Sudan/Argelia/ La larga primavera árabe [Gilbert Achcar - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mayo 23 14:07:52 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

23 de mayo 2019

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Sudán/Argelia

 

Entrevista a Gilbert Achcar

 

La larga primavera árabe

 

Ashley Smith 

Jacobin, 18-5-2019 

https://jacobinmag.com/

A l´encontre, 19-5-2019

http://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

https://www.vientosur.info/

 

Después de años de contrarrevolución y represión sangrienta, el mes pasado
Oriente Medio comenzó a ver algún rayo de esperanza. En Argelia y Sudán se
han producido manifestaciones masivas que suponen un desafío para los
regímenes autocráticos de los presidentes Abdelasis Buteflika y Omar al
Bashir, respectivamente. En los dos casos han tenido éxito en este sentido:
ambos líderes han sido relevados, poniendo fin a décadas de control del
poder. No obstante, las manifestaciones no han cesado, porque al igual que
en Egipto después de la revolución de 2011, la estructura de poder
fundamental que respaldaba a estos líderes se mantiene intacta. Lo mismo
sucede con las condiciones materiales que subyacen a las revueltas: salarios
de miseria, paro masivo, inseguridad y ausencia de perspectivas de futuro
para la juventud, fenómenos inherentes al modelo de ajuste estructural
impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

 

De este modo, las fuerzas populares se hallan en Argelia y Sudán en una
posición precaria: el espectro de la contrarrevolución lanzada contra los
protagonistas de la primavera árabe está al acecho. Ahora bien, los
manifestantes de ahora han aprendido de las luchas recientes en la región y
pueden sacar provecho de esta visión retrospectiva. Para hablar de los
peligros y las esperanzas que suscitan estos hechos, la colaboradora
habitual de Jacobin, Ashley Smith, ha entrevistado a Gilbert Achcar, autor
de numerosos análisis y comentarios sobre la primavera árabe y la política
de Oriente Medio.

 

-Pregunta: Las revueltas de Sudán y Argelia han despertado nuevas esperanzas
en Oriente Medio y el norte de África tras un largo periodo de
contrarrevolución. ¿Qué está ocurriendo en estos dos países?

 

Respuesta: En Sudán y Argelia estamos siendo testigos de dos oleadas de
movilización de masas que equivalen en magnitud a las revueltas que se
produjeron en 2011. Aquello se convino en llamar la primavera árabe. Por
esta razón, en los grandes medios de comunicación se habla mucho de si nos
hallamos en medio de una nueva primavera árabe. En realidad, las revueltas
en estos dos países son el producto de lo que he venido calificando de
proceso revolucionario prolongado, que comenzó en 2011 en toda la región
arabófona. La causa principal del mismo es el bloqueo social y económico
creado por la combinación del neoliberalismo patrocinado por el FMI y los
podridos sistemas políticos autoritarios que lo imponen en todo Oriente
Medio y el norte de África. Este bloqueo genera problemas sociales
sistemáticos, de los que el más importante es el desempleo juvenil.

 

El bloqueo causa muchos otros agravios profundos entre las poblaciones de la
región, que siguen dando origen a nuevas revueltas. En Sudán, la gota que
colmó el vaso fue el aumento del precio del pan después de que el Estado
cortara los subsidios a instancias del FMI. En Argelia, la causa inmediata
fue de carácter político; el régimen argelino intentó imponer un quinto
mandato de Buteflika a pesar del hecho de que este está paralizado de medio
cuerpo debido a un ictus que sufrió hace seis años. Esto chocó con las
aspiraciones democráticas de la gente.

 

Así, de nuevo son los agravios económicos y políticos los que impulsan una
nueva oleada de revueltas populares, tal como sucedió en Túnez, Egipto,
Libia, Yemen, Bahréin y Siria en 2011. Esto confirma que fue un error pensar
que esas revueltas eran fruto de una primavera que, al igual que la
estación, duraría pocos meses y llegaría a su fin con meros cambios
constitucionales o acabaría en fracaso. En realidad, todavía nos hallamos en
medio de un proceso revolucionario prolongado que tiene sus raíces en la
profunda crisis estructural de la región. Esto significa que no habrá ningún
tipo de estabilización de la región arabófona a menos que se produzca un
cambio radical de las condiciones sociales, económicas y políticas que han
dado lugar a este bloqueo del desarrollo. Hasta que esto ocurra, la crisis
seguirá su curso y veremos más explosiones de lucha y más ofensivas
contrarrevolucionarias.

 

Si contemplamos el periodo posterior a la primera ola de revueltas de 2011 a
2013, hemos tenido seis años dominados por la contrarrevolución. Esta última
adoptó diversas formas, pero supuso bien la consolidación de los antiguos
regímenes, bien la degeneración en guerras civiles y caos. Las monarquías
del Golfo sofocaron la revuelta de Bahréin desde primera hora. El régimen
sirio ha triunfado de momento con su brutal campaña contrarrevolucionaria,
apoyado por Irán y Rusia. El antiguo régimen recuperó el poder en Egipto con
ganas. Y han estallado sendas guerras civiles en Libia y Yemen entre fuerzas
igualmente reaccionarias y con la intervención criminal del reino de Arabia
Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU).

 

Al mismo tiempo, siguen haciendo erupción diversos volcanes sociales en toda
la región, puesto que los antiguos regímenes son incapaces de ofrecer una
solución a las injusticias que sufre la población. Así, ha habido
importantes movilizaciones sociales, a lo largo de los últimos años, en
Túnez, donde se había iniciado todo el proceso de revueltas en diciembre de
2010, y después varios levantamientos sociales desde Marruecos hasta Iraq,
pasando por Sudán y Jordania y, más allá de los países árabes, en Irán. Esto
no tiene nada de extraño. Como han demostrado todos los procesos
revolucionarios prolongados en la historia, habrá una dialéctica entre
revolución y contrarrevolución mientras no se resuelvan los grandes
problemas políticos y económicos. A falta de solución, corremos el riesgo de
sufrir más caos y tragedias.

 

-Pregunta: ¿Qué lecciones han aprendido los activistas que impulsan las
nuevas revueltas de Sudán y Argelia de la anterior oleada de luchas?

 

Respuesta: Hay dos lecciones principales que han aprendido las fuerzas
políticas de las experiencias del pasado. Una se refleja en su insistencia
en el carácter no violento del movimiento. Tienen mucho cuidado de evitar
cualquier acto que pudiera brindar al Estado la oportunidad de hacer uso de
todo el abanico de medios represivos contra ellas. La primera ola de
revueltas, en realidad, también insistió en lo mismo. En todas se escuchó el
grito de “silmiyya, silmiyya”, que significa pacíficamente, pacíficamente,
incluso en Siria. Todas intentaron recurrir exclusivamente a medios no
violentos. La violencia comenzó en todas partes, sin excepción, por
iniciativa de los propios regímenes. Por supuesto, enfrentado a una escalada
cualitativa de la violencia estatal, el movimiento de masas no tiene más que
dos opciones: una es abandonar la lucha, y la otra, defenderse.

 

Las guerras civiles atrajeron diversas modalidades de intervención
extranjera. En Libia, la intervención de EE UU y sus aliados favoreció a los
insurgentes, en un intento de apadrinar su lucha. A raíz de ello, ahora es
el único Estado árabe que se ha colapsado a causa de la victoria de los
insurgentes. No en vano el conjunto de la maquinaria estatal estaba
vinculada orgánicamente a Muamar Gadafi y su camarilla.

 

Por otro lado, en Siria, la intervención extranjera, sobre todo por parte de
Irán, sus intermediarios y Rusia, acudió en apoyo del régimen. Ha permitido
sobrevivir al régimen de Bachar el Assad, cometer terribles masacres y
destruir zonas enteras del país. La escala de atrocidades ha sido mucho peor
en Siria que en ningún otro país, de momento, e incluso Yemen ocupa el
segundo lugar en cuanto a magnitud de la tragedia. Allí, la intervención
extranjera corre a cargo del reino saudí y los EAU al lado de uno de los
bandos contrarrevolucionarios, frente a la alianza de otras dos fuerzas
contrarrevolucionarias.

 

A la luz de estas tragedias, los nuevos movimientos de masas se han vuelto
muy conscientes del riesgo de violencia y de una guerra civil apoyada desde
el extranjero, y lo tienen muy en cuenta. En cierto modo, lo más
sorprendente es que argelinos y sudaneses iniciaran su revuelta después de
haber visto los trágicos resultados habidos en otros países. Todos los
regímenes de la región han utilizado esos resultados como un potente
argumento contrarrevolucionario nuevo para disuadir a sus respectivos
pueblos de todo intento de rebelión. El régimen argelino advirtió
explícitamente al movimiento de masas de que corría el riesgo de repetir la
experiencia siria. Sin embargo, esto no ha bastado para convencer a la gente
de no salir a la calle y luchar por sus aspiraciones y reivindicaciones.

 

La segunda lección que han aprendido los activistas sudaneses y argelinos es
la de que el mando militar no es un aliado. Lo han aprendido de la
experiencia en Egipto, cuyo tipo de Estado es el que más se parece al de
ellos. Estos Estados tienen en común el hecho de que los militares controlan
el poder político. Las fuerzas armadas no son simplemente la columna dorsal
represiva del régimen, cosa que es común a todos los Estados, sino el centro
de gravedad del poder político.

 

Los sudaneses y argelinos habían observado cómo el ejército egipcio
destituyó al presidente Hosni Mubarak en 2011 a raíz del levantamiento
popular, solo para restaurar el antiguo orden a la primera oportunidad. Así,
cuando los militares depusieron a Buteflika en Argelia y a Bashir en Sudán,
el movimiento popular sabía que eso no era suficiente. Comprendió que la
destitución del presidente y sus camarillas no suponía más que eliminar la
punta del iceberg, y que el grueso de este –lo que la gente llama Estado
profundo–, formado especialmente por el complejo militar y de seguridad, se
mantiene intacto y que mientras el poder siga en sus manos, el régimen no
estará acabado.

 

Incluso cuando el ejército cedió el control de la jefatura del Estado
durante un año en Egipto, se dedicó activamente a preparar su retorno. Y a
la primera oportunidad que se les brindó, lanzaron un golpe de Estado contra
el presidente electo de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi, y
recuperaron el pleno poder político con la coronación de Abdelfatah el Sisi.
El régimen es tan autoritario ahora que hace que los egipcios añoren al
anterior dictador, Mubarak.

 

Así, los movimientos en Sudán y Argelia han aprendido la lección de que hay
que acabar con el Estado profundo. Podemos ver la diferencia entre la
reacción de la revuelta egipcia a la destitución de Mubarak por los
militares y la respuesta de sudaneses y argelinos a las mismas medidas con
respecto a sus propios dictadores. El Egipto, la gente pensó que había
triunfado y dejó de acudir a las plazas después de las celebraciones, pero
en Argelia y Sudán ha dicho que no es suficiente y continúa manifestándose.
Quiere acabar con todo el régimen, no solo deshacerse de algunos pocos que
lo encabezan. Acabar con el régimen implica devolver el poder político a la
sociedad civil por medios democráticos, que incluyen elecciones y derechos.
La plena renuncia al poder por parte de los militares: esto es lo que
reclama con insistencia el movimiento popular en ambos países.

 

-Pregunta: Libia parece contrastar profundamente con los signos
esperanzadores que vemos en Argelia y Sudán. Allí asistimos a una batalla
encarnizada entre distintas facciones por reconstruir el poder del Estado.
¿Cómo valoras lo que está sucediendo allí?

 

Respuesta :Libia vivió, inmediatamente después de la caída de Gadafi, tras
décadas de gobierno totalitario, un periodo de florecimiento democrático con
el surgimiento de numerosos grupos políticos y oenegés, el desarrollo de la
prensa y la convocatoria de elecciones, que fueron las primeras elecciones
libres en el país y una de las más libres que ha conocido la región, con una
notable tasa de participación. Las ganó una alianza liberal laica, que
derrotó a los fundamentalistas islámicos. Entonces comenzó la
contrarrevolución, al rebelarse los fundamentalistas contra el gobierno
electo.

 

En pleno caos resultante, un antiguo jefe militar, Jalifa Haftar, lanzó una
iniciativa contrarrevolucionaria para tomar el poder, respaldado por Egipto
y los EAU. Sus tropas chocaron con las fuerzas fundamentalistas. En Libia
ocurrió exactamente lo mismo que en Egipto, Siria y otros países en que hubo
revueltas en 2011: se produjo una dinámica triangular, con un polo
revolucionario enfrentado a dos rivales contrarrevolucionarios, el antiguo
régimen y sus adversarios fundamentalistas islámicos. En todas partes, los
progresistas quedaron marginados y la situación se embarrancó en el choque
entre los dos polos contrarrevolucionarios.

 

-Pregunta: Esta dinámica triangular que describes no parece encajar en la
situación de Sudán. ¿Por qué es diferente?

 

Respuesta: En Sudán, el régimen de Bashir reunía en sí a ambos polos
contrarrevolucionarios. Gobernó por medio del ejército, al igual que las
dictaduras de Egipto o Argelia, pero al mismo tiempo lo hizo en estrecha
colaboración con los fundamentalistas islámicos. Estos también formaban
parte del régimen. Por eso me he referido a Bashir como una combinación de
Morsi y Sisi, llamándole Morsisi.

 

El hecho de que los fundamentalistas islámicos formaran parte del régimen
impidió que desempeñaran papel alguno en la revuelta; de hecho, la gente se
rebeló en contra de ellos. Por tanto, no estaban en condiciones de
apropiarse de la revuelta, tal como hicieron en Egipto, Túnez, Libia, Yemen
y Siria. Esta diferencia es muy importante y ha condicionado la propia
revuelta, que ha tenido que enfrentarse a los dos polos de la
contrarrevolución juntos.

 

Esto ha ayudado a que la protesta sudanesa sea la más progresista de todas
las revueltas que hemos visto hasta ahora en la región. Es la más avanzada
desde el punto de vista organizativo y político. La coalición de grupos que
la dirigen se denomina Fuerzas de la Declaración de Libertad y Cambio (FDLC)
e incluye asociaciones profesionales y obreras que antes actuaban en la
clandestinidad y partidos políticos, desde el Partido Comunista en la
izquierda hasta otros musulmanes liberales, movimientos armados que combaten
la opresión étnica y grupos feministas.

 

Estas fuerzas progresistas han definido la política de la revuelta. En
particular, las organizaciones de mujeres y feministas, que han desempeñado
un papel protagonista, han batallado para que las demandas feministas se
incluyeran en el programa de las FDLC. Este estipula ahora, por ejemplo, que
el nuevo consejo legislativo deba estar formado por un 40 % de mujeres.

 

Sin embargo, no debemos subestimar los retos a que se enfrentan las FDLC. La
coalición está enfrascada en un tira y afloja con el ejército, que desea
mantener el poder en sus manos y no conceder más que funciones subordinadas
a los civiles. En cambio, las FDLC exigen que el poder soberano resida
plenamente en una mayoría civil y que las fuerzas armadas se limiten a
desempeñar un papel de defensa apolítico, como debería ser normal en
cualquier Estado civil. De este modo, los revolucionarios sudaneses se
enfrentan a los militares, que cuentan con el respaldo de todas las fuerzas
regionales e internacionales de la contrarrevolución. Catar, Arabia Saudí,
los EAU, Rusia y EE UU apoyan todos a los militares en este tira y afloja.
Añadamos a esto a los fundamentalistas islámicos, que naturalmente apoyan al
ejército.

 

En esta situación, la baza principal del movimiento reside en su capacidad
de ganarse la simpatía de la tropa y de algunos de los suboficiales de las
fuerzas armadas. Esto ha disuadido hasta ahora al ejército de sofocar la
revolución a sangre y fuego. Bashir quería que el ejército aplastase la
revuelta, pero sus generales se negaron, no porque sean demócratas o
humanistas, desde luego, sino porque no confiaban en que la tropa seguiría
sus órdenes. El mando militar sabía que una parte de los soldados y
suboficiales simpatizaban con la revuelta hasta el punto de utilizar incluso
sus armas para defender a los manifestantes de los ataques de matones del
régimen y de la policía política. La simpatía de la tropa con el movimiento
popular fue el factor determinante para que los militares se deshicieran de
Bashir. Ahora, lo más importante para el movimiento es consolidar su base de
apoyo en el seno de la tropa y de los suboficiales de las fuerzas armadas.
El éxito o fracaso de este esfuerzo será decisivo para el devenir de la
revolución.

 

-Pregunta: ¿Por qué las fuerzas progresistas sudanesas han conseguido esta
baza tan importante, a diferencia del resto de la región?

 

Respuesta: Las FDLC no son muy diferentes, en cuanto a su composición
política, de las fuerzas progresistas de cualquier lugar de la región. Sin
embargo, en esos otros lugares las fuerzas progresistas se han desacreditado
al colocarse del lado de uno de los dos polos contrarrevolucionarios. Allí
donde los fundamentalistas islámicos estaban en la oposición, lograron
subirse al tren de la revuelta y secuestrar el movimiento gracias a su
enorme superioridad de medios de que disponían en cuanto a organización,
fondos y recursos mediáticos. Tenemos el ejemplo de Egipto. Allí, los
Hermanos Musulmanes se pusieron a la cabeza de la revuelta popular.
Propagaron ilusiones sobre el ejército en 2011. Cuando cayó Mubarak y en el
periodo inmediatamente posterior, los Hermanos trabajaban mano a mano con el
ejército. Esto fue de gran ayuda para el ejército a la hora de desactivar el
movimiento popular.

 

Dado que los dos polos contrarrevolucionarios estaban unidos en Sudán, se
abrió una brecha por la que pudieron irrumpir las fuerzas progresistas por
sí solas. Este no es exactamente el caso en Argelia, donde las fuerzas
fundamentalistas no desempeñan ningún papel visible, pero conservan una
poderosa red y por tanto todavía pueden ejercer una función
contrarrevolucionaria si se da la ocasión. Además, a diferencia de Sudán, en
Argelia no existe un liderazgo visible de la revuelta, lo que hace que el
movimiento sea tan vulnerable a la manipulación política.

 

-Pregunta: Durante todo este proceso revolucionario, diversas potencias
imperiales y regionales han intervenido de alguna manera en las revueltas,
especialmente a raíz del declive relativo de EE UU debido a su derrota en
Iraq, que brindó a los demás Estados un margen más amplio para defender sus
propios intereses. Ahora, Donald Trump parece intentar reafirmar el poder de
EE UU respaldando a aliados como Israel y Arabia Saudí y desplegando buques
de guerra y bombarderos alrededor del golfo Pérsico frente a Irán. ¿Qué
pretende Trump?

 

Respuesta: Bueno, como ocurre con todo lo que hace Trump, su política es
bastante cruda, en el sentido de primitiva. El término crudo me parece
especialmente adecuado en este caso, porque toda su estrategia, si es que
puede llamarse así, viene determinada por el petróleo crudo. Así, se retira
de Siria porque no le interesa apoyar a las guerrillas izquierdistas kurdas
y porque el país apenas tiene petróleo, pero no preconiza la retirada de las
tropas estadounidenses de Iraq. De hecho, cuando Trump visitó la base
militar de EE UU en este país, se declaró decidido a permanecer allí. La
excusa era la supuesta necesidad de vigilar a Irán, pero esto no es más que
un pretexto, ya que EE UU cuenta con un montón de bases en toda la región
del Golfo y con una tecnología muy sofisticada para no perder de vista a
Irán.

 

Sin embargo, con su típico estilo nada diplomático, Trump admitió el motivo
real por el que desea tener tropas en Iraq: el crudo. Declaró,
efectivamente, que el petróleo era el precio que EE UU debería haber cobrado
como recompensa por la invasión y la ocupación del país. Sin pelos en la
lengua, dijo que “deberíamos haber tomado el petróleo de Iraq”. Así que es
extremadamente crudo en este doble sentido. Por eso respalda al reino saudí
y a los demás Estados clientes de Washington entre las monarquías petroleras
del Golfo. Los trata como si fueran galgos y ellos lo aceptan. Ni siquiera
se atreven a protestar cuando Trump los insulta abiertamente, como hizo
recientemente en Wisconsin. Son meros vasallos de EE UU, que dependen del
manto protector de su señor.

 

El mismo criterio del petróleo subyace al súbito cambio de bando de Trump en
Libia. Ha revertido la que era la política estadounidense, consistente en
apoyar al gobierno de Trípoli, respaldado por Naciones Unidas, declarándose
de golpe y porrazo partidario de Haftar. ¿Por qué? Porque Haftar controla
ahora los pozos petroleros libios. Esta es la lógica de lo que hace Trump:
un imperialismo muy crudo, basado en el interés económico por encima de todo
y sin ninguna clase de pretensión ideológica en términos de democracia o
derechos humanos. En este sentido, y tal como declara abiertamente, envidia
realmente a los gobernantes autoritarios.

 

Asimismo, su agresividad frente a Irán no solo se explica por el deseo de
complacer a su compinche de extrema derecha, Benjamin Netanyahu, ni por
alguna pretensión democrática, por supuesto, del mismo modo que su
agresividad frente a Venezuela. El interés de Trump por estos dos países no
puede separarse del hecho de que ambos disponen de importantes reservas de
petróleo. Al margen de lo que uno piense sobre los regímenes de ambos
países, hacer frente a las amenazas y gesticulaciones del gobierno de Trump
es crucial, especialmente en el caso de Irán, donde el riesgo de guerra es
bastante elevado.

 

-Pregunta: Esto está claro, pero ¿qué debería hacer la izquierda
internacional con respecto a Sudán?

 

Respuesta: Lo más urgente es la solidaridad con la revuelta, que hoy por hoy
está peligrosamente aislada. Se enfrenta a un bando contrarrevolucionario
unido y respaldado por todas las potencias imperiales y regionales. En esta
situación, la solidaridad internacional es sumamente importante. Todo gesto
de solidaridad significativo reforzará al movimiento sudanés y le infundirá
ánimos. En EE UU, la clave está en denunciar el apoyo de Trump al ejército
sudanés, junto con sus compinches de las monarquías petroleras. Sería
importante lograr que los Demócratas, aunque solo sea por motivos
electorales, cuestionaran esta política. Esto es urgente porque podría ser
de gran ayuda a las FDLC en su tira y afloja con el ejército en el proceso
de transición democrática del país.

 

El Departamento de Estado de EE UU propugna ahora un periodo de transición
breve, mientras que los revolucionarios sudaneses reclaman un periodo más
largo, durante el cual se establecieran instituciones civiles transitorias
antes de convocar elecciones en el país. Necesitan tiempo para desarrollar
sus partidos después de décadas de sufrir una intensa represión. Saben por
la experiencia de Egipto y Túnez que cuanto antes se celebran elecciones,
tanto más probable es que las ganen quienes cuentan con la mejor
organización, mayores recursos y el respaldo internacional. En estos dos
países fueron los fundamentalistas islámicos, y en Sudán es probable que
sean fuerzas políticas surgidas del antiguo régimen, incluidos los Hermanos
Musulmanes y los Salafistas. Cuentan con medios materiales muy superiores a
los de las FDLC.

 

Así, es muy importante que las fuerzas políticas de izquierda en EE UU
apoyen conjuntamente la revuelta sudanesa y respalden las demandas de su
dirección. Esto es esencial para reconstruir una tradición de solidaridad de
la izquierda internacionalista con el movimiento global de los pueblos
explotados y oprimidos.

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