Paraguay/ La fiebre de la soja enferma. Historia de un despojo [Sandra Weiss]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 14 12:31:54 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

14 de octubre 2018

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Paraguay

 

La fiebre de la soja enferma al Paraguay 

 

La soja transgénica destinada a la exportación está invadiendo el Paraguay y
cambiando al país. Los perdedores son los campesinos y los consumidores.
Esta es la historia de un despojo.

 

Sandra Weiss *

Red Latina sin fronteras, 14-10-2018

https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/

 

San Juan, Puente Kyhá.

 

El ojo humano se pierde en un mar verde. Los monocultivos de soja alrededor
de esta pequeña localidad en el Este del Paraguay se extienden hasta el
horizonte. El sol quema, y el vehículo levanta polvo rojo mientras recorre
los típicos caminos de tierra de la región. Un desagradable olor a
pesticidas irrita las mucosas mientras un tractor con una aspersora está
fumigando con glifosato. Los grandes productores no pierden ni un
centímetro. Sus plantaciones empiezan directamente al lado del camino,
aunque por ley, las calles y los asentamientos deberían estar protegidos por
barreras de árboles.

 

Actualmente se cultivan 3.2 millones de hectáreas de soja en Paraguay. La
cosecha de 2017 promete un nuevo récord. Desde su oficina climatizada en
Asunción, José Berea, presidente de la Cámara Paraguaya de Exportadores y
Comercializadores de Cereales y Oleaginosas (CAPECO), luce contento. “No
hubo sequía y muy pocas plagas”.

 

En 2016, la exportación llenó los bolsillos de los barones de la soja con
más de tres mil millones de dólares, prácticamente libres de impuestos.
Recién en 2012 se implementó el impuesto a la Renta. Los exportadores
agrícolas generan 1/4 del PIB, pero según cálculos del economista Víctor
Raúl Benítez, solo pagan el 2 % de los ingresos fiscales del Estado.

 

La soja es un gran negocio que implicó una profunda transformación del campo
paraguayo. El paso de un modelo de agricultura familiar al modelo
agroexportador con elevada capitalización de las unidades productivas por
mecanización y uso de transgénicos, no deja lugar para pequeños agricultores
como Alcides Ruiz (33 años) de San Juan.

 

La soja transgénica por sus altos costos, no es rentable en propriedades
menores a 150 hectáreas. Muchos campesinos han cedido, vendieron sus tierras
y se mudaron al “cinturón de pobreza” en los alrededores de la capital, el
mismo afirma con determinación, su negación de salir de su territorio, “Yo
no quiero lustrar zapatos en Asunción”, razón por el cual, se unió a la
Federación Nacional Campesina (FNC), el núcleo de la resistencia pacífica.

 

Sin embargo ¿Qué chances tienen las 20.000 familias campesinas organizadas
contra la fuerza combinada de las multinacionales que se esconden detrás del
negocio de la soja, que vale miles de millones de dólares? ¿Contra empresas
como Monsanto y Syngenta, que dominan el mercado de la soja transgénica y
los pesticidas que la acompañan? ¿Contra los grandes terratenientes locales
o contra agroexportadores como Cargill o Bunge?

 

Paraguay es, según BASE Investigaciones Sociales -apoyada por MISEREOR- uno
de los países con la concentración de tierra más alta a nivel mundial. Un
2.6 % de propietarios de tierra, controlan 85.5 % de la superficie apta para
la agricultura. Desde el Estado, los sojeros, muchos de ellos colonos
brasileños, tienen todo el apoyo.

 

Sin embargo, no siempre fue así. Después de su independencia, hace más de
200 años, el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia decidió seguir un
camino diferente para desarrollar al Paraguay económicamente. El Estado
controlaba la economía y con excepción de máquinas, no se importaba nada,
pero sí se exportaba yerba mate y madera. Los extranjeros no podían entrar
al país. Promovió la producción doméstica y posicionó al Paraguay como uno
de los países económicamente más avanzados de Sudamérica.

 

Este éxito, basado en un modelo proteccionista, era contrario a los
intereses comerciales de los Estados Unidos y el Reino Unido, por lo cual
intentaron desestabilizar al Paraguay con la ayuda de los países vecinos
aliados. Los intentos culminaron hace 150 años en la Guerra de la Triple
Alianza, en donde Paraguay luchó solo, contra una alianza compuesta por
Uruguay, Brasil y Argentina. Fue una de las guerras más sangrientas de
Sudamérica. Paraguay perdió la mitad de su territorio y tres cuartos de su
población murió.

 

Desde ese momento, nunca más pudo deshacerse de la influencia extranjera.
También el auge de la soja vino de afuera. Se planificó en las oficinas de
las multinacionales. En 2003, la corporación suiza Syngenta publicó un aviso
en el cual alababa sus semillas transgénicas y en el que hablaba de su
visión de una “República Unida de la Soja”, una zona de cultivos de soja de
un tamaño de 46 millones de hectáreas entre Brasil, Bolivia, Argentina,
Paraguay y Uruguay. Monsanto -apenas unos años antes- había desarrollado la
famosa soja transgénica resistente al glifosato: la Soja RoundupReady (RR).
La visión de Monsanto y Syngenta se convirtió en una realidad. Una gran
parte de la Región Oriental del Paraguay fue despojada de sus bosques y se
ve hoy convertida en sojales. Máquinas gigantes están operando día y noche
durante la temporada alta de cosecha entre noviembre y marzo. Una flota de
camiones transporta la carga a los silos de los compradores multinacionales
como Cargill y Bunge, o hasta los puertos de carga privados, desde donde se
llevan los granos de soja a Europa para ser procesados como pienso. El
avance de la soja ha devorado todo en su camino: bosques, animales
silvestres, zonas protegidas de población indígena y el negocio familiar de
los campesinos. Los trabajadores agrícolas han sido reemplazados por
máquinas. La diversidad dio paso a un desierto verde, sobre el cual llueven
anualmente 20.5 millones de litros de pesticidas. Hoy en día, el Paraguay
tiene que importar la mayoría de sus alimentos.

 

El campesino Alcides Ruiz está sentado en una silla de plástico, a la sombra
de una morera y toma un trago largo de tereré antes de empezar a contar: “En
1999 todo esto era todavía un pequeño paraíso. Tierra fértil, bosque, un río
cristalino. En aquél entonces podíamos todavía cazar armadillos”. Hoy en día
le prohíbe a su hijo Igor de un año, bañarse en el rio. Y sus gallinas
mueren cada vez que el viento, con los pesticidas de los campos vecinos de
soja, sopla hacia su vivienda.

 

Funcionarios del gobierno se excusan diciendo que puede ser culpa de algún
virus. Ruiz no les cree, pero es difícil demostrar lo contrario. No hay
ningún veterinario en San Juan. Las estadísticas de los Centros de Salud
locales son imprecisas. “Solo urgencias y casos con signos claros son
declarados como envenenamiento por pesticidas”, cuenta el enfermero Carlos
Acosta. Problemas muy comunes acá como erupciones cutáneas, infecciones
respiratorias o enfermedades renales, que pueden ser relacionados con el uso
de pesticidas, no están incluidos en esta categoría. Científicamente, es
complicado determinar las causas exactas.

 

Una de las pocas personas que investigan las consecuencias de los pesticidas
sobre la salud humana en Paraguay es la Dra. Stela Benítez Leite, pediatra
del Hospital de Clínicas en Asunción. Hace un par de meses ella estuvo en
San Juan examinando a los niños. Lo que para la doctora es preocupante, son
los posibles daños a largo plazo. Su estudio -en el cual se está analizando
la sangre de niños buscando marcadores tumorales- todavía no está terminado.
Sin embargo, Benítez Leite ha encontrado números alarmantes en las
estadísticas oficiales: “Paraguay tiene una mortalidad infantil elevada, con
19 muertes por cada 1.000 nacidos vivos. Esas defunciones son en primer
lugar causadas por infecciones, y en segundo lugar por malformaciones que
hace algunos años estaban en cuarto lugar”.

 

Alcides Ruiz llegó a San Juan en 1999 cuando fue expulsado del Departamento
vecino de Alto Paraná, en donde la soja comenzó su avance. El glifosato de
los campos de soja sopló sobre su propiedad, marchitó su maíz y mató sus
animales. Él fue uno de los últimos que dejó Alto Paraná y depositó su
esperanza en ese nuevo pedazo de tierra intacta. Junto con otras 500
familias se establecieron en San Juan, en 5.000 hectáreas entregadas por el
Estado. La Constitución del Paraguay y el Estatuto Agrario conceden diez
hectáreas de tierra para uso agrícola a cada familia campesina. Pero entre
la Constitución y la realidad, hay un abismo. A la par que Ruiz, los sojeros
también habían puesto sus ojos en las tierras fértiles de San Juan. Los
campesinos trasladados de Alto Paraná, fueron desalojados de manera
violenta. Cuando se resistieron, 64 terminaron en la cárcel, uno fue
asesinado, las viviendas y la escuela fueron quemadas y su cosecha
destruida. A pesar de eso, Ruiz y otros campesinos volvieron un par de días
después y empezaron a sembrar de nuevo.

 

El Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (INDERT) había
cedido el derecho de uso a cada familia, con vistas a obtener un título diez
años después, algo que está esperando Ruiz todavía. En lugar de recibir los
títulos de sus tierras, vinieron los barones de la soja acompañados por la
policía, y el mismo juego de expulsión y ocupación se volvió a repetir.

 

Sin embargo, los campesinos de la FNC no se dan por vencidos. “En 25 años
hemos logrado obtener más de 300.000 hectáreas de tierra para los pequeños
pro-ductores”, dice la Secretaria General de la FNC, Teodolina Villalba, con
propiedad. “Pero esto no es suficiente en absoluto, todavía queda mucho por
hacer. Según nuestras estimaciones hay cerca de 327.000 campesinos jóvenes
sin tierra que siguen trabajando en la tierra de sus padres, pero esta
situación no es sostenible a largo plazo”.

 

La FNC organiza ocupaciones de tierra y ayuda con la formación y la
construcción de bancos de semillas comunitarios. Villalba sabe que los
pequeños productores solo pueden sobrevivir si logran transmitir a la
sociedad paraguaya por qué los productos de la agricultura campesina son
mejores. Es una difícil batalla contra el Estado, los sojeros y el marketing
de las grandes transnacionales de la alimentación. Pero para Alcides Ruiz
vale la pena para que su pequeño hijo Igor tenga en el futuro un pedazo de
tierra donde producir alimentos saludables. 

 

* Sandra Weiss es politóloga y trabaja desde hace 18 años como periodista
independiente en América Latina.

 

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/193646

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