Bolivia/ Biblias, balas y votos [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Nov 20 22:56:52 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

20 de noviembre 2019

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Bolivia

 

Biblias, balas y votos

 

Las tensiones que estallaron en semanas recientes en Bolivia se han
acumulado desde hace tiempo, y las condiciones no son favorables para que se
resuelvan pronto: el MAS está desgastado política y moralmente, pero la
oposición, hoy en el poder, también parece débil para concretar su ansiada
contrarrevolución. 

 

Pablo Stefanoni *

Letras Libres, 20-11-2019 

https://www.letraslibres.com/

 

¿Golpe militar contra un gobierno popular? ¿Insurrección democrática contra
una dictadura? ¿Cuál fue la dinámica que culminó con la renuncia del
presidente Evo Morales? Presentadas de manera esquemática, ninguna de las
dos imágenes precedentes da justa cuenta de lo ocurrido, aunque ambas
contienen algo de verdad: la primera insiste demasiado en el “mecanismo” del
derrocamiento y subestima a los actores; la segunda echa luz sobre algunas
fotos y omite el resto de la película, cuyo final se aleja bastante de un
movimiento democrático. 

 

La tesis de este artículo es que lo que comenzó como un conjunto de
movilizaciones, que abarcaban a distintos sectores sociales, por un conteo
transparente de los votos concluyó en un gobierno de facto. Este fue
reconocido por el Tribunal Constitucional, el mismo que avaló una nueva
postulación de Evo Morales, saltándose el referéndum de 2016 y la
Constitución. Pero la sucesión constitucional está cuestionada, las recién
conformadas autoridades intentan gobernar al margen o contra el Parlamento,
la nueva mandataria no se percibe a sí misma como el canal para hacer
viables unas nuevas elecciones transparentes y tiene ansias refundacionales
que se proponen destruir material y simbólicamente los pilares del “régimen”
anterior.

 

***

 

Desde antes de la campaña electoral de 2005, el entonces académico y
ensayista Álvaro García Linera proponía como salida a la crisis hegemónica
posterior a la Guerra del Gas de 2003 una “salida pactada” entre el bloque
indígena-plebeyo emergente, hegemónico en el occidente andino-valluno, y el
bloque oligárquico-empresarial con peso en el oriente agroindustrial (no
confundir con las viejas clases señoriales coloniales). Tras el contundente
triunfo electoral del Movimiento al Socialismo (MAS) en diciembre de 2005,
el ya vicepresidente convocaba a “una salida pactada en la redistribución
del poder en el país, que incorpore gobernabilidad social y parlamentaria… e
incluya mecanismos de articulación para que los intereses de los derrotados
sean, en parte, reconocidos por los victoriosos”.

 

Si bien los 14 años del gobierno del MAS tuvieron momentos “de fuerza” –como
en 2008, cuando desde Santa Cruz se buscó conseguir autonomía de facto–, en
general esta salida pactada funcionó. Lo cierto es que el ciclo político que
llevó al poder a Morales, producto de rebeliones sociales y victorias
electorales, fue siempre un ciclo del occidente boliviano. Allí, las viejas
elites se encontraban en crisis y una nueva “emergencia plebeya”, con un
proyecto nacionalista-popular, las corrió del poder. Pero en el oriente
pervivió la lógica empresarial y el apoyo a las políticas de libre mercado.

 

Aunque es cierto que el MAS fue conquistando parcialmente estas regiones,
sus victorias fueron siempre inestables y conseguidas, sobre todo, desde el
aparato estatal. Entretanto, las clases medias urbanas más "blancas" que
votaron varias veces por Evo, tampoco se sintieron contenidas en el proyecto
del MAS, siempre visto como demasiado plebeyo y rural. Estas votaron por Evo
Morales en 2005 para darle una oportunidad a un liderazgo indígena tras la
crisis de las viejas elites; luego como el abanderado de la unidad nacional
contra el “separatismo” cruceño –notablemente en 2009, cuando en el
referéndum revocatorio obtuvo el 67% en favor de su continuidad en la
presidencia– y, finalmente porque Morales garantizaba estabilidad política y
económica. Pero, sobre todo desde 2016, comenzaron a oponerse activamente. 

 

Como señaló Fernando Molina, esta salida negociada conllevaba como pacto
implícito la posibilidad de alternancia, que es lo que se quebró tras el
referéndum de febrero de 2016 y los cuestionamientos al conteo de votos en
octubre pasado. A partir de allí vimos a sectores, sobre todo clases medias,
que salen de manera masiva a las calles en diversas regiones del país, pero
con epicentro en Santa Cruz. Estas protestas fueron atrayendo a sectores
enfrentados por diversas razones al MAS: la región urbana de Potosí, que
quiere más beneficios del litio, cocaleros disidentes, etc., que se sumaron
con sus propias frustraciones, enconos y demandas bajo la bandera de la
“democracia”, que no deja de reflejar un tipo de republicanismo sui géneris
“desde abajo”.

 

En Santa Cruz, Luis Fernando Camacho emergió como líder del Comité Cívico
local, una institución que agrupa a las fuerzas vivas de la región con
hegemonía empresarial. Con su liderazgo carismático e incluso histriónico,
este empresario conservador de 40 años blandió Biblias y mostró “virilidad”
para enfrentarse a Morales y finalmente desplazar a Carlos Mesa, segundo en
la elección y con una ideología más moderada. A partir de entonces la
oposición comenzó a radicalizarse,–tanto desde abajo como desde arriba–, lo
cual condujo al amotinamiento policial y al abandono de la neutralidad
militar, que terminó por “sugerir” al presidente que renunciara. Si bien es
cierto que ya lo había pedido incluso la Central Obrera Boliviana (COB), el
pedido militar –que usó la palabra “sugerencia” para evitar violar la
Constitución– se pareció mucho a un golpe. Sobre todo porque fueron los
militares quienes le colocaron a la senadora Jeanine Añez la banda que la
consagró como presidenta interina sin quórum del Parlamento. 

 

El comandante de las FFAA, Williams Kaliman, relevado tras la asunción de
Añez, era un hombre cercano a Morales, lo llegó a llamar “hermano
presidente” y se declaró un “soldado del proceso cambio” y jefe de unas FFAA
“anticolonialistas”. Su salida muestra que él mismo había perdido la
iniciativa. En estos 14 años, las Fuerzas Armadas fueron aliadas de Morales
y recibieron beneficios materiales: algunos cargos y fondos públicos,
incluidas algunas embajadas. También los militares fueron involucrados en
las políticas sociales, como el pago del bono Juancito Pinto, y compartían
con el gobierno un discurso nacionalista. Pero si los atrajo la
nacionalización del gas en 2006, probablemente tomaran con menos entusiasmo
la construcción de una Escuela Antiimperialista donde debían tomar cursos,
así como algunas simbologías con resonancias castristas, ciertamente
puramente simbólicas. 

 

Sin embargo, pese a que muchos resaltaban la alianza MAS-FFAA, la renuncia
de Morales dejó en evidencia que su poder se basaba en el apoyo popular y no
en los militares. Cuando este se debilitó, debió renunciar.

 

***

 

El nuevo gobierno, con hegemonía cruceña, tiene figuras demasiado radicales
para emprender una transición pacífica. La ministra de Comunicación, Roxana
Lizárraga, amenazó a la prensa “sediciosa” y mostró el departamento
presidencial donde vivía Morales como un trofeo de guerra. No obstante, las
imágenes proyectadas estaban lejos del “lujo de jeque árabe” que la nueva
ministra, ella misma periodista, quiso trasmitir. Fue una imagen casi
calcada de las “revelaciones” en la prensa tras el derrocamiento de Juan D.
Perón en la Argentina en 1955, denominado por el nuevo régimen el “tirano
prófugo” (su nombre no podía ser pronunciado en público).

 

El ministro de Gobierno (interior), que durante el debate del aborto dijo
que las mujeres “liberales” harían bien en tirarse de un quinto piso o
buscar otras formas para suicidarse, amenazó a los parlamentarios
subversivos. Y la represión ha dejado ya más de 20 muertos, en medio de un
discurso recurrente sobre presencia de subversivos extranjeros en el país.
Estos incluirían a los médicos cubanos que fueron expulsados. 

 

La presidenta interina, que al asumir el poder dijo que Dios había vuelto al
Palacio, declaró también que el Estado laico fue una impostura [¿quiso decir
imposición?] del MAS. Y siguió así el discurso de Camacho, quien usó la
Biblia y el discurso religioso para fomentar las movilizaciones, en las que
hubo hasta pastores pentecostales que anunciaron que satanás había sido
expulsado de Bolivia. Tras la renuncia de Morales, Camacho desfiló por las
calles paceñas en un carro policial, vivado por uniformados.

 

***

 

“¿Qué podía ofrecer al país un conglomerado de pastores, cocaleros y
bloqueadores, amamantados por las ONG?… La Asamblea Constituyente ha sido
muy democrática, de acuerdo. Pero hasta la irresponsabilidad de pretender
que legislen los analfabetos”, escribió el periodista crucero Manfredo
Kempff en el periódico La Razón de La Paz el 23 de junio de 2007. Y esta
semana, el físico y columnista Francesco Zaratti escribió una columna
titulada “Cáncer de Bolivia” en la que compara a Morales con esa enfermedad
y sostiene que el país “está a punto de librarse de uno de los peores
tumores de su historia”. 

 

Son estas imágenes, que remiten a los esfuerzos de las élites desplazadas de
correr del poder a los intrusos, las que fueron transformando un movimiento
con un trasfondo democrático en una apuesta de revancha política y social.

 

Fernando Molina escribió hace mucho tiempo que “detrás de estos
desencuentros actúan dos elites políticas. Una que asciende bajo las
banderas de la igualdad y quiere distribuir la riqueza y el poder con un
alto costo institucional; y otra que se resiste con la bandera de la
libertad y la defensa de la institucionalidad. Bolivia vive la enésima
versión de la pelea que la ha paralizado desde siempre: la lucha por una
cantidad insuficiente de recursos”. No importa la fecha, porque esta
constatación es válida en cualquier momento.

 

La cuestión es que, hoy, la movilización social parece incapaz de reeditar
la revolución que llevó a Evo Morales al poder. El MAS, que en sus años en
el poder fue burocratizando su base social, fortaleciendo lazos clientelares
y apelando a empleados públicos más o menos coaccionados, está desgastado
política y moralmente. Pero la oposición también parece débil para concretar
su ansiada contrarrevolución. Más allá del propio Morales está aún una parte
importante de la Bolivia popular que, como nunca antes, ocupó partes del
estado y del poder. Solo la fantasía de proscribirla puede ser
potencialmente explosiva. La duda es si la salida pactada podrá plasmarse,
esta vez, en un proceso electoral que abra un escenario en el que la disputa
se canalice en a través de un proceso electoral transparente. 

 

* Periodista e historiador. Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad.

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