Bolivia/ 13 años de Evo Morales. El escenario rumbo a octubre [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ene 25 23:36:57 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

26 de enero 2019

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Bolivia



El #13YearsChallenge de Evo Morales



Evo Morales inició el día uno de su año 13 de gobierno con un cambio de
gabinete que pretende oxigenar su gestión y revertir el desgaste del
ejercicio del poder en el comienzo de una larga campaña electoral. A
diferencia de todas las elecciones desde 2006, esta vez el triunfo no está
asegurado y su propia postulación está en cuestión por violentar la
Constitución de 2009. No obstante, la estabilidad económica, su capital
simbólico y la falta de proyectos alternativos en la oposición dejan abierto
el escenario rumbo a octubre de 2019.



Pablo Stefanoni *

Nueva Sociedad, enero 2019

http://nuso.org/



13 años y un día después de su llegada al Palacio Quemado, Evo Morales afinó
su gabinete con vistas a las elecciones de octubre de este año en un
contexto muy diferente del de todas las votaciones populares de la larga
década del «proceso de cambio»: por primera vez, el presidente boliviano no
tiene asegurada su victoria y, adicionalmente, su postulación debió ser
«habilitada» por el Tribunal Constitucional Plurinacional contra una
cláusula constitucional y contra un referéndum en el que, en febrero de
2016, una estrecha mayoría votó «No» a la reforma constitucional para
incluir la reelección indefinida.



El 22 de enero pasado, aniversario del Estado Plurinacional que hoy compite
con el de la independencia, Morales pronunció su informe anual a la nación,
en el que rescató los logros de estos 13 años y buscó generar algunas
imágenes de futuro en un momento de desgaste del gobierno, especialmente
entre los sectores urbanos.



El cambio del gabinete tuvo por objetivo potenciar las áreas que el
presidente boliviano considera claves para su re-reelección. Así, retornó al
gabinete el ministro de Economía y arquitecto del «milagro» boliviano, Luis
Arce Catacora. El ministro, que garantizó más de una década de crecimiento
económico y estabilidad, asumió junto a Morales en enero de 2006 y debió
renunciar en 2017 por problemas de salud; ahora, su regreso busca reforzar
la imagen de «estabilidad» que fue la bandera del Movimiento al Socialismo
(MAS) en las elecciones de 2014, cuando Morales fue reelegido con más de 60%
de los votos y 35 puntos por encima del contendiente más cercano.



En su discurso más corto ante el Congreso (50 minutos contra tres o cuatro
horas en el pasado), Morales resaltó que el PIB de Bolivia creció 327%
durante sus gobiernos y llegó a 44.885 millones de dólares en 2018; mientras
que el «colchón financiero», que incluye las reservas internacionales, los
depósitos y los aportes a las administradoras de fondos de pensiones (AFP),
subió a 53.269 millones de dólares. Contrapuso esas cifras a las de 2005,
cuando «el PIB era de 9.574 millones de dólares y el ‘colchón financiero’
llegaba solo a 7.600 millones».



Otro que volvió es Juan Ramón Quintana, un ex-militar y sociólogo con fama
de «duro», quien ocupará nuevamente el Ministerio de la Presidencia, una
virtual jefatura de gabinete. Comunicación recayó en Manuel Canelas,
ex-diputado y viceministro, quien tiene como misión recuperar a las clases
medias distanciadas del proceso de cambio. Canelas fue el primer diputado
abiertamente gay, vivió en España y se mantiene muy cerca de los líderes de
Podemos; ahora será el encargado de renovar un discurso que ya no
entusiasma. Y otra de las apuestas para enfrentar el desgaste es el
nombramiento de una figura de peso en el Ministerio de Salud: la
ex-presidenta del Senado Gabriela Montaño, una médica cruceña que llegó a
ocupar el Poder Ejecutivo de manera interina y tiene la tarea de lanzar una
revolución en la salud, uno de los rubros en que el gobierno de Evo Morales
demostró menos capacidad de gestión y que, en los últimos años, generó
fuertes cuestionamientos. En este marco, se puso en marcha un seguro
universal de salud y se anunció un multimillonario acuerdo con Rusia para la
construcción de centros de atención primaria y varios hospitales de alta
tecnología especializados en oncología, cardiología, gastroenterología,
neurología y nefrología.



En síntesis, se trata de más comunicación, política y gestión para enfrentar
al ex-presidente Carlos Mesa, el líder opositor mejor ubicado en las
encuestas. Como Emmanuel Macron en Francia, Mesa intenta construir una
«plataforma ciudadana» que incorpore a viejos políticos y a la vez mantener
un discurso de lo nuevo y evitar ser visto como el constructor de una
coalición «con el pasado», que es precisamente como el MAS buscar presentar
al ex-vicepresidente de Sánchez de Lozada que llegó al Palacio Quemado tras
la «Guerra del Gas» de 2003. Y, claramente, a diferencia de Macron, Mesa no
es ni tan joven ni tan nuevo y parece carecer de una verdadera voluntad de
poder, pero expresa a los sectores que cuestionan la postulación
«inconstitucional» de Morales y mantiene un discurso moderado. No obstante,
necesita a la derecha más radical entusiasmada con el triunfo de Jair
Messias Bolsonaro en Brasil.



La estrategia del gobierno es polarizar generacionalmente la elección entre
«viejos» y «jóvenes», con algunos nombramientos simbólicos, como el de
Canelas (37 años) y, especialmente, la elección de Adriana Salvatierra como
presidenta del Senado y tercera en la línea de sucesión. La senadora de 29
años representa a la «nueva generación» del MAS de Santa Cruz y pertenece a
un grupo «guevarista» llamado Columna Sur.



Empero, las escenificaciones revolucionarias oficiales conviven con fuertes
dosis de pragmatismo. La calificación de Bolsonaro como «hermano presidente»
en el tuit de felicitación tras la victoria del candidato de la extrema
derecha fue seguida de la entrega a Italia, sin proceso previo, de Cesare
Battisti, un ex-integrante del grupo armado Proletarios Armados por el
Comunismo (PAC) de los «años de plomo» italianos, condenado a cadena
perpetua en ausencia. Battisti, quien vivió refugiado durante casi cuatro
décadas en México, Francia y Brasil, fue entregado en menos de 24 horas al
ministro Matteo Salvini, quien lo recibió vestido de policía y dijo que el
«asesino comunista» se va a «pudrir en la cárcel». Morales justificó la
entrega señalando que el italiano había entrado ilegalmente al país, tras su
fuga de de Brasil, donde Bolsonaro había prometido entregar a Salvino al
«bandido amigo de Lula».



«¿Usted lo siente como hermano a Bolsonaro?», le preguntó un periodista del
diario El Deber al presidente boliviano. «Quienes nacimos de esta tierra,
somos hermanos porque nacimos de la misma tierra sudamericana, somos hijos
de América Latina, al margen de las diferencias ideológicas y programáticas,
somos hermanos», respondió. Sin con Estados Unidos se trata de un
antiimperialismo distante, Brasil es una potencia regional fronteriza con
peso económico y político. Y Morales busca mostrarse hoy cercano a Nicolás
Maduro pero, al mismo tiempo, con buenas relaciones con mandatarios de
signos ideológicos opuestos en la región.



Cabe destacar también una suerte de rutinización de las escenificaciones
revolucionarias, incluido el habitual puño en alto, que se fueron volviendo
más bien ceremoniales. Desde el comienzo, el proceso de cambio fue moderado
y pragmático. Pese al discurso socializante del gobierno y las denuncias
opositoras sobre una inminente «venezuelización», en estos años florecieron
los mercados, hubo un boom de consumo de sectores populares y clases medias,
se desarrollaron los servicios financieros y los cafés y restaurantes chic
conviven con una renovación del parque automotor en grandes ciudades como La
Paz o Santa Cruz. Al tiempo que el teleférico de transporte urbano, el más
grande del mundo, transformó el paisaje paceño y reconectó las diversas
partes de la ciudad con efectos en la sociología urbana de mediano y largo
plazo.



Quizás la mejor imagen de la simbiosis de voluntarismo modernizador e
invocación de la ancestralidad indígena que caracteriza al gobierno es la
inauguración en agosto pasado de la Casa Grande del Pueblo, que reemplaza al
vecino Palacio Quemado, antigua sede de la Presidencia y emblema de la
«república colonial», según Evo Morales. Este edificio de 28 pisos,
expresión de un cierto brutalismo arquitectónico mitigado por incrustaciones
de símbolos neoandinos, ha causado mucha polémica en la medida en que altera
la armonía urbana de la Plaza Murillo y parece encarnar una cierta
megalomanía política.



Para contrarrestar estas críticas, el gobierno la abrió a las masas,
atrayendo a multitudes de recién casados y otros visitantes a su terraza,
con el majestuoso telón de fondo de las nieves eternas de los cerros que
circundan La Paz. Pero la Casa Grande del Pueblo es una especie de Coliseo
del proceso de cambio; la materialización de una idea de permanencia, de
matriz plebiscitaria, que choca contra los principios de la democracia
republicana. El problema es que la derrota de 2016 obliga a hablar ya no en
nombre de la mayoría del pueblo tout court, como lo hacen los movimientos
nacional-populares, sino del pueblo verdadero, es decir, los sectores
sociales movilizados en favor de la continuidad («vinimos para quedarnos 500
años»).



El gobierno de Morales fue sin duda, un gobierno excepcional en muchos
aspectos hasta 2014. A partir de ese momento, la voluntad de permanencia –y
la consolidación de Morales como líder irremplazable– fue erosionando la
agenda transformadora, debilitando el apoyo urbano y obligando al Poder
Ejecutivo a pasar por encima de cláusulas de la Constitución aprobada
durante el «proceso de cambio». Parte de esa agenda de cambio es la que se
busca retomar, ahora, de apuro, rumbo a las elecciones.



Mientras, la oposición, sin proyecto de país alternativo más allá de algunas
proclamas republicanas, busca capitalizar el desgaste del gobierno. Y, Mesa,
de perfil centrista, deberá hacer frente a una radicalización política –que
incluye expresiones racistas más abiertas, sobre todo en las redes sociales–
de un sector de la oposición, que ha asumido parte del discurso
«anticomunista» de las derechas alternativas (Alt-Right) y se entusiasma con
el nuevo clima regional abierto por Bolsonaro. Pero también deberá enfrentar
la falta de diversidad étnica y de género que hasta ahora muestran las capas
dirigentes de su espacio en formación.



Así, 2019 será el primer año desde 2006 en que el escenario político está
abierto, y gobierno y oposición se disputarán la bandera del cambio. La
primera parada será el 27 de enero, fecha en que están convocadas unas
primarias que Morales imagina como la posibilidad de dejar atrás el
referéndum perdido del «21F».



* Jefe de redacción de Nueva Sociedad. Coautor, con Martín Baña, de Todo lo
que necesitás saber sobre la Revolución rusa (Paidós, 2017)

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