Brasil/ La uberización del trabajo es peor para las mujeres [Julia Dolce]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 7 15:48:44 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

7 de setiembre 2019

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Brasil



La uberización del trabajo es peor para las mujeres



Cuatro millones de personas trabajan para empresas de aplicaciones de
servicios en Brasil, sin vínculos contractuales formales. Repartidoras,
conductoras, manicuristas y jornaleras explican cómo la informalidad de las
aplicaciones genera precariedad laboral.



Julia Dolce *

Agéncia Pública, 29-5-2019

https://apublica.org/

Revista Lento, 7-9-2019

https://lento.ladiaria.com.uy/



Años de experiencia como chofer de pruebas en fábricas de automóviles, donde
recibió clases sobre la postura de manejo adecuada, no fueron suficientes
para evitar que Tatiana Francisca de Souza se enfermara con las aplicaciones
para conducir. De 29 años y originaria de Minas Gerais, fue despedida en
2017, cuando les dijo adiós al contrato y a los controles de salud
semestrales a cargo de la compañía y comenzó a trabajar con Uber. A
principios de este año, las largas horas que lleva pagar las cuentas
comenzaron a tener sus impactos.



Primero vino el diagnóstico de un principio de infarto, generado por el
estrés excesivo que pasaba en las calles. Luego, una inflamación en la
región cervical que la llevó a perder movilidad en la mano derecha. Las
enfermedades ocupacionales dejaron a Tatiana en reposo durante algunas
semanas. Tres médicos distintos le dijeron que tendría que acortar las horas
de trabajo si quería mejorar. Como resultado, las cuentas se fueron
acumulando. Única fuente de ingresos de su familia, con lo que gana como
conductora de aplicaciones Tatiana mantiene a sus dos hijas pequeñas, de
cinco y ocho años, y también a su madre anciana.



Después de recuperar el movimiento de sus dedos en cinco sesiones de
fisioterapia, interrumpió su tratamiento para volver a manejar. “Se arruinó
todo. Cuando llegó marzo, tuve que manejar más para pagar el alquiler
atrasado de mi auto. Después vinieron las facturas. Tengo tres facturas de
electricidad y tres de agua sin pagar”. Tatiana dice que no ha tratado de
contactar a la compañía porque no hay “espacio para eso”. “Uber no ofrece
apoyo, ni siquiera le importa si estás trabajando, si te sentís enfermo. Así
que los conductores estamos muy unidos, estamos el uno para el otro”.



Tatiana forma parte de las casi cuatro millones de personas que integran la
categoría de trabajadores de empresas de aplicaciones de servicios en
Brasil, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. Para estas
empresas, esos trabajadores se describen como “autónomos”, sin mantener
ningún vínculo laboral.



Si la “uberización”, como se conoce el fenómeno, ha despertado discusiones
en la sociedad durante algún tiempo, principalmente debido a la inseguridad
causada por la informalidad, la brecha de género dentro de ese ámbito sigue
siendo un asunto poco tratado. Para las pocas investigadoras que lo
analizan, tal como pasa en otros formatos laborales, las más afectadas por
esta transformación económica son las mujeres.



Esto es lo que señala la abogada laboral Fernanda Caldas Giorgi. “Es una
desigualdad transversal. No importa cuántas formas de trabajo y legislación
se creen, habrá una diferencia en la manera en que se aplican para hombres y
mujeres”, considera. Según la abogada, debido a la cultura patriarcal, esta
desigualdad ya está presente en el trabajo formal y se expresa en puntos que
van desde las diferencias salariales hasta la doble jornada que ejercen las
mujeres que, además de trabajar, siguen siendo amas de casa y se ocupan
solas de la crianza de los hijos.



El 8 de mayo los conductores de la empresa Uber hicieron un paro en ciudades
de todo el mundo para exigir derechos tales como mayores garantías de
seguridad de parte de la empresa y reducción de la tasa que se les descuenta
por viaje. El paro se estableció para el día en que la multinacional
empezaría a cotizar en la Bolsa de Nueva York, y recaudaría 8.100 millones
de dólares con la venta de acciones. Esta transacción no representa ningún
cambio en los bolsillos de millones de conductores de la aplicación, ya que
no son considerados empleados.



De acuerdo con Giorgi, que es consultora de la Central Única de Trabajadores
a través del estudio de abogados LBS, todavía no hay consenso en la
legislación laboral acerca de esta relación. En su opinión, el crecimiento
de este nuevo y polémico modelo es “aterrador”.



La abogada explica que hoy la ley brasileña “no da cuenta” de esta nueva
modalidad de trabajo, que genera jurisprudencia múltiple. En última
instancia, en su opinión, las empresas se benefician de una especie de
precarización y de la falta de regulación. “Existen incluso decisiones
contradictorias sobre si los conductores son empleados o trabajadores
autónomos. De este modo, hay lugar para discutir dónde encaja esa situación.
Cuando defiendo al trabajador, tiendo a ver esta relación mucho más cercana
al empleo. Desde el punto de vista jurídico, tengo de un lado a alguien que
posee los medios de producción y del otro lado a alguien que vende la fuerza
laboral”, agrega.



Aunque las aplicaciones defienden la autonomía de los trabajadores, muchos
especialistas creen que esta libertad de hecho no existe. “No veo al
conductor de Uber con libertades, veo características de selección de
personal y subordinación”, dice Giorgi. Tener que cumplir ciertos requisitos
o pasar por una selección para trabajar con la empresa, así como que haya
precios preestablecidos por las propias aplicaciones y sanciones y multas
para los trabajadores son algunos ejemplos de esta relación de control. Para
los trabajadores de aplicaciones con los que hablamos, este exceso de
deberes y la falta de derechos también pesan más sobre las mujeres.



Tatiana llegó incluso a agradecer, al final de la entrevista, por haber sido
escuchada. “Es un placer saber que hay personas que están preocupadas por
las mujeres que manejamos, porque nadie nos cuida, estamos jugadas”,
lamenta. Su caso se volvió emblemático, incluso entre los demás conductores,
para ejemplificar el daño de la informalidad de la profesión. Fue sólo con
ayuda de ellos que la conductora y madre soltera consiguió organizarse
financieramente, por medio de una colecta convocada principalmente en los
grupos de Telegram y Whatsapp que habían sido creados para organizar el
paro. “Me prestaron los chicos de los grupos. Si no fuera por ellos, habría
perdido mi casa”.



Dolor para pagar las cuentas



Hasta enero, la jornada laboral de Tatiana comenzaba a las 6.00 y a menudo
se extendía hasta las 18.00. En ese tiempo, la conductora paraba sólo para
ir a buscar a sus hijas a la escuela y almorzar. “Era mucho calor, tránsito,
estrés. Estás desesperada por pagar tus facturas y hay que hacer más y más
viajes”, explica.



Una mañana había estado manejando durante algunas horas cuando comenzó a
sentirse muy mareada. En la ansiedad por cumplir la meta, se echó agua en la
cara y siguió conduciendo. Después de dos pasajeros más, Tatiana finalmente
se detuvo para descansar. “Todo rodó, tenía el estómago revuelto. Mi madre
me sacó del auto. Ni siquiera podía hablar. Mi presión arterial era
disparatada”, dice ella. Fue el comienzo del ataque cardíaco.



Tan pronto como regresó al volante, Tatiana creyó que pronto lograría
recuperar el tiempo de trabajo perdido. El optimismo duró poco: a fines de
abril se sintió mal una vez más mientras manejaba. Algunos días después le
diagnosticaron dengue y tuvo que hacer reposo durante dos semanas. Además,
la necesidad de renovación de la libreta de conducir se agregó a los gastos
diarios.



A pesar de las dificultades financieras, Tatiana cuenta que decidió hacer el
paro el 8 de mayo. “Quería manejar, porque el precio dinámico subió y
necesitaba el dinero, pero con todo el sacrificio hice el paro, porque una
golondrina no hace verano. Paré para conseguir una mejora”, explica.



La conductora lamenta que en la agenda del movimiento de la recién creada
categoría de trabajadores de aplicaciones no se haya contemplado incorporar
derechos sobre enfermedades ocupacionales, o incluso pautas específicas para
las mujeres conductoras. “Nos gustaría ser un poco mejor valorados. Hoy
hacemos Uber para sobrevivir”. Además, según Tatiana, cuando comenzó a
manejar con Uber obtuvo un ingreso mucho mayor que el actual. Desde julio de
2018 el monto transferido al conductor dejó de ser una tarifa plana de 25%,
y pasó a un monto variable según la distancia y la duración de cada viaje.



El miedo a volver a tener síntomas de depresión causados por el exceso de
trabajo hizo que una conductora de San Pablo, Eliane Maria da Silva,
estableciera un límite de ocho horas de trabajo diarias. “Hay conductores
que hacen 14, 16 horas al día. No tengo la intención de volver a pasar por
eso en la vida ”, dice. Desde noviembre de 2018, cuando fue despedida de su
empleo como gerenta de proyectos de tecnologías de la información, los
viajes en Uber, 99 y Lady Drive —dirigido a mujeres conductoras y pasajeras—
han sido su única fuente de ingresos.

Después de que fue agregada a uno de los grupos de conductores creados para
organizar el paro, a Tatiana se le ocurrió la idea de crear otro parecido
con las pocas mujeres que, calladas, leían los abusos publicados. Su
objetivo, explica, era crear una red de acompañamiento para la jornada
laboral y de localización de las trabajadoras. Al consultar a la empresa,
Uber dijo que no tiene datos específicos sobre la cantidad de mujeres que
trabajan como “compañeras de manejo” y que las parejas “manejan cuando
quieren”. “Es importante tener en cuenta que no es Uber el que contrata los
conductores o compañeros, sino que ellos contratan a Uber para usar la
aplicación, para proporcionar el servicio”, agrega la compañía.



Eliane dice que en el recientemente creado grupo de Whatsapp “Damas al
volante”, compuesto por unas 20 mujeres, las conductoras publican sus
ubicaciones y, cuando una de las participantes no aparece a las pocas horas
del inicio de la jornada, las otras le envían mensajes para preguntarle si
está todo bien: “Publicamos nuestra ubicación después de ocho horas
manejando. Una ayuda a la otra. Estamos alertas si una está mucho tiempo
estacionada en un lugar. Estamos siempre atentas a la seguridad, siempre
pensamos lo peor debido a la violencia en las calles”.



Acoso y maternidad



Parte de la estrategia de Eliane para obtener el ingreso mensual promedio de
3.250 reales es trabajar en las primeras horas del día. Con alta demanda y
precios dinámicos, los conductores acostumbran a optar por los horarios
nocturnos para expandir las ganancias. Pero ese horario, considerado más
peligroso, es mucho más frecuentado por los hombres. “No veo conductoras
mujeres trabajando de noche o de madrugada. Tal vez porque tienen que cuidar
a sus familias y también porque las personas ya están borrachas, lo que, les
guste o no, alienta a los hombres a ‘mostrar sus esencias’”, dice la
conductora, que vive sola y no tiene hijos.



“La vulnerabilidad para las mujeres es un poco complicada, hay mucho acoso
por parte de los pasajeros. Me pasó algunas veces. Hace poco tiempo, un
pasajero bromeó diciendo ‘ah, bueno, nunca me tocó una conductora’, pero se
me estaba insinuado. Dejé de conversar. Corté la conversación para no dar
lugar a nada”, dice. Según Eliane, las aplicaciones no le ofrecieron
orientación ni instrucciones sobre cómo proceder en situaciones como esa.
“Vamos aprendiendo de la experiencia”.



Si en el caso de Eliane el acoso verbal fue eludido sin mayores
inconvenientes, Tatiana no puede decir lo mismo. Incluso trabajando sólo
durante el día, cuando se siente más segura, ha sido acosada varias veces
por pasajeros. La situación que más la marcó ocurrió un domingo de tarde,
cuando un pasajero se subió al auto y dijo: “Qué linda”. “Me agarró la cara
e intentó besarme. Lo agarré de abajo. Le dije que si volvía a ponerme la
mano encima, llamaría a la Policía”, recuerda.



Tatiana incluso completó ese viaje. Relata que en ese momento informó a Uber
de lo que ocurrió y recibió sólo un mensaje que indicaba que la compañía
lamentaba el incidente, que se pondría en contacto con el pasajero y que a
ella no volverían a aparecerle solicitudes de viajes de él. “Siempre trato
de salir por la tangente, nunca tuve que parar el auto, pero Uber no me dio
ninguna capacitación sobre cómo lidiar con estos casos”.



No sólo el acoso y el miedo al robo o al secuestro atormentan a los
conductores de aplicaciones: la probabilidad de accidentes en el trabajo es
uno de los factores que ahuyentan a las personas que se dedican a manejar de
manera profesional. Para las mujeres, sin embargo, el miedo se duplica
cuando la preservación de su propia vida no es la única preocupación. Es el
caso de Esther de Figueiredo Arantes, directora del Frente Nacional de Apoyo
al Conductor Autónomo (Fanma, por su sigla en portugués), en Belo Horizonte.



Formada en derecho, en 2009 Esther tuvo que renunciar a su trabajo y pausar
sus estudios para centrarse en el cuidado de su hija de cinco años, a quien
le habían diagnosticado cáncer. La niña falleció ese mismo año y Esther pasó
tres años sin trabajo. La idea de trabajar como conductora de aplicaciones
surgió de su padre, que ya se dedicaba a esa actividad. En ese momento ella
eligió inscribirse en Cabify porque creyó que estaría más segura, ya que en
Brasil esa aplicación, a diferencia de otras, mostraba el destino de los
pasajeros antes de que el conductor aceptara el viaje. En ese tiempo,
descubrió que estaba embarazada.



“Trabajé durante ocho meses de gestación sólo en Cabify. Una vez, a los tres
meses, un chico chocó contra mi auto. Estaba asustadísima, sobre todo por mi
experiencia previa con mi hija. Lloré mucho, fue complicado. La empresa no
paga nada en estos casos”.



Después del nacimiento de su hijo, Bernardo, que ahora tiene poco más de un
año, las cuentas no se pagaban sólo con los ingresos de una aplicación. Fue
entonces cuando Esther comenzó a trabajar en 99 y en Uber. En la época en la
que estaba amamantando, dice, sólo trabajaba de madrugada, para poder pasar
todo el día cuidando a su hijo. Hoy en día intercala jornadas diurnas y
nocturnas, que se extienden hasta las cinco de la mañana.



“Le pido a Dios que me proteja y me voy, tomo todas las precauciones,
participo en grupos de localización de mujeres. Mi esposo tiene un
rastreador para acceder a mi ubicación en cualquier momento. Como Uber no
avisa el destino, a veces es de madrugada y voy a parar a una zona
peligrosa”. Una de las principales demandas del movimiento organizado de
conductores, el conocimiento del destino del pasajero, es uno de los cambios
que Uber ha probado desde el año pasado, que comenzó a aplicarse en algunas
regiones de Brasil desde el 15 de mayo.



Si antes Esther conseguía pagar las cuentas con una jornada laboral de seis
horas, hoy necesita trabajar mucho más. “El seguro del auto es ahora el
doble del precio porque tenemos que advertir que trabajamos con una
aplicación, la nafta aumentó mucho y las tarifas han cambiado. Puedo obtener
cerca de 1.500 reales líquidos por mes. Sólo alcanza para pagar los gastos
de la casa”, dice. Aun así, hoy el salario de Esther es más alto que el de
su esposo.



Aunque está casada hace 13 años, ella no escapa de la jornada doble del
inicio de la maternidad. “Llego a casa de mañana. A esa hora mi hijo ya se
está despertando, tengo que cuidarlo, amamantarlo”, cuenta. En una
entrevista en la víspera del Día de la Madre, Esther dijo que trabajaría esa
fecha porque sabía que la demanda sería alta. “No voy a pasar con mi hijo,
desafortunadamente”.



Un estudio publicado en julio de 2018 por las universidades de Chicago y
Stanford, en Estados Unidos, mostró que la brecha de género también se
extiende a la economía de las aplicaciones. Analizando datos de más de un
millón de conductores de Uber, la investigación mostró que las mujeres
reciben un total de 7% menos de ingresos por hora que los hombres. Los
investigadores creen que algunos factores explican que se mantenga la
desigualdad salarial entre los “trabajadores autónomos” o “independientes”,
por ejemplo el hecho de que los conductores masculinos conducen más rápido y
debido a la doble jornada, que afecta las pausas para descansar que las
mujeres pueden hacer.



Consciente de su condición de trabajadora autónoma para las aplicaciones,
Esther decidió, durante el embarazo, crear el equivalente a una empresa
unipersonal, un Registro Individual de Microempresario, y pagar al Instituto
Nacional de Seguridad Social para obtener cuatro meses de licencia de
maternidad. “Si no hubiera hecho eso, definitivamente estaría en una
situación muy mala”.



El 15 de mayo, el gobierno de Jair Bolsonaro emitió un decreto que regula el
requisito de inscripción de conductores de aplicaciones como contribuyentes
individuales en el Régimen General de la Seguridad Social. El decreto, cuyo
objetivo es formalizar mínimamente la profesión, establece que la
contribución es responsabilidad exclusiva de los conductores.



A pesar de la inseguridad, Esther reconoce que trabajar como conductora de
aplicaciones le garantiza disponibilidad para crear sus propios horarios y
poder cuidar a su hijo. “Si se enferma, puedo cambiar mis horarios para
cuidarlo y trabajar”. Recuerda haber escuchado a sus colegas comentar sobre
un conductor que tuvo que llevar a su hijo pequeño en el asiento del
pasajero cuando conducía. “Cuando lo escuché pensé que era absurdo, una
falta de seguridad, pero hice lo mismo, sólo que con mi hijo dentro de mí”.



En su labor como directora de la asociación de conductores, Esther dice que
trabaja en pos de lo que exige ser una categoría cada vez más movilizada.
“La adhesión al paro fue más alta de lo que yo imaginaba. Sé que no fue
unánime, pero ya causó un impacto”.



Reconocida por las empresas de aplicaciones, Fanma ya participó varias veces
en reuniones con las empresas y el poder público. Más cerca de Uber que las
otras conductoras entrevistadas, Esther señala que ha recibido algunas
orientaciones y videos sobre cómo comportarse en casos de acoso. “Todos los
conductores tienen un botón de alerta en la aplicación que activa a la
Policía en el acto”, explica.



La oficina de prensa de Uber dijo que la empresa ofrece a los “conductores
asociados” un seguro gratuito de hasta 100.000 reales por accidentes
personales que ocurran durante el viaje, y que el máximo valor se aplica
sólo para casos de muerte. La compañía manifestó que ha venido adoptando
nuevas tecnologías para bloquear los “viajes considerados más riesgosos”.



Uber afirma además que “se enorgullece” de ofrecer una oportunidad de
generación de ingresos “democrática, independientemente de credo, origen
étnico, orientación sexual o identidad de género”, e informó que en
noviembre de 2018 inició una serie de alianzas para hacer frente a la
violencia contra la mujer. Entre los resultados de esas asociaciones, la
compañía ha lanzado un video instructivo de seguridad en el que también guía
el comportamiento de los conductores hombres con pasajeras.



El problema de las empresas de delivery: “Es cada uno para sí mismo”



No sólo de viajes en auto está formada la economía de la uberización. La
relación informal entre empresas y trabajadores, interconectada por la
interfaz de la aplicación, ya se extiende a varias áreas y categorías.
Especialmente, hay una que ya cambió el escenario e impactó la rutina de las
metrópolis brasileñas: las aplicaciones de reparto o delivery.



Los motociclistas y los ciclistas se extienden cada vez más por los centros
comerciales, esperando cerca de los restaurantes con sus bolsos de colores
llamativos. La mano de obra es mucho más masculina que en las aplicaciones
de transporte: según una encuesta realizada por la Fundación Instituto de
Administración y publicada por la Asociación Brasileña Online to Offline,
97,4% de los repartidores de aplicaciones son hombres, y la edad promedio es
de 29 años.



Aun menos regulado, el tipo de trabajo que realizan, que en el caso de los
ciclistas depende exclusivamente del rendimiento físico, es una de las
razones mencionadas por las propias compañías de repartos de la ausencia de
mujeres. Esto es lo que destaca a la joven Mikaela Evelyn dos Santos, de 23
años, repartidora de comida para Uber Eats y de otros productos a través de
la aplicación Box Delivery.



Desconforme con la diferencia en la cantidad de entregas que le ofrecen
hacer, Mikaela, una de las cuatro repartidoras mujeres que conocen la zona
de la Baixada Santista, donde vive, incluso cronometró el tiempo que le toma
pedalear y se comparó con sus colegas. “Hago las carreras en un promedio de
20 minutos. Los restaurantes no tienen mucha confianza, por lo que suelen
elegir a los repartidores masculinos. Un día, un amigo y yo estábamos
esperando en el mismo lugar y él recibió siete repartos seguidos, mientras
que yo sólo obtuve dos ”, cuenta.



La joven, que tiene la intención de estudiar enfermería, dice que ha
escuchado, incluso de los propios ciclistas, que el trabajo “no es para
mujeres”. “En Burger King, de donde me llaman bastante, se sorprenden cuando
llego. Dicen: ‘¡Qué rápido llegaste!’”.



Pedaleando para las aplicaciones, Mikaela se queja de los peligros del
tránsito, la falta de cuidado de los conductores y el acoso en la calle y de
parte de los propios clientes, motivo por el cual no hace entregas durante
la madrugada, cuando suele haber más llamadas.



Parte del sector de los repartidores, especialmente aquellos que trabajan
con Uber, también se unió a la huelga de mayo. Fue el caso de Mikaela, cuyo
pedido principal es el aumento de la tasa de entrega. “Antes los
repartidores trabajaban en restaurantes con una licencia formal, y ganaban
hasta 12 reales por entrega. Hoy ganamos menos de un real por kilómetro
conducido. He estado trabajando 16 horas en un día”, cuenta, y agrega que a
menudo tiene dolor en las piernas. Mikaela niega haber recibido algún tipo
de orientación sobre salud o cuidados de las aplicaciones para las que
trabaja.



Los bajos ingresos en comparación con los varios kilómetros recorridos
también son una queja de Adenilza dos Anjos Rezende, conocida como Nana,
repartidora del servicio Loop de la aplicación iFood, que ofrece comidas por
diez reales a la hora del almuerzo. En unos pocos meses trabajando en el
servicio, Nana vio reducirse sus ingresos de 40 reales fijos por día, más
1,50 por entrega, a 20 reales por día más comisiones. En la semana, su
ingreso cayó de 400 reales a casi la mitad.



Dentro de la bolsa anaranjada de la compañía Nana puede llevar hasta 19
cajas de almuerzo, guardadas con la misma cantidad de latas de refresco, al
restaurante específico donde trabaja, ubicado en la empinada calle Augusta
del centro de San Pablo. “Cuando entré en este restaurante me hicieron una
prueba. Enviaron la cantidad máxima de cajas a la vez, nunca llevé tanto
peso. Pusieron esa carga máxima y luego dijeron que yo les gustaba porque
podía soportarlo”, recuerda.



Nana también se queja de la falta de respeto de la población hacia los
repartidores, incluso en los días más difíciles para trabajar. “Si llueve,
tenés que entregar empapado. Si vas por la vereda la gente te insulta, en la
calle los autos te cierran el paso. Los porteros y los guardias de seguridad
de los edificios también nos tratan como si no fuéramos nada. La semana
pasada un portero me gritó, me dijo que no podía entrar con la bolsa en el
edificio y que él no llamaría por el intercomunicador al residente”.



Acosada con frecuencia por los propios repartidores, que rara vez encuentran
a una mujer trabajando en el área, Nana, que es negra, sufre también el
acoso de la Policía. Denuncia que la Policía Militar de la capital practica
a menudo la detención de los repartidores: “La Policía me detiene todo el
tiempo. Si estás de uniforme con el bolso, entonces realmente te paran.
Buscan, miran sus teléfonos celulares”. Según Nana, muchos de sus colegas
repartidores salieron del sistema penitenciario y terminaron trabajando con
entregas precisamente porque la informalidad no pone reparos ante sus
antecedentes penales.



“Muchos ladrones callejeros también usan bolsos y uniformes para robar, por
lo que la Policía es completamente irrespetuosa con todos los ciclistas. La
primera vez que se acercaron a mí, estaba con otros repartidores esperando
pedidos frente al restaurante. La Policía llegó pateando a los muchachos,
los que tenían viajes lo pasaron muy mal”, denuncia.



De hecho, como explica Nana, los repartidores a menudo son víctimas de
hurtos y robos. Ella ya va por su tercera bicicleta en tres meses de
trabajo. Las dos anteriores fueron robadas. Desde entonces, ha gastado 1.450
reales en reponer el equipo de trabajo.



“Está cada uno para sí mismo. Las aplicaciones no cubren nada. Si no tenés
una bicicleta, no trabajás. Pero hay lugares donde no podés entrar con la
bicicleta o con el bolso. La gente de la calle, los vendedores ambulantes,
otros trabajadores terminan ayudándote a vigilar esas cosas. Las valoran
porque saben que vos también estás trabajando”.



Nana vive en Brooklin, en el sur de la ciudad de San Pablo, y va al centro
en su propia bicicleta. Hoy pasa unas cuatro horas al día en su bicicleta
azul. “Si la bicicleta se rompe o te enfermás, te perdiste el día. No tenés
ningún tipo de beneficio, manutención o ayuda ”, critica.



Los trabajos “típicamente femeninos”



Según el Departamento Intersindical de Estadística y Estudios
Socioeconómicos, los datos de la Encuesta Nacional por Muestra de Domicilios
Continua (PNAD) exponen que las ocupaciones autónomas con mayor
participación de mujeres en Brasil son las de comerciantes de tiendas y
vendedores a domicilio, especialistas en tratamientos de belleza y en el
área de la costura.



Los datos no hacen diferencia entre quienes trabajan con empresas por
intermedio de aplicaciones, pero tal vez ayuden a explicar un fenómeno más
reciente dentro de la uberización: el surgimiento de servicios de
aplicaciones de trabajos conocidos como “típicamente femeninos”, ya
caracterizados por la informalidad.



Para la socióloga Ludmila Costhek Abílio, investigadora de la uberización y
de las mujeres en relaciones laborales informales, toda gran transformación
que implique la flexibilización de las relaciones laborales comienza entre
las trabajadoras mujeres. “En el fondo, los problemas más contemporáneos en
el mundo del trabajo comienzan con las mujeres, especialmente aquellas con
bajas calificaciones e ingresos. Son socialmente invisibles, están al margen
del mundo del trabajo. Pero cuando las mirás, ves características que luego
se generalizan en un contexto de precarización”, explica.



La socióloga observó esta expansión en su tesis de doctorado, publicada en
2011, en la que estudió las relaciones laborales de las vendedoras de
cosméticos en Brasil. La informalidad era la norma en este trabajo que
emplea a más de un millón de mujeres en el país. Sin embargo, las bases de
la uberización se formaron en el mismo entendido de que la empresa es un
“intermediario”.



“En el trabajo más precario de la costurera que trabaja en su casa, la
trabajadora doméstica, la ama de casa podemos encontrar elementos que hoy
tejen la explotación del trabajo de manera generalizada. Al observar una
ocupación típicamente femenina, ha sido posible reconocer las tendencias
actuales en el mercado laboral que ahora conducen a la uberización ”,
escribió la investigadora en un artículo publicado en 2017.



En otras palabras, las mujeres que están al margen de la economía formal,
generalmente negras y de la periferia, en opinión de la socióloga “han
tenido una vida ‘uberizada’ desde siempre”. “No se necesita plataforma o
aplicación para eso. Ellas se van agarrando de las oportunidades que surgen,
se manejan en una inestabilidad permanente ”. La informalidad es lo común en
los llamados “trabajos típicamente femeninos”.



Ciertas experiencias más recientes en aplicaciones de servicios, casualmente
o no, siguen algunas de las principales profesiones autónomas de mujeres
destacadas por la PNAD. Este es el caso de las aplicaciones de salón de
belleza, que ofrecen servicios particulares de peluquería, depilación y
manicura. La profesional de belleza Célia Maria Oliveira Rodrigues, de 48
años, había trabajado en el negocio durante 18 años cuando, en el segundo
semestre del año pasado, decidió unirse a una de estas aplicaciones: Singu.



Al igual que las aplicaciones de viajes en auto y de entrega, la idea de la
empresa es básicamente intermediar entre trabajadoras y clientes. Sin
embargo, al igual que otras aplicaciones, Singu establece precios, formas de
control y multas para sus “profesionales asociadas”. Después de algunas
experiencias traumáticas, Célia dejó el servicio luego de tres meses de
trabajo: “No vale la pena. Gastamos mucho más con la aplicación”, critica.



En Singu y otras aplicaciones del ramo, las manicuristas profesionales, como
es el caso de Célia, tienen que soportar los costos de transporte,
alimentación, equipamiento y su mantenimiento, limpieza y esterilización,
además de dejarle una parte considerable de las ganancias a la empresa.
“Cuando comencé, en setiembre de 2018, la comisión era de 70% para nosotros,
pero pronto cayó a 60%”.



La tarifa es la media cobrada por los salones de belleza, que rara vez
firman contratos con sus empleadas y que también trabajan con el esquema de
“colaboración”. Como atractivo, las aplicaciones de belleza ofrecen una alta
demanda de los clientes. “En la aplicación, desde el momento en que salís de
casa sabés que vas a tener gente. En el salón estás obligada a llegar de
mañana, esperar horas y, a veces, salir como llegaste, sin ganar nada ”,
explica Célia, que ahora trabaja como profesional independiente, sin la
intermediación de la aplicación.



Aunque en aquel momento pudo atender hasta ocho clientes al día, las
exigencias de Singu pronto expulsaron a Célia de la aplicación. “Una vez fui
a encontrarme con una clienta y comencé a sentirme mal. Al salir de allí, me
desmayé en medio de la calle. Tenía más clientes que atender el mismo día,
pero le dije a la compañía que no iba a hacerlo. Me suspendieron de la
aplicación, y al mismo tiempo tomaron todos los horarios que tenía para el
resto de la semana”, recuerda.



Célia sólo pudo desbloquear la aplicación después de pasar por un médico y
llevar un certificado a la sede de Singu. “Les dije que si pueden predecir
cuándo se enfermarán los felicito, porque yo no puedo”, dice. “Nunca piensan
que estamos diciendo la verdad. Es muy humillante”.



En otra ocasión, la manicura recuerda que llegó tarde a la casa de una
clienta que vivía en el norte de San Pablo porque la dirección transmitida
por la aplicación era incorrecta. Después de muchas llamadas a Singu pudo
encontrar el lugar y trabajar, pero incluso antes de salir de la casa de la
clienta en la aplicación ya la habían bloqueado nuevamente.



“Le mostré la dirección que me habían enviado a la clienta y ella dijo que
estaba mal. Incluso los llamó para decirles que no era mi culpa. Aun así me
cobraron por el servicio, trabajé gratis”, afirma.



Según la socióloga Juliana Oliveira, que en su doctorado estudió la
situación laboral de las manicuras en Brasil, hacer las uñas es la entrada
al mundo del trabajo para muchas mujeres. Recuerda que desde octubre de
2016, seis meses antes de la Ley 13.429/17, que regula la tercerización para
determinadas actividades, la aprobación de la ley de “salón asociado” ya
hacía posible la contratación de profesionales de la belleza bajo el régimen
de “trabajadores autónomos”.



“O sea, esta ley anticipó para el sector de la belleza algo que después se
extendió a todos los sectores: hace desaparecer el vínculo CLT”, explica la
socióloga. Por CLT se refiere al decreto de Consolidación de las Leyes
Laborales, de 1943, que unificó esas normas y reglamentó las relaciones de
trabajo. Según Oliveira, el sector de la belleza “siempre ha sido
precarizado”, pero en su opinión las aplicaciones vienen a
“institucionalizar esta precariedad”. Sin embargo, señala que una
característica distintiva de los trabajos típicamente femeninos es la
creación de relaciones entre clientes y trabajadoras. “La aplicación supone
trabajadoras reemplazables, pero la manicura es un trabajo en el que se
establece un vínculo”, recuerda, y dice que difícilmente el ramo tenga éxito
en el contexto de la uberización.



Pensando en la posibilidad de establecer un vínculo entre el cliente y la
manicura que haga obsoleta a la aplicación, según Célia, Singu se anticipó:
la empresa pone clientas ficticias y herramientas de control que hacen
imposible la fidelidad de la clienta. La práctica, como explica la manicura,
intimida a las trabajadoras.



“Decían que nos ponían a prueba con clientas falsas o que si la clienta
usaba el servicio varias veces y luego dejaba de usarlo era porque la
manicura la estaba atendiendo desde afuera. Todo se basa en la sospecha.
Decían que no podíamos conversar, que estarían atentos. Si la clienta pedía
repetir la manicura, le duplicaban el precio del servicio”, dijo. Se intentó
consultar a Singu, pero no respondió a las críticas presentadas.



La desconfianza hacia las trabajadoras también se reflejó en el informe de
una profesional de otro ramo: la jornalera Josiane Souza Santos. En su caso,
sólo fue necesario un mes trabajando para la aplicación de servicios de
limpieza Parafuzo, en 2017, para darse cuenta de que estaba siendo
perjudicada.



“Durante un mes trabajé mucho, tenía la mejor calificación de la aplicación.
Pero un día acepté una jornada de trabajo y me robaron en el camino. Se
llevaron mi celular, mi billetera, documentos. Parafuzo tenía un límite de
tres faltas, pero nunca había faltado. Como se llevaron todo, y ni siquiera
sabía la dirección del cliente sin la aplicación, fui a hacer la denuncia.
Cuando me puse en contacto con ellos, ya habían reducido la cantidad de
noches que me ofrecían como castigo. Ni siquiera cuando les envié el parte
de la denuncia eliminaron esta restricción. Además, no me pagaron todos los
jornales de esa semana. Cancelaron mi suscripción y me quedaron debiendo
cerca de 500 reales”, denuncia.



Josiane dice que se quejó varias veces a la compañía, hasta que finalmente
dejaron de atenderla. “No tenía otro trabajo, tuve dificultades, me retrasé
con el pago del alquiler. Yo dependía de ese dinero que ya había ganado”.
Por enojo y falta de tiempo, terminó por no ir a juicio contra la empresa.
Al ser contactada, Parafuzo tampoco respondió a este reclamo.



Después de esta experiencia, Josiane continuó trabajando como jornalera,
pero esta vez con clientes fijos, sin la intermediación de aplicaciones. En
los grupos de trabajadores jornaleros en redes sociales, dice que incluso ha
llegado a acompañar una situación en la cual todo el valor del jornal le fue
retirado a una trabajadora por Parafuzo sólo porque el cliente se quejó de
que un imán de heladera había desaparecido de su casa.



“Le descontaron 70 reales de la tarifa diaria. Ella dijo en el grupo que no
tomó el imán, pero que no le dieron la oportunidad de defenderse. No tienen
en cuenta la historia de la trabajadora, sus evaluaciones. Si reciben una
queja, multan a la trabajadora de la limpieza. Al final, ella trabajó
literalmente gratis”, cuenta.



En la página web de Parafuzo, en la sección “Sea una jornalera”, un video de
los términos de uso y las reglas explica que la aplicación cobra una tasa de
15% por el servicio a las trabajadoras, 22 reales por mes para manutención
de la aplicación y multas por cancelación de jornadas. Además, el video
informa que la jornalera está obligada a reembolsar la solicitud si hay
alguna queja del cliente por daños o tareas mal hechas.



Según Josiane, que ha trabajado para otras compañías de limpieza, la
diferencia entre ellas y las aplicaciones está principalmente en la forma en
que se trata a las trabajadoras. “Las aplicaciones no valoran a los
empleados. En otras empresas en las que trabajé, el tratamiento era más
humanizado. Con la aplicación, si tenés algún problema no quieren saberlo”.
A pesar de representar un régimen incluso más precarizado, Josiane cree que
cada vez más mujeres buscan estas aplicaciones, en especial en el contexto
de crisis económica.



Formada en administración y cursando actualmente su segundo título en
economía, dice que no puede encontrar trabajo en su área. “Conozco a muchas
mujeres que trabajan para las aplicaciones porque es más fácil conseguir
limpiezas, mujeres con formación académica, pedagogas, periodistas que no
pueden conseguir trabajo y terminan aceptando cualquier cosa. Es una actitud
desesperada”, dice. Según Josiane, los principales clientes de las
aplicaciones de limpieza son los jóvenes separados del tipo de personalidad
históricamente atribuido a las trabajadoras domésticas.



Para Ludmila Costhek Abílio, en el caso de las trabajadoras domésticas,
limpiadoras y jornaleras, la uberización llega para, en un sentido ambiguo,
burocratizar un ramo que, en Brasil, deriva de la herencia esclavista y es
uno de los ejemplos más alarmantes de la división sexual del trabajo. Al
mismo tiempo, la solución llega en un contexto de crisis posregulación de la
profesión, con la legislación de 2013, cuando muchas trabajadoras domésticas
fueron despedidas y contratadas como jornaleras.



“Es interesante ver que lo que consideramos extremadamente moderno ya
existía de otras maneras. Al mismo tiempo que la uberización es más riesgosa
para las mujeres, ellas hacen esta gestión de sí mismas desde hace mucho
tiempo”.



Para la abogada Fernanda Caldas Giorgi, si vamos a tardar en adaptarnos al
nuevo contexto laboral la solución contra la precarización irrestricta sigue
estando en la organización de los trabajadores. “Ya tenemos un embrión de
articulación de estos ‘trabajadores autónomos’. Con cambios en las
relaciones laborales, este bosquejo debe ser el camino”.



* Julia Dolce es fotoperiodista, formada en la Pontificia Universidad
Católica de San Pablo (PUC-SP) y graduada en fotografía por el Senac
(Servicio de Aprendizaje Comercial). Trabajó durante tres años en el
periódico Brasil de Fato, cubriendo política y derechos humanos en texto,
radio y fotografía. Actualmente es reportera de la Agência Pública y también
escribe para el observatorio del agronegocio. De Ojo en los Ruralistas. En
2017 trabajó en el sitio palestino Alternative Information Center, en Beit
Sahour (Cisjordania), donde produjo una serie de reportajes sobre el
conflicto Israel-Palestina. Fue finalista del premio Anamatra de Derechos
Humanos de 2018, por el reportaje “Dispensa maternidad, historias de madres
despedidas luego del embarazo”. [Redacción Correspondencia de Prensa]



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