El Salvador/ Fin del bipartidismo. Bekele, una carismática golondrina [José Alfredo Ramírez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Feb 9 14:01:48 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

9 de febrero 2019

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El Salvador

 

El fin del bipartidismo salvadoreño

 

Una carismática golondrina 

 

La arrasadora victoria de Nayib Bukele en las elecciones presidenciales
–ganó ya en la primera vuelta– esconde lo que en realidad fue un duro golpe
a la democracia salvadoreña; menos de la mitad de los ciudadanos habilitados
para votar lo hicieron. El presidente electo logró seducir a una cuarta
parte del electorado y desarmar a sus rivales –los partidos tradicionales
Arena y Fmln– con una hábil comunicación política y un programa poco
concreto.

 

José Alfredo Ramírez, desde San Salvador

Brecha, 8-2-2019

https://brecha.com.uy/

 

Eran las 21.48 del domingo 3 de febrero cuando Nayib Bukele declaró:
“Podemos anunciar con plena certeza que hemos ganado la presidencia de la
República de El Salvador”. Esas fueron las palabras del presidente electo
más joven en la historia de El Salvador, quien arrasó en las elecciones
acumulando 53 por ciento de los votos válidos en la primera vuelta.

 

Esta figura relativamente nueva en el ámbito de la política nacional mantuvo
–como candidato presidencial– un discurso pacífico y de denuncia de la
corrupción, alejado de los debates o retóricas ideológicas que
tradicionalmente han dominado la política salvadoreña. El arrastre
indiscutible de Bukele se explica en parte por la efectividad de su campaña
en las redes sociales y por sus propuestas para la nación. Pero también por
el repudio al sistema de partidos que manifiesta la población salvadoreña.

 

Una de las grandes fortalezas de Bukele fueron sus estrategias de
comunicación, que favorecieron la simpatía a su favor. Aunque en un país
como El Salvador las burlas estaban en el orden del día, incluso estas
fueron aprovechadas como fortalezas por sus simpatizantes. Un político le
dijo a Bukele que una golondrina no hace verano, y él hizo de la golondrina
el símbolo de su bandera. También fue señalado por ser musulmán, emigrante
de Oriente Medio –aunque su familia entera ha nacido y vivido en El Salvador
desde hace décadas–, y se dijo que a partir del 4 de febrero se cambiarían
los autos por camellos. Estos ataques denigrantes llevaron a que la gente
fuera a votar con turbantes y túnicas.

 

Los dirigentes de su campaña publicitaria y la simpatía que generó se
volvieron sus mejores herramientas. Aunque fue acusado de prepotente, en las
redes sociales y en los medios de comunicación se mostró muy amable y
cercano con la gente, además de lucir una actitud indiferente a las críticas
y ataques de sus opositores, lo cual desconcertó a muchos que acostumbraban
responder ataques con intolerancia y violencia.

 

Por descarte

 

Bukele demostró también que es posible llegar a la presidencia de El
Salvador con fórmulas muy sencillas. Su plan de gobierno fue muy ambicioso
aunque poco concreto. Propuso desarrollar el oriente del país con un nuevo
aeropuerto y un tren que bordee toda la costa salvadoreña –unos 300
quilómetros–, con los que planea conectar al país y a su comercio, aunque
las actividades productivas a nivel nacional no son muchas. Al norte de El
Salvador planea colocar algunas agroindustrias y promete más inversión a
nivel nacional en infraestructura. Estas propuestas fueron señaladas como
plagios cuando se comprobó que copiaban íntegramente páginas de tesis y
libros, sin citar la fuente. A pesar de esto, los planes de gobierno de los
otros candidatos no circularon, no llegaron a manos de los electores y
fueron prácticamente ignorados.

 

Por lo tanto, la campaña no se caracterizó por un verdadero debate
programático. Lo que sobre todo parece haber sucedido es que los votantes de
Bukele lo eligieron por descarte frente a los otros candidatos. Al denunciar
los vicios y errores de los gobiernos anteriores –corrupción y mal manejo
del aparato del Estado–, logró ganarse la simpatía de las mayorías en las
redes sociales y alejarse de las viejas derechas e izquierdas.

 

Y a una hora del cierre de los centros de votación, con los hashtags
#NayibPresidente, #HaciendoHistoria y #OperacionRemate, Bukele logró llegar
a la presidencia.

 

Más allá del “fenómeno Bukele” 

 

El nuevo presidente electo comenzó su carrera política hace siete años,
cuando ganó su primera alcaldía. De ese primer puesto de elección popular
logró llegar a un bastión histórico de la oposición política, la alcaldía de
la capital, San Salvador, en la cual varios candidatos y presidentes se han
fogueado en el juego político desde los años setenta.

 

Un análisis de los resultados electorales revela que las explicaciones más
importantes del ascenso de Bukele van más allá de su personalidad y su
carisma.

 

En las elecciones presidenciales del domingo 3 de febrero sólo votó
alrededor del 46 por ciento de los habilitados para hacerlo, mientras que
tradicionalmente en El Salvador lo hace cerca del 60 por ciento de los
ciudadanos. En esta ocasión, en un padrón electoral de 5,6 millones de
personas sólo se registraron 2,6 millones de votos válidos. Nayib Bukele
ganó con la mitad de esos votos (cerca de 1,4 millones), es decir, con tan
sólo una cuarta parte del padrón electoral. Estos porcentajes reflejan en
realidad un duro golpe a la democracia, ya que la mayoría de los electores
no fueron a votar, no se sienten representados por ninguna fuerza política,
ni tienen simpatía por el “fenómeno” Bukele.

 

La caída en la participación electoral se puede explicar por el hecho de que
en esta elección los dos partidos que habían protagonizado el bipartidismo
salvadoreño de las últimas tres décadas –la Alianza Republicana Nacionalista
(Arena) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln)–
quedaron disminuidos a su mínima expresión; el apoyo que obtuvieron fue el
de sus votantes más fieles. A favor de la alianza de derechas –con la Arena
a la cabeza–, las papeletas válidas rondaron las 830 mil. El Fmln tuvo un
resultado aun peor –consiguió 377 mil votos–, y está claro que una parte de
sus votantes sigue al ahora presidente Bukele. Otra parte simplemente no
votó.

 

Ni izquierda ni derecha

 

¿Cómo explicamos el bipartidismo y el cansancio de este sistema político? En
El Salvador el anticomunismo fue una característica de todos los gobiernos
desde inicios de la década de 1920, incluso antes de que la revolución rusa
fuera una influencia real, por lo que los partidos de derecha y los
militares utilizaron su oposición al comunismo para fomentar una sociedad
muy conservadora, con simpatías hacia el catolicismo, la propiedad privada,
la familia nuclear y la agroexportación. Pero, una vez terminada la guerra
civil (1980-1992), la sociedad salvadoreña se convirtió en un país
trasnacional, cuya dependencia de las remesas enviadas desde Estados Unidos
es clave para sostener la economía. Con esos lazos entre Estados Unidos y El
Salvador, el American Lifestyle ha venido en auge, y la vieja oposición de
ideologías de la Guerra Fría ha perdido su significado. En 2009 los
salvadoreños optaron por un gobierno de izquierda, pero después de diez años
la opinión pública es clara al señalar que en El Salvador la derecha y la
izquierda son lo mismo: nepotismo y corrupción, esa es la herencia de la
posguerra salvadoreña.

 

Desafíos del presidente electo 

 

Ahora Bukele, quien despertó grandes expectativas con su discurso electoral,
se enfrenta a un gran reto. Primero, su partido Nuevas Ideas –fundado apenas
hace unos meses– aún no cuenta con experiencia política, así que no cuenta
con apoyo en la Asamblea Legislativa. Segundo, sus proyectos políticos son
ambiciosos, pero él no tiene el financiamiento necesario para realizarlos.
Y, tercero, Nayib Bukele hereda un país que estará atento a sus acciones
para eliminar los viejos vicios de los políticos tradicionales.

 

La polarización política ha cansado a los ciudadanos. Aun así, el domingo
tuvo su nota positiva con un conteo de votos muy rápido y un proceso
transparente, y los candidatos que no lograron la presidencia aceptaron los
resultados sin protestar.

 

Los electores salvadoreños votaron por Bukele por ser el candidato
diferente, con carisma, aquel alejado del viejo discurso de la polarización
ideológica. El abstencionismo dice claramente que los ciudadanos están
cansados de la partidocracia. Es decir, del dominio indiscriminado de los
partidos políticos, sin que exista un organismo de la sociedad civil que
sirva de balance a sus acciones. Por lo mismo, el sistema político es
juzgado como incapaz para resolver los males estructurales de la sociedad
salvadoreña contemporánea, como lo son la seguridad y la salud públicas, la
pobreza y la exclusión social; y sobre todo lo ven como incapaz de ofrecer
un proyecto de país viable.

 

En estas elecciones también quedó clara la falta de visión de los viejos
políticos. La sociedad salvadoreña ha cambiado, y parece que sólo Bukele
logró verlo y expresarlo claramente: los salvadoreños ya no quieren a los
mismos de siempre.

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