Memoria/ Lecciones de mayo del 68 (Ernest Mandel]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mayo 6 15:20:30 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

6 de mayo 2018

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Memoria



Cincuentenario de 1968



Lecciones de mayo del 68 *



Ernest Mandel



Marxists Internet Archive, septiembre de 2009

https://www.marxists.org/espanol/mandel/

Viento Sur, 6-4-2018

http://www.vientosur.info/



Este artículo de Ernest Mandel fue publicado originalmente en la revista Les
Temps Modernes en julio de 1968 [1]. En él, después de situar las luchas de
Mayo como resultado directo de las contradicciones de lo que entonces se
conocía como "neocapitalismo", pone el acento en su relevancia como
acontecimiento que volvió a poner de actualidad la hipótesis revolucionaria
en un país central del capitalismo occidental. Mandel fue un activista más
de aquellas jornadas, habiendo participado en el acto público que se
desarrolló en la Mutualité de París el 9 de mayo y en el que intervino
también, junto a activistas de otros países, Daniel Cohn-Bendit. Al igual
que le ocurrió a este líder estudiantil en pleno mes de mayo, Mandel fue
expulsado de Francia el 10 de junio de aquel mismo año.



El ascenso revolucionario de mayo de 1968 constituye una enorme cantera de
experiencias sociales. El inventario de estas experiencias está lejos de
haber sido terminado: lo que caracterizó este ascenso fue precisamente la
irrupción en la escena histórica de la energía creadora de las masas, que
multiplicó las formas de acción, las iniciativas, las audaces innovaciones
en la lucha por el socialismo. Tan sólo acudiendo a esta cantera y partiendo
de este logro podrá el movimiento obrero y revolucionario armarse
eficazmente para llevar a buen fin la tarea cuya posibilidad y, a la vez,
cuya necesidad han sido confirmadas por mayo de 1968: la victoria de la
revolución socialista en los países altamente industrializados de Europa
occidental.



Desde hace años se ha ido desarrollando un debate enormemente interesante en
torno a la definición de una nueva estrategia socialista en Europa[2]. Los
acontecimientos de mayo de 1968 han resuelto varios de los problemas clave
planteados en este debate. Incluso han planteado otros. Y también han
obligado a aquellos que se habían sustraído al debate a participar en él a
su vez, así fuera para falsear los supuestos del problema. Es, pues,
necesario tratar una vez más los temas principales de esta discusión y
examinarlos a la luz de la experiencia de mayo de 1968.



1.

Neocapitalismo y posibilidades objetivas de acciones revolucionarias del
proletariado occidental



En contra de los mitos de la burguesía, adoptados por la socialdemocracia e
incluso por ciertos autores que se reclaman del marxismo, el ascenso
revolucionario de mayo de 1968 ha demostrado que el neocapitalismo es
incapaz de atenuar las contradicciones económicas y sociales inherentes al
sistema hasta el punto de hacer imposible toda acción de masas de alcance
objetivamente revolucionario.



Las luchas de mayo de 1968 son resultado directo de las contradicciones del
neocapitalismo.



Esta irrupción violenta de las luchas de masas – una huelga general de diez
millones de trabajadores con ocupación de fábricas; extensión del movimiento
a múltiples capas perifé­ricas del proletariado y de las clases medias
(tanto ”viejas” como ”nuevas”) – sería incom­prensible si no existiera un
descontento profundo e irreprimible entre los trabajadores, provo­cado por
la realidad cotidiana de la existencia proletaria. Aquellos que se dejaban
cegar por la elevación del nivel de vida durante los últimos quince años no
comprendían que es precisa­mente en el período de auge de las fuerzas
productivas (de ”expansión económica” acelerada) cuando el proletariado
adquiere nuevas necesidades, ampliándose aún más el desfase entre las
necesidades y el poder adquisitivo[3]. Tampoco comprendían que, a medida que
sube el nivel de vida, de cualificación técnica y de cultura de los
trabajadores, la ausencia de igualdad y de libertad sociales en los lugares
de trabajo, la alienación acentuada en el seno del proceso de producción, no
pueden dejar de pesar de forma más intensa e insoportable sobre el
proletariado.



La capacidad del neocapitalismo para atenuar un tanto la amplitud de las
fluctuaciones económicas, la ausencia de una crisis económica catastrófica
del tipo de la de 1929, ocultaban a demasiados observadores su impotencia
para evitar recesiones. Las contradicciones que minaban la larga fase de
expansión que el sistema había conocido en Occidente desde el final de la
segunda guerra mundial (en los Estados Unidos, desde el comienzo de esta
guerra); la oposición irreductible entre la necesidad de garantizar la
expansión al precio de la inflación, y la necesidad de mantener un sistema
monetario internacional relativamente estable al precio de una deflación
periódica; la evolución cada vez más clara hacia una recesión generalizada
en el mundo occidental, todas estas tendencias, inherentes al sistema, se
encuentran entre las causas profundas de la explosión de mayo de 1968.
Piénsese en los efectos del ”plan de estabilización”, en la reaparición del
paro masivo (sobre todo del paro de los jóvenes); piénsese también en los
efectos de la crisis estructural sufrida por algunos sectores (astilleros de
Nantes y de Saint-Nazaire) sobre la radicalización de los trabajadores de
determinadas regiones.



Es significativo, por lo demás, que la crisis de 1968 no se haya producido
en un país con estructuras ”envejecidas”, en el que dominara un
”laissez-faire” arcaico, sino, por el contrario, en el país tipo del
neocapitalismo, aquél cuyo ”Plan” se citaba como el ejemplo más logrado del
neocapitalismo, aquél que dispone del sector nacionalizado más dinámico,
cuya ”independencia” relativa respecto al sector privado sugería a algunos,
incluso, la definición de ”sector capitalista de estado”. La impotencia que
ha demostrado este neocapitalismo para comprimir, a la larga, las
contradicciones sociales adquiere por ello una importancia aún más
universal.



El papel de detonador del movimiento estudiantil es producto directo de la
incapacidad del neocapitalismo para satisfacer, a ningún nivel, las
necesidades de la masa de los jóvenes que afluyen a la Universidad, tanto
por la elevación del nivel de vida medio como por las necesidades de
reproducción ampliada de una mano de obra cada vez más cualificada, como
resultado de la tercera revolución industrial. Esta incapacidad se
manifiesta al nivel de la infraestructura material (edificios, laboratorios,
viviendas, restaurantes, bolsas, presalario), al nivel de la estructura
autoritaria de la Universidad, al nivel del contenido de la enseñanza
universitaria, al nivel de la orientación, de las salidas para los
universitarios y para aquellos a los que el sistema obliga a interrumpir
antes de concluirlos sus estudios universitarios. La crisis de la
Universidad burguesa, que ha sido la causa inmediata de la explosión de mayo
de 1968, debe entenderse como un aspecto de la crisis del neocapitalismo y
de la sociedad burguesa en su conjunto.



Por último, la creciente rigidez del sistema, que ha contribuido ampliamente
a exacerbar las contradicciones socioeconómicas – precisamente en la medida
en que las comprimía por un período relativamente largo –, está, también,
directamente vinculada a la evolución de la economía neocapitalista[4].
Hemos subrayado muchas veces que las tendencias a la programación económica,
a la ”globalización” de los problemas económicos y de las reivindicaciones
sociales, no son tan sólo resultado de unos designios específicos de tal o
cual fracción de la burguesía, sino también de unas necesidades inherentes a
la economía capitalista de nuestra época. La aceleración de la innovación
tecnológica, la reducción del ciclo de reproducción del capital fijo,
obligan a la gran burguesía a calcular de modo cada vez más preciso, con
varios años de antelación, las amortizaciones y las inversiones a efectuar
por autofinanciación. Quien dice programación de las amortizaciones y de las
inversiones dice también programación de los costes, y, por lo tanto,
también ”coste de mano de obra”. He aquí el origen último de la ”política de
ingresos”, de la ”economía concertada”, y de otras sutilezas que,
sencillamente, tienden a suprimir la posibilidad de modificar mediante la
acción reivindicativa ”normal” el reparto de la renta nacional que desea el
gran capital.



Pero esta parálisis creciente del sindicalismo tradicional no suprime ni el
funcionamiento de las leyes de mercado, ni el creciente descontento de las
masas. A la larga, tiende a hacer más explosivas las luchas obreras, por los
esfuerzos del proletariado para recuperar en unas pocas semanas lo que
intuye haber perdido durante años. Las huelgas, incluso, y sobre todo, si se
espacian, tienden a hacerse más violentas, y empiezan más a menudo como
huelgas salvajes[5]. La única posibilidad de que dispone el gran capital
para evitar esa evolución, preñada de amenazas para él, es la de pasar,
decididamente, del estado fuerte a la dictadura abierta, al estilo griego o
español. Pero incluso en este caso – irrealizable sin una grave derrota y
una grave desmoralización previas de las masas trabajadoras –, una mayor
comprensión de las contradicciones socioeconómicas no puede dejar de
reproducir, a la larga, situaciones aún más explosivas y más amenazadoras
para el capitalismo, tal como lo demuestra la evolución reciente en España.



2.

Tipología de la revolución en un país imperialista



Para dilucidar si la revolución socialista es o no posible en Europa
occidental, pese a todos los ”logros” del neocapitalismo y de la ”sociedad
de consumo de masas”, tanto los críticos de derecha como los de ”izquierda”
se remitían, generalmente, a los modelos de 1918 (revolución alemana) o de
1944-45 (revolución yugoslava victoriosa, revolución francesa e italiana
abortadas en condiciones análogas a las de la de 1918 en Alemania), o,
incluso, a la guerrilla. Según algunos, supuesta la ausencia definitiva de
una catástrofe económica o militar, era perfectamente utópico esperar del
proletariado otra cosa que reacciones reformistas; según otros, la
posibilidad de nuevas explosiones revolucionarias por parte de los
trabajadores estaba vinculada a la reaparición de crisis de tipo
catastrófico. En suma, para unos, la revolución se había convertido en
definitivamente imposible; para otros, quedaba relegada al momento – en
buena medida mítico – de ”un nuevo 1929”.



Desde comienzos de los años 60, hemos tratado de reaccionar contra estas
tesis esquemáticas, refiriéndonos a un tipo distinto de revolución posible y
probable en Europa occidental. Nos permitiremos recordar lo que escribíamos
al respecto a comienzos de 1965:



”Hemos demostrado más arriba que el neocapitalismo no suprime en absoluto
los motivos de descontento en los trabajadores, y que el desencadenamiento
de luchas importantes sigue siendo posible, si no inevitable, en nuestra
época. Pero, ¿pueden estas luchas adoptar una forma revolucionaria en el
seno de una ’sociedad de bienestar’? ¿No estarán condenadas a quedar
limitadas a objetivos reformistas mientras sigan desarrollándose en un clima
de prosperidad más o menos general?...



”Para responder a esta objeción, hay que circunscribir de modo más preciso
el objeto. Si con esto quiere decirse que, en el clima económico actual de
Europa, no veremos repetirse revoluciones como la revolución alemana de 1918
o como la revolución yugoslava de 1941-45, se está emitiendo, evidentemente,
un truismo. Pero este truismo lo hemos admitido de entrada, y lo hemos
incluido en nuestra hipótesis liminar. Toda la cuestión está ahí: ¿no puede
operarse el derrocamiento del capitalismo más que bajo formas de esa
especie, limitadas necesariamente a circunstancias ’catastróficas’? No
pensamos que así sea. Pensamos que existe un ‘modelo histórico’ distinto al
que podemos referirnos: el de la huelga general de junio de 1936 (y, a una
escala más modesta, la huelga general belga de 1960-61, que hubiera podido
crear una situación análoga a la de junio de 1936).



”Es perfectamente posible que en el clima económico general del
’neocapitalismo próspero’ o de la ’sociedad de consumo de masas’, los
trabajadores se radicalicen progresivamente como consecuencia de una
sucesión de crisis sociales (intentos de imponer la política de ingresos o
el bloqueo de los salarios), políticas (intentos de limitar la libertad de
acción del movimiento sindical y de imponer un ’estado fuerte’), económicas
(recesiones, o bruscas crisis monetarias, etc.), o incluso militares (por
ejemplo, reacciones de gran envergadura contra las agresiones imperialistas,
contra el mantenimiento de la alianza con el imperialismo internacional,
contra el empleo de armas nucleares tácticas en las ’guerras locales’,
etc.); que estos mismos trabajadores radicalizados desencadenen luchas cada
vez más amplias en el curso de las cuales empiecen a vincular algunos de los
objetivos del programa de reformas de estructura anticapitalistas con las
reivindicaciones inmediatas; que esta oleada de lucha desemboque en una
huelga general que derroque el gobierno y cree una situación de dualidad de
poder[6].”



Nos disculpamos por esta cita tan larga. En todo caso, demuestra que el tipo
de crisis revolucionaria que ha estallado en mayo de 1968 podía preverse a
grandes rasgos; que no debía considerarse en absoluto como improbable o
excepcional; y que las organizaciones socialistas y comunistas hubieran
podido perfectamente prepararse, desde hace años, para este tipo de
revolución, si sus dirigentes lo hubieran querido y hubieran comprendido las
contradicciones fundamentales del neocapitalismo.



Este tipo de explosión era tanto menos imprevisible cuanto que se habían
tenido unas impresiones anticipadas de él en dos ocasiones: en diciembre de
1960-enero de 1961 en Bélgica, y en junio-julio de 1965 en Grecia. Después
de los acontecimientos de mayo de 1968, no cabe ya duda de que será bajo esa
forma – una huelga de masas que desborda los objetivos reivindicativos y los
marcos institucionales ”normales” de la sociedad y el estado capitalistas –
que se producirán las crisis revolucionarias posibles en Occidente (a menos
que sobrevenga una modificación radical de la situación económica o una
guerra mundial).



En relación al debate que se ha ido desarrollando en el movimiento
socialista internacional en torno a las líneas maestras de una estrategia
anticapitalista en Europa, los acontecimientos de mayo de 1968 aportan
también unas precisiones suplementarias que completan el esbozo de tipología
de la revolución socialista en Europa occidental que habíamos iniciado en
1965.



Ante todo, cuando las contradicciones del neocapitalismo, comprimidas
durante largo tiempo, estallan en acciones de masas de carácter explosivo,
la huelga de masas, la huelga general, tiene tendencia a desbordar la forma
de la ”huelga pacífica y tranquila que se desarrolla en medio de una total
tranquilidad”, y combina formas de acción diversas, entre las cuales la
ocupación de fábricas, la aparición de piquetes cada vez más masivos y
duros, réplicas inmediatas a toda represión violenta, manifestaciones
callejeras que se transforman en escaramuzas, y encontronazos constantes con
las fuerzas de represión, llegando incluso a la reaparición de barricadas,
merecen mención aparte.



Con objeto de velar los orígenes espontáneos e inevitables de esta
radicalización de las formas de acción, y de acreditar la odiosa tesis de
los ”provocadores izquierdistas” que conspiran para crear ”incidentes
violentos” al servicio del gaullismo[7], los reformistas y los
neorreformistas de todo pelaje se ven obligados a pasar en silencio el hecho
de que ya se habían producido manifestaciones similares durante la huelga
general belga de 1960-61 (barricadas callejeras en el Henao; ataque a la
estación de los Guillemins en Lieja); el de que los obreros jóvenes habían
pasado a la acción masivamente en este sentido con ocasión de las huelgas
del Mans, de Caen, de Mulhouse, de Besançon y de otros puntos en Francia, en
1967; el de que la radicalización de la juventud obrera se vio acompañada
por la reaparición de formas de acción análogas en Italia (Trieste, Turín),
e incluso en Alemania occidental.



Resumiendo, a menos que se acepte la ridícula tesis de Pompidou de una
”conspiración internacional”, es preciso reconocer que el giro de la lucha
de masas ha sido un giro espontáneo, determinado por factores objetivos que
hay que desvelar, en vez de incriminar ya sea el carácter pequeñoburgués de
los estudiantes, ya la ”falta de madurez política” de la juventud, o bien el
papel de unos provocadores legendarios.



Ahora bien, no es difícil comprender las razones por las que toda
radicalización de la lucha de clases tenía que desembocar rápidamente en una
confrontación violenta con las fuerzas represivas. Asistimos, en Europa,
desde hace dos decenios, a un fortalecimiento continuo del aparato de
represión, mientras que distintas disposiciones legales obstaculizan la
acción de huelga y las manifestaciones obreras. Si bien en los períodos
”normales” los trabajadores no tienen la posibilidad de rebelarse contra
esas disposiciones represivas, no ocurre lo mismo cuando se produce una
huelga de masas, que, repentinamente, los hace conscientes del inmenso poder
que encierra su acción colectiva. De pronto, y espontáneamente, se dan
cuenta de que el ”orden” es un orden burgués que tiende a asfixiar la lucha
emancipadora del proletariado. Adquieren conciencia del hecho de que esta
lucha no puede superar un determinado nivel sin chocar cada vez más
directamente con los ”guardianes” de este orden, y de que esta lucha
emancipadora seguirá siendo eternamente inútil si los trabajadores siguen
respetando las reglas de juego imaginadas por sus enemigos para ahogar su
rebelión.



El hecho de que tan sólo una minoría de jóvenes trabajadores hayan sido los
protagonistas de estas formas nuevas de lucha, mientras fueron embrionarias;
el de que haya sido en la juventud obrera donde las barricadas de los
estudiantes han provocado más reflejos de identificación; el hecho de que en
Flins y en Peugeot-Sochaux hayan sido, igualmente, los jóvenes los que
replicaran de forma más clara a las provocaciones de las fuerzas represivas,
no invalida en nada el análisis precedente. En todo ascenso revolucionario,
siempre es una minoría relativamente reducida la que experimenta nuevas
formas de acción radicalizadas. Los dirigentes del PCF, en vez de ironizar
sobre la ”teoría anarquista de las minorías activas”, harían mejor en releer
a Lenin al respecto[8]. Por lo demás, es precisamente entre los jóvenes
donde resulta menos pesado que entre los adultos el peso de los fracasos y
decepciones del pasado, el peso de la deformación ideológica que se deriva
de una propaganda incesante de las ”vías pacíficas y parlamentarias”.



Los acontecimientos de mayo de 1968 también demuestran que la idea de un
largo período de dualidad de poder, la idea de una conquista y una
institucionalización graduales del control obrero o de cualquier reforma de
estructura anticapitalista, descansa en una concepción ilusoria de la lucha
de clases exacerbada del período prerrevolucionario y revolucionario.



Nunca podrá hacerse temblar el poder de la burguesía mediante una sucesión
de pequeñas conquistas. Si no se da un cambio brusco y brutal de las
relaciones de fuerzas, el capital encuentra, y siempre encontrará, los
medios para integrar tales conquistas en el funciona­miento del sistema. Y
cuando se produce un cambio radical de las relaciones de fuerzas, el
movimiento de las masas se dirige espontáneamente hacia una conmoción
fundamental del poder burgués. La dualidad de poder refleja una situación en
que la conquista del poder es ya objetivamente posible debido al
debilitamiento de la burguesía, pero en la que sólo la falta de preparación
política de las masas, la preponderancia de tendencias reformistas y
semirreformistas en su seno, detienen momentáneamente su acción en un nivel
dado.



Mayo del 68 confirma, a este respecto, la ley de todas las revoluciones, es
decir, que cuando unas fuerzas sociales tan amplias entran en acción, cuando
lo que está en juego es tan importante, cuando el menor error, la menor
iniciativa audaz por parte de uno u otro bando puede modificar radicalmente
el sentido de los acontecimientos en el intervalo de unas pocas horas,
resulta totalmente ilusorio tratar de ”congelar” este equilibrio, sumamente
inestable, durante varios años. La burguesía se ve obligada a tratar de
reconquistar de inmediato lo que las masas le arrebatan en el terreno del
poder. Las masas, si no ceden ante el adversario, se ven casi
instantáneamente obligadas a ampliar sus conquistas. Así ha ocurrido en
todas las revoluciones; así volverá a ocurrir mañana[9].



3.

El problema estratégico central



La enorme debilidad, la enorme impotencia de las organizaciones
tradicionales del movimiento obrero cuando se ven confrontadas con los
problemas planteados por los ascensos revolucionarios posibles en Europa
occidental, se ha manifestado en el modo en que Waldeck-Rochet, el
secretario general del PCF, resume el dilema en el que, según él, estaba
encerrado el proletariado francés en mayo de 1968:



”En realidad, la opción a tomar en mayo era la siguiente:



”- O bien actuar de modo que la huelga permitiera satisfacer las
reivindicaciones esenciales de los trabajadores y proseguir, al mismo
tiempo, en el plano político, la acción orientada a cambios democráticos
necesarios en el marco de la legalidad. Esta era la posición de nuestro
partido.



”- O bien lanzarse decididamente a la prueba de fuerza, es decir, ir a la
insurrección, recurriendo, incluso, a la lucha armada con objeto de derribar
el poder por la fuerza. Esta era la posición aventurera de algunos grupos
ultraizquierdistas.



”Pero como las fuerzas militares y represivas estaban del lado del poder
establecido[10], y como la inmensa masa del pueblo era absolutamente hostil
a semejante aventura, es evidente que entrar en esta vía significaba,
sencillamente, conducir a los trabajadores a la matanza y buscar el
aplastamiento de la clase obrera y de su vanguardia, el partido comunista.



”¡Pues bien! No, no caímos en la trampa. Ya que ahí estaba el verdadero plan
del poder gaullista.



”En efecto, el cálculo del poder era sencillo: ante una crisis que él mismo
había provocado con su política antisocial y antidemocrática, calculó
utilizar esta crisis para asestar un golpe decisivo y duradero a la clase
obrera, a nuestro partido, a todo movimiento democrático[11].”



Dicho de otra forma: o bien había que limitar los objetivos de la huelga
general de diez millones de trabajadores[12] a reivindicaciones inmediatas,
es decir, a tan sólo una fracción del programa mínimo; o bien había que
lanzarse de golpe a la insurrección armada para la conquista revolucionaria
del poder. O lo uno o lo otro, el mínimo o el máximo. Puesto que no se
estaba preparado para la insurrección inmediata, había que ir a unos nuevos
acuerdos Matignon. Igual podría concluirse que, puesto que jamás se estará
preparado para una insurrección armada al comienzo de una huelga general –
sobre todo si se sigue educando a las masas y al propio partido en el
”respeto a la legalidad” –, jamás se librarán luchas que no estén centradas
en reivindicaciones inmediatas...



¿Es concebible una actitud más alejada del marxismo, por ni siquiera citar
al leninismo?



Cuando el poder de la burguesía es estable y fuerte, sería absurdo lanzarse
a una acción revolucionaria que tuviera por objeto el derrocamiento
inmediato del capital; con ello se iría a una derrota segura. Pero, ¿cómo se
pasará de ese poder fuerte y estable a un poder debilitado, resquebrajado,
desagregado? ¿Por un salto milagroso? ¿No exige una modificación radical de
las relaciones de fuerzas algunas estocadas decisivas? ¿No abren estas
estocadas un proceso de debilitamiento progresivo de la burguesía? ¿No
consiste el deber elemental de un partido que se reclame de la clase obrera
– e incluso de la revolución socialista – en impulsar al máximo este
proceso? ¿Puede hacerse esto excluyendo por decreto toda lucha que no sea
por reivindicaciones inmediatas... mientras la situación no esté madura para
la insurrección armada inmediata, con victoria garantizada sobre factura?



¿No representa una huelga de diez millones de trabajadores, con ocupación de
fábricas, un debilitamiento considerable del poder del capital? ¿Quizá no
hay que concentrar todos los esfuerzos en ensanchar la brecha, en tomar
garantías, en actuar de tal modo que el capital no pueda ya restablecer
rápidamente la relación de fuerzas en favor suyo? ¿Existe otro medio para
lograrlo que no sea arrebatar al capital los poderes de hecho, en la
fábrica, en los barrios, en la calle, es decir, pasar de la lucha por
reivindicaciones inmediatas a la lucha por reformas de estructura
anticapitalistas, por reivindicaciones transitorias? Al abstenerse
deliberadamente de luchar por tales objetivos, y encerrarse deliberadamente
en luchas por reivindicaciones inmediatas, ¿no se crean todas las
condiciones propicias para un restablecimiento de la relación de fuerzas a
favor de la burguesía, para una nueva y brutal inversión de tendencias?



Toda la historia del capitalismo atestigua su capacidad para ceder en cuanto
a reivindicaciones inmediatas cuando su poder está amenazado. Sabe
perfectamente que, si conserva el poder, podrá recobrar en parte lo que ha
dado (mediante el alza de precios, los impuestos, el paro, etc.), y, en
parte, digerirlo con un aumento de la productividad. Además, toda burguesía
enervada y asustada por una huelga de amplitud excepcional, pero que
conserve su poder de estado, tenderá a pasar a la contraofensiva y a la
represión en cuanto refluya el movimiento de masas. La historia del
movimiento obrero así lo demuestra: un partido encerrado en el dilema de
Waldeck Rochet jamás hará la revolución, y se dirigirá con toda seguridad a
la derrota[13].



Al negarse a entrar en el proceso que lleva de la lucha por reivindicaciones
inmediatas a la lucha por el poder, a través de la lucha por las
reivindicaciones transitorias y de la creación de órganos de la dualidad de
poder, los reformistas y neorreformistas se han condenado in­variablemente a
considerar toda acción revolucionaria como una ”provocación” que debilita a
las masas y que ”fortalece a la reacción”. Esta fue la cantilena de la
socialdemocracia alemana en 1919, en 1920, en 1923, en 1930-33. La culpa es
de los ”aventureros izquierdistas, anar­quistas, putschistas,
espartaquistas, bolcheviques” (entonces aún no se decía ”trotskistas”) si la
burguesía obtiene la mayoría en la asamblea constituyente de Weimar, ya que
sus ”acciones violentas” han ”asustado al pueblo”, gimen los Scheidemann en
1919. La culpa de que el nazismo haya podido fortalecerse es de los
comunistas, ya que ha sido la amenaza de la revolución la que ha decantado a
las clases medias al campo de la contrarrevolución, repitieron en 1930-33.



Es significativo que incluso el Kautsky de 1918 comprendiera todavía que el
movimiento obrero, confrontado con poderosas huelgas de masas, no podía
limitarse a las formas de acción y de organización tradicionales (sindicatos
y elecciones), sino que debía pasar a formas de organización superiores, es
decir, a la constitución de comités elegidos por los trabaja­dores, de tipo
soviético. No por ello dejó Lenin de fustigar las vacilaciones, las
contradic­ciones y el eclecticismo de Kautsky en 1918. ¡Qué no hubiera
objetado a esta argumentación de Waldeck-Rochet: ”Puesto que no estamos
preparados para organizar de inmediato la in­surrección armada victoriosa,
será mejor no asustar a la burguesía y limitarse a pedir aumen­tos de
salario y a aceptar las elecciones; y eso en el momento en que Francia
cuenta con el mayor número de huelguistas de toda su historia, en que los
obreros ocupan las fábricas, en que el sindicato de la policía anuncia que
dejará de ejercer la represión, en que el Banco de Francia no puede ya
imprimir billetes de banco por falta de obreros dispuestos a trabajar, en
que – y éste es el signo más seguro del desquiciamiento del poder burgués –
unas capas tan periféricas como los arquitectos, los ciclistas
profesionales, los ayudantes de hospital y los notarios se ponen a
‘cuestionar’ al régimen”!



La discusión sobre la ”vacante de poder”, planteada de esta forma
metafísica, no tiene, evi­dentemente, ninguna salida. Pero Waldeck-Rochet,
que recoge por su cuenta la tesis gaullista de la ”conspiración” (¡según su
versión, los conspiradores son los gaullistas!), reemplazando, de este modo,
el análisis de la lucha de clases por el recurso a la demonología, debería
recor­dar que el poder, que, según parece, quería, a cualquier precio,
atraer a la clase obrera a la ”trampa” de la ”prueba de fuerzas”, perdió el
aliento buscando a los dirigentes sindicales para negociar la detención de
la huelga a cambio de concesiones materiales bastante sustanciales.



Si la intención del gaullismo hubiera sido realmente la de provocar una
prueba de fuerzas, su vía de actuación estaba clara: negarse al diálogo con
los sindicatos mientras las fábricas siguieran ocupadas. La prueba de fuerza
se hubiera hecho inevitable en un plazo de pocas semanas. ¡Sín embargo, se
cuidó mucho de no cometer semejante locura, y con motivo! Su estimación de
la relación de fuerzas y de su deterioro constante desde el punto de vista
de la burguesía era más exacta que la que Waldeck-Rochet nos presenta hoy.
Es decir, no buscaba la prueba de fuerzas, sino la finalización de la
huelga, lo antes posible y al precio que fuera. Esto quiere decir que toda
la tesis de la ”trampa” no es más que un mito que tiene por objeto desviar
la atención de los verdaderos problemas[14]. Si, por lo demás, puede
hablarse de un ”plan” de de Gaulle, el del 30 de mayo es brillante: detener
las huelgas lo antes posible, y luego ir a las elecciones. ¿Cuál fue la
reacción de la dirección del PCF? ¿No cayó de cabeza en esa ”trampa”, hasta
el punto de acusar a los huelguistas de ”ayudar al régimen a evitar las
elecciones”? ¿Y cuál fue el resultado?



Por esto es que toda la casuística desarrollada para dilucidar si realmente
el poder estaba vacante en mayo, y si de Gaulle había o no ”manifestado su
intención de retirarse y de dejar el puesto”, está relacionada con los
mismos métodos de pensamiento que sustituyen por la referencia a la
conspiración, a la astucia y a los ”provocadores” el análisis serio de las
fuerzas sociales en presencia y de la dinámica de sus relaciones recíprocas.



Una ”vacante de poder” no es ningún regalo que se reciba tal cual de la
historia; esperarla pasivamente, o con campañas electorales, significa
resignarse a no encontrársela jamás. Una ”vacante de poder” no es más que el
punto final de todo un proceso de deterioro de la relación de fuerzas para
la clase dominante. Ni siquiera Kerensky manifestaba la menor ”intención de
retirarse y ceder el puesto” unas horas antes de la insurrección de octubre.
Lo esencial no es entrar en discusiones escolásticas en torno a la
definición de una verdadera ”vacante de poder”. Lo esencial es intervenir en
la lucha de las masas de tal manera que se acelere incesantemente este
deterioro de la relación de fuerzas contra el capital. Aparte de la
estrategia orientada a arrebatar a la burguesía los poderes de hecho, la
propaganda incansable de la revolución, aun cuando sus condiciones no estén
aún completamente ”maduras”, constituye para ello una condición
necesaria[15].



El problema estratégico central es, pues, realmente, el de romper el dilema:
”O huelgas puramente reivindicativas, seguidas de elecciones (es decir,
business as usual), o insurrección armada inmediata, con la condición de que
la victoria esté asegurada por anticipado”. Hay que entender que unas
huelgas generales como las de diciembre de 1960-enero de 1961 en Bélgica, o
la de mayo de 1968 en Francia – sobre todo si relacionadas con ellas
aparecen nuevas formas de lucha radical de las masas –, pueden y deben
desembocar en algo más que en aumentos salariales, aun cuando los
preparativos para una insurrección armada no estén demasiado a punto. Pueden
y deben desembocar en la conquista por las masas de nuevos poderes de hecho,
de poderes de control y de veto que creen una dualidad de poder, eleven la
lucha de clases a su nivel más alto y exacerbado, y hagan madurar de este
modo las condiciones para una toma revolucionaria del poder.



4.

Espontaneidad de las masas, dualidad de poder y organización revolucionaria



Admitamos que los estudiantes tuvieran realmente intenciones revolucionarias
en mayo de 1968; pero, ¿no se limitó la inmensa mayoría de los trabajadores
a aceptar el carácter reivindicativo que los dirigentes sindicales
imprimieron a la huelga? Es de este modo que M. Duverger, Jean Dru y otros
corean el análisis del PCF.



Es realmente difícil saber qué pensaba realmente la masa de los trabajadores
durante las jornadas de mayo; en efecto, no se le concedió la palabra.
Hubiera sido fácil, sin embargo, averiguar sus preocupaciones, si realmente
se hubiera deseado conocerlas. Hubiera bastado con reunir a los trabajadores
en asambleas generales en las empresas, concederles amplia­mente la palabra,
decidir que las fábricas fueran ocupadas por toda la masa obrera, hacer que
en ellas reinara la más amplia democracia obrera, reunirlos en todas las
vicisitudes de la huelga; hubiera bastado, en suma, con crear, en el marco
de esa huelga general, ese tipo de comités de huelga electos, con delegados
revocables en todo momento; con ese tipo de contestación y de debate
permanente bajo la mirada crítica de las masas que es el de los soviets,
predicados para tales huelgas no sólo por Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg,
sino incluso por el Kautsky de 1918. Los dirigentes oficiales del movimiento
obrero francés están muy por detrás de ese Kautsky[16].



El hecho de que los dirigentes sindicales se hayan esforzado por evitar a
cualquier precio estas ocupaciones masivas y estas confrontaciones de ideas;
el de que hayan intentado por todos los medios impedir el acceso a las
fábricas a los portavoces de los estudiantes, indica que no estaban muy
seguros de las reacciones de los trabajadores. El hecho de que los
trabajadores convocados para ratificar el ”protocolo de Grenelle” lo
rechazaran por mayorías aplastantes constituye también un indicio de la
voluntad instintiva de las masas de superar la fase de un movimiento
puramente reivindicativo.



Cabe, por lo demás, plantearse esta pregunta: si es cierto que todo lo que
deseaban los trabaja­dores era un aumento importante de los salarios, ¿por
qué entraron espontáneamente en la vía de las ocupaciones de fábricas? Los
trabajadores franceses han desarrollado distintos movi­mientos por aumentos
salariales durante los últimos veinte años. Nunca esos movimientos tuvieron
una amplitud comparable con la de mayo de 1968; nunca sus formas de acción
se aproximaron a las de mayo de 1968. Con la ocupación de fábricas;
lanzándose a la calle a decenas y a veces a cientos de miles; izando
banderas rojas en las empresas; expandiendo por todas partes consignas como
”con diez años, ya basta”; ”las fábricas a los obreros”; ”poder obrero”, ”el
poder a los trabajadores”, la masa de los huelguistas expresaba unas
aspiraciones que desbordaban ampliamente las reivindicaciones puramente
salariales[17].



Pero existe una prueba aún mucho más convincente de que también los
trabajadores querían ir más allá de una simple campaña rutinaria ”por
salarios y unas buenas elecciones”. Se trata de su comportamiento en todas
partes en que tuvieron ocasión de expresarse libremente, en que la pantalla
burocrática se resquebrajó y cayó, en que pudieron desarrollarse iniciativas
desde la base. Se está lejos de haber hecho un inventario completo de estas
experiencias; pero su lista es ya impresionante:



– en la fábrica C.S.F., de Brest, los trabajadores decidieron continuar la
fabricación, pero produjeron lo que ellos consideraron importante, en
especial ”walkie-talkies” que ayudaron a los huelguistas y a los
manifestantes a defenderse contra la represión;



– en Nantes, el comité de huelga trató de controlar la circulación hacia la
ciudad y hacia fuera de ella, distribuyendo permisos de circulación y
bloqueando mediante barricadas los accesos a la ciudad. Parece, por lo
demás, que este mismo comité emitió unos bonos de crédito que eran aceptados
como moneda por ciertos comerciantes y agricultores;



– en Caen, el comité de huelga prohibió todo acceso a la ciudad durante
veinticuatro horas;



– en las fábricas Rhône-Poulenc, en Vitry, los huelguistas decidieron
establecer relaciones directas de intercambio con los agricultores, trataron
de extender la experiencia a otras empresas, y discutieron el paso a la
”huelga activa” (es decir, a la reanudación del trabajo por cuenta de ellos
y con sus propios planes), al mismo tiempo que llegaban a la conclusión de
que sería preferible remitir esta experiencia al momento en que varias otras
empresas los siguieran en esta vía[18];



– en Cementos de Mureaux, los obreros votaron en asamblea general la
revocación del director. Se negaron a aceptar la propuesta patronal de votar
nuevamente. El director en cuestión fue entonces enviado a una sucursal de
la empresa, en la que, por solidaridad con los de Mureaux, los trabajadores
desencadenaron de inmediato una huelga, la primera en la historia de esa
fábrica;



– en Pilas Wonder, en Saint-Ouen, los huelguistas eligieron un comité de
huelga en asamblea general, y, para manifestar su reprobación de la
orientación reformista de la CGT, se encerraron con barricadas en su fábrica
y prohibieron el acceso a ella a los responsables sindicales;



– en Saclay, los trabajadores del centro de energía nuclear confiscaron
material de la fábrica para proseguir la huelga;



– en los astilleros de Rouen, los trabajadores tornaron bajo su protección a
los jóvenes que vendían literatura revolucionaria, e impidieron el acceso a
la fábrica de los CRS que les perseguían para detenerlos;



– en varias imprentas de París, los trabajadores o bien impulsaron la
modificación de titulares (Le Figaro), o bien se negaron a imprimir un
diario (La Nation), cuando su contenido era directamente perjudicial para la
huelga;



– en París, el C.L.E.O.P. (Comité de enlace estudiantes-obreros-campesinos)
organizó convoyes de abastecimiento que se aprovisionaban en cooperativas
agrícolas y distribuyeron los productos en las fábricas, vendiéndolos a
precio de coste (pollos a veinticuatro céntimos de franco, huevos a once
céntimos, por ejemplo); Serge Mallet[19] indica acciones del mismo género en
el oeste de Francia;



– en la Peugeot, en Sochaux, los trabajadores construyeron barricadas contra
la intrusión de los CRS, y los echaron violentamente de la fábrica;



– en las fábricas Citroën, en París, se hizo una primera tentativa, modesta
y embrionaria, de requisar camiones para el avituallamiento de los
huelguistas;



– el caso tal vez más elocuente: en Astilleros del Atlántico, en
Saint-Nazaire, los trabajadores ocuparon la empresa y se negaron, durante
diez días, a presentar un cuaderno de reivindicaciones inmediatas, pese a la
constante presión del aparato sindical[20].



Cuando esta lista quede completada, ¿cómo podrá discutirse el que exprese la
tendencia espontánea de la clase obrera a tomar en mano su propia suerte y a
reorganizar la sociedad según sus convicciones y su ideal? ¿Son ésas
manifestaciones de una huelga puramente reivindicativa, de una huelga
”cualquiera”, o de una huelga cuya amplitud y cuya lógica empujaban a las
propias masas a desbordar las reivindicaciones inmediatas [21]?



Se ha contrapuesto a este análisis el resultado de las elecciones
legislativas y el auge gaullista que éste refleja. Pero se trata de unos
análisis intensamente teñidos de cretinismo parlamentario, de ignorancia
fingida de lo que representan unas elecciones en la democracia burguesa.



En la primera vuelta, la izquierda obtuvo el 41 % de los votos, y los
gaullistas el 44 %. Pero si se toma en cuenta el elevado número de
trabajadores que esta vez se abstuvieron por asco de la política de las
grandes organizaciones obreras, sin dejar por ello de permanecer disponibles
para la acción; si se toman en cuenta los cientos de miles de jóvenes que
estaban en la vanguardia del movimiento de mayo de 1968, pero que están
desprovistos de derecho de voto en un sistema electoral antidemocrático – y
también debido a la negativa a poner al día las listas electorales, negativa
que privó del derecho de voto a los que habían alcanzado recientemente la
mayoría de edad –, puede presumirse, sin exageración, que, incluso después
de la inmensa decepción del 30 de mayo, las fuerzas de la izquierda y del
gaullismo estaban equilibradas en el seno del pueblo francés.



Ahora bien, este equilibrio se daba tras una maniobra victoriosa del
gaullismo y de un fracaso táctico lamentable de la izquierda, que había
aceptado las reglas de juego prescritas por el enemigo de clase: detener la
huelga sobre una base puramente reivindicativa; aceptar de hecho la
represión contra la extrema izquierda; remitirse a las elecciones para
dirimir los problemas vitales levantados por mayo de 1968. ¿Puede dudarse
por un solo instante que si la iniciativa hubiera permanecido del lado de la
izquierda, si ésta hubiera podido hacer que fructificara el enorme capital
de combatividad, de entusiasmo y de generosidad acumulado durante las cuatro
semanas de mayo, y hubiera impuesto el control obrero, comités de fábrica y
de barrio elegidos democráticamente, federados a nivel local y regional y
confederados a escala nacional, piquetes de huelga armados, imprentas a
disposición del pueblo, y todo eso además de la satisfacción de las
reivindicaciones inmediatas, puede dudarse que entonces el 45 % de la nación
francesa que la izquierda representaba, pese a todo, la noche del 23 de
junio, se hubiera convertido, en un espacio de días, en más del 50 %?



Toda la historia contemporánea lo atestigua: si bien el ”miedo a la guerra
civil” es un móvil de opción política para las clases medias y las ”capas
flotantes del electorado”, por otro lado la inclinación a pasarse al campo
del más fuerte, la tentación de subirse al carro que va en dirección a la
victoria, el atractivo de la iniciativa más resuelta y enérgica, pesan en la
balanza de un modo mucho más decisivo[22]. En este sentido, de Gaulle había
ganado la batalla ya en la noche del 30 de mayo, no tanto reagrupando al
”partido del miedo” como ganando por la mano a sus adversarios políticos,
marcados por las dudas, el inmovilismo y el espíritu de capitulación.



Se ha objetado a menudo a la estrategia de reformas de estructura
anticapitalistas, a la estrategia del programa de transición que nosotros
preconizamos, que sólo es eficaz si la aplican las grandes organizaciones
obreras, sindicales y políticas. Sin el dique que tan sólo estas
organizaciones pueden levantar contra la infiltración permanente de la
ideología burguesa y pequeñoburguesa en el seno de la clase obrera, ésta
estaría actualmente condenada a limitarse a luchas reivindicativas. La
experiencia de mayo de 1968 ha desmentido totalmente este diagnóstico
pesimista.



Sin duda, la existencia de sindicatos y de partidos de masas no integrados
al régimen capitalista, que educaran incesantemente a los trabajadores en un
espíritu de desafío y de cuestionamiento global frente a ese régimen, sería
una baza enorme para acelerar la maduración de la conciencia de clase
revolucionaria en el seno de los trabajadores – y eso aunque esos sindicatos
y partidos no fueran instrumentos adecuados para la conquista del poder.
Pero la experiencia de mayo de 1968 ha demostrado que incluso estando
ausente una vanguardia revolucionaria de masas esta toma de conciencia
acaba, de todos modos, por irrumpir en el seno del proletariado, porque está
alimentada por toda la experiencia práctica de las contradicciones
neocapitalistas que los trabajadores acumulan día tras día a lo largo de los
años.



La espontaneidad es la forma embrionaria de la organización, decía Lenin. La
experiencia de mayo de 1968 permite precisar de dos modos la actualidad de
esta idea. La espontaneidad obrera no es jamás una espontaneidad pura; en el
seno de las empresas actúan los fermentos de los grupos de vanguardia – a
veces un solo militante revolucionario curtido – cuya tenacidad y paciencia
se ven recompensadas precisamente en esos momentos de fiebre social que
llega a su paroxismo. La espontaneidad obrera desemboca en la organización
de una vanguardia más amplia porque en el plazo de unas pocas semanas
millares de trabajadores han comprendido la posibilidad de la revolución
socialista en Francia. Han comprendido que deben organizarse con este fin, y
tejen mil lazos con los estudiantes, con intelectuales, con los grupos
revolucionarios de vanguardia, que, poco a poco, van dando forma al futuro
partido revolucionario de masas del proletariado francés, del que la JCR[23]
se muestra ya desde ahora como su núcleo más sólido y dinámico.



No somos plácidos admiradores de la pura y simple espontaneidad obrera. Aun
cuando ésta se revalorice, inevitablemente, ante el conservadurismo de los
aparatos burocráticos[24], choca, sin embargo, con unos límites evidentes
ante un aparato de estado y una máquina represiva altamente especializados y
centralizados. En ninguna parte ha logrado aún la clase obrera derribar
espontáneamente el régimen capitalista y el estado burgués en un territorio
nacional; y sin duda jamás lo conseguirá. Incluso la extensión de órganos de
dualidad de poder a todo un país de las dimensiones de Francia es, si no
imposible, sí al menos enormemente difícil en ausencia de una vanguardia ya
lo bastante implantada en las empresas como para poder generalizar
rápidamente las iniciativas de los trabajadores de algunas fábricas piloto.



Por otra parte, no tiene ninguna ventaja el exagerar la amplitud de la
iniciativa espontánea de las masas trabajadoras en mayo de 1968. Ésta estaba
presente en todas partes, en potencia; no se hizo realidad más que en una
serie de casos limitados, tanto al nivel de desencadenamiento de ocupaciones
de fábricas como al de las iniciativas de dualidad de poder antes
mencionadas. Los estudiantes en acción escaparon, en su gran mayoría, a los
intentos de canalización hacia vías reformistas; los trabajadores, una vez
más, se han dejado canalizar en su mayoría. No hay que echárselo en cara; la
responsabilidad la tienen los aparatos burocráticos que se han esforzado
durante años en ahogar en su seno todo espíritu crítico, toda manifestación
de oposición respecto a la orientación reformista o neorreformista, todo
resto de democracia obrera. La victoria política gaullista de junio de 1968
es el precio que paga el movimiento obrero por estas relaciones aún no
trastocadas entre la vanguardia y la masa en el seno del proletariado
francés.



Pero si bien es cierto que mayo del 68 ha permitido verificar una vez más la
ausencia de una dirección revolucionaria adecuada y las consecuencias
inevitables que de ello se desprenden para el éxito del ascenso
revolucionario, por otra parte la experiencia permite también entrever – por
primera vez en Occidente desde hace más de treinta años – las dimensiones
reales del problema y sus vías de solución. Lo que faltó en mayo de 1968
para que se produjera una primera incursión decisiva hacia la dualidad de
poder – para que Francia conociera, salvando las proporciones, su febrero de
1917 – fue una organización revolucionaria no más numerosa en las empresas
de lo que era ya en las universidades. En ese momento preciso, y en esos
sitios, unos núcleos reducidos de obreros, articulados, armados de un
programa y de un análisis político correctos, y capaces de hacerse oír,
hubieran bastado para impedir la dispersión de los huelguistas, para imponer
en las principales fábricas del país la ocupación de masas y la elección
democrática de los comités de huelga. Esto no hubiera sido, desde luego, ni
la insurrección ni la toma del poder. Pero se hubiera girado una página
decisiva de la historia de Francia y de Europa. Todos aquellos que creen
posible y necesario el socialismo deben actuar de modo que sea girada la
próxima vez.



5.

Participación, autogestión, control obrero



Para conquistar el poder se necesita una vanguardia revolucionaria que haya
convencido ya a la mayoría de los asalariados de la imposibilidad de ir al
socialismo por vía parlamentaria, que sea ya capaz de movilizar a la mayoría
del proletariado bajo su bandera. Si el PCF hubiera sido un partido
revolucionario – es decir, si hubiera educado a los trabajadores en ese
mismo espíritu incluso en los períodos en que la revolución no estaba a la
orden del día, incluso en las fases contrarrevolucionarias, tal como dice
Lenin –, entonces, en abstracto, esta toma del poder hubiera sido posible en
mayo de 1968. Sólo que entonces muchos de los supuestos hubieran sido muy
distintos de la realidad de mayo de 1968.



Dado que el PCF no es un partido revolucionario, y dado que ningún grupo de
vanguardia dispone todavía de audiencia suficiente en la clase obrera, mayo
del 68 no podía terminar en una toma del poder. Pero una huelga general con
ocupación de fábricas puede y debe terminar con la conquista de reformas de
estructura anticapitalistas, con la realización de reivindicaciones
transitorias, es decir, con la creación de una dualidad de poder, de un
poder de hecho de las masas opuesto al poder legal del capital. Para la
realización de una dualidad de poder no resulta indispensable un partido
revolucionario de masas; basta con un poderoso empuje espontáneo de los
trabajadores, estimulado, enriquecido y parcialmente coordinado por una
vanguardia revolucionaria organizada, aún demasiado débil para disputar
directamente la dirección del movimiento obrero a los aparatos
tradicionales, pero ya lo bastante fuerte para desbordarla en la práctica.



Esta vanguardia organizada no es aún un partido; es un partido en devenir,
el núcleo de un futuro partido. Y si bien los problemas de construcción de
ese partido se sitúan, a grandes rasgos, en un marco análogo al esbozado por
Lenin en ¿Qué hacer?, su solución tiene que estar enriquecida por sesenta
años de experiencia y por la incorporación de todas las particularidades que
caracterizan hoy al proletariado, a los estudiantes y a las demás capas
explotadas de los países imperialistas.



Hay que tener en cuenta que, históricamente, esta tentativa será la tercera
– tras haber fracasado las de la SFIO y el PCF –, y que los fracasos del
pasado inculcan a los trabajadores y a los estudiantes una acentuada – y
justificada – desconfianza respecto a todo intento de manipulación, a todo
dogmatismo esquemático, a todo esfuerzo por sustituir los objetivos que las
masas se asignan a sí mismas por objetivos teledirigidos. Por el contrario,
la capacidad de apoyar y ampliar todo movimiento parcial por objetivos
justos, de mostrarse como el mejor organizador de todos esos combates
parciales y sectoriales, es lo que da al militante revolucionario (y a su
organización) la autoridad necesaria para integrarlos a una acción
anticapitalista de conjunto.



Se ha denunciado el carácter falsificador del movimiento gaullista de la
”participación” lo bastante para que no sea necesario extenderse demasiado
al respecto. Mientras subsista la propiedad privada de los principales
medios de producción, la irregularidad de las inversiones provoca
inevitablemente unas fluctuaciones cíclicas de la actividad económica, es
decir, el paro. Mientras la producción sea, en lo esencial, una producción
para el beneficio, no estará orientada a satisfacer ante todo las
necesidades de los hombres, sino que se orientará hacia los sectores que den
mayor beneficio (así sea ”manipulando” la demanda). Mientras en la empresa
el capitalista y su director conserven el derecho de mandar sobre los
hombres y las máquinas – y, desde de Gaulle hasta Couve de Murville, todos
los paladines del régimen han precisado claramente que ni por un instante
han pensado en poner en tela de juicio ese poder –, el trabajador seguirá
estando alienado en el proceso de producción.



Si sumamos estas tres características del régimen capitalista, obtendremos
la imagen de una sociedad en la que subsisten los rasgos fundamentales de la
condición proletaria. Subsiste la inseguridad de la existencia. Subsiste la
alienación del productor. La del consumidor incluso aumentará. La venta de
la fuerza de trabajo desembocará, como antes, en la aparición de una
plusvalía y en la acumulación de un capital que es propiedad de una clase
distinta a aquella que la ha engendrado con su trabajo[25]. Dentro de estos
límites, una ”participación” equivale, en suma, a un intento de acentuar la
alienación, de hacer perder a los trabajadores la conciencia de estar
explotados, sin suprimir la alienación misma. Los proletarios tendrán el
derecho a ser consultados sobre cuántos de ellos serán despedidos. ¡Felices
las gallinas que participan en la selección de los procedimientos que se
emplearán para desplumarlas!



Deshacer el engaño de los parloteos sobre la ”participación”, sin embargo,
no basta. No es casual que esa demagogia haya surgido con ocasión de la
crisis de mayo. Expresa, por parte del régimen, una toma de conciencia de la
agudeza de las contradicciones sociales en la Francia neocapitalista, un
presentimiento de su carácter explosivo durante todo un período histórico.
Si no, ¿cómo explicar que fuerzas importantes del gran capital se vean
obligadas a utilizar unos argumentos que pudieron ahorrarse incluso en 1936
y en 1944-45? Es chocante el paralelismo entre la socialdemocracia alemana
luchando contra Spartakus, los consejos de obreros y soldados, en enero de
1919, bajo la consigna ”la socialización está en marcha”, y de Gaulle
intentando encauzar la revolución que asciende desde abajo insinuando que se
dispone a realizar una revolución desde arriba, en orden y tranquilidad,
naturalmente.



La explosión de mayo ha planteado de golpe, ante toda la sociedad francesa,
la cuestión social de nuestra época en los países imperialistas. ¿Quién
mandará sobre las máquinas? ¿Quién decidirá las inversiones, su orientación,
su localización? ¿Quién determinará el ritmo de trabajo? ¿Quién elegirá el
abanico de productos a fabricar? ¿Quién establecerá las prioridades en el
empleo de los recursos productivos de que dispone la sociedad? Pese al
intento de reducir la huelga general a un problema de retribución de la
fuerza de trabajo, la realidad económica y social obliga y seguirá obligando
a todo el mundo a discutir el problema fundamental, tal como Marx lo
formuló: no sólo aumentos de salarios, sino supresión del salariado.



Los socialistas revolucionarios no podrán dejar de alegrarse. Este giro de
los acontecimientos confirma lo que llevan proclamando desde hace años, es
decir, que la lógica de la economía neocapitalista y de las luchas de clases
amplificadas desplazará cada vez más el centro de gravedad de los debates y
de la acción de los problemas de reparto de la renta nacional a los
problemas del mantenimiento o derrocamiento de las estructuras capitalistas
en la empresa, en la economía y en toda la sociedad burguesa.



En el curso de la crisis de mayo, la consigna de ”autogestión” se lanzó
desde diversos lados. Como consigna de propaganda general, no hay nada que
objetarle, a condición, eso sí, de que se reemplace ”autogestión de las
empresas” por ”autogestión de los trabajadores”, y que se precise que esta
última implica el advenimiento de una planificación democráticamente
centralizada de las inversiones y algunas garantías suplementarias; de no
ser así, el ”productor desproletarizado” puede volver a verse siendo un Juan
Lanas como antes, y podrá convertirse en parado de la noche a la mañana[26].



Pero como objetivo inmediato de acción, y al margen de las situaciones
pre-insurreccionales en las que se plantea el derrocamiento inmediato del
régimen capitalista, y especialmente en la forma en que fue utilizada
algunas veces por dirigentes de la CFDT, esta consigna encierra una
peligrosa confusión. La autogestión de los trabajadores presupone el
derrocamiento del poder del capital, en las empresas, en la sociedad, y
desde el punto de vista del poder político. Mientras ese poder subsista, no
sólo es una utopía el pretender transferir el poder de decisión a los
trabajadores, fábrica a fábrica (¡como si las decisiones estratégicas de la
economía capitalista contemporánea se tomaran a ese nivel y no al de los
bancos, los trusts, los monopolios y el estado!); es, también, una utopía
reaccionaria, ya que tendería, si por casualidad encontrara un comienzo de
institucionalización, a transformar a los colectivos de obreros en
cooperativas de producción que se verían obligadas a sostener una
competencia con las empresas capitalistas y a someterse a las leyes de la
economía capitalista y a los imperativos del beneficio. Se hubiera llegado,
dando un rodeo, al mismo resultado que aquél al que apunta la
”participación” gaullista: quitar a los trabajadores la conciencia de estar
explotados sin eliminar las causas esenciales de esa explotación.



La respuesta inmediata que tanto los acontecimientos de mayo como el
análisis socioeconómico del neocapitalismo sugieren ante el problema del
cuestionamiento del marco capitalista de la empresa y de la economía no
puede ser, pues, ni la de ”participación” (abierta colaboración de clase),
ni la de ”autogestión” (integración indirecta en la economía capitalista),
sino la de control obrero. El control obrero es, para los trabajadores, el
equivalente exacto de lo que representa para los estudiantes la contestación
total.



Control obrero significa afirmación por parte de los trabajadores de la
negativa a permitir que la patronal disponga libremente de los medios de
producción y de la fuerza de trabajo. La lucha por el control obrero es la
lucha por un derecho de veto de unos representantes libremente elegidos por
los trabajadores y revocables en todo momento[27] sobre la contratación y
los despidos, sobre los ritmos de las cadenas, sobre la introducción de
nuevas fabricaciones, sobre el mantenimiento o la supresión de toda
fabricación, y, evidentemente, sobre el cierre de las empresas. Es la
negativa a discutir con la patronal o el gobierno en su conjunto sobre el
reparto de la renta nacional mientras los trabajadores no hayan obtenido la
posibilidad de desenmascarar la forma en que los capitalistas marcan las
barajas cuando hablan de precios y beneficios. Es, en otros términos, la
apertura de los libros de contabilidad patronales y el cálculo por los
trabajadores de los auténticos precios de coste y de los verdaderos márgenes
de beneficios.



El control obrero no debe concebirse como un esquema hecho una vez por todas
que la vanguardia trata de insertar en el desarrollo real de la lucha de
clases. La lucha por el control obrero – con la que se identifica en una
amplia medida la estrategia de las reformas de estructura anticapitalistas,
la lucha por el programa de transición – debe, por el contrario, entrar en
todas las sinuosidades de las preocupaciones inmediatas de las masas, surgir
y resurgir una y otra vez de la realidad cotidiana vivida por los
trabajadores, las amas de casa, los estudiantes, los intelectuales
revolucionarios.



¿Implica el alza de salarios conquistada en mayo de 1968, ”necesariamente”,
una elevación de los precios de coste? ¿Hasta qué punto? ¿La elevación de
los precios al por menor es realmente resultado de esta elevación de las
remuneraciones[28]?



¿No estará tratando la patronal de ”recuperar las pérdidas causadas por las
huelgas” mediante una aceleración de los ritmos, es decir, no tratará de
restablecer su tasa de ganancia mediante el aumento de la plusvalía
relativa? ¿Quién es el responsable de la hemorragia de reservas de cambio
que ha sufrido Francia en un plazo de pocos días? No serán, imaginamos, los
trabajadores, ni siquiera los ”grupúsculos izquierdistas”, los que han
transferido miles de millones de francos a Suiza y a otras partes.



Es en base a estas cuestiones, y a cuestiones análogas suscitadas por la
realidad cotidiana, que puede constantemente ampliarse, actualizarse y
perfeccionarse la agitación por el control obrero.



El objetivo no es crear nuevas instituciones en el marco del régimen
capitalista. El objetivo es elevar el nivel de conciencia de las masas, su
combatividad, su capacidad de replicar golpe a golpe ante cada medida
reaccionaria de la patronal o el gobierno, cuestionar, no de palabra, sino
con actos, el funcionamiento del régimen capitalista. Así será cómo se
afianzará la insolencia revolucionaria de las masas, su resolución de echar
a un lado el ”orden” y la ”autoridad” capitalistas para crear un orden
superior, el orden socialista de mañana, dentro de un celoso respeto por la
democracia de los trabajadores. Es en la medida en que se generalice la
lucha por el control obrero; en que se amplíe incesantemente la prueba de
fuerza con la patronal, con la consiguiente toma de conciencia
revolucionaria de las masas; en que surjan por todos lados organismos de
dualidad de poder, es en esta medida que el paso de la ”ocupación pasiva” a
la ”ocupación activa”, es decir, la reanudación de la economía bajo la
gestión de los trabajadores mismos, adquiere un sentido no simbólico, sino
real, es en esta medida que desaparecerá el peligro de
”institucionalización” de las fábricas autogestionadas en el marco del
régimen capitalista y que podrá un congreso de comités elegidos por los
trabajadores tomar en sus manos la organización económica del nuevo poder,
encarnando, al mismo tiempo, al nuevo poder en el plano político. Mayo de
1968 ha tenido el mérito histórico de demostrar que la lucha por este
control obrero, que el nacimiento de la dualidad de poder, a partir de las
entrañas mismas de las contradicciones neocapitalistas y de la iniciativa
creadora de las masas, son posibles y necesarios en toda la Europa
capitalista[29]. Una etapa posterior contemplará su florecimiento, es decir,
pondrá a la orden del día la incursión al socialismo, a la desalienación del
hombre. Estamos en el comienzo; prosigamos el combate.



Notas



[1] Este artículo, fechado el 20 de julio de 1968, fue traducido a muchos
idiomas (el original escrito en francés)



[2] Toda lista de artículos y libros referidos a este debate sería
necesariamente incompleta. Recordemos, tan sólo para refrescar la memoria,
los artículos aparecidos en Les Temps modernes de agosto-septiembre de 1964
(Mandel, Santi, Poulantzas, Declercq-Guiheneuf, Tutino, Ingrao, Trentin,
Anderson, Topham, Liebman); en la Revue internationale du socialismo, n.° 7,
8, 9 y 10, 2.° año (1963) (Prager, Basso, Herkommer, Therborn, Marchal, J.
M. Vincent, Marcuse, Mallet, Mandel, Gorz, Topham); los libros de André
Gorz, de Serge Mallet, de Pierre Naville, de Ken Coates, de Livio Maitan, de
Jean Dru; el coloquio del Instituto Gramsci y del C.E.S., etc.



[3] Los elementos ”históricos” incorporados al valor de la fuerza de trabajo
—por volver al vocabulario de Marx— más allá de los elementos puramente
fisiológicos, tienden a aumentar, y por ello mismo, los salarios reales, aun
cuando estén en alza, pueden caer por debajo de este valor.



[4] Se menciona a menudo la supresión de las mediaciones entre el poder y el
pueblo, provocada por el advenimiento del gaullismo, como una de las causas
lejanas de la explosión de mayo. Más allá de este fenómeno particular de
Francia, hay que encontrar los rasgos generales propios del neocapitalismo
mismo.



[5] Esto se ha verificado incluso en Alemania occidental en 1967, año
marcado por un auge excepcional de las huelgas salvajes. La más importante
de las huelgas ”oficiales” de ese año, la de los obreros del caucho de
Hesse, empezó como huelga salvaje.



[6] Ernest Mandel, ”Une stratégie socialiste pour l’Europe occidentale”, en
Revue internationale du socialismo, 2.° año, n.° 9, pp. 286-287.



[7] Waldeck-Rochet afirma, en su informe ante el comité central del PCF del
8-9 de julio de 1968 (L’Humanité, 10 de julio de 1968), que ”la segunda de
nuestras tareas es la defensa de las libertades democráticas contra las
tendencias autoritarias y fascistas que irán fortaleciéndose”. ¿A qué se
debe, entonces, que el PCF no dijera ni una palabra en protesta contra la
prohibición de las organizaciones de extrema izquierda, y que incluso le
ofreciera al gobierno el pretexto para esta prohibición, siendo el primero
en hablar de ”las milicias armadas de Geismar”? La historia del movimiento
obrero y democrático demuestra, sin embargo, que una represión tolerada
contra la extrema izquierda se extiende progresivamente a toda la izquierda.
Los dirigentes socialdemócratas pudieron meditar, en los campos de
concentración nazis, sobre la cordura política que consistía en aceptar las
medidas anticomunistas bajo el pretexto de que ”la violencia comunista”
provocaría ”objetivamente” la represión fascista.



[8] Lenin, Oeuvres choisies, en dos vols., ediciones en lenguas extranjeras,
Moscú, 1946, t. I, p. 542. (”Las enseñanzas de la insurrección de Moscú”):
”Las formas esenciales del movimiento de diciembre, en Moscú, han sido la
huelga pacífica y las manifestaciones. La inmensa mayoría de los obreros no
han participado activamente más que en estas dos formas de lucha. Pero
precisamente el movimiento de diciembre, en Moscú, ha demostrado
espectacularmente que la huelga general, como forma independiente y
principal de lucha, ha quedado superada; que el movimiento desborda con una
fuerza instintiva, irresistible, estos marcos demasiado estrechos, dando
origen a la forma superior de la lucha: la insurrección.”



[9] Desde el inicio de las ocupaciones de empresas, las fuerzas de represión
intentaron recuperar algunos puntos estratégicos ocupados por los
huelguistas, como el centro de telecomunicaciones. Un movimiento obrero al
que los acontecimientos no hubieran tomado desprevenido hubiera sabido
defender estas posiciones clave, logradas sin ninguna dificultad, y partir
de esas provocaciones del poder para hacer que las masas fueran aceptando
progresivamente la idea de un armamento defensivo de los piquetes de huelga.
El ”miedo a la guerra civil” hubiera sido reemplazado por la voluntad de
autodefensa.



[10] Admírese la fuerza del argumento. La especie de ”revolución pacífica”
que espera la dirección del PCF es, sin duda, una revolución en la que,
desde un comienzo, ”las fuerzas militares y represivas” se evaporen por
ensalmo o... estén del lado del pueblo. Esperaremos con impaciencia que
Waldeck-Rochet nos notifique esa transustanciación milagrosa de un ejército
burgués y de una fuerza de represión en pura nada o en ”ejército del
pueblo”, sin previa lucha, sin medios necesariamente revolucionarios para la
desintegración de ese ejército. Cf. Lenin: ”Es imposible, según se nos dice,
luchar contra un ejército moderno; es preciso que el ejército se haga
revolucionario. Desde luego, si la revolución no se gana a las masas y al
ejército mismo, no puede ni pensarse en una lucha seria. Naturalmente, la
acción en el ejército es necesaria. Pero no hay que imaginar este cambio
súbito de la tropa como un acto simple y aislado, que resulte de la
persuasión por un lado, y, por otro, del despertar de la conciencia. La
insurrección de Moscú demuestra, con toda evidencia, hasta qué punto esa
concepción es rutinaria y estéril. En realidad, la indecisión de la tropa,
inevitable en todo movimiento verdaderamente popular, conduce, cuando la
lucha revolucionaria se intensifica, a una verdadera lucha por la conquista
del ejército. La insurrección de Moscú nos presenta, precisamente, la lucha
más implacable y enconada de la reacción y de la revolución por conquistar
el ejército” (op. cit., pp. 545-46).



[11] L’Humanité, 10 de julio de 1968.



[12] Es significativo, al respecto, que la dirección de la CGT no proclamara
en ningún momento la huelga general, contentándose con afirmar que ésta ”era
un hecho”. En realidad, la proclamación de la huelga general implicaba la
formulación de objetivos que desbordaban los de una lucha reivindicativa, e
implicaba (dentro de la tradición leninista) que se reconociera que estaba
planteada la cuestión del poder. En 1960-61, en Bélgica, ante una huelga que
era, sin embargo, mucho menos dura que la de Francia en mayo de 1968, y sin
ocupación de fábricas, el PC criticaba a la dirección sindical
socialdemócrata por no proclamar la huelga general. Lo que ocurría era que
en Bélgica el PC no es más que una minoría bastante pequeña en el seno del
movimiento sindical.



[13] Waldeck-Rochet afirma, también: ”La condición del éxito de la vía
pacífica es que la clase obrera, gracias a una correcta política de
alianzas, logre agrupar, en la lucha por el socialismo, una superioridad de
fuerzas tal que la gran burguesía, aislada, no esté ya en condiciones de
recurrir a la guerra civil contra el pueblo.” Todo el cretinismo reformista
se manifiesta en estas palabras: la ”superioridad de fuerzas” no se mide ya
por la amplitud de la movilización, la iniciativa, la audacia, la energía
del proletariado, sino tan sólo por la desaparición de la voluntad de
resistencia del adversario. ¡Mientras la burguesía sea capaz de ”recurrir a
la guerra civil”, mejor no abrir boca! Con semejante estado de espíritu, ni
la revolución rusa, ni la revolución yugoslava, ni la revolución china, por
no hablar de la revolución cubana o de la revolución vietnamita, se hubieran
emprendido nunca. Dicho sea de paso, ese ánimo apocado es el mejor aliento
para que la burguesía desencadene su guerra civil. La socialdemocracia se
anuló ante Hitler con argumentos de esa especie, y en Grecia fue la misma
mentalidad la que permitió que los coroneles tomaran el poder sin encontrar
seria resistencia.



[14] Cuando de Gaulle le dio la vuelta a la situación, el 30 de mayo, al
aceptar los dirigentes del movimiento obrero el repliegue a ”vías
parlamentarias”, le fue posible, evidentemente, endurecer la presión de las
fuerzas represivas. Pero incluso entonces los casos de Flins y de Sochaux
demostraron cuáles eran las posibilidades de réplica obrera. El ”espectro de
la guerra civil” es utilizado tanto por el régimen como por la dirección del
PCF para velar la situación real y sus posibilidades, las de la dinámica de
una política de autodefensa popular. Unas fuerzas represivas extenuadas por
combates incesantes contra los estudiantes, que empezaron a extenderse a un
número de ciudades cada vez mayor; las vacilaciones del régimen para
movilizar al ejército estacionado en Francia (y acuartelado durante las
semanas decisivas); la posibilidad de transformar a varios cientos de
empresas en bastiones que resistieran ante los C.R.S. y protegieran a los
manifestantes, he aquí cuáles eran los supuestos del problema. ¿Cuáles
hubieran podido ser, en esas condiciones concretas, las posibilidades y
objetivos de una intervención de los paracaidistas, en plena huelga general
y ante un proletariado que tenía en sus manos la prenda suprema de todo el
aparato productivo del país? La experiencia de julio de 1936 en España,
cuando una intervención del ejército fue aplastada, en pocos días, en
prácticamente todos los centros proletarios, por trabajadores resueltos,
está llena de enseñanzas. La Francia de 1968 está lejos de tener tantas
regiones atrasadas, base de repliegue del fascismo, como tenía España en
1936. La Europa de 1968 no tiene nada en común con la Europa de 1936. Las
clases medias francesas no estaban demasiado dispuestas a aceptar una
dictadura sangrienta. ¿Quién puede creer que de Gaulle no hizo todos sus
cálculos y que se hubiera atrevido a emitir sus amenazas si no hubiera
estado seguro de que sus adversarios retrocederían en vez de replicarle?



[15] ”Kautsky no comprende en absoluto algo tan cierto como que aquello que
distingue al marxista revolucionario del vulgo y del pequeño burgués es que
sabe predicar a las masas ignorantes la necesidad de la revolución que está
madurando, demostrar su llegada ineluctable, explicar su utilidad para el
pueblo, preparar para ella al proletariado y a todas las masas trabajadoras
y explotadas.” (Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky.)



[16] Lenin, ibid., citando a Kautsky, que escribía: ”Contra las fuerzas
colosales de que dispone el capital financiero en los terrenos económico y
político, los viejos métodos de lucha económica y política del proletariado
demuestran en todas partes ser insuficientes... La organización soviética es
uno de los fenómenos más importantes de nuestra época. Promete adquirir una
importancia primordial en las grandes batallas decisivas que se avecinan
entre el capital y el trabajo.”



[17] Citemos una vez más a Lenin. ”¡Y qué vergüenza para la socialdemocracia
serán siempre estos discursos sobre la conspiración (cf. la ”aventura
izquierdista”, E. M.) con ocasión de un movimiento popular de la amplitud de
la insurrección de diciembre en Moscú!”, Lenin, Informe sobre el Congreso de
unificación del POSDR, junio de 1906.



[18] Señalemos que los mismos obreros entraron espontáneamente en contacto
con distintas fábricas químicas de Europa occidental, demostrando mayor
espíritu de iniciativa y mayor ”conciencia europea” que todas las
direcciones sindicales europeas juntas. La FIOM-CISL (federación
internacional de obreros metalúrgicos, parte de la confederación
internacional de sindicatos libres a la que están adheridos el DGB alemán,
la FGTB belga, las Trade-Unions británicas, en particular), que estaba en
congreso cuando se produjeron los acontecimientos de mayo, no llevó su
solidaridad más allá de la concesión de un apoyo de... ¡10.000 dólares a los
huelguistas! (0,1 centavos por huelguista).



[19] Militante del PSU, autor de un libro sobre el ”poder obrero”, Payot,
1969.



[20] Como fuente de estas diversas informaciones, véase en particular Le
Monde, 29 de mayo de 1968; Le Figaro, 30 de mayo de 1968; La Nouvelle
Avant-Garde, junio de 1968; Le Nouvel Observateur, 19 de junio y 15 de julio
de 1968; ”Mai 1968, premiére phase de la révolution socialiste française”
(Mayo de 1968, primera fase de la revolución socialista francesa), número
especial de la revista Quatrième Internationale, mayo-junio de 1968, etc.



[21] Waldeck-Rochet cita a Lenin : ”Decir que toda huelga es un paso hacia
la revolución socialista es una frase completamente colgada en el aire.”
Quedamos confundidos ante la magnitud del sofisma. ¿Pretende insinuar
Waldeck-Rochet que Lenin escribió: ”Decir que una huelga de diez millones de
trabajadores con ocupación de fábricas es un paso hacia la revolución
socialista es una frase completamente colgada en el aire”? ¿Lenin, el mismo
que escribió que una huelga general plantea la cuestión del poder, la
cuestión de la insurrección?



[22] ”[Los representantes de la II Internacional y los socialdemócratas
independientes, E. M.] olvidan que la dominación de los partidos burgueses
se basa en gran parte en el engaño, con el que inducen en error a amplias
capas de la población; en la presión del capital. Además, se engañan a ellos
mismos en cuanto a la naturaleza del capitalismo... Que la mayoría de la
población se pronuncie en favor del partido del proletariado, en las
condiciones del mantenimiento de la propiedad privada, es decir,
manteniéndose la dominación y la presión del capital, y tan sólo entonces
ese partido puede y debe tomar el poder”: he aquí el lenguaje de los
demócratas pequeñoburgueses, verdaderos lacayos de la burguesía, que se
hacen llamar ‘socialistas’.

”Que el proletariado revolucionario derribe primero a la burguesía, rompa la
presión del capital, destruya el aparato de estado burgués, y entonces el
proletariado victorioso se ganará rápidamente la simpatía y el apoyo de la
mayoría de las masas trabajadoras no proletarias, satisfaciendo a esas masas
a expensas de los explotadores : he aquí lo que nosotros respondemos.”
(Lenin, Las elecciones a la Constituyente y la dictadura del proletariado,
16 de diciembre de 1919.)



[23] Juventud Comunista Revolucionaria, disuelta en junio del 68. Muchos de
sus militantes volvieron a reunirse para fundar el semanario ”Rouge”, en
septiembre de 1968, y luego la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) en 1969.



[24] No podemos analizar aquí las raíces materiales y sociales del
conservadurismo de los PC de masas en Francia y en Italia. Estas raíces son,
en parte, idénticas a las de la socialdemocracia clásica, y, en parte,
distintas. Baste, por ahora, con una observación en el plano ”ideológico”:
no se puede educar impunemente a un aparato, durante más de dos decenios, en
el espíritu de la ”nueva democracia” y de las ”vías pacíficas y
parlamentarias al socialismo” sin que tal aparato no quede completamente
desorientado y desarmado cuando se ve confrontado con un impulso
revolucionario de amplias masas que rompa el yugo de la ”legalidad” y del
parlamentarismo burgués.



[25] No insistamos en el carácter falseador de la ”participación en los
beneficios”, variante gaullista del ”capitalismo popular”, tan grato a los
capitalistas norteamericanos y alemanes occidentales. No eliminaría la
condición proletaria más que si liberara al trabajador de la obligación que
se le impone de vender su fuerza de trabajo, es decir, más que si ello le
permitiera hacerse con una fortuna que le garantizara la subsistencia. Un
capitalismo que llegara a semejante resultado se negaría a sí mismo, ya que
dejaría de encontrar mano de obra para explotar en sus empresas.



[26] El ejemplo yugoslavo demuestra que una autogestión limitada al nivel de
la empresa se ve acompañada por un excesivo florecimiento de la economía de
mercado, y bajo el pretexto de proteger al trabajador contra la
”centralización” (como si la auto- ridad de un congreso nacional de consejos
obreros —de soviets—, reunido en permanencia y que respete escrupulosamente
la democracia obrera, no pudiera servir de medio de lucha eficaz contra la
burocracia) puede llegar a hacer que aumente tanto la desigualdad social
como la fuerza de la burocracia y los sinsabores de los trabajadores
(incluyendo los despidos y el paro masivo).



[27] Varios comités de huelga – en especial los de las galerías Lafayette y
los de las fábricas Rhóne-Poulenc, en la región parisina – se eligieron bajo
el régimen de revocabilidad de sus miembros al arbitrio de los electores.



[28] El economista norteamericano Galbraith, que no tiene un pelo de
marxista, señala que los trusts norteamericanos de la siderurgia tienen por
costumbre demorar hasta después de las huelgas los aumentos de precios
previstos, con objeto de endosar la responsabilidad a los ”excesivos
aumentos salariales”.



[29] Nos falta espacio para tratar las implicaciones y consecuencias de la
explosión de mayo de 1968 en el plano internacional europeo y extraeuropeo.
Señalemos, sin embargo, el modo unánime con que el capital internacional
voló en ayuda de de Gaulle durante los días decisivos, pese a todas sus
diferencias con los anglosajones; y, en contrapartida, el lamentable
espectáculo de la total impotencia del movimiento sindical y obrero oficial
para organizar ni una sola acción de solidaridad con la huelga general más
amplia que Occidente haya conocido en varios decenios.

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