Debates/ América Latina frente al espejo del desarrollo de Corea del Sur y China [Jaime Osorio]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Sep 24 00:37:32 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

24 de setiembre 2018

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Debates

 

América Latina frente al espejo del desarrollo de Corea del Sur y China

 

Jaime Osorio *

 

Viento Sur, 22-9-2018

https://vientosur.info/

 

En un artículo publicado en inglés en 1966, y con antecedentes en escritos
previos de 1963, Andre Gunder Frank formuló una de las ideas que alteraron
de manera radical los estudios del desarrollo, al sostener que “el actual
subdesarrollo de América Latina es el resultado de su participación secular
en el proceso del desarrollo capitalista mundial (…)” (Frank, 1991: 37-42).
El desarrollo dejaba de ser visto como un problema de naciones aisladas, que
recorrían etapas sucesivas que las conducían a la prosperidad. Sólo
considerando las interrelaciones establecidas a nivel del sistema mundial
dicho proceso alcanzaba sentido, lo que abrió las puertas para que a su vez
los problemas del subdesarrollo fuesen abordados desde ese marco, en tanto
contracara indisoluble justamente del desarrollo. De allí en adelante esta
idea será retomada por autores diversos y en particular por los que darán
vida a la teoría marxista de la dependencia (Marini, 1969: 3). Considerando
algunas particularidades del desarrollo de Corea del Sur y de China nos
proponemos en este escrito poner de manifiesto la vigencia de esa
perspectiva de reflexión, -burdamente desconocida, pero estigmatizada-, a
fin de discutir sobre los procesos y perspectivas del desarrollo en nuestra
región.

 

La relación desarrollo/subdesarrollo

 

Desarrollo y subdesarrollo son dimensiones de un único y mismo proceso: la
historia del despliegue y expansión del sistema mundial capitalista. Esta
tesis formulada en lo fundamental por Frank, como hemos indicado, y retomada
posteriormente por algunas corrientes cepalinas y por los teóricos de la
dependencia, implicó cuestionar desde su raíz dos formulaciones centrales de
las teorías del desarrollo: la primera, que el desarrollo y el subdesarrollo
se pueden estudiar y explicar cada uno en sí mismos, de manera aislada, y
que las relaciones que mantienen las economías inscritas en una y otra
condición no tienen consecuencias sustantivas en su situación.

 

La nueva formulación sostendrá, por el contrario, que sólo en el seno de las
relaciones que dan vida al sistema mundial capitalista, y como resultado de
ellas se puede explicar el que algunas economías y regiones se desarrollan y
que otras economías y regiones se subdesarrollan. No constituyen por tanto
procesos independientes. No se explican unas y otras fuera de las mutuas
relaciones.

 

"La Revolución Industrial no es (…) un proceso que pueda explicarse y
comprenderse en términos de países aislados, como Inglaterra, o de regiones
aisladas, como Europa noroccidental. En realidad, se desenvuelve dentro de
un sistema económico y político mundial que vincula aquellos países y
regiones entre sí y con sus respectivas áreas coloniales y países
dependientes; dichas vinculaciones contribuyeron de manera importante al
proceso mismo de la Revolución Industrial a través de la generación y
extracción de un excedente, la apertura de mercados y el aprovechamiento de
los recursos naturales y humanos de las áreas periféricas" (Sunkel y Paz,
1985: 44-45).

 

La segunda formulación cuestionada por la tesis anterior es la que sostiene
que el subdesarrollo –o sus variaciones eufemísticas, como “economías en
vías de desarrollo” o “economías emergentes”– es un estadío o etapa
económica previa del desarrollo, resultado de una débil expansión del
capitalismo, y que es permitiendo su reproducción de donde emergerán las
soluciones al desarrollo.

 

La nueva propuesta puso de manifiesto que en el seno de las relaciones
capitalistas predominantes en el sistema mundial, el subdesarrollo es una
forma madura de capitalismo, es una forma original, tan madura y original
como lo es el capitalismo desarrollado.

 

Si esta fue la segunda derivación relevante de aquella formulación, no menos
relevante fue sostener que en el sistema capitalista, y como resultado de su
expansión, conviven diversas formas de capitalismo, que no hay una única
modalidad, lo que planteó la necesidad de descifrar los procesos internos y
externos que dan vida y reproducen al capitalismo subdesarrollado o
dependiente, como terminará de denominarse en sus versiones más avanzadas.

 

Esa será la tarea a la que se abocarán el núcleo de investigadores que
constituyeron la teoría marxista de la dependencia, en donde destacan Vania
Bambirra, Theotonio Dos Santos y Ruy Mauro Marini, y que alcanza en el
trabajo de este último, Dialéctica de la dependencia (Marini, 1973) su forma
más acabada.

 

Pero la condición de desarrollo o de subdesarrollo en el sistema mundial
capitalista, en tiempos o periodos determinados, no significan posiciones
adquiridas por las economías para todo tiempo y condiciones en la historia
de ese sistema. Lo único que se sostiene en la tesis anterior es que para
que emerja desarrollo en algún espacio geoeconómico en el sistema mundial,
se genera subdesarrollo en otros espacios, por procesos diversos, como
pérdidas de valor de unas regiones en beneficios de otras, con la colusión
de las clases dominantes de las regiones subdesarrolladas. Algo de este
proceso se deja entrever cuando se sostiene que

 

"(…) los beneficios que las empresas transnacionales obtienen de sus
operaciones en América Latina y el Caribe se incrementaron 5.5 veces en
nueve años, pasando de 20 mil 425 millones de dólares en 2002 a 113 mil 67
millones de dólares en 2011. El crecimiento tan marcado de estas utilidades
–también denominadas rentas de IED- tiende a neutralizar el efecto positivo
que produce el ingreso de la inversión extranjera directa (…)”. Ello porque
“las empresas transnacionales repatrían una proporción de sus utilidades
ligeramente superior (55%) a la que reinvierten (45%)" -Subrayado nuestro-,
(CEPAL, 2012: 13 y 68).

 

Desde este horizonte, teóricamente es posible sostener que una economía
desarrollada pueda girar hacia el subdesarrollo. Por ello tienen sentido los
señalamientos que alimentados por los desastres de la actual crisis, pero
por razones de más larga data, afirman, por ejemplo, que la economía de
España se estaría latinoamericanizando, no sólo por la aplicación ortodoxa
de políticas neoliberales reclamadas por los organismos europeos y el FMI y
con el acuerdo del gobierno de Mariano Rajoy, sino porque esas “erróneas
políticas” (Nadal, 2014), en el contexto de la actual crisis, no abrirán las
puertas para la recuperación y, por el contrario, la estarían empujando al
subdesarrollo (Roitman, 2012), en beneficio inmediato de la Alemania de
Merkel, y del gran capital con asiento en España.

 

No sé si estos pronósticos podrán confirmarse en el futuro. Lo que me
importa destacar es que una reversión como la arriba señalada es posible
dentro de los movimientos y procesos del sistema mundial capitalista.

 

Pero el complemento de la hipótesis anterior señala que una economía
subdesarrollada pueda reorientarse hacia el desarrollo.

 

La única certeza respecto a esta segunda formulación es que si se afirma que
una determinada economía estaría encaminándose al desarrollo (o que ya lo
es), junto a las razones que llevan a tal afirmación, el paso inmediato
sería interrogarse en qué economías y regiones del sistema mundial se está
extendiendo o profundizando el subdesarrollo. Porque en estos procesos, como
hemos visto, necesariamente hay consecuencias.

 

Corea del Sur, China y el desarrollo

 

Si se afirma que Corea del Sur, en un breve plazo, logró constituirse en una
economía desarrollada, tendremos que preguntarnos en qué economías y
regiones se cobró inicialmente –y se cobra actualmente- la factura de ese
proceso en términos de intensificación o extensión del subdesarrollo. Porque
Estados Unidos destinó sumas considerables para apuntalar y fortalecer la
economía de Corea del Sur, por su estratégica posición en la península
coreana en momentos particulares de la guerra fría. Baste considerar que “de
1953 a 1960, la ayuda económica de Estados Unidos representó un tercio del
presupuesto del país, financiando un 85 % de sus importaciones y un 75 % de
la formación de capital fijo; en resumen, un 8 % del PNB” (Rodríguez, 2000:
127-155) 1/.

 

No debe menospreciarse lo que las clases explotadas sudcoreanas aportaron en
el proceso al sufrir agudos y prolongados procesos de superexplotación.
Baste que “el Estado impuso a los campesinos un volumen mínimo de producción
para ciertos productos” a un precio fijado por las autoridades, generalmente
“muy bajo, a menudo inferior al precio de coste”(Toussaint, 2006; 88), o que
para 1980, cuando los principales problemas de acumulación ya se superaban,
“el coste salarial de un obrero coreano representaba un décimo del de un
obrero alemán, la mitad del de un mexicano, (y) un 60 % de un brasileño”. Y
la jornada laboral para los obreros para este último año era la más larga
del mundo, no existiendo además un salario mínimo legal. (Toussaint,
2006:95).

 

Pero en relación al vínculo desarrollo-subdesarrollo con toda seguridad
podría afirmarse que los enormes recursos aportados a Corea del Sur en
aquellos años no salieron de los bolsillos del capital estadounidense, ni
tampoco de nuevas o mayores tasas impositivas sobre su población
trabajadora, sino de valores apropiados por la economía estadounidense a
diversas economías y regiones, y que terminaron en Seúl.

 

En la actualidad es el caso de China el que suscita interrogantes en torno
al periodo desde el que se le puede – o se le podrá- considerar una economía
desarrollada, y más aún, si constituye el verdadero rival que disputa la
hegemonía de los Estados Unidos en el sistema mundial, o quedará como una
simple amenaza, como ocurrió con los señalamientos de Japón y Europa
Occidental en periodos anteriores.

 

Las cifras de crecimiento de la economía china en las últimas décadas son
sorprendentes, como sorprendentes son sus avances en materia de producción
de bienes industriales sofisticados, de investigación y nuevos
conocimientos, alcanzando avances importantes incluso en la exploración
espacial.

 

Parte importante de los esfuerzos que ha requerido esta acelerada
transformación reposan sobre las espaldas de campesinos y trabajadores
industriales, lo que ha propiciado una suerte de agudización del atraso en
amplias regiones de la propia economía china, particularmente en el agro.
Pero no hay duda que siendo esto necesario, no es suficiente para explicar
las potencialidades de desarrollo alcanzados. China es hoy una economía que
obtiene beneficios extraordinarios por múltiples procedimientos.

 

En la base de esos procedimientos se encuentra la particular combinación de
elevados avances científicos y tecnológicos, que permiten incrementos
sustanciales en la productividad, con salarios, jornadas e intensidad en
condiciones de superexplotación, lo que permite la producción y exportación
de una masa enorme de bienes de todo tipo y complejidad, en condiciones de
barrer o debilitar cualquier competencia.

 

A ello se agrega una política cambiaria que se constituye también en
subsidio a las exportaciones, con lo cual China ha logrado convertirse en la
más poderosa economía exportadora (en 2013 las exportaciones totales de
China ascendieron a 2 mil 21 millones de dólares, por arriba de Alemania,
Estados Unidos y Francia, en tanto las importaciones llegaron a un mil 95
millones de dólares.(Agencia china de noticias, 10 de enero de 2014),
llevando a la bancarrota a sectores productivos de un sinnúmero de economías
y a elevar el déficit de sus balanzas comerciales, incluido Estado Unidos
(para 2013, el déficit comercial de Estados Unidos con China ascendió a 318
mil 400 millones de dólares), lo que implica debilitar o liquidar
competencias.

 

Muchos de esos capitales, sea del mundo desarrollado, sea del
subdesarrollado, se suman a la enorme masa de capitales provenientes de muy
diversas regiones y economías que luchan por invertir y ganar posiciones en
las extensas y diversas plantas industriales existentes en China, con el fin
de producir una enorme gama de bienes para ser vendidos en mercados de
variado poder de consumo en todo el planeta, sustentados en la conjugación
de bajos salarios y elevada productividad. Todas las grandes empresas
mundiales, desde productoras de juguetes, bienes industriales livianos,
conocidas marcas de ropas y accesorios de lujo, hasta las productoras de
bienes de consumo durable y de bienes de capital, cuentan con alguna planta
de producción instalada en territorio chino.

 

Esto permite a China favorecerse de una cuantiosa capitalización. De acuerdo
a la UNCTAD, en 2012 China se ubicó como la segunda economía receptora de
Inversión Extranjera Directa, con 121 mil millones de dólares, sólo por
debajo de Estados Unidos, que alcanzó los 168 mil millones de dólares. En
tercer lugar se encuentra Hong Kong, también territorio chino, con 75 mil
millones de dólares. (UNCTAD, 2013: 4). Esa IED permite multiplicar sus
procesos de acumulación, elevar la calificación de su mano de obra, lograr
transferencia de conocimientos 2/, y favorecerse de impuestos. A ello se
agrega la repatriación de ganancias de sus inversiones foráneas 3/.

 

En esta sui géneris articulación de avances tecnológicos y productivos con
aguda sobreexplotación, que permite abaratar precios a niveles
inalcanzables, el logro de cuantiosas inversiones en sus territorios que
dejan sustratos de conocimientos y capacitación, junto a un voraz copamiento
de mercados, el desarrollo chino supedita a sus competidores del mundo
desarrollado y profundiza el subdesarrollo y la dependencia de otras
regiones, arrastrando inversiones, quebrando competencias, inundando
mercados con sus baratos bienes industriales. A modo de ejemplo, del año
2002 al 2011, sostenida en sus cuantiosas importaciones en la región, China
se convierte en uno de los principales proveedores de bienes de capital de
Argentina, Brasil, Chile y México, elevando de manera considerable su
participación porcentual en todos los casos, a pesar de no ser el principal
(siendo la Unión Europea para Brasil, y Estados Unidos para México). Así,
pasa en esos años del 4 al 28 % como proveedor de máquinas, herramientas y
repuestos en Argentina; del 3 al 24 % en Brasil; del 6 al 29 % en Chile, y
del 7 al 31 % en México. (Bekerman, Dulcich, Moncaut, 2014: 69).

 

Sobre las bases de una elevada acumulación capitalista sustentada por
múltiples caminos, la voracidad importadora del mercado chino se expande
también sin afectar la acumulación, ni provocarle déficits comerciales,
hambriento de alimentos, para satisfacer una creciente demanda de
bienes-salarios, como de materias primas para sostener la elevada producción
local, lo que ha dinamizado la expansión exportadora de América Latina de
los últimos años.

 

De esta forma China es hoy una verdadera fábrica mundial, así como una de
las locomotoras que arrastra la golpeada economía capitalista en crisis.

 

Un cuadro de condiciones excepcionales

 

En los dos casos considerados no debe perderse de vista las condiciones
excepcionales que posibilitan y definen sus procesos de desarrollo. En este
sentido es importante resaltar el papel del Estado en la tarea de definir un
proyecto de desarrollo, jerarquizando tareas y tiempos para el destino de
recursos hacia sectores y ramas determinadas, manteniendo el monopolio de
esos recursos, alineando a las distintas clases dominantes y fracciones a
ese proyecto (que expresa, a lo menos, los intereses de la fracción burguesa
industrial), disciplinando a las clases trabajadoras y sometiéndolas a
agudos procesos de explotación y sobreexplotación, morigerados en periodos
avanzados del proceso en Corea del Sur, en materia salarial, no en
intensidad, y que ya toma forma fuerza también en China.

 

Ese papel director del Estado y la autonomía (que no independencia)
alcanzada frente a las distintas clases y fracciones dominantes encuentra
explicaciones en particularidades históricas. En el caso de Corea del Sur,
la profunda reforma agraria realizada entre 1945-1960, que resta poder a los
sectores terratenientes, la guerra de tres años (1950-1953) con Corea del
Norte (en donde murieron dos millones y medio de combatientes entre los
bandos enfrentados), y el debilitamiento que provocó este conflicto en el
procesos de acumulación y en las bases de sustentación de las clases
dominantes. Todo ello creo condiciones para que el Estado coreano, bajo una
mano férrea, que asumió incluso la forma de dictadura militar, se pudiera
erigir en el centro de la reorganización capitalista.

 

Baste recordar que en el golpe de Estado de 1961, el general Park Chung-hee
nombra una Junta Militar que realiza las labores de poder ejecutivo y
legislativo, para en 1963 proclamarse Presidente de la República,
estableciendo una dictadura militar que suprime la libertad de prensa,
restringe las libertades individuales y promulga leyes que permiten su
continua reelección, lo que acontece hasta 1979, año en que es asesinado por
el jefe del aparato de inteligencia creada bajo su largo mandato, en medio
de una aguda crisis política.

 

Al asumir la Presidencia Park define dos pilares para la recuperación del
país: la planeación del desarrollo, lo que implica la elaboración de planes
de corto y largo plazo, y la creación de grandes conglomerados industriales
(chaebol), con el apoyo de transnacionales estadounidenses, y que tendrán un
papel fundamental en el posterior empuje exportador. Cabe destacar que en
los primeros quinquenios los recursos de las exportaciones debían procurar
de manera prioritaria la importación de equipos y de insumos especializados.

 

Park estableció otras importantes medidas, como la nacionalización del
sistema financiero, que operó con bajas tasas de interés y acceso limitado a
los créditos, orientado a favorecer a las empresas que se ajustaban a los
planes de desarrollo establecidos. Así por ejemplo, en el segundo plan
quinquenal de desarrollo económico (1967-1972), el 50 por ciento de los
recursos del sector financiero se canalizaron al apoyo de la industria
química y pesada (Cuéllar, 2012) 4/.

 

No hay que olvidar que a Park le sucedió otro dictador militar, Chung Doo
Hwan, quien prosiguió en lo fundamental con la enorme presencia estatal en
la conducción de la economía y la mano férrea frente a los opositores y
sindicatos, y en el avance a nuevos estadíos de industrialización, siendo
destituido tras poderosos movilizaciones en 1987. Recién en 1988 en Corea
del Sur se eligió presidente por sufragio universal, y en 1992 se elige al
primer presidente civil (Toussiant, 2006: 95-104).

 

La experiencia revolucionaria de China y la constitución de una poderosa
burocracia estatal desde la cual se inicia, no sin conflictos, la mutación
hacia el capitalismo, le otorgan al Estado un elevado poder y autonomía
frente a una emergente burguesía que desarrolla cobijada en éste, al tiempo
que cuenta con una poderosa base ideológica proporcionada por la revolución
de 1949, que le permite ganar consensos y disciplina en el grueso de la
población, lo que no excluye represiones masivas y coerciones puntuales para
apaciguar o aplastar brotes de descontento y protestas.

 

Desde la definición de las cuatro modernizaciones, agraria, industrial, en
defensa y tecnológica, a fines de los años setenta, la creación de zonas
económicas especiales para favorecer tempranamente las exportaciones como
fuente de ingresos para las tareas económicas mayores, la implementación de
Planes Quinquenales, los que se inscriben a sus vez en proyectos de mayor
alcance de 20 a 30 años, la apertura al capital extranjero en condiciones
que obligan a calificar mano de obra y transferir conocimientos, bajo la
dirección y control del Partido Comunista y el gobierno, el papel del Estado
se hace presente en todas la decisiones relevantes encaminada a lograr el
desarrollo. Es desde esa posición que se van otorgando mayores campos de
decisión a las empresas estatales, a los gobiernos regionales, a bancos y a
los espacios de operación del mercado (Meza, 2013).

 

Importa destacar que en ninguno de estos dos casos estamos hablando de un
giro hacia el desarrollo como un simple resultado de la dinámica tendencial
de la acumulación de capital. Lo que se presenta, por el contrario, en un
caso, es una profunda reforma agraria y una guerra que desmantelan las bases
de sustentación de las antiguas clases dominantes locales, debilitándolas,
al tiempo que la principal potencia ofrece cuantiosos recursos y protege
política y militarmente el proceso de recuperación y posterior desarrollo
capitalista de Corea del Sur.

 

En el caso de China tenemos la situación de una sociedad que se ha
revolucionado, destruyendo también las bases de sustentación de las viejas
clases dominantes, desatando fuerzas y potencialidades en aras de alcanzar
el socialismo, las que tras agudas luchas y virajes terminan siendo
canalizadas por un proceso que no sólo la conduce al capitalismo, sino que
la convierte en una potencial rival de la hegemonía en el sistema mundial.

 

En los dos casos, a su vez, tenemos la conformación de Estados autoritarios
fuertes y con amplia autonomía para disciplinar a la sociedad en su
conjunto, para definir planes y proyectos de desarrollo económico a los
cuales deben adscribirse los agrupamientos dominantes y los dominados y en
sostener sobre estos últimos prolongados y agudos procesos de
superexplotación.

 

En otras palabras, el tránsito al desarrollo capitalista de economías
subdesarrolladas en la segunda mitad del siglo XX y a inicios del siglo XXI
sólo ha sido posible en economías que han caminado un largo trecho a
contrapelo de las simples tendencias de la mano invisible del mercado, en un
cuadro de condiciones excepcionales difíciles de repetir. Por esta razón, no
es fácil señalar que China y Corea del Sur no pueden ser un modelo a seguir
por las economías latinoamericanas, como algunas voces han atribuido a
teóricos de la dependencia (Kornblihtt, 2012).

 

Sólo después de sentar bases sólidas (entre la que emerge la capacidad de
apropiarse de valores gestados en otras economías), se van abriendo puertas
para que el mercado y las tendencias de la acumulación capitalista ganen
autonomía, y aún allí, sin dejar de contar con la vigilancia y protección
del Estado en sus vaivenes locales, así como globales.

 

¿Qué había de particular en los años sesenta y setenta del siglo XX para que
Estados Unidos y la llamada comunidad internacional de Occidente apoyaran
con cifras cuantiosas el proceso de Corea del Sur 5/, y se aceptaran medidas
radicales, como el control estatal del sector financiero, y la puesta en
marcha de planes en donde la manoseada libertad de los mercados y también de
los individuos quedaron en entredicho?

 

Podríamos también preguntarnos si ese sistema mundial capitalista
hegemonizado por Estados Unidos aceptaría en nuestros días un proyecto de
desarrollo capitalista en tales condiciones. Las probabilidades de que surja
un proyecto de esa naturaleza son escazas, si no es que nulas; y no hay que
ser profeta para afirmar que Estados Unidos no lo aceptaría, y me temo que
mucho menos lo apoyaría, salvo que fuese necesario, con algún aliado de
primer nivel, y ubicado en alguna zona de vital importancia, como en el
Medio Oriente.

 

La conjunción de encontrarnos en los primeros tiempos de la hegemonía
estadounidense, el lugar estratégico (y no la presencia de grandes riquezas
naturales) de Corea del Sur en la recientemente abierta “guerra fría” (como
contención de Corea del Norte, a pocos kilómetros de las principales
ciudades de la China comunista, y casi fronteriza también con la Unión
Soviética), son algunos de los elementos a nivel del sistema mundial que
permitieron esa excepcional experiencia. A ellos se agregan los que refieren
a las particularidades en el seno de Corea del Sur que ya hemos destacado.

 

Por otro lado, la temprana constitución de China en una potencia nuclear, en
1964, constituye un elemento que seguramente jugó un peso de significación
en las indecisiones de Estados Unidos y otros poderes imperialistas en
pretender detener el proceso chino, junto a las disputas que mantuvo China
con la ex Unión Soviética, de la cual los centros desarrollados esperaban
mejores resultados para sus intereses.

 

La ingenuidad neodesarrollista

 

El poderío alcanzado por Estados autoritarios, en materia de definición,
dirección y puesta en marcha de los planes de desarrollo en el corto y
mediano plazo en los casos considerados, así como los agudos procesos de
acumulación primitiva y de acumulación sustentados en la superexplotación de
los trabajadores que los hicieron posibles, permite poner en sus justas
dimensiones los tímidos llamados de neodesarrollistas y neoestructuralistas
en aras de otorgar mayores responsabilidades al Estado en el curso de los
procesos económicos de la región, así como de mejoras salariales y de
empleo, formulados en un pequeño escrito conocido como las “diez tesis”,
firmado en Sao Paulo en septiembre de 2010 por un número importante de
economistas brasileños y argentinos, entre otros de la región, así como por
algunos de otras regiones (Diez tesis, 2012).

 

Frente a la envergadura de los problemas afrontados por los Estado en las
experiencias de Corea del Sur y de China, es una afirmación que contradice
la historia más reciente señalar que “los mercados son el ámbito principal”
del “desarrollo económico” (tanto Corea del Sur como China desmienten lo
anterior), sin embargo, prosiguen los neodesarrollistas, “el Estado tiene un
papel estratégico” para “la provisión del marco institucional apropiado para
sostener este proceso estructural”. En otras palabras, para los economistas
mencionados, el mercado propicia el desarrollo, para lo cual es necesario un
marco institucional, provisto por el Estado, para que ese desarrollo se
sostenga. Al fin que -prosiguen los neodesarrollistas- “el desarrollo
económico requiere una estrategia que permita aprovechar las oportunidades
globales (…) creando oportunidades de inversión para los emprendedores
privados” (Diez tesis, 2012).

 

Los neodesarrollistas reconocen que la burguesía de la región ha hecho poco
o nada en materia de desarrollo, porque –suponen- no se le han señalado o
sugerido las estrategias a seguir en la materia. (Entre paréntesis, los
Estados analizados no sugirieron, ni simplemente indicaron: obligaron a
seguir determinados caminos). Pero cuando esto ocurra la burguesía -ahora
sí-, estará en la mejor disposición de hacerlo. La pregunta inevitable es:
¿y por qué ahora sí? No hay en el escrito, ni en la experiencia regional,
ningún elemento que permita responder afirmativamente a este interrogante.

 

Reconocen a su vez que esta burguesía ha hecho poco o nada en la materia,
porque no ha contado con oportunidades de inversión, perdida en los
laberintos del mercado, como si no fuese exactamente eso lo que ha hecho
hasta la fecha: seguir sus oportunidades de inversión, de construir vía
concentraciones del ingreso mercados internos a la medida de sus
necesidades, de expulsar trabajadores del mercado con elevadas tasa de
desempleo y subempleo, o de mantenerlos en los márgenes, con salarios
paupérrimos, y de volcarse a los mercados exteriores en los tiempos
actuales.

 

Siguiendo las clásicas fórmulas y recetas de los organismos internacionales,
en donde lo que “debería” ser y hacer el Estado o los empresarios de la
región, se impone a “lo que efectivamente son” y hacen, los
neodesarrollistas señalan una serie de tareas que debe cumplir el Estado
para resolver el problema del subdesarrollo: (1) promover “la estructura (…)
y las instituciones financieras” para que sean “capaces de canalizar
recursos domésticos al desarrollo de la innovación”; (2) “el desarrollo (…)
debería ser financiado esencialmente con ahorro interno”, para lo que se
requiere “instituciones financieras públicas que aseguren la plena
utilización de los recursos domésticos”; (3) “garantía estatal de proveer
empleo (a lo menos con) un salario vital (…), para neutralizar (la)
tendencia al mal pago del trabajo”; y (4) “perseguir el pleno empleo”, entre
otras.

 

Frente a estas nuevas responsabilidades, la pregunta obligada es ¿cuál
Estado es el que podría poner en marcha estas tareas, a pesar de ser
limitadas? Porque en la casi generalidad de Estados que contamos, éstos se
encuentran actuando de acuerdo a lo que las clases dominantes y el capital
extranjero requieren para generar ganancias, y ello pasa por sostener
salarios de sobreexplotación para el grueso de la población trabajadora,
para ganar en competencia con sus productos en el exterior; abrir nuevas y
mejores condiciones a las inversiones extranjeras; desincentivar el ahorro;
concentrar ingresos y alentar el consumo de los sectores sociales con poder
de compra.

 

Es posible que estén pensando en la necesidad de conformar otro Estado o
reformar a fondo los actuales. ¿Y eso cómo se logra? Porque una tarea de tal
envergadura reclamaría contar con fuerza social y política para poner en
cintura a las clases dominantes, a los grandes exportadores, a los asociados
al capital extranjero, al propio capital extranjero que opera en nuestras
economías, a los que producen para el alto mercado interno, a los que pagan
salarios de hambre, a la clase política, a jueces y magistrados. Porque
además ese nuevo Estado reclamaría nuevas leyes que hagan posible establecer
nuevas condiciones de organización de la vida en común.

 

Sin pronunciamientos sobre estos “pequeños” detalles, cualquier listado de
buenas intenciones sobre lo que “debería” hacer el Estado –pensado como una
cosa-máquina con atribuciones propias, a la que bastaría limpiar y aceitar
para que funcione bien- no deja de ser simplemente eso: un listado de buenas
intenciones, de ilusiones a partir de un Estado que no existe en la región y
del que se dice poco cómo podría ser el director de orquesta que se desea.

 

La integración de los procesos locales con el capital transnacional

 

Ninguna economía latinoamericana se aproximó desde la segunda mitad del
siglo XX a la fecha a aquella constelación de factores excepcionales que
abrieron las puertas para el desarrollo de Corea del Sur y China. La
integración de los procesos productivos de la región con los de la economía
estadounidense y del capital transnacional, su ubicación en una zona de
vital seguridad para Washington, limitaron o impidieron que procesos de
tales características se hicieran presentes en la región.

 

Por parte de las clases dominantes latinoamericanas, la voluntad de levantar
proyectos con algún grado de autonomía -si es que alguna vez existió- se fue
a su vez esfumando mientras dichas clases estrechaban de manera creciente
sus lazos con el capital estadounidense y extranjero en general.

 

Por esta razón la voluntad de romper con el atraso y el subdesarrollo ha
quedado en manos y en proyectos de otras clases en la región, debiendo
enfrentar el rechazo de Washington, así como de sus políticas
desestabilizadoras, cuando no abiertamente intervencionistas. Recordemos la
experiencia encabezada por Salvador Allende en Chile, y cómo y por quiénes
fue liquidada, para no ir más lejos.

 

El significativo papel del Estado en las experiencias anteriormente
analizadas alcanza mayor sentido cuando consideramos el periodo reciente de
enorme ganancias que muchas burguesías y Estados latinoamericanos
percibieron en los últimos años, como resultado de una sorprendente
elevación de los precios internacionales de los principales bienes primarios
exportados por la región por un periodo sostenido, como fue el caso del
petróleo y derivados, gas natural, cobre, hierro, soja y derivados, entre
los más destacados.

 

Las burguesías latinoamericana y transnacional favorecidas de esas elevadas
ganancias las destinaron a reproducir el subdesarrollo. En las grandes
economías regionales, como México, Brasil y Argentina predominó la
subordinación del Estado a la dinámica de la reproducción dependiente y a
los intereses de sus clases dominantes y del capital extranjero inserto en
la región 6/.

 

Una nueva situación en el sistema mundial y en las economías locales

 

En nuevos estadios de integración de los capitales y de los procesos
productivos locales con los proyectos e intereses del capital global, las
posibilidades de una confluencia de factores sistémicos y locales para
desencadenar procesos que conduzcan al desarrollo son cada vez más difíciles
que se produzcan. Por el contrario, dicha integración ha profundizado el
subdesarrollo y la dependencia.

 

En la actualidad, las economías latinoamericanas de la mano del capital
local y global han reconfigurado las estructuras de inserción en los
mercados internacionales teniendo como base la producción de bienes
primarios, con poco procesamiento, alejándose de los objetivos de
desarrollar conocimientos y tecnologías. En algunos casos también se
producen bienes industriales, en un contexto regional en donde el sector
industrial ha sido prácticamente desarticulado, cuando no desmantelado,
quedando reducido a algunos segmentos de cadenas globales en donde se
privilegia el trabajo y su baja remuneración y no el conocimiento.

 

De esta forma la economía latinoamericana ha quedado más descentrada que en
los periodos previos, sin un proyecto industrial, sino tan sólo con algunas
industrias, o a lo sumo con pequeños segmentos, principalmente de ensamble y
maquila, y poco de producción, en donde las decisiones de qué y cómo
producir se encuentran en las casas matrices de empresas globales
provenientes del mundo desarrollado.

 

Esto va acompañado por la multiplicación de nuevos recursos minerales
explotados a cielo abierto, el desmantelamiento de bosques y reservas de
agua. La depredación de las riquezas de la zona en aras de acrecentar la
acumulación no se trasunta en mejores condiciones de acumulación para
proyectos de desarrollo ni de infraestructura para esa nueva economía.
Tampoco en mejoras sustanciales en el consumo y bienestar de la población
mayoritaria de la región.

 

A modo de conclusión: el desarrollo del subdesarrollo

 

Para describir la agudización del subdesarrollo y de la dependencia de las
economías latinoamericanas, en tanto prosiguieran organizadas por las
relaciones del capital, Andre Gunder Frank acuñó la noción “desarrollo del
subdesarrollo” (Frank, 1970: 13).

 

Esta noción puso de manifiesto que las economías latinoamericanas podían
crecer y expandir su desarrollo, pero en tanto lo hacen en la lógica que
rige al capitalismo dependiente, dicho desarrollo agudizaría los problemas
del subdesarrollo.

 

Agudización del subdesarrollo o agudización de la dependencia no implica
concebir una economía estancada o con números negativos en materia de
crecimiento, como torpemente se sigue repitiendo (Astarita, 2010: 57);
tampoco agudización absoluta de la pobreza y la miseria, o exterminio de la
población trabajadora local, como resultado de la superexplotación, entre
otras tantas superficialidades como se caricaturiza a la teoría marxista de
la dependencia.

 

Incremento del subdesarrollo o de la dependencia significa la agudización de
las particularidades de la reproducción del capital propias del capitalismo
dependiente. Nuestras economías podrán seguir creciendo, mucho o poco, pero
creciendo, podrá seguir expandiéndose la planta productiva, las extensiones
de tierras cultivadas, la masa de bienes producidos y exportados y la masa
de inversiones en el exterior, pero de manera que sólo unos pocos sectores
sociales y clases disfrutan del trabajo social allí contenido.

 

La población que alcanza trabajo podrá acceder a televisores, celulares o
computadoras, a condición de vivir con precarios servicios públicos en
materia de salud, educación, vivienda, con transporte deficiente,
prolongando así sus ya largas jornadas laborales, sin poder reproducirse en
condiciones de seres humanos que laboran en el siglo XXI y no en el siglo
XIX; la reproducción de nuevos brazos disponibles para el capital
proseguirá, sostenida en programas gubernamentales de subsistencia y en los
esfuerzos de las familias y de redes de sobrevivencia en el mundo de los
paupers. Las brechas sociales se profundizan, incrementando los agravios
morales sobre las mayorías, cada vez con más extensas o intensas horas de
trabajo o bajo los tormentos de la miseria.

 

Resumiendo: la agudización del subdesarrollo y de la dependencia significa
profundizar las contradicciones inherentes a la reproducción del capitalismo
dependiente, o en los términos de Frank, profundizar el desarrollo del
subdesarrollo. 

 

* Jaime Osorio, Profesor/investigador. Departamento de Relaciones Sociales.
UAM-Xochimilco

 

Notas

 

1/ Entre 1945 y 1961 Corea del Sur recibió en forma de donaciones de los
Estados Unidos más de 3 mil 100 millones de dólares, cifra que es más del
doble de lo que recibieron Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos durante el
Plan Marshall, o un tercio más de lo que percibió Francia. (Toussaint, 2006:
86).

 

2/ China exige a los inversores extranjero, particularmente a los de elevada
productividad y de sectores estratégicos, la capacitación de personal y la
enseñanza de tecnologías aplicadas.

 

3/ Para 2010 el stock total de capital chino en el exterior ascendía a 317
mil 210 millones de dólares. Muy por debajo de los monto de las grandes
economías, pero con tendencias a un ascenso creciente. (Oficina Económica y
comercial de la Embajada de España en Shanghai, 2012). Pero en 2012 China
fue la tercera economía inversora en el extranjero, con 84 mil millones de
dólares, sólo por debajo de Estados Unidos y Japón. En el cuarto lugar se
ubica Hong Kong, también con 84 mil millones de dólares de inversión en el
exterior. (UNCTAD, 2013: 5).

 

4/ En el primer plan quinquenal (1962-1966) los sectores o ramas
prioritarios a desarrollar fueron el sector energético, abonos, textiles y
cemento, En el tercero (1972-1976) los ejes productivos fueron la
siderurgia, equipamiento de transporte, electrodomésticos y la construcción
naval. (Toussaint, 2006: 93).

 

5/ En la primera mitad de los años ochenta, y en medo de serios problemas
financieros, Japón otorgó a Corea del Sur 3 mil millones de dólares por
concepto de reparaciones de guerra.(Toussaint, 2006: 99).

 

6/ . A pesar de casi tres décadas desde su publicación, y de su sesgo
estructuralista, es interesante ver la comparación que realiza Fernando
Fajnzylber de los “estilos de desarrollo” de Japón y Corea del Sur, frente a
Estados Unidos y América Latina . (Fajnzylber, 1987).

 

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