Teoría crítica/ Marx: pequeña guía de uso económico [Michel Husson]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Ago 29 15:24:05 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

29 de agosto 2019

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Teoría crítica



Marx: pequeña guía de uso económico



Michel Husson *

Viento Sur, 28-8-2019

https://www.vientosur.info/



¿Es razonable reivindicar a un autor cuya obra principal se publicó hace 150
años? Este artículo busca primero responder a esta pregunta perfectamente
legítima y luego mostrar cómo la referencia a la teoría marxista puede
ayudar a interpretar el capitalismo contemporáneo e imaginar alternativas.



Marx, ¿un economista del pasado?



Es necesario responder a las diferentes acusaciones de arcaísmo dogmático:
desde El Capital, la ciencia económica ha hecho un progreso inmenso y el
capitalismo de hoy no tiene nada que ver con el que Marx estudió. Comencemos
con este último argumento: obviamente sería absurdo negar que el capitalismo
ha evolucionado durante dos siglos y que sus formas concretas de encarnación
pueden ser muy diferentes de un país a otro. No se trata de negar estas
transformaciones, sino de mostrar que se han desarrollado dentro de
relaciones fundamentalmente invariables. Es más, podría argumentarse que las
condiciones actuales de explotación laboral en China son, en muchos
aspectos, comparables a las que prevalecían en la Inglaterra del siglo XIX.



La referencia al marxismo tiene la virtud de protegerse contra el vaivén de
las últimas teorías a la moda que van sucediéndose para demostrar que todo
ha cambiado y que se deben abandonar las antiguas representaciones del
mundo. Pero ciertamente existe el riesgo inverso del dogmatismo que consiste
en aplicar a ciegas los mismos patrones a una realidad en movimiento. Por lo
tanto, el marxismo vivo debe moverse entre estos dos escollos a través de
estudios y debates. Sin duda, una de las cuestiones metodológicas más
importantes es distinguir los niveles de análisis: la teoría marxista del
valor no permite, por ejemplo, comprender directamente la crisis de la zona
euro. Se deben establecer mediaciones entre la realidad concreta y los
marcos conceptuales más abstractos. La guía más clara sigue siendo (desde
nuestro punto de vista) el libro del filósofo checo Karel Kosík (1967),
donde resumió este método:



“1) Asimilación minuciosa de la materia, pleno dominio del material
incluyendo todos los detalles históricos posibles.



2) Análisis de las diversas formas de desarrollo del material mismo.



3) Indagación de coherencia interna, es decir, determinación de la unidad de
esas diversas formas de desarrollo”.



Marx sería un hombre del siglo XIX: esta es la tesis defendida por un
biógrafo reciente (Husson, 2017). Otro crítico lo calificó de posricardiano
menor (Brewer, 1995). Pero la ciencia económica, aun admitiendo que es una
ciencia, ciertamente no es una ciencia que progresa lineal y periódicamente
unificada. Por ejemplo, a diferencia de la física, diferentes paradigmas
económicos continúan coexistiendo de manera conflictiva.



La economía dominante actual, llamada neoclásica, se basa en un paradigma
que no difiere fundamentalmente del de las escuelas premarxistas o incluso
preclásicas. En gran parte, el debate triangular entre la economía clásica
(Ricardo), la economía vulgar (Say o Malthus) y la crítica de la economía
política (Marx) continúa hoy en los mismos términos. Las relaciones de poder
que existen entre estos tres polos han evolucionado, pero no según un
esquema de eliminación de paradigmas obsoletos. En resumen, la economía
dominante no domina debido a sus propios efectos de conocimiento, sino en
función de relaciones de poder ideológicas y políticas más generales.



Por tomar solo un ejemplo, las teorías contemporáneas del desempleo retoman,
bajo una forma modernizada, los viejos análisis sobre los pobres. El debate
en Inglaterra en torno a las leyes sobre los pobres se encuentra hoy en las
denuncias sobre las ayudas sociales: en lugar de aceptar los puestos de
trabajo ofrecidos, la gente desempleada preferiría no hacer el esfuerzo de
trabajar y vivir cómodamente de las prestaciones sociales (Husson, 2018a).



Pero el argumento de que la teoría marxista está obsoleta debido al progreso
de la economía busca el efecto de eliminar al mismo tiempo cualquier
referencia a la teoría del valor.



¿Un capitalismo sin teoría?



En última instancia, la pregunta a la que debe responder la teoría del valor
es: ¿de dónde proviene la ganancia? En los libros de texto contemporáneos
encontramos la definición de ganancia: es la diferencia entre el precio de
venta y el coste de producción. Pero el misterio de la fuente del beneficio
permanece intacto. Es alrededor de esta cuestión absolutamente fundamental
con la que Marx abre su análisis del capitalismo en El Capital.



Antes de él, los grandes clásicos de la economía política, como Smith o
Ricardo, partían de una pregunta ligeramente diferente, la del precio
relativo de los bienes: ¿por qué, por ejemplo, una mesa vale el precio de
cinco pantalones? Muy rápidamente, la respuesta que se impuso es que esta
proporción de 1 a 5 refleja el tiempo requerido para producir un pantalón o
una mesa. Esto es lo que podría llamarse la versión básica del
valor-trabajo.



A continuación, estos economistas clásicos intentaron descomponer el precio
de una mercancía. Además del precio de las materias primas, este precio
incorpora tres categorías principales: renta, ganancias y salario. Esta
fórmula trinitaria parece muy simétrica: la renta es el precio de la tierra,
la ganancia es el precio del capital y los salarios son el precio del
trabajo. De ahí la siguiente contradicción: por un lado, el valor de una
mercancía depende de la cantidad de mano de obra requerida para su
producción; pero, por otro lado, esta no solo comprende el salario.



La teoría marxista, llamada del valor-trabajo, busca escapar de esta
aparente contradicción. No está de más recordar muy brevemente cómo procede
Marx. El principio esencial es que el trabajo humano es la única fuente de
creación de valor. Valor significa aquí el valor monetario de los bienes.
Entonces nos enfrentamos a este verdadero enigma que las transformaciones
del capitalismo obviamente no han hecho desaparecer: el de un sistema
económico en el que las y los trabajadores producen todo el valor pero solo
reciben una fracción de él en forma de salario, mientras que el resto se va
a las ganancias.



Los capitalistas compran medios de producción (maquinaria, materias primas,
energía, etc.) y fuerza de trabajo; producen bienes que venden y terminan
con más dinero del que originalmente invirtieron.



Marx ofrece su solución, que es a la vez genial y simple (al menos a
posteriori). Aplica a la fuerza de trabajo, esta mercancía un tanto
peculiar, la distinción clásica que hace entre valor de uso y valor de
cambio.



El salario es el precio de la fuerza del trabajo socialmente reconocido en
un momento dado como necesario para su reproducción. En este sentido, el
intercambio entre el asalariado que vende su fuerza de trabajo y el
capitalista es, en general, una relación igual. Pero la fuerza de trabajo
tiene una propiedad especial, su valor de uso, la de producir valor. El
capitalista se apropia de la totalidad de este valor producido, pero
restituye solo una parte de él, porque el desarrollo de la empresa hace que
las y los asalariados puedan producir durante su tiempo de trabajo un valor
mayor que el que recuperarán bajo la forma de salario.



Hagamos como Marx, en las primeras líneas de El Capital, y observemos a la
sociedad como una “inmensa acumulación de mercancías” producidas por el
trabajo humano. Podemos hacer dos pilas: la primera consiste en bienes y
servicios que corresponden al consumo de los trabajadores y trabajadoras; la
segunda pila incluye los llamados bienes de lujo y bienes de inversión, y
corresponde a la plusvalía. El tiempo de trabajo de toda la sociedad puede a
su vez dividirse en dos partes: el tiempo dedicado a producir la primera
pila Marx lo denomina trabajo necesario, y el que se dedica a la producción
de la segunda pila es el trabajo excedente. En el fondo, esta representación
es bastante simple, pero, obviamente, para lograrla es necesario dar un paso
atrás y adoptar un punto de vista social.



El análisis se complica aún más cuando se observa que el capitalismo se
caracteriza por la formación de una tasa general de ganancia, en otras
palabras, que el capital tiende a tener la misma rentabilidad
independientemente de la rama en la que se invierte. Ricardo no logrará
resolver esta dificultad. Este es el problema de la transformación (de
valores en precio) que Marx resuelve al mostrar que la plusvalía se
distribuye en proporción al capital comprometido. Muchos críticos han
detectado aquí un error de Marx que desaparece, sin embargo, si hacemos
intervenir una sucesión de períodos de producción 1/.



La gran bifurcación



La teoría marxista del valor es una extensión de las teorías de los clásicos
(Smith y Ricardo) en la que resuelve sus contradicciones internas. Pero
introduce una dimensión crítica fundamental: la apropiación de ganancias por
parte de los capitalistas descansa en última instancia en relaciones
sociales que no son ni naturales ni eternas.



Las implicaciones revolucionarias de esta teoría fueron claramente
percibidas por los defensores del orden establecido. Por lo tanto, era
necesario oponerle otra teoría, y esta sería la teoría marginalista o
neoclásica. Uno de sus fundadores, John Bates Clark, expresó claramente la
necesidad de responder a la teoría de la explotación: “Los trabajadores, se
nos dice, son permanentemente desposeídos de lo que producen [...]. Si esta
acusación tuviera fundamento, cualquier persona dotada de razón debería
hacerse socialista, y su voluntad de transformar el sistema económico
expresaría su sentido de la justicia”. Para responder a esta acusación es
necesario, explica Clark: “Descomponer el producto de la actividad económica
en sus elementos constitutivos, para ver si el juego natural de la
competencia lleva o no a atribuir a cada productor la parte exacta de
riquezas que contribuye a crear” (Clark, 1899: 7).



Piero Sraffa, situado en la tradición de Ricardo, sacó una amarga conclusión
de lo que llamó la degeneración de la teoría del valor. Las razones
político-ideológicas para el derrocamiento de la economía clásica eran
obvias para él:



“Con el ataque frontal de Marx, el surgimiento de la Internacional y la
Comuna de París, se necesitaba una línea de defensa mucho más decidida (...)
era necesario pasar a la utilidad, de ahí el éxito de Jevons, Menger y
Walras. La economía clásica en su conjunto se estaba volviendo demasiado
peligrosa: tenía que ser desechada como tal. La casa estaba en llamas y
amenazaba con prender fuego a toda la estructura y los cimientos de la
sociedad capitalista: la economía clásica fue inmediatamente expulsada” 2/.



Así pues, actualmente hay dos teorías del valor. Para la teoría neoclásica
prevaleciente, que se enseña en todas partes, el beneficio es la
remuneración de la productividad marginal del capital, de una manera
simétrica al salario que premia la productividad marginal de los salarios.
Para la teoría marxista el beneficio se deriva de la explotación de la
fuerza de trabajo. Muchos trabajos, que rara vez se discuten hoy, han
mostrado la incoherencia de la teoría dominante. Recientemente, un brillante
artículo (Eatwell, 2019), que adopta una lógica poskeynesiana, concluye así:
“No existe una teoría neoclásica de la tasa de ganancia”. Pero este tipo de
crítica tiene problemas para abandonar el campo académico. Quizás sea más
interesante mostrar cómo la referencia a la teoría del valor conduce a un
análisis efectivo de los desarrollos recientes en el capitalismo.



Las ilusiones de las finanzas



La financiarización del capitalismo llevó, antes de la crisis, a una especie
de euforia basada en la impresión de que las finanzas se habían convertido
en una fuente autónoma de valor. Incluso entre algunos economistas
heterodoxos encontramos el razonamiento según el cual los capitalistas
tienen la opción de invertir ya sea en la esfera productiva o real, o en la
esfera financiera. Y como las finanzas proporcionarían mayores rendimientos,
esta sería la causa de una debilidad relativa en la inversión.



Estas fantasías no tienen nada de original y en Marx, especialmente en su
análisis del Libro 3 de El Capital dedicado a la distribución de ganancias
entre intereses y ganancias corporativas, encontramos todos los elementos
para criticarlas. Marx escribe, por ejemplo: “En la idea popular, al capital
dinerario, el capital que devenga interés, se lo considera aún como capital
en cuanto tal, como capital por excelencia” 3/. Ciertamente, el capital
financiero parece capaz de proporcionar un ingreso independientemente de la
explotación de la fuerza de trabajo. Por eso, añade Marx: “Para la economía
vulgar, que pretende presentar al capital como fuente autónoma del valor, de
la creación de valor, esta forma le viene a pedir de boca: una forma en la
cual la fuente de la ganancia ya no resulta reconocible, y en la cual el
resultado del proceso capitalista de producción –separado del propio
proceso– adquiere una existencia autónoma” 4/.



Este tipo de ilusión solo es posible si uno se basa en una teoría aditiva
del valor, donde el ingreso nacional se construye como la suma de las
remuneraciones de los diferentes factores de producción. Por el contrario,
la teoría marxista es sustractiva: las formas particulares de ganancia
(intereses, dividendos, rentas, etc.) son puntuaciones en una plusvalía
global cuyo volumen está predeterminado. Uno puede “enriquecerse mientras
duerme” solo en base a ese pinchazo operado sobre la plusvalía global, de
modo que el mecanismo admite límites, los de la explotación, que es el
verdadero fundamento de la bolsa de valores. La crisis marca el regreso de
lo real, como un recordatorio al orden de esta dura ley del valor.



La ley del valor como brújula



La referencia a la ley del valor, si se realiza de manera crítica, no
dogmática, hace posible filtrar teorías frágiles, se podría decir
oportunistas, que aparecen ante nuevos fenómenos. Nos limitaremos a
mencionar brevemente algunos ejemplos.



Hubo un tiempo en que algunos autores que se reclamaban del marxismo
pretendían que la ley del valor estaba superada debido a las mayores tasas
de ganancia para los monopolios. Sin embargo, las contrapartes tuvieron
tasas de ganancia más bajas en otros sectores. Resulta gracioso que el
reciente descubrimiento de este fenómeno por parte de los economistas de la
corriente dominante los lleve hoy a revelar las inconsistencias de su teoría
de ganancias (Husson, 2018b).



De la misma manera, tampoco es posible argumentar que podemos producir valor
tecleando, como afirman algunos autores que afirman ser marxistas (Husson,
2018c). En cuanto a la llamada economía colaborativa, solo crea valor, en el
sentido capitalista del término, si está sujeta a la apropiación privada que
conduce a la producción de bienes. La economía de la plataforma está en la
vanguardia de la modernidad, pero a menudo vuelve a los primitivos modos de
extracción de la plusvalía.



El conocimiento como tal no crea valor, contrariamente a la tesis del
capitalismo cognitivo (Husson, 2003). O, para usar la fórmula de Jean-Marie
Harribey (2017), “no podemos pensar en el ingreso básico sin una teoría del
valor”.



Finalmente, la distinción entre valor de uso y valor de cambio es
fundamental para arrojar luz sobre uno de los enigmas a los que se enfrenta
la economía dominante actual: las innovaciones tecnológicas no conducen a
los aumentos de productividad esperados. En un artículo anterior presentamos
esta explicación: “Tal vez sea esa la clave del estancamiento secular: desde
luego, las innovaciones tecnológicas aumentan el bienestar de los
consumidores, pero este aumento no está ligado a una producción mercantil”.
He aquí, pues, unos cuantos espacios contemporáneos en los que la teoría del
valor permite trabajar en un marco coherente (Husson, 2018d).



El lujo de elegir lo que no es lo más rentable



Marx avanzó esta hermosa fórmula inspirada en un panfleto anónimo: “Una
nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6” 5/.
No hay una forma más clara de distinguir entre valor y riqueza. Es cierto
que ahora existe un consenso bastante amplio de que el PIB no mide la
felicidad, pero no se han sacado todas las consecuencias de esta
perogrullada.



De hecho, la economía dominante ha contribuido a desdibujar esta distinción
elemental al rechazar la teoría del valor-trabajo y reemplazarla por la del
valor-utilidad. Para justificar una organización social impulsada por la
maximización de la ganancia, fue necesario hacer aceptar la idea de que la
ganancia es un indicador sintético del bienestar humano. Este es el supuesto
necesario, lo que significa que, al perseguir el objetivo de maximizar el
beneficio, se persigue al mismo tiempo el objetivo de maximizar el
bienestar. Todo lo que pretende la economía neoclásica cuando trata de
establecer que el equilibrio es lo óptimo, es lo siguiente: la ganancia es
una cuantificación operativa del bienestar.



Es alrededor de la distinción entre valor y riqueza como se puede hacer
emerger lo que separa al capitalismo del socialismo. Inspirándonos en el
economista ruso Kantorovich, se podría decir que el programa (en el sentido
de programación lineal) del capitalismo es maximizar el beneficio, mientras
que el del socialismo es maximizar el bienestar, o la utilidad social. Pero
esta última es multidimensional y hace falta una institución para poder
definir y arbitrar las prioridades de la sociedad. Sin duda, esta democracia
social es lo que ha faltado trágicamente en los llamados países del
socialismo real.



De hecho, por ejemplo, en Engels encontramos una vieja teorización de la
planificación socialista en un breve pasaje del Anti-Dühring, donde esboza
los principios de otra forma de cálculo económico:



“Cierto que la sociedad tendrá también que saber entonces cuánto trabajo
requiere la producción de cada objeto de uso. Pues tendrá que establecer el
plan de producción atendiendo a los medios de producción, entre los cuales
se encuentran señaladamente las fuerzas de trabajo. El plan quedará
finalmente determinado por la comparación de los efectos útiles de los
diversos objetos de uso entre ellos y con las cantidades de trabajo
necesarias para su producción. La gente hace todo esto muy sencillamente en
su casa, sin necesidad de meter de por medio el célebre valor” (Engels,
2014: 409).



También encontramos las intuiciones de un Preobrazhensky en el
estrechamiento de la esfera de la economía que se limitaría rigurosamente a
una función de ajuste de medios para propósitos definidos a priori:



“Con la desaparición de la ley del valor en el dominio de la realidad
económica desaparece igualmente la vieja economía política. Una nueva
ciencia ocupa ahora su lugar, la ciencia de la previsión de la necesidad
económica en economía organizada, la ciencia que apunta –en materia de
producción u otra– a obtener lo que es necesario de la manera más racional.
Es una ciencia muy otra, es la tecnología social, la ciencia de la
producción organizada, del trabajo organizado; la ciencia de un sistema de
relaciones de producción en que las regulaciones de la vida económica se
manifiestan bajo nuevas formas, en que no hay ya ‘objetivación’ de las
relaciones humanas, en que el fetichismo de la mercancía desaparece con la
mercancía” (Preobrazhenski, 1970: 78).



Este enfoque adquiere hoy, cuando se introducen restricciones ecológicas,
una legitimidad adicional. Podríamos utilizar aquí los términos de la
programación lineal para decir que el criterio de maximización de la
ganancia lleva a determinados valores más allá del respeto de ciertas
normas. El capitalismo pretende tenerlos en cuenta formando seudomercados o
modificando los precios referencia. Esta seudomonetarización del medio
ambiente puede modular en el margen del principio de la maximización de la
ganancia, pero sin ninguna relación con la escala de las reducciones de
emisiones a realizar.



Por un marxismo vivo



No hemos tratado todas las cuestiones a las que puede responder la teoría
marxista. Entre ellas está, obviamente, el análisis de la crisis. El campo
del marxismo, sin embargo, se ve debilitado por un uso dogmático de la ley
de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, propuesto como la causa
última y única de la crisis. Esto dificulta una lectura más compleja
inspirada por la lógica de los patrones de distribución mediante la
combinación de las condiciones de producción de la plusvalía y las de su
realización.



En la configuración actual del capitalismo, la pregunta esencial es
probablemente esta: ¿cómo mantener o restablecer la tasa de ganancia aun
cuando la productividad se ralentiza? Si ahondamos en esta pregunta, nos
parece que el análisis muestra que la crisis cuestiona al capitalismo de
forma más profunda que las fluctuaciones de la tasa de ganancia. Revela que
este sistema económico y social ha entrado en la zona de los rendimientos
decrecientes, que muestra su incapacidad para satisfacer las necesidades
sociales y revela su ineficacia frente al desafío del cambio climático.



Por último, es difícil sostener una línea entre dogmatismo y pragmatismo.
Sin duda, es necesario combinar ambas, en un movimiento que yo llamaría
dialéctico (ya que uno es marxista). El pragmatismo es ir rascando sobre los
discursos dominantes o alternativos para confrontarlos a los hechos y a las
cifras, poner en cuestión las certezas, exponerse a la contradicción y la
duda. Acto seguido, si logramos construir una representación adecuada y
consistente, hay que atenerse a ella con una convicción al borde del...
dogmatismo.



Con este razonamiento, uno podría decir paradójicamente (o dialécticamente)
que el marxismo es más útil si se está dispuesto a distanciarse de él. Al
final, la tarea de un o una marxista no es defender el marxismo, sino buscar
cambiar el mundo, comenzando por entenderlo.



* Michel Husson es un economista crítico francés, autor entre muchas obras,
de Un Pur Capitalisme (Editions Page deux, Lausanne, 2008) y El capitalismo
en 10 lecciones (La Oveja Roja-viento sur, Madrid, 2013). Su sitio en
castellano <http://hussonet.free.fr/espanol.htm> :
http://hussonet.free.fr/espanol.htm



Notas



1/ Véase una contribución ya antigua a esta lectura temporalista en Michel
Husson [Manuel Pérez], “Valeur et prix : un essai de critique des
propositions néo-ricardiennes”, Critiques de l’économie politique n°10, 1980
; “Value and price: a critique of neo-Ricardian claims”, Capital and Class,
Vol. 42, n° 3, 2018.

2/ Piero Sraffa, “La dégénérescence de la théorie de la valeur selon
Sraffa”, note hussonet n°108, 13 octobre 2017.

3/ El Capital, Capítulo 23, p. 481, Ediciones Siglo XXI.

4/ Ibidem, p. 501.

5/ Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política (Grundrisse) 1857-1858, Siglo XXI, 2007, volumen 2, p. 229. Marx
parafrasea el corto ensayo The Source and Remedy of the National
Difficulties, del cual se sabrá más tarde que el autor es Charles Wentworth
Dilke.



Referencias



Brewer, Anthony (1995) “A Minor Post-Ricardian? Marx as an Economist”,
History of Political Economy, 27, 1. Disponible en
http://digamoo.free.fr/brewer1995.pdf

Clark, John Bates (1899) The Distribution of Wealth. A Theory of Wages,
Interest and Profit, 1899. Diponible en Eatwell, John (2019) “Cost of
Production and the Theory of the Rate of Profit”, Contributions to Political
Economy. Disponible en http://tankona.free.fr/eatwell19.pdf

Engels, Federico (2014 [1878]) Anti-Dühring. La revolución de la ciencia por
el señor Eugen Dühring. Madrid: Fundación Federico Engels.

Harribey, Jean-Marie (2017) “Le revenu d’existence. Un remède ou un piège?”,
en Revenu universel. L’état du débat, OFCE, 2017. Disponible en
http://tankona.free.fr/jmhofce17.pdf

Husson, Michel (2003) “¿Hemos entrado en el capitalismo cognitivo?”,
Panorama Internacional. Disponible en http://hussonet.free.fr/cognitic.pdf 

(2017) “Marx, ¿un economista del siglo XIX?”, viento sur, disponible en
https://www.vientosur.info/spip.php?article13140

(2018a) “Des lois anglaises sur les pauvres à la dénonciation moderne de
l’assistanat” I. “D’Elisabeth à Bentham : assister ou enfermer ?” II. “De
Speenhamland à la loi de 1834”, disponibles en
http://alencontre.org/societe/des-lois-anglaises-sur-les-pauvres-a-la-denonc
iation-moderne-de-lassistanat-i.html
<http://alencontre.org/societe/des-lois-anglaises-sur-les-pauvres-a-la-denon
ciation-moderne-de-lassistanat-i.html>  y
http://alencontre.org/societe/des-lois-anglaises-sur-les-pauvres-a-la-denonc
iation-moderne-de-lassistanat-ii.html
<http://alencontre.org/societe/des-lois-anglaises-sur-les-pauvres-a-la-denon
ciation-moderne-de-lassistanat-ii.html>

(2018b) “Les économistes néo-classiques (re)découvrent le profit”,
disponible en I-
http://alencontre.org/economie/les-economistes-neo-classiques-redecouvrent-l
e-profit.html; II-
http://alencontre.org/economie/les-economistes-neo-classiques-redecouvrent-l
e-profit-ii.html

(2018c) “Produire de la valeur en cliquant ?”, Alternatives économiques.

(2018d) “Pensar y medir el estancamiento secular”, disponible en
www.vientosur.info/spip.php?article13626
<http://www.vientosur.info/spip.php?article13626>

Kosik, Karol (1967 [1963]) Dialéctica de lo concreto. México: Grijalbo.

Preobrazhenski, Eugen (1979 [1926]) La nueva economía. Barcelona: Ediciones
Ariel.

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