8 de Marzo/ En disputa. La ideologa de gnero [Ins Acosta - Diana Maffia]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mar 8 19:37:57 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

8 de marzo 2019

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8 de Marzo

 

Género en disputa 

 

El discurso contra la “ideología de género” se extiende, replica y cuela por las calles, los gobiernos y las campañas electorales. Los movimientos que apelan a combatirlo tienen por objetivo influir a nivel político y han sido exitosos al unir a actores religiosos y no religiosos contra un enemigo en común difundiendo el pánico moral. El término comenzó a gestarse en el Vaticano a mediados de los años noventa y fue llevado a las calles en la última década por diversas corrientes religiosas conservadoras y grupos antifeministas, pero la prédica contra el género tiene sus orígenes mucho antes de la invención de esta expresión retórica.

 

Inés Acosta

Brecha, 8-3-2019

https://brecha.com.uy/

 

En noviembre de 2017, movimientos conservadores anunciaban la llegada a Brasil del mal de todos los males: una “mulher porca”, “assassina das crianças” y “destruidora das familias”. Estos apelativos, que bien podrían haber sido clamados en la Edad Media, se repetían como un mantra, proferidos por un pequeño grupo de manifestantes que perseguía a Judith Butler por el aeropuerto de San Pablo, mientras ella y su pareja, la teórica política estadounidense Wendy Brown, intentaban embarcar. Invitada a dar una conferencia organizada por las universidades de San Pablo y Berkeley (California), la filósofa estadounidense dio una charla sobre la democracia, y no sobre género, pero eso no impidió que se recogieran firmas para prohibir su visita, se la acusara de bruja y pedófila y se quemara una efigie suya. Esta reacción tan organizada y violenta contra Butler, referente de la teoría queer, no sólo anunciaba lo que pasaría un año después, cuando la población brasileña fue a las urnas convocada a elegir nuevo presidente, sino que también daba cuenta de una cruzada antigénero que se extiende por el mundo. Grupos religiosos, políticos y nuevas organizaciones apuntan hacia un enemigo en común: la “ideología de género”.

 

El término es utilizado para combatir bajo un mismo eslogan varios frentes a la vez: igualdad de género, derechos sexuales y reproductivos (principalmente el aborto), educación sexual, matrimonio igualitario y todo tipo de leyes que garanticen los derechos de las mujeres y las personas trans, gays y lesbianas. De esta manera, sus principales enemigos son los gobiernos que promueven este tipo de políticas, así como las feministas y cualquier disidente sexual. Lo que antes fueron las campañas contra el monstruo del comunismo hoy lo son contra el demonio de la “ideología de género”.

 

Desde sus orígenes, el uso de este término también constituyó un rechazo a la noción de género como categoría de análisis, usada en el ámbito académico, político y gubernamental. La embestida contra la “ideología de género” apela a bases científicas y biológicas (que en otras oportunidades han sido negadas por las mismas religiones) que reafirman lo que entienden por “realidad” versus eso otro que consideran ideológico. Usar en este contexto ese término tiene un fin claramente retórico, ya que la noción de ideología “siempre está en oposición virtual con algo que sería la verdad”, señalaba Michel Foucault.(1) De esta manera, quienes se oponen a la “ideología de género” entienden que esta altera un “orden natural” inmutable que asegura la existencia humana. El problema, agregaba el filósofo francés, “no está en dividir entre lo que en un discurso responde a la cientificidad y a la verdad, y lo que responde a otra cosa, sino en ver históricamente cómo se producen efectos de verdad en el interior de discursos que no son en sí mismos ni verdaderos ni falsos”.

 

Lenguaje, poder e identidad

 

La Iglesia Católica ha tenido un rol fundamental en la articulación de la “ideología de género”. Los investigadores Sarah Bracke y David Paternotte (2) advierten que, “en su filosofía y en sus modos de acción, este proyecto también se cruza con otras iniciativas claves de la Iglesia, tales como la así llamada Nueva Evangelización”. También entienden que ha quedado demostrado cómo se han usado las redes, los canales y los recursos disponibles dentro de la Iglesia para divulgar este discurso y sostener movilizaciones. Pero ni la Iglesia Católica es la única tradición religiosa con esta posición antigénero ni son los actores religiosos los únicos con esta postura. Sin embargo, destacan el papel clave de los grupos católicos en las movilizaciones políticas contra el género y específicamente en la invención del concepto “ideología de género”, así como sus anclajes intelectuales y teológicos.

 

La construcción de un discurso antigénero del Vaticano surge como reacción a la Conferencia Internacional de Naciones Unidas sobre la Población y el Desarrollo en El Cairo, en 1994, y a la Cuarta Conferencia Mundial sobre las Mujeres en Beijing, al año siguiente, donde se comenzó a usar “género” como categoría de análisis. Estas conferencias determinaron que el género se convirtiera en un indicador de desarrollo para la valoración de los países y constituyó un avance en los derechos reproductivos y sexuales en la agenda de los derechos humanos, algo que inquietó a la Iglesia Católica. “Desde entonces, el Vaticano habla de las ‘feministas del género’ para referirse a investigadoras/es y activistas que adoptan una ‘perspectiva ideológica’ que afirma que las normas sexuales son construidas y naturalizadas socialmente”, explica la socióloga e investigadora Sara Garbagnoli.(3)

 

Fueron consultores de los Consejos Pontificios, expertos elegidos por el Vaticano e investigadores de las universidades católicas quienes comenzaron a utilizar dos sintagmas: “ideología de género” y “teoría de género”, para etiquetar enfoques y análisis que cuestionan las normas sexuales y su determinación histórica y cultural. Desde esta perspectiva, agrega la socióloga, las teorías y los análisis para desnaturalizar el orden sexual “no son considerados científicos y representan una ‘tormenta conceptual’ que rompe el vínculo entre la realidad y el lenguaje”. Es en este punto que entra en juego Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas, un diccionario enciclopédico publicado en 2003 y auspiciado por el Pontificio Consejo para la Familia, que incluye artículos sobre temas sexuales y bioéticos basándose “en una teoría del lenguaje en la que las palabras deben reflejar las estructuras que definen qué es real, verdadero y moral, tales como la complementariedad de los sexos”, indica la investigadora.

 

Este recurso retórico tiene, según Garbagnoli, tres propósitos principales: “Configura un enemigo único y atemorizante, reúne a actores religiosos y no religiosos para formar un frente amplio de activismo y produce pánico moral en la esfera pública”. Como consecuencia, pueden influir a nivel político y bloquear reformas jurídicas y sociales sobre salud, derechos sexuales y reproductivos, y temas relacionados con la diversidad, advierte.

 

Deshacer el género 

 

Desde mediados de los años noventa, y especialmente con la divulgación del Lexicón, el Vaticano trabajó para darle un marco teórico y discursivo al término, pero fue recién en las manifestaciones francesas de 2013, durante el debate sobre matrimonio igualitario, que el discurso contra la “ideología de género” tuvo un alcance masivo. Varios investigadores ubican este acontecimiento como un momento clave, a partir del cual el término alcanzó un nivel político, al comenzar a ser usado por diferentes grupos para frenar reformas y normativas vinculadas con los derechos Lgbt.

 

Esta lógica de acción-reacción tiene un carácter transnacional y por lo tanto comienza a ser replicada en todo el mundo. La brasileña Sonia Correa, coordinadora del Observatorio de Sexualidad y Política, repasa, en una entrevista para la revista Observatorio Latinoamericano y Caribeño, algunos momentos importantes en que la lucha contra “la ideología de género” se hizo eco en Latinoamérica, en algunos casos con influencia política. En la campaña por el referéndum sobre el tratado de paz en Colombia, en 2016, las fuerzas contrarias al acuerdo utilizaron argumentos antigénero. A principios del 2017, en el contexto de la reforma constitucional del Distrito Federal en México, se lanzaron campañas conservadoras y un autobús “antigénero” comenzó a circular por todo el país. Dos meses después, el mismo ómnibus estaba viajando por Chile, justo antes de la votación final de la despenalización parcial del aborto. Ese mismo año, en Uruguay, se llevaron adelante campañas contra la “ideología de género” cuando se inició el debate por la “Propuesta didáctica para el abordaje de la educación sexual en Educación Inicial y Primaria”, de la Anep (Administración Nacional de Educación Primaria). En Ecuador, una disposición legal que intentaba limitar la violencia de género fue atacada por grupos conservadores religiosos antigénero. Y en Bolivia, la Corte Constitucional derogó una ley de identidad de género que tenía poco tiempo de aprobada, con argumentos sobre la dignidad de la persona con base en el binarismo sexual humano. Por otra parte, el caso de Brasil alcanzó su punto máximo con el avance de la extrema derecha, la llegada al gobierno de Jair Bolsonaro y los conocidos discursos de su ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos, la pastora evangélica Damares Alves.

 

El pensamiento heterosexual 

 

Antes de que el término “ideología de género” fuese elaborado como una estrategia retórica, católicos y evangélicos conservadores ya hablaban en nombre de la familia, a favor de lo femenino y lo masculino y en contra de la comunidad Lgbt. El investigador especialista en religiones Nicolás Iglesias identifica en Estados Unidos, a mediados de la década del 70, a un grupo político religioso que comenzó a organizar una movida antiderechos. Esta experiencia de reacción, que se denominó Mayoría Moral, es identificada con la derecha cristiana, que es un sector importante del Partido Republicano, y con líderes religiosos conservadores evangélicos del sur de Estados Unidos. Su fundador fue el pastor Jerry Falwell, asociado con los presidentes Ronald Reagan y Bush, padre e hijo. “Comienzan a tener un discurso y una acción militante contra los movimientos de la diversidad sexual a finales de los años setenta como una reacción a los avances del reconocimiento de la comunidad gay. Estos son los antecedentes más antiguos de movimientos políticos organizados con base civil y religiosa contra los derechos de la diversidad sexual como amenaza. Además de que en este contexto también estaban avanzando los derechos de las mujeres y los movimientos feministas. Si bien no se hablaba de ideología de género, tiene los mismos fundamentos”, señaló Iglesias.

 

Uno de los movimientos activistas nacidos de Mayoría Moral fue Save our Children (salvemos a nuestros niños), que se manifestó contra el movimiento gay tras los disturbios de Stonewall de 1969 y, si bien logró mucha adhesión, también generó gran rechazo. Este movimiento tuvo como líder a la cantante, actriz publicitaria y activista homofóbica Anita Bryant, que lanzó una campaña contra las primeras enmiendas que condenaban la discriminación por orientación sexual. En 1977, ya convertida en un ícono contra los derechos Lgbt, Anita dio una conferencia de prensa en la que un activista gay le dio, literalmente, con una torta en la cara, como protesta contra su discurso de odio. Un episodio que pasó a la historia y puede verse en Youtube. Actualmente, Anita tiene 78 años y sirvió de inspiración a Señora Católica, un personaje que se volvió viral en las redes.

 

Décadas después del surgimiento de Save our Children, esta experiencia comenzó a replicarse en América Latina, con movimientos como Con mis Hijos no te Metas, nacido en Perú en 2016, durante el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, como reacción a la promoción de una educación sexual más inclusiva. En 2017, un movimiento similar, denominado A mis Hijos no los Tocan, surgió en Uruguay para oponerse a la llamada Guía de educación sexual integral, presentada en julio de ese año. Ambos movimientos tienen como motor la lucha contra la ideología de género y la defensa de la familia tradicional. El objetivo es influir directamente en las normativas vinculadas con los derechos de los colectivos Lgbt y de las disidencias sexuales. Consideran que sus “derechos son vulnerados mediante leyes anticonstitucionales que pretenden una colonización ideológica”. Estos grupos, que dicen no estar vinculados con ningún partido político ni religión, funcionan con recetas, replican una estrategia y un modelo de marketing común a nivel mundial: utilizan el rosado y el celeste como colores insignia de la “complementariedad de los sexos”. De hecho, el argentino Agustín Laje, conocido por sus campañas antiderechos, publicó un video tutorial con “8 claves para organizar el movimiento Pro Vida”.

 

Christian Rosas, fundador de Con mis Hijos no te Metas, explicó en una entrevista con Iglesias cómo este movimiento peruano asesoró y capacitó al uruguayo, al punto de promover su participación al costado de la marcha del 8 de marzo de 2018 con pancartas con el mensaje: “Femenina sí, feminista no”. Esta estrategia, explicó Rosas, tuvo como objetivo “provocar a las feministas para demostrar que son violentas”. Pero no todos los religiosos están contra las políticas de género: para este 8M, un grupo de católicos y evangélicos progresistas de Uruguay convocó a marchar “por justicia de género y contra toda violencia, incluso aquella que se encubre bajo un discurso religioso”. “Entendemos que Jesús desafió a las tradiciones patriarcales de su tiempo y su ejemplo nos lleva a desafiar las del nuestro, su mensaje nos mueve a transformar todo tipo de opresión”, explican en la convocatoria.

 

Conservador no se nace 

 

La experiencia de Mayoría Moral en Estados Unidos tiene, para Iglesias, un vínculo muy fuerte con el actual avance en la región de los evangélicos conservadores y su discurso antigénero. El norte fue el faro y la meca espiritual de estas iglesias evangelistas desde sus comienzos, a mediados de los años sesenta, hasta hoy en día, cuando ese vínculo es reforzado por representantes como el diputado Álvaro Dastugue, quien en febrero participó en un desayuno de oración con Donald Trump. Los sectores evangélicos conservadores que en el Uruguay de los años sesenta fueron fogueados con el anticomunismo son los mismos que hoy (en esa lógica del “despertar evangélico”) entienden que la agenda liberal está destruyendo la familia y la nación y que entonces deben hacer algo basándose en una lectura fundamentalista de la Biblia, indica el investigador.

 

Iglesias sostiene además que, si bien el modelo de partido evangélico fue fracasando en América Latina, lo que está funcionando ahora, que tuvo muy buenos resultados en Brasil, es que haya evangélicos conservadores de las distintas iglesias en todos los partidos políticos. “En sistemas de partidos que son muy fraccionados, como en casi toda América Latina (que no es el caso de Uruguay) y particularmente en Costa Rica y Brasil, se hacen bancadas morales, religiosas o evangélicas que tienen una línea transversal común: la defensa de los valores tradicionales y la lucha contra lo que llaman ahora ideología de género, pero que antes se llamaba comunismo, agenda gay o feminismo. Es el mismo impulso político desde los años sesenta en Estados Unidos, que ahora tiene distinto nombre, pero las mismas lógicas y actores”, señaló.

 

El término “ideología de género” empezó a destacarse en Uruguay a partir de las visitas de Nicolás Márquez (autor, junto con Laje, de El libro negro de la nueva izquierda) al campamento Beraca, organizado en Villa García por Misión Vida en enero de 2017, recuerda Iglesias. Durante las charlas, en las que participaron miles de jóvenes, se abordaron la “ideología del feminismo” y las nuevas políticas de género de la izquierda. Ese mismo año, la Conferencia Episcopal del Uruguay comenzó a hablar del tema, y el cardenal Daniel Sturla empezó a usar este concepto y anunció que el papa Francisco le dijo que estaba “muy preocupado por la ideología de género en Uruguay”. También fue el año en que se aprobó la ley integral contra la violencia basada en género e ingresó al Parlamento el proyecto de ley integral para las personas trans, aprobada al año siguiente, cuando el discurso antigénero ingresó a la campaña electoral, específicamente en el Partido Nacional. Anunciando su lucha contra “la ideología de género”, entraron en campaña los precandidatos Carlos Iafigliola (católico) y Véronica Alonso (judía aliada a Misión Vida). Este discurso también es proferido por otros políticos nacionalistas, entre ellos, Dastugue (pastor neopentecostal) y Gerardo Amarilla (bautista). Lo que todavía está por verse es si esta estrategia conservadora puede tener buenos resultados en las urnas. La última encuesta de Factum le dio un magro 4 por ciento a Alonso en la interna blanca, mientras que Iafigliola ni siquiera es nombrado en el estudio. “Una cosa es que la gente se movilice con estas organizaciones dispersas contra la ideología de género y otra es que después voten solamente a quienes están con esta bandera”, advirtió Iglesias.

 

Cuerpos que importan 

 

Las manifestaciones en Brasil contra Butler representaron un simbólico ataque a la “ideología de género”, ya que ella y otras teóricas feministas, como Simone de Beauvoir, Adrienne Rich y Monique Wittig, son nombradas por el Vaticano como difusoras de esta teoría endemoniada. Luego del episodio de Brasil y ante el avance de este discurso, Butler apuntó a la Iglesia Católica como impulsora de esta retórica y recordó los principios en torno a la noción de género: “Si consideramos cuidadosamente la teoría del género, no resulta ni destructiva ni adoctrinadora. De hecho, simplemente busca una forma de libertad política para vivir en un mundo más equitativo y habitable”.(4) Para Butler, la enseñanza de género no adoctrina ni destruye: “Afirma la complejidad humana y crea un espacio para que las personas encuentren su propio camino dentro de esta complejidad. El mundo de la diversidad de género y la complejidad sexual no se irá a ningún lado. Quienes no cumplen con la norma merecen vivir en este mundo sin miedo a amar, a existir y a buscar crear uno más equitativo y libre de violencia”. 

 

Notas

 

1. En Un diálogo sobre el poder, pág 136, Madrid, Alianza, 1988.

2. En su artículo “Desentrañando el pecado del género”, publicado en ¡Habemus género! La Iglesia Católica e ideología de género.

3. En su artículo “Contra la herejía de la inmanencia: el ‘género’ según el Vaticano como nuevo recurso retórico contra la desnaturalización del orden sexual”, en ¡Habemus género! La Iglesia Católica e ideología de género.

4. Su artículo “El ataque contra la ‘ideología de género’ debe parar” fue originalmente publicado en la revista británica New Statesman en enero de 2019 y publicado en español por sxpolitics.org.

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8 de Marzo

 

La ideología de género 

 

Diana Maffía *

Brecha, 8-3-2019

            

La primera vez que escuché hablar de la “ideología de género” fue en los meses previos al encuentro de Beijing de 1995. Desde el Vaticano se hacían advertencias alarmantes acerca de que allí acechaba un gran peligro, porque las feministas violentábamos la naturaleza hablando de cinco géneros. Un par de años antes, Anne Fausto-Sterling había revuelto el avispero con su artículo “The five sexes: Why male and female are not enough” (Los cinco sexos: por qué masculino y femenino no son suficientes), que introdujo en el feminismo una reflexión poderosa de gran impacto en la alianza con los movimientos por la diversidad sexual. La reflexión sobre la intersexualidad, los genitales ambiguos, los cuerpos que no son nítidamente macho o hembra desmentía la afirmación de que los cuerpos binarios forzaban géneros binarios por naturaleza, para poner del lado de la ideología la lectura misma de los cuerpos, la biología misma. El destino que la medicina reservaba a esos cuerpos, intervenciones quirúrgicas mutilantes e irreversibles en nombre de la “normalidad” incluso estética, mostraba el grado de tortura al que es capaz de someter el dogmatismo para hacer desaparecer aquello que lo desmiente.

 

La autoridad de la medicina y su incidencia social llevan su mandato mucho más allá de un sesgo epistémico. Al salir –como la religión– de los conventos, al confrontarse con los límites de la vida y la muerte, arrastra varios polizones ideológicos en sus concepciones sobre los cuerpos sexuados y sus destinos. Una agenda no necesariamente explícita de la ciencia, pero cuya eficacia no necesita de la intencionalidad (porque tiene enorme efecto político aunque el interés inicial de las y los científicos no haya sido ese), tiene que ver con la clasificación de los sexos y las sexualidades, las marcas de la “normalidad” y el desplazamiento de lo que queda arbitrariamente fuera de la norma. Un desplazamiento que lejos de ser descriptivo se torna punitivo, moralista y estigmatizante. Lo que queda fuera de la norma del discurso del poder, sobre todo médico y psiquiátrico, no sólo será calificado como perverso o desviado, sino que caerá en la mira de los poderes del Estado para su reforma, encierro, regulación, reconversión, cura, registro, mutilación y tortura.

 

Además de los criterios biológicos, filogenéticos y psiquiátricos, la “normalidad” y sus respectivos desplazamientos se han fijado por criterios morales, legales, religiosos o sociales, incluso basados en estadísticas que estipulan las medidas y aspecto “aceptables” de los genitales femeninos o masculinos.

 

En Argentina, el creador y encargado del primer departamento sexológico del país fue el doctor José Opizzo. Lo inauguró en 1953, y diez años después publicó (en edición de autor) el libro Alteraciones sexuales. Diagnóstico y orientación del enfermo sexual,en el que describe su experiencia clínica y las observaciones normativas respecto de salud y enfermedad. El intento por definir el terreno médico de la sexualidad pretende separarlo de la religión y la moral, pero curiosamente arriba a las mismas conclusiones. Con una norma que aparece implícita en la naturaleza, arriesga una definición de “normalidad sexual” que, pretendiendo ser científica, asegura los límites establecidos por la religión para el fin específicamente reproductivo de la sexualidad: “El acto sexual realizado por una pareja formada por un varón y una mujer, cualesquiera sean las prácticas puestas en juego, no ingresa en la patología sexual cuando las superficies en contacto como epílogo del mismo sean las establecidas por la naturaleza para lograr la concepción del ser humano, y la patología comienza cuando en el acto se remplaza a una de las partes de la pareja con un ser del mismo sexo, con un objeto o con un ser vivo no humano, animal o vegetal, o cuando la conjunción concluye fuera de la vía natural”.

 

Este criterio de “normalidad sexual” implica muchas cosas. Una de ellas, explícita, es que la regla es la heterosexualidad. Pero menos obvia es la normativa que impone sobre los cuerpos. Si la única práctica que el nuevo agente normativo (“la naturaleza”) acepta es el coito vaginal, sólo serán considerados “normales” los cuerpos cuyos genitales se adapten a esa práctica sexual. Si no es así, se deberán corregir los cuerpos, no la definición. Esto justifica oponerse a las prácticas sexuales no reproductivas, los cuerpos no hegemónicos (mucho más si son no binarios), las parejas homosexuales y todo tipo de “desvíos” de la sexualidad (parafilias). Se aconsejaba no recurrir a la policía para reprimirlo, sino a la ciencia para modificarlo y recuperarlo para la sociedad.

 

Nos encontramos entonces con una construcción de pensamiento muy fuerte y de gran autoridad, que en el último cuarto de siglo viene siendo amenazado por avances políticos como el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la permisividad social en cuanto a prácticas sexuales, la legalización del aborto, la no intervención en los cuerpos intersexuales, la protección y reconocimiento de las infancias trans y sus experiencias, y por supuesto el feminismo, la demanda de igualdad y la ruptura de estereotipos sobre la feminidad, sus lugares sociales asignados, sus características esperables, y los consecuentes impactos sobre las masculinidades. Y más allá de las muertes, la lucha contra el sistema de violencia femicida. Todo esto marca una agenda internacional que ha recibido un contragolpe orquestado muy explícito por las religiones patriarcales y sus lugartenientes, y que tiene bastante desorientados a los varones progresistas.

 

Desde que la perspectiva de género comenzó a disputar la hegemonía conservadora, cambiaron el lenguaje y las estrategias para lograr frenar el avance de las democracias garantistas. Hubo una apropiación del discurso de los derechos humanos (para sostener que el derecho a la vida es absoluto, y por lo tanto la prohibición del aborto también debe serlo), una apropiación del lenguaje de género (para afirmar que mujeres y varones somos diferentes y complementarios, y por naturaleza las mujeres tendemos a la maternidad y la familia), una apropiación de los intentos de construir nuevas masculinidades (para agrupar padres separados de sus hijos por abuso o violencia, y reclamar su derecho a ejercer la paternidad e incluso denunciar por obstrucción de vínculo a las madres protectoras), una apropiación de las estrategias legales (recursos de amparo para impedir el acceso a políticas sexuales y para mantener bajo tutela patriarcal a la familia como un todo y no los derechos de cada uno de sus integrantes) y una fuerte militancia en los ámbitos legislativos, docentes y de comunicación social.

 

Mientras tanto, a la izquierda le cuesta tanto adherir a la consigna antipatriarcal del feminismo anticapitalista y decolonial, que conformar un fuerte paradigma emancipatorio en América Latina choca todavía con la consideración de que la política es neutral y el feminismo distrae de las contradicciones principales. Renunciar a los privilegios de género es más difícil que renunciar a los de clase. 

 

* Doctora en filosofía. Directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires.

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