Venezuela/ Crisis de régimen: la batalla por el poder. ¿Cuáles salidas? [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ene 25 17:58:43 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

25 de enero 2019

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net <mailto:germain5 en chasque.net> 

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Venezuela

 

A Maduro el pueblo no lo quiere y a Guaidó nadie lo eligió

 

Sólo el pueblo soberano y movilizado puede decidir su destino, con
referéndum y elecciones generales.

 

Comunicado de Marea Socialista, Caracas, 23 de enero 2019

https://www.aporrea.org/

 

El pueblo en la calle movilizado, en concurrencia de todos los sectores
sociales, y saliendo a protestar en los barrios pobres, está demostrando que
no soporta más al gobierno de Maduro. La gente ya no está dispuesta a
tolerar más la política de hambre y de destrucción de los derechos
laborales, así como la eliminación de hecho del derecho a la salud ante la
falta de medicinas e insumos, la degradación de los servicios públicos, la
corrupción extrema y la represión cotidiana.

 

Esto explica que gran parte de la población haya atendido al llamado a
movilizarse con las marchas convocadas por el autoproclamado Guaidó, pero no
porque esté dispuesta a reconocer a cualquiera que quiera alzarse con el
"coroto", sino porque amplísimos sectores de nuestro pueblo hace tiempo que
están hartos y no quieren seguir aguantando más. Incluso los que trabajan en
el sector público, que se mantienen callados o van forzados a las
movilizaciones del gobierno, para evitar retaliaciones que les puedan
afectar en sus trabajos, recepción de cajas CLAP o que puedan poner en
peligro sus hogares de la Misión Vivienda. Los comentarios, chavismo
adentro, son de cansancio y gran molestia, poco a poco van perdiendo el
miedo.

 

Los trabajadores y el pueblo no han logrado tener una alternativa propia e
independiente, que represente sus reales intereses y angustias, por lo que
ha quedado atrapado entre la burocracia y el capital. El resultado de esto
es que se reinstala la polarización, entre los políticos de un gobierno
corrupto que controla el poder y los parlamentarios de partidos de los
grandes empresarios que explotan a los trabajadores.

 

Porque, los patronos que financian y promueven a los partidos de oposición
de la derecha tradicional, también se benefician y pagan los miserables
salarios impuestos por el gobierno de Nicolás Maduro-PSUV-Militares. Y no
tienen otra propuesta económica que la de seguir descargando la crisis sobre
el pueblo mientras aseguran sus ganancias y sus negocios.

 

Ellos, desde la AN, pretenden erigirse en nuevo gobierno y utilizar a su
favor las energías del pueblo, porque no tenemos organizaciones propias y
fuertes que acaudillen la lucha contra el nefasto gobierno de Nicolás
Maduro. Pero la AN y los EE.UU no son quienes para imponerle gobiernos al
pueblo venezolano. Maduro tampoco. Todos son usurpadores y se disputan el
control del Estado para tener sometido y explotar al pueblo.

 

Nuestros sindicatos y organizaciones populares están en gran parte
destruidos, corrompidos o supeditados al aparato del Estado, y otra parte ha
cedido su independencia política en favor de los dirigentes de la clase rica
que nos explota. Por eso no se termina de salir de la trampa autoritaria de
Maduro y se cae ahora en la trampa golpista de Guaidó (del partido Voluntad
Popular), respaldado por Estados Unidos, que juega en favor de sus
intereses, contrarios a la nación venezolana.

 

Ahora estamos corriendo el riesgo de que la confrontación entre dos
gobiernos paralelos, ambos ilegítimos, y uno de ellos apoyado por los
Estados Unidos, pueda derivar en una guerra civil o en formas de
intervención imperialista más directas del gobierno de Trump. También hay
que alertar que a cada intentona de la derecha el gobierno de la burocracia
aprovecha para desatar una oleada represiva para someter más al pueblo y
acallar toda protesta.

 

Frente a todo esto, Marea Socialista llama a que sigamos movilizados y
protestando contra el gobierno opresor, pero el pueblo y la clase
trabajadora tenemos que movernos con nuestra propia agenda y no detrás de
los parlamentarios de la derecha ni de la burocracia del PSUV, así como
tampoco podemos aceptar imposiciones desde el exterior.

 

Marea Socialista llama a que nos juntemos todos aquellos y aquellas que
entendemos la necesidad de construir nuestra propia organización de lucha,
para levantar una nueva referencia política de nuestra clase y de los
distintos sectores del pueblo que sufre, que sí pueda hacer valer nuestros
propios intereses y derechos.

 

A Maduro no lo quiere el pueblo y a Guaidó nadie lo eligió.

 

Referéndum que consulte al pueblo para relegitimar todos los poderes (Art 71
CRBV).

 

Renovación del CNE para que recupere su independencia y llame a elecciones
generales.

 

Por un plan de emergencia en favor de los trabajadores y el pueblo para
enfrentar la crisis, recuperar el salario y tener acceso a la comida.

 

No a la entrega de la soberanía.

 

No al intervencionismo y la injerencia de los EE.UU. y el Grupo de Lima.

 

Sigamos en lucha por nuestras condiciones de vida: salarios, derechos
laborales, servicios públicos, derechos democráticos.

 

Ni golpe ni negociaciones a espaldas del pueblo.

 

Autonomía política de los trabajadores y sectores populares.

 

No sigamos más a los políticos de la burocracia gobernante ni a los
políticos de los capitalistas.

 

¡Ni burocracia ni capital!

 

Que se vayan todos.

 

Que el pueblo movilizado ejerza su soberanía.

 

No a la represión: liberación de los presos por luchar, respeto a los
derechos humanos.

 

Por un gobierno de los trabajadores y el pueblo, no de la burguesía
tradicional ni de la "roja-rojita".

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Los venezolanos vuelven a las calles

 

La mesa de la polarización está servida 

 

Tras un largo período de sosiego en la confrontación abierta que en 2017
había partido en dos al pueblo venezolano en las calles, el pasado 23 de
enero los venezolanos volvieron a manifestarse como opositores u
oficialistas, impulsados por la autoproclamación de Juan Guaidó como
presidente. Así, las protestas populares que en 2018 se habían organizado en
torno a reclamos sociales, en 2019 arrancaron con un enfoque estrictamente
político, allanando el camino al atrincheramiento.

 

Humberto Márquez, desde Caracas

Brecha, 25-1-2019

https://brecha.com.uy/

 

“¡Juro!”, dijo desde la tribuna, con la mano derecha en alto y amplificado
por un frágil equipo de sonido. La multitud a sus pies le imitó y repitió:
“¡Juro!”. “(…) asumir formalmente las competencias del Ejecutivo nacional
–abajo empezó la algarabía– como presidente encargado de Venezuela.”
Entonces fue un rugido lo que emergió de miles de gargantas. Juan Guaidó, un
ingeniero industrial de 35 años, casi un perfecto desconocido hace tres
semanas –antes de asumir la conducción del parlamento por un acuerdo entre
grupos opositores–, acababa de proclamarse presidente para sustituir al
“usurpador” Nicolás Maduro.

 

Apretujadas delante del periodista, a casi 50 metros de la tribuna, varias
señoras se zafaron del bosque de hombros, brazos y cabezas para danzar y
repetir: “¡Lo hizo, lo hizo, lo hizo!”.

 

Lo hizo, en efecto, sorpresivamente, atendiendo al reclamo de los más
radicales en las decenas de cabildos abiertos que precedieron las grandes
manifestaciones opositoras de este 23 de enero. Es una fecha-talismán en
Venezuela, porque ese día de 1958 un alzamiento cívico-militar derrocó la
dictadura que durante casi diez años ejerció el general Marcos Pérez
Jiménez.

 

Adultos mayores en la marcha hacia la plaza Juan Pablo II, en el límite de
dos municipios de la gran Caracas, evocaban la efeméride. “Ese día cayó un
dictador, hay que recordar esa fecha, ese día ganamos una democracia, ahora
podemos ganar otra”, señala a Brecha, en medio de la barahúnda de gritos,
silbatos, batir de palmas y tamboriles, José Morillo, un jubilado del
Ministerio de Salud que ejerce de carpintero. Viene de La Pastora, una zona
popular del norte de la ciudad que ha sido pro oficialista por años. Camina
junto a un grupo de parientes jóvenes. Apostados en la vía, junto a
edificios gubernamentales, hay decenas de “rivales”, partidarios del
presidente que lucen camisas rojas. En uno y otro bando se agitan banderas
tricolores, amarillo, azul y rojo.

 

Entonces, provocando, desde el lado opositor, un muchacho con un vozarrón
casi aúlla: “¡Maduuurooo!…”, y cien voces gritan en respuesta un improperio
contra la madre del presidente.

 

Los gritos que más se escuchan son “¡Libertad, libertad!” y “No quiero bono,
no quiero Clap (bolsas con comida a precios subsidiados), yo lo que quiero
es que se vaya Nicolás”.

 

Los oficialistas también gritan: “No volverán, no volverán”. Algunos
insultos, pero la violencia no llega a mayores. La columna opositora llega a
la avenida donde se hace la concentración y se integra a la multitud, que
puede cifrarse en unas 200 mil personas. Tiene réplicas en 53 ciudades y
pueblos. También hubo concentraciones de venezolanos opositores en decenas
de ciudades del exterior. La mesa de la aguda polarización política de nuevo
está servida.

 

“MI voto también vale” 

 

Los partidarios de Maduro marchan hacia una plaza vecina del palacio de
gobierno desde tres puntos de la ciudad. Son varios miles. Tienen banderas
rojas y grupos con tambores. Abundan los empleados públicos que lucen
franelas (camisetas) de las dependencias en que laboran –Petróleos de
Venezuela, banca pública, puertos, Ministerio de Alimentación–, o de
“misiones”, como se bautizaron los programas sociales –educación, salud,
vivienda– desarrollados por el gobierno. También se ven algunas gorras del
Partido Comunista, pequeño aliado del mayoritario Partido Socialista Unido
de Venezuela (Psuv).

 

En la céntrica plaza Brión de la capital, a la espera de marchar, se forman
filas ante las hileras de baños portátiles: son indispensables para quienes
vienen del interior. Como la orgullosa alfabetizadora Clara Rodríguez, quien
llega de Portuguesa, una provincia de las llanuras centro-occidentales. Vino
en uno de los autobuses fletados por la gobernación de su región: “La
oposición tiene su gente, pero nosotros también”, comenta a este periodista.
“Respaldamos al presidente Maduro, él ganó las elecciones (del 20 de mayo de
2018, rechazadas por la mayor parte de la oposición). La oposición dice que
hubo fraude, pero yo voté, mi voto se contó, mi voto también vale.” Maduro
“no ha podido parar la inflación (más de millón y medio por ciento según la
Asamblea Nacional, controlada por la oposición), pero ha construido
viviendas, esto también vale”, continuó.

 

Las marchas y la concentración opositora congregan gentes de variados
estratos sociales. Las del oficialismo son casi todas de los sectores
populares. Al avanzar, algunos participantes se disgregan o apartan de la
caminata. Vehículos con altavoces reproducen canciones de cantautores
izquierdistas. Se llega a una vieja plaza cercana al Palacio de Miraflores,
sede del gobierno. Maduro no acude: el principal orador es Diosdado Cabello,
capitán retirado del Ejército y vicepresidente del Psuv. Cabello invita a
marchar hacia el palacio para permanecer en “vigilia” y hacer compañía al
mandatario.

 

Maduro sale a un balcón rodeado de colaboradores civiles. Critica a los
medios internacionales: “Censuran al pueblo, no muestran que somos la
mayoría”, y están en sintonía con “el gobierno imperialista de Estados
Unidos, que dirige una operación para, a través de un golpe de Estado,
imponer un gobierno títere. Es una gravísima insensatez de Donald Trump”,
dice el mandatario, quien inició su segundo sexenio el pasado 10 de enero,
jurando ante el Tribunal Supremo de Justicia, pues la Asamblea Nacional ha
sido declarada “en desacato” por el oficialismo.

 

Yankees Go Home

 

“Hoy se comieron la luz (roja). Por eso anuncio que he decidido romper
relaciones diplomáticas y políticas con el gobierno imperialista de Estados
Unidos. ¡Fuera!, se van de Venezuela. ¡Aquí hay dignidad, carajo!”, proclama
Maduro. Sus seguidores aplauden. “¡Así se hace, carajo!”, exclama en la fila
de milicianos uniformados un militante de la tercera edad. Y el presidente
continúa: “Y por eso, en este día histórico, procedo a firmar la nota
diplomática para que en un plazo de 72 horas abandone el país todo el
personal diplomático y consular de Estados Unidos”.

 

En cuanto a Guaidó, no mencionado por Maduro en su discurso, “le toca a los
órganos de la justicia actuar con base en la ley. Es un tema de la justicia.
A nosotros nos toca gobernar”, señala el presidente, quien termina clamando:
“¡Aquí no se rinde nadie!”.

 

Vuelve la confrontación 

 

La manifestación oficialista se disuelve tranquilamente. Muy pocos –al caer
la noche prácticamente nadie– han de permanecer en la vigilia convocada. Los
accesos a Miraflores están cerrados al paso de vehículos. Mientras, en el
este de la capital, tradicional bastión opositor, algunos exaltados
atraviesan un camión en la principal autopista y le prenden fuego. Se
repiten las escenas de choques entre manifestantes encapuchados y policías
apoyados por guardias nacionales. Se oyen aislados toques de cacerolas
vacías.

 

La confrontación ha regresado. En tres noches seguidas de desórdenes, desde
que 27 efectivos de la Guardia Nacional se amotinaron durante unas pocas
horas en un cuartelillo al norte de la capital, las demostraciones tras
barricadas armadas con basura incendiada en las calles desataron la
respuesta de uniformados y grupos civiles o individuos que tienen armas de
fuego: en total han muerto 16 personas en esas 72 horas, y aún está por
determinarse quiénes las abatieron en las manifestaciones opositoras del
área metropolitana de Caracas y cuatro ciudades del interior.

 

El parlamento ofrece una “amnistía” a los militares y demás funcionarios que
desconozcan al “usurpador” y cambien de bando. Pero el generalato de la
fuerza armada ha ratificado su respaldo al presidente Nicolás Maduro.

 

La nueva incógnita es ¿qué pasará si Estados Unidos no retira a su personal
diplomático de Caracas? ¿Lo sacará Maduro a la fuerza? ¿Cómo reaccionará
Trump? Los actores han subido sus apuestas, colocando las fichas en las
casillas de decisiones y hechos extremos. Todo en una sola jornada este 23
de enero de 2019.

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Urgente, Venezuela

 

¿Cuáles salidas resultan deseables?

 

Nueva Sociedad, enero 2019

http://nuso.org/

 

Juan Tokatlian (profesor en la Universidad Di Tella, Buenos Aires)

 

Salida negociada. La mejor alternativa ante la fenomenal crisis que padece
Venezuela es aquella que combine una salida política, jurídica y ética
sólida y sustentable. A mi juicio, esa es la única opción incruenta. Y ello
implica un paquete de elementos entrelazados: diálogo político genuino,
acuerdo aplicable y llamado a nuevas elecciones.

 

Dicho lo anterior, ¿el momento actual revela condiciones para una salida de
este tipo? La respuesta no parece muy positiva. Cualquier solución negociada
–y ese es el supuesto subyacente a lo señalado anteriormente– tiene como
fundamento lo que los expertos llaman un «estancamiento dañino» (hurting
stalemate), en el cual ninguna de las partes puede triunfar y a la vez
tampoco acepta ceder. Entonces, se instala la sensación (o el
convencimiento) de que el conflicto entre las partes no va hacia ningún
lugar. Y a su turno, ambas partes empiezan a reconocer que los costos de
continuar en la confrontación superan los hipotéticos beneficios de un
triunfo pírrico. El punto entonces es si Venezuela se aproxima o no a ese
«estancamiento dañino» y si los principales actores internacionales
vinculados, de un modo u otro, a la crisis en que está sumido el país
facilitan o no que se llegue a dicho impasse, que podría ser transformado en
positivo si se abriera el espacio para una salida negociada. Me temo que las
voces civiles y civilizadas están opacadas por la tentación de alternativas
militaristas de distinto tipo. Por ello, me parece que es hora de
deslegitimar seriamente esa eventualidad. Y me interrogo sobre qué actores
domésticos y externos tienen la voluntad y la capacidad de hacerlo.

 

¿Y América Latina? La desastrosa situación en Venezuela fue producida
básicamente por los propios nacionales. No hay duda que han existido
factores externos –por ejemplo, el papel de Estados Unidos– que han
contribuido notoriamente a empeorar lo que ha venido aconteciendo en
Venezuela, pero en lo esencial fueron internos. Ahora bien, la tragedia
venezolana también expresa la incapacidad y la impericia de América Latina
para aportar, durante años, fórmulas creíbles y efectivas a superar los
distintos peldaños que fue jalonando el drama de Venezuela.

 

El rol de la Organización de Estados Americanos (OEA) –y, más
explícitamente, de su secretario general, Luis Almagro– fue lamentable. La
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) se distrajo y se
distanció de lo que iba sucediendo en Venezuela. La Unión de Naciones
Suramericanas (Unasur) fue pobre en su actuación y después, con la nueva ola
neoliberal en la región, seis países se encargaron de sepultarla. Hace unos
días, el presidente Iván Duque de Colombia, acompañado por Chile, propuso
crear Prosur en reemplazo de la Unasur, sin otro propósito que cercar y
aislar aún más a Venezuela. El Mercado Común del Sur (Mercosur) dejó afuera
a Venezuela y después sintió que no debía hacer nada más. La Alianza del
Pacífico (AP) jamás hizo algo respecto al tema. Los miembros de la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) tuvieron un
comportamiento insignificante para contribuir a que uno de los suyos pudiera
hallar caminos de solución política y reconciliación social.

 

Sí, la crisis de Venezuela es producto de los venezolanos, pero en un
sentido más hondo refleja la miopía diplomática de la región. Nuestra
fragmentación –hoy agudizada por múltiples factores– nos va convirtiendo en
más irrelevantes y dependientes ya sea de una potencia declinante como
Estados Unidos o de una ascendente como China.

 

Rafael Uzcátegui (coordinador general de Provea, Caracas)

 

Se ratificó el amplio rechazo popular a Maduro. Lo primero que pasó este 23
de enero fue que se ratificó en la calle lo que las encuestas de opinión
expresaban: el profundo y amplio rechazo popular a Nicolás Maduro. En su
contra se realizaron por lo menos 60 manifestaciones multitudinarias en todo
el país, no solo en las ciudades capitales sino en pueblos como Altagracia
de Orituco, Mucuchíes, Táriba y El Tigrito. La magnitud de la de Caracas,
que unió nueve marchas desde diferentes puntos de la ciudad, puede verse en
varias de las fotos de la jornada. El oficialismo también se movilizó, pero
en el caso de Caracas su proporción respecto a la concentración opositora
fue tan menor que Maduro no se presentó en la tarima y mandó a decir con
Diosdado Cabello que se movilizaran hasta el llamado «Balcón del Pueblo», un
espacio cerrado y mucho más pequeño, que garantizaba una toma controlada de
una muchedumbre.

 

El conflicto ha dejado de ser «de clases». La polarización de los días de
Hugo Chávez cambió en los tiempos de Maduro, lo que se ha confirmado desde
las protestas en Caracas realizadas a partir del 21 de enero, cuando los
sectores populares tomaron la iniciativa de comenzar un nuevo ciclo de
rebelión contra el gobierno. Desde ese día, y particularmente en horas
nocturnas, los que se han enfrentado con la policía y los grupos
paramilitares progobierno han sido los barrios antiguamente dominados
territorialmente por el oficialismo, que definían la cartografía política de
la ciudad como una separación «este» (acomodado) y «oeste» (popular). En las
zonas populares, la lógica del conflicto es diferente, por lo que no hay que
esperar la misma dinámica de la protesta presente en los sectores medios o
estudiantiles. Si bien ya fue así en el ciclo de protestas de 2017, las
movilizaciones del 23 de enero de 2019 fueron abierta y claramente
policlasistas.

 

El conflicto ya no es «ideológico». En la tarima central de la concentración
opositora en Caracas uno de los oradores fue Sergio Sánchez, cercano al
ex-ministro Miguel Rodríguez Torres, en representación del «chavismo
disidente». Desde 2016, cuando Maduro tomó la decisión de sustituir la
Constitución por un Decreto de Estado de Excepción y suspender los procesos
electorales pendientes hasta conseguir una fórmula para ganarlos siendo
minoría –tras la ruidosa derrota en las parlamentarias de diciembre de 2015
por dos millones de votos–, el gobierno se transformó en una dictadura
moderna, similar a la de Alberto Fujimori en el Perú de los años 90. Hoy,
entre los sectores que lo enfrentan y aspiran al retorno del Estado de
derecho, se encuentran diferentes agrupaciones chavistas, con distintas
posiciones y críticas. Por otro lado, las encuestas de opinión ya medían la
opinión política del universo bolivariano dividiéndolo en dos grandes
grupos: los que estaban a favor de Maduro y los que estaban en contra. Por
tanto, hoy en Venezuela ser chavista no es, automáticamente, estar a favor
del gobierno, y puede ser incluso lo contrario. El conflicto dejó de
caracterizarse desde 2016 –y el 23 de enero de 2019 lo ratifica–, por la
tensión entre chavismo y antichavismo, y pasó a predominar el clivaje
dictadura versus democracia.

 

La represión como política de Estado. Hasta la mañana del 24 de enero de
2019, Provea y el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social habían
identificado al menos a 14 personas asesinadas en el contexto de
manifestaciones registradas en Caracas y otras ciudades del país entre los
días 22 y 23 de enero. La totalidad de estas muertes se produjeron por
impacto de bala, en contextos en que agentes de la fuerza pública y
agrupaciones paramilitares actuaban en labores de represión de protestas.
Barinas acumulaba el mayor registro de personas fallecidas con cuatro
muertes, todas ocurridas durante las protestas realizadas hoy luego de la
convocatoria hecha por la Asamblea Nacional. Le siguen los estados Táchira y
Distrito Capital, con tres muertes cada uno; Amazonas y Bolívar con dos
muertes confirmadas y, finalmente, Portuguesa, con una muerte confirmada.

 

13 de las víctimas eran de sexo masculino y una de sexo femenino. Las edades
de las víctimas oscilan entre los 47 y los 19 años. Y en 13 de los casos
registrados, los asesinados participaban en protestas pacíficas que fueron
atacadas por agentes de la fuerza pública o agrupaciones paramilitares. El
contraste con los días previos al mandato de Maduro es notable. Desde 1991,
al menos 312 personas han perdido la vida en el contexto de manifestaciones
en Venezuela. 82 de estas muertes (26,28%) se produjeron en el periodo
comprendido entre 1991 y 2012, mientras que durante la permanencia de Maduro
en el poder (2013-2019), un total de 229 personas (73,39%) fallecieron en el
contexto de protestas. En seis años, Maduro casi triplica el total de
fallecidos en protestas a lo largo de 21 años que comprenden los mandatos de
Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera y Hugo Chávez Frías.

 

La necesidad de recuperar la plena vigencia de la Constitución mediante un
acuerdo político. Estamos frente a una situación anómala cuya resolución no
puede encontrarse en ninguna norma vigente en Venezuela. La Constitución no
dice qué hacer frente a la usurpación del poder presidencial como
consecuencia de un fraude electoral. Cerrados los canales democráticos de
resolución del conflicto, la solución dejó de ser jurídica para ser
política. ¿Quién debe tomar la iniciativa? El único poder con legitimidad de
origen, votado por 14 millones de venezolanos, es la Asamblea Nacional. Al
final de la movilización, el presidente de la Asamblea Nacional, Juan
Guaidó, asumió las competencias del Poder Ejecutivo con tres objetivos: 1)
presionar por el cese de la usurpación del poder presidencial, 2) convocar a
elecciones en el menor tiempo posible y 3) recuperar a corto plazo la plena
vigencia de las garantías constitucionales presentes en la Carta Magna de
1999. A las 7 de la noche del 23 de enero, 14 países, incluyendo Estados
Unidos, reconocían a Guaidó como presidente interino de Venezuela. 

 

Es comprensible que los interesados en la situación de Venezuela intenten
buscar la base constitucional de la decisión de la Asamblea Nacional. Sin
embargo, cualquier crítica honesta en este sentido debe reconocer la serie
de violaciones flagrantes a la Constitución ocurridas desde diciembre de
2015, que llevaron al gobierno de Maduro a transformarse en una dictadura y
que empujaron el conflicto a este punto.

 

Manuel Sutherland (economista, Centro de Investigación y Formación Obrera,
Caracas)

 

Descomposición. Después de la autojuramentación informal de Juan Guaidó,
parece que hay una fractura en la oposición. Los principales partidos han
sido bastante cautelosos y distantes y parecen no acompañar a fondo el plan
de Voluntad Popular y los sectores ubicados más a la derecha, digitado de
manera grosera y abierta por Estados Unidos. Es un golpe de Estado en
proceso para derrocar a Nicolás Maduro por la fuerza. Por otro lado, Maduro
está muy débil: habló desde el «Balcón del Pueblo», donde antes solía hablar
Hugo Chávez, y no había demasiada gente, no pudieron hacer tomas aéreas,
había un gobernador, un alcalde, pocos ministros, el balcón estaba
semivacío.

 

El Ejército ha dicho varias veces que apoya al gobierno y que va a respetar
la Constitución, pero al parecer hay tensiones en la cúpula militar. Hay,
además, una mezcla muy peligrosa en los barrios entre pobladores y hampa
común que aprovecha para robar, saquear (incluso armas), que hasta ahora era
parte de la «base» del gobierno; son bandas de delincuentes que llevan años
accediendo por diversas vías a armas de diverso tipo. Hay una división
geográfica de la protesta en Caracas: en el este hay marchas masivas y
pacíficas, mientras que en las barriadas del oeste hay piquetes, quema de
llantas y enfrentamientos con la policía y la Guardia Nacional, con
situaciones especialmente complicadas en las noches.

 

¿Salidas? Parece que Maduro no piensa renunciar y prefiere resistir a como
dé lugar. No es claro que Voluntad Popular quiera compartir el «poder» que
está construyendo con los otros partidos opositores, como Primero Justicia.
Si Guaidó organiza un gobierno en el exilio o desde una embajada y se
comienzan a transferir a su «gobierno» algunos activos en el exterior, como
la empresa hoy bastante estratégica Citgo, eso podría complicar todavía más
la situación económica, con riesgos de enfrentamiento civil con grupos
armados de diferentes naturaleza.

 

La solución, en mi opinión, es tratar de evitar la violencia mediante una
junta cívico-militar de notables con el consenso de la Asamblea Nacional y
la Asamblea Constituyente, para dirigir un gobierno de transición sin Maduro
y su camarilla. Así se podría reinstitucionalizar el país en poco tiempo
para convocar a nuevas elecciones con garantías, limpias y sin ventajismo.

 

Margarita López Maya (historiadora, Universidad Central de Venezuela)

 

El factor militar. El gobierno de Nicolás Maduro, pese a sus debilidades,
sigue sin duda controlando todos los hilos del poder. En lo internacional,
como contrapartida a las alianzas internacionales de los partidos
opositores, ha ido construyendo vínculos con Rusia, China, Irán y Turquía,
contando con que, a cambio de condiciones favorables a sus intereses, le
sirvan de aliados para neutralizar presiones de Estados Unidos y otros
actores de la comunidad internacional.

 

Las instituciones militares siguen siendo el principal pilar del régimen, y
pese a descontentos, deserciones, amenazas y detenciones, los altos mandos
siguen mostrando lealtad al dictador. Sin embargo, 2018 fue un año de
alzamientos, respondido por una severa represión, con denuncias de torturas
y maltratos. Más de 180 militares están presos, una cifra histórica. Hay,
además, un número similar de investigados, sometidos a presiones e
interrogatorios. Es un sector que Maduro, bajo asesoría cubana, no ha
descuidado desde 2013, cuando procedió a restructurarlo para, entre otros
aspectos, fortalecer a la Guardia Nacional en su capacidad de control
interno del país por sobre otras instancias y ampliar la Guardia de Honor
Presidencial y otros cuerpos para protección del dictador.

 

Los militares son un sector privilegiado, con accesos irrestrictos al
petroestado. Tienen cuotas de poder que los ponen en control de sectores
claves, como el de importación y distribución de alimentos, el sistema
cambiario, Petróleos de Venezuela (PDVSA) y el Arco Minero. Los privilegios
se refuerzan con controles en los cuarteles y con exigencias como la de
jurar lealtad personal a Maduro con cierta frecuencia. La institución ha
perdido sus rasgos corporativos. Los diferentes grupos de poder necesitan la
supervivencia de la elite gobernante para proteger sus intereses y salvarse
de persecuciones de la justicia nacional o internacional. Los oficiales de
rangos medios o bajos sufren las penurias del venezolano común y es allí
donde las lealtades podrían romperse, con menos resistencia, por acción de
las presiones nacionales e internacionales.

 

Las características desprofesionalizadas de los componentes militares
refuerzan la importancia y la centralidad de estrategias y tácticas
dirigidas por la sociedad civil y política nacional, apoyada por y
articulada con la comunidad internacional para interrumpir la marcha hacia
la consolidación del régimen autoritario. Si bien son necesarias fracturas
en el apoyo del sector militar a Maduro, son los civiles quienes tienen el
reto de liderar la lucha, frente a sectores militares profundamente
desinstitucionalizados, autoritarios y corrompidos.

 

El papel de la Asamblea Nacional. La batuta de la compleja trama de alianzas
y redes que deben vincularse entre sí con un propósito y estrategia comunes
es del Parlamento venezolano, como poder público plural, legal y
legítimamente electo en 2015, cuyo mandato terminará en 2021. Es una
responsabilidad suprema que los diputados doblen su vocación de servicio y
encuentren la madurez política para manejar, con consensos y mediante
decisiones políticas y legales bien pensadas, la nave que ha de llegar al
puerto. Las leyes de Transición y de Amnistía presentadas a mediados de
enero en la Asamblea Nacional van en la dirección correcta. Ellas someten a
discusión pública los términos para que la transición que se inicie sea
consensuada. Allí se dan incentivos a tirios y troyanos para incorporarse a
esta causa. El espacio para dirimir diferencias dentro de un propósito común
es el Parlamento, y votar es lo justo. La ciudadanía y la comunidad
internacional, por su parte, exigen disposición de los partidos a deponer
anteriores muestras de ambiciones e intereses personales o partidistas, en
pro de la acumulación de fuerzas necesaria para forzar a la cúpula
gobernante a aceptar el cambio democrático. Los fracasos anteriores deben
servir de referencia para no cometer errores que podrían ser fatales.

 

2018 pudo parecer un año letárgico, pero en él comenzaron acciones
soterradas por parte de organizaciones y personalidades civiles, muchas de
ellas no políticas ni partidistas, para restañar heridas entre partidos y
dirigentes. También se activaron y crearon asociaciones civiles para
registrar y denunciar la violación de derechos humanos en las instancias
internacionales y crear estructuras colectivas de solidaridad, dentro y
fuera del país, para asistir a una población huérfana de derechos. En marzo
se constituyó la plataforma Frente Amplio para la Venezuela Libre (FAVL),
con el propósito de encontrar espacios articuladores para el diálogo y la
acción de actores políticos y sociales. Estas iniciativas deben continuar,
expandirse y fortalecerse, porque un tejido social denso y sólido es
imprescindible para sostener la ruta de la transición y, sobre todo, para
garantizar la consolidación democrática, después de la devastación extrema
padecida. Será, sin duda, un proceso largo, difícil, lleno de obstáculos.

 

Este año parece decisivo para quienes propugnan el cambio democrático. De
darse un vigoroso movimiento sociopolítico, seguramente volverá a surgir un
proceso de negociación entre gobierno y oposición. Es inevitable, si la
vocación política es una solución pacífica y democrática a la crisis
estructural de la nación. Entendamos que reconstruir la república pasa por
reconocer los profundos déficits democráticos, de desigualdad social y de
exclusiones culturales que llevaron a estos desarrollos nefastos. Por ello,
el año 2019 nos exige a cada ciudadano, organización, partido, activista y
dirigente político responsabilidad, cabeza fría, el deber de estar
informados, crecer en la adversidad y actuar sin extremismos ni búsqueda de
líderes mesiánicos. Hoy más que nunca tenemos la posibilidad de construir
una democracia más robusta que la anterior, aprendiendo de sus gazapos y
entendiendo las oscuras corrientes nepóticas, caudillistas, intolerantes y
primitivas del alma nacional, que sirvieron de sustrato a la tragedia
chavista que hoy agoniza. Contribuyamos todos para que la Asamblea Nacional,
la nave que guía esta nueva estrategia, no se hunda en los torbellinos y
peñascos que amenazan desde adentro, desde afuera y desde todas direcciones.

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Hacia la guerra civil en Venezuela 

 

Raúl Zibechi

Brecha, 25-1-2019

https://brecha.com.uy/

 

Cuando Donald Trump decidió retirar las tropas de Siria, en diciembre
pasado, lo hizo porque ya tenía decidido abrir un nuevo frente de batalla.
Ese nuevo frente, hoy lo sabemos sin la menor duda, es América Latina.
Aunque la primera trinchera sea Venezuela, el plan del Pentágono consiste en
afirmar el control de su patio trasero en momentos en que el dominio
geopolítico global atraviesa una crisis sin precedentes.

 

En efecto, Estados Unidos no está en condiciones de librar guerras en Asia.
No ya contra China, sino siquiera contra el régimen de Corea del Norte, una
dictadura oprobiosa con la cual está negociando desde hace más de un año.

 

Tampoco puede mantener en pie su intervención militar en Oriente Medio,
puesta a la defensiva por el despliegue militar de Rusia e Irán. La
estrepitosa derrota que cosecharon quienes quisieron impulsar la caída de
Bashar al Asad, mediante la intervención neocolonial de Francia e Inglaterra
sumadas a la del Pentágono, será una lección difícil de olvidar para sus
generales.

 

¿Por qué América Latina? En este continente se juega el dominio global de la
superpotencia que ya no puede seguir siendo, como lo fue desde 1945, la que
ponía orden en el tablero global. Empezar por Venezuela es hacerlo por el
eslabón más débil, como suponen los estrategas de Washington. El régimen
cuenta sólo con el apoyo de un sector de la población, probablemente un
tercio, y de una parte de las fuerzas armadas, imposible de cuantificar.

 

En Venezuela, además, las elecciones son ilegítimas y apenas una excusa para
mantener en pie la fachada de una democracia inexistente. Nada muy distinto
de lo que sucede en Honduras y Guatemala, por ejemplo. Es que el argumento
democrático es polvo al lado de las pesadas razones geopolíticas. Para
Estados Unidos, el control de la principal reserva petrolera del mundo, pero
sobre todo el control del Caribe, son los dos temas centrales que no está
dispuesto a debatir.

 

Nicholas Spykman, el principal geoestratega estadounidense del siglo XX, fue
autor de dos libros en los que define la estrategia para la región:
America’s Strategy in World Politics, publicado en 1942, y The Geography of
the Peace, publicado un año después de su muerte, en 1944. En sus trabajos
Spykman divide América Latina en dos regiones, desde el punto de vista de la
estrategia de Estados Unidos: una primera incluye México, América Central y
el Caribe, además de Colombia y Venezuela; y la otra comprende a toda
América del Sur, debajo de Colombia y Venezuela.

 

Según las tesis de Spykman, la primera es “una zona en que la supremacía de
Estados Unidos no puede ser cuestionada”, se trata de “un mar cerrado cuyas
llaves pertenecen a Estados Unidos, lo que significa que México, Colombia y
Venezuela quedarán siempre en una posición de absoluta dependencia de
Estados Unidos”.

 

En Sudamérica, sigue el estratega, cualquier amenaza a la hegemonía
estadounidense vendrá de “A B C” (Argentina, Brasil y Chile). Spykman creía
que esos grandes estados “situados fuera de nuestra zona inmediata de
supremacía” pueden intentar “contrabalancear nuestro poder a través de una
acción común o mediante el uso de influencias de fuera del hemisferio”. Si
esto sucediera, escribió en America’s Strategy in World Politics, “tendrá
que ser respondida mediante la guerra”.

 

El profesor de ciencia política brasileño José Luis Fiori reflexionaba: “De
no haber sido ciertos todos esos análisis, previsiones y advertencias hechos
por Nicholas Spykman, parecerían una bravata de algunos de estos ‘populistas
latinoamericanos’, que inventan enemigos externos” (Sinpermiso,
16-XII-07).(1)

 

Es evidente que la “democracia” es apenas una excusa en la que nadie cree.
En Venezuela convergen intereses geopolíticos que no tienen la menor
relación con la oposición izquierda/derecha ni con la democracia. Una guerra
civil en nuestro subcontinente es la peor noticia para los pueblos de la
región. Pero puede ayudar a Trump a reelegirse en 2020, y con él crecerán
los tiranuelos de ultraderecha como Bolsonaro y Duque, y prosperarán los
negocios y las grandes multinacionales que cotizan en bolsa.

 

Nota

 

1.Las citas del libro de Spykman pertenecen al artículo de Fiori..

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