México/ El verdadero muro de Trump. La crisis migratoria hondureña [Eliana Gilet]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Oct 26 15:53:50 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

26 de octubre 2018

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México

 

La crisis migratoria hondureña

 

El verdadero muro de Trump

 

Huyendo de la violencia en Honduras, miles de migrantes quedaron varados en
un puente fronterizo que conecta Guatemala con México. Cuando las fuerzas de
seguridad mexicanas les frenaron el paso comenzaron a arrojarse al río para
cruzar esa frontera que hoy funciona como un eficaz “amortiguador” de la
inmigración centroamericana a Estados Unidos.

 

Eliana Gilet, desde Tapachula, Chiapas

Brecha, 26-10-2018

https://brecha.com.uy/

 

Los sorprendió a todos: a los chiapanecos, acostumbrados al paso de sus
vecinos centroamericanos; a los integrantes de organizaciones que luchan por
el derecho a la movilidad transfronteriza; a las autoridades mexicanas, que
no atinaron a dar una respuesta adecuada. Lo que comenzó siendo una
“caravana de migrantes” más, se transformó en un éxodo.

 

No hay números oficiales, pero según pudo saber esta cronista, en el
gobierno local se estima que en tres días unas 2.500 personas solicitaron
asilo en México y otras 7 mil entraron irregularmente por el río Suchiate
–como han hecho inmigrantes durante décadas–, sin mucho más que la voluntad
de conseguir un poco de aire allá en el norte que les permita sobrevivir
junto a sus hijos (en esta caravana también viajan niños).

 

El fenómeno migratorio del que hablan medios de todo el mundo en este
momento no es una caravana de migrantes como las que suelen cruzar México,
que son organizadas con el fin de visibilizar una reivindicación política,
como la que en marzo pasado logró llevar a dos centenas de migrantes a
presentarse ante las autoridades estadounidenses.

 

Se trata de un movimiento que fue creciendo como una bola de nieve con la
difusión de su anuncio en Facebook y en la televisión. La mayoría de estos
migrantes no había salido nunca antes de Honduras, aunque llevaban tiempo
masticando la idea. La noticia de que una caravana que se dirigía hacia el
norte lograba tumbar las fronteras con su masividad fue lo que los decidió a
sumarse.

 

El viernes 19 de octubre llegaron a un puente que une México y Guatemala
–una zona donde hasta entonces se permitía la entrada de migrantes desde el
sur, aunque de manera irregular, porque a los centroamericanos México les
exige visa para ingresar– tropas de la Policía Federal y la Gendarmería para
apoyar al Instituto Nacional de Migración (Inm) mexicano. La “gran escena”
que Brecha pudo observar ese día –y que los medios locales describieron con
variantes del titular “Centroamericanos violentan la frontera”– fue la señal
de un cambio en la política migratoria mexicana.

 

Mientras esto sucedía en el sureste, en Ciudad de México el canciller
mexicano, Luis Videgaray, sostenía en una rueda de prensa que quien quisiera
entrar al país debería respetar sus leyes y su soberanía. Acto seguido, el
jefe de la diplomacia mexicana le dio la palabra a su par estadounidense,
Mike Pompeo, quien felicitó a México por ser un país soberano en su política
exterior.

 

El gobierno de Donald Trump ha propuesto varias veces que México adopte una
política que absorba a todos los solicitantes de refugio que llegan desde el
sur y atraviesan su territorio. Formalmente esto podría hacerse a través de
un acuerdo del tipo “tercer país seguro”, que implicaría que México fuera el
“país seguro” que procesara las solicitudes de asilo. Las autoridades del
próximo gobierno de Andrés Manuel López Obrador han dicho que descartan
aceptar esta política (y según información diplomática a la que accedió
Amnistía Internacional, esta propuesta concreta ya no está sobre la mesa).
No obstante, en los hechos, el gobierno electo propone que sean los
centroamericanos quienes “trabajen” en los futuros megaproyectos que son la
piedra angular de su gobierno y que se pretende instalar en el sureste
mexicano, incluso en la zona de la selva Lacandona, donde están las
comunidades zapatistas.

 

Un Airbag para Estados Unidos

 

La principal preocupación del actual gobierno estadounidense –y que también
lo fue para la administración Obama– ha sido reducir la cantidad de gente
que llega a su frontera con México.

 

Un paso importante en este sentido se dio con la implementación del mexicano
Programa Frontera Sur (que forma parte de la Iniciativa Mérida de guerra
contra las drogas), que financió la militarización de la ruta del tren de
carga conocido como la “Bestia”, para impedir que los migrantes se trepen a
su techo, como suelen hacer para recorrer los 3 mil quilómetros entre las
fronteras sur y norte de México.

 

El flujo de migrantes fue descendiendo y en 2016 alcanzó mínimos que no se
habían conocido desde la década de 1970 (según los datos históricos de
detenciones publicados por la Customs and Border Patrol, Cbp, la autoridad
fronteriza gringa), pero no se detuvo. La migración se volvió aún más
clandestina, obligada a abrirse camino por la tupida selva mesoamericana,
donde enfrenta los machetes de los asaltantes del camino.

 

Mientras que hasta entonces los toleraban, desde fines de 2014 las
autoridades migratorias mexicanas comenzaron a perseguir y “asegurar” a
todos los que encontraban sin papeles en su territorio. En este contexto, la
formación de grandes grupos de migrantes que viajan juntos se convirtió en
una defensa contra las redadas de la “migra” mexicana.

 

The big scene 

 

Cuando la enorme caravana de emigrantes hondureños llegó a la ciudad
fronteriza de Tecún Umán, en Guatemala, el viernes pasado, se encontró con
una valla que le impedía el paso. La derribó y tomó el puente para mostrar
su capacidad. Sin embargo, los migrantes todavía no habían entrado en
territorio mexicano. La Policía Federal de este país decidió cerrar la valla
de su lado y dejar a la gente varada en el puente. Era mediodía y el
termómetro marcaba 29 grados. Allí deberían esperar quienes querían entrar a
México de manera legal. Una tercera parte de ellos sí esperó, pero el grueso
empezó a tirarse desde el puente al río, donde los balseros que operan el
cruce de manera artesanal, con unas pértigas largas que les sirven para
manejar unas precarias embarcaciones, organizaron el verdadero paso
fronterizo. La cruzada salía 25 pesos mexicanos o diez quetzales. Hacia el
final de la tarde, muchos lo hicieron gratis.

 

Los migrantes que se bajaron del puente se fueron concentrando en Ciudad
Hidalgo, frontera del lado mexicano, hasta que a las 4 de la mañana del
domingo 21 salieron caminando para recorrer los 40 quilómetros que los
separaban de la ciudad mexicana de Tapachula.

 

Aquellos que se habían quedado esperando en el puente fueron trasladados a
un predio que el Inm tuvo que anexar a la colmada estación migratoria tipo
siglo XXI de Tapachula. En un terreno pelado, similar a la Rural del Prado,
deberán permanecer recluidos durante el tiempo que a la Comisión Mexicana
del Refugiado (Comar) le lleve analizar si les da o no permiso de estadía en
México. Como las dependencias de la Comar resultaron dañadas con el sismo
del 19 setiembre del año pasado, eliminó los plazos regulares que tenía para
dar respuesta (45 días), y viene postergando la resolución de más de la
mitad de las 14 mil solicitudes que recibió durante 2017, una cifra inédita,
ya que hasta 2013 no superaban las 2 mil por año. La reclusión de los
migrantes hondureños durará todo el tiempo que se retrasen las decisiones de
la Comar.

 

Lo que viene 

 

Esta camada de migrantes hondureños no tiene autobuses para trasladarse,
como tuvieron las caravanas anteriores. Mucho menos ha logrado conseguir que
las autoridades le brinden de manera colectiva los permisos que les
garanticen a los migrantes un tránsito seguro por México. Hasta el momento
en que se escriben estas líneas en los dos trayectos que han hecho caminando
y a dedo –40 quilómetros hasta Tapachula y otros 20 más hasta Huixtla– no
fueron perturbados por la policía ni por las autoridades migratorias. Eso no
significa que estén fuera de peligro. El lunes pasado, sobre la ruta 200,
que va hasta Arriaga, un hondureño veinteañero murió cuando cayó del camión
que lo llevaba en la caja y fue arrollado por los autos que venían detrás.

 

Extraoficialmente pudo saberse que el gobierno chiapaneco, a cargo de Manuel
Velazco (el nuevo protegido de Andrés López Obrador que antes integraba el
derechista Partido Verde), dio la orden de no reprimir a la caravana
mientras esté dentro del territorio chiapaneco. No se sabe qué pasará cuando
crucen a Oaxaca o cuando decidan “ponchar” la Bestia (tomar el tren,
frenándolo al desconectar las mangueras de la locomotora) para acelerar el
camino al norte.

 

Mientras tanto, verlos estruja la panza. Hay cientos de bebés en brazos.
Familias enteras. Como si hubieran salido de Alepo. La diferencia es que
nacieron en lugares como Ocotepeque o San Pedro Sula, la ciudad latina con
el mayor índice de asesinatos por cantidad de habitantes. No han recibido
respuestas a la altura de la magnitud de su crisis.

 

En Tapachula los rumores dicen que hay otras dos caravanas rumbo a México,
pero tampoco hay certeza en esto. Mientras tanto, por el camino, los
hondureños andan con la frente en alto, aceptando el agua helada que los
chiapanecos salieron a ofrecerles en la ruta, haciendo brillar la
solidaridad de quien entiende que la migración es algo que no tiene por qué
detenerse. La precariedad en la que estas miles de personas lo están
haciendo demuestra el tamaño de su necesidad y de su sacrificio.

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