Estados Unidos/ La cultura de las armas de fuego ha sido siempre la esencia de la supremacía blanca [Ryu Spaeth]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Ago 6 21:25:29 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

6 de agosto 2019

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Estados Unidos

 

La cultura de las armas de fuego ha sido siempre la esencia de la supremacía
blanca 

 

Ryu Spaeth *

A l’encontre, 6-8-2019 

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Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa
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 <http://alencontre.org/Traduccion%20%0d%0d>  

La matanza masiva en El Paso revela las oscuras corrientes que subyacen bajo
el debate sobre el control de las armas de fuego. La muerte del Juez John
Paul Stevens (Juez del Tribunal Supremo de 1975 a 2010, considerado uno de
los más progresistas), ocurrida el16 de julio de este año, permitió volver
sobre lo que él mismo consideraba su derrota más cruel durante los 35 años
que llevó actuando en la Corte Suprema: la sentencia “District of Columbia
versus Heller”, dictada en 2008, que afirmaba, por primera vez en la
historia de la Corte, el derecho a portar un arma /1. Más aún: La sentencia
suponía, como lo señaló Stevens en su desacuerdo, que los redactores de la
Constitución querían limitar, para siempre, la capacidad de los funcionarios
electos para regular el uso civil de armas mortales -con capacidad de
mutilar y de asesinar, lo que sería totalmente inadmisible para los
redactores de la Constitución. Los testimonios más recientes del poder
devastador de ese tipo de armas, nos vienen de El Paso, en Texas, donde un
hombre armado mató a 20 personas (22, después del deceso de dos heridos
graves) en un supermercado Walmart en lo que parece ser una masacre racista
(ahora confirmada como tal, NdT), y también de Dayton, en el estado de Ohio,
donde un hombre armado y equipado con chaleco antibalas mató a nueve
personas e hirió a varias decenas con un fusil de asalto.

 

Después del caso Heller, el paisaje está lleno de cuerpos acribillados.
Desde la masacre de Sandy Hook en 2012, se han producido más de 2.000
tiroteos de masa en los Estados Unidos y la violencia armada ha aumentado.
Es totalmente absurdo pensar que los jueces, con toda su sabiduría, querían
privar al gobierno de un medio para poner fin a esta devastación
generalizada. Este fenómeno obsceno, que afecta a víctimas de todas las
edades, de todos los colores y en todos los lugares, tal vez se entienda
mejor como una autodestrucción. La sociedad sigue sangrando y sangrando,
mientras que nuestra fe en la democracia se debilita o, incluso, se la
rechaza por completo. Tampoco es procedente remontar al siglo XVII, a la
common law inglesa – como hizo el juez Antonin Scalia (juez de 1986 a 2016
que defendía que la Constitución debía interpretarse según el sentido que se
le dio en el momento de su adopción) una opinión mayoritaria triunfante-
para justificar el desmantelamiento de la república que se está produciendo
en este mismo momento. Y por último, también sería absurdo, a propósito del
caso Heller, pensar que este tipo de jurisprudencia conservadora ha sido
tomada en serio, sino que debe ser considerada como la culminación de
décadas de esfuerzos de la NRA (National Rifle Association) y de otras
instituciones de derecha, para transformar el poder judicial en un baluarte
antidemocrático que sirva solamente a los intereses de los ricos y de los
poderosos.

 

El presidente Donald Trump, como siempre, ha aclarado las verdaderas
motivaciones de los “Estados Unidos conservadores”, que ya no pretenden
preocuparse por las sutilezas de las opiniones de los autores de la
Declaración de Derechos inglesa (Bill of Rights, 1689. NdT). La razón por la
que hay millones de armas de fuego en este país, la razón por la que miles
de personas son sacrificadas cada año en el altar de las armas de fuego, es
porque una minoría de blancos descontentos, de regiones rurales
(empobrecidos), poco instruidos, hizo de las armas el tótem tribal más
poderoso del país. El hecho de ver al presidente expresar todos sus
horribles sentimientos no puede sino reconfortarlos. La superposición entre
la política racista y la cultura de las armas de fuego se ilustra en
Technicolor con el tiroteo masivo de El Paso, que parece haber sido
inspirado por el miedo y la repugnancia del agresor ante una “invasión
hispana de Texas”, según un manifiesto en línea que, como se pudo confirmar,
es de su autoría y que recoge índices claros de la retórica de Trump. La
razón que se perfila es que los partidarios de la supremacía blanca, así
apoyados y fortalecidos, han utilizado, finalmente, nuestra cultura
nihilista de las armas de fuego para provocar una ola de masacres racistas:
en Charleston (disparos contra la Iglesia episcopal metodista africana, en
junio de 2015), en Poway (abril de 2019, disparos contra una sinagoga de San
Diego) pasando por El Paso. Como escribió David Atkins en el Washington
Monthly: “Tenemos un problema con las armas de fuego. Tenemos un problema
con la supremacía blanca. Cada vez están más entrelazados.” De hecho, son, y
siempre han sido, lo mismo.

 

Las masacres masivas han sido, por supuesto, cometidas por todo tipo de
personas, misóginos violentos, yihadistas, enfermos mentales. Pero no son
éstos los que se mantienen firmes, con las armas prontas, para impedir que
el Congreso y los Estados aprueben una reforma del control de las armas de
fuego; los que llevan a cabo una campaña política formidable y financiada
abundantemente a través de la NRA, los que castigan a los parlamentarios que
se atreven a salirse de la línea preestablecida; los que tienen un control
mortal sobre el alma ya condenada del Partido Republicano. No, la cultura de
las armas de fuego prospera gracias a los conservadores blancos que han
invertido la mayor parte de su identidad política y cultural en el derecho a
portar armas letales. Son los blancos conservadores a quienes el gobernador
(desde 2015) de Texas, Greg Abbott (republicano), intentaba provocar (humor)
cuando tuiteó, hace unos años, que estaba “avergonzado” porque  su Estado se
situaba detrás de California con respecto a la compra de nuevas armas. Son
los blancos conservadores que el senador de Texas John Cornyn apacigua
diciéndoles que “simplemente no tenemos todas las respuestas” cuando se
trata de resolver problemas absolutamente evitables, como las matanzas
masivas. Fueron los blancos conservadores quienes tomaron el poder sobre uno
de los dos grandes partidos del país y lo sometieron a sus caprichos
retrógrados.

 

Para ellos, las armas de fuego no son una cuestión de caza o de autodefensa,
ni de espíritu de frontera ni de otras banderas que se vuelven visibles cada
vez que su verdadero programa comienza a manifestarse. Se trata de afirmar
el primado de la identidad de un grupo, de protegerlo de las amenazas a la
vez reales (cambio demográfico inexorable) e imaginarias (invasiones de
“violadores y asesinos hispanos”). Lo sabemos porque la NRA transmite de
manera incesante esos temores a sus propios miembros y acólitos. En 2017,
aproximadamente seis meses después del inicio de la presidencia de Trump, la
NRA publicó un anuncio en el que Dana Loesch (periodista, presentadora de
programas híper conservadores), portavoz de la NRA en aquel momento, enumera
todos los crímenes que “ellos” – anónimos – habían cometido contra “nuestro”
estilo de vida: comparar a Trump con Hitler, hacer pública “su” narración a
través de las élites de Hollywood, reclutar a “su” ex presidente (Obama)
para lanzar el hashtag #resistencia. “La única manera de terminar con esto,
la única manera de salvar nuestro país y nuestra libertad, dice Loesch, es
combatir esta violencia de la mentira con el puño cerrado de la verdad.” El
“nosotros ante los demás” (alterización), la paranoia, el llamado poco sutil
a las armas, son las señales de la propaganda supremacista blanca.

 

La NRA se movía ya en los medios racistas mucho antes de la era Trump y
alcanzó una especie de pico delirante bajo la presidencia de Barack Obama
(“su” ex presidente). En un anuncio de 2015, el jefe de la NRA, Wayne
Lapierre, condenó a Obama por no haber reprimido la criminalidad en su
ciudad natal de Chicago, donde “gánsteres” y “delincuentes” provocaban una
“carnicería propia del tercer mundo” con sus actos violentos. Lo que implica
que el presidente negro retiraba con gusto las armas a los campesinos
blancos cada vez que ocurrían matanzas en masa, pero guardaba silencio sobre
el verdadero problema de las armas utilizadas por criminales negros. “Espera
que haya un crimen que corresponda a sus intenciones”, decía por entonces
Lapierre, “y culpa a la NRA”. Lapierre agregaba: “Los buenos y honestos
estadounidenses que viven en zonas rurales, en Nebraska o en Oklahoma, o que
tienen dos trabajos en el centro de Chicago o de Baltimore… lo ven todo bien
claro.” (La gente del centro de la ciudad que sólo tiene un trabajo, son
probablemente tan malos como los holgazanes que forman parte de esas
bandas.)

 

Es cierto que las masacres de masa sólo representan una pequeña fracción de
las 33.000 muertes (por año) causadas por armas de fuego en ese país. Una
tercera parte de todas las muertes por armas de fuego pueden atribuirse a
homicidios; la mitad de las víctimas son hombres jóvenes y dos tercios de
esa cohorte son afroamericanos. Pero, una vez más, no son los militantes
afroamericanos los que protestan contra el control de las armas de fuego con
el pretexto de tener razones legales para armarse hasta los dientes y
llevando pancartas  con el eslogan “noli me tangere” (“No me toques”). Son
los conservadores blancos los que lo hacen, con el fin de consolidar su
dominación en baja.

 

Los tiradores de El Paso y de Poway representan una tendencia tan nueva como
horrorosa, pues sus actos abominables sellan un vínculo inequívoco con los
cantos de Charlottesville/2 –“No nos remplazarán”- y con un presidente que
incita de manera recurrente al odio racial y a la violencia. Pero esas
masacres no habrían sido posibles sin un fenómeno ya anterior, anterior
incluso a la fundación de este país. El gran regalo que Donald Trump nos ha
hecho es el de dejar de lado todas las falsas apariencias que encubrieron
durante mucho tiempo el debate sobre el control de las armas de fuego, en
particular, y sobre el “choque” cultural (una especie de Kulturkampf a la
estadounidense), de manera más general. El argumento del origen de la
Constitución apela a la larga y gloriosa tradición revolucionaria de la
cultura de las armas, el "fuerte individualismo" del ethos conservador, al
que incluso Obama y otros liberales han rendido homenaje, forman parte de
una superestructura que ha sido concebida bajo un principio que sirve para
perpetuar el poder de una raza a expensas de otras. Tratar de resolver
nuestro problema de las armas de fuego, así como tantos otros, de la
atención de la salud a la desigualdad es, pues, tratar de oponerse a este
otro problema más amplio y más antiguo de la supremacía blanca que, si algo
nos ha enseñado la presidencia de Trump, sigue siendo el hecho esencial de
la vida estadounidense. 

 

* Artículo publicado en The New Republic, 5-8-2019: https://newrepublic.com/

 

Notas

 

1/ “El denunciante, Dick Anthony Heller, de 66 años, guardia de seguridad,
armado en su trabajo, reivindicaba el derecho a mantener el arma en su casa,
lista para ser utilizada en legítima defensa. Desde 1976, la ley del
distrito de Columbia, sede de la Capital Federal, prohíbe de facto la
posesión de armas de fuego l impedir su registro: los fusiles de caza deben
desmontarse tanto en casa como en los medios de transporte, y las armas de
mano compradas antes de 1976 deben ser neutralizadas mediante un gatillo de
seguridad.” (Le Figaro, 26-6-2008)

2/ Un supremacista blanco mató a una mujer al lanzar su coche contra
manifestantes que se enfrentaban a neonazis y a supremacistas blancos en
Charlottesville, Virginia, el 12 de agosto de 2017. Trump dijo que había
“gente muy buena en ambos lados” y que “los errores eran compartidos”.
(Redacción de A l’encontre)

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