América Latina/Debates/ Izquierdas y progresismos: la divergencia vista desde allá y desde aquí [Eduardo Gudynas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 2 16:22:24 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

2 de setiembre 2018

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América Latina/Debates



Izquierdas y progresismos: la divergencia vista desde allá y desde aquí



Eduardo Gudynas *



Hemisferio Izquierdo, N° 24, agosto 2018

https://www.hemisferioizquierdo.uy/



Estos son tiempos de perplejidad para muchos. Pocos años atrás se festejaban
los avances de gobiernos de una “nueva izquierda” en América Latina, pero
ahora hay alarma ante sus derrumbes. En esa perplejidad están inmersos
muchos analistas, académicos y militantes, tanto en nuestro continente como
en el norte global, que en muchos casos resulta de lo que podrían
describirse como miradas “externas” que no siempre logran entender las
contradicciones y riesgos que existían “dentro” de nuestros países.



Es necesaria una pausa, retomar análisis que vayan más allá de la
superficialidad, sean mas precisos en sus conceptos, entiendan y dialoguen
con todo tipo de actores, asumiendo las tensiones, los avances y los
retrocesos en los procesos políticos.



El reciente especial de Hemisferio Izquierdo sobre “Bienes Comunes” es una
excusa apropiada para un aporte en ese sentido, y en especial la entrevista
a Daniel Chávez (1). Este investigador, residente en Holanda y participante
del Transnational Institute, reconoce su distancia con los que describe como
“críticos al desarrollo” (entre los que incluye a Pablo Solón de Bolivia,
Edgardo Lander de Venezuela, Arturo Escobar de EEUU / Colombia, Maristella
Svampa de Argentina, y a mí mismo). El cuestionamiento de Chávez apunta a
dos componentes de aquella corriente: “su crítica acérrima al rol de Estado
y su incapacidad de formulación de propuestas alternativas o superadoras de
lo que ellos criticaban”, aunque admite que con los años comprendió que no
eran tan “ácidos” y que habían algunas “propuestas”.



Esa entrevista ejemplifica a la corriente de quienes fueron entusiastas
defensores de los progresismos, se resistían a entender las contradicciones
y en varios casos cuestionaban a quienes elevaban alertas. Ese tipo de
posturas prevalecieron por años, y al menos desde mi experiencia, entiendo
que en parte se originan desde esa postura de un “exterior” político casi
siempre, epistemológico y afectivo muchas veces, y que no lograba reconocer
las voces de alerta “internas”. De esa manera no se detectaron a tiempo los
problemas, no se corrigieron muchas estrategias políticas, y lo que es peor,
de alguna manera, no advirtieron que con eso germinó el regreso de un nuevo
conservadurismo en algunos países. El énfasis en defender a toda costa a los
progresismos, la disciplina partidaria o la adhesión política acrítica, y
los problemas en dialogar con otros actores, seguramente jugó un papel
importante en la actual debacle. Por esa razón, esta crisis política está
inmersa en otra crisis más amplia, una de interpretación, y que no siempre
es reconocida.



Advertencias tempranas



Sin duda los nuevos gobiernos que conquistaron el poder desde 1999, con Hugo
Chávez en Venezuela, y que se difundieron en los siguientes años, como Evo
Morales en Bolivia, Lula da Silva en Brasil, Rafael Correa en Ecuador o el
Frente Amplio en Uruguay, implicaron una ruptura con el conservadurismo y
las posturas neoliberales. Ese cambio recibió amplios respaldos tanto desde
zonas rurales como ámbitos urbanos.



En una etapa inicial, y en especial desde mediados de los años 2000, buena
parte de los analistas, militantes e intelectuales del amplio campo de la
izquierda celebraron cambios como la reducción de la pobreza o una mayor
participación estatal en las estrategias de desarrollo, especialmente
vinculada a la administración de recursos mineros o petroleros. Esto es
entendible. De todos modos, algunos daban unos pasos más, y sostenían que
era próximo el derrumbe de los capitalismos (como se afirmaba al tiempo de
la crisis financiera de 2007/8) o que no existía nada a la izquierda de esos
gobiernos.



Pero poco a poco comenzaron a elevarse alertas, inicialmente desde algunas
minorías y desde localidades rurales (que en varios países correspondían a
comunidades campesinas o indígenas). Muchas de ellas expresaban reclamos
ante los efectos negativos de ciertos tipos de estrategias, como la
explotación minera, petrolero o agrícola. Recuerdo que en año 2007, en el
norte de Ecuador, líderes indígenas amazónicos me decían que la
contaminación que ellos sufrían era la misma, y nada cambiaba si operaba una
empresa estatal o una corporación transnacional. Esos casos mostraban que el
desarrollo se organizaba de diferente manera bajo esos gobiernos pero se
repetían problemática como los impactos sociales, ambientales y económicos.



Este tipo de circunstancias también se registraba en Bolivia y Venezuela,
mientras que en Argentina, Brasil o Uruguay, contradicciones análogas se
vivían con la liberalización desenfrenada de transgénicos, la avalancha de
agroquímicos, y la proliferación de los monocultivos de exportación.



Cuando se ubica esa problemática en un marco conceptual, se puede argumentar
que enfrentamos distintas variedades de desarrollo. En unos casos se
organiza de modo conservador, con fuerte participación empresarial y
extranjera, tal como ocurría en Chile o Colombia. En otros casos, como
Uruguay, Argentina, Brasil o Venezuela, el desarrollo se instrumentaliza en
clave progresista, con mayor presencia estatal y un abanico de instrumentos
de compensación, sobre todo económicos. Pero en todos los casos se
compartían ideas básicas sobre el desarrollo como progreso, crecimiento
económico y subordinación exportadora del país como proveedor de recursos
naturales.



La obsesión con ciertos parámetros económicos, incluyendo unas ideas
simplistas sobre que el mero crecimiento podía generar excedentes que
permitirían reducir la pobreza, hacía que incluso aquellos nuevos gobiernos
insistieran en profundizar la exportación de recursos naturales para
incrementar sus ingresos.



Eran los tiempos de bonanza de los altos precios de las materias primas,
como soja, minerales o petróleo, lo que alimentó una notable expansión
económica. Bajo esas condiciones se generaban muchos excedentes, y algunos
de ellos eran captados por los Estados para, en parte, compensar a grupos
afectados. Por ejemplo, si bien el gobierno Lula priorizó el apoyo a la
agropecuaria exportadora, especialmente sojera, esa bonanza le permitió
proveer de asistencia a pequeños agricultores y movimientos sociales
rurales. No resolvió sus problemas estructurales ni avanzó en una reforma
agraria, pero apaciguó la protesta en el campo. Algo similar ocurrió en
Uruguay. Esas compensaciones disimulaban desarreglos productivos
sustantivos, el desplazamiento de prácticas tradicionales de agricultura
familiar, y una creciente lista de impactos sociales y ambientales de la
agroindustria. Cuando los precios internacionales cayeron, esa compensación
económica se resquebrajó, regresaron los cuestionamientos y ya no pudieron
disimularse los problemas que permanecían sin resolución.



Los intentos de seguir una senda distinta que podría llamarse un desarrollo
de izquierda, que buscara desmontar la dependencia exportadora de materias
primas, no fructificaron. Las necesidades de dinero y las tentaciones de
aquellos altos precios, reforzó el perfil comercial primarizado en todos los
países. La intención de aumentar la captura de excedentes, como ocurrió en
la Argentina kirchnerista cuando se elevaron las retenciones a las
exportaciones de granos, generó una ola de protestas sociales que forzó a un
retroceso gubernamental.



Un caso todavía más extremo ocurrió en Perú, cuando asumió el gobierno
Ollanta Humala en 2011 en asociación con varios partidos de izquierda. Su
giro progresista chocó a los pocos meses con las exigencias de los sectores
empresariales mineros y las necesidades de capital, y al no contar con
capacidades para construir una alternativa, terminó recayendo en un
extractivismo tan conservador, que se rompió su coalición.



Izquierda y progresismo: dos regímenes



Este breve repaso, sin duda incompleto y esquemático, tiene por finalidad
mostrar que esos gobiernos expresaban distintos estilos que de todos modos
correspondían a desarrollos capitalistas como proveedores de materias
primas. Eso los alejaba de las intenciones defendidas por la izquierda que
les dio origen. Las izquierdas latinoamericanas siempre cuestionaron el
desarrollo basado en exportar materias primas, y lo concebían como un
resabio colonial. El cambio propio de los progresismos es que pasaron a
defender esa condición primero como un éxito, y luego como una necesidad.
Allí nace en Uruguay, pongamos por caso, la apuesta sojera y luego la
obsesión con buscar petróleo, el coqueteo con el fracking o el sueño
megaminero del anterior gobierno.



Estas mismas condiciones se repiten en otros terrenos, y como consecuencia
se vuelve necesario distinguir entre izquierdas y progresismos. Otra
cuestión distinta es si una izquierda crítica del desarrollo hubiese podido
ejercer una autonomía frente a ese tipo de desarrollo bajo las condiciones
que padecía América Latina; sin duda esto es discutible. Pero mi punto es
que esa aspiración dejó de estar en la agenda concreta y real de esos
gobiernos, y por el contrario, organizaron justificaciones y explicaciones
para seguir siendo proveedores de materias primas. Esa postura, abandonando
ese horizonte de cambio, es uno de los elementos específicos del
progresismo, y como se dijo arriba ocurre lo mismo en otras cuestiones. Todo
ello expresa un regreso a la defensa del “progreso”, por momentos en
visiones próximas a las de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.



El desvanecimiento de aquel impulso inicial de izquierda ocurrió de distinto
modo y a diferentes ritmos en cada país. Pero en todos ellos la adhesión al
desarrollo convencional jugó un papel importante, ya que si, por ejemplo, se
persiste en el papel de proveedor subordinado de materias primas, se deben
por un lado proteger emprendimientos como minería o petróleo, incluso ante
la protesta ciudadana, y por el otro lado, aceptar las reglas de la
globalización, el flujo de capital y mercancías, y normas como las de la
Organización Mundial de Comercio (2). La viabilidad de ese tipo de
exportaciones requiere asumir casi todas las condiciones del capitalismo
global.



Ese tipo de factores terminaron conformando lo que hoy conocemos como
gobiernos “progresistas”. Por lo tanto, “izquierda” y “progresismo” son
regímenes políticos diferentes. Sin duda que el progresismo no es una nueva
derecha ni un neoliberalismo, por más que a veces así se lo acusa. Pero
tampoco es la izquierda original propia de cada país y del continente. Es
también exagerado afirmar que estamos ante un “final” del progresismo (en
realidad eso responde casi siempre a una mirada autocentrada de analistas
argentinos o brasileños sobre sus propios países, prestándole poca atención
a lo que ocurre en Uruguay, Bolivia o Ecuador).



La incapacidad de reconocer a los progresismos como un régimen político
distintivo y los análisis incompletos sobre la situación en cada país, debe
estar jugando papeles importantes en la perplejidad de muchos analistas, tal
como se indicaba al inicio de este artículo. En ellos opera una mirada
“externa” que no supo entender los síntomas “internos” que vienen
acumulándose desde hace años.



Ese tipo de miradas, sean del sur como del norte, no reconocieran esa
divergencia, y siguen insistiendo en que gobiernos como los de Maduro en
Venezuela y Ortega en Nicaragua, son la mejor y genuina expresión de una
izquierda, y que además es latinoamericana y popular.



Afuera y adentro



La asimilación de los progresismos a una izquierda es esperable por quienes
priorizan las adhesiones partidarias, están atemorizados por un retorno de
la derecha o se aferran a un cargo en el Estado. Pero más allá de esos
casos, se superponen otros análisis donde fallaron los vínculos y diálogos
con las comunidades locales. Esto no quiere decir que exista mala intención,
pero si es cierto que se desestiman las voces de alerta de ciertos actores.



Siguiendo recorridos como estos, se genera una narrativa sobre el devenir de
la “nueva izquierda” latinoamericana que es sobre todo una construcción
intelectual basada en artículos y libros, donde la conversación discurre
entre las citas bibliográficas. Pero casi no se “escucha” o “entienden” las
demandas que vienen desde la base ciudadana, especialmente los más
desplazados en sitios marginales, como pequeños agricultores, trabajadores
rurales, campesinos, indígenas, etc. (y a pesar que buena parte de ellos
fueron clave en que esos partidos ganaran las elecciones).



Posiblemente los ejemplos más conocidos de ese tipo de posiciones sean los
escritos periodísticos de Atilio Borón o Emir Sader. Lo mismo ocurre con
varios análisis producidos desde el hemisferio norte sobre lo que sucede en
América Latina. Al leer esa literatura, casi toda escrita en inglés, se
tiene la impresión que en nuestros países se vivía algo así como un paraíso
de la liberación nacional, y que cualquier crítica era mera expresión de
conservadores agazapados que intentaban socavar un experimento popular.



Sea en el norte o en el sur, hay analistas que presentan por ejemplo a José
“Pepe” Mujica como el apóstol del ambientalismo por su discurso en las
Naciones Unidas, pero nunca entendieron, ni escucharon, pongamos por caso, a
las mujeres de la zona Valentines que alertaban sobre los impactos de sus
planes de megaminería de hierro. Lo mismo ocurre en los demás países (3).



También se decía que los “críticos del desarrollo” se contentaban con los
cuestionamientos pero no ofrecían alternativas. Esa afirmación es otro
ejemplo de la escucha incompleta, ya que las alternativas iban de la mano
casi desde un inicio con los cuestionamientos a los extractivismos
progresistas. Es más, ese esfuerzo, conocido como transiciones
post-extractivistas, está en marcha desde hace diez años en los países
andinos y ya avanzó hacia otras naciones (4). A diferencia de otras
exploraciones, estas alternativas otorgaban especial atención a propuestas
concretas, sean en políticas como en instrumentos, desde reformas
tributarias a las zonificaciones territoriales. Pero además, esa insistencia
en opciones de cambio concreto eran en parte esfuerzos para recuperar una
izquierda comprometida con la justicia social y ambiental.



Renovación y raíces



Tanto dentro de nuestros países como a nivel global, hay cuestionamientos al
capitalismo global, como los de David Harvey, y defensas de los progresismos
criollos, como las de Atilio Borón. Todas ellas pueden tener elementos
valiosos. Pero esas miradas a su vez confunden capitalismo con desarrollo, y
progresismo con izquierda, y por ello tienen dificultades para entender la
crisis actual y para proponer alternativas. Están muchas veces restringidas
a los manuales y decálogos políticos europeos o norteamericanos, y no son
interculturales.



Constituyen ejemplos de ese “afuera” donde no aparecen los matices o voces
interiores, como las de indígenas o campesinos, las de los jornaleros
informales en los campos de soja bolivianos, o las de las negras colombianas
que resisten la minería de oro. De ese modo, esa “exterioridad” pierde lo
específicamente latinoamericano que se esperaría en una crítica desde
nuestro continente. Los análisis de coyuntura se han debilitado, y se
escapan las particularidades nacionales y locales.



Así se termina confundiendo al progresismo con la izquierda. Del mismo modo,
se esquiva el espinoso análisis de cuáles son las responsabilidades de esos
progresismos en generar el nuevo conservadurismo que ahora se observa, por
ejemplo, en Argentina o Brasil (5). Entonces, no puede sorprender la
perplejidad ante la actual crisis.



Una postura muy distinta es la crítica que se hace desde el “adentro”, y que
podría describirse como “enraizada”, para tomar una imagen del colombiano
Orlando Fals Borda (6). En lugar de excluirlos, se busca un diálogo con las
alertas, las visiones o los reclamos locales, especialmente con quienes son
directamente afectados por el desarrollo o usualmente marginados cultural y
políticamente. Es un “adentro” que acepta la interculturalidad, respetando
otros tipos de saberes y otras sensibilidades ante el mundo social y
natural. Sin duda habrá posiciones distintas, acalorados debates, y otro
tipo de contradicciones, pero será una construcción más cercana a nuestras
circunstancias. Por todo esto, una renovación de lo que sería unas
“izquierdas” que estén ajustadas a América Latina y al siglo XXI, deben
estar social y políticamente situadas, dialogar con todos los actores y sus
saberes, y entender los contextos históricos y ecológicos.



* Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología
Social (CLAES), en Montevideo.



Notas



1) "El Estado tiene un papel muy importante que asumir en América Latina,
pero también ya es ahora de que la izquierda de la región abandone la añosa
visión estado-céntrica y que se abra a perspectivas como las de los
comunes". Entrevista a Daniel Chavez, Hemisferio Izquierdo, 26 Julio 2018,
https://www.hemisferioizquierdo.uy/single-post/2018/07/26/El-Estado-tienen-u
n-papel-muy-importante-que-asumir-en-Am%C3%A9rica-Latina-pero-tambi%C3%A9n-y
a-es-ahora-de-que-la-izquierda-de-la-regi%C3%B3n-abandone-la-a%C3%B1osa-visi
%C3%B3n-estado-c%C3%A9ntrica-y-que-se-abra-a-perspectivas-como-las-de-los-co
munes-entrevista-a-Daniel-Chavez

2) Tan solo a modo de ejemplo sobre los debates acerca de los progresismos,
entre las primeras alertas se destaca: El sueño de Bolívar. El desafío de
las izquierdas Sudamericanas, por M. Saint-Upéry, Paidós, Barcelona, 2008.
Más recientemente, ver distintas opiniones en:

El correismo al desnudo, A. Acosta (ed), Montecristi Vive, Quito, 2013.

Mito y desarrollo en Bolivia: el giro colonial del gobierno del MAS, por
Silvia Rivera Cusicanqui, Plural, La Paz, 2015.

Rescatar la esperanza. Más allá del neoliberalismo y el progresismo, por
varios autores, Entre Pueblos, Barcelona, 2016.

As contradições do Lulismo. A que ponto chegamos?, por A. Singer e I.
Loureiro (orgs), Boi Tempo, São Paulo, 2016.

3) En el caso de Uruguay se vaticinaba que la llegada del Frente Amplio
lanzaría un nuevo “modelo de desarrollo”, y más allá de la ambigüedad sobre
el significado del término “modelo”, es evidente que eso no ocurrió. Véase
sobre esa predicción: Tercer Acto. La era progresista. Hacia un nuevo modelo
de desarrollo, por A. Garcé y J. Yaffé, Fin de Siglo, Montevideo, 2055.

4) Distintos documentos sobre alternativas a los extractivismos y al
desarrollo en el sitio www.transiciones.olrg <http://www.transiciones.olrg/>


5) Una ilustración de esa problemática resulta de comparar dos libros del
politólogo argentino José Natanson: en 2008 prevalecía un cierto
triunfalismo con lo que denominó como “nueva izquierda”, y en 2018 se
analizan algunas razones del colapso kirchnerista y el triunfo del macrismo.

La nueva izquierda. Triunfos y derrotas de los gobiernos de Argentina,
Brasil, Boolivia, Venezuela, Chile, Uruguay y Ecuador, Debate, Buenos Aires,
2008; ¿Por qué? La rápida agonía de la Argentina kirchnerista y la brutal
eficacia de una nueva derecha, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.

6) Hacia el socialismo raizal y otros escritos, por Orlando Falsa Borda,
CEPA y Desde Abajo, Bogotá, 2007.

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