Cuba/ Un Deng Xiaoping, urgente [Manuel Caruncho]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ene 14 09:45:30 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

14 de enero 2019

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Cuba

 

Un Deng Xiaoping, urgente 

 

Manuel Caruncho *

Brecha, 4-1-2019 

https://brecha.com.uy/

 

Desde el triunfo de la revolución, en 1959, Fidel Castro contó con
argumentos incuestionables en favor del socialismo. Por un lado, las
actuaciones estadounidenses contrarias a los revolucionarios de Sierra
Maestra: en cuanto se aprobó la ley de reforma agraria que permitió la
nacionalización de grandes latifundios, entre ellos los de propiedad
estadounidense, a Estados Unidos le faltó tiempo para suprimir la cuota de
azúcar cubana, embargar la venta de petróleo estadounidense a la isla y
cometer una serie de actos de sabotaje e intentos de asesinar al propio
Fidel Castro; una animadversión que culminó con la fracasada invasión de
Bahía de Cochinos en 1961. Mientras, la Urss se ofreció a comprar el azúcar
cubano a mejores precios y a suplir el petróleo que la isla requiriese. No
había otra opción, y el 16 de abril de 1961, después del bombardeo
estadounidense a varios aeropuertos, se proclamó el carácter socialista de
la revolución. Una revolución que se caracterizaría por un líder
indiscutible, Fidel Castro, y por una economía centralizada, con la
propiedad de todos los medios de producción en manos del Estado, a excepción
de algunas propiedades agrícolas que permanecieron en poder del campesinado
–si bien con la obligación de vender toda su producción al Estado.

 

La hostilidad estadounidense fue, paradójicamente, una de las claves para
que Fidel Castro permaneciese tanto tiempo en el poder. El embargo sirvió
para justificar el fracaso de la revolución en el terreno económico. El
empeño de Castro en manejar como una finca particular algo tan complejo como
la economía de un país le llevó en 1968 a nacionalizar todas las empresas,
incluidas las pequeñas y medianas: unas 58 mil. En el contexto de la Guerra
Fría, la justificación de centralizar toda la economía fue defendida por
Fidel con toda fiereza. Su tradicional obstinación, que le permitió a la
isla no doblegarse ante el imperialismo durante 60 años, resultó también
demoledora para el desempeño económico.

 

Cuando colapsó la Urss, la economía cubana, fuertemente dependiente de aquel
país, sufrió un brutal descalabro. El Pbi cayó más de un 35 por ciento y
Cuba entró en lo que se denominó “Período especial”. La situación para la
población fue angustiosa. Recuérdese el episodio de la “neuropatía óptica”,
una epidemia de ceguera causada por la falta de vitaminas. Fue la época de
los “balseros”, que ponían en riesgo su vida para cruzar el estrecho de
Florida, una emigración que unida a la de los primeros tiempos de la
revolución y al éxodo del Mariel de 1980, llevó a más de un millón de
cubanos a Estados Unidos.

 

Durante el “Período especial” Fidel Castro, por primera vez, se vio obligado
a aceptar algunas medidas liberalizadoras, permitiendo los mercados libres
campesinos y el ejercicio de determinadas actividades por cuenta propia, lo
que supuso un cierto desahogo y una mejora de la dieta alimentaria. También,
a comienzos de los noventa, se impulsó la inversión extranjera en los
sectores turístico y minero, se promovió el turismo y se permitió la
recepción de remesas en dólares. Pero siempre a regañadientes. Varios altos
cargos que defendieron la apertura más de la cuenta –Aldana, Lage, Robaina,
Pérez Roque– terminaron defenestrados.

 

La victoria de Hugo Chávez en las elecciones de Venezuela en 1999 supuso un
duro golpe para el proceso reformista cubano. El petróleo generosamente
despachado por Venezuela a precios subvencionados y los créditos otorgados
por ese país a cambio del envío de médicos, supusieron un respiro para el
régimen, permitiendo a Castro congelar las reformas. Cuba no destacaría por
sus tasas de crecimiento pero, sumando el apoyo venezolano, los ingresos por
turismo, las remesas, la inversión extranjera y las exportaciones de azúcar,
níquel, medicamentos y tabaco, tampoco se iría a pique. Entonces, ¿para qué
copiar, adaptándolas, las reformas chinas, que permitieron a ese país
multiplicar por 40 su Pbi, alcanzar una renta per cápita superior a los 8
mil dólares y sacar a centenares de millones de chinos de la pobreza, si
ello suponía ceder parte del control de la economía? No, la apertura
económica no era del agrado de Fidel.

 

El momento dulce llegó con el acceso de Raúl a los máximos cargos y con
Barack Obama en la presidencia de Estados Unidos. La apertura de embajadas
fue el hecho simbólico, pero hubo mucho más: por el lado estadounidense, el
turismo se multiplicó por cinco y se eliminaron las restricciones al envío
de remesas; por el lado cubano, se abrieron nuevos hospedajes privados y más
“paladares” (restaurantes privados), se permitió un incipiente mercado
inmobiliario, se aprobaron nuevos trabajos por cuenta propia y se autorizó a
los cubanos a viajar libremente fuera del país. Parecen cambios menores,
pero en Cuba no lo eran; aunque, sí, resultaban insuficientes. Aliviaban,
pero todavía no permitían un vigoroso crecimiento. Aun así, el futuro se
anunciaba prometedor, una impresión a la que contribuían las reformas
liberalizadoras previstas en los “Lineamientos” aprobados en el VI Congreso
del Pcc en 2011, ya con Raúl Castro como secretario general. Todavía podía
conjurarse la imposibilidad de llegar a fin de mes a todo cubano que no
recibiese remesas, trabajase por cuenta propia o en el sector turístico, o
“distrajese” algún bien estatal para su venta. Además, con el crecimiento
esperado también podría resolverse la unificación de las dos monedas –el Cup
y el Cuc–, que tantas distorsiones provocan.

 

Pero, como si una fatalidad operara siempre en contra del proceso
reformista, tres golpes lo amenazaron nuevamente: la paralización por el
nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, del proceso de apertura
hacia la isla; la situación caótica de Venezuela, que compromete seriamente
el suministro energético; y, por si fuera poco, el triunfo de Jair
Bolsonaro, quien dio el carpetazo al apoyo del personal médico cubano
desplazado a Brasil a cambio de varios cientos de millones de dólares
anuales. El resultado ha sido una nueva paralización del proceso de
reformas. El papel de los “conservadores” de la revolución en este nuevo
cierre de filas es claro. En 2016 se estimó que sólo se había implementado
el 21 por ciento de los “Lineamientos” aprobados en el VI Congreso, lo que
habla del poder que todavía detenta el sector inmovilista.

 

El tiempo se agota para llevar a cabo los cambios que Cuba necesita, como el
cultivo de las tierras estatales ociosas, sin poner tantas condiciones para
su entrega; potenciar la inversión extranjera, cuyas cifras, en términos
relativos, son las menores de América Latina; otorgar mayor autonomía a las
empresas estatales; y permitir a los propios cubanos invertir en su país,
expandiendo el trabajo por cuenta propia y reconociendo a las pequeñas y
medianas empresas privadas. Sería esencial que la nueva Constitución, cuyo
texto se discute en estos meses en Cuba, recogiera estas formas de propiedad
con todas sus consecuencias, incluyendo la posibilidad de acceder a créditos
o contratar a empleados directamente. Al liberalizar la economía se
enriquecerán algunos cubanos y aumentarán las desigualdades, pero el Estado
tiene en sus manos palancas suficientes para redistribuir la riqueza que se
genere, comenzando por una política fiscal progresiva y una política
presupuestaria de calidad.

 

¿Qué escenarios quedan si no se toman con rapidez las medidas
liberalizadoras? Con el escaso crecimiento del Pbi de los últimos años y el
estimado para el futuro (apenas el 1 por ciento anual), el gobierno
encabezado por el actual presidente, Miguel Díaz-Canel, cuando fallezca Raúl
no contará con la legitimidad que, por el contrario, le proporcionaría el
progreso económico. Y no es descabellado aventurar entonces que Cuba podría
terminar como Nicaragua; una chispa que se enciende y un estallido social de
protestas que le sigue. En el caso de optar por la represión, el régimen
cubano tendría sus días contados. Cuba no es China y su gobierno no
sobreviviría a una versión habanera de las masacres de la plaza de
Tiananmén. Y entonces sí, los sacrificios de 60 años para construir una
sociedad más justa, más igualitaria, una sociedad que devolvió la dignidad
al pueblo cubano rescatando la soberanía de la isla de la prepotencia
estadounidense, habrán sido en vano. 

 

* Cubano. Escritor y doctor en ciencias económicas por la Universidad
Complutense de Madrid.

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