Argentina/ Cinco primeras lecciones. La reconfiguración del escenario político [Maristella Svampa]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ago 24 08:47:27 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

24 de agosto 2019

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Argentina



Cinco primeras lecciones de las primarias argentinas



Las elecciones primarias en Argentina reconfiguraron el escenario político.
El derrumbe del macrismo y el nuevo ascenso del peronismo son las señas de
identidad de este proceso. ¿Qué lecciones se pueden extraer de los
resultados?



Maristella Svampa *

Nueva Sociedad, agosto 2019

https://nuso.org/



A una semana de las elecciones primarias del 11 de agosto, en las que la
fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner obtuvo 15 puntos de
diferencia sobre la de Mauricio Macri-Miguel Ángel Pichetto, con días tan
cargados de turbulencias políticas y de descalabros económicos y
financieros, son numerosas las lecciones que los argentinos y las argentinas
podemos extraer de ellas. A manera de síntesis precaria, paso a enumerar
cinco como forma de contribuir al debate en curso, mientras el país se
recupera aún del terremoto político ocurrido tras unas primarias que
constituyeron, en verdad, una especie de primera vuelta sui generis rumbo a
las presidenciales del 27 de octubre.



1. La gran asimetría electoral logró enmascarar la realidad y generar un
efecto de desconexión



La polarización electoral en Argentina, como sistema de simplificación de la
política, lejos de debilitarse, se incrementó en los últimos años. La
polarización no solo simplifica, sino que empobrece el debate político,
genera un clima tóxico, irrespirable, y en el mediano plazo, tiende a
despolitizar a la ciudadanía, pues obtura la posibilidad de una salida o la
construcción de otros posicionamientos, por fuera de los binarismos.



En 2019, consciente de su pobrísima performance económica y social, el
oficialismo apostó a reforzar la polarización para impulsar un voto decisivo
desde la primera instancia, las primarias. Para intensificar esa
polarización y volcarla de su lado, a lo largo de casi cuatro años supo
construir una gran asimetría electoral, para lo cual contó con poderosos
aliados: los grandes medios de comunicación y reconocidos periodistas que se
ensañaban con los candidatos de la oposición, al tiempo que medían la
confianza de los mercados en el gobierno; el Fondo Monetario Internacional,
Donald Trump y los mercados financieros, que prometían un futuro de cierta
estabilidad financiera sin inversiones productivas. Al calor de la campaña
se sumaría una intervención propagandística repiqueteadora en las redes
sociales y varios equipos de encuestólogos que trabajaban día a día, hora
por hora, para relevar y palpar el cambio en el talante electoral de la
población.



Pocas veces se vio una campaña electoral tan desigual. Tanto es así que,
desde fuera de esa densa red de apoyos incondicionales y cada vez más
obscenos, desde fuera de esa maraña superestructural que parecía cubrir y
sobredeterminar todo, apenas si podía verse el escenario social real y sus
actores.



Eran tantas las mediaciones que muchos olvidaron la sucesión de derrotas en
las elecciones provinciales realizadas en 2019 y creyeron que podían
transformar la realidad (o al menos, incidir radicalmente sobre los votos
indecisos), cuando lo que sucedía era sencillamente que la estrategia
política y comunicacional del oficialismo solo estaba tapiándola,
enmascarándola, disfrazándola. En ese marco, se generó un efecto de
desconexión a gran escala. Nada lo grafica mejor que las encuestas de los
días previos a las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO),
que afirmaban una disminución de las diferencias entre el oficialismo y la
oposición, e incluso en algunas, una ventaja leve en favor del oficialismo.



En consecuencia, producto de la asimetría mediática, política y económica
instalada y pese a las derrotas del oficialismo en las elecciones para las
gobernaciones, todas anteriores a las PASO, que hacían prever una lógica y
nueva caída, del lado del gobierno los demoledores resultados del 11 de
agosto fueron vividos como un hecho inesperado.



2. La polarización extrema no solo es peligrosa, también puede tener un
efecto búmeran



Ya en 2015, el ascenso de Macri a la Presidencia se dio en un contexto de
intensificación de la polarización, en el cual confluyeron el cansancio
frente a una sobreactuada épica populista y los primeros impactos de la
crisis económica. Una parte importante de la sociedad argentina planteaba la
necesidad de una alternancia, algo que brindara una bocanada de aire fresco
en términos políticos y que, al mismo tiempo, abriera la posibilidad a un
mejoramiento de las oportunidades económicas. En ese marco, el espacio
nucleado a partir de Cambiemos (Propuesta Republicana [Pro] y Unión Cívica
Radical [UCR]) logró articular nuevas demandas, por ejemplo, las promesas de
crecimiento económico, (una «lluvia de inversiones») de mano del discurso de
la «eficiencia económica» derivada de la salida del populismo. A su vez,
estas se articularon con la demanda de las clases medias urbanas y rurales,
pequeños y medianos empresarios y economías regionales, que votaron por
Macri porque creyeron que, siendo empresario (y, además, hijo de inmigrantes
europeos), podría entenderlos y apoyarlos.



Asimismo, no pocos argentinos de clase media baja también lo votaron en
contra de la «patria asistencialista», para confirmar su distancia en
relación con los más pobres, asistidos por el Estado. Y cerraba con fuerza
esta cadena de equivalencias el discurso anticorrupción y la promesa de un
orden republicano, menos conflictivo y pospolítico.



Sin embargo, en esta confusión entre alternancias y alternativas, Macri no
solo estaba poco provisto en términos programáticos, sino que no logró
construir un populismo conservador y con pretensiones pospolíticas. Poco a
poco, abandonó las promesas de «pobreza cero» y desempolvó el léxico de la
derecha neoliberal, típica de los años 90, que se creía desterrado: ajustes,
tarifazos, predominio de los mercados, altas tasas de desocupación, vuelta
al FMI, riesgo país. La idea misma de «nueva derecha» se fue diluyendo al
calor del ajuste neoliberal y el discurso de clase, más allá de que el
gobierno no solo mantuviera, sino que además aumentara considerablemente los
programas sociales en relación con los sectores excluidos, en un contexto de
incremento de la pobreza y la desocupación (que en junio del presente año
superó el 10%).



En consecuencia, en 2019, el escenario era otro: al calor de la crisis
económica, social y financiera y el ajuste permanente, la cadena de
equivalencias políticas que llevó a Macri de modo casi inesperado a la Casa
Rosada se había quebrado Si quedaban eslabones de ella, para las elecciones
del corriente año lo que estaría disponible en la oferta macrista –y a lo
que apostó denodadamente el oficialismo– era el antikirchnerismo en estado
puro (como «pesada herencia», como «populismo irresponsable», como sinónimo
de «corrupción» y de «aislamiento del mundo», como retorno al «conflicto» y
a la «venganza», entre otros), pero sin un imaginario conservador positivo
como propuesta alternativa.



En suma, la particularidad en estas elecciones de 2019 es que ninguna
instancia –ya fueran las PASO, la primera o la segunda vuelta– podría
escapar a este sistema de entrampamiento tóxico, lo que empujó la idea de
que los ciudadanos y las ciudadanas debían votar en «modo polarización»
desde las primarias, por temor a que el candidato opositor pudiera sacar una
ventaja que tornara irreversible el resultado. La apuesta del oficialismo
era buscar el nocaut desde el primer round. Todo eso hizo que olvidara que
él mismo podía ser la primera víctima de la polarización extrema que había
alimentado, del efecto búmeran, muy ligado a su desconexión con la realidad,
de la negación de las consecuencias devastadoras que sus políticas
económicas causaron en el tejido social argentino.



3. Ante el daño social, las coartadas político-electorales quedaron sin
efecto o eficacia simbólica



Hasta hace un año, algunos votantes del oficialismo todavía apelaban a
la«herencia recibida», o consideraban que había que «dar tiempo» al cada vez
menos nuevo oficialismo, «dejarlo gobernar». Las elecciones primarias
mostraron que, en la actualidad, ambas coartadas carecen de eficacia
simbólica.



En realidad, hace tiempo ya que muchos votantes de Cambiemos comenzaron a
hablar abiertamente de su decepción. Del lado de las clases medias, porque
sentían que la política económica, marcada por la alta inflación, los
tarifazos interminables, la caída del salario real, los despidos masivos y
la apertura indiscriminada a la importación, estaba lejos de pensarse con
ellos adentro. Del lado de aquellos sectores de las clases populares que los
votaron, porque veían con claridad el aumento del desempleo y la
inseguridad, el incremento de las demandas de alimentos en los comedores y
las escuelas, la ampliación de las brechas de la desigualdad.



Ya no había expectativas de que la alternancia se convirtiera en
alternativa; muy pocos confiaban en la supuesta expertise de los «exitosos»
CEO, provenientes del mundo empresarial. Todo lo contrario. La desconfianza
y la desazón apuntaban sobre todo a ellos, quienes además de vivir en la
burbuja de los superricos y perseverar con sus cuentas offshore,
incrementadas por sus ganancias extraordinarias obtenidas a caballito de la
llamada «bicicleta financiera», ofrecieron como única solución al desastre
económico volver al FMI y reactualizar recetas neoliberales que
tradicionalmente han conducido al fracaso.



No pocos se dieron cuenta también de que el antikirchnerismo militante no es
condición suficiente para hacer una buena gestión, que las políticas
sociales compensatorias no convertían al oficialismo ipso facto en un
«populismo conservador», que las indemnizaciones para los despedidos no
bastaban para alegar «sensibilidad social». La sociedad ya había decidido
colocar un límite al daño social producido por el gobierno votando otras
opciones. La derrota traía consigo un mensaje de rechazo a un presente de
crisis y exclusión, así como el repudio a un futuro cargado de mentirosas
promesas aspiracionales. Como dijo el sociólogo y ex-legislador de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires Pablo Bergel al conocerse los resultados de las
PASO: «Fue un día benjaminiano. La sociedad activó el freno de emergencia».



4. No fue solo la polarización, sino también la ceguera de clase



Al calor de los hechos, frente al daño social, el oficialismo, perdido en el
laberinto del retroceso y el agravamiento de la crisis económica y
financiera, se fue revelando cada vez más como un fraude, mientras
consolidaba algo que quedará en la historia argentina como su marca
distintiva: la ceguera de clase. Nada lo demuestra mejor que lo sucedido en
la semana posterior a las PASO, es decir, estos increíbles primeros siete
días que los argentinos y las argentinas acabamos de vivir y que dejaron al
desnudo la ideología de la elite gobernante, a través de los límites
ideológicos (una gran dificultad para entender la derrota) y el rechazo
virulento a aceptar la elección como legítima.



Así, las declaraciones del presidente en las primeras 48 horas no fueron
desafortunadas; más bien revelaron su pensamiento al desnudo, esto es, el
ethos dominante, el conjunto de ideas y valoraciones que nutre una
determinada práctica política ligada a una clase social. No se trataba solo
de afirmar que la política implementada es «la correcta» (más aún, «el único
camino correcto») y que lo opuesto o diferente es un completo «error», sino
de dejar en claro que el único ethos posible en política es aquel que se
identifica con los mercados. Mientras una parte de la sociedad, a través del
voto, afirmaba un ethos que apuesta a colocar límites al mercado, a defender
la vida, la posibilidad de la producción y la reproducción social, el
gobierno insistía en defender una y otra vez la validez –y supuesta
universalidad– del ethos de la acumulación (financiera) del capital.



La corrida cambiaria que se desató el lunes 12 de agosto, frente a la cual
el gobierno respondió con una supuesta falta de respuesta –o más bien, un
tácito consentimiento–, confirmó la convicción de la elite gobernante. No
fue solo el castigo al voto «incorrecto» de la ciudadanía, fue una
afirmación del fatalismo económico-financiero en coherencia/correspondencia
con un determinado ethos.



La ceguera de clase al desnudo tuvo las manifestaciones más diversas. Desde
la insólita ausencia del entonces ministro de Economía, Nicolás Dujovne, un
rico entre ricos, de quien se dijo que la derrota electoral lo había
afectado físicamente (y renunciaría casi una semana después de las
elecciones primarias), hasta los siempre polémicos dichos de la diputada
Elisa Carrió, quien realizó un acting muy aplaudido, arengando a la tropa y
buscando generar una épica de la derrota, en la reunión ampliada del
gabinete de Cambiemos en el Centro Cultural Kirchner, tras haber denunciado
un fraude opositor y la acción de los «narcos» en la elección.



Allí, en el escenario de la derrota, se pudo ver a Carrió tal como es ahora:
ella, en el «entre nos», ataviada con joyas –pulseras y collares–, vestida y
glamorosa cual señora rica recién llegada del barrio privado, advirtiendo:
«Van a cambiar los votos. Hay mucha gente que está esquiando. Amigos
nuestros ¿Entendieron? (…) El verano europeo es divino y se está jugando el
futuro de la Argentina». Otra frase: «A nosotros no nos van a sacar de
Olivos (…) nos van a sacar muertos». Carrió es la palmaria demostración de
cómo se puede volver –de muy mala manera– a los marcos condicionantes de la
socialización primaria. Quiero decirlo sin pleonasmos: Carrió nació en el
seno de una familia acomodada, pero fue durante una parte de su notoria
carrera alguien conocida por su austeridad y su sensibilidad social, puesta
al servicio de un discurso republicano. Con su giro a la derecha y alianza
con Cambiemos, volvió de lleno y sin vergüenza a sus orígenes de clase. En
la actualidad, por momentos su impactante y desquiciada verborragia sirve
para defender eso: la República de los ricos. ¿Consecuencia imprevista de la
polarización o destino inevitable de clase? Quien podría afirmarlo…



5. Hay que exigir una moratoria de encuestas y encuestólogos



Se habla todo el tiempo de los desaciertos repetidos de las encuestas, no
solo en Argentina sino también en otros países. Se dice que nadie previó el
triunfo de Trump ni del Brexit, tampoco muchos preveían el triunfo del
propio Macri en 2015. Hoy, gracias a las revelaciones sobre el rol de
Cambridge Analytica, podemos explicar un poco más esos resultados.



En 2019, en Argentina, con unas pocas excepciones, las encuestadoras no
previeron la diferencia monumental de más de 15 puntos entre el candidato de
la oposición y el actual presidente. Toda la semana se habló de «papelón»,
se descalificaron las encuestas y periodistas por demás volátiles se
ensañaron con los encuestólogos. Pero el caso es que, pese a que se
desconfía cada vez más de la validez de las encuestas o se duda de su
credibilidad, a cada elección todo parece volver a foja cero.



Dos reflexiones mínimas ante este repetido fracaso. El primero es que no
pocas encuestadoras forman parte de la misma estructura de intereses de
aquellos que las contratan, cuestión agravada en este caso por el flujo
publicitario con el cual contaba el oficialismo y el conjunto de
comunicadores y periodistas que buscó reforzar la idea de un empate técnico
de la coalición gobernante con la oposición, lo que anunciaba un futuro
posible triunfo. En consecuencia, muchas de las encuestas y encuestológos
formaron parte del ejercito de la gran asimetría electoral.



La segunda cuestión es más sencilla, pero también muy importante. Las
encuestas, su creciente multiplicación y presencia en los medios tienden a
reemplazar el debate político; se potencian en la ausencia o debilidad de
una verdadera conversación democrática; dan letra a los periodistas y ocupan
el vacío de ideas prevalente en los medios argentinos. Ante la pérdida de
credibilidad y la realidad de estructura de intereses de las cuales estas
forman parte, y frente a la tendencia a alimentar falsos debates, suena
verosímil exigir una moratoria de encuestas y encuestólogos, mientras sigue
la campaña electoral para el 27 de octubre en medio de una nueva crisis
económica y financiera de características letales para la mayoría de la
población.



* Maristella Svampa es socióloga y escritora. Sus libros más recientes son
Chacra 51. Regreso a la Patagonia en los tiempos del fracking (Sudamericana,
Buenos Aires, 2018) y Las fronteras del neoextractivismo en América Latina.
Conflictos socioambientales, giro ecoterritorial y nuevas dependencia (CALAS
/ Universidad de Guadalajara, Zapopan, 2018).

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