Chile/ Revuelta popular. “No son 30 pesos, son 30 años” [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Oct 24 10:05:28 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

24 de octubre 2019

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Chile

 

Cr贸nica de la revuelta

 

Las grandes alamedas 

 

Treinta a帽os despu茅s de la vuelta a la democracia, el pueblo chileno se levant贸 contra el lastre econ贸mico y social heredado de la dictadura pinochetista y su transici贸n. Celebrado como 鈥渕odelo鈥 por la derecha latinoamericana, el neoliberalismo trasandino, protegido por gobiernos conservadores y progresistas, consagr贸 la desigualdad y el privilegio en casi todos los aspectos de la vida social. Al hartazgo popular, el gobierno de Sebasti谩n Pi帽era ha enfrentado la prepotencia militar: estado de emergencia y toque de queda mediante, la violencia en la calle ya se ha cobrado cerca de una veintena de muertos y centenares de heridos. Sin embargo, miles contin煤an en las calle y el gobierno comienza a retroceder. Chile despert贸.

 

Luis Thielemann/Nicol谩s Rom谩n, desde Santiago de Chile

Brecha, 24-10-2019

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En alg煤n momento del lunes 14 o el martes 15 de octubre, los estudiantes del secundario se autoconvocaron por medio de las redes sociales para saltar torniquetes de forma masiva en las l铆neas del tren metropolitano subterr谩neo de Santiago. Liceos del centro y la periferia de la ciudad se reun铆an con la consigna 鈥淓vadir, no pagar, otra forma de luchar鈥. La lucha de los secundarios ha sido una t贸nica del sacudimiento social en las postrimer铆as, de nunca acabar, de la posdictadura chilena: mochilazo en 2001, revoluci贸n ping眉ina en 2006 y, en 2011, el 煤ltimo estallido, una rebeli贸n estudiantil que movi贸 los s贸lidos cimientos de los pactos neoliberales de la administraci贸n chilena.

 

Al final de la semana, el gobierno metropolitano dict贸 la securitizaci贸n del subterr谩neo: perros, antimotines, fusiles de balas de goma, gases por todos los t煤neles. Se contaban por decenas los efectivos de la polic铆a en una guerra por un objetivo que parec铆a absurdo: no permitir que la desobediencia estudiantil copara el tren subterr谩neo para saltar los molinetes. La batalla tuvo su apoteosis el viernes 17 de octubre, cuando las autoridades del tren decidieron cerrar las puertas de las seis l铆neas de la red. De la evasi贸n de los j贸venes, que pagan 230 pesos chilenos (0,32 d贸lares), se pas贸 a una crisis del transporte que desemboc贸 en un estallido social.

 

La respuesta de las autoridades fue desmedida. La policializaci贸n del tren ante las evasiones masivas y las lacrim贸genas lanzadas a los pies de las personas que esperaban entrar a una estaci贸n tuvieron un efecto de capilarizaci贸n de la lucha pol铆tica. Quienes en la tarde no pod铆an tomar el metro para volver a sus hogares decidieron con dignidad que prefer铆an caminar. Fue com煤n esa tarde escuchar el apoyo a los estudiantes: 鈥渓os apoyo鈥, 鈥渘osotros los seguiremos鈥, 鈥渆sto se acab贸鈥, 鈥渆ste pa铆s es muy caro鈥, 鈥渉ay mucha desigualdad鈥. Con el boca a boca y las redes sociales la temperatura social sub铆a.

 

A las seis de la tarde del viernes 18, una hora antes del cierre de las estaciones en los barrios c茅ntricos de Santiago, el caceroleo era intenso y espont谩neo, y las calles estaban salpicadas de piquetes y barricadas. La cacerola repiqueteaba con furia contenida ante un alza del boleto presuntamente administrado por un comit茅 de expertos.

 

De repente todo explot贸. Dos o tres horas despu茅s del cierre del subterr谩neo la insubordinaci贸n era general. La del viernes posiblemente ser谩 recordada como una noche de barricadas, protesta y dignidad. La movilizaci贸n escal贸 y tanto los medios como las redes sociales informaron que la ciudad daba rienda suelta a su rabia de punta a cabo, por lo bajo. Cuatro estaciones del tren metropolitano ardieron en llamas en la incinerada remembranza de obreros que queman m谩quinas y f谩bricas en su ira contra la patronal. Al terminar el fin de semana hab铆a decenas de estaciones totalmente destruidas, casi un centenar con da帽os graves y muchos vagones quemados. Se estima que el sistema estar谩 funcionando con la capacidad m铆nima durante medio a帽o. Adem谩s, hubo saqueos a supermercados, ataques a comisar铆as e incendios de galpones. Rebeli贸n contra los s铆mbolos m谩s claros del dominio neoliberal, intuitivos pero claros. C贸lera patente contra los s铆mbolos de una crisis que no se agota all铆, la revuelta devino material, estallido palpable.

 

La consigna estudiantil inicial se volvi贸 pasado remoto ante una sublevaci贸n cuyo 煤nico liderazgo hasta ahora es el hast铆o de vivir en uno de los ocho pa铆ses m谩s desiguales del mundo, el 煤nico donde el agua pertenece a privados, un pa铆s administrado por una partidocracia indolente y desafectada. La contestaci贸n viene de una nueva versi贸n del movimiento social, organizada en torno a los polos del feminismo y la lucha por pensiones justas. La revuelta muestra as铆 una novedad impresionante de nuevos actores del siglo XXI: trabajadoras precarias, mujeres estudiantes, j贸venes activistas y, en general, una clase trabajadora que est谩 de vuelta del fin de la historia y la despolitizaci贸n de la d茅cada del 90.

 

Las primeras balas 

 

Ya empezada la noche del viernes 18, la polic铆a no conten铆a las manifestaciones espont谩neas, y el momento en que el presidente tomar铆a la palabra se hac铆a esperar. Sebasti谩n Pi帽era, el presidente millonario, quien durante las primeras horas del estallido fue fotografiado en un restor谩n en el suburbio rico de Santiago, se rehusaba a salir en la pantalla con una respuesta. Sin justificar su ausencia, al cabo de cuatro o cinco horas declar贸, imperturbable, el estado de emergencia 鈥搖na excepci贸n constitucional鈥 y nombr贸 al general Javier Iturriaga del Campo (sobrino de un represor de la dictadura procesado) jefe de la seguridad nacional y encargado de la capital de Chile. El militar tom贸 el micr贸fono, se permiti贸 hacer una broma futbolera y enunci贸 las condiciones del estado de emergencia. Los soldados estaban ahora en la calle, disparando a civiles desarmados.

 

La desdichada manu militari fue invocada, as铆 como la posibilidad de cerrar el di谩logo entre instituciones civiles. En plena crisis social, los carapintadas fueron los primeros actores en cruzar el umbral del palacio de gobierno. Filas de uniformes de campa帽a entraron a la casa del presidente en un desfile de ministros y militares. Antes que cualquier actor del mundo social, que cualquier congresista. El poder en su versi贸n b谩sica se tomaba las horas de la madrugada del s谩bado para afrontar la crisis.

 

Dif铆cil enumerar la concentraci贸n de momentos a partir de entonces. La insubordinaci贸n se torn贸 general y el petitorio inicial de congelaci贸n de precios fue desbordado; poco importa ahora la dolida declaraci贸n de la rebaja hecha por el presidente millonario durante la noche. Hay violencia popular y saqueo, hay violencia por parte del Estado.

 

A partir del fin de semana las patrullas militares se despliegan por la ciudad cada noche. Al pasar, las ruedas de los veh铆culos anfibios rugen y se acoplan en las calles de Santiago, Valpara铆so, Concepci贸n, Rancagua y La Serena. Los videos de baleos a casas, civiles desarmados y personas que protestan por una detenci贸n ilegal se multiplican hasta la angustia. Si el viernes pasado los antimotines persegu铆an a escolares, tres noches despu茅s la ciudad estaba sitiada por el patrullaje de los carapintadas con fusiles de guerra cruzados en el pecho. De los muertos, hasta el momento apenas se conocen los n煤meros de dudosa credibilidad que entrega el gobierno (unos 18 al cierre de esta edici贸n, N. del E.), pero nada de nombres o las formas en que murieron. Chile est谩 en estado de excepci贸n hace ya cinco d铆as y bajo su manto se acumula un enorme registro de violaciones de los derechos humanos.

 

Como parte del estado de excepci贸n, los militares impusieron el toque de queda. Treinta a帽os hab铆an pasado de la 煤ltima vez que esta medida fue dictada. Aquello moviliz贸 a las capas medias y a una inmensa mayor铆a que todav铆a tiene una posici贸n antidictatorial. El escaso apoyo que a煤n manten铆a Pi帽era en esos sectores se disolvi贸 con esta decisi贸n. Pasado el toque de queda del s谩bado, el caceroleo se volv铆a intenso; la gente desafiaba con ollas y la voz quebrada desde las barricadas, 鈥渇uera militares鈥, desobediente al llamado de restricci贸n de circulaci贸n; los soldados, impotentes, respond铆an con balazos nerviosos.

 

Santiago ensangrentada 

 

鈥淓l pueblo unido jam谩s ser谩 vencido鈥, 鈥渘o tenemos miedo鈥 y 鈥淐hile despert贸鈥 se convirtieron en las consignas de la revuelta. Al empezar esta semana, las organizaciones sociales y los parlamentarios de izquierda ped铆an que se suspendiera el estado de emergencia y se devolviera a los militares a los cuarteles. El Partido Comunista anunci贸 que no se reunir铆a con el presidente en tanto los militares estuvieran en las calles. El Frente Amplio elabor贸 una lista de reclamos para el gobierno, pero finalmente se adhiri贸 a la posici贸n del PC.

 

Ese mismo d铆a, los portuarios declararon el paro nacional. Los sindicatos estudiantiles y las agrupaciones feministas y de derechos humanos llamaron a la huelga. Imposible que ese fuera un d铆a normal. Desde el fin de semana, parlantes con m煤sica de resistencia a la dictadura se estrenan en la calle con canciones que se acuerdan por medio de las redes sociales. El tiempo de la huelga se ha vuelto una s铆ntesis de momentos diversos y divergentes, tiempos de elaboraci贸n micropol铆tica y an谩lisis de los grupos de izquierda. Tras el silencio del gobierno 鈥搒ilencio inc贸modo ante sus reiteradas reuniones con el secretariado de los grandes grupos de supermercadistas鈥, a primera hora del lunes, el presidente, con estilo neroniano, declar贸: 鈥淓stamos en guerra. Hay un enemigo coordinado鈥.

 

Nadie le crey贸. El rey estaba totalmente desnudo. Pasaron los minutos y la ciudadan铆a respondi贸 en la calle que no hay guerra. La estrategia comunicacional se desmantel贸 con el esfuerzo de los medios alternativos, los chats familiares y los tutoriales sobre la doctrina del shock. Iturriaga, el militar a cargo de la seguridad nacional, se declar贸 de inmediato 鈥渦n hombre feliz鈥 y aclar贸 no estar en guerra con nadie. Su declaraci贸n temper贸 el ambiente y contradijo al presidente. Sin embargo, no se condijo con el desfile de tropas por las principales ciudades del pa铆s. Los baleos a civiles desarmados y los muertos siguieron.

 

La peor de las postales de estas jornadas es la represi贸n: los uniformados, rodilla en el suelo en posici贸n de tiro, frente a una columna que sube a los suburbios adinerados de la ciudad, la parte oriente de la capital. Noches de toque de queda y simulacros de fusilamiento. Los militares no est谩n preparados para devolver la paz, sino para llevar la guerra contra la revuelta.

 

驴Cu谩ndo nos acostumbramos a esto?, 驴cu谩ndo ese horror militar en la calle se volvi贸 una imagen en la retina? Es real. Todo. Las calles atestadas de gente, los gritos en la noche, la protesta despu茅s del toque de queda, las declaraciones ineficientes del gobierno. Hay perplejidad en todos los chilenos por el grado de violencia in茅dito. En cosa de d铆as, se devel贸 el fracaso de los pretendidos avances en derechos humanos en los cuerpos policiales y militares del Estado.

 

Finalmente, el lunes de noche, surgi贸 un llamado del gobierno para reunirse al d铆a siguiente con todos los partidos, deso铆do por la mayor parte de la izquierda, aunque algunos miembros de la antigua Nueva Mayor铆a asistir铆an. Despu茅s de esa reuni贸n, en cadena nacional Pi帽era anunci贸 medidas de reforma que, aunque no tocan el coraz贸n del modelo y tal vez s贸lo son una base de negociaci贸n espinosa y dif铆cil, demostraron inmediatamente que su programa de profundizaci贸n neoliberal est谩 muerto.

 

Renacer谩 mi pueblo 

 

Sin salida pol铆tica visible, la protesta se expande y grita, pulsa a su ritmo. Pueden ser as铆 las revueltas, alucinantes y desgarradoras, fervientes, un tiempo robado y un presente solidario ante la precariedad neoliberal. El 煤ltimo 8 de marzo esa fue la consigna: contra la precarizaci贸n de la vida. El feminismo all铆 demostr贸, pac铆ficamente que las masas quer铆an dignidad para vivir.

 

El mi茅rcoles 23 hubo una protesta nacional, con una huelga general y una movilizaci贸n en los centros de las ciudades. Aunque la izquierda y los movimientos organizados recuperaron as铆 algo de conducci贸n sobre la rabia de las masas, en la periferia la protesta masiva se retir贸 y la revuelta va quedando cada vez m谩s apagada. Pero nada volver谩 a ser normal. Lo que se viene ser谩 largo e impredecible, aunque ya se delinean ciertos marcos y t茅rminos, en la propuesta de Pi帽era. Pero no ser谩 pac铆fico ni simple su camino en el Parlamento.

 

Esta revuelta se va a acabar, tal vez ya lo est谩 haciendo, pero las masas movilizadas dif铆cilmente se retirar谩n de la lucha. Hay una mayor铆a popular que le perdi贸 el miedo a la violencia y el respeto total a la autoridad, y, frente a ella, una autoridad que ni con balas puede reimponer su legitimidad, s贸lo el terror. El mito del neoliberalismo modelo y en democracia del calmo Chile est谩 destruido, y el duopolio pol铆tico gobernante de las 煤ltimas tres d茅cadas, que tambaleaba trizado hace un tiempo, no tiene capacidad de nada. S贸lo existe la violencia del Estado y una econom铆a que a煤n funciona. No es poco. Pero los t茅rminos cambiaron. De aqu铆 en m谩s es muy dif铆cil que el neoliberalismo pueda avanzar, y la baraja pol铆tica est谩 totalmente abierta. Hay mucha confusi贸n y poca claridad pol铆tica entre las fuerzas de cambio, pero la certeza m谩s importante y alegre es que, luego de d茅cadas de estar desahuciada por pol铆ticos y acad茅micos, hay una intuitiva disposici贸n de las masas al conflicto de clase.

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鈥淣o son 30 pesos, son 30 a帽os鈥 

 

Karol Morales * 

Brecha, 24-10-2019

 

Tal como se ha difundido ampliamente, el alza de la tarifa del metro 鈥揺l principal medio de transporte p煤blico en la capital鈥 sumado a las insultantes declaraciones de los ministros de gobierno en torno a las necesidades sociales fueron la gota que colm贸 el vaso de la sociedad chilena. Con ella comenzaron las manifestaciones hace m谩s de una semana en las calles de varias ciudades del pa铆s.

 

No son 30 pesos, son 30 a帽os. As铆 reza uno de los m煤ltiples virales compartidos en las redes sociales, en referencia a los 30 pesos de aumento del pasaje de metro versus los 30 a帽os de 鈥渢ransici贸n a la democracia鈥, pactada en el plebiscito de reforma a la Constituci贸n de 1989 entre los partidos pol铆ticos (todos menos el Partido Comunista, por entonces todav铆a ilegalizado) y el r茅gimen militar. Es precisamente esa democracia pactada, tutelada y amarrada a los pilares dictatoriales consagrados en la Constituci贸n pinochetista a煤n vigente en el pa铆s la causa del enorme malestar contenido, que ahora explota con una fuerza inusitada.

 

La superexplotaci贸n de la fuerza de trabajo, con bajos salarios sostenidos por la negaci贸n de la negociaci贸n colectiva sectorial y el derecho a huelga efectiva; la privatizaci贸n de los recursos naturales y el caso 煤nico en el mundo en que el agua es un bien privado; la inexistencia de un sistema de seguridad social que se expresa en la administraci贸n privada y lucrativa de los ahorros individuales para pensiones v铆a las Administradoras de Fondos de Pensiones (Afp); el desmantelamiento de la educaci贸n p煤blica y la enorme deuda educativa para acceder a la educaci贸n superior son algunos de esos pilares dictatoriales sostenidos y profundizados por los gobiernos del duopolio, (1) que dan como resultado un Chile con 铆ndices macroecon贸micos que lo sit煤an en el club de los pa铆ses de altos ingresos, pero con una enorme y dolorosa desigualdad.

 

Esa desigualdad no es s贸lo econ贸mica, sino tambi茅n jur铆dica. La consolidaci贸n progresiva de una justicia para pobres y otra para ricos queda expresada una y otra vez en los continuos 鈥減erdonazos鈥 tributarios y penas irrisorias a la elite empresarial y pol铆tica. Ninguno de los recientes condenados por el financiamiento ilegal de los partidos o las colusiones empresariales recibi贸 pena de c谩rcel, sino s贸lo multas mucho menores a las ganancias obtenidas del delito. La figura del presidente de la rep煤blica refleja mejor que nadie esta realidad: un empresario que ha hecho su fortuna a costa de evasi贸n tributaria y que jam谩s ha pagado por ello.

 

驴Una luz de esperanza? 

 

Y entonces comenzaron las evasiones del metro por parte de los estudiantes secundarios, los mismos actores que en la revoluci贸n ping眉ina de 2006 y el movimiento estudiantil de 2011 fueron protagonistas de las primeras protestas, que luego se extendieron a amplios sectores de la poblaci贸n y a todas las regiones del pa铆s.

 

El estallido social de estos d铆as expresa la rabia acumulada por tanto tiempo, y por todo. Es una rabia contra el abuso, contra la injusticia cotidiana y contra la frustraci贸n del bienestar que se supone nos traer铆a el consumo, pero que no llega; porque lo cierto es que 鈥渆l modelo鈥 s贸lo se sostiene sobre la base de una enorme y constante presi贸n sobre los trabajadores y las familias que se endeudan para satisfacer las necesidades m谩s b谩sicas. Como se ha afirmado por diversas acad茅micas y especialistas estos d铆as, la presi贸n ya era excesiva y s贸lo pod铆a estallar: 鈥淟as elites apretaron la tuerca demasiado鈥.

 

La deslegitimaci贸n de la autoridad del Estado se manifiesta hoy en el desacato al toque de queda, donde los barrios siguieron en pie manifestando su rechazo a la militarizaci贸n y a la criminalizaci贸n de la protesta social. Y esto parece una luz de esperanza, de que de esta crisis se puede salir dando un paso hacia una mayor justicia social.

 

Tambi茅n puede ser lo contrario. La protesta popular es desorganizada, como lo es la explosi贸n de la rabia. No tiene una direcci贸n clara, ni un programa reivindicativo, y ning煤n actor pol铆tico, ni siquiera los partidos de izquierda tradicionales (Partido Comunista) o nuevos (Frente Amplio) est谩n legitimados para erigirse en representantes de ese malestar.

 

Lo m谩s preocupante es que el manejo de la crisis por parte de las 茅lites 鈥搚a sea por incapacidad o por voluntad activa鈥 busca crear un escenario de caos y de construcci贸n de un enemigo interno como fantasma y justificaci贸n para el actuar belicista, en aras del reestablecimiento del orden p煤blico como objetivo superior al que subordinar cualquier otra leg铆tima demanda popular. Las declaraciones de Pi帽era afirmando que 鈥渆stamos en guerra鈥 no pueden ser m谩s elocuentes de esta voluntad de terminar la protesta popular por la fuerza.

 

En esa l铆nea, nuevamente los medios de comunicaci贸n masiva hacen una contribuci贸n inestimable al poner el 茅nfasis exclusivo en los saqueos y propagar la sensaci贸n de inseguridad en los propios barrios, alimentando la versi贸n oficialista del conflicto. El resultado previsible de insistir por esta v铆a es una situaci贸n pol铆tica nacional en la que la ultraderecha sale fortalecida y se desactiva la crisis estructural, aunque s贸lo temporalmente, con un saldo elevado de v铆ctimas mortales.

 

En el quinto d铆a de las protestas masivas, la convulsi贸n no parece todav铆a tener una direcci贸n clara. Est谩 todo por definirse. Las convocatorias de los estudiantes y la coordinadora feminista 8M a movilizarse, las huelgas de los trabajadores portuarios y sectores mineros que ya est谩n en curso, los llamados a paros sectoriales y generales en los sucesivos d铆as ser谩n determinantes en el curso de los hechos.

 

Los actores constituidos y que han protagonizado las demandas estructurales de la poblaci贸n en los 煤ltimos a帽os, como el movimiento por las pensiones, por la educaci贸n p煤blica, por la salud, por la recuperaci贸n del agua, entre otros, tienen la posibilidad de erigirse en los representantes legitimados socialmente para abordar un programa m铆nimo y una hoja de ruta, junto con las fuerzas pol铆ticas antineoliberales, que permita una salida hacia una mayor justicia social o, en otras palabras, terminar con la herencia dictatorial. Si seremos capaces de avanzar hacia all谩, todav铆a est谩 por verse.  

 

* Investigadora chilena del Instituto Universitario de Investigaci贸n para el Desarrollo Social Sostenible de la Universidad de C谩diz y miembro de la Coordinadora No M谩s Afp.

 

Nota 

 

1) Refiere a las dos coaliciones de partidos pol铆ticos (la derecha, Alianza por Chile, y la ex Concertaci贸n, de centroizquierda) que participaron de los pactos transicionales y que garantizaron la administraci贸n del modelo heredado de la dictadura mediante el sistema electoral binominal.

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Ingreso medio de la poblaci贸n chilena

 

De la rabia popular a la alternativa revolucionaria 

 

Igor Goicovic Donoso * 

Brecha, 24-10-2019

 

El 18 de julio de 2019 el Instituto Nacional de Estad铆sticas inform贸 al pa铆s que el ingreso medio de la poblaci贸n chilena asciende a 379.673 pesos, es decir, la mitad de los chilenos sobrevive de manera precaria con no m谩s de 520 d贸lares mensuales. A contrapelo de lo anterior, el 1 por ciento m谩s rico de la poblaci贸n (no m谩s de 170 mil personas) concentra el 33 por ciento de la riqueza total. Este mismo 1 por ciento m谩s rico de Chile recibe 2,6 veces m谩s ingresos que el 1 por ciento m谩s rico en pa铆ses como Estados Unidos, Canad谩, Alemania, Jap贸n, Espa帽a y Suecia.

 

Pero, como si la inequidad no fuera suficiente, las autoridades del gobierno se encargaron de enrostrarles a los m谩s humildes todo su desprecio y su falta de escr煤pulos. De esta manera, el ministro de Econom铆a, Juan Andr茅s Fontaine, en el momento de comunicar, a comienzos de octubre, el alza en el pasaje del metro, recomend贸 a los trabajadores 鈥渓evantarse m谩s temprano鈥, a fin de acceder a tarifas reducidas, y su par de Hacienda, Felipe Larra铆n, les sugiri贸 鈥渃omprar flores鈥, ya que estas hab铆an bajado de precio en setiembre.

 

Esta actitud displicente frente a los pobres contrasta ampliamente con la postura genuflexa que normalmente adopta la clase pol铆tica frente a los delitos cometidos por los poderosos. As铆, toda la poblaci贸n ha sido testigo del 鈥渏uicio abreviado鈥 que benefici贸 a los empresarios y los dirigentes de la Uni贸n Dem贸crata Independiente en el caso de fraude al fisco conocido como Penta (2013鈥2015), que culmin贸 con penas que consist铆an en que los principales inculpados tomaran clases de 茅tica. Ha sido testigo, tambi茅n, de los millonarios desfalcos de fondos p煤blicos protagonizados por los altos mandos de Carabineros y el Ej茅rcito (2017), as铆 como de las colusiones empresariales de la industria farmac茅utica, del papel higi茅nico y de procesadoras de pollos, entre muchas otras. Todo ello en una sociedad en la que los derechos sociales de los m谩s humildes (educaci贸n, salud, vivienda, previsi贸n social, etc茅tera) se encuentran sistem谩ticamente negados.

 

Pero los trabajadores y el resto del pueblo se cansaron. Se cansaron de la explotaci贸n, la miseria, el maltrato, la discriminaci贸n, el abuso y la burla. Como en muchas otras ocasiones, fueron los j贸venes los primeros en salir a las calles, ocupar las estaciones de metro, desbordar los torniquetes y evadir el pago de los pasajes del transporte p煤blico. Pero luego sus madres y padres, y sus abuelos y abuelas se tomaron la noche al ritmo de las cacerolas y al calor de las barricadas. Manifestaciones multitudinarias y bulliciosas ocuparon el espacio p煤blico y superaron completamente la capacidad represiva del Estado. El s谩trapa de turno decret贸 鈥揷omo probablemente lo hubiese hecho cualquier otro representante de las clases dominantes鈥 el estado de emergencia, sac贸 鈥揳l igual que la dictadura en su momento鈥 a los militares a las calles e impuso un estricto toque de queda. M谩s de 1.200 detenidos, m谩s de 88 personas heridas y aproximadamente 18 fallecidas (varias de ellas asesinadas por la maquinaria represiva) es el balance parcial de las movilizaciones.

 

La prensa oficial, vergonzosamente alineada con los poderosos, ha puesto el acento en los desbordes delictuales, sin discutir ni analizar las causas profundas que incubaron y detonaron el malestar social. Ni siquiera ha intentado profundizar en las circunstancias en las que perdieron la vida las personas ca铆das, cuyas identidades, incluso, se desconocen hasta el momento. Para esta prensa basura, los partes oficiales son un antecedente suficiente.

 

A pesar de la represi贸n, a pesar de la desinformaci贸n, a pesar de las maniobras espurias de quienes administraron el sistema en el pasado y hoy pretenden obtener r茅ditos de las protestas, los trabajadores y el resto del pueblo contin煤an movilizados. Las reivindicaciones son amplias y se encuentran escasamente formalizadas. Son parte de una intuici贸n extendida, que pone de manifiesto que las cosas no andan bien, que es necesario cambiarlas, pero sin mayor claridad respecto de la orientaci贸n y la extensi贸n de dicho cambio. Se hace imprescindible que las organizaciones populares, aquellas que se han articulado en torno a la Central Clasista de Trabajadores, asuman roles m谩s protag贸nicos en la vertebraci贸n local, regional y nacional de la protesta. No basta con coordinar acciones a trav茅s de las redes sociales: es imprescindible coordinar pol铆ticamente los objetivos de corto y mediano plazo que debe tener la movilizaci贸n popular. Esta, como ha quedado ampliamente demostrado en la historia, tiene fases: incubaci贸n, explosi贸n, desarrollo y agotamiento. Podemos extender la fase de desarrollo, pero esta no es sostenible en el mediano o largo plazo y, como tambi茅n indica la historia, las resacas de las derrotas suelen ser amargas y profundas.

 

Esta explosi贸n de rabia y movilizaci贸n popular nos deja varias lecciones. Primero, que, pese a todas las campa帽as de intoxicaci贸n medi谩tica, el sistema neoliberal s贸lo se ha arraigado superficialmente en los sectores populares. Para los trabajadores y el resto del pueblo, el modelo econ贸mico y social impuesto por la dictadura y reafirmado por los sucesivos gobiernos civiles es s贸lo un cascar贸n vac铆o, carente de soluciones para sus anhelos y necesidades. Segundo, que las pr谩cticas legalistas inveteradas, sobre las cuales se construy贸 hist贸ricamente la izquierda, est谩n obsoletas. Ni la parlamentarizaci贸n de la pol铆tica ni los espacios de la legalidad burguesa tienen nada para ofrecerles a los sectores populares. S贸lo la movilizaci贸n radical de masas y, en especial, las diferentes formas de acci贸n directa trastocan el escenario pol铆tico, dividen y atemorizan a la burgues铆a, y obligan a sus lacayos a retroceder. Tercero, que sin organizaci贸n y direcci贸n revolucionaria del proceso pol铆tico la revuelta s贸lo se traduce en una explosi贸n de descontento que, circunstancialmente, obliga a un reajuste del sistema de dominaci贸n, pero que, en rigor, no modifica sus rasgos estructurales. Una salida de esta naturaleza no s贸lo nos devuelve a la marginalidad pol铆tica, sino que tambi茅n acent煤a la desarticulaci贸n, el desarme y la desmovilizaci贸n del campo popular.

 

Las tareas son m煤ltiples y urgentes, y la m谩s relevante, sin lugar a dudas, es acompa帽ar a los trabajadores y al resto del pueblo en sus movilizaciones y demandas, pero teniendo claro que depende de los revolucionarios y sus organizaciones la posibilidad de generar las condiciones pol铆ticas para avanzar hacia el cambio estructural que el pa铆s y la regi贸n necesitan. 

 

* Historiador de la Universidad de Santiago de Chile.

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