Palestina/ El fraude histórico del plan de paz estadounidense [René Backmann]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Abr 14 11:05:25 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

14 de abril 2019

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Palestina

 

El fraude histórico del plan de paz estadounidense 

 

René Backmann

Mediapart, edición en español, 11-4-2019 

https://www.mediapart.fr/es/

 

“El acuerdo del siglo” anunciado por Donald Trump rompe con la tradición
diplomática estadounidense y el consenso jurídico internacional al reconocer
unilateralmente, el 6 de diciembre de 2017, a Jerusalén como capital de
Israel. El plan de paz estadounidense para Palestina que la Casa Blanca
prepara desde hace más de dos años podría ser revelado en los próximos días.

 

El plan de paz estadounidense para Palestina que la Casa Blanca prepara
desde hace más de dos años podría ser revelado en los próximos días.
Presentado por Donald Trump como « el acuerdo del siglo », corre el riesgo
de pronto ser considerado por los historiadores como el timo diplomático del
siglo. O, al menos, como la tentativa de timo del siglo. Destinado en
principio a resolver el conflicto entre Israel y los palestinos, que dura ya
más de setenta años, si fuera aplicado conforme a los elementos que han sido
comunicados a varios países de la región, terminaría de hecho en la
liquidación —sin solución— de la cuestión palestina, tal como está inscrita
en la historia y el derecho internacional.

 

“Lo que se ha intentado antes ha fracasado. Pienso que tenemos ideas nuevas,
frescas y diferentes”, confiaba el jefe de la diplomacia americana, Mike
Pompeo, en una audición el 27 de marzo ante la Cámara de Representantes.
Invitado a ser más preciso, el secretario de Estado indicó que el futuro
plan de paz “pondría fin al consenso tradicional sobre cuestiones clave como
Jerusalén, las colonias o los refugiados”. Cuando recordamos que la
Administración Trump ha terminado ya “con el consenso internacional”, es
decir, con la tradición diplomática estadounidense y el consenso jurídico
internacional, al reconocer unilateralmente, el 6 de diciembre de 2017, a
Jerusalén como capital de Israel y transferir cinco meses después su
embajada y reconocido, hace tres semanas, la soberanía israelí sobre el
Golán, ocupado como Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este desde 1967, podemos
imaginar en qué dirección esas “ideas nuevas, frescas y diferentes” de los
colaboradores de Donald Trump han podido orientar el contenido del “acuerdo
del siglo.”.

 

Como sabemos, es Jared Kushner, yerno de Trump y magnate inmobiliario como
su suegro, el que pilota desde hace dos años este proyecto junto con Jason
Greenblatt, consejero especial de Trump para las relaciones internacionales,
y David Friedman, embajador de los Estados Unidos en Israel. Greenblatt y
Friedman, abogados de negocios, como Kushner, no tienen ninguna experiencia
diplomática ni conocimientos sobre Oriente Próximo más allá de Israel, donde
están implicados financieramente en las tareas de colonización.

 

Al haber sido boicoteados por el presidente palestino Mahmoud Abbas, que ha
roto los contactos con Washington desde el reconocimiento de Jerusalén como
capital, han elaborado el plan con el primer ministro Benjamín Netanyahu y
sus colaboradores. Pero numerosos dirigentes árabes han sido consultados e
informados, entre ellos el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sissi, el rey
de Jordania Abdallah II, los soberanos de los reinos y emiratos del Golfo y
sobre todo el príncipe heredero saudí Mohammed Ben Salmane (MBS), amigo
personal de Kushner. Varios de ellos se ven directamente concernidos por las
disposiciones del plan, y no solamente para participar en su financiación.

 

Según los elementos que hoy se pueden reunir a través de diversas fuentes
diplomáticas, está claro que, como anunciaba Pompeo, se ha roto el consenso
tradicional en cuestiones claves como Jerusalén, las colonias o los
refugiados. Pero también en otras cuestiones fundamentales como las
fronteras y las garantías de seguridad. De hecho, el “plan
Kushner-Netanyahu” no está basado, como las negociaciones anteriores, en un
intercambio de concesiones territoriales, políticas, jurídicas o
estratégicas sino en una oferta tipo “lo tomas o lo dejas” inspirada, según
ha confesado Trump, en los métodos de negocio inmobiliario que han
construido su fortuna y la de su yerno.

 

A cambio de la movilización de un fondo de ayuda de 25.000 millones de
dólares, alimentado por las monarquías árabes, destinado a modernizar las
infraestructuras, a la formación profesional y a estimular la economía de
sus territorios, los palestinos deben abandonar la mayor parte, si no la
totalidad, de sus derechos nacionales históricos conforme al derecho
internacional y las resoluciones de Naciones Unidas. Jared Kushner lo ha
revelado implícitamente en una entrevista concedida en junio de 2018 al
diario palestino Al Qods: él se dirige al pueblo palestino, no a sus
dirigentes, y busca su adhesión y su apoyo prometiéndoles no un Estado
independiente sino una economía próspera y la oportunidad de mejorar sus
condiciones de vida. “El mundo —recuerda a Al Qods— atraviesa una revolución
industrial y tecnológica y los palestinos pueden beneficiarse de ello dando
un salto para unirse a los líderes de la nueva era industrial. Son
trabajadores, educados, vecinos del Silicon Walley de Oriente Próximo que es
Israel. La prosperidad de Israel se extenderá a los palestinos si hay paz”.

 

Un enclave administrativo en Jerusalén

 

Esta estrategia de paz utilizando la economía y el éxito individual, que
alimenta un sueño legítimo de prosperidad pero ignora deliberadamente los
derechos de los palestinos como nación, no es nueva. Pero es la primera vez
que constituye la oferta más importante de un plan de paz propuesto a los
palestinos. También es la primera vez, desde los acuerdos de Oslo de 1993,
que son abandonadas casi todas las garantías de las fases precedentes de
negociación, que constituían hasta ahora la base de nuevas conversaciones.

 

Lo mismo ocurre con Jerusalén. Durante las negociaciones de Taba, en enero
de 2001, la parte israelí había aceptado que la ciudad fuera la capital de
los dos países: Jerusalén para el Estado de Israel y Al Qods (nombre árabe
de la ciudad) para el Estado Palestino. Los palestinos, por su parte, habían
insistido en que Jerusalén Este fuera la capital de su futuro Estado. La
estrategia de colonización y de anexión de facto de Jerusalén Este por
Israel ha destruido progresivamente la hipótesis de coexistencia de las dos
capitales. Después, el reconocimiento unilateral por Trump de la ciudad como
capital de Israel ha enterrado, de hecho, la aceptación por ambas partes de
una hipotética compartición de soberanía.

 

Esta opción diplomática no es conforme al derecho internacional ni a las
resoluciones de Naciones Unidas. Ha sido cuestionada o condenada por la
mayor parte de la « comunidad internacional » pero está confirmada por las
disposiciones del plan de paz estadounidense. Una única concesión israelí
propuesta en el documento: la creación en Jerusalén Este de un “enclave
administrativo” en el que se agruparán los servicios relativos a la gestión
de la población palestina. De una utilidad práctica discutible, este «
enclave » tendría el principal mérito de demostrar que los dirigentes
israelíes han sabido valorar los sacrificios y los esfuerzos de las dos
partes. El lugar preciso y el contenido exacto del “enclave administrativo”
en Jerusalén Este no están claros por el momento, pero se supone que esta
creación no va a albergar una representación o un órgano político palestino
como el Parlamento cuya construcción había sido iniciada, y luego
abandonada, hace algunos años en Abou Dis, un barrio limítrofe de Jerusalén
Este.

.

Los santos lugares musulmanes de Jerusalén Este, bajo tutela de Jordania en
virtud de los acuerdos de armisticio israelo-árabes de 1949, no cambiarían
de estatus y la libertad de circulación y de culto en la explanada de las
mezquitas estarían garantizados. Los dirigentes árabes consultados han
insistido en este punto, según declaró Jared Kushner al diario palestino.
Sobre un Estado palestino, en cambio, nada que hacer. La única entidad
prevista es una especie de “bantustán” palestino, sin soberanía, ni unidad
territorial, ni fuerzas de seguridad.

 

Innovación importante y explosiva: el plan prevé también la anexión a Israel
de una buena parte de Cisjordania.

 

Empujado por la necesidad de convencer al electorado de colonos, que juzga
capital para su reelección, Benjamín Netanyahu lo confesó anticipadamente el
pasado domingo afirmando que, si fuera elegido, se anexionarían
inmediatamente los bloques de colonias y no retiraría ninguna colonia judía
aislada. Anuncio que coincide con una de las disposiciones del plan
americano según el cual Israel se anexionaría la « zona C » de Cisjordania.

 

Esta zona, definida por los acuerdos provisionales de Oslo, que cubre el 60%
de Cisjordania, se extiende desde la línea de armisticio de 1949 (“línea
verde”) hasta el Jordán, que constituye la frontera con Jordania. Bajo
control de seguridad y administrativo israelí, esta zona concentra cerca de
200.000 palestinos y casi la totalidad de los 500.000 colonos israelíes de
Cisjordania. Contiene, en forma de islotes territoriales separados, la zona
A (18% del territorio) que se extiende alrededor de las principales
aglomeraciones palestinas, y la zona B (22%) formada por tierras sin
construir.

 

Si se confirma esta disposición, responderá exactamente a una exigencia de
los dirigentes israelíes que repiten, desde hace años, que el control del
valle del Jordán es indispensable para la seguridad de Israel. Confirmaría
también que, como había anunciado Jared Kushner, el plan de paz de la Casa
Blanca permitirá por fin a Israel definir claramente su frontera oriental.
Una frontera hasta ahora incierta, ligada en teoría al trazado de la línea
verde, que podría, si se aplica el plan, seguir el curso del Jordán. En esta
configuración, el territorio otorgado al Estado palestino se limitaría, más
allá del muro y de la barrera de separación, a un archipiélago de cantones
dispersos que representa el 40% de Cisjordania, es decir, menos del 10% de
la Palestina mandataria. La imposibilidad material de construir en ese
espacio un Estado viable coincidiría con el rechazo creciente, entre los
dirigentes y una parte de la sociedad israelí, de ver nacer un Estado
palestino.

 

Incluso si la anexión de parte o toda Cisjordania es juzgada hoy como
inútil, incluso nociva para la seguridad de Israel, por algunos militares
como los « Comandantes de la seguridad de Israel », más del 40% de los
israelíes se declara favorable, en diversas formas, 30% duda y sólo el 28%
se opone. Por lo tanto, son menos los imperativos de seguridad o
estratégicos regionales que las consideraciones de política interior israelí
los que han guiado a Jared Kushner al incluir este proyecto en su plan.

 

Entre las demás disposiciones explosivas de este documento figura también el
destino de los refugiados. Según las informaciones comunicadas a algunos
países árabes, el derecho de retorno, aunque sea de forma simbólica, de unos
5,2 millones de refugiados palestinos dispersos por el mundo árabe, ni
siquiera se menciona en el acuerdo propuesto, a pesar de que figura
explícitamente en la resolución 194 de Naciones Unidas.

 

En Taba, en 2001, donde la delegación israelí había rechazado el “derecho de
retorno” pero admitido “el deseo de retorno”, los negociadores de los dos
campos habían previsto, a título simbólico, el retorno en quince años de
40.000 refugiados al territorio del Estado de Palestina pendiente de
creación.

 

Para la mayor parte de los refugiados, que no se habrían beneficiado de esta
repatriación excepcional, estaban previstos programas de integración en
países anfitriones y/o de transición, sobre una base voluntaria, hacia
terceros países. Hoy serían viables sólo esas dos últimas opciones, a
condición de que los fondos movilizados lo permitan. Cuando se conoce la
importancia política y humana de los refugiados, “portadores del país
natal”, en el movimiento nacional palestino, cuando se tiene en memoria la
importancia dada a su destino en las conversaciones, desde Oslo, nos
imaginamos la amplitud de la renuncia a la que están obligados los
palestinos por este “plan de paz”.

 

La cólera del viejo rey Salmane

 

En Ramala, donde el nuevo primer ministro palestino Mohammad Shtayyeh no ha
sido capaz aún de formar gobierno tras un mes de consultas, los alarmantes
rumores que circulan sobre el “acuerdo del siglo” se añaden a las
especulaciones políticas, a las dificultades económicas y al descrédito que
azota a la Autoridad para aumentar el desarraigo de los palestino, cuyo
futuro nunca ha sido tan sombrío. “Una cosa es segura -dice alguien cercano
al presidente palestino-, si los estadounidenses y los israelíes creen que
presentando este plan como un hecho consumado van a hacerle ceder y
conseguir su acuerdo, se equivocan. Es viejo y está enfermo, políticamente
debilitado, pero no quiere morir como un traidor. Si un dirigente palestino
tiene que aprobar un texto que niega la totalidad de nuestros derechos
nacionales, no será él”.

 

El carácter desequilibrado y abiertamente parcial de este plan en que las
concesiones de las dos partes están lejos de ser equivalentes, explica en
parte los numerosos aplazamientos de su presentación. Numerosos dirigentes
árabes, reticentes a participar en la movilización de 25.000 millones de
dólares destinados a la financiación de un proyecto tan discutido, incluso
aunque no tengan nada que negar a Washington, temen las erupciones de cólera
que podrían manifestarse entre la población con la publicación de un plan
tan abiertamente favorable a Israel. Y no tienen ninguna gana de que sus
conciudadanos sepan que han estado asociados a este proyecto. Ellos son pues
el origen de las numerosas modificaciones del texto y del retraso en su
publicación.

 

El presidente egipcio al-Sissi, que había mostrado en un primer tiempo un
cierto interés en la creación de una vasta zona industrial en el Sinaí,
vecino de la franja de Gaza, que el plan Kushner pretende separar de
Cisjordania y acercar a Egipto, parece hoy claramente menos entusiasta. La
perspectiva de añadir a sus problemas domésticos la vigilancia de un
territorio bajo control de una organización nacida de los Hermanos
Musulmanes y en la que están activos también partidarios de Irán, podría
complicar sus relaciones con Trump, que acaba de mostrarse muy generoso con
él en materia de lucha antiterrorista.

 

En Jordania, también dependiente de la ayuda estadounidense, el rey, que no
subestima el eco desestabilizador que podría causar en su reino una
explosión de cólera en Palestina, parece tan desconfiado con las intenciones
israelíes sobre la gestión de los santos lugares musulmanes como con las
ambiciones saudíes. “Desde hace algunas semanas -cuenta un diplomático-,
cada vez que el rey habla en televisión lo hace vestido con el uniforme
militar, como si quisiera indicar a sus vecinos que Amman no está dispuesta
a renunciar a su papel en Jerusalén”.

 

Porque, bajo la influencia de MBS, el reino wahabita que acoge a las
ciudades santas de La Meca y Medina, pretende aprovecharse del
debilitamiento de los palestinos y del apoyo acordado en el plan Kushner
para conseguir de Israel una presencia más importante en el tercer lugar
santo del Islam. Como el príncipe heredero saudí ha sido, con su mentor
emiratí Mohammed Ben Zayed (MBZ), uno de los principales apoyos árabes del
plan Kushner, tal vez sea desde Riad de donde vengan las reticencias más
molestas de la región al proyecto estadounidense.

 

Al viejo rey Salmane, padre de MBS, muy enfadado porque sus amigos
estadounidenses no hayan tenido en cuenta la iniciativa árabe de paz de
2002, que preveía la evacuación por Israel de los territorios ocupados desde
1967 y la creación de un Estado palestino con Jerusalén Este como capital,
le ha costado admitir el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel
y el abandono del proyecto de Estado palestino, lo que para él sería una
derrota histórica de los árabes y de los musulmanes y no estaría dispuesto a
contribuir financieramente a este desastre. Reticencia que podría ser
compartida por otros soberanos si la revelación del plan estadounidense
provocara manifestaciones de cólera popular.

 

En otros términos, aunque en el entorno de Netanyahu algunos estimen que
Trump será capaz de imponer su plan de paz en el momento que desee, como lo
ha hecho sin causar una oposición creíble con el reconocimiento de Jerusalén
como capital o la anexión del Golán, la partida esta vez podría ser más
difícil. Esto podría justificar un nuevo aplazamiento de la publicación del
documento hasta el 14 de mayo, por ejemplo, fecha aniversario de la
proclamación por David Ben Gurion de la independencia del Estado de Israel,
en 1948.

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