Brasil/ Las "milicias" siembran el terror con el aval del clan Bolsonaro [Jean-Mathieu Albertini]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 4 15:10:50 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

4 de mayo 2019

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Brasil

 

Las milicias siembran el terror con el beneplácito de Bolsonaro 

 

Surgidos durante la dictadura como respuesta a la pequeña delincuencia, los
grupos de exterminación continúan causando estragos en las zonas
desheredadas del país. La llegada al poder del clan Bolsonaro ofrece a estos
grupos paramilitares una impunidad todavía mayor que en el pasado.

 

Jean-Mathieu Albertini, enviado especial a Natal

Medipart, 2-5-2019, edición en español

https://www.mediapart.fr/es/journal/

 

El lunes 22 de abril por la noche, esos hombres encapuchados comienzan una
masacre que va a durar hasta el miércoles por la mañana. En menos de 48
horas catorce cadáveres serán recogidos en Ceará-Mirim, una pequeña ciudad
de los suburbios de Natal, capital del estado de Río Grande del Norte, en el
extremo nororiental de Brasil, que cuenta con 70.000 habitantes.

 

A principios de 2017, esta milicia armada lanzó una campaña de venganza
sangrienta. Horas antes de los primeros asesinatos, un sargento de la
policía murió en un bar de varios tiros por la espalda. El policía era
miembro de un grupo de exterminacion. Ese año, con una tasa de 129
homicidios por 100.000 habitantes, Ceará-Mirim fue la segunda ciudad más
violenta del país.

 

Estos grupos tienen nombres variados como «Thundercats», «Homicides and Co»
o «Los hombres de honor», pero siempre están compuestos por agentes del
Estado. Aparecidos durante la dictadura como respuesta a la pequeña
delincuencia que se generalizó en los años 70, continúan causando estragos
en las zonas pobres de las grandes ciudades brasileñas.

 

Comienzan por matar al pequeño ladrón, después al fumador de porros y acaban
funcionando como «un elemento de orden pervertido», explica José Luiz
Ratton, profesor de la Universidad Federal de Pernanbuco.

 

Los grupos de exterminación se envuelven en discursos de combate contra el
crimen frente a un sistema legal ya superado. Pero para el profesor, se
trata ante todo de un «mercado de la muerte con su propia lógica económica».
No es forzosamente a cambio de dinero. A veces, con un asesinato, el policía
puede conseguir un informador, un protector o simplemente sus compras del
mes…

 

Los pocos que aceptan tratar este tema lo hacen de manera anónima y
rodeándose de precauciones. Las citas se hacen en locales públicos y
ruidosos, no sin antes asegurarse de que el reportero sea un desconocido en
la ciudad... El testigo de una ejecución en una favela de Natal, de la que
escapó por poco de la muerte, anuló la entrevista en el último minuto.

 

«No tienen límites. A todos los que les molestan les puede pasar. Un poli,
un juez, un fiscal, imagina entonces un tipo de la favela...», suspira
Edilson, un policía de la región de Natal.

 

En diciembre de 2018, después del asesinato de un policía comprometido
políticamente, estos grupos estaban entre los primeros sospechosos. Cinco
tiros en la cabeza firmaban un modo operativo típico de estos asesinos
profesionales. La investigación, todavía en curso, no descarta su
implicación pero, según Diogo, que trabaja en uno de los organismos de
justicia locales, «es probablemente un robo dirigido a hacerse con su arma
de servicio, que vale mucho en el mercado negro (1.000 euros). Los tipos,
que estaban en bermudas y chanclas, huyeron corriendo... No es el estilo de
estos grupos de “exterminio”».

 

Ellos son más metódicos y discretos. La mayoría de las veces no actúan en
uniforme sino todo de negro, por la noche, en coches con matrículas falsas y
utilizan todos el mismo apodo... Cuando el grupo aumenta pueden llegar a
treinta personas. Los policías reclutan a agentes de prisiones, vigilantes
privados e incluso a simples ciudadanos. Las buenas relaciones con la
policía facilitan ampliamente el trabajo: «Les avisan cuando van a empezar
una operación y las patrullas desaparecen», explica Edilson.

 

La realidad es muy diferente según el Estado, pero todos se enfrentan a este
fenómeno. En Río de Janeiro estos grupos han evolucionado hacia milicias
bien estructuradas con características mafiosas.

 

En el noreste los grupos son como mucho proto-milicias pero pueden
desarrollarse, estima José Luiz Ratton. En Mossoró, a 300 km de Natal, han
empezado ya a ocupar territorios que se inspiran en el modelo de la milicia
de Río de Janeiro. Algunos se dedican al contrabando de tabaco, al robo de
coches o al tráfico de drogas.

 

Desde que la guerra de pandillas se desplegó a pleno día durante la masacre
de la prisión de Alcacuz, que causó 26 víctimas en 2017, estos grupos de
exterminación ofrecen también sus servicios  como asesinos a sueldo a los
criminales y sirven igualmente de protección a los traficantes. « Uno
conocido, novato en la policía, ha querido extorsionar a un traficante
protegido. No han dudado en liquidarle», lamenta Edilson. A veces, los
grupos de exterminación se enfrentan entre ellos.

 

Pero las víctimas son casi exclusivamente negros, pobres y jóvenes. «Un
joven de 16 años que yo conocía fue asesinado por la espalda. El policía le
había dicho que corriera y tras algunos pasos le disparó», testifica Tiago,
procedente de una comunidad del norte de la ciudad, que denuncia a grupos
que protegen a las clases medias y matan a los pobres.

 

«Si no encuentran a su objetivo, les vale cualquiera que pase. Es parte de
su estrategia: imponer el miedo a través de crímenes brutales. La sangre
alimenta su poder », analiza Tiago, cansado de ver estos asesinatos impunes.
«Si la víctima no es un bandido, le colocan un paquete de droga y así nadie
investiga este tipo de crímenes. La guerra de pandillas les sirve de
coartada».

 

Tiago, como la mayor parte de los testigos, prefiere permanecer en el
anonimato y dice que en Natal nadie denuncia nada. «Es imposible esconderse,
las comunidades son demasiado pequeñas y hay informadores en todos los
sitios. Además, si los policías son criminales, ¿cómo confiar en el Estado?»

 

En uno de los once suburbios que componen el gran Natal, una acumulación de
pequeñas favelas surgen a la salida del minúsculo centro de la ciudad, las
casitas se suceden y se parecen. En una de ellas, Rodrigo, un superviviente.
En el pasado, se mezcló con grupos de exterminación y se libró por poco de
morir.

 

Dos de sus amigos tuvieron menos suerte. Desde entonces vive discretamente
pero continua documentándose rodeado de precauciones: desde hace veinte años
no sale de casa de noche. «En la región, uno de los grupos está formado por
dos policías que coordinan a unas veinte personas, miembros de sus familias.
La mayor parte tiene alrededor de veinte años. Uno de ellos vive en esta
calle».

 

Él denuncia la muerte por encargo. «Comerciantes y empresarios se reúnen y
hacen un fondo común. Operan también en zonas rurales para amenazar o matar
a pequeños campesinos que molestan a los grandes propietarios ». En el campo
o en estas pequeñas ciudades, las denuncias son todavía más difíciles. «Es
imposible ir al fiscal, aquí todo el mundo sabe todo», explica Rodrigo. El
mismo fiscal puede verse presionado. En las pequeñas localidades, es un
objetivo fácil.

 

La llegada al poder de Bolsonaro podría agravar la situación actual. Para el
policía Edilson, el nuevo presidente podría empujar a estos grupos a ser más
temerarios. «No es un movimiento organizado en su  favor, pero el mensaje es
ese». Una ley propuesta por el nuevo Gobierno prevé entre otras cosas que un
policía no pueda tener responsabilidad por un homicidio si se comete bajo «
la influencia del miedo o de una fuerte emoción ».

«Dejamos que crezcan monstruos»

 

En Natal, el inicio del año es anormalmente tranquilo. « Hemos conocido una
semana sin ningún asesinato, lo que ha ocupado las portadas de la prensa
local », dice Rodrigo, un poco sorprendido. Porque en diez años, Río Grande
del Norte, un pequeño Estado pobre pero antiguamente tranquilo, se ha
convertido en el tercer Estado más violento de Brasil, con una tasa de 53,4
homicidios por 10.000 habitantes. 

 

« Creo que están esperando a ver cuál va a ser la política de seguridad de
la nueva gobernadora [PT izquierdas]. Ver si va a seguir el ejemplo federal
y apoyar a la policía sin restricciones para mostrar cierta firmeza frente a
las bandas », analiza Rodrigo. « Pero las matanzas de todas formas van a
volver ». La presencia de estos grupos no disminuye verdaderamente nunca «
porque la situación que lo ha generado no cambia », asegura José Luiz
Ratton.

 

En Pernanbuco, un Estado cercano, el denominado « pacto por la vida »
iniciado por el gobernador Eduardo Campos en 2007, trató de modificar esta
lógica concentrándose primero en los grupos de exterminación. José Luiz
Ratton, que ideó y puso en marcha el pacto con el objetivo de reducir el
número de homicidios, se acuerda de la enorme presión que ejerció el
gobernador sobre los jefes de la policía.

 

«El plan era a largo plazo, por lo que nos concentramos en los que matan de
manera sistemática para presentar resultados rápidos». Pero el « pacto »
comenzó a perder eficacia cuando el gobernador se presentó como candidato a
las presidenciales de 2014 y murió en un accidente de avión durante su
campaña.

 

Algún tiempo después, Pernambuco ha visto de nuevo dispararse el número de
asesinatos. «Los líderes políticos tienen una importancia fundamental sobre
las prácticas policiales y sobre el gobierno formal e informal de la
violencia», asegura José Luiz Ratton. Sin embargo, la mayor parte de los
políticos prefieren no dedicarse a ello en serio. «Cuesta una energía enorme
y no es rentable a corto plazo».

 

En el noreste, los gobernadores progresistas han dejado la política de
seguridad en manos de los conservadores que prefieren la confrontación
directa, más mediática y popular. 

 

El apoyo de la sociedad explica la persistencia del fenómeno. Frente a una
violencia endémica, una parte de la población tiene sed de venganza. Muchos
políticos, entre ellos miembros del clan Bolsonaro, glorifican a los
asesinos y aquellos que quieren disciplinar a la policía son acusados de
defender a los bandidos.

 

En 2003, en la Asamblea Nacional, Jair Bolsonaro había defendido y
felicitado a grupos de asesinos del Estado de Bahía declarando que serían
bienvenidos en Río de Janeiro. A causa de esta lógica, « dejan que crezcan
monstruos », asegura Diego. «Matan a uno o dos tipos y no les dicen nada. Al
contrario, la sociedad aplaude. Por eso encadenan uno tras otro».

 

Los miembros de estos grupos son conocidos. Una estimación no oficial
menciona entre catorce y diecisiete grupos activos en el Estado de Rio
Grande del Norte. « Es una pequeña minoría, pero muy poderosa y con
influencia en una buena parte de la cultura de la institución », explica
Otávio, otro policía.

 

Muchos consideran, siguiendo a Bolsonaro, que un buen policía debe matar.
Una minoría no necesita la adhesión de la mayoría para operar en paz, es
suficiente con no ser molestado. « Sabemos quién es quién pero nunca se
denuncia. Es demasiado peligroso y no va a tener consecuencias ». Los
policías entrevistados denuncian un corporativismo exacerbado que echa por
tierra cualquier denuncia. « Hay mandos que apoyan a estos grupos o son
parte de ellos, otros simplemente tienen miedo de sus propios hombres ».

 

Otávio se acuerda de un colega que investigaba varios asesinatos en el
interior del Estado en 2015. «Acabo por caer en manos de un grupo de
exterminación. Uno de los policías vino a amenazarle armado a la comisaría.
Tiene suerte de estar vivo». La mayor parte prefiere autocensurarse cuando
está ante un caso potencialmente sensible. El reglamento de la policía
militar, encargada de las patrullas, tampoco disuade a los potenciales
asesinos.

 

Otávio asegura que es «más fácil ser castigado por estar de servicio con el
uniforme sucio que por haber disparado en la cabeza a alguien». Los asesinos
pueden también contar con un apoyo político local « indispensable », asegura
José Luiz Ratton.

 

Las probables relaciones con la milicia del senador Flávio Bolsonaro, hijo
del presidente, serían una excepción. « La situación en Río de Janeiro es
más crítica y el éxito del clan Bolsonaro era inesperado ». Antes de su
inmensa victoria electoral, Flávio fue un simple diputado de Estado durante
16 años.

 

A pesar de la impunidad general, algunos miembros van a veces a la cárcel.
Dos años después de la masacre de Ceará-Mirim, fueron arrestados quince
miembros del grupo responsable. «Los demás están fugados y uno está
probablemente en Francia», precisa Diogo.

 

Han sido encarcelados seis policías, pero ninguno de ellos ha sido condenado
por el momento. Los agentes del Estado raramente lo son o permanecen poco
tiempo en prisión, por defectos procesales o porque la justicia es demasiado
lenta, lamenta Edilson. «A menudo son encarcelados los peces pequeños,
alguna vez los medianos y nunca los grandes».

 

Lo que ha permitido llegar a este resultado no es la investigación sobre
Ceará-Mirim, explica Diogo. «No son muy cuidadosos para borrar sus huellas
pero conocen el funcionamiento de la policía y saben que los investigadores
no tienen medios». En Brasil sólo se esclarece un 10% de los homicidios.
Pero, a fuerza de sentirse intocables, comenten errores. «Estaban molestos
con un joven estudiante y quisieron pillarle en el bus escolar. Pero el
transporte se averió y uno de los chicos llamó a su padre que tenía una
furgoneta grande». 

 

Cuando los asesinos se acercaron, el padre, policía en la reserva, sacó su
arma, mató a uno de los asaltantes e hirió al otro. El herido hizo algunas
llamadas imprudentes para solicitar ayuda. Presas del pánico, los jefes
comenzaron entonces a matar a los miembros del grupo por miedo a que
hablaran, forzando a los supervivientes a ofrecer su colaboración con las
autoridades.

 

«Con las pruebas que uno de ellos presentó, este grupo ha estado vinculado
con más de cien asesinatos. Pero la cifra puede ser mucho más importante
porque no se sabe cuándo comenzaron».

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