicarse un poco más todavía en
la economía mercantil y monetaria.



•La diferenciación socio-económica del campesinado bajo el efecto de esta
implicación en la economía: por un lado, la emergencia de una capa de
campesinos ricos que consiguen comprar su libertad (y por tanto quedar
exentos en todo o en parte de las extracciones señoriales), adquirir
(alquilar o comprar) tierras, aumentar su material agrícola, emplear
ocasionalmente o de forma duradera obreros agrícolas, etc.; por otro, la
formación de un protoproletariado agrícola de campesinos que entran en el
círculo vicioso del sobreendeudamiento que no les dejó otra opción que
alquilar sus brazos (en trabajos agrícolas de temporada, o en las minas,
etc.) o abandonar la tierra (para escapar de las cargas y de los acreedores)
engrosando las filas de vagabundos o de plebe urbana que vivía de la rapiña
y de la mendicidad.



•La formación de una protoburguesía industrial (en el sentido de Marx) que
se alimenta de tres fuentes. La primera ya nos es conocida: la capa del
campesinado enriquecido, algunos de cuyos elementos se convirtieron en
capitalistas agrarios. La segunda son los propietarios terratenientes
feudales, una parte de los cuales fueron incitados a sustituir por trabajo
asalariado el trabajo servil en sus dominios (echando a los siervos para
contratar en su lugar obreros agrícolas; a veces son los mismos). La tercera
también nos es conocida: la burguesía mercantil desde el momento en que
intenta maximizar la valorización de su capital mercantil poniéndose a
controlar las condiciones de producción de las mercancías que pone en
circulación. Esto tuvo lugar con la aparición y desarrollo de manufacturas
separadas (recurriendo al trabajo a domicilio de campesinos o artesanos),
sobre todo en el campo, para sortear las reglamentaciones corporativas
vigentes en las ciudades.



Este proceso ocupa la Edad Media central (siglos XI-XIII), concentrándose
sobre todo en el norte de Italia y en el corazón del feudalismo europeo (el
espacio comprendido a grandes rasgos entre el Loira, el Rin y el Támesis).
Sin embargo, esta dinámica se interrumpió durante todo un siglo (entre la
primera mitad del siglo XIV y mediados del XV) bajo los efectos conjugados
de una serie de crisis agrícolas, episodios recurrentes de peste y la guerra
de los de Cien Años (1337-1453), que enfrentó al principio a los reinos de
Francia y de Inglaterra, pero en la que se implicaron también los reinos de
Escocia, de Castilla y de Portugal. Después de lo cual se reanudó la
dinámica, aunque en un contexto que cambió en parte de naturaleza y de
dimensión.



La autodenominada acumulación primitiva y la primera mundialización



La segunda pista heurística en el tratamiento de los orígenes de la relación
capitalista de producción fue abierta por Marx en un pasaje todavía más
célebre de su obra: la última sección del Libro I de El Capital titulada La
acumulación primitiva.



En ella, Marx trata explícitamente de las condiciones que hicieron posible
la formación de la relación capitalista de producción en el período que va
desde el final de la Edad Media hasta lo que se suele denominar la
revolución industrial que se desencadena en el último tercio del siglo XVIII
en Inglaterra. Además centra su análisis en esta última. Insiste sobre todo
en la más esencial de estas condiciones: la expropiación de los productores,
que para él es el verdadero "secreto de la acumulación primitiva", lo que le
lleva a dar una gran importancia a los cambios sobrevenidos en las
relaciones de producción en el seno de la agricultura inglesa (en particular
los cercados: enclosures) y en la "legislación sanguinaria" que se abatió
sobre el protoproletariado de campesinos expropiados para forzarles a
entregar su fuerza de trabajo a los dueños de las minas, las manufacturas y
las fábricas inglesas.



Pero, a la vez, Marx señala la existencia de otras muchas condiciones que
rigieron durante estos tres o cuatro siglos la formación del capital. Sobre
todo en el siguiente pasaje:



El descubrimiento de las regiones auríferas y argentíferas de América, la
reducción de los indígenas a la esclavitud, su enterramiento en las minas o
su exterminio, los comienzos de conquista y de pillaje en las Indias
orientales, la transformación de África en una especie de coto comercial
para la caza de pieles negras, éstos son los idílicos procedimientos de la
acumulación primitiva que señalan la aurora de la era capitalista.
Inmediatamente después estalla la guerra mercantil: tiene al mundo entero
por escenario. Iniciándose con la revuelta de Holanda contra España, toma
proporciones gigantescas en la cruzada de Inglaterra contra la Revolución
francesa y se prolonga, hasta nuestros días, en expediciones de piratas,
como las famosas guerras del opio contra China.



Los diferentes métodos de acumulación primitiva que hace aflorar la era
capitalista se reparten primero, por orden más o menos cronológico,
Portugal, España, Holanda, Francia e Inglaterra, hasta que ésta los combina
todos, en el último tercio del siglo XVII, en un conjunto sistemático,
abarcando a la vez el régimen colonial, el crédito público, las finanzas
modernas y el sistema proteccionista. Algunos de estos métodos se basan en
el empleo de la fuerza bruta, pero todos sin excepción explotan el poder de
Estado, la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, con el fin de
precipitar violentamente el paso del orden económico feudal al orden
económico capitalista y abreviar las fases de transición. Y la fuerza es, en
efecto, la partera de toda vieja sociedad preñada. La fuerza es un agente
económico  2/.

.

Quienes han reprochado a Marx –y han sido muchos– el haber descuidado o
minimizado el papel del Estado o haberlo reducido a "una superestructura»
totalmente subordinada a la infraestructura económica" puede que nunca hayan
leído este pasaje. O está claro que no lo han comprendido en absoluto…



Pero hay otro punto sobre el que voy a insistir aquí. En este panorama
general de "la acumulación primitiva", lo que pasa a primer plano, al igual
que el papel de partera de la historia que tiene la violencia concentrada
del Estado, es lo que habría que llamar una primera mundialización, algunos
de cuyos momentos señala aquí Marx: el descubrimiento y la colonización de
las Américas; la afluencia a Europa de metales preciosos ligados al pillaje
y a la explotación minera de esas mismas Américas; el desarrollo del sistema
de plantaciones esclavistas también en las Américas y la trata negrera que
las avitualla con mano de obra desde las costas africanas; la conquista de
los mercados orientales y el comienzo de la colonización de algunas regiones
orientales; la rivalidad entre potencias europeas por apropiarse de esos
flujos de riquezas mercantiles y monetarias, exacerbada por la puesta en
marcha de políticas mercantilizadas, degenerando de forma regular en guerras
que acaban por tener una dimensión mundial; la necesidad por consiguiente de
un reforzamiento militar pero también administrativo y fiscal de los
Estados; la necesidad de desarrollar también el crédito público; etc.



Lo que se perfila aquí claramente es la hipótesis de que en, y por, esta
primera mundialización se ha completado la formación de la relación
capitalista de producción. Esta hipótesis me ha servido de hilo conductor
para La primera edad del capitalismo, cuyo primer tomo aparecerá el próximo
setiembre  3/.



Las dos olas de la expansión europea



La anterior cita de Marx nos dice que, al contrario de lo que repiten muchos
discursos (políticos, mediáticos y también académicos) contemporáneos, la
mundialización no data de ayer, del último cuarto del siglo XX. Si
entendemos por ello la interconexión entre el conjunto de los continentes
del planeta y su integración en una misma unidad, un mismo mundo, entonces
hay que hacer remontar su origen a la expansión europea fuera de Europa que
comienza en el curso del siglo XV. En el marco de esta primera
mundialización, y favorecidas por esta expansión, acabarán de formarse las
relaciones capitalistas de producción. En suma, el capital nació de una
mundialización que desde entonces no ha dejado de extenderse y de
profundizarse; en una palabra, de perfeccionarse.



Esta expansión operó en tres direcciones (las Américas, Asia y África) y en
dos olas sucesivas.



La iniciativa de la primera fue de los ibéricos: españoles (de hecho,
castellanos) y portugueses. Sus motivaciones fueron sobre todo de orden
económico: buscaban, por una parte, metales preciosos (plata y oro) para
responder a la penuria monetaria engendrada en toda Europa por el desarrollo
anterior de las relaciones mercantiles; por otra parte, especies (ante todo
pimienta), mercancías muy valorizables en el mercado europeo, provenientes
de Asia (India e Indonesia), que los venecianos se habían asegurado casi en
monopolio en sus establecimientos del Levante (Alep, Tripoli) o de Egipto
(Alejandría) donde concluían vías comerciales que pasaban por Asia central o
por el océano Indico, el golfo Arabigo-pérsico y el Mar Rojo.



A estas motivaciones económicas se añadían otras de orden
político-ideológico. En este sentido, los Ibéricos querían continuar la
Reconquista: la guerra plurisecular que les permitió expulsar de la
península Ibérica a los árabes musulmanes, soñando con (re)conquistar el
norte de África y Palestina para liberar los lugares santos cristianos
(Nazareth, Jerusalen). Dicho de otra manera, se trataba de una revancha tras
el fracaso de las cruzadas.



Ya se sabe cuáles fueron los principales resultados. La apertura de una ruta
marítima hacia Asia bordeando África a iniciativa de los portugueses (entre
1415 y 1498) y el establecimiento por estos últimos de un imperio comercial
en Asia en las primeras décadas del siglo XVI: el establecimiento de una
posición predominante en el seno de las relaciones comerciales entre todas
las orillas del océano Indico, desde el Este de África hasta Malasia,
pasando por las costas de India y de Bengala, prolongada hacia China (Macao)
y sur del Japón en las siguientes décadas.



Además y casi simultáneamente el (re) descubrimiento del continente
americano (1492-1504) por un Cristóbal Colón que quería establecer otra ruta
comercial hacia las Indias orientales navegando hacia el oeste, pronto
seguida de la conquista y de la colonización de las Antillas, México (sede
del Imperio azteca), partes de América Central y toda una parte de la
cordillera andina (en particular el actual Perú, sede del Imperio inca).
Mientras, en virtud del tratado de Tordesillas (1494), los portugueses
ocuparon y colonizaron las costas del actual Brasil a partir de 1502.



En cuanto al continente africano, fue doblemente afectado por esta primera
ola de la expansión europea, exclusivamente a iniciativa de los portugueses.
Por una parte, abrieron a lo largo de las costas occidentales y orientales
una serie de establecimientos comerciales y de puntos de apoyo en la ruta de
las Indias. Por otra, y sobre todo, se lanzaron a la colonización de dos
zonas: 1° al oeste, la zona congoleña y angoleña, donde querían procurarse
esclavos que sirvieran de mano de obra en las plantaciones de caña de azúcar
abiertas en algunas islas del Atlántico (Madeira, Santo Tomé), y en el
nordeste brasileño desde mediados del siglo XVI; 2° al este, a lo largo del
Zambeze, la región mozambiqueña y zimbabuense donde sobre todo les atraía el
oro, que lo necesitaban para animar su comercio en el océano Indico.



La segunda ola de la expansión europea fue en cambio por iniciativa de
Europa del Norte (Inglaterra, Provincias Unidas de los Países-Bajos y, en
menor medida, Francia). Consistió básicamente en apoderarse de las
posiciones ya ocupadas por los ibéricos o que habían dejado libres, o en
saquear (en sentido propio o figurado) las posiciones ocupadas por éstos de
las que no consiguieron apoderarse, disputándose entre ellos los resultados
de las operaciones.



Así, entre 1600 y 1660, los Holandeses agrupados en la Vereenigde
Oost-Indische Compagnie (Compañía unificada de las Indias orientales)
expulsaron manu militari a los portugueses de la casi totalidad de sus
emplazamientos comerciales, asegurándose a su vez una posición predominante
tanto en el comercio de India a India como en los intercambios entre Asia y
Europa. Simultáneamente emprendieron la colonización de Ceylán (Sri Lanka) y
una parte de Indonesia (sobre todo la parte central de Java) para hacer
producir especias.



Además, a partir de los años 1720, los británicos agrupados en la East India
Company (la Compañía de las Indias orientales) y los franceses agrupados en
una similar Compagnie des Indes orientales, desde establecimientos
comerciales previamente establecidos (Madras y Calcuta del lado británico,
Puducherry y Chandernagor del francés), intentaron extender su imperio
territorial a dos regiones de India (el Decán oriental y Bengala),
provocando así un violento conflicto que redundó en ventaja para los
británicos en el marco de la guerra de los Siete Años (1756-1763).



Entre tanto, británicos, holandeses y franceses se establecieron en las
costas orientales de Norteamérica y comenzaron a colonizar a partir de ahí
el interior de las tierras, los primeros al este de los Apalaches, entre
Florida (en manos de los españoles) y el Maine, los últimos a lo largo del
río San Lorenzo. Los británicos expulsaron pronto a los holandeses; tras lo
cual la rivalidad con los franceses por el acceso a las pieles canadienses
(la principal riqueza inmediata del país) fue creciendo y acabó, en esta
ocasión también, con una victoria británica en el marco de la guerra de los
Siete Años.



Las posiciones se movieron poco en Sudamérica, exceptuando el corto cuarto
de siglo (1630-1654) durante el cual los holandeses, agrupados en la
West-Indische Compagnie (la Compañía de las Indias occidentales), llegaron a
ocupar la mayor parte del Nordeste brasileño, en aquel momento la principal
zona productora de caña de azúcar.



Por contra, los españoles perdieron la casi totalidad de las Antillas
(excepto Cuba, la parte oriental de La Española y Puerto Rico) en beneficio
de ingleses, holandeses y franceses, que se las disputaron entre ellos. El
motivo de su rivalidad era doble. Por una parte, el desarrollo de
plantaciones de caña de azúcar (principalmente en Jamaica, por parte
británica; en Santo Domingo, la zona occidental de La Española, por parte
francesa) para competir con el azúcar brasileño. Por otra parte, el comercio
de contrabando con el conjunto de colonias ibéricas. A señalar que un
segundo centro de contrabando se desarrolló pronto desde el Río de la Plata,
hacia el sur brasileño (portugués) y el Perú español. Los británicos fueron
los grandes señores desde comienzos del siglo XVIII.



Durante esta segunda fase de la primera mundialización, el continente
africano quedó básicamente reducido a un vasto "coto comercial para la caza
de pieles negras" (Marx): sirvió para abastecer de esclavos a las
plantaciones americanas (brasileñas, antillanas, norteamericanas) de caña de
azúcar, algodón, tabaco, etc. Tres regiones se vieron particularmente
afectadas por la trata negrera: Angola (ya citada) y las zonas interiores de
la parte de la costa guineana denominada Costa de los Esclavos
(correspondiendo a las actuales costas de Togo y Benín) y del espacio
senegambiano.



La doble dimensión comercial y colonial de la expansión europea



Tal como sugiere este breve repaso de la expansión europea de los siglos
XV-XVIII, ésta revistió esencialmente dos formas diferentes. La expansión
colonial consistió en la ocupación y la dominación (el control, la
administración, la imposición fiscal, etc.) de un territorio exterior a
Europa, la apropiación de sus riquezas naturales (suelo y subsuelo) y
culturales (producidas y acumuladas por las poblaciones indígenas), el
exterminio o la expulsión de estas últimas o su explotación bajo diferentes
formas (sobre todo la reducción a la esclavitud o a diferentes formas de
servidumbre, más raramente el trabajo asalariado). Todo ello en beneficio de
la metrópoli europea y de los colonos metropolitanos que se establecen y
tienen descendencia. La colonización va acompañada de establecer la colonia
como la periferia de la metrópoli: a la primera se le impone toda una serie
de obligaciones (orientaciones productivas, imposiciones fiscales, etc.) y
de prohibiciones (en particular, desarrollar actividades productivas
susceptibles de competir con la agricultura, el artesanado y la
proto-industria de la metrópoli, comerciar con el extranjero o incluso con
otras colonias sin pasar por la metrópoli, etc.) que limita y determina el
desarrollo socio-económico en función de los intereses metropolitanos,
especializándola en la producción de productos primarios (agrícolas y
mineros) y obligándola a importar productos manufacturados desde la
metrópoli.



Desde esta época se perfila por tanto el desarrollo desigual entre centro y
periferia, marca característica de la mundialización capitalista. Esto no
dejó de crear progresivamente tensiones entre la metrópoli y sus colonias, a
medida que los intereses de la aristocracia terrateniente y de la burguesía
mercantil criollas entran en contradicción con las obligaciones y
restricciones impuestas por la metrópoli.



En cuanto a la expansión comercial, consistió en la organización de
circuitos comerciales entre Europa y el resto del mundo, en cuyo interior
los capitales mercantiles europeos se aseguraron una posición dominante,
basada según los casos en el pillaje, el comercio forzoso y desleal o
incluso el comercio regular del lado no europeo y en situación de oligopolio
o monopolio del lado europeo. Lo que permitió a los capitales europeos
maximizar sus beneficios en el mercado europeo, jugando sobre todo con las
diferencias de precio, entre Europa y el resto del mundo, de los productos
(por lo general de lujo: especias y sedas asiáticas, por ejemplo) sobre los
que giraba su tráfico.



A pesar de sus evidentes oposiciones (predominio de la propiedad y de la
renta de la tierra por un lado, del capital y del beneficio mercantil, del
otro), estas dos formas se mostraron complementarias. La expansión colonial
abrió múltiples oportunidades para la expansión del capital mercantil
europeo por medio de la explotación de los circuitos mercantiles entre
metrópolis y colonias. A la inversa, la expansión mercantil abrió muchas
veces la vía a la expansión colonial, cada vez que se mostró necesario y
posible maximizar el beneficio mercantil controlando las condiciones de
producción de los productos comercializados: por ejemplo en Ceylán y en
Indonesia; en las orillas del Zambeze; en el Decán y en Bengala.



Estados y compañías comerciales de privilegio



Evidentemente, la expansión europea no habría sido posible sin la
intervención directa o, al menos, sin el apoyo de los diferentes Estados
europeos. Sin ninguna duda, los Estados fueron los principales actores.



Es la evidencia misma en lo que se refiere a la colonización, que implica
descubrimiento, reconocimiento, conquista y después ocupación de territorios
más o menos vastos, con el fin de valorizar los recursos materiales y
explotar a la población apropiándose de su sobretrabajo. Semejante empresa
no podía ser pacífica: por el contrario, suponía, según los casos,
enfrentarse a los poderes políticos que reinaban en esos territorios y a las
poblaciones indígenas que trataba de expropiar, obligar al sobretrabajo (en
forma de esclavitud o de servidumbre), incluso masacrar pura y simplemente.
Operaciones todas ellas que sólo un Estado puede emprender, porque es el
único que está en condiciones de concentrar la violencia social, y también
la riqueza social necesaria para lograrlo, o en las que debe intervenir,
llegado el caso, para autorizar y reglamentar su ejecución por agentes
privados, a la vez que les presta todo tipo de ayuda y apoyo material para
la ocasión.



Pero la intervención del Estado no se requiere menos en lo que se refiere a
la expansión comercial. Esta última pocas veces ha sido pacífica: la
protección de los emplazamientos comerciales supuso casi siempre su
militarización (construcción de fuertes o fortalezas, instalación permanente
de guarniciones); a la vez que la seguridad de las conexiones comerciales
marítimas hacía necesarias la presencia e intervención constantes de una
marina militar. Más en general, las expediciones exploratorias que abrieron
las vías marítimas, la puesta en pié y el mantenimiento de una marina
comercial, la constitución misma de las compañías comerciales que explotaron
estas vías, requirió la ayuda y el apoyo de los Estados bajo diversas
formas: préstamos o incluso donativos, concesiones siempre ventajosas o
incluso privilegios exclusivos instituyendo en su beneficio monopolios;
políticas mercantilistas para asegurar la protección del comercio entre
colonias y metrópolis considerando rivalidades extranjeras; guerras
comerciales destinadas a defender las posiciones adquiridas o a extenderlas,
etc.



En este contexto pudieron formarse y prosperar estos otros actores
principales de la primera mundialización capitalista que fueron las
compañías comerciales de privilegio, de las que acabo de citar algunos
ejemplos; las dos principales eran la Vereenigde Oost-Indische Compagnie y
la East India Company. Presentan algunas características específicas.



• En primer lugar, son empresas comerciales que, a cambio de dinero contante
y sonante (derechos, préstamos más o menos forzosos, incluso donaciones más
o menos espontáneos a su soberano), obtienen el monopolio del comercio
exterior, según cada caso, con un Estado o un grupo de Estados extranjeros,
un territorio o una zona geográfica exteriores determinados, o incluso con
un continente entero. Por eso se les suele denominar compañías de privilegio
o compañías privilegiadas o incluso también compañías en monopolio. Además,
llegado el caso y como condición suplementaria de su expansión comercial,
obtienen de su soberano el derecho a tomar posesión y a colonizar
territorios en las zonas de su incumbencia, incluso el de ejercer funciones
soberanas: emitir moneda, hacer justicia, establecer alianzas y hasta hacer
la guerra. Cada una de ellas posee así, eventualmente, su propia marina de
guerra y sus propias tropas. Constituyen una especie de vasallos de sus
respectivos Estados, con una carta que fija sus privilegios y también sus
obligaciones al respecto.



• En segundo lugar, las compañías comerciales de privilegio constituyeron la
forma más concentrada del capital mercantil de los tiempos modernos. Reunían
dos condiciones esenciales de la acumulación de capital comercial en las
formaciones precapitalistas como son el comercio lejano y el monopolio:
todas ellas prosperaron en base a la monopolización de esta parte por
excelencia del comercio lejano durante toda la época protocapitalista, el
comercio de ultramar. Todas ellas eran capitales socializados, procedentes
de la asociación de múltiples socios bajo diferentes formas jurídicas:
sociedades personales; sociedades en comandita; sociedades por acciones, de
las que constituyeron los primeros ejemplos históricos.



• Las compañías comerciales de privilegio, en tercer lugar, constituyeron la
forma de capital mercantil y, en general, de capital sin más, que mejor
aseguró la valorización durante la época protocapitalista. De ahí su
excepcional prosperidad, testimoniada tanto en la masa y el ritmo de
acumulación de su capital como en el número, esplendor y perennidad de las
fortunas privadas que se constituyeron gracias a ellas.



• En fin, en último lugar, lo que las diferenció de lleno de otras formas
contemporáneas de capital mercantil concentrado fue la dimensión planetaria
de su campo de actividad. Para asegurar sus condiciones excepcionales de
valorización, tuvieron que coordinar operaciones en diferentes mercados,
repartidos en diferentes continentes. En este sentido, estas compañías
fueron las (muy) lejanas prefiguraciones de nuestras actuales empresas
transnacionales.



La culminación de las relaciones capitalistas de producción en Europa
occidental



La expansión comercial y colonial de Europa en los tiempos modernos produjo
un doble efecto global. En Europa occidental, contribuyó a la culminación de
las relaciones capitalistas de producción. Más en general, favoreció la
formación e incluso el reforzamiento de las diferentes condiciones sociales
(el paso de una sociedad de estamentos a una sociedad de clases), políticas
(la formación de un tipo particular de Estado: el Estado de derecho) e
ideológicas (la Reforma, el Renacimiento, las Luces, etc.) de estas últimas.



No puedo presentar aquí todo este proceso cuya exposición ocupará el segundo
tomo de Primera edad del capitalismo  4/. Me contentaré con ilustrar el
primer aspecto con el ejemplo de los efectos producidos por el famoso
comercio triangular en la culminación de las relaciones capitalistas de
producción en Europa occidental. Se trata del circuito de intercambios que
se organizó desde la segunda mitad del siglo XVII entre Europa, África y las
colonias europeas en las Américas. Este circuito se desarrolla en tres
tiempos.



• Una compañía negrera armaba y equipaba uno o varios navíos y embarcaba un
cargamento compuesto de productos industriales diversos (tejidos y vestidos
de lana o lino, sombreros, barras de hierro o plomo, utensilios metálicos
diversos, armas blancas, armas de fuego y pólvora, más tarde telas de
algodón indias), alcohol (vino, aguardiente o ron) y tabaco, quincallería y
baratijas, aunque también joyas y porcelana, sin contar las conchas que se
usaban como moneda. Ya que los esclavos africanos eran adquiridos a cambio
de mercancía, en forma de trueque, mucho más raramente a cambio de oro o
plata, por los europeos, en establecimientos dispersos a lo largo de las
costas africanas.



• Llegados a un puerto de las Américas, los esclavos eran vendidos a los
propietarios de plantaciones que los necesitaban para mantener, renovar o
aumentar su stock de mano de obra sierva. También ahí, el intercambio solía
hacerse en forma de trueque, proponiendo los plantadores directamente, a
cambio de los esclavos, productos tropicales (azúcar, melaza, ron, café,
tabaco, algodón, índigo, etc.), aunque también madera, hierro y fundición, o
pieles que habían conseguido en intercambios con las colonias
norteamericanas. Si no, con el dinero o las letras de cambio obtenidos
contra los esclavos, el negociante negrero adquiría esos productos con los
que formaba un nuevo cargamento.



• Sólo le quedaba al negrero llevar su cargamento a buen puerto a Europa,
para venderlo a negociantes que se encargasen de darle salida, o a
industriales para que lo transformasen. Habiendo recuperado su capital
inicial, engrosado con un beneficio (con el que remunerar eventualmente a
sus socios financieros), la compañía negrera podía entonces relanzar todo el
ciclo de intercambios comerciales, que gracias a la ganancia realizada,
permitía ampliar sin cesar su escala.



¿A quién beneficiaba este comercio triangular? Los primeros beneficiarios de
la trata eran evidentemente las compañías negreras que se dedicaban a ello.
Pero también se podía incluir a los plantadores que, sin la trata, no
habrían podido valorizar sus tierras y sus productos agrícolas. En fin, por
el papel central que juega en el comercio triangular, la trata participaba
del efecto de arrastre general de este último sobre las economías
protocapitalistas europeas. Es lo que quiero subrayar aquí.



• En primer lugar, este comercio contribuía al desarrollo de la construcción
naval y de armamento marítimo, por tanto al reforzamiento de la potencia
marítima de las naciones y de los capitales implicados. Ahora bien, la
construcción naval tiene por sí misma grandes efectos de arrastre hacia
arriba (actividades agrícolas, silvícolas, artesanales, industriales
alimentando los astilleros navales con medios de producción: madera, hierro,
cobre, telas, cuerdas, anclas y cadenas marinas, etc., así como medios de
consumo, sobre todo alimentarios), y hacia abajo (por el excedente de poder
de compra de los productores), sin contar las actividades conexas de
seguros, de corretaje, etc. Todo ello contribuía a ampliar los mercados.



• En segundo lugar, este comercio abría salidas suplementarias a la
agricultura, la pesca, el artesanado y la industria de las metrópolis
europeas, y de forma doble.



Por una parte, por medio de las compañías negreras, sus productos sirvieron
de moneda de cambio contra el bosque de ébano en las costas africanas. A
título de ejemplo, se puede establecer sin duda una relación directa de
causa y efecto entre el desarrollo de la trata negrera de Liverpool y el
destacado crecimiento que conoció toda la actividad manufacturera en el
interior del país durante el siglo XVIII, ya se trate de la industria textil
de Manchester y Lancashire o de la metalurgia de Sheffield: al
proporcionarles mercados, la trata negrera estimuló la acumulación de
capital y la consiguiente transición de la manufactura hacia la industria
mecánica.



Por otra parte, la prosperidad de las plantaciones en las colonias
americanas, donde la esclavitud fue una condición esencial, contribuyó a
ampliar el mercado colonial, y por tanto la demanda proveniente de las
colonias de productos metropolitanos: productos de lujo, destinados a la
clientela de las familias de plantadores y de los industriales de la caña de
azúcar, y también productos corrientes que servían para el mantenimiento de
las masas de esclavos, por ejemplo tejidos de lino o lana de mediocre
calidad destinados a vestirlos, o incluso carne y pescado salado que servía
para alimentarlos. Se puede decir otro tanto de los materiales para el
tratamiento de la caña de azúcar (molinos, calderas, etc.) o del añil
(cubas), importado desde las metrópolis.



• En tercer lugar, el desarrollo de los intercambios entre metrópolis y
colonias en el marco del comercio triangular proporcionó a la fracción del
capital mercantil dueña del comercio colonial una fuente consecuente de
valorización y de acumulación. Y por medio de las reexportaciones, los
intercambios entre colonias y metrópolis estimularon también el comercio
entre los diferentes Estados europeos, con los mismos efectos.



• En cuarto lugar, la sobreexplotación del trabajo permitida por la
esclavitud fue una condición esencial para la obtención por Europa de un
conjunto de medios de producción (sobre todo materias primas), y también de
medios de consumo (sobre todo productos de lujo) que fueron esenciales para
la acumulación del capital industrial en las metrópolis europeas, desde el
doble punto de vista de su valor (fueron producidos a menor coste) y de su
valor de uso (permitieron la apertura y el desarrollo de nuevas ramas
industriales). Pensemos por ejemplo en el desarrollo de las refinerías de
azúcar, las destilerías de ron, la confitería, la chocolatería, las
manufacturas de tabaco, las manufacturas de telas de algodón, las
tintorerías, etc. La industria algodonera, llamada a jugar un día un papel
piloto y motor en la revolución industrial, no habría podido desarrollarse
nunca sin las plantaciones de algodón de las Antillas. Y este efecto de
estimulación del desarrollo industrial metropolitano por el comercio
triangular no sólo se hizo sentir en los puertos que participaban
directamente y en sus regiones interiores inmediatas, sino también muy lejos
de ellos: así, aparecieron manufacturas de algodón en la región parisina, en
el Delfinado, en Alsacia, en plena Suiza, etc.



• En último lugar, aunque una parte hubiera sido esterilizada en forma de
gastos suntuarios, las ganancias generadas por el desarrollo de las
plantaciones esclavistas en las colonias así como las acumuladas por medio
del comercio triangular, alimentaron la acumulación de capital (mercantil y
también industrial) en las metrópolis. En el siglo XVIII, contribuyeron
también a reunir las condiciones de la revolución industrial, tanto en
Francia como en Gran Bretaña. Así, negociantes enriquecidos en el comercio
triangular financiaron los trabajos de Watt (1736-1819) y de Boulton
(1728-1809) que acabaron de poner a punto la máquina de vapor, mientras que
capitales acumulados en ese mismo comercio se reinvirtieron durante la
segunda mitad del siglo XVIII en las industrias mineras y siderúrgicas.



Un primer mundo capitalista



Simultáneamente, la expansión europea hizo nacer un primer mundo
capitalista, englobando una gran parte del planeta, y presentando una
estructura característica:



•Europa occidental constituye el centro, que domina (ordena y controla) este
mundo, cuyo predominio se lo disputan en permanencia los principales
Estados, con conflictos casi continuos, ocupando sucesivamente la primera
plaza España, las Provincias Unidas, Francia y Gran Bretaña.



•El resto de Europa (la Europa del norte, la Europa central y oriental, la
Europa del sur: Italia, España y Portugal desde del siglo XVII) constituye
una semi-periferia: agrupa las formaciones que no han sabido tomar parte en
la expansión comercial y colonial de ultramar o que no han sabido conservar
sus posiciones.



•Hemos visto cómo, fuera de Europa, se constituye una vasta periferia que
engloba zonas más o menos extendidas de los continentes americano, africano
y asiático.



•Más allá todavía figuran formaciones marginales, en el sentido no de
formaciones desdeñables, sino de formaciones situadas al margen de este
primer mundo capitalista: un rosario de formaciones que van desde el Imperio
otomano al Japón pasando por el Imperio safávida (en Iran), el Imperio mogol
(en India) y desde luego el Imperio chino (bajo las dinastías Ming y Qing).
Estas formaciones marginales entraban ya en comunicación (comercial,
diplomática) con el primer mundo capitalista; las formaciones centrales
tendían a integrarlas (en una posición semiperiférica o periférica), pero
las primeras resistieron a esta integración con más o menos éxito  5/.



Conclusión



Más allá de la cuestión particular en el que se centra, el enfoque anterior
pretende defender y mostrar por qué es necesario y cómo es posible servirse
de Marx para tratar cuestiones en las que él mismo apenas se detuvo o
incluso las desatendió totalmente.



¿Por qué es necesario? Por la riqueza irremplazable y desigual de su obra, a
pesar de sus límites e insuficiencia. Esta riqueza no está tanto en los
resultados directamente establecidos por Marx en sus análisis (modo de
funcionamiento del capitalismo, luchas de clase, conflictos internacionales,
formaciones ideológicas, etc.) como por los instrumentos conceptuales que
forjó (comenzando por las relaciones de producción, relaciones de clase,
etc.); por el método que siguió (ir de lo abstracto a lo concreto: partir de
la lógica de las relaciones sociales para comprender cómo ella ordena los
fenómenos sociales, aunque desbaratada a veces por la complejidad de estos
últimos y por las contradicciones que se desarrollan en su seno); por el
modelo de inteligibilidad de lo social que sostuvo, colocando en su centro
el concepto de producción (cualquier realidad social es a la vez producida y
productora) y, por consiguiente, la relación dialéctica sujeto–objeto.



¿Cómo es posible? Sencillamente, tomándose la molestia de leer al propio
Marx, no contentándose con lo que se repite sobre el mismo desde décadas, ya
sea para alabarlo o para criticarlo. Si se lee a Marx, directamente en sus
textos, se encontrará muy a menudo otra cosa, mucho más y mejor que lo que
el marxismo o el anti-marxismo le han atribuido. Y éste es el mejor homenaje
que se le puede hacer doscientos años después de su nacimiento.



* Este texto de Alain Bihr retoma y desarrolla la exposición hecha en la
Universidad de Lausanne el 17 de abril de 2018. Anuncia a su manera la
publicación (en setiembre) del primer tomo de la obra titulada: La primera
edad del capitalismo.



Notas



1/  La préhistoire du capital, Page 2, Lausanne, 2006.



2/  Le Capital, Paris, 1948, Éditions Sociales, tomo III, pg. 193.



3/  Le premier âge du capitalisme, tome 1 : L’expansion européenne, Lausanne
– Paris, Page 2 – Syllepse, aparecerá en setiembre 2018.



4/  Será el objeto del segundo tomo de Le premier âge du capitalisme, tomo 2
: La marche de l’Europe occidentale vers le capitalisme, a aparecer en
primavera 2019.



5/  La presentación detallada de este mundo ocupará el tercer tomo de Le
premier âge du capitalisme que aparecerá en otoño 2019.

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