Venezuela/ Una postal del vacío electoral [Indira Rojas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Mayo 21 17:02:30 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

21 de mayo 2018

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Venezuela



Una postal del vacío electoral



Indira Rojas



PRODAVINCI, 21-5-2018

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Domingo 20 de mayo al mediodía. No hay colas de electores en el centro de
votación más grande de Venezuela. En el liceo Andrés Bello, en la parroquia
La Candelaria, se espera que 12.000 ciudadanos ejerzan el voto. Pero a las
afueras de la institución hay más vecinos paseando a sus perros que gente
buscando su cédula de identidad en el registro electoral. La última vez que
largas filas de electores rodearon el liceo fue durante el plebiscito del 16
de julio de 2017, y en las presidenciales de 2013 unas 9.150 personas
sufragaron en ese centro.



Cerca de la puerta se colocaron 17 sillas, pero no hay votantes que las
ocupen. Una señora de cabello canoso se sienta en una de ellas y conversa
con una mujer más joven. La mayor tiene 83 años y se llama Reina Álvarez.



—Perdone la interrupción, ¿está esperando para votar?



—No, ya yo voté. Me senté aquí a descansar.



Reina dice que “los opositores que desean el poder son peores que demonios”.
Considera que el mandatario electo debe ocuparse, primero que nada, de la
escasez de alimentos poniéndole mano dura a los comerciantes. Reina pelea en
los supermercados y les dice a los vendedores que son abusadores.
“Desaparecen las cosas y cuando regresan están a un precio que no puedes
pagar. Le echan la culpa a Maduro y no es así. El Gobierno hace algo con las
bolsas CLAP, pero hasta de eso se quejan”.



—Usted que ha participado en varias elecciones presidenciales, ¿no cree que
hay pocos votantes?



—Escuché decir que los escuálidos no salieron hoy, puede ser por eso. Mi
hija es escuálida y no quiso votar.



Una mujer se acerca para preguntarme cómo debe sufragar. Tiene acento
extranjero. Confiesa que es la primera vez que participa en unos comicios en
Venezuela. Dice que tiene un carnet de la patria, pero no lo muestra. Sin
embargo, asegura que no recibe ninguno de los bonos anunciados por el
Gobierno. Su hija, que es empleada pública, le ha dicho que si quiere ser
beneficiada debe participar en las elecciones sin importar el candidato que
elija. La señora siente la obligación de hacerlo, pero al llegar al liceo
Andrés Bello comienza a dudar. Observa las sillas desocupadas, los militares
bostezando en la puerta, los niños jugando pelota. “Yo pensaba votar por
Bertucci, pero ahora no sé qué hacer. No veo a casi nadie votando”.



Un joven de lentes con chaleco caqui, identificado con el logo del Consejo
Nacional Electoral, explica que no se forman largas colas “porque el proceso
es muy rápido”. Calcula que tan solo demora un minuto. Algunos de los que ya
sufragaron caminan al otro extremo de Parque Carabobo y se unen al grupo de
personas que rodean un toldo rojo. Todos llevan en sus manos el carnet de la
patria. Una mujer los recibe y con su celular escanea el código QR rotulado
al reverso del documento, mientras otra copia a mano el nombre y la cédula
de identidad de cada persona. Un hombre se abre paso entre la gente que
rodea la mesa y su carnet cae al piso. Se escucha una voz femenina que
bromea: “¡Cuidado se le pierden los bonos!”.



Nadie pregunta por la seguridad de sus datos, ni por la legalidad de este
procedimiento que no está contemplado en la Constitución ni en la Ley
Orgánica de Procesos Electorales. Hace una semana, el presidente Nicolás
Maduro anunció durante un acto de campaña desde Charallave que todo aquel
que tuviera un carnet de la patria recibiría un premio por votar.



Mañana electoral al oeste de Caracas



El acceso a la avenida Universidad está cerrado. Una cinta amarilla bloquea
el paso, a la altura de la Galería de Arte Nacional. Dos efectivos de la
Guardia Nacional Bolivariana, con armas largas colgando de sus hombros,
indican a los conductores que tomen la avenida Bolívar para ir hacia el
oeste de la capital. Solo dejan pasar dos camionetas negras identificadas
como transportes diplomáticos, que trasladan a varios observadores
internacionales argentinos hasta el liceo. “Esto está cerrado por medidas de
seguridad. Por aquí pasan los políticos más importantes”.



A una cuadra de allí, a las puertas de un edificio de la Gran Misión
Vivienda Venezuela en Bellas Artes, un hombre con boina roja saluda a los
transeúntes. Cubre su rostro con una máscara con las facciones del
expresidente Hugo Chávez. No se pueden ver sus ojos y mirarlo bailar al
ritmo de las canciones de Alí Primera causa más susto que simpatía.



Una mujer pelea con su hija en la parada de autobús, a pocos pasos del falso
Chávez. Lleva una bolsa de mercado mal amarrada con un mecate a una carrucha
de metal, y la joven carga un bolso abultado. Van para Antímano, una
parroquia de Caracas a 12 kilómetros de Bellas Artes.



—Tenemos exactamente 40 minutos esperando por transporte. Vamos al metro,
hija. Hazme caso.



—Mamá, ¡ya va! ¡En el metro te violan, te roban, te hacen de todo!



—¡Hija, por Dios!



—La última vez me robaron. Y estaba contigo. ¿No recuerdas?



Transcurren 10 minutos más y solo pasa una camioneta. “Ruiz Pineda DIRECTO”,
se lee en el cartel colgado en el parabrisas. El chofer no tiene intenciones
de recoger pasajeros en la ruta. Es un domingo electoral sin transporte
público. La señora me pregunta si también espero un autobús y me propone
caminar hasta la estación Parque Central, para evitar la transferencia en
Zona Rental. “Si vamos las tres juntas es más seguro”. Durante el trayecto
hace solo un comentario sobre las elecciones: “Espero que la gente salga a
votar en la tarde. Yo vengo de Higuerote y por allá todo está vacío”.



En el vagón del subterráneo viaja un niño con una camisa de la campaña por
la Constituyente. Un hombre viste una franela verde con la “M” tricolor de
la propaganda de Maduro. Otro lleva una gorra roja en la que pega un papel
para cubrir, en vano, el lema “Rumbo a los 10 millones”. Esa fue la frase
favorita de Chávez en su última contienda presidencial. En aquel entonces,
el 7 de octubre de 2012, 80,49% de los electores participaron en los
comicios.



Al llegar a mi centro de votación, en la parroquia San Juan, solo un elector
busca su cédula en las listas. No hay nadie más en el lugar. Visito el
centro en el que estaban registrados mis abuelos. Unidad Educativa República
del Ecuador. Dos militares recostados en la puerta con la frente sudada
vigilan la calle desierta. En la Escuela Básica 19 de abril, frente a la
Plaza Capuchinos, un guardia nacional regordete fuma un cigarrillo con
desgano, manteniendo un pie apoyado en la pared. Tomo un autobús de regreso
al liceo Andrés Bello, donde se rumora hablará un observador internacional.



El viaje de regreso es silencioso. No hay salsa cabilla ni reguetón en el
bus. El conductor recibe los billetes y sin decir palabra regresa el vuelto
a los pasajeros. En la parroquia San Agustín baja del autobús una familia
numerosa, entre ellos una niña que no para de llorar. Cuando la unidad
reanuda la marcha y los deja atrás, se escucha el motor y la conversación de
un joven y una chica en el primer asiento. Hablan en voz alta de la fiesta
de anoche. Él dice que todavía está borracho, ella que bailó hasta el
amanecer. Pero mañana será día de mercado. “Espero que haya arroz. No tengo
nada”.



Comparto asiento con una miliciana. Tiene el entrecejo fruncido y lo
cachetes rojos por el calor. Cuando pasamos por el Liceo Bicentenario
Republicano en San Agustín, aparta la mirada de la ventanilla. Detrás del
enrejado de la institución se repite la escena de las sillas vacías.



No hay tráfico en Caracas. Bellas Artes está a dos minutos. “Hasta aquí
llego yo”, anuncia el chofer. Estoy de nuevo frente al edificio de la Gran
Misión Vivienda. El falso Chávez gira en dirección al bus. Como si nos diera
la bienvenida, levanta la mano y nos saluda.

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