México/ Radiografía de la resistencia mexicana [ - Laura Castellanos]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mar 9 00:48:12 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

9 de marzo 2019

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México

 

Radiografía de la resistencia mexicana 

 

Es “la violencia organizada, y no la guerra contra el narcotráfico, la que
ha desgarrado el país”, sostiene la periodista Laura Castellanos, sobre cuyo
último libro, “Crónica de un país embozado”, dialogó con este semanario. Es
un trabajo en el que se oyen las voces de gente común que se planteó llevar
a cabo actos extraordinarios en medio de territorios desgarrados.

 

Eliana Gilet, desde México

Brecha, 8-3-2019

https://brecha.com.uy/

 

En un intento por contar una historia no lineal, cada capítulo enfoca un
movimiento y un par de años que enmarcan su accionar durante los últimos 25.
Así, un joven guerrerense empieza el libro relatando cómo participa en la
guerrilla continua más larga del país cuando es interrumpido por el temblor
de setiembre de 2017. Entonces, Castellanos trae al texto a los anónimos que
organizaron el rescate de la gente atrapada en los escombros de los
edificios derrumbados y los cuela en su paleta de personajes, que sienten la
solidaridad como un impulso primario.(1)

 

Los capítulos que siguen al del guerrillero van hacia atrás. Un trabajador
aguacatero adolescente cuenta cómo se enroló en las autodefensas armadas que
llegaron en 2013 a la quinta donde trabajaba, tras escuchar maravillado las
palabras que lo convocaban a unirse a la lucha contra los paramilitares que
aún asolan ese territorio michoacano. Luego viene el capítulo dedicado a los
pueblos que fueron inundados por la sed minera –que llegó junto con la
violencia organizada– y a cómo se organizaron para resistirla. Es el caso de
las policías comunitarias de la Coordinadora Regional de Autoridades
Comunitarias, una experiencia única de administración de justicia indígena,
en Guerrero. También están Isidro Baldenegro –rarámuri asesinado en
Chihuahua– (2) y Cemeí Verdía –nahua encarcelado arbitrariamente–,
opositores a la explotación extractiva de su territorio.

 

Para los capítulos más antiguos, Castellanos cuenta el efecto que tuvieron
las detenciones arbitrarias en el movimiento anarquista insurreccional en el
gobierno de Enrique Peña Nieto, resistido desde su “toma de protesta”, el 1
de diciembre de 2012, cuando Juan Francisco Kuykendall murió por el impacto
de una bala de goma en la cabeza. Mezclados, se asoman los grupos
ecoterroristas, como Individualistas Tendiendo a lo Salvaje, que se vinculan
con sus pares chilenos y que en México han reivindicado asesinatos de
científicos.

 

El último capítulo, escrito con cariño y ternura, está dedicado al
movimiento zapatista. La experiencia de la autora en acompañar el devenir de
un movimiento vivo y pujante –que marcó un quiebre en la vida reciente del
país– se refleja en este capítulo, lo que confirma que seguir historias a lo
largo de los años también es investigar.

 

Violencia organizada

 

Castellanos usa este término para referirse a lo que en cualquier otro
ámbito se denominaría lisa y llanamente “narco”. El concepto, que la
periodista mexicana toma de otro colega –Sergio Rodríguez Blanco–, apunta
mejor que aquel a la verdadera causa del daño: “Si no se erradica esta
cadena de complicidades que involucra a la parte más oscura del aparato de
Estado, a la iniciativa privada y al crimen organizado, estas expresiones
van a seguir vigentes”, sostuvo en diálogo con este semanario.

 

“Son distintos los detonantes, pero nos muestran un país con algunas
regiones convulsas, donde estas expresiones subversivas tienen que cohabitar
y actuar en terrenos desgarrados por esta violencia organizada”, agregó.
Unas cifras brindadas por la autora para dimensionar el tamaño del tajo:
existen 500 conflictos sociales abiertos en México, según el cálculo del
catedrático Víctor Toledo; 108 líderes sociales han sido asesinados en una
década, y 125 comunidades, contando sólo el estado sureño de Guerrero,
sufrieron “una escalada de violencia tras el arribo de mineras canadienses”.

 

“Estas expresiones subversivas tienen distintas posiciones ideológicas,
orígenes y formas de organización, pero tienen en común que trascienden las
coyunturas electorales y los gobiernos. No están confrontándose contra un
partido político en específico, están confrontando realidades
estructurales”, dijo Castellanos en la entrevista. “La violencia organizada,
y no la guerra contra el narcotráfico, es la que ha desgarrado el país”,
escribió en la introducción del libro.

 

Castellanos abreva de Carlos Montemayor –escritor y traductor mexicano
fallecido en 2010–, “el principal descifrador de los movimientos subversivos
y la contrainsurgencia mexicanos”, y de su ensayo sobre cómo la violencia
institucional provoca la violencia popular, y no al revés:(3) “En eso
tenemos que tener cuidado como periodistas, para no criminalizar estas
expresiones, sino comprender sus detonantes, porque en el caso mexicano han
trascendido generaciones, como en el caso de las expresiones guerrilleras”,
dijo la autora.

 

Castellanos ya se había estrenado en estos temas con otro trabajo, México
armado, que abarca la violencia popular y la institucional entre 1943 y
1981. “La historia de México bien puede escribirse a través de los resortes
y saldos de la subversión, como hice en México armado”, declara en el libro.

 

En este contexto, “la voz y la experiencia del zapatismo tiene un
significado particular, porque ha marcado la manera de hacer política en las
luchas sociales en los últimos 25 años, pero tiene una posición distinta a
las otras”, señaló la autora. La distancia más clara entre el zapatismo que
“no busca tomar el poder y ha roto toda la relación institucional con el
gobierno” y las autodefensas a las que se unió el adolescente jornalero del
aguacate del inicio es que estas “tienen vínculos con el gobierno; algunas
han sido legalizadas (aunque sea inconstitucional), porque no buscan
derrocar al gobierno, sino exigirle que realice sus funciones de seguridad”.

 

Extractivismo 

 

El quiebre entre el zapatismo y la izquierda legal se dio tras la no
aprobación de los acuerdos de San Andrés Larráinzar, en 2001, discutidos en
la segunda mitad de la década del 90 como el principal legado del
levantamiento zapatista, que entonces repercutía en todo el país.

 

“Es probable que [los acuerdos] ya estén rebasados en algunos aspectos, pero
tienen un significado especial, porque efectivizan el derecho que las
comunidades constitucionalmente tienen a la información y consulta sobre sus
territorios”, dijo Castellanos a Brecha. “Si eso se hubiera aprobado en
2001, no tendríamos a lo largo del siglo XXI un país que es una gran
concesión para las trasnacionales”, agregó. Y aportó el dato de que en
México hay más de 25 mil emprendimientos mineros con concesiones por 50
años, que pueden llegar a convertirse en un siglo. “La ley minera es una de
las reformas constitucionales que han provocado más conflictos comunitarios,
pero es sólo uno de estos tipos de proyecto extractivo. Hay también
proyectos hidroeléctricos, eólicos, turísticos, que han visto en los bienes
naturales una mercancía para el gran capital o para proyectos del Estado”,
explicó la autora.

 

El dilema claro es qué va a pasar durante el gobierno de Andrés Manuel López
Obrador con este tema: “Si bien López Obrador ha buscado mostrar simpatía
por los acuerdos de San Andrés durante su campaña, en realidad está
impulsando megaproyectos sin consultar ni incluir a las comunidades
indígenas”. Brecha publicó en su última edición sobre el asesinato de Samir
Flores, opositor al Proyecto Integral Morelos, que es un claro ejemplo de lo
aquí dicho por Castellanos.(4)

 

Defensa zapatista 

 

En el capítulo final, Castellanos se detiene sobre una jovencita de 17 años,
Araceli Lorenzo, que venía de un pueblito de 13 habitantes selva adentro
para ser parte, por primera vez, de las Juntas de Buen Gobierno, creadas en
2003 tras el quiebre con el gobierno nacional. “Me parece que uno de los
mayores logros que tienen las comunidades zapatistas son sus nuevas
generaciones, que han crecido en un territorio, en mi opinión, el más
trasgresor a nivel nacional, viviendo la experiencia de la autonomía con
sistemas de educación, justicia y salud únicos en el país”, dijo Castellanos
al terminar la charla. “En ese contexto, las jóvenes zapatistas son actoras
sociales emergentes  que es importante escuchar, porque su propuesta no
emerge de una influencia externa del feminismo o una expresión política o
partidista particular, sino de su propia vivencia comunitaria”, concluyó. 

 

Notas 

 

1. Crónica de un país embozado, Ediciones Era, México, 2018.

2. Véase Brecha, 28-III-18.

3. Puede verse el libro de Carlos Montemayor La violencia de Estado en
México, disponible en Internet.

4. Véase Brecha, 1-III-19.

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