Chile/ Una marea feminista. Contra la opresión del patriarcado [Franck Gaudichaud]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 8 13:34:11 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

8 de setiembre 2019

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Chile



Contra la opresión del patriarcado



Una marea feminista



Franck Gaudichaud *

Rebelión, 6-9-2019

http://www.rebelion.org/



No fue una ola, sino un colorido tsunami lo que, el 8 de marzo de 2019,
inundó las calles de Santiago, bajo un sol radiante y... la mirada torva de
muchos carabineros



Para celebrar esta primera huelga feminista de la historia de Chile, más de
350.000 personas cantaban, bailaban, armaban alboroto en el centro de la
capital. Mujeres sobre todo, jóvenes en su mayoría. Algunas, con el cuerpo
pintado, se manifestaban en familia, con sus parejas, sus hijos. Perros
callejeros acompañaban esta marcha alegre y furiosa, el Día Internacional de
la Mujer.



Las abuelas sobrevivientes de la represión de la dictadura del general
Augusto Pinochet (1973-1989) y las militantes en defensa de los derechos
humanos estaban allí. Al igual que Alicia Lira, presidenta de la Agrupación
de Familiares de Ejecutados Políticos, marchaban con las fotografías de sus
desaparecidas. “Las razones por las cuales la dictadura las asesinó son
exactamente las mismas por las cuales marchamos hoy: querían construir una
sociedad de personas libres e iguales”.



Las consignas eran tan diversas como el público presente: contra la
violencia hacia las mujeres, la discriminación que sufren las homosexuales y
las transgénero, las condiciones deplorables de acogida de las inmigrantes,
por la igualdad de salarios entre hombres y mujeres. Junto a organizaciones
no gubernamentales (ONG), asociaciones y sindicatos, mujeres mapuches, con
sus vestidos tradicionales, denunciaban la opresión que sufre su pueblo,
mientras que una estudiante agitaba una pancarta donde podía leerse:
“Libertad para mis ovarios. ¡Aborto libre, seguro y gratuito!”. Habitantes
de los barrios populares organizadas en el seno de la red Ukamau insistían
sobre el derecho a la vivienda. Un poco más lejos, la organización Pan y
Rosas, cercana al pequeño Partido de Trabajadores Revolucionarios, entonaba
cánticos de lucha bajo un mar de banderas. Algunos parlamentarios de
izquierda se movilizaron. Una imponente columna compuesta únicamente por
mujeres abrió la marcha detrás de una inmensa pancarta: “Mujeres
trabajadoras de la calle, contra la precarización de la vida”.



“Es típico de los grupos de izquierda y los marxistas” –dice sonriente
Javiera Rodríguez, estudiante de periodismo y militante conservadora–.
Pretenden unir a la gente y terminan mezclando todo. Al principio, militan
por del día de la mujer. Y luego se convierte en una manifestación por la
mujer ‘oprimida’, la mujer ‘trabajadora’, etc. Finalmente, los que van a la
manifestación se encuentran marchando por la reforma de las jubilaciones y
contra los fondos de pensión, por el aborto libre o por el matrimonio
homosexual...”.



Rodríguez fue portada de los medios de comunicación en 2018 por un “acto de
resistencia” durante la ocupación de su universidad por parte de feministas:
descolgó la pancarta que proclamaba: “No a los acosadores de la Universidad
Católica”. “¡No podía aceptar la imagen que ese eslogan daba de nuestra
universidad! Fue una reacción visceral: la arranqué y luego me enfrenté a
las ocupantes. Dije lo que pensaba frente a las cámaras de televisión. Fue
por respeto al orden y las instituciones que lo hice. Algunos dirán
seguramente que soy ‘facha’: me importa poco”.



A diferencia de Rodríguez, las organizadoras consideran que la jornada del 8
de marzo fue un éxito “histórico”, que de ninguna manera esperaban: se trató
de una las movilizaciones callejeras más importantes desde el comienzo de la
transición democrática, en 1990. A nivel nacional, se registraron 800.000
manifestantes en más de 60 ciudades, incluyendo pequeños centros urbanos de
provincia que no habían visto algo así desde hacía 30 años...



El nerviosismo del poder



¿Cómo explicar un éxito semejante en una nación conocida por su
conservadurismo, donde el Código Civil se remonta a 1855, donde la ley de
divorcio recién se sancionó en 2004 (una de las fechas más tardías del
mundo) y donde la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) recién se
despenalizó –muy parcialmente (1)– en 2015, después de décadas de
obstrucción por parte de los principales partidos políticos y la Iglesia
Católica?



Unos días antes de la movilización, ya emanaban signos de preocupación desde
la cúpula del Estado. En uno de los numerosos canales de televisión privados
adeptos a su causa, el presidente Sebastián Piñera, un empresario
multimillonario elegido en 2018 tras haber gobernado el país entre 2010 y
2014 (2), intentaba calmar los ánimos: “Es un error querer instrumentalizar
la noble causa de la igualdad plena de derechos y obligaciones entre hombres
y mujeres. Pienso que una huelga es innecesaria, ya que nuestro gobierno
hizo suya la causa de las mujeres”.



El nerviosismo del poder se explicaba sin duda por el recuerdo de la
impresionante movilización estudiantil de 2018 contra el acoso sexual y en
favor de una educación no sexista. Ese “mayo feminista” había conducido a la
ocupación de decenas de universidades, obligando a las instituciones a
reaccionar y reconocer a regañadientes el malestar que crecía desde hacía
mucho tiempo. Profesores renombrados fueron cuestionados, y otros
suspendidos, entre ellos el expresidente del Tribunal Constitucional.
Incluso la venerable Universidad Católica de Santiago, cuna de los “Chicago
boys” que aconsejaban al general Pinochet durante la dictadura, fue ocupada
(provocando la ira de Rodríguez). Algo que no sucedía desde 1986.



De hecho, este primer terremoto feminista de alguna manera fue una réplica
de la intensa movilización estudiantil de 2011, durante el primer mandato de
Piñera (3). Para los jóvenes que en ese entonces tomaron las calles, así
como para las personas que respondieron al llamado a la huelga feminista del
8 de marzo, Chile debía acabar con la maldita herencia de la época
autoritaria. Una ruptura que los sucesivos gobiernos de la “concertación”
fueron incapaces de realizar durante sus veinte años de gobierno
(1990-2010).



Pero los reclamos de las feministas contemporáneas tienen sus raíces en una
historia aun más antigua. “El movimiento feminista nunca desapareció, a
pesar de los altibajos en términos de visibilidad -nos explica la
historiadora Luna Follegati-. En vez de ‘olas’, pueden distinguirse tres
grandes épocas. Desde comienzos de siglo hasta los años 50, en torno a las
demandas políticas y civiles (especialmente el derecho al voto, obtenido en
1949). El período de los años 80, con la intensa resistencia de las mujeres
de origen popular a la dictadura. Y finalmente, las luchas que emergen desde
hace algunos años, que ponen de relieve las problemáticas de la diversidad
sexual, la teoría queer, etc.”.



El poderoso Movimiento pro Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH), activo
de 1935 a 1953, exigía también el derecho a la anticoncepción y al aborto,
la legalización del divorcio, la igualdad salarial. Blandía –ya– el arma de
la huelga. Además, sus precursoras, como Elena Caffarena y Olga Poblete,
participaron en 1983 de la refundación de esta organización para luchar
contra el régimen militar. A su lado, las intelectuales Julieta Kirkwood y
Margarita Pisano, quienes imaginaron a lo largo de esos años negros una
consigna que se volvió famosa: “¡Democracia en el país y en la casa!”.



Pocos avances



La transición democrática de 1989-1990 no sólo conservó el modelo económico
de la dictadura, así como la Constitución impulsada por el general Pinochet.
La “democracia del consenso”, tan alabada por la patronal del “jaguar
chileno”, se forjó también gracias a la desmovilización de los actores
sociales críticos. El movimiento feminista es un claro ejemplo. Perdiendo
poco a poco su fuerza, derivó hacia políticas públicas de género: reformas
compatibles con la ideología del “mercado omnipresente”, a la cual se
convirtieron numerosos progresistas. En las altas esferas del Estado,
algunas mujeres lograron abrirse camino (en la medida en que no alteraran el
statu quo ). En los sectores más bajos de la sociedad, otras, provenientes
de las clases populares y las poblaciones indígenas, no observaban ninguna
mejora de su situación.



La socialista Michelle Bachelet, víctima de la dictadura, agnóstica y
soltera, fue ministra en los años 2000, y luego primera presidenta en la
historia de la República, en 2006 y 2014, utilizando su imagen de “madre de
todos los chilenos” (4). Pero no hizo que la causa de las mujeres avanzara
más de lo que rompió con el social-liberalismo de su familia política.
“Durante su primer mandato, no se hizo prácticamente nada”, exclama Gael
Yeomans en su pequeño local de la comuna popular de San Miguel. Ella encarna
el ala izquierda del Frente Amplio, una coalición nacida a comienzos de 2017
que agrupa varios movimientos políticos (del centro a la izquierda radical),
algunos de los cuales surgidos del movimiento estudiantil de 2011. “Durante
su segundo mandato, una medida positiva fue la creación –¡finalmente!– del
Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género. Pero no recibió ni el
presupuesto ni la atención política que necesitaba para intervenir realmente
en todos los terrenos sociales. Incluso el proyecto de ley contra la
violencia hacia las mujeres fue abandonado, dejando finalmente esta
iniciativa en manos de la derecha”.¦



La “Agenda Mujer”, un paquete de medidas legislativas lanzado por Piñera en
mayo de 2018, mezcla una visión conservadora (siendo las mujeres reducidas a
menudo al papel de madres) con el liberalismo económico. Prevé valorizar la
paridad en los directorios de las empresas, o incluso un derecho “universal”
a una vacante en las guarderías para las empleadas con un contrato de
trabajo estable, lo que limita considerablemente el alcance de la medida en
un país donde la precariedad es a menudo la regla, y en particular para las
mujeres. Mientras que menos de la mitad de ellas tiene acceso a una
actividad remunerada, el 31% trabaja sin contrato, ni protección social o de
salud (sin siquiera mencionar la posibilidad de afiliarse a un sindicato)
(5). Y, si bien el presidente señala insistentemente su compromiso en favor
de los “derechos de la mujer” (un singular que tiende a esencializar a las
mujeres), nadie se deja engañar: el actual titular de La Moneda es conocido
por sus comentarios misóginos, difundidos en la prensa a lo largo de su
carrera. Por otra parte, sigue actuando bajo la presión de una coalición
(hoy minoritaria en el Parlamento) donde conspiran adeptos al Opus Dei,
militantes antiabortistas y antiguos apoyos del general Pinochet.



Durante este período, los diputados de derecha lograron mediante una
jugarreta que el Tribunal Constitucional aceptase el concepto de objeción de
conciencia “institucional” (y no sólo individual) respecto de la IVE: en un
país donde la salud se encuentra en gran medida privatizada y en manos de
numerosos organismos religiosos, una clínica puede actualmente proclamar que
no se practicará allí ningún aborto, eximiéndose de la ley vigente, así como
del derecho internacional.



Pero la marea feminista chilena no sólo se alimenta del contexto nacional.
Apoyándose en movilizaciones callejeras y “desde abajo”, se identificó con
los llamados a la huelga de las mujeres en Polonia en octubre de 2016, con
las imágenes de las manifestaciones masivas en Madrid tras la liberación de
los autores de una violación en la primavera de 2018 o con los textos de
intelectuales como Silvia Federici, Cinzia Arruzza, Nancy Fraser o Tithi
Bhattacharya. El principal caldo de cultivo sigue siendo, sin embargo,
latinoamericano: el pañuelo verde, símbolo de la lucha por el derecho al
aborto en Argentina, atraviesa la Cordillera de los Andes, así como el grito
“¡Ni una menos!” que denuncia los femicidios. Este feminismo proveniente del
Sur goza además de una larga experiencia de encuentros continentales
organizados desde los años 80, aunque marcados por crecientes divisiones. La
resistencia frente a los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez (México), El
Salvador, Guatemala, está también muy presente.



La huelga feminista



A comienzos de 2018, la coordinación del 8 de marzo tomó forma, primero en
Santiago, luego en colaboración con otras organizaciones de la región. Las
asambleas locales de mujeres fijaron los programas de movilización. Un año
más tarde, la coordinación aún no dispone de locales, se autofinancia día a
día, pero cuenta con la adhesión de más de sesenta organizaciones.



A lo largo del tiempo, se crearon comisiones de trabajo (articulación
social, comunicación, logística, etc.), se eligieron voceras mediante un
sistema de rotación, en un esfuerzo tendiente a alternar generaciones,
orientaciones sexuales, orígenes y puntos de vista. “Quisimos romper con la
forma patriarcal y masculina de organización que existe en la política,
incluyendo la izquierda”, señala una joven militante con la que conversamos.
Gracias a los comités de huelga en los barrios, las intervenciones en las
redes sociales y las acciones en la calle de las “brigadas feministas”, el
éxito del 8 de marzo se construyó poco a poco.



Así, surgió la idea de huelga feminista, “precisamente porque el derecho a
huelga no está garantizado para nadie -nos explica Alondra Carrillo, vocera
de la Coordinadora Feminista 8 de Marzo-. Nuestro proyecto apuntaba pues a
restablecer el bloqueo de la economía como herramienta política”. Con el
nuevo Código del Trabajo promulgado por la dictadura, en 1979, la
posibilidad de interrumpir el trabajo se redujo a su mínima expresión para
todos los trabajadores, al mismo tiempo que las libertades sindicales.
Producto de una legislación restrictiva totalmente arcaica, las huelgas de
la inmensa mayoría de los asalariados que aún se atreven a movilizarse son
declaradas ilegales, y los empleados del sector público siguen desconociendo
por completo ese derecho fundamental. “Pero la idea de huelga, agrega la
vocera, implicaba también que deseáramos convocar tanto a mujeres como a
hombres, aun cuando, en este caso, las mujeres debían tener el papel
principal, con el apoyo de los hombres, que, por ejemplo, se encargarían de
la organización de puntos de alimentación y el cuidado de los niños”.



A lo largo de las semanas, decenas y luego cientos de mujeres se
comprometieron en cuerpo y alma, a pesar de sus diferencias. Algunas, por
ejemplo, estaban a favor de militar exclusivamente en espacios no mixtos (es
decir, sin hombres), mientras que otras se oponían a ello. Algunas se
mostraban favorables a los contactos con los partidos políticos, el Estado o
los medios de comunicación; otras lo consideraban demasiado riesgoso...



El Encuentro Plurinacional de Mujeres que Luchan, en diciembre de 2018,
representó un momento importante de este trabajo de hormiga. Reunió a 1.200
mujeres de todas las regiones, hizo el llamado a la huelga del 8 de marzo y
elaboró un programa de diez puntos (6). Según Carrillo, apuntaba a actuar de
manera que la cuestión feminista impregnara al conjunto del movimiento
social y todas las temáticas que lo animaban. Así, los reclamos de las
inmigrantes convivían en el documento con la exigencia de una “educación
desmercantilizada no sexista, anticolonial y laica”; el reconocimiento de la
autodeterminación de los pueblos autóctonos con la defensa del aborto
“libre, legal, seguro y gratuito” y el “fin de la violencia política, sexual
y económica contra las mujeres”.



Según cifras oficiales, casi un tercio de las chilenas sufriría violencia
sexual al menos una vez a lo largo de su vida. Y la Red Chilena contra la
Violencia hacia las Mujeres denuncia desde hace varios años la muerte de una
mujer por semana, en promedio, como consecuencia de los golpes de un hombre
(sin que eso sea sistemáticamente considerado un femicidio por la ley) (7).
Para las militantes, esta violencia contra el cuerpo de las mujeres es
consustancial a la violencia del modelo capitalista neoliberal. Rechazando
un feminismo elitista y liberal, Carrillo y sus compañeras no dejan de
recordar los puntos de contacto entre las dominaciones de género, raza y
clase, expresando así su oposición al gobierno y las políticas vigentes. En
efecto, las mujeres figuran entre las principales perdedoras del
ultracapitalismo andino. En un país donde la semana legal de trabajo es de
cuarenta y cinco horas y donde el 70% de los asalariados gana menos de 730
euros por mes, las mujeres perciben un salario un 30% inferior al de los
hombres (8). En el acceso a la salud, sufren la discriminación de los
seguros privados debido a los potenciales embarazos, considerados un
“riesgo”. Lo mismo ocurre en lo que respecta a las jubilaciones, totalmente
en manos de fondos de pensión desde los años 80 (bajo el impulso de José
Piñera, hermano del actual presidente, ministro de Trabajo de la dictadura).




Pero la coordinación enfrenta también numerosas críticas, tanto internas
como externas, que amenazan su voluntad de unidad. “El movimiento feminista
hegemónico actual está muy ligado al movimiento estudiantil y a las
temáticas de lucha contra el acoso sexual en el seno de las universidades”,
señala Daniela Catrileo, joven poeta de origen mapuche y miembro del
colectivo decolonial Rangiñtulewfu. Sin buscar la conciliación, agrega: “Las
mujeres racializadas, los reclamos del pueblo mapuche, el colonialismo
interno no eran demasiado visibles ni tenidos en cuenta. Éramos también
críticas del llamado a una ‘huelga’ feminista, en el sentido de que esa
consigna, proveniente sobre todo del Norte y de los movimientos europeos,
puede excluir a muchas mujeres precarias o inmigrantes”. Carrillo responde a
la objeción: “Impulsamos una huelga bajo cuatro formas posibles: en el lugar
de trabajo si la situación de las trabajadoras lo permite; huelga de
cuidados y de trabajo no remunerado en los hogares; interrupción del
consumo; y, finalmente, manifestación en el espacio público”.



Esta última modalidad estuvo en el corazón de la jornada del 8 de marzo
último. En el terreno sindical, el hecho de que la principal organización
nacional, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), no haya apoyado el
llamado feminista a la huelga no facilitó la ampliación del movimiento. Sin
embargo, la CUT está presidida por una mujer, la dirigente comunista Bárbara
Figueroa. Pero a la dirección de la central se le dificulta aún acompañar
aquello que no controla. A pesar de todo, en algunas ciudades, como el
puerto de Valparaíso, organizaciones sindicales combativas hicieron
decididamente acto de presencia, sufriendo además una fuerte represión
policial. Otras organizaciones de empleados del sector público, como el
Colegio de Profesores y la Confederación Nacional de la Salud Municipal,
estuvieron también muy comprometidas.



Resabios del conservadurismo



Comentando el éxito de la jornada del 8 de marzo, Karina Nohales,
especialista en derecho laboral y militante feminista, se alegra de los
gigantescos avances obtenidos en algunos meses. Las dificultades continúan,
señala sin embargo, especialmente para llegar a las habitantes de los
numerosos barrios pobres de Santiago (las poblaciones), las inmigrantes o
incluso las trabajadoras de los sectores más bajos. Más aun cuando la imagen
de feministas más bien blancas y provenientes de la clase media está muy
ligada al movimiento, y genera algunas reticencias. “Sin embargo, comenta,
avanzamos mucho en el sentido de una mejor integración de la lucha feminista
en el seno de las poblaciones y algunos sindicatos, particularmente en los
sectores (educación, salud, administración) donde existe una marcada
presencia femenina. El objetivo de la coordinación es precisamente lograr un
enfoque que llegue al conjunto de las mujeres, que aborde tanto las
expectativas de aquellas que pertenecen a los sectores populares, las
inmigrantes, como de aquellas llamadas a veces de ‘clase media’, pero que,
en el Chile neoliberal, son en realidad –especialmente las jóvenes–
profesionales, pero están endeudadas hasta el cuello”.



A pesar de algunos bemoles, esta primera huelga feminista fue vivida como un
inmenso paso adelante, y la coordinación pretende continuar con su impulso:
completar el programa fundacional sometiéndolo nuevamente a discusión;
reforzar el trabajo unitario, desde el gran Norte hasta la Patagonia, pero
también internacional. Objetivo buscado: establecer puentes más sólidos en
dirección a las inmigrantes, ancianas y menores, e incluso crearlos en lo
que respecta a las detenidas. Según Carrillo, “se trata de mostrar que el
feminismo es una solución real, particularmente en un momento de crecimiento
de la extrema derecha y las corrientes reaccionarias en toda la región”.



En Chile, las encuestas demuestran que la Iglesia Católica sigue perdiendo
terreno, y la multiplicación en su seno de escándalos de pedofilia,
ocultados por la jerarquía, no hace más que profundizar ese descrédito. Sin
embargo, diversas sectas evangélicas avanzan en los barrios, sin ser todas
ellas integristas (dos pastoras participaron incluso en los encuentros
feministas). Algunos grupúsculos fascistoides atacan regular –y
violentamente– a las feministas, las lesbianas y las transgénero. Al mismo
tiempo, las recomposiciones políticas favorecieron el surgimiento mediático
y electoral de personalidades de extrema derecha, como el exdiputado José
Antonio Kast (Acción Republicana), que denuncia la “ideología de género”.
Ferozmente opuesto al aborto y a quienes califica de “feministas de cartón”,
alaba a la “verdadera mujer chilena”, necesariamente católica, nacionalista
y... dentro del hogar.



* El autor es profesor de historia latinoamericana de la Universidad
Toulouse 2. Presidente de la Asociación 'France Amérique Latine'. Editó,
entre otras obras, Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo
(LOM, 2016). Este reportaje fue publicado en mayo para el mensual Le Monde
Diplomatique (Francia). Rebelión publica este artículo con la autorización
de Le Monde Diplomatique Chile, que nos mandó la versión traducida al
castellano por Gustavo Recalde. Fuente:
https://www.lemondediplomatique.cl/En-Chile-una-marea-feminista.html



Notas



1. La IVE sólo se autoriza en caso de violación, riesgo de vida para la
madre o inviabilidad del feto.

2. ver libro PIÑERA, publicado por la editorial Aún Creemos en los Sueños .

3. Ver libro OTRO CHILE ES POSIBLE, editorial Aún Creemos en los Sueños y
numerosos textos de la edición chilena de Le Monde Diplomatique, que dio la
palabra a más de sesenta líderes estudiantiles desde enero de 2011.

4. Nicole Forstenzer, Politiques de genre et féminisme dans le Chili de la
postdictature, 1990-2010, L’Harmattan, col. “Anthropologie critique”, París,
2012.

5. Instituto Nacional de Estadísticas de Chile, Santiago, octubre-diciembre
de 2017.

6. http://cf8m.cl/encuentros

7. www.nomasviolenciacontramujeres.cl
<http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/>

8. “Los verdaderos sueldos de Chile”, Fundación SOL, Santiago, 2018,
www.fundacionsol.cl. <http://www.fundacionsol.cl/>

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