Venezuela/ Entre la rebelión y el ensueño. Testimonio urgente desde el drama social [Juan Alfonso Ruiz y Ronnie Palleiro]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jun 2 14:21:33 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

2 de junio 2019

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Venezuela



Entre la rebelión y el ensueño



Un testimonio urgente desde Venezuela, donde las personas se debaten entre
la subsistencia diaria y la atención a una lucha política.



Residentes en Colombia, el uruguayo Ronnie Palleiro y el local Juan Alfonso
Ruiz estuvieron en Caracas en los días cercanos a las manifestaciones del 1º
de mayo. No sólo fueron testigos de las protestas, sino del sufrimiento de
un pueblo que es víctima de un enfrentamiento que lo supera.



Revista Lento N° 75, mayo 2019

https://lento.ladiaria.com.uy/



Lejos de las grandes contiendas geopolíticas por el control del petróleo y
de un escenario mediático confuso y sectario que fragmenta la opinión
pública a escala planetaria se esconde otra realidad más atroz, dramática y
testimonial en las calles de Venezuela. El hambre, la desnutrición infantil,
la crisis de los hospitales ante la falta de medicamentos, la oscuridad tras
los cortes de energía, los muertos que dejan los tiroteos entre bandas
delincuenciales, la falta de transporte y la inseguridad constante que lleva
al encierro y la desesperación tras los muros de los barrios periféricos son
síntoma de la ignominia que vive el pueblo venezolano.



48% de la población se encuentra en situación de pobreza multidimensional
tras la crisis que llevó al PIB de Venezuela a contraerse 50% desde 2014,
mientras que la producción petrolera, fuente de 96% de los ingresos del
país, ha venido disminuyendo significativamente tras las sanciones
estadounidenses contra la estatal Petróleos de Venezuela SA. El país tiene
el combustible más barato del mundo —con un dólar se compran 5,4 litros—,
pero lo difícil es conseguirlo. Y si no hay gasolina, no hay trabajo. Las
estaciones registran caos por la escasez y el nerviosismo se siente en las
largas filas por conseguir el preciado insumo.



Millones de venezolanos han abandonado el país en los últimos años por la
crisis de la seguridad pública y la falta de presupuesto para comprar
productos básicos y sobrevivir. Según la Red Agroalimentaria de Venezuela,
22 millones de personas dependen de las entregas de alimentos del Estado a
través de bolsas de comida que suministran las redes del gobierno. Esas
bolsas solamente contienen arroz, harina de maíz, frijoles y aceite, (1) así
que el consumo de carne es un sueño irrealizable, y no porque no se consiga,
sino por su alto costo que nadie puede pagar. El venezolano promedio no
consume las proteínas que requiere un ser humano por día, ya que estos
productos son importados y sus precios, por lo tanto, inaccesibles. La
agroindustria local está devastada y lejos de reactivarse.



La lucha por la supervivencia, el anhelo de un cambio de gobierno y la
recuperación de una economía estancada por los bloqueos y la corrupción
estatal son consigna en esta sociedad que pierde el rumbo y se desmorona en
el silencio, el fanatismo y el delirio fantasma de miles de exiliados que
están regados por el territorio latinoamericano a la espera de una señal de
transición para volver a la tierra que los vio nacer. El eco del grito
chavista que alguna vez alcanzó a reducir los índices de pobreza y
desigualdad con programas sociales ya no se siente como en ese tiempo de
fervor en el corazón de la gente.



La ruta de la emigración es la radiografía de un país que colapsa en su
propia sombra. Los puntos fronterizos están saturados de rostros
desconsolados y la odisea terrestre aumenta desde territorio venezolano a
destinos como Perú, Ecuador, Colombia y todo el resto de países de América
Latina. La crisis no parece tener un punto final ni una tregua diplomática
que devuelva el oxígeno, la calma y la ilusión al pueblo que escapa entre
fronteras resquebrajadas y caminos maltrechos. Quienes huyeron atravesaron
el país de costado a costado, recorrieron cientos de kilómetros con las
plantas de los pies destrozadas, cortadas y ensangrentadas, y han dado
testimonios valerosos y conmovedores de su travesía infernal por todo el
mapa de América del Sur y Central y de otras latitudes del globo.



En Caracas y en muchos estados del país el drama no termina y la censura
aumenta. Las familias son numerosas y las rentas de viviendas son tan
costosas que el hacinamiento se ha vuelto una forma de vida en aras de la
economía de la supervivencia. Los venezolanos son muy unidos y siempre dicen
que “donde come uno comen dos” y así sucesivamente, lo que los lleva a la
unión y cooperación permanente para llevar con altura una crisis política,
económica y social que parece ser eterna.



En medio de los apagones de energía reina el miedo y el silencio, mientras
la inseguridad aumenta de forma desmedida en las calles. Atracan en cada
esquina y las balaceras entre bandas delincuenciales son el pan de cada día.
Por otra parte, al pan real muchas veces toca partirlo y compartirlo entre
varios porque el bolívar simplemente no vale nada y ni siquiera tener varios
trabajos garantiza dormir con el estómago lleno por estos días.



No hay un segundo de calma y descanso para el venezolano. La armonía es sólo
una utopía, un relato de ciencia ficción, y respirar profundo no es una
opción. Los pasillos de los hospitales están saturados de camillas con gente
que agoniza ante la falta de suministros, y quienes están conectados a una
máquina que depende de la electricidad mueren tras los apagones que se
repiten una y otra vez como un castigo demoníaco e interminable.



Las condiciones de vida han empeorado drásticamente desde 2014. Más de tres
millones de personas han abandonado el país, según la ONU, escapando de la
crisis. La inseguridad alimentaria afecta a 80% de los hogares y 90% de la
población no tiene ingresos suficientes para comprar alimentos. La
mortalidad infantil aumenta dramáticamente y la educación no avanza, pues
solamente la mitad de los niños y adolescentes escolarizados asiste
regularmente a clases. Entre las causas para el ausentismo figuran la falta
de agua (28%), la falta de comida (22%), la falta de transporte (17%), la
falta de electricidad (15%) y la falta de comida en la escuela (13%).



Según estudios, 23% de los hogares carece de servicio de agua y 25% sufre
diariamente de interrupciones en el servicio de electricidad por varias
horas. El desorden social y una hiperinflación que está lejos de ajustarse
destruye el poder adquisitivo de los ciudadanos de a pie.



Venezuela está dividida y el origen de la solución, que debería ser de tipo
político, se debate en abstracciones y discursos que incluyen al proyanqui y
al antiyanqui. La figura de Juan Guaidó se desmorona al no conseguir el
apoyo militar, luego de proclamarse presidente interino de la República el
23 de enero. El instrumento de la política de Estados Unidos no representa
el sentir de la oposición y sus acciones diplomáticas no tienen el efecto
esperado por Washington, así que cada día pierde seguidores, credibilidad, y
su intento de heroísmo parece condenarse al olvido.



Ante este escenario dividido, en ocasiones contradictorio y con fuerzas
opositoras de varias corrientes que aún no encuentran una dialéctica
coherente y unificada para ejecutar el plan que saque del poder al actual
presidente constitucional, Nicolás Maduro, el sentir del pueblo es de
incertidumbre a largo plazo. Las personas no ven una pronta solución a todo
este complejo mapa político en el que se ven inmersas, atrapadas y al borde
de un colapso que ya se refleja en varios sectores de la sociedad. Más allá
de los números y la fría estadística, se arruina el anhelo, el ensueño y la
esperanza.



Sin embargo, Venezuela tiene una de las biodiversidades más grandes del
mundo y es el séptimo lugar del planeta con mayor cantidad de especies y
hábitats fantásticos y pintorescos, que van desde las montañas de los Andes
hasta la selva tropical de la cuenca del Amazonas. Hoy se respira el gas
tóxico de los lacrimógenos, la violencia desmedida, el descontrol social y
la anarquía protagonizada por un bando y el otro, en ocasiones financiada
desde el exterior. Las banderas de la República se agitan como símbolo de
fortaleza en una patria que reclama soberanía y elecciones libres.



Lo cierto es que en el paisaje de la cotidianidad venezolana todo se
vislumbra con tonos grises, y aunque algunas miradas tímidas brillan y
cuentan su realidad con aire de ilusión futura muchas otras se revelan de
pánico, silencio y terror ante cualquier pregunta que tenga que ver con la
Revolución bolivariana, la oposición y la verdad sobre los sucesos
cotidianos del país que más noticias produce y más polémica internacional
desata en los últimos meses tras la crisis de orden público y social.



Toda una novela de horror en la que los protagonistas de uno y otro lado
conspiran y se apoyan en guerras económicas y mediáticas para transformar el
pensamiento. Un país rico que se evidencia pobre en una atmósfera en la que
los entes internacionales son meros espectadores pasivos y donde la ONU se
abruma ante la injerencia de Estados Unidos. Un gobierno endeudado con Rusia
y China y que, a pesar de la resistencia a varios golpes de Estado y la
intrusión de la CIA, pierde fuerza y popularidad.



La sociedad del rebusque se abre paso ante la necesidad inminente de
alimento y bienestar. Durante un recorrido por los lugares más sórdidos de
Caracas se puede ver a decenas de niños y jóvenes sumergidos en las
contaminadas aguas del río Guaire para buscar joyas de oro y plata para
sobrevivir. En esta cloaca de 72 kilómetros de longitud se arrastran el
desagüe y las aguas fecales de la capital.



Esta actividad no es nueva, tal vez se practica desde hace dos décadas, pero
ahora, con la crisis social, son cientos los jóvenes que escarban
empantanados en las entrañas del río buscando el gran tesoro para alimentar
a sus hijos, o “carajitos”, como ellos los llaman. Los que tienen suerte de
encontrar los restos de alguna sortija o un fragmento de oro tras horas de
exploración, y corriendo el riesgo de contraer todo tipo de enfermedades,
guardan el hallazgo en un frasco de plástico que tienen atado al cuello y
salen triunfantes y agotados a una casa de empeño donde canjean la pieza por
unos cinco dólares que luego usan para comprar arroz, pan y otros enseres.
Cinco dólares no es poco si se tiene en cuenta que el salario mínimo ha
oscilado entre esa cifra y los 20 dólares tras distintos ajustes. Los
“garimpeiros”, como se hacen llamar los buscadores de oro desde tiempos
antiguos, sobreviven de esta manera valiente y guerrera a pesar del riesgo
inminente.



El pueblo venezolano resiste a la campaña intervencionista de Estados
Unidos, pero varios sectores de la población no descartan la imposición de
un presidente que dé apertura a los mercados, imponga el dólar y devuelva a
la empresa privada los activos del país. La depresión de la economía, el
alto costo de los productos básicos y la deuda externa aceleran la crisis en
todas las dimensiones. A pesar de la desazón, la ilusión continúa intacta y
los hombres y mujeres jóvenes de una nación que se reinventa en medio de las
balas y la utopía siguen aspirando a vivir y soñar nuevamente en un país
renovado y en paz donde el deporte, la educación, la equidad, la paz y el
amor, algún día no muy lejano, se puedan bordar como estrellas a la bandera.



La salvación está en las urnas, en la libertad, en una democracia real, y no
en la democracia de papel que venden los noticieros bajo el rótulo de “ayuda
humanitaria”. Esa libertad que tanto anhela el pueblo venezolano requiere
soberanía, dignidad, unión y decisión en conjunto para evitar que su destino
quede en manos del país invasor que sólo pretende saquearlo todo, llevárselo
todo, dolarizarlo todo.



Nota



1) Alude a los CLAP (Comité Local de Abastecimientos y Producción),
implementados en 2017 como sistema paralelo de distribución de alimentos
para “derrotar la guerra económica”, según el gobierno, Por su periodicidad
y contenido, las bolsas/cajas no significan un complemento alimenticio de
importancia nutricional para la mayoría de las familias. Se trata,
principalmente, de una “oferta de precio” que se aprovecha. La frecuencia de
recepción de los CLAP es discrecional y errática, con diferencias
territoriales. En la Gran Caracas, el 64% la recibe mensualmente o cada dos
meses (24%), en las pequeñas ciudades y localidades no la recibe el 69%. La
recepción de las bolsas/cajas está vinculada al Carnet de la Patria. El
gobierno entendió que este registro era necesario para tener acceso a lo que
vaya a repartir. Si bien tener el Carnet de la Patria no necesariamente
significa “adhesión política”, en los hogares donde algún miembro posee
carnet, 9 de cada 10 reciben el beneficio. Sin embargo, un encuesta de
Encovi sobre las condiciones de vida en Venezuela, muestra que aquellos que
declaran que ninguno de sus miembros tiene el carnet, 7 de cada 10 afirman
recibir las cajas CLAP. En innumerables casos, la distribución se presta al
manejo clientelar de los partidarios del régimen (vía la “intermediación”
corrupta), o de algunos de sus órganos de “poder popular” que utilizan los
CLAP como medio de control social y amenaza política. (Redacción
Correspondencia de Prensa)

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