Colombia/ "Aquí manda la guerrilla". Dónde la "paz negociada" no ha llegado [Loïc Ramirez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ago 3 14:51:43 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

3 de agosto 2019

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redacción y suscripciones

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Colombia

 

Tres años después de los acuerdos de paz entre Bogotá y las FARC

 

“Aquí manda la guerrilla”

 

En noviembre de 2016, Bogotá y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), firmaron un acuerdo de paz. Las medidas de acompañamiento a
los ex guerrilleros imaginadas en aquel entonces se acabarán el 15 de agosto
de 2019, la reforma agraria que el gobierno se había comprometido a realizar
no avanza y el proceso de paz tampoco. En los últimos tres años, más de 500
militantes de movimientos sociales et alrededor de 150 excombatientes han
sido asesinados. El 20 de mayo de 2019, quien fuera negociador por las FARC
de los acuerdos, Iván Márquez, declaraba: “Dejar las armas fue un gran
error”. Y volvió a la clandestinidad.

 

Loïc Ramirez * desde Colombia 

Le Monde Diplomatique, agosto 2019

https://www.monde-diplomatique.fr/

Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa

 

Poste

 

Tibú, en el norte de Colombia. La explosión despertó el barrio. Tercera vez
en pocas semanas. Como en las explosiones anteriores, el blanco era un
cámara de vigilancia de la policía. Al caer, el poste sobre el que estaba
ubicada la cámara, hundió el techo de una casa. “Espero que no les dio
miedo, nos dice Edwin. Las hacen caer porque son cámaras blindadas: no se
las puede romper a tiros”. ¿Quiénes las hacen caer? Edwin no lo dice. A la
mañana siguiente, en las calles, se dice “La guerrilla hizo caer otra cámara
anoche”.

 

Zona roja

 

En el departamento de Norte de Santander, en la frontera con Venezuela, Tibú
está en lo que se llama una « zona roja », donde la paz negociada entre el
gobierno y las FARC no ha llegado todavía/1. En cada una de las entradas al
pueblo, los soldados vigilan el ir y venir incesante de buses y de motos. La
gente pasa sin mirarlos. Dos, tres, a veces cuatro en la misma moto. El
rugir de los motores se mezcla con las  canciones tradicionales que gritan
los altoparlantes distorsionados des comercios y restaurantes. Durante el
día, los agentes de la policía patrullan en camionetas, con chalecos
antibalas y exhibiendo sus armas. Por la noche, la luz roja intermitente de
un dron recuerda a todos que los poderes públicos vigilan la zona. Pero de
lejos. A esa hora, las milicias urbanas de la guerrilla dictan la ley.
Invisibles, se confunden entre la fauna nocturna que va de bares a salas de
billar. Prostitutas venezolanas, campesinos desplazados por la guerra,
vendedores ambulantes… Es imposible saber quién trabaja para la vasta red de
informantes de los rebeldes. “El tipo que está allá, tirado en el piso,
puede llegar a ser uno de ellos, bromea nuestro contacto. De todas maneras,
te observan desde que bajas del bus”.

 

Presencia

 

Hace unos días, dos jóvenes sospechosos de haber robado unas motocicletas
fueron asesinados. “En Tibú, es imposible robar. Lo que no quiere decir que
algunos no lo intenten, nos explica M Fabián Contreras, un sicólogo que vive
ahí. La guerrilla afirma su presencia a través el control social que ejerce
sobre la población. La ausencia del Estado lo facilita: el Catatumbo es una
zona rica en recursos naturales, pero pobre en inversiones económicas. Las
infraestructuras públicas casi no existen.” Nuestro interlocutor mira hacia
atrás por encima del hombro antes de seguir hablando: “La gente puede decir
lo que quiera, aquí manda la guerrilla.”

 

Guerra flotante

 

Ni uniforme, ni arma, ni bandera. “¿Sabe usted que la CIA cuenta con
aparatos de reconocimiento facial?, nos pregunta Jairo. Las nuevas
tecnologías nos obligan a tomar medidas de seguridad reforzadas.” Treinta
años, apenas. El joven forma parte de la red urbana del Ejército de
Liberación Nacional (ELN). No podemos mencionar su verdadero nombre ni el
lugar en el que lo encontramos. Nos lo presentó un grupo de revolucionarios
con los que milita. Un pie en la legalidad y el otro en la lucha armada. “El
ELN tomó distancias con la táctica de guerra abierta de las FARC. Su
objetivo no es el de crecer en tanto que ejército regular, nos dice Carlos
Medina Gallego, profesor investigador en la Universidad Nacional de
Colombia, en Bogotá. Los guerrilleros del ELN han desarrollado una táctica
llamada de ‘guerra flotante’. No hay frente, ninguna zona de operaciones ni
territorio administrado. Pero la guerrilla ejerce un control sobre la
población en las zonas en las que es activa: cobra impuestos, designa a los
candidatos a las elecciones, infiltra las organizaciones sociales. Es cierto
que el ELN cuenta con campamentos en los que se encuentran los comandantes,
pero lo esencial de sus fuerzas son las unidades especiales encargadas de
llevar a cabo acciones contra blancos militares, políticos y económicos.
Esas unidades, compuestas por milicianos (milicianos, combatientes urbanos),
se confunden con la población. Son invisibles.”

 

Y Jairo no nos dirá lo contrario. Jairo es un profesional independiente,
siempre con pastalones cortos y zapatillas deportivas que no denotan en nada
su compromiso. Por otra parte, nunca menciona el nombre ELN: habla
simplemente de “la organización”. Fundado en 1964, bajo el impulso de la
revolución castrista y de un grupo de estudiantes colombianos que viajaron a
Cuba para entrenarse militarmente, el ELN empezó rápidamente a ser un actor
importante del conflicto colombiano, aun si se vio eclipsado por guerrillas
más importantes, como las FARC, o por las acciones más espectaculares del
M-19.  Desde la firma de los acuerdos de paz entre Bogotá y las FARC, en
2016 y al cabo de 4 años de negociaciones, el ELN se ha convertido en la más
antigua organización insurgente del país. Las conversaciones con el gobierno
que el ELN había comenzado fueron interrumpidas después de la explosión de
un coche bomba en la escuela de policía, el 17 de enero último. El grupo
armado reivindicó el atentado que, en plena capital, provocó la muerte de 22
estudiantes oficiales. Más allá de esta demostración de fuerzas, la
organización sólo está presente en algunas zonas del territorio colombiano.
El ELN es menos mediático que las FARC (debido a su menor importancia en el
plano militar) y su aura política en la población es también más débil fuera
de sus zonas de influencia. Algunos, como Medina Gallegos, piensan que puede
jugar el papel del enemigo soñado por el poder: “El ELN es un enemigo
aceptado por el Estado. Puede utilizarlo para justificar su política de
represión. El ELN no representa una amenaza para el gobierno: le es útil.”

 

Carretera

 

Una simple cadena tendida sobre la carretera hace de peaje a la salida de
Tibú. Por 1 peso, el joven que vigila el paso la deja caer al suelo arenoso.
“Es un peaje de los combatientes”, nos dice alguien, pero sin precisar
cuáles. La vía está libre. La moto avanza por un camino que se pierde en la
exuberante vegetación de la selva. Después de una eternidad, el camino de
tierra llega al bitumen de la carretera en construcción que llevará de Tibú
a Cúcuta, la capital departamental.

 

“¿Y siempre se desplazan por tierra? ¿En pleno Catatumbo?, dice preocupado
el oficial militar que nos detiene para verificar los documentos de
identidad. ¿Ustedes saben que ésta es una zona de guerra? Los pueden
secuestrar.” Preocupado por imponer su presencia, hasta aquí inexistente en
esta región aislada, el Estado espera que la nueva carretera va a facilitar
la lucha contra los grupos armados. El ejército colombiano, responsable de
la obra, es objeto de ataques recurrentes del ELN, implantado y activo en la
región. Unos días antes de nuestro paso por el lugar, dos aparatos
explosivos dirigidos a los soldados explotaron en un tramo de la carretera.

 

Brújula

 

Aquí, las rivalidades políticas se resuelven aún con la violencia. “Hemos
sido amenazados, nos explica Mario, responsable de un pequeño grupo de
militantes comunistas, políticamente cerca de las FARC, que preparan las
elecciones regionales del otoño que viene en un departamento que ayudó a la
elección como presidente de una hombre de la derecha dura, Iván Duque.
Sabemos de fuentes seguras que trataron de mandar gente para que nos cortara
el pelo.” ¿Cortar el pelo? “Matarnos”, aclara Mario, y luego dice: “Pero
nosotros también tenemos amigos que pueden responder a esas amenazas. Eso
permite que haya un status quo.”

 

Los dedos de ambas manos no bastan para contar los diferentes actores
armados presentes en el departamento: militares, paramilitares, guerrillas,
narcotraficantes y quienes le hacen la competencia, provenientes a veces de
grupos armados. Socios potenciales que se disputan los movimientos políticos
locales. Un juego de alianzas a menudo contra natura: “El EPL (Ejército
Popular de Liberación), una vieja guerrilla maoísta, trabaja con ciertos
grupos paramilitares que, por su parte, ubican a su personal político en las
elecciones”, nos explica Mario. El resultado, según Mario, de “una pérdida
de la brújula ideológica.” “Antes, cada guerrilla seguía la línea ideológica
del partido revolucionario al que estaban vinculadas. Las FARC tenían al
Partido comunista, el EPL, al Partido Comunista marxista leninista, el ELN
se apoyaba en varias organizaciones, como ¡A Luchar! Todo eso se perdió. Ya
no hay trabajo político. Basta con ver los resultados electorales que obtuvo
el partido FARC (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común).” La nueva
plataforma política consiguió menos de 1% de votos en las elecciones
legislativas de 2018. “El problema de las FARC es que están descubriendo que
hay una diferencia entre hacer política con un fusil y hacerla desarmada. Tu
capacidad de convicción no es la misma…”

 

Humildad

 

Pasó hace unos meses. Una de las figuras nacionales del nuevo partido de las
FARC, Gloria Martínez, una vieja combatiente, circulaba en la región en su
cuatro por cuatro cuando la interceptaron… sus viejos compañeros: miembros
de la “disidencia” que desarmaron a los guardaespaldas de la dirigente
política y que después los dejaron irse. “Quisieron darle una lección de
humildad, nos explica una de las personas que nos cuenta la anécdota. ¡Se
había vuelto demasiado arrogante, según ellos, con su coche blindado, su
escolta y su nuevo estatuto de política, todo a cargo del Estado, que era
considerado como el adversario!”

 

Treinta y tres

 

Huérfano desde chico, criado por sus padres, William Ferrer Ortiz se unió a
las FARC a los 17 años. “Me hice guerrillero viendo lo que era la derecha”,
nos cuenta. Es originario de Catatumbo, fue testigo de la incursión de los
grupos paramilitares en el departamento a fines de los años 1990. Masacres a
ciegas, desplazados a la fuerza, todo fue montado para facilitar a las
grandes familias de terratenientes que se hicieran con miles de hectáreas. Y
fueron apoyados por los sucesivos gobiernos. William y su familia se vieron
obligados a abandonar la granja en la que vivían, cayendo así en la miseria.
Al adolescente le quedaba sólo una salida: el monte. Se unió al Frente 33 de
las FARC, en el que combatió durante diecinueve años.

 

Como muchos de sus viejos camaradas, William abandonó las armas. Las armas
fueron recogidas por los enviados de la ONU una vez que los ex combatientes
fueron instalados en las veinticuatro zonas de reagrupamiento (oficialmente,
Espacios Territoriales de Capacitación y  Reincorporación, ETCR) previstos
en los acuerdos de paz. Construidos por los guerrilleros gracias al material
que el Estado y los países observadores del proceso de paz les entregaron
(Noruega, por ejemplo), esos espacios de transición hacia la vida civil
presentan varios problemas: carencias de agua potable y de electricidad y
aislamiento geográfico. Eso acentúa la desmoralización de los ocupantes.
“Nosotros llegamos a la ETCR en febrero de 2017. Una vez que entregamos las
armas a la ONU, las cosas se deterioraron rápidamente. El reglamento militar
de la organización ya no se aplicaba más. 

 

Sin correr riesgos de sanciones, algunos no querían participar en las tareas
colectivas, como la cocina. Incluidos oficiales veteranos. Y luego, poco a
poco, mucha gente se fue a la ciudad o a la casa de su familia.” Sobre todo
William, que vive ahora en Cúcuta, en la casa de los padres de una mujer que
encontró, una profesora de la que se enamoró. Hasta consiguió trabajo. “La
guerrilla me enseñó el sentido del esfuerzo, soy capaz de hacer de todo. Lo
que aprendí en el monte me sirve para sobrevivir en la ciudad.”

 

El hombre es discreto sobre su pasado ante los desconocidos: el riesgo de
represalias no es un mito. Ciento treinta y siete ex combatientes han sido
asesinados. Muchos de ellos en esta región. “Nos había prometido muchas
cosas, sobre todo que estaríamos protegidos, pero el gobierno no cumplió lo
prometido”, dice. El 15 de agosto de 2019, todos los ETCR van a perder su
estatuto jurídico y la protección del ejército. Igualmente, el Estado va a
dejar de entregar los 740.000 pesos (menos de 225 dólares) que les otorga
por mes a los combatientes desmovilizados. ¿Volver a Catatumbo, a Tibú? Ni
pensar, para William: “Si me ven, van a querer que vuelva con ellos.”
¿Ellos? Sus compañeros de armas que no abandonaron la lucha armada: los
“disidentes”, que tratan de aumentar sus filas reincorporando a los de
antes, a los desmovilizados durante el proceso de paz. 

¿Los desmovilizados tienen la posibilidad de elegir? William hace como si no
hubiera oído nuestra pregunta.

 

La mayoría de los frentes aún activos operan en las zonas fronterizas del
país. “No todos tienen una orientación política, advierte Kyle Johnson,
miembro de la ONG International Crisis Group, basada en Bogotá. Pero en el
caso de Catatumbo, la disidencia reúne los criterios necesarios.” Entre las
exigencias para serlo: la cercanía de una comunidad local, así como el hecho
de tomar en cuenta, en sus acciones y en sus reivindicaciones, de sus
prioridades. En Tibú, los disidentes volvieron a adoptar el nombre original
de su frente: “el 33”, como lo llaman de nuevo los habitantes del lugar.
Pero no son los únicos: después de haber expulsado a sus rivales del EPL y
de haber llegado, según parece, a un acuerdo con el ELN, los guerrilleros
rebeldes de las FARC volvieron a su viejo bastión en la región. Varios
grafitis indican su presencia en los barrios pobres de la periferia de la
ciudad. En la pared de una de las casas se puede leer, a manera de
advertencia: “FARC-EP, Frente 33. No queremos ni perversos, ni ladrones, ni
delatores.”

 

Chocolate

 

Una hora y media en moto, la espalda martirizada por el terreno lleno de
piedras. Llegamos, al fin, al ETCR de Caño Indio, en el que viven los ex
combatientes de las FARC de la zona. Un grupo de militares patrulla la
entrada: como la mayoría de los Espacios de Reincorporación, la de “Caño”
está bajo protección del ejército colombiano, el adversario de ayer, hoy
encargado de proteger a los ex combatientes ante la amenaza de los
paramilitares. Varios barracones alineados, unos al lado de los otros. El
rostro del Che pintado sobre una fachada, al lado de una rosa, símbolo de la
formación política creada por las FARC. Al medio, un invernadero en el que
crece el cacao, cuya producción facilitaría el regreso a la vida civil de
los ex combatientes. Algunos se han puesto a producir cerveza, otros, ropas.
Aquí, es chocolate.

 

En su carpa, algo alejado del resto, no recibe el comandante Jimmy Guerrero.
Bajo sus órdenes, el Frente 33 vino a Caño Indio. “Éramos 317 cuando
llegamos, en febrero de 2017. Hoy, no somos más que ochenta”, dice
decepcionado este hombre viejo y canoso. Y agrega: “Yo respeto la opción de
cada cual: los que quisieron irse a la ciudad para empezar una nueva vida y
los que decidieron unirse a la disidencia. A esos, los conozco bien, por
supuesto, porque yo los tuve bajo mis órdenes. El ejército me pidió que
hiciera de mediador para convencerlos de dejar las armas. Rechacé. No es mi
papel. Y además, aquí, con todos los diferentes actores armados que se
disputan este territorio, tomar partido por uno de ellos implica enemistarse
con todos los demás. Tenemos que conservar una cierta neutralidad para
seguir viviendo.”

 

Estrategia

 

Gerardo es un combatiente activo. Unos cuarenta años, bajo, con una gorra,
forma parte de la red urbana del ELN en Tibú. Para él, la disidencia no es
tal. Y los combatientes de las FARC nunca dejaron en realidad las armas.
“¿Usted no se imagina que hayan sido tan estúpidos como para entregarlas
todas? No era necesario ser adivino para saber que el Estado iba a
traicionar los acuerdos de paz.” Asesinatos de excombatientes, amenaza de
extradición hacia los EEUU de Jesús Santrich (integrante del grupo
negociador de los acuerdos de paz por las FARC) (Ver aquí si poner una nota
sobre el artículo publicado en Correspondencia), inexistencia de política de
erradicación de cultivos ilegales, etc. Nuestro interlocutor menciona otros
ejemplos para justificar su teoría. Una situación agravada por la llegada al
poder de Iván Duque, en 2018. “Había que conservar una puerta de salida: la
disidencia era el plan B.”

 

“Que vuelvan”

 

Durante el verano de 2018, cuatro excombatientes desmovilizados fueron
asesinados en El Tarra (Catacumbo). Algunos hablan de paramilitares, que
actuarían de manera concertada con el ejército, los enemigos de siempre que,
pese a los acuerdos de paz, mantienen una estrategia de erradicación bien
conocida pero que, un artículo reciente del New York Times acaba de dar a
conocer públicamente: “El jefe del estado mayor colombiano (…) ordenó a sus
tropas que duplicaran el número de criminales y de militantes muertos,
capturados o forzados a rendirse en los combates, incluso si ello implica
que haya más bajas de civiles /2.”  (Ver aquí si poner una nota sobre el
artículo publicado en Correspondencia) Otros mencionan al EPL, que sigue
queriendo ajustar cuentas con los rivales de ayer. Otros, por fin, hablan de
la disidencia, que atacaría en particular a los excombatientes que habrían
tenido la mala idea de ponerse en pareja con militares o policías. “El
Conflicto se ha vuelto borroso”, admite Jacobo, un ex guerrillero de las
FARC. Sobre todo porque algunos se ha  volcado a la delincuencia y al
narcotráfico, partiendo de la base de que una reinserción laboral sólo los
condenaría a la miseria. En medio de ese caos, una constante: la
consternación de los campesinos que hasta ayer aprovechaban el orden
imperante que imponía la todopoderosa guerrilla de las FARC. Ellos piden una
sola cosa: “¡Que vuelvan las FARC!”

 

Sabotaje

 

« Jimmy nunca lo va a admitir, pero s siente mal con respecto a su tropa,
nos confía Clara, una funcionaria de la Agencia para la Reintegración y la
Normalización (ARN), un organismo encargado de la reinserción de los
combatientes en la vida civil. Se siente culpable porque todos ellos
confiaron en él. Los trajo aquí, a Caño Indio y ahora, ante los
incumplimientos del gobierno, sabe que no tiene nada que proponerles. Los
espacios van a ser cerrados en agosto y ya no habrá más pago de
asignaciones. No sabe a dónde irán ni quién los podrá proteger.” Una lágrima
se resbala por la mejilla de la joven mujer. Nos pide que no citemos su
nombre verdadero y denuncia el “sabotaje del gobierno”. Como sobre el
problema de la tierra. Muchos excombatientes pensaban poder quedarse en
“Caño” después del verano, una vez terminado el período de transición
previsto en los acuerdos de paz. Pero el poder bloqueó los trámites de los
ex guerrilleros que querían comprar terrenos. ¿Bajo qué pretexto?
“Garantizar la seguridad” de una región en la que el conflicto persiste.
“Las autoridades propusieron que la gente se fuera a Los Patios, cerca de
Cúcuta, en tierras controladas por narcotraficantes, nos explica Clara
desengañada. Evidentemente, los excombatientes de las FARC no lo aceptaron:
los habrían asesinado.” 

 

Liberación

 

En lo alto de una colina, el edificio religioso se encuentra en un barrio
pobre de una ciudad de Norte de Santander a las que nos llevó Jairo, nuestro
contacto de los combatientes del ELN. “Aquí, con el cura, tenemos un trabajo
comunitario con los habitantes, gracias a la creación de huertas
colectivas”, nos explica. El cura de la parroquia, un hombre bajo, nos
recibe con una sonrisa tímida y nos lleva a unas cuadras de la iglesia. Allí
están la huerta y el huerto con sus árboles frutales, iniciado por “la
organización”. “Antes, este sitio era un basurero. Ahora plantamos frutas,
cilantro, albahaca. Tenemos incluso unas ovejas, nos cuenta el cura.
Tratamos de estimular la agricultura local y la autosuficiencia para las
personas en dificultad económica. Es un comunismo concreto.” “El padre es un
ex cuadro del ELN”, nos susurra Jairo en la oreja.

 

El vínculo entre la Iglesia católica y el grupo armado no es nada
sorprendente. Desde sus orígenes, el ELN se apoyó en una corriente de
pensamiento en pleno auge en los años 1960 en el continente: la teología de
la liberación, que busca la participación activa de la institución
eclesiástica en la lucha contra la pobreza y el análisis de las condiciones
sociales y políticas que la engendran. Cercana al marxismo, opera la alianza
entre hombres de la Iglesia y movimientos revolucionarios. El ELN cuenta en
sus filas las figuras nacionales más emblemáticas de esta doctrina: el padre
Camilo Torres Restrepo (muerto en combate en 1966) y el cura Manuel Pérez
Martínez (muerto en 1998), que fue comandante en jefe del ELN durante varios
años. Aunque su influencia política haya disminuido en esto últimos años, el
ELN matiné todavía vínculos estrechos con los adeptos de esa corriente
dentro de la Iglesia. Eso le permite, en un país profundamente católico como
lo es Colombia, tener una tribuna importante hacia los colombianos.

 

En la pequeéna cocina del local de un partido de izquierda al que va
habitualmente, Jairo reunió a unos diez jóvenes militantes, chicos y chicas,
entre 14 y 25 años. Frente a una computadora portátil, el grupo escucha un
discurso de Hugo Chávez, el ex presidente venezolano (1999-2019). Luego, un
debate sobre el tratamiento del proceso bolivariano en los medios de prensa.
“¿Conocen el mito de la caverna de Platón?, pregunta de pronto Jairo.
Encadenados en una caverna, un grupo de hombres ven el mundo solamente a
través de las sombras que proyecta la luz de sol desde el exterior. Uno de
ellos sale, obligado, de la caverna y luego vuelve para invitarlos a
seguirlo y a tomar conciencia de su ceguera.” Jairo establece entonces un
paralelo entre el mito y la “deformación de la realidad” que hacen los
grandes medias. “Nuestra misión, como en la alegoría, es la de ‘llevar el
mensaje’ a nuestros semejantes.” Y termina diciendo: “Ya lo ven, acabamos de
terminar nuestro primer curso de teología de la liberación. ¿Acaso les hablé
de Jesús o de dios? No.”

 

Katerine

 

« Hace apenas dos emanas, comíamos todos juntos, suspira Violeta, en el
campamento de las FARC de Caño Indio. Hoy, cada uno como por su lado.” La
joven mujer deplora una forma de individualismo que ha ganado la comunidad
de excombatientes. El pasaje de una vida centrada en lo colectivo a la “cada
cual para sí” parece haber sido ineluctable. La televisión remplazó a la
lectura en grupo de los diarios, ya no se levantan al amanecer, los
ejercicios físicos han desaparecido, la disciplina militar se perdió.
Katerine se unió a la guerrilla en 1987. Pasó treinta años de su vida en la
selva, al aire libre. Aún hoy, cierra la puerta de la casilla que ocupa sin
pensar en cerrar la puerta con llave. Con su cuaderno, se va al taller de
escritura de una pareja de periodistas que vinieron al campamento por unos
días. Invitan a los excombatientes a escribir “su” historia. Katerine lee lo
que acaba de escribir en el papel: “De ahora en más, debo aprender lo que
desaprendí, volver a ser la que era. Pero no quiero que me llamen por mi
nombre verdadero. Durante treinta años, utilicé el nombre de guerra de
Katerine, es el nombre que quiero seguir utilizando.”  

 

* Nacido en Murcia, España, Loïc Ramirez es titular de un master de historia
contemporánea de la Université Paris X Nanterre. Fue columnista de
L’Humanité y Le Monde Diplomatique. Actualmente es periodista independiente.


 

Notas

 

(1) Leer Gregory Wilpert, « Pourquoi la Colombie peut croire à la paix », Le
Monde diplomatique, septembre 2012.

(2) Nicholas Casey, « Colombia’s army new kill orders send chills down ranks
», The New York Times, 18 mai 2019.

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