Brasil/ Crimen y Estado. ¿Qué es el Primer Comando de la Capital? [Denisse Legrand]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Dic 21 14:01:37 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

21 de diciembre 2019

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Brasil

 

¿Qué es el Primer Comando de la Capital? 

 

Denisse Legrand *

La Diaria, 21-12-2019 

https://ladiaria.com.uy/

 

El Primer Comando de la Capital, conocido como PCC, es la organización
criminal más grande y poderosa de Brasil. Inspirado en el Comando Vermelho
–y aprovechando su debilitamiento–, se fundó en 1993 en la cárcel de
Taubaté, en San Pablo, como espacio de identificación, protección y crimen
organizado para las personas privadas de libertad.

 

Hoy tiene focos en todos los estados brasileños y está asociado al tráfico
de drogas en varios países. Tras la identificación de grupos en Paraguay y
Bolivia, se investiga la aparición de una posible célula en Uruguay, con
núcleo en algunas cárceles del país, en particular en la Unidad 7 (cárcel
ubicada en el departamento de Canelones). Lo que el PCC busca en nuestro
país estaría asociado al tráfico internacional de drogas hacia África y
Europa.

 

Cuestiones operativas

 

A principios de la década de 1990 hubo un motín en la cárcel de Carandiru
que tuvo como saldo 111 presos asesinados por la Policía Militar. Tiempo
después, ocho de los presos que estuvieron involucrados en “la masacre de
Carandiru” fueron trasladados a Taubaté, la prisión de máxima seguridad de
la época, y allí se cree que formaron el PCC, para exigir mejores
condiciones en las cárceles y “combatir la opresión dentro del sistema
penitenciario”. También para que se esclarecieran los homicidios asociados
al motín, o para vengarlos.

 

Los miembros fundantes del PCC son Misael da Silva (Misa), Wander Ferreira
(Eduardo Cara Gorda), Antonio de la Pasión (Pasión), Isaías Moreira del
Nacimiento (Isaías Raro), Ademar de los Santos (Dafé), Antonio de los Santos
(Bicho Feo), César Roris da Silva (Cesinha) y José Felício (Geleião). De ese
grupo reducido pasaron a ser, según las estimaciones actuales, unos 20.000
miembros, a los que se conoce como “hermanos”. De ellos, 6.000 están dentro
de cárceles.

 

La banda se financia por el aporte mensual de sus integrantes y por
derivados de otras acciones delictivas, dentro y fuera de las prisiones. Los
aportes son diferenciales: los que habitan las cárceles pagan 50 reales al
mes, y 500 los que están en libertad. Se estima entonces que mensualmente la
organización recibe casi 1.800.000 dólares por este tipo de aportes. Además
está la comisión de delitos, que genera ingresos mucho mayores.

 

Las actividades del PCC se asocian principalmente al tráfico de drogas,
armas y robos a bancos y remesas. El dinero suele invertirse en compra de
armas y drogas, así como para financiar rescates de personas relacionadas
con el grupo.

 

Coordinación intercarcelaria

 

El PCC tiene altísimos niveles de coordinación intercarcelaria. La primera
gran demostración de esto fue en 2001, cuando organizó la mayor rebelión de
la historia en las prisiones brasileñas, provocando motines en 29 cárceles
en simultáneo, con el resultado de 16 personas privadas de libertad
asesinadas. Otra seguidilla de motines que estaría asociada a esta
organización emergió en 2017; se la conoce como “masacre de Manaos” y tuvo
como saldo más de 100 personas asesinadas.

 

El actual líder máximo del PCC es Marcos Herbas (Marcola). Otros referentes
son Rogério de Simone (Gegê do Mangue), Edison Borges (Birosca) y Fabiano
Alves de Souza (Paca).

 

El liderazgo de Marcola generó un quiebre en el modelo de organización. De
hecho, dejó de funcionar como un comando: el poder dejó de ser piramidal y
centralizado para adoptar una modalidad despersonalizada y con un modelo de
distribución comunitario, lo que aumenta la fidelidad y dificulta las
posibilidades de desplegar estrategias enfocadas en su combate. También se
dice que esto provocó una expansión y hoy en día, si bien hay muchas
personas que no forman parte del PCC porque no fueron bautizadas, responden
a sus ideas.

 

Sin embargo, la banda está hoy en plena disputa fratricida entre sus
líderes. Además, pelean por el poder asociado al tráfico de drogas y armas y
el control de las cárceles con otras organizaciones del crimen organizado,
mientras analizan su expansión a nuevos territorios.

 

Un asunto ideológico

 

A los integrantes del PCC los une mucho más que el delito: los une una
ideología. No se manejan bajo el imperativo de órdenes, sino que lo
entienden como una fraternidad, una “metodología de vida” a la que adhieren
y cumplen a rajatabla, o lo pagan con la vida.

 

Un estatuto de 16 puntos plantea la misión y las condiciones de integración
y permanencia de sus miembros. Para unirse a esta red delictiva, los
“hermanos” son bautizados. La condición es que sean presentados por otro
miembro del grupo y cumplan con el estatuto.

 

Dentro de las cárceles y los múltiples códigos que existen, la banda también
se identifica como “15.3.3”, por el orden de las letras en el alfabeto
portugués (la P es la letra 15 y la C es la tercera). El saludo “salve
geral” es la orden que se da para que los miembros cometan acciones
criminales (la expresión dio nombre a un film de 2009 sobre diversos
episodios que involucraban al PCC). En teoría este código surgió como una
venganza, luego de un episodio en el que la Policía mató a personas
sospechosas de integrar el grupo. Se dice que por cada miembro asesinado
darían muerte a un policía, y una seguidilla de homicidios a uniformados fue
asociada a esta ola de venganza.

 

Cómo se fortaleció el PCC

 

El caos carcelario, la política de encarcelamiento masivo, las condiciones
marginales de las periferias y la acción policial violenta y arbitraria son
factores claves para el fortalecimiento del PCC. La captación penal de
integrantes de la banda no ha significado un debilitamiento de la
organización, incluso ha generado un efecto contrario.

 

El rol destacado que ocupan las economías ilegales en América Latina
favoreció el crecimiento de esta banda, en particular en lo que respecta a
la expansión de los mercados de armas y drogas. El PCC no quiere dominar el
mercado de drogas sino expandirlo, y en lugar de presionar para tener el
máximo poderío tiende a buscar nuevos mercados para explotar.

 

Las políticas de seguridad asociadas al falso combate de los mercados
ilegales provocaron el fortalecimiento de los grandes proveedores de la
ilegalidad, que ante una ofensiva fallida de persecución sofisticaron sus
mecanismos y lograron captar aun más los mercados, aumentando sus ingresos.
La regulación de los mercados es una alternativa posible para encarar esta
realidad, aunque pocos gobiernos parecen estar dispuestos a asumirla.

 

Otro elemento que fortaleció al PCC tiene que ver con una cuestión de clase:
el pobre no confronta con el pobre, porque la guerra es contra el sistema.
“Los presos tienen que estar unidos, no pelear unos con otros, para
enfrentar a un enemigo común: el sistema carcelario”. El objetivo principal
que tienen es “el progreso de sus hermanos” y “la lucha violenta y
silenciosa contra el sistema”.

 

Crimen, estado y religión

 

Los vínculos entre las economías ilegales y el Estado existen. A este combo
se le suma la explotación de las religiosidades en los territorios.
Distintas iglesias ocupan espacios estratégicos en los barrios y ofrecen
respuestas que el Estado no brinda: desde el diseño de políticas públicas
paraestatales hasta la cobertura de las necesidades cotidianas.

 

El caso más claro, con fuerte incidencia en Uruguay, tiene que ver con el
tratamiento del uso problemático de sustancias. Ante la ausencia de
programas de salud que aborden esta realidad, aparecen instituciones como
Beraca, que incluso reciben derivaciones judiciales.

 

Estas iglesias operan también como espacio de identificación y como fuente
de operación ideológica contra el avance de los derechos, con énfasis en el
restablecimiento del orden familiar tradicional.

 

Estas redes, con claros objetivos políticos, tienen alta incidencia sobre la
organización de distintos territorios. El desarrollo de estas iniciativas en
las últimas décadas ha sido visible, y han llegado incluso a formar parte de
parlamentos democráticos en América Latina. Crimen, poder político y
religión convergen y se potencian estratégicamente con un público objetivo
muy definido: las y los más vulnerados. Aunque no hay información que señale
que el PCC quiere formar parte del sistema político, se considera que incide
en el poder político.

 

El PCC también opera desarrollando una especie de justicia alternativa para
las y los más pobres. Es una justicia en la que no media la ley ni el
Estado. Adopta formas violentas de justicia popular, con mecanismos
asociados a la vigilancia, los linchamientos y el sicariato.

 

El rol de esta banda delictiva como mediadora e impartidora de justicia
tiene que ver con las necesidades punitivas y las respuestas en seguridad no
cubiertas por el Estado. Los homicidios asociados a la marginalidad tienen
un bajo nivel de esclarecimiento. La impunidad asociada a delitos que
golpean los niveles socioeconómicos más bajos, como es el caso de los
“ajustes de cuentas” o mejor llamados “homicidios asociados a conflictos
criminales”, hace que las necesidades punitivas de determinados núcleos
aumenten y se recurra y valide este tipo de justicia alternativa.

 

Operando adentro y afuera

 

Además de tener incidencia en las cárceles, el PCC opera en distintos
territorios, en particular en algunas favelas de San Pablo. En 20 años hubo
una caída abrupta de los homicidios en esta ciudad. La reducción fue de 90%
en la tasa de homicidios: pasó de 52,5 cada 100.000 en 1999 a 6,1 cada
100.000 en 2019.

 

Una reducción tan drástica de la letalidad llama la atención, y podría tener
que ver con acuerdos realizados con este grupo criminal. Se le adjudica
también a esta banda el haber “impuesto orden en la delincuencia”.

 

Posible célula uruguaya

 

Desde hace unos meses se especula con la creación de una célula del PCC en
Uruguay. A través de la Operación Magnesio, con fuerte articulación policial
y judicial, se realizó una investigación que terminó por desarticular una
asociación para delinquir con presunta vinculación con la organización
criminal brasileña.

 

En colaboración con la Agencia Brasileña de Inteligencia, se interceptaron
teléfonos dentro y fuera de las cárceles uruguayas y se dio con
comunicaciones que podrían estar relacionadas con este movimiento. Algunos
medios locales hablaron de un posible reclutamiento de unas 80 personas
privadas de libertad, aunque esto no fue confirmado.

 

El líder de este movimiento es Fernando Frabasil, un hombre de unos 60 años
que cumplía prisión domiciliaria en San Antonio (Canelones) por una
patología de salud. Antes cumplía pena en la Cárcel de Las Rosas (Unidad 13,
en Maldonado). Estaba procesado por homicidio y tenía una tobillera
electrónica para apoyar la medida impuesta por la Justicia. La Policía
encontró evidencia de un posible plan de fuga, así que cesó su prisión
domiciliaria y ahora cumple su pena en la cárcel.

 

Otro responsable que se señala es Mario Bentancur. Tras las escuchas, él y
Frabasil fueron procesados con prisión preventiva por asociación para
delinquir. Las parejas de ambos fueron procesadas como cómplices y cumplen
prisión domiciliaria.

 

Sin embargo, los dos hombres y sus parejas fueron capturados hace unos días
en Progreso, Canelones. Una rapiña a una estación de servicio los puso en el
mapa y catalizó la investigación que tuvo como resultado la desarticulación
del movimiento y el procesamiento de las y los involucrados.

 

Las investigaciones avanzan y hasta ahora nada confirma que la estructura
del PCC quiera instalarse en Uruguay. Se cree que este emergente se asocia a
uruguayos que han estado presos en Brasil o que se han relacionado a través
de negocios delictivos con el PCC.

 

La relación, entonces, estaría más cerca de la admiración que de un vínculo
real. Quieren usar la ideología y las técnicas de reclutamiento para
organizar asaltos a remesas y otras instituciones de altos niveles de flujo
financiero. Los núcleos más propicios para generar estos grupos son las
cárceles, por la alta demanda de protección y la necesidad de identificación
y asociación para la supervivencia.

 

Lo que se sabe hasta ahora es que el PCC viene a Uruguay a comprar armas.
Año a año se incautan en Brasil muchas armas que fueron robadas en Uruguay.
Por este dato se confirma que hay quienes roban y acopian armas en el país
para luego “exportarlas” al norte.

 

Otra de las hipótesis que se han manejado es que desde el PCC estén
evaluando a Uruguay a través de análisis contables y jurídicos para montar
estructuras para lavar dinero, pero se cree que aún no han logrado montar
estas empresas. 

 

* Licenciada en Gestión Cultural y tiene estudios en pedagogía en contexto
de encierro y en penalidad juvenil. Es coordinadora del programa cárceles
del colectivo Nada Crece a la Sombra. (Redacción Correspondencia de Prensa)

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