Brasil/Argentina/ Evangélicos. El poder real del voto confesional [Marcos Carbonelli y Pablo Semán]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Oct 15 14:51:30 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

15 de octubre 2018

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Brasil/Argentina

 

¿A quiénes votan los evangélicos? 

 

El poder real del voto confesional

 

El poder del voto confesional gana visibilidad en Brasil y en Argentina. Los
evangélicos siempre estuvieron aquí, pero fue a partir de los 80 que
apuntaron a incidir en las urnas. Tienen prácticas y creencias distintas; en
común, que su principal estrategia de convocatoria está en las redes
familiares y en los barrios. La tierra prometida es el garage vecino donde
se levantó una iglesia. El milagro está a la mano: es la ayuda para la
supervivencia cotidiana. Su incidencia política muestra los dientes no sólo
para elegir presidentes y ocupar ministerios; también para resistir a la
ampliación de derechos sexuales y a las demandas por estados laicos.

 

Marcos Carbonelli y Pablo Semán *

Revista Anfibia, octubre 2018

http://www.revistaanfibia.com/

 

Antes de enunciar cualquier tesis sobre la relación entre evangélicos y
política en Brasil y en Argentina es necesario un dato: Lula tuvo en 2002 y
en 2006 el apoyo de los evangélicos, entre ellos el de algunos de los
líderes y organizaciones que hoy impulsan al candidato de la ultraderecha
brasileña. Se trata de obispos de la IURD como Crivella, de Iglesias como
las Asambleas de Dios que poseen millones de miembros aunque son menos
visibles que la sarandeada Iglesia Universal del Reino de Dios. Se trata de
partidos que agruparon esos apoyos como el Partido Republicano Brasileño,
fuerza que sostuvo en 2006 a José Alencar (dos veces vicepresidente de
Lula), que terminó sus días como evangélico en 2011, por solo citar algunos
ejemplos casi al azar. Algo menor fue el apoyo de los evangélicos a Dilma
Roussef cuyo triunfo en segunda vuelta con el 51 % de los votos marcó el
comienzo de la reducción del electorado petista que en la segunda vuelta de
2006 había alcanzado el 60 % de los votos.

 

Ahora sí: la síntesis del argumento que queremos desarrollar. El crecimiento
evangélico en Brasil se caracterizó por un largo proceso que llevó a la
emergencia de un voto confesional que no todo el tiempo optó por las mismas
alternativas políticas. En el caso argentino el desarrollo evangélico es
menor y sus formas de politización transcurren por caminos totalmente
diferentes a los brasileños desde hace décadas.

 

Sin entrar en especificidades ni sutilezas teológicas definamos tres
términos relacionados: protestantismo, evangélicos y pentecostalismo. El
protestantismo -antecedente y marco histórico del conjunto de las iglesias
evangélicas- es el movimiento cristiano que, a diferencia del catolicismo,
basa la autoridad religiosa de forma exclusiva en la biblia (y por eso sus
iglesias son evangélicas en vez de apostólicas) [1]. Entre las diversas
ramas evangélicas desarrolladas en Brasil y Argentina como en casi toda
América latina predominan, en una proporción no menor al 60%, los
pentecostales. Esta rama del protestantismo se identifica por una posición:
la de la actualidad de los dones del espíritu santo. En los hechos de
Pentecostés narrados en el nuevo testamento, como en los ocurridos en una de
las más reputadas cunas de la experiencia pentecostal (el Avivamiento
espiritual de la calle Azuza en una Iglesia Episcopal Africana de Califonia
en 1906) los cristianos tuvieron señales y manifestaciones del Espíritu
Santo. En la reivindicación de esta posibilidad el pentecostalismo basará su
teología, su autonomización como rama evangélica y su  influencia en otras
ramas evangélicas incluso en el catolicismo que, a su debido momento,
reconocerá esas experiencias en el seno del Movimiento de Renovación
Carismática Católica.

 

Evangélicos y política en Brasil

 

Los evangélicos son más del 30 % de la población brasileña. El mundo de las
iglesias evangélicas es heterogéneo en sus proveniencias, sus prácticas
religiosas, sus modos de organización y de agrupamiento.

 

La expansión de esta experiencia en América latina tuvo diversos caminos y
consolidaciones: fue importado al continente por misioneros y creyentes pero
fue desarrollado por sus descendientes y sobre todo por emprendedores
religiosos locales que son los que encontraron el tono evangelizador y las
formas organizativas que le permitieron crecer de forma despareja pero
siempre importante rauda y a costas del catolicismo en todo el continente
durante los últimos 70 años.  Hoy en Brasil es un mundo heterogéneo de ramas
y organizaciones: en él conviven protestantes, metodistas, bautistas y
pentecostales agrupados en iglesias de muy diversos tamaños y nivel de
agregación así como los más diversos tipos de organizaciones culturales y
sectoriales.

 

El pentecostalismo es la denominación evangélica que más creció por tres
razones. La primera es la extrema capacidad de localizar y singularizar su
mensaje movilizando a su favor los supuestos de las más diversas formas de
simbolización religiosa presentes en las sociedades latinoamericanas,
especialmente en las camadas populares. La segunda es la agilidad y
adaptabilidad de sus formas organizativas aliada al ejercicio crecientemente
autónomo del sacerdocio. En el tiempo que los vecinos de un barrio
construyen una ermita para adorar a la virgen, que incluye decenas de
deliberaciones y autorizaciones en una vertical infinita de la burocracia
celestial, los pentecostales hacen veinte de iglesias en ese mismo barrio.
La tercera, que combina las dos anteriores en relación con el Catolicismo
aprovecha las ventajas de los avatares católicos desde los años 60. Esto es:
la espiritualidad militante cuya tierra prometida es el lejano y esforzado
paraíso terrenal de la opción por los pobres decantó en la opción de los
pobres: abandonar las filas del catolicismo para adherirse a una
religiosidad más próxima culturalmente, más eficaz, más tangible con
milagros cotidianos. Allí donde el católico militante se extasía con el
cristo histórico, comprometido en las calles con las multitudes que
protestan y construyen la sociedad ideal, el imaginario religioso
pentecostal se regocija con imágenes del dios vivo que cura, provee,
emociona y reencuentra a los hombres.  No son necesariamente incompatibles
pero la historia brasileña los dispuso así, casi en paralelo,  en los años
en que crecieron los pentecostales.

 

Cuando los ateos metropolitanos de Brasil y de varios países
latinoamericanos percibieron que en el centro de sus ciudades había cines
evangélicos y ocupaban los espacios televisivos  y creaban radios
evangélicas, el pentecostalismo ya había creado una base demográfica enorme.
El campo rodeó las ciudades, no los vinieron venir y se lo explicaron por el
mismo demonio de siempre: fue culpa de los medios de comunicación. Hasta ese
momento sin embargo los medios no eran la causa principal de esa expansión:
los pentecostales crecían boca en boca, campaña a campaña, en redes
familiares. Incluso luego del arribo evangélico a los medios la evidencia de
los estudiosos es que la mayor parte de las conversiones ocurre por vías y
recorridos interpersonales, y barriales.

 

La politización de los evangélicos en Brasil fue significativa desde finales
de los años 80. Las entonces nuevas generaciones de pentecostales y
evangélicos rompieron con las ideas de abtencionismo social y  político de
los pioneros y se movilizaron por causas religiosas en tanto eran una
minoría desigualmente tratada por el estado, por causas sociales y por
causas morales vinculadas a sus idearios de familia. El pasaje de los
pentecostales al compromiso terrenal e histórico fue sinuoso para sorpresa
de los que esperarían un comportamiento alineado homogénea y eternamente con
la derecha en el espacio político brasileño.

 

Participaron de la constituyente porque temían la censura del catolicismo,
apoyaron a a Collor de Mello por que la dialéctica comunismo cristianismo se
impuso con toda la furia y luego fueron parte de la primera y más dramática
victoria electoral de Lula. Intelectuales cercanos al PT junto a cuadros
esforzados por sacar al partido de su lugar de minoría considerable hicieron
entender al conjunto que los evangélicos no eran eran ni el enemigo ni
necesariamente ajenos a las inquietudes sociales de la izquierda y que la
hostilidad recíproca solo lograría mantener por fuera del caudal petista un
voto cuantitativamente importante en sí mismo y, sobre todo, en los sectores
populares. Desde el PT se consolidó, al menos transitoriamente, la idea de
que los evangélicos eran un “proceso en disputa” y que era posible hacer un
camino conjunto con esas subjetividades. La alianza petista que llegó al
poder fue asombrosamente amplia: iba desde el apoyo del Movimiento Sin
Tierra hasta la simpatía de Delfim Netto (Ministro de economía del dictadura
militar) y pasaba por el PMDB (un centro amplísimo) y los evangélicos. En la
situación actual un horizonte de articulaciones tan amplias parece distante
sino imposible, pero es seguro que lleguen otros tiempos en que un arco así
pueda recrearse.

 

Pero además de sinuosa, la politización evangélica en Brasil fue exitosa. Y
eso se debe a una combinación de características de los electorados, del
sistema electoral y político y de las prácticas evangélicas. Electorados
comparativamente más volátiles que los de la Argentina son sensibles a la
prédica de organizaciones extensas y disciplinadas. Los evangélicos eran una
posibilidad que asentaba su eficacia en un la producción religiosa de
motivos de legitimidad política que se jugaron a veces por derecha y otras
por izquierda: la honradez, la familia, y la sacralización de las acciones y
las comunidades políticas emergentes en el proceso electoral son parte
específica de la eficacia evangélica en la constitución de un electorado
confesional. Insistamos en esto: para los pentecostales de 1990 fue
demoníaco Lula y su supuesto comunismo como luego pudo serlo Fernando
Henrique Cardoso y su supuesta inmoralidad política aliada al rastro de
empobrecimiento generalizado que dejó Brasil, especialmente entre los más
pobres. Luego Lula dejó de ser demoníaco durante 13 años para volver a serlo
en 2018.

 

Estos grupos recogen mejor los frutos de sus prácticas electorales cuando un
sistema de elección legislativa uninominal permite elegir diputados con una
cantidad proporcionalmente baja de votos. Y estos frutos se potencian en un
parlamento fragmentado en que los bloques pequeños se benefician de la
vitalidad de su votos para el ejecutivo. En ese contexto, los pentecostales
negociaron con cada gobierno participación en políticas sociales, espacios
para sus iglesias y avanzaron con medios de comunicación que se volvieron
influyentes más allá de la propia y extendida grey. Participación política y
unificación progresiva se retroalimentan, pero aún así el mundo evangélico
brasileño es todavía heterogéneo y las acciones unificadas solo son posibles
en algunos casos y tras muchos acuerdos.

La ruptura entre el PT y los evangélicos se fue dando al mismo ritmo que
tuvo la desafección de una parte importante de la ciudadanía respecto del
gobierno de Dilma Roussef: la crisis económica, los hechos de corrupción, la
perspectiva de una derrota electoral de la alianza petista. Estas
situaciones llevaron a los evangélicos a buscar otras opciones en una deriva
que terminó en el apoyo de muchos de ellos a Bolsonaro en parte por
oportunismo, en parte por antipetismo. Y en parte, también, porque la
alianza petista y su incorporación creciente de una agenda de género impactó
en la alianza con los evangélicos. Estos tomaron y retomaron un lugar
simbólico en el que se sienten cómodos: el de la normatividad genérica y
sexual y la reafirmación de las relaciones jerárquicas de género en el marco
de una propuesta general de orden que, en los niveles de violencia que vive
Brasil, se hizo para muchos una cuestión de supervivencia.

 

El futuro, sobre todo si gana Bolsonaro, implicará para algunas iglesias
evangélicas con gran poder electoral algo más que el acceso a licencias de
medios de comunicación: la posibilidad de acceso al control de aparatos
institucionales federales y estaduales. La educación, la salud, la acción
social pueden llegar a ser áreas de su interés y de un posible ejercicio
ministerial para los grupos que parecen controlar hasta ahora el voto
confesional. Del poder electoral al poder institucional y de allí a la
reproducción ampliada de ese poder: ese parecer el designio y la deriva
evangélica en la política brasileña.

 

Evangélicos y política en Argentina

 

La reciente movilización contra la despenalización del aborto despertó el
interés mediático por los evangélicos y su fuerza política. Este interés se
acrecentó por la reunión que Macri, Carolina Stanley y María Eugenia Vidal
convocaron para integrar a los evangélicos en el circuito de implementación
de políticas asistenciales, medidas fundamentales en tiempos de ajuste,
hambre y necesidad de contención. Y no sólo se despertó el interés mediático
sino una también una preocupación que se basa en la posibilidad de una
analogía con el caso brasileño.

 

Sin embargo la situación no se parece poco a la de Brasil. Los evangélicos
-incluyendo los pentecostales que son la mayoría de ese universo- no pasan
del 12 % de la población. Y,  como se verá, en el recuento de algunas de sus
relaciones con el espacio político tampoco registran tendencias a la
configuración de un poderoso y extenso voto confesional. 

 

Haciéndole justicia a la historia, sus involucramientos en la política
hunden sus raíces en momentos mucho más lejanos, casi tanto como su
presencia en el territorio nacional, en los años post independencia. Una
parte de los evangélicos desarrolló compromisos políticos liberales como el
de William Morris a principios del siglo veinte participando activamente de
los debates sobre libertad religiosa en Argentina, junto con los sectores
más liberales de la clase política de aquel entonces. Mucho después los
evangélicos fueron parte decisiva de la formación del movimiento por los
derechos humanos durante la dictadura militar.

 

¿Pero qué pasa con los pentecostales, la actual mayoría de los evangélicos,
en relación a la política? Durante el primer peronismo encontramos un hito.
En medio de su crisis abierta con la jerarquía católica, Perón permitió que
diferentes grupos religiosos dispusieran de lugares masivos para sus cultos.
En este contexto se destacó el apoyo logístico brindado a la visita del
predicador norteamericano Tommy Hicks. Hicks era conocido por sus campañas
de sanación, que se enmarcaban en jornadas de varios días, usualmente en
estadios de fútbol o espacios con gran capacidad. El gobierno peronista
concedió el permiso para que se realizaran en el estadio del Club Huracán y
luego en el de Atlanta, y el resultado fue una concurrencia que desbordó las
expectativas iniciales. Miles de personas participaron durante tres días del
evento, que fue criticado con suspicacia por la jerarquía católica. No esta
demás decir que en esa ocasión los comentarios de los medios inauguraron una
tendencia que lleva décadas: enjuiciar moral, económica, política y
psíquicamente a los evangélicos. Las campañas de Tommy Hicks marcaron un
hito en la historia política evangélica porque en la huella mnémica de
generaciones de evangélicos pentecostales quedó grabado el gesto de Perón y
sembró una simpatía que perduró por décadas y que incluso sigue hasta
nuestros días.

 

Como fue el caso de otras alteridades (sexuales, étnicas, etc.) los
evangélicos fueron perseguidos en la última dictadura militar. Toda
disidencia a la consustanciación entre identidad nacional y católica era
asumida como foránea y sospechosa, y fue por este clima que las expresiones
políticas de este espacio religioso se redujeron a su mínima expresión. En
el abstencionismo también pesaba la herencia de los misioneros, que
introyectaron en las comunidades la asociación entre práctica política y
pecado.

 

La recuperación democrática constituyó un quiebre en la situación política
de este grupo religioso. Si bien la estigmatización pública no menguó (el
etiquetamiento de los evangélicos como una secta fue fogoneado varias veces
por la Iglesia Católica y encontró eco en los medios), la extensión y
consolidación de las libertades civiles a nivel general favoreció sus
actividades proselitistas. El resultado de estas condiciones de crecimiento
fue un crecimiento demográfico sin parangón en la historia del campo
religioso en Argentina, y en ese marco se dio el ensayo de algunas acciones
políticas. Esto, impulsado por los efectos de un recambio generacional que
permitió la emergencia de nuevas figuras y líderes que no veían con malos
ojos “copar” lo público con el afán de crecer.

 

En la década del noventa se destacaron dos vínculos entre evangélicos y
política. En primer lugar, la movilización en la calle contra los proyectos
de ley que pretendían restringir aún más los derechos de las minorías
religiosas de cara a los privilegios católicos. Si bien no lograron corregir
el marco jurídico estructurante, los evangélicos frenaron las iniciativas
más restrictivas y dieron cuenta de un poder de movilización para nada
desdeñable. Las intervenciones de varios de sus dirigentes en las
controversias sobre la extensión de derechos sexuales y reproductivos en la
década del 2000 (ley de educación sexual, matrimonio igualitario y
despenalización del aborto) son herederas de este aprendizaje y
paradojalmente facilitaron las alianzas con sectores católicos, con quienes
compartían la oposición a la extensión de la agenda de género.

 

En segundo término, el armado de partidos confesionales que pretendían
redimir el espacio de la política mediante lógicas de santificación. Pese a
sus esfuerzos, la cosecha de votos fue magra, por razones decisivas. En
primer lugar en estas pampas las identidades políticas son más longevas y
densas que en Brasil, y nuestro cuarto oscuro es más impermeable a las
influencias de otras afiliaciones que no sean las político-ideológicas y a
otras preocupaciones que no sean llegar al fin de mes y evaluar cómo nos fue
con el gobierno anterior y como pensamos que nos va a ir en el próximo
período. A pesar de los repetidos intentos de capitalizar en un redil de
votos propios las identidades religiosas, los pentecostales tienden a votar
como sus vecinos y su grupo social: a veces oficialismo, a veces oposición,
a veces peronismo, a veces antiperonismo. En segundo lugar no hay
actualmente entre las iglesias evangélicas relaciones de predominio que
superen la fragmentación de las decenas de miles de iglesias en que existe
el movimiento religioso que desde afuera se ve unificado.

 

Si las urnas, campañas, slogans y votos representaron un árido desierto, la
implementación de políticas públicas se constituyó en una llanura fértil.
Esto se debe a que la práctica religiosa pentecostal desarrolló
tempranamente una pastoral que integra la restauración espiritual y material
de los creyentes. De allí que tanto en las pequeñas comunidades del
conurbano, armadas en improvisados garages, como en la mega iglesias
situadas en barrios porteños de mayor nivel económico, las plegarias, cantos
y movimientos corporales se combinan con merenderos, talleres de oficio,
comunidades terapéuticas. En particular, en el abordaje del consumo
problemático de drogas, en la asistencia social y en el armado de dinámicas
y espacios propios en el mundo carcelario los evangélicos desarrollaron una
expertise que creyentes y no creyentes incorporaron rápidamente a sus
estrategias de supervivencia cotidiana, al mismo tiempo que dirigentes
políticos de múltiple extracción los identificaran como interlocutores
válidos para “bajar” recursos al territorio. 

 

De allí que las visitas a la Casa Rosada no sean nuevas. Con Menem
(fundamentalmente en la etapa de la recesión), durante la crisis de 2001 y
2002 (cuando sus federaciones integraron la versión ampliada de la Mesa de
Diálogo Social, convocada por Duhalde) y durante el kirchnerismo, con Alicia
Kirchner como enlace, diferentes pastores y pastoras participaron de la
discusión acerca de la implementación de políticas de contención social. Hoy
vuelven a hacerlo y nada dice que sea seguro, probable o necesario que los
creyentes evangélicos de la Argentina vayan a participar de la creación de
un Bolsosaurio argentino en una proporción específica y mayor que la que
puedan llegar a participar el resto de los argentinos que practican otras
religiones. Por ahora lo único que se verifica y no es poco es que los
pentecostales le dan fuerza al contingente que bloquea los avances en temas
de género y salud reproductiva.

 

Por otro lado, una veta positiva: el anclaje de los pentecostales en los
territorios en que se constituye la problemática social los torna también
interlocutores, integrantes, compañeros de ruta de los movimientos ligados a
la economía informal. En estos movimientos hay un modelo de diálogo posible
y productivo con los evangélicos en función de propuestas democráticas e
integradoras.

 

Finalmente: todo esto puede fallar porque de imponderables y de cambios
espasmódicos está hecha la historia y el tifón socioeconómico que se avecina
puede deslegitimar por entero a la clase política y no se sabe quiénes
podrán encarnar una especie de garantía. En ese caso los evangélicos y
muchos otros que no lo son podrán participar de las más variadas,
autoritarias e incluso extravagantes tentativas de regeneración. Oremos. 

 

* Marcos Carbonelli es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de
Buenos Aires e investigador asistente en CONICET. También es docente en la
Universidad de Buenos Aires, en la Carrera de Ciencia Política y en la
Universidad Arturo Jauretche, en el Instituto de Ciencias Sociales. Pablo
Semán, doctor en Antropología Social y profesor en la Universidad de San
Martín.

 

Nota 

 

1] A la idea de sólo por medio de la Sagrada Escritura el Protestantismo
añade las ideas de sólo por la fe, sólo por la gracia, sólo a través de
Cristo y sólo para la gloria de Dios que tiene las consecuencias de despejar
de mediaciones la relación entre los sujetos y la divinidad.

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