Brasil/ En el desarmadero. Bolsonaro no encuentra el rumbo [Eduardo Crespo]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mayo 23 14:47:17 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

23 de mayo 2019

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Brasil

 

En el desarmadero 

 

Con menos de seis meses en el poder, el gobierno de Jair Bolsonaro ha
erosionado las formas de sociabilidad mínimamente civilizadas y
resquebrajado el aparato estatal brasileño. Hoy, el principal enemigo del
presidente más que la oposición es su propio entorno, mientras busca
encontrar un rumbo para su gobierno.

 

Eduardo Crespo *

Nueva Sociedad, mayo 2019 

https://nuso.org/

 

La ilusión de Brasil como potencia emergente ya es un recuerdo lejano.
Quedaron atrás el fervor por el descubrimiento del presal y el orgullo de
organizar grandes eventos deportivos, como en la Copa Mundial de Fútbol y
los Juegos Olímpicos. En aquel entonces el gobierno del Partido de los
Trabajadores (PT) prometía inclusión social con «conciliación de clases». El
país se tornaba más igualitario y millones de brasileños abandonaban la
condición de vida miserables. Aunque la economía crecía a tasas moderadas,
todos los indicadores mejoraban. Como afirma el politólogo André Singer en
su libro O lulismo em crise. Um quebra-cabeça do período Dilma (2011-2016),
«Brasil parecía incluir a los pobres en el desarrollo capitalista sin que
una única piedra hubiese rasgado el cielo limpio de Brasilia. Lula había
resuelto la cuadratura del círculo y encontrado el camino para la
integración sin confrontación».

 

El entusiasmo comenzó a diluirse durante la primera presidencia de Dilma
Rousseff. Con la complacencia del gobierno, la economía inició un sendero de
evitable desaceleración. En 2013, en coincidencia con la celebración de la
Copa de las Confederaciones, masivas y hasta ahora inexplicadas
manifestaciones, desbordaron las principales ciudades del país. En las
calles coincidían aquellos que reclamaban mejoras en infraestructuras y
mayores presupuestos para la salud y la educación con quienes pedían moderar
la inflación y combatir el gasto público. Durante 2014 se desató el segundo
gran escándalo de corrupción de la era PT, el Lava Jato, en coincidencia con
las elecciones presidenciales. Las esperanzas de inclusión pacífica habían
llegado a su fin. 

 

Desde entonces los brasileños viven años de locura, odio, paranoia y
alucinaciones colectivas. El Lava Jato paralizó empresas públicas y privadas
diseminando acusaciones y detenciones entre sus principales directivos y
desató una crisis sin precedentes en un Parlamento salpicado por las
denuncias. El gobierno del PT, quizás atemorizado por el clima destituyente
y las movilizaciones, contribuyó al desconcierto y desencanto popular
haciendo propio el diagnóstico de la oposición. Había que frenar la economía
y generar desempleo –esto se llegó a decir explícitamente– mediante un
severo ajuste fiscal llamando en auxilio a tecnócratas neoliberales para
renovar la legitimidad del ejecutivo frente al poder económico. Las
consecuencias fueron catastróficas. Brasil entró en la peor depresión de su
historia, el desempleo se disparó y el derrumbe de la popularidad de la
presidenta abonó a la estrategia golpista en marcha. Después de su
destitución en un grotesco impeachmenten 2016, el gabinete de transición
conducido por el hasta entonces vicepresidente Michel Temer con apoyo
mayoritario del Congreso condujo una revancha de clases sin antecedentes en
la historia reciente brasileña. Sancionó una ambiciosa reforma laboral e
impuso como enmienda constitucional un utópico techo al gasto público por 20
años. 

 

Desde entonces la economía anda a pasos de tortuga, con un crecimiento en
torno a 1% en 2017 y 2018. El PBI per cápita es 9% inferior al de 2013.
Contra lo que se esperaba, la debacle no favoreció a los partidos de derecha
tradicional, como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) del ex
presidente Fernando Henrique Cardoso o el Partido del Movimiento democrático
Brasileño (PMDM) de Temer. 

 

Con Luiz Inácio Lula Da Silva preso, la frustración, el odio, la inseguridad
crecientes, el tsunami antisistema y el fervor religioso instigado por
iglesias evangélicas, consagraron a Jair Messias Bolsonaro, un ex capitán
del ejército y ex diputado ubicado en la extrema derecha. La campaña
electoral estuvo plagada de mensajes exaltados. Modernas técnicas de
manipulación instalaron fantasmagóricas conspiraciones, como el espectro de
un temible complot comunista regional al acecho para asaltar la propiedad
privada, la cultura y hasta la sexualidad de los brasileños. 

 

El gobierno de Bolsonaro no tiene otro plan más que alimentar estos
fantasmas entre sus seguidores más exaltados, pagar deudas de campaña y
reducir salarios, derechos y poder de negociación de trabajadores. Para esto
último designó como ministro de Economía a Paulo Guedes, representante del
sector financiero diplomado en Chicago y cercano a la dictadura de Augusto
Pinochet en Chile, un fanático de las privatizaciones que busca eliminar
todas las partidas presupuestarias posibles y reformar la ley de
jubilaciones y pensiones, objetivo prioritario del que depende la
continuidad de Bolsonaro en la presidencia. En el caso de que esta ley no
sea sancionada, apuntan varios analistas, el gobierno del capitán tendría
los meses contados. El aumento previsto de las erogaciones del sistema
previsional, sumado al techo constitucional sobre gastos gubernamentales, ya
está estrangulando los presupuestos regionales y forzando recortes fiscales
descentralizados y caóticos. 

 

¿Por qué Brasil inició este deterioro sin fin? Se pueden sostener dos
hipótesis principales. Una polarización sostenida en la lucha de clases y
una muy probable intervención estadounidense a través del aparato
gubernamental brasileño. La primera tiene elementos fácilmente discernibles.
Brasil aún conserva rasgos heredados de la época colonial. Además de contar,
como toda sociedad contemporánea, con capitalistas y trabajadores formales,
dispone de una abultada población sobrante que ronda el 40% y que sobrevive
en actividades precarias y de baja productividad, como venta ambulante,
servicios domésticos y diversos tipos de actividades ilegales. Quienes
integran este subconjunto, además, son mayoritariamente negros y de origen
indígena, muchos nacidos en el nordeste del país. Como las políticas
distributivas naturalmente favorecieron a este segmento, no debería
sorprender que la reacción encarada desde cámaras empresariales, el sector
financiero y los medios de comunicación, haya logrado movilizar a numerosos
trabajadores formales que conforman la clase media y habitan los principales
centros urbanos.

 

Sobre la segunda hipótesis, si bien no se dispone de evidencias
concluyentes, hay numerosos indicios de que el aparato de inteligencia
estadounidense habría desplegado dispositivos de guerra híbrida sobre el
sistema político brasileño. Debe recordarse que el Lava Jato se inició en
Estados Unidos y que la presidenta Rousseff era espiada por órganos de
defensa de ese país. Las investigaciones contaron con un apoyo logístico
inusitado para la precariedad del aparato policial y judicial brasileño.
Llama también la atención el re-alineamiento internacional de Brasil con
posterioridad al golpe parlamentario. 

 

¿Hasta dónde llegarán los efectos destructivos? Hay tres grandes procesos de
descomposición en marcha. Primero, el gobierno promueve un recorte
generalizado sobre los gastos de salud y educación. En el caso de las
universidades, se bloquearon partidas presupuestarias por más del 40% del
total. Hasta se sugiere que la enseñanza básica en establecimientos
escolares podría sustituirse por educación en los hogares. 

 

Segundo, el extremismo ideológico revirtió décadas de tradiciones estatales
brasileñas. Es el caso de la política exterior multilateral y comprometida
con la paz defendida por Itamaraty, sustituida por relaciones «carnales» con
Estados Unidos y sus principales aliados, como Israel. Este giro hasta
podría incluir la participación de Brasil en intervenciones militares
lideradas dirigidas por Washington en la región. Y lo más grave de todo,
cumpliendo con promesas de campaña el gobierno se apura para relajar las
condiciones de venta y uso de armas en la población. Algunos analistas
interpretan que podrían estar orquestando el armado de milicias privadas.
Desde los años 80, como «solución» frente al aumento del crimen y la
marginalidad, en barrios periféricos de las grandes ciudades ex miembros de
las fuerzas de seguridad, con la colaboración de integrantes activos,
comenzaron a vender servicios de seguridad privada. Aunque al principio las
denominadas milicias contaban con la complacencia de los vecinos,
paulatinamente se fueron convirtiendo en organizaciones clandestinas que
actúan como grupos de exterminio. Acaparan negocios inmobiliarios ilegales y
disputan con los carteles del narcotráfico la venta de drogas y el control
de territorios. 

 

La familia Bolsonaro tiene vínculos estrechos con las milicias de Rio de
Janeiro. Las representaban en las cámaras legislativas y hasta llegaron a
emplear varios integrantes de estas bandas en el gabinete del entonces
diputado provincial y hoy senador nacional Flavio Bolsonaro. Uno de los
milicianos que asesinó a Marielle Franco vivía en el barrio cerrado donde
residía el propio Bolsonaro. De confirmarse esta sospecha se estaría
profundizando la descomposición y el desguace del aparato estatal. 

 

Hoy en día, el Estado brasileño no controla amplios territorios urbanos a
mano de milicias y narcotraficantes. Las fuerzas de seguridad que aun
formalmente responden a los gobiernos están mayoritariamente involucradas
con actividades mafiosas. Bolsonaro, así como macabras figuras de la «nueva
política», como los gobernadores Wilson Witzel de Río de Janeiro y João
Doria de San Pablo, con la legitimidad de los votos fomentan esta
transformación de Brasil en una suerte de Estado fallido. Si a este cuadro
se suman la persistencia del desempleo y la continuidad del deterioro
económico, las consecuencias pueden ser irreversibles. El conflicto
distributivo en Brasil puede acabar con los últimos rasgos de una
sociabilidad civilizada. 

 

¿Existe capacidad de respuesta en la sociedad Brasileña? ¿La devastación es
definitiva? El principal adversario de Bolsonaro no es la oposición sino el
propio gobierno. Los principales integrantes de la coalición gobernante no
desaprovechan un solo día para sorprender con nuevos escándalos, incluyendo
ruidosas peleas verbales. El presidente conserva el tono belicoso de campaña
y cosecha enemigos en todas las filas, especialmente en el parlamento. La
figura caricaturesca del astrólogo Olavo de Carvalho, ideólogo de la familia
Bolsonaro, con la aprobación del presidente mantiene una acida disputa con
integrantes del gobierno, especialmente con militares como el vicepresidente
Hamilton Mourão. Estas idas y vuelvas debilitan al gobierno y amontonan a
sus enemigos. Bolsonaro enfrenta a los principales medios de comunicación,
choca con el Parlamento, cosecha resentimiento en las Fuerzas Armadas,
pierde aprobación popular. Simultáneamente la economía parece encaminarse a
una nueva recesión. No es improbable que Bolsonaro sea despachado por los
mismos actores que lo llevaron al poder. Cualquiera sea el desenlace
político, si no se revierte el rumbo económico la descomposición seguirá su
curso con o sin el «Mito», como sus seguidores llaman al presidente
brasileño, que lleva menos de seis meses en el poder. 

 

* Doctor en Economía. Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro
(UFRJ) y de la Universidad de Moreno (Buenos Aires). 

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