Estado/Violencia/ Crítica de la "razón punitiva". Castigo penal y clases sociales [Didier Fassin - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Sep 10 23:56:34 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

11 de setiembre 2018

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Estado/Violencia 

 

Entrevista a Didier Fassin, antropólogo, sociólogo y médico francés,
investigador del sistema punitivo

 

“La pregunta no es si está bien o mal castigar, sino por qué se castiga a
unos y no a otros” 

 

Stephanie Demirdjian 

La Diaria, 10-9-2018

https://ladiaria.com.uy/

 

En las últimas tres décadas, la población de las cárceles ha aumentado en la
mayoría de los países del mundo. Sin embargo, las cifras muestran que este
incremento de las personas privadas de libertad no tiene correlación con la
evolución de la criminalidad. Vivimos lo que el antropólogo, sociólogo y
médico francés Didier Fassin define como un “momento punitivo”, que se
traduce en un aumento del castigo. Y tiene varias aristas: socioeconómicas,
culturales, políticas e incluso morales. Fassin habló sobre todas ellas con
la diaria en su paso por Montevideo, donde presentó los temas centrales de
su último libro, Castigar, una pasión contemporánea (2017).

 

-Vino a Uruguay para brindar la conferencia “Crítica de la razón punitiva”.
¿Qué es la “razón punitiva”?

 

El punto de partida de mi reflexión es lo que se puede llamar “un momento
punitivo”, es decir un momento de crecimiento del castigo y, en particular,
de la población carcelaria. En Uruguay, el aumento del número de los presos
desde el año 2000 ha sido de alrededor de 300%, y esto es un fenómeno que se
encuentra en la casi totalidad de los países del mundo. Se trata de un
momento punitivo porque el aumento de los presos no se corresponde con el
aumento de la criminalidad y de la delincuencia. No hay correlación entre
los dos fenómenos. Lo que pasa no es que hay más crímenes, sino que, por un
lado, hay más intolerancia por parte de la sociedad y más sensibilidad a los
desórdenes y a las desviaciones. Por otro lado, hay una manipulación de los
políticos de esa inquietud de la población alrededor del crimen –con
propuestas de más castigos, más sentencias de prisión y la construcción de
más cárceles–, que es lo que se llama “populismo penal”. La combinación de
la intolerancia y el populismo penal hace que pueda haber una desconexión
entre el aumento de los presos y la realidad de la criminalidad. Eso
caracteriza al momento punitivo y es el punto de partida de mi reflexión. En
realidad mi trabajo no es explicar eso en detalle, sino tomarlo como un
pretexto para reflexionar de manera más general sobre el castigo, tratando
de plantear tres preguntas que pueden caracterizar la razón punitiva: ¿qué
es el castigo?, ¿por qué se castiga? y ¿quién es castigado? Esos son los
tres elementos que he tratado de pensar a partir de una investigación de 15
meses que realicé con la Policía, patrullando con ellos en las periferias de
París, y de un trabajo de cuatro años en una cárcel francesa para entender
lo que pasaba y lo que era la vida allí adentro. Entre los dos, hubo un
trabajo un poco más limitado sobre la Justicia. Entonces Policía, Justicia y
cárcel son los tres aspectos sobre los cuales he trabajado empíricamente.
Por otro lado, me he basado en los trabajos históricos y etnológicos que han
hecho otros profesionales. Todo esto me permite responder esas tres
preguntas.

 

-¿Cómo responde esas tres preguntas?

 

Mi respuesta es una conversación crítica con la filosofía y el derecho, que
tienen definiciones y justificaciones del castigo que son de tipo normativo.
Es decir, dicen “lo que debería ser” el castigo. Yo lo que trato de hacer es
entender lo que es el castigo, no lo que debería ser. Es un trabajo
descriptivo. Por ejemplo, intento entender cómo se comporta la Policía, qué
es lo que pasa en una cárcel, cómo los jueces deciden sobre casos en
juicios, y no cómo deberían actuar los policías, funcionar una cárcel o
tomar las decisiones los jueces. Esa discrepancia y esa diferencia que hay
entre lo normativo y lo descriptivo es muy importante para comprender lo que
es el castigo y por qué se castiga. Por ejemplo, de manera normativa, se
piensa que el castigo debe ser infligido por una autoridad legal apropiada
contra un responsable de una infracción a la ley. Lo que demostró la
realidad es que la Policía castiga, a pesar de que no es su deber castigar
sino arrestar para que luego ese individuo sea juzgado. Entonces, esta
autoridad que no es la apropiada muchas veces castiga a personas que son
inocentes pero que pertenecen a grupos que están caracterizados como
potenciales delincuentes, como los inmigrantes o los pobres. En muchos casos
–lo he visto– se atrapa a alguien y no se sabe si es el culpable o
simplemente el que corrió menos rápido.

 

-¿Qué relación hay entre el castigo penal y las clases sociales?

 

Es la cuestión de la distribución social del castigo. Para filósofos y
juristas, cada persona tiene la misma posición frente al castigo, es decir
que los que castigan no deberían hacer diferencias entre grupos. Ahora, la
cuestión de quién es castigado tiene mucho que ver con qué se castiga. En el
simple hecho de elegir lo que se va a castigar de manera más severa, se
elige a quién se va a castigar. Por ejemplo, si se castiga de forma más
severa el hurto de un teléfono que la evasión fiscal, que es de millones de
dólares, se ve que no es la gravedad de la infracción lo que se castiga sino
el tipo de infracción y el tipo de persona que hace esa infracción. El robo
es típicamente una actividad de los pobres, pero la evasión fiscal no.
Entonces, la elección de qué se va a castigar de manera más severa es, al
final, una elección de a quién se va a castigar. Eso, últimamente, define
poblaciones que son castigables y poblaciones que se deben proteger del
castigo. Allí hay una división social por el nivel socioeconómico, pero
también por la pertenencia a minorías, dependiendo de los países. En
Francia, por ejemplo, en la cárcel donde trabajé, dos tercios de los presos
eran árabes y negros, y por supuesto que no representan dos tercios de la
población criminal. Uno de los presos me decía que el ex presidente francés
Nicolas Sarkozy o el ex ministro de Presupuesto Jerôme Cahuzac han cometido
crímenes financieros y no están en la cárcel. Y este tipo había sido
condenado a tres años de prisión por tener tres kilos de cannabis para
vender. Entonces la pregunta no es si está bien o mal castigar a determinada
persona, sino por qué se castiga a unos y no a otros.

 

-¿Identifica este momento punitivo en regiones particulares o es algo que
percibe de manera general en el mundo?

 

Hay diferencias en el mundo. Hay países que son extremadamente punitivos.
Estados Unidos es el peor en este sentido, pero China y Rusia también, e
incluso tienen muchos castigos por razones políticas. En América Latina,
países como Brasil o México tienen una severidad y una brutalidad
importantes. Porque no es solamente la cuestión de la severidad de la pena,
es también la brutalidad de la prisión, y son dos cosas diferentes. Está el
sistema penal que castiga y el sistema penitenciario, que es la forma en que
se da ese castigo. Hay países que son excepciones en esta evolución, como
son los países escandinavos. Hay también países que han conocido un
crecimiento y que en los últimos diez años han empezado a revertir la
evolución y a disminuir su población carcelaria. En Europa, los tres países
que han tenido esta evolución son Alemania, Austria y Holanda, todos con
gobiernos de derecha. Es interesante porque la política de considerar que la
sociedad tiene una responsabilidad hacia los crímenes y que la cárcel no
puede ser la única solución es típica de la izquierda.

 

-¿Cuál es el modelo que aplican estos tres países?

 

Es un modelo que se basa en varios argumentos. Uno es un argumento moral,
según el cual no se puede encerrar a más personas porque eso conduce a una
deshumanización y a una división social más importante. Otro es económico:
cuesta mucho. Este argumento lo sostienen varios republicanos
estadounidenses. La prisión es el primer presupuesto en muchos estados,
cuesta más que la educación y que la Justicia. Y, por último, creo que hay
un argumento que es más de racionalidad social y que es el que yo trato de
poner adelante: encerrar a más gente en la cárcel genera una sociedad con
más desigualdad e inseguridad. Esto se entiende fácilmente porque, en la
mayoría de los casos, la población de la prisión aumenta porque se encierra
a más gente. Y esta gente entra por pequeñas infracciones, algo que
corresponde a la intolerancia que decía antes. Entonces, se puede entender
que la población carcelaria podría disminuir si, por ejemplo, un día se
decide que todas las sentencias de menos de seis meses, que corresponden a
pequeñas infracciones, van a tener una pena alternativa, como trabajo
comunitario. Esto haría que saliera 20% o 25% de las personas presas.
También se evitaría la desocialización del individuo y la desestructuración
de su familia.

 

-Pareciera que las personas privadas de libertad, además de cumplir con el
castigo penal, muchas veces tienen que enfrentar otros castigos, como vivir
en las pésimas condiciones que tienen algunas cárceles, soportar abusos por
parte de los funcionarios penitenciarios o no tener garantizados algunos de
los derechos básicos. ¿Puede alguien rehabilitarse en este contexto?

 

Es muy difícil y es lo que muchos presos me dijeron durante el trabajo que
hice: “¿Cómo quieren que mejoremos en un ambiente en el que hay violencia e
insultos y no podemos expresarnos?”. Lo que la gente debe comprender es que
la prisión no es sólo la privación de libertad, es una privación de muchas
otras cosas que no tienen nada que ver con la pena. La pena es una privación
de libertad, pero además es la privación de la intimidad, por ejemplo. Es
también una privación de las decisiones más cotidianas, como tomar una ducha
cuando hace mucho calor. Finalmente, hay una privación del sentido mismo de
la prisión. Porque si la prisión es una privación de libertad para una
reinserción, eso significa que habría posibilidad de trabajar y de tener
educación en la cárcel para poder prepararte para la salida. Pero cuando
todo eso es casi imposible, no hay reinserción y el sentido mismo de estar
en una cárcel se pierde. Es solamente un castigo, es hacer sufrir pero sin
apertura a un futuro del individuo, y también de la sociedad.

 

-Lo que usted describe en su obra como “la pasión contemporánea por el
castigo”, ¿abarca también otras cuestiones fuera de las cárceles, como la
represión de las fuerzas de seguridad en las calles o los malos tratos y las
torturas que tienen lugar en otras instituciones, como los centros de salud
mental o los geriátricos?

 

El castigo tiene un espectro mucho más amplio que simplemente el castigo del
juez que te manda a la cárcel o de otras autoridades públicas como la
Policía. Se puede pensar también en el castigo en la escuela o en las
empresas. Pero algo que he notado y que me parece interesante es que si se
consideraran las últimas tres o cuatro décadas, ha habido por un lado –como
he descrito antes– un aumento considerable del castigo y de la población
carcelaria, pero por otro lado la familia dejó de ser una institución
típicamente de castigo. Antes los padres castigaban más a sus hijos cuando
hacían algo que no debían, por ejemplo. Ahora el padre y la madre no tienen
derecho a castigar a sus hijos. O lo hacen, pero si lo hacen de manera
violenta el juez puede intervenir. Entonces, estamos frente a un mayor
control sobre el castigo dentro de la institución familiar, es decir en el
mundo privado, pero hay un incremento del castigo en el ámbito público. Eso
es como si el Estado, para parafrasear la expresión de Max Weber, tuviera el
monopolio de la violencia legítima. Se podría decir que el Estado tiene el
monopolio del castigo legítimo: no deja a la familia castigar, pero como
Estado se da todo el poder para hacerlo. Esto, además de preocupante, me
parece una de las evoluciones más importantes de las últimas décadas en el
ámbito del castigo.

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