Memoria/ Rosa Luxemburg: tan lejos, tan cerca [Acacio Puig]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Ene 8 10:20:27 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

8 de enero 2019

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Memoria

 

Rosa Luxemburg: tan lejos, tan cerca

 

Acacio Puig 

Viento Sur, 8-1-2019

https://www.vientosur.info/

 

En enero de este 2019 se cumple el centenario del asesinato de la
revolucionaria Rosa Luxemburg, víctima de la socialdemocracia alemana y su
gobierno -Ebert y su ejecutor Noske- que aplastaron la Revolución iniciada
en Noviembre de 1918, asesinaron en enero de 1919 a Rosa y Karl Liebknecht,
desmantelaron militarmente la insurgencia en Berlín y cuatro meses más
tarde, en mayo, ahogaron en sangre la República de los Consejos Obreros de
Baviera.

 

Para un sector significativo de mi generación política -la de 1968- Rosa fue
una figura mal conocida en la España de los años 60. Apenas las referencias
divulgativas, que aparecían colateralmente en la revista Triunfo al hilo del
desarrollo de la nueva izquierda y escasas lecturas, como Les spartaquistes
(1966) y Le Spartakisme, les dernières années de Rosa Luxemburg et de Karl
Liebknecht (1967) de Gilbert Badia, que circulaban entre la joven militancia
francófila de la década.

 

Cierto que existía un pequeño colectivo político bastante ecléctico, tan
abierto en pensamiento como elitista en afiliación, llamado Acción
Comunista, grupo que se inspiraba –entre otros- en Rosa Luxemburg, pero su
impacto en las vanguardias juveniles de entonces era escaso en ciudades como
Madrid. Además, la capacidad de edición y difusión por AC de clásicos del
marxismo era muy limitada. De modo que Rosa, Liebknecht y el Espartaquismo
fueron entonces más una referencia mítica que un pensamiento político que
incidiera en nuestros análisis y acciones.

 

Aunque desde fines de los años 60 Grijalbo editó en México obras
fundamentales de Rosa (Huelga de Masas, partidos y sindicatos, La Revolución
Rusa, Reforma y Revolución…) fuimos muchos los que solo encontramos el
tiempo de conocerlas cuando ya estábamos en cerrados en las cárceles de la
dictadura (algunos de esos libros formaban parte de las bibliotecas
comunales y otros pasaban la censura so pretexto de lecturas para proseguir
estudios de humanidades, económicas o ciencias políticas, a que nos
apuntábamos entre aquellas paredes y rejas). En aquellas difíciles
circunstancias, el contexto de conocimientos generales más fiables lo
encontramos en libros como el de Pierre Broue sobre la Revolución Alemana,
que había sido editado en castellano en 1973.

 

Decíamos en Afinidades Anticapitalistas número 25 (diciembre de 2018) que
pretendíamos estimular a lo largo de este año aproximaciones a Rosa, los
espartaquistas y la intermitente revolución alemana iniciada en Noviembre,
al concluir la Gran Guerra, y manifiesta hasta 1923. Quizá no tanto eruditos
estudios como aproximaciones personales y/o parciales a un período tan
apasionante como vivo, heroico y que forma parte de la memoria de las
subversiones acontecidas durante el siglo XX. Y este es el caso, sin grandes
pretensiones pero con voluntad de dejar constancia del impacto militante que
tuvo al menos en una parte de la generación del 68, aquella “revolución que
no pudo ser” como la denomina Tino Brugos en viento sur, número161 de
diciembre 2018.

 

En ese sentido retomaremos lo que supuso para algunas y algunos de nosotros
la inmersión en el libro La Revolución Rusa y en consecuencia nuestra
distancia respecto a las críticas leninistas-trotskistas al luxemburguismo,
una crítica siempre fraternal perfectamente sintetizado por Trotsky en su
artículo de 1932 Fuera las manos de Rosa de Luxemburgo; distancia puntual
respecto a una teoría política que constituía entonces nuestro mejor
referente. Pero distancia, porque Rosa, con su análisis escrito en 1918,
vislumbraba buena parte de lo que décadas más tarde nuestra corriente
acuñaría como “errores institucionales del partido bolchevique” (señalados
por Ernst Mandel en La Burocracia). De modo que Rosa nos interpelaba,
proponiéndonos superar cualquier determinismo a la hora de considerar los
excesos autoritarios que endosaba la incipiente dictadura del proletariado.

 

Rosa nos invitaba pues a pensar el socialismo revolucionario desde una
óptica tan distante del sectarismo como de la canonización acrítica,
extremos siempre amenazantes en el contexto del combate clandestino frente a
la dictadura, la represión, la información limitada y todas las mordazas
imaginables al ejercicio del pensamiento libre.

 

Ciertamente nos resultaba difícil compartir su posición contraria al derecho
de autodeterminación. Además de considerarlo un principio garante del
derecho a decidir de naciones secularmente oprimidas por el nacionalismo
gran ruso zarista y valorar ese derecho con mayor peso estratégico que la
hipotética amenaza de fragmentación nacional en tareas de defensa de las
conquistas de Octubre, además, digo, constatábamos como elemento endógeno la
incidencia de una resistencia antifranquista muy pujante en Euskadi y
Catalunya que constituían frentes ejemplares en el combate durante el
franquismo tardío.

 

Por ello nos resultaba imposible compartir la conclusión de Rosa sobre “el
derecho de autodeterminación como fraseología hueca y pequeño burguesa”.

 

Y tampoco compartíamos las críticas a la Reforma Agraria bolchevique, porque
“la tierra para quien la trabaja” (una tarea democrática pendiente que tomó
a su cargo la Revolución) nos convencía como la clave de la alianza
obrera-campesina en las Repúblicas Soviéticas, desde luego nos convencía
tanto como significativo déficit político endosable a la Segunda República
Española, de la que –críticamente- nos sentíamos herederos.

 

De modo que frente a las críticas de Rosa entendíamos que era necesario
cabalgar el tigre y asumir la reforma agraria en la URSS como un proceso
necesario, difícil y que demandaba mucha pedagogía práctica, previa al
estratégico avance socialista hacia la nacionalización de la tierra.

 

De modo que los aspectos más asumibles y estimulantes de las posiciones de
Rosa fueron aquellos relacionados con el nuevo aparato de estado -los
soviets-y con sus apreciaciones sobre Asamblea Constituyente, sufragio,
libertades y derechos… y contra el endurecimiento del aparato del partido
bolchevique, hacia dentro de sus estructuras y hacia el resto de formaciones
políticas participantes en la Revolución.

 

Respecto a la disolución de la Asamblea Constituyente (“todo el poder a los
soviets”) por los bolcheviques –que Rosa aprobaba- proponía también la
preparación de elecciones a una nueva Asamblea Constituyente como garante de
expresión mediante sufragio del conjunto de la población.

 

Frente a razonables temores bolcheviques sobre el atraso político de la
ciudadanía de la rusia profunda y su rechazo de la democracia representativa
burguesa, Rosa glosaba los avances de la conciencia del pueblo en las
históricas Revoluciones francesa e inglesa. En ambos casos detectaba, que en
tales situaciones de revolución, se combinó el peso creciente de las
propuestas políticas de izquierda y la credibilidad suscitada por
instituciones parlamentarias (representativas) en las que los de abajo
querían una presencia decisiva del tercer y cuarto estado.

 

Rosa, generalizaba aquellos hechos como los que podrían (deberían)
caracterizar la nueva situación en la nueva Constituyente que proponía.

 

“el farragoso mecanismo de las instituciones democráticas” (de que hablaba
Trotsky) cuenta con un poderoso correctivo, es decir con el movimiento vivo
de las masas, con su inacabable presión. Y cuanto más democráticas son las
instituciones, cuánto más vivo y fuerte es el pulso de la vida política de
las masas, más directa y completa es su influencia, a pesar de los rígidos
programas partidarios, de las listas electorales (…)” (R. L)

 

Todo ello para esgrimir la radical defensa de los derechos de sufragio de
las clases populares como un valor inalienable del movimiento socialista,
tanto dentro como fuera de los soviets.

 

Y eso nos hacía pensar (en la España de la década de los 70 del pasado siglo
y precisamente en un período en que el trabajo asalariado se había
masificado, frente a la estratificación social propia del inicio del siglo,
que aún conoció Rosa y en la también apoyaba su defensa de la estructura de
tipo parlamentario) en la justeza de la fórmula Gobierno de los
trabajadores, garante de las más amplias libertades, atento a la creatividad
colectiva y tendente al estímulo de la autogestión generalizada. Una
propuesta que, por cierto, no excluía ninguna hipótesis sobre los aparatos
estructurales del estado de transición.

 

Al tiempo y conociendo ya los límites y deterioro temprano de las
estructuras soviéticas de tipo consejista -y cuestionando la hipotética
“inevitabilidad” de la hegemonías en ellas de políticas radicales de clase,
cosa que había ocurrido en los inicios del Octubre soviético, pero no en la
Alemania de Ebert. Por eso, nos parecía muy probable que, como Rosa sugería,
el futuro socialista exigiría la coexistencia prolongada de estructuras
estatales tan complejas como combinadas: Unas, de democracia socialista
directa (tipo consejos) y otras de democracia socialista representativa
(tipo parlamentos), y todas ellas sometidas a control social siempre,
integrando principios de revocación y limitación salarial como avanzó en
1871 la Comuna de Paris.

 

Sería pues, pensábamos, desde esas estructuras estatales complejas, desde
las que cabría pensar en procesos de extinción de nuevo Estado de
trabajadores y trabajadoras y no desde estructuras únicas (los soviets) en
situaciones de partidos únicos (el bolchevique) y deslizamientos a
posteriores políticas chauvinistas (el socialismo en un solo país). Factores
que en lugar de avanzar hacia la extinción del estado lo habían transformado
en un mastodonte opaco, burocratizado, autoritario y conservador.

 

Es más, la defensa radical de la libertad de prensa y de partidos que hizo
Rosa en su crítica al autoritarismo rigorista bolchevique (aun en aquellas
circunstancias ciertamente duras y excepcionales) constituía precisamente
una de las cualidades de esa “visión de águila” que Trotsky atribuía a Rosa
y que se nos presentaba como clave temprana del proyecto de Democracia
Socialista por el que combatíamos:

 

“La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de
un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto.

 

La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de
manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la “justicia”,
sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la
libertad política depende de esta característica esencial y su efectividad
desaparece tan pronto como la “libertad” se convierte en un privilegio
especial”. (R. L)

 

Fueron palabras que a muchos de nosotros y nosotras –jóvenes trotskistas-
nos confirmaban la premonición en 1918 de lo que la historia de la
degeneración estalinista de la Revolución Soviética, había mostrado.

 

Una degeneración que como señalan los compañeros Lowy y Besançenot en su
libro Afinidades Revolucionarias, por una solidaridad entre marxistas y
libertarios tuvo ya siniestros episodios iniciales en la ilegalización de
partidos como los social revolucionarios y la persecución de anarquistas, la
liquidación de Kronstadt (sin escuchar recomendaciones y propuestas de
mediación de la libertaria Emma Goldman) o el enfrentamiento y derrota
militar de Néstor Makhno y su caballería libertaria en Ucrania. Errores que
iniciaron el camino peligroso de la degeneración burocrática de la URSS y
del largo proceso que culminó en la contrarrevolución capitalista.

 

Y aun así, la precisión, fraternidad y densidad del debate crítico, ensayado
por Rosa frente a sus camaradas rusos, siempre estuvo impregnada por la
admiración expresada en las primeras líneas de su libro La Revolución Rusa:

 

“La Revolución Rusa constituye el acontecimiento más poderoso de la Guerra
Mundial.

 

Su estallido, su radicalismo sin precedentes, sus consecuencias perdurables,
son la condena más evidente a las mentiras que con tanto celo propagó la
socialdemocracia oficial a comienzos de la guerra como cobertura ideológica
de la campaña de conquista del imperialismo alemán” (R.L)

 

Creo que sigue siendo esa precisión, fraternidad y densidad del debate lo
que, cien años más tarde, nos sigue resultando ejemplar y lo que
frecuentemente echamos de menos en este siglo XXI.

 

Texto completo de la Revolución Rusa de Rosa Luxemburg en:
https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/la-revl..pdf

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