Brasil/ De la despolitización a la antipolítica. El neoliberalismo que permanece [Luis Fernando Novoa Garzon]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jun 29 23:18:41 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

29 de junio 2019

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Brasil



De la despolitización a la antipolítica y el neoliberalismo que permanece



Luis Fernando Novoa Garzon *

Correio da Cidadania, 28-6-2019

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Traducción de Correspondencia de Prensa



En las últimas dos décadas, con sus atajos “progresistas” o “inclusivos”, el
neoliberalismo prosiguió su trayectoria imparable en virtud, justamente, del
carácter intangible de su objeto idealizado: la absoluta mercantilización de
cualquier intercambio o interacción social. En la práctica, nunca se da por
concluida la tarea de “liberalización” económica: tanto el concepto como el
programa son consustanciales con programas continuos de con­trar­re­formas
con­cen­tra­doras y par­ti­cu­la­ristas.



La perennidad o larga duración del neoliberalismo en el Brasil es fruto de
acuerdos financieros-monopolistas y de apropiaciones decurrentes que fueron
siendo renovadas desde los años 1990. El neoliberalismo, como práctica
política, en contradicción con su matriz teórica originaria, siempre fue una
regulación selectiva disimulada. Al revés de encontrar ró­tulos más o menos
decurrentes con las readecuaciones entre los capitales, sus fracciones y
representaciones, debemos observar de qué forma las actuales prácticas de
liberalización y de posterior re-regulación, constituyen un modo específico
de acumulación concentrador, financierizado y transnacionalizado.



El capitalismo globalmente financierizado, gestionado por medio de
variaciones neoliberales, no se siente apremiado por ninguna pauta
trans­for­ma­dora, de­mar­cada por un mínimo que sería la reforma y por el
máximo, que sería la revolución. Al contrario de reforma se habla de ajuste;
y se hace la readecuación de las posiciones de poder consolidadas en el
arreglo oligopólico. En lugar de revolución, se habla de terrorismo; y se
hace la guerra total contra todo lo que se le asemeje.



La enorme caldera hirviendo de la crisis, desintegran padrones de seguridad
social o de soberanía nacional. Solapado el Estado como esfera distinta de
la mercantil, pasan ahora al desmonte de la sociedad a través de programas
de erradicación de las últimas fuentes y formas de socialización de la
riqueza y del poder. El tratamiento es de choque y por tiempo indeterminado.




La reivindicación del “libre mercado” o del “mercado au­tor­re­gu­lado”, más
que una panacea, sirve para alinear -política e institucionalmente- una
estrategia de “destrucción creativa masiva” en un contexto de fragmentación
y destrucción de la subjetividad de la clase trabajadora y de sus
referencias de identidad.



En el caso brasilero, es crucial comprender como el proyecto democratizador,
oriundo de un conjunto de movilizaciones sociales de los años 1980, fue
siendo neu­tra­li­zado en el interior de un proyecto de neo-liberalización,
que puede así enraizarse y redefinir la forma societal y la forma política
del Estado. Puestas en marcha las etapas de desregulación y re-regulación,
en los dos mandatos de Fernando Henrique Cardoso, fue necesario adoptar un
“freno de caricias” social y político a partir de 2002.



¿Con Lula y el PT, habría sido posible confluir hacia alguna forma de
“ne­o­li­be­ra­lismo in­clu­sivo”? Esta definición sugeriría una compleja y
delicada articulación entre políticas ma­cro­e­conómicas neoliberales y una
racionalidad mi­cro­po­lí­tica fun­dada en tecnologías de inclusión social.



En cuanto las empresas brasileras y extranjeras y sus co­le­gi­ados (la
sociedad civil burguesa) avanzaron rápidamente hacia fórmulas de mediación
de conflictos y de composición de intereses (re)sistematizando conflictos y
plataformas críticas y componiendo estrategias de gestión del “riesgo
social”, el Estado actuaba de­ci­di­da­mente en el interior del mercado
financiero como contraparte. Las empresas, así, extendieron su ingeniería a
los social, en doble y e re­cí­proca racionalización de la dominación.



No podía ser otro el diferencial de la cotización político-económica formada
en los Gobiernos Lula y Dilma hasta mediados de 2013, presentado por
fundaciones empresariales internacionales y por el Banco Mundial como
ejemplo de combinación de eficacia y efectividad en la implementación de
liberalización y de estímulo a la inversión del sector privado.



El hecho de haber sido creadas, en el Brasil, las condiciones para la
construcción de una izquierda adiestrada, hizo que la derecha desapareciese,
siniestramente, pasando ella misma a ser la de­mar­ca­dora, en cada momento,
de los límites del llamado “centro”, lo que sería, subsecuentemente, de lo
“razonable” y lo “necesario”.



El reconocimiento oficial de los excesos del neoliberalismo original, como
receta única y la validación, en la secuencia, de un neoliberalismo
inclusivo, tornaron tentadoras las interpretaciones te­le­o­ló­gicas, más
todavía si vislumbramos que tipo de ne­o­li­be­ra­lismo as­ciende a partir
de 2016.



Cuando los referentes inclusivos son incorporados para estabilizar dinámicas
e ins­ti­tu­ci­o­na­li­dades neoliberales, estas se vuelven incuestionables.
De la despolitización del primer neoliberalismo se evoluciona hacia la
política de la despolitización del segundo; lo que deja el camino abierto
para la evacuación de la política, en la tercera y última versión. 



¿Cómo sería posible llevar a efecto alguna ruptura con el orden neoliberal,
priorizando desgastes parciales a través de sus líneas de menor resistencia,
permaneciendo las de mayor resistencia? A través de brechas, lo máximo que
podría devenir era un reformismo incremental, tolerado en la medida en que
se reforzase y suplementase lo que era central en el modelo. Lo que se
obtuvo al fin y al cabo de dos gobiernos autodenominados “pos-neoliberales”
fue la consolidación del núcleo -la ciudadela del capital concentrado y
financierizado- y ajustes es­ta­bi­li­za­dores temporales en sus bordes.



La temporalidad de esa composición quedó patente luego de di­la­pi­dada la
fuerza social acumulada en décadas de lucha. La señal primera de ese
agotamiento fue emitido a partir de las manifestaciones de 2013, en que
quedó latente la incapacidad de los sectores progresistas y de izquierda
para establecer algún nivel de interlocución con el nuevo conjunto de
ansiedades e insatisfacciones populares que se asomaban.



En consecuencia de eso, la señal siguiente, dada en las elecciones de 2014,
ya traía embutida una agenda subterránea que debería ser seguida a despecho
de cual fuese la opción del electorado. Dilma fue electa y simultáneamente
impedida de gobernar en los marcos negociables antes vigentes. La
nominación, en 2015, de un interventor del mercado financiero (Jo­a­quim
Levy) en la condición de Ministro-Jefe del área económica, como primer acto
de gobierno, ya era una demostración de que la ruptura institucional estaría
“en abierto” a partir de allí.



Con la ruptura ins­ti­tu­ci­onal de 2016, las intermediaciones ofrecidas por
el PT y su coalición no son descartadas, pero ensuciadas, lo que quiere
decir que los márgenes para acuerdos políclasistas, incluso los más
rebajados, fueron prácticamente suprimidos. Para que la burguesía brasilera
y sus tutoras extranjeras volviesen a dormir tranquilas, ya no bastaba
garantir la curva ascendente del plus-valor: era preciso imponer sacrificios
a la fuerza social organizada que podría amenazarlas.



El vaciamiento de las elecciones presidenciales, y de la propia figura
presidencial, a lo largo de esos años, se dio en la razón directa de la
unidad burguesa en el Brasil. Sabiendo que el tamaño y profundidad del
saqueo define el grado de unidad entre facilitadores y socios del pillaje,
el gobierno Temer apostó en el desdoblamiento de la fórmula. La recompensa
incalculable ofrecida a los mercados fue la constitucionalización del ajuste
fiscal, con el congelamiento de los gastos primarios por lo menos en dos
décadas, lo que implicó en un enterramiento programado de los servicios
públicos esenciales como saneamiento, salud y educación y su consiguiente
privatización.



Las fuerzas alineadas a la derecha en el Brasil buscaron pulverizar no
apenas un liderazgo y un partido, y sí su ahogamiento histórico, como si de
eso emanase la expresión posible de la izquierda, o de cualquier lucha
social. No es la máquina electoral-administrativa -que el PT erigió a
semejanza de los partidos del orden- lo que fue puesto en el centro del
blanco.



Contrarrevolución preventiva y per­ma­nente



Esa es apneas la parte visible y estigmatizadora, que se mezcló con los
con­glo­me­rados pri­vados y sus representaciones de alquiler. En verdad,
fueron las prácticas clasistas y emancipadoras venidas de abajo, con
autonomía y pluralidad, que pasaron a tener su existencia en cuestión. Lo
que quieren expurgar es la representación social de la lucha de los
trabajadores y la legitimidad de sus conquistas históricas.



El clamor selectivo que se orquestó por algunas cabezas, ocultaba una
revancha burguesa tardía contra conquistas populares iniciadas en los años
1980. Esa contrarrevolución sin revolución viró en operación de rollo
comprensor sobre conflictividades y alteridades potenciales. En la lógica de
la conversión de pillaje y super-explotación en competitividad nacional, se
disolvió cualquier pretensión de regulación de los procesos de
monopolización de sectores y mercados.



Con el vaciamiento de las instituciones de mediación en función de la
cristalización de agendas privadas con­sen­su­adas, a ejemplo de las
contrarreformas puestas una y otra vez en el Brasil, la política -como
contestación de comandos inequívocos- desapareció de la escena, esto es, del
sistema oficial de representación. La proscripción de la controversia sobre
los fines –más allá de los medios que puede y debe llevar al buen
funcionamiento del mercado- in­vi­a­bi­liza la po­lí­tica de­mo­crá­tica, o
cualquier política vinculada a propósitos po­ten­ci­al­mente co­munes o
mayoritarios.



Es preciso descifrar sin más perplejidades, la unidad burguesa y
pro-burguesa forjada en torno de la estrategia de “más capitalismo” para
todos los sub­su­midos o en vías de subsumirse. Una crisis continua y sin
colapso promueve “movimiento”, pero no con perspectiva redistributiva, sino
en la dirección opuesta, considerando que la flexibilidad in­trín­seca a la
nueva institucionalización de los mercados desregulados es aquella que
permite restaurar y después expandir grados y ritmos de acumulación de
capital. Su itinerario es la destrucción de los referenciales colectivos de
organización y de las garantías objetivas y subjetivas de los derechos
sociales y políticos de la clase trabajadora en el Brasil.



En el discurso oficial de los mercados (Foro de Davos, Banco Mundial y FMI),
la esterelización de los espacios de percepción de los embates de clase que
todavía podrían imponer obstáculos a la “política económica necesaria” y la
aprobación de la “inaplazable” reforma de la Previsión Social, sería una
demostración de plena madurez institucional del país, aunque Estado y
sociedad estén descomponiéndose en un cuadro de guerra civil latente. Para
que lo que legalmente constituido sea tolerado, o sea, para que no haya
rupturas institucionales propiamente dichas, las voces del ultra-liberalismo
exigen demostraciones seguidas de acefalía gubernamental



Tales demostraciones, muy pródigas en el gobierno Bolsonaro, balizan las
condiciones actuales de la gobernabilidad, o sea, del “gobierno único”
posible en un país bajo intervención tácita de la banca financiera y de las
corporaciones transnacionales que en él establecen lazos territoriales.



* Luiz Fer­nando Novoa Garzon es so­ció­logo y doctor en Planeamiento Urbano
y Regional, profesor de la Universidad Federal de Rondônia.

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