Economía política/ Las siniestras anticipaciones de Herbert George Wells [Michel Husson]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 29 10:24:04 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

29 de setiembre 2019

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Economía política

 

Las siniestras anticipaciones de Herbert George Wells

 

Michel Husson 

A l´encontre, 22-9-2019

https://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

https://www.vientosur.info/

 

Herbert George Wells no solo fue un escritor de ciencia ficción, sino
también un reformador social. Sin embargo, su defensa de un salario mínimo
se acompañó de un violento darwinismo social que impregnaba a gran parte de
la izquierda inglesa en el momento de la creación del Partido Laborista en
1900.

 

Larga vida al salario mínimo

 

Herbert George Wells es conocido por sus llamadas novelas de ciencia
ficción: La guerra de los mundos, La máquina del tiempo, El hombre
invisible, etc. También escribió novelas más clásicas que no carecen de
encanto (El amor y Mr. Lewisham o La historia de Mr. Polly). Pero también
era un reformador social, miembro de la sociedad fabiana. Así, en 1903
publicó un ensayo, Mankind in the Making, en el que propuso un proyecto
social llamado “Nuevo Republicanismo" (New Republicanism).

 

En este libro, Wells desarrolla una vibrante defensa a favor de la
introducción de un salario mínimo. Se reclamó de las primeras experiencias
en este campo que nacieron en Nueva Zelanda en 1894 y después en Victoria,
Australia. No fue sino hasta 1909 cuando se aprobó la Trade Board Act (Ley
de Juntas Comerciales) en el Reino Unido, que estableció un conjunto de
salarios mínimos de sector. Wells se basó en el trabajo de William P.
Reeves, quien realizó una evaluación generalmente positiva de estas
experiencias[i].

 

Para Wells, “es injusto y cruel aceptar que cualquiera pueda ser empleado
con un nivel salarial que haga imposible una vida sana, feliz y razonable,
de acuerdo con los estándares de confort de la época”. Este salario mínimo
debería ser suficiente para garantizar no solo un nivel de vida decente sino
también “un seguro contra la muerte prematura o accidental o una incapacidad
temporal, una cobertura mínima para las personas mayores y un cierto margen
para ejercer la libertad individual”. En cuanto a las empresas que no
pudieran proporcionar ese salario, lejos de ser una “fuente de riqueza
pública [ellas] representan, por el contrario, una enfermedad, un parásito
en el cuerpo social”[ii] (pp. 107-108).

 

Este argumentario progresista se reivindica de los trabajos de Beatrice
[1858-1943] y Sidney Webb [1859-1947]. En La democracia industrial,
explican, por ejemplo, que la introducción de un salario mínimo permitiría
ofrecer un trabajo regular, por un salario igual o superior al mínimo, a
“grupos enteros de trabajadores que hasta ahora solo tenían empleo a tiempo
parcial o nada de nada”[iii] (p. 783).

 

Tal análisis aparentemente rompe (pero veremos que este no fue realmente el
caso) con la posición básica de los economistas dominantes de la época, bien
resumida por esta afirmación de Arthur Pigou [1877-1959]: “cuando
consideraciones humanitarias conducen al establecimiento de un salario
mínimo por debajo del cual no se contratará a ningún trabajador, la
existencia de un gran número de personas que no valen este salario mínimo es
causa del desempleo”[iv] (p. 242-243).

 

Los Webb avanzaban otro argumento con una formulación bastante moderna: la
introducción de un salario mínimo alentaría la innovación. Este argumento
será retomado en un artículo posterior en el que Sidney Webb se basa en los
trabajos de Charles Babbage [1791-1871], quien describe cómo las
reivindicaciones de “todos los obreros involucrados en el antiguo proceso
han llevado a la adopción de nuevos métodos de producción de cañones de
fusil”[v].

 

Babbage era, por cierto, un matemático de genio, que especialmente había
inventado el principio del ordenador[vi]. Pero en su libro de investigación
sobre maquinaria industrial, subrayó crudamente otra consecuencia de la
transición al nuevo método de producción: “Por supuesto, ya no se necesitaba
a los trabajadores que se habían movilizado. En lugar de obtener un
beneficio de su acción, han tenido que sufrir una reducción considerable y
duradera de su salario debido a esta mejora técnica. El proceso al que
estaban acostumbrados requería habilidades especiales y una experiencia
considerable, y hasta ese momento ganaban mucho más que los otros
trabajadores”[vii] (p. 247).

 

Fuego sobre los inempleables

 

En su libro, los Webb aseguraban que la introducción de un salario mínimo
tendría el efecto de desalentar el empleo de niños y ancianos menos
productivos (lo que representaría un paso adelante), y también tendría la
ventaja de “liberar [sic] para las tareas domésticas, una proporción
creciente de mujeres a cargo de niños pequeños” (p.783), lo que correspondía
con el aire de su tiempo.

 

Pero todavía había otra categoría de personas que agruparía a los que serían
“incapaces de ganar el mínimo nacional de cualquier tipo”. El problema ya no
es el de los desempleados, sino el de los “inempleables” (p. 784). Aquí se
vuelve a encontrar una preocupación común a varios autores de la época que
también usan el término “residuo”. Se inspiran especialmente de las
encuestas de Charles Booth [1840-1916], que distinguen una “sección 1”
compuesta de personas que “probablemente no quieren realmente trabajar, y
para quienes hay muy pocos trabajos útiles que serían capaces (fitted) de
ocupar”[viii] (p. 372).

 

Hasta donde sabemos, fue Geoffrey Drage [1860-1955] quien utilizó por
primera vez el término inempleable en 1894. Para él, estas son las personas
que están condenadas al desempleo porque “no valen nada desde un punto de
vista económico (economically worthless) debido a un defecto físico o
moral”[ix](p. 142).

 

La perennidad de este “concepto” en los análisis de la economía dominante
muestra que desempeña desde hace mucho tiempo el papel de posición de
repliegue, siempre presente en filigrana: cuando todas las otras
explicaciones del desempleo han fracasado, queda esta justificación
“residual”. En su forma moderna, se refiere a la cualificación insuficiente
de las y los desempleados. Entonces es posible adoptar un punto de vista
fatalista que básicamente equivale a responsabilizar a los desempleados y
desempleadas de su situación debido a sus deficiencias, o bien entonar un
himno a la formación.

 

Entre las y los inempleables, por supuesto, están “los enfermos y los
discapacitados, los idiotas y los locos, los epilépticos, los ciegos y los
sordomudos, los criminales y los vagos irreparables, y todos aquellos que en
realidad son moralmente deficientes”. Su inempleabilidad es el resultado de
enfermedades “de las que la sociedad no puede esperar estar completamente
liberada”. Pero hay otra categoría compuesta por hombres y mujeres
“incapaces de una aplicación regular o continua, o que son tan deficientes
en fuerza, en velocidad o en cualificaciones que son incapaces, en el orden
industrial en el que se encuentran, de producir su mantenimiento en
cualquier empleo” (p. 785).

 

Lo que sobre todo no debe hacerse con respecto a estos “desafortunados
parásitos”, y que sería “ruinoso para la comunidad” sería “permitirles que
se postulen libremente como asalariados" porque eso “evitaría que la
competencia conduzca a la selección de los más dotados y, por lo tanto, ir
en contra de su mismo objeto” (p.786). Los Webb resumen su razonamiento con
esta orgullosa fórmula tomada de Herbert Foxwell [1849-1936]: “la función
esencial de la competencia es la selección”[x]. Se ve aquí que la referencia
a la “selección” está lejos de ser inocua y que, en su opinión, el salario
mínimo finalmente tendría la ventaja de identificar y aislar a los
“inempleables".

 

Wells comparte el análisis de los Webb (que por otra parte le reclutaron en
la Fabian Society) y se refiere a su libro para mostrar que la contratación
de personas por debajo de un salario digno tiene el efecto de “desestimular
la invención de máquinas que ahorran mano de obra, para desalojar a una
fuerza de trabajo de mayor valor, para permitir a estos semi-capaces [sic]
fundar familias con niños desnutridos y mal cuidados, y reducir el nivel de
vida de la nación”. Para aclarar las cosas, agrega esta cláusula esencial:
“A largo plazo, es preferible que las personas que no sería rentable (worth
while) emplear debido a sus características y habilidades no sean de ninguna
manera contratados” (p. 107).

 

La introducción de un salario mínimo tendría decididamente la ventaja de
“clarificar” el problema del desempleo, excluyendo a aquellos que están
desempleados debido a una “incapacidad real de carácter, de fuerza o de
inteligencia, para una ciudadanía eficaz” (p. 109). Al impedir que alguien
sea empleado por debajo del salario mínimo, sería posible “barrer las
colonias y los escondites de estas personas del Abismo. Seguirían
existiendo, pero no se multiplicarían y ese es nuestro objetivo final”. Se
haría todo lo posible para crear un “ambiente hostil” que alentaría a estas
personas a no procrear: “es lo mejor que podemos hacer por estas pobres
pequeñas criaturas”. Wells no tiene nada en contra de quienes deciden vivir
sin hijos, muy al contrario: “Un inútil sin descendencia es una plaga en
peligro de extinción, e incluso puede ser una plaga pintoresca. Debo
confesar que un gamberro perezoso es muy de mi agrado [y que] podemos dar
rienda suelta a nuestra piedad y nuestra misericordia (...) El hecho de no
tener hijos es una virtud por la que merecen nuestros agradecimientos” (pp.
110-111).

 

La repugnancia de clase de Wells

 

Dos años antes de su proyecto de sociedad expuesto en Mankind in the Making,
Wells había publicado otro libro, Anticipations , cuyo subtítulo explicaba
el objeto: “la influencia del progreso mecánico y científico en la vida y el
pensamiento humanos”[xi]. Él usa en varias ocasiones (¡25!) el término
abismo. Esta expresión de “pueblo del abismo” ya estaba de moda en ese
momento, y este es, por ejemplo, el título que Jack London había elegido
para el libro de su investigación sobre los barrios bajos del East End de
Londres donde había ido a vivir por varias semanas[xii].

 

En sus Anticipaciones, Wells se deja llevar a un verdadero racismo social.
El novelista siempre está presente y sorprenden los paralelismos entre la
pintura que dibuja del pueblo del abismo con los Morlocks de su Máquina del
tiempo[xiii]. En un futuro lejano, la especie humana se ha dividido en dos
ramas; los Eloïs viven en la superficie, mientras que los Morlocks llevan
una existencia subterránea... en el abismo: “parecían inhumanos y con
náuseas: la cara estaba pálida y sin mentón, y sus grandes ojos eran de
color gris rosado sin párpados” (p. 126).

 

Al igual que en La máquina del tiempo, Wells predice que el progreso dará
como resultado “una gran cantidad de individuos que no tienen ninguna
función obvia en el organismo social”. Y, en el retrato que dibuja de ellos,
estos individuos son apenas menos repulsivos que los Morlocks: son, la
mayoría de ellos, “criminales o inmorales, o viven como parásitos de una
manera más o menos irregular” a expensas de las clases prósperas; otros
trabajan por un salario apenas susceptible de proporcionarles la
subsistencia diaria, intentando una competencia desesperada contra un
maquinismo que, hasta ahora, es aún más costoso que su mano de obra” (p.
94).

 

Y Wells continúa en la expresión de lo que es una verdadera repulsión de su
parte: “Esta es la parte sumergida de la sociedad, una multitud sin jefe,
sin objetivo, rodando hacia el abismo [abyss]. Esencialmente, incluye a
personas que no han podido adaptarse a las nuevas necesidades causadas por
el desarrollo del mecanismo; son los trabajadores rechazados de todo empleo
efectivo por la máquina, por el éxodo de las industrias a las nuevas líneas
de comunicación abiertas en lugares alejados; personas venidas al mundo en
condiciones que no les han permitido ingresar en la esfera del trabajo
activo. Y en esta agitación de la mano de obra suplantada por la maquinaria
se precipita el residuo inadaptable de todos los oficios e industrias
transformadas; estos residuos se aparean y se reproducen, y hay reclutas
adicionales proporcionados por los pródigos, los débiles, los fracasados de
todas las clases superiores”.

 

Más adelante en su libro, Wells pura y simplemente cae en la abyección. Su
aversión es física: “con la moralidad actual, realmente horrible, el hecho
de que un individuo insignificante, inoportuno, malvado y despreciable,
absolutamente incapaz de ganar incluso para él solo un salario suficiente,
se une con una mujer insignificante y hambrienta, ignorante, fea y deforme,
y entre los dos se hacen culpables de dar a luz a diez o doce hijos
vergonzosos y repulsivos, se considera un espectáculo extremadamente
edificante; y los padres afirman que sus excesos reproductivos les otorgan
derechos especiales sobre las personas que son menos fértiles y más
prósperas”.

 

Esta imagen es, de paso, la ocasión para que Wells se enoje con aquellos que
muestran compasión por estos desgraciados: “Las personas caritativas se
prodigan ardientemente a favor de un caso de este tipo; se hacen todos los
esfuerzos posibles para fortalecer a la madre y proteger a la descendencia
(...) Pocas personas parecen darse cuenta de que una familia semejante es un
elemento peligroso y criminal, desde el punto de vista de la fisiología
social” (pp. 349-350).

 

A continuación, esta aversión lleva a Wells a abogar por medidas de
segregacionismo social. Sugiere en Mankind in the Making que, en el caso de
que un niño no disfrute de condiciones de vida dignas o fuese maltratado,
“debería ser retirado inmediatamente del cuidado parental y los padres
deberían pagar el costo de un mantenimiento apropiado”. Si no tuvieran
éxito, podrían “ser colocados en establecimientos de trabajo para solteros
(celibate labour establishments) y no serían liberados hasta que su deuda no
hubiera sido totalmente pagada” (pp.100-101).

 

Este aspecto poco conocido de la obra de Wells permite medir hasta qué punto
tenía influencia el darwinismo social, incluso en el pensamiento de
intelectuales que, como los Webb, se reclamaban del socialismo. La
referencia al principio de selección y la aceptación de las leyes de
competencia son reveladoras a este respecto. Quizás sea necesario ver allí
la fuente de la tendencia inmanente de la socialdemocracia inglesa a ser el
representante de una cierta “aristocracia obrera” y a teorizar sobre la
necesidad de rechazar a los inempleables fuera del mundo del trabajo.

 

La noción de inempleabilidad todavía está presente hoy, y debería revertirse
la lógica de los Webb, radicalizada por Wells, que consiste en afirmar que
solo aquellos que puedan adaptarse a los métodos de producción pueden
aspirar a un trabajo. El progreso social, por el contrario, significaría
“tomar a los pobres tal como son y crear empleos adaptados a sus
habilidades”, como sugería Hyman Minsky[xiv].

 

Los que no son nada

 

“No valen nada desde el punto de vista económico”, son “inempleables”,
“semi-capaces” y no ocupan “ninguna función evidente en el organismo
social”: todas estas expresiones, que apuntan a la estigmatización de
categorías sociales, no han perdido su actualidad. ¿Cómo no pensar, por
ejemplo, en la distinción establecida por Emmanuel Macron entre “los que
triunfan” y “los que no son nada”?

 

Estos prejuicios continúan presentes en cierto inconsciente colectivo: se
mantienen en reserva, pero resurgen cuando las circunstancias empujan. Por
lo tanto, el desprecio existencial de Wells por los que hoy se llamarían
perdedores evoca, a fin de cuentas, el carro de insultos que se ha vertido
en Francia sobre los chalecos amarillos, y que están bien ilustrados por las
caricaturas de Xavier Gorce publicadas en Le Monde.

 

Finalmente, la tentación de la eugenesia social no se ha erradicado
definitivamente. Recientemente, Béatrice Piron, diputada de La République en
marche (el partido del presidente francés), ha presentado una enmienda,
afortunadamente rechazada, proponiendo reservar la PMA (procreación
médicamente asistida) para aquellos “que puedan justificar ingresos
susceptibles de permitir su subsistencia y la del feto”[xv]. Las siniestras
“anticipaciones” de Wells no han desaparecido de nuestro horizonte.

 

Notas

 

1/  Reeves, William Pember, State Experiments in Australia & New Zealand,
volumen 2, 1903, p. 47 et sq. Ver también, del mismo autor: “State
Experiments in Australia & New Zealand”, The Economic Journal, Vol. 11, n°
43, September 1901.

2/ Herbert George Wells, Mankind in the Making, 1903.

3/  Sidney & Beatrice Webb, Industrial Democracy, 1897 [traducción en
castellano, La democracia industrial, Editorial Biblioteca Nueva, 2004].

4/ Arthur Pigou, Unemployment, Williams & Norgate, London, 1913.

5/  Sidney Webb, “The Economic Theory of a Legal Minimum Wage”, The Journal
of Political Economy, vol. 20, n°10, December 1912.

6/  Charles Babbage, wikipedia.

7/  Charles Babbage, On the economy of machinery and manufactures, 1832.

8/  Charles Booth, “The Inhabitants of Tower Hamlets, their Condition and
Occupations”, Journal of the Royal Statistical Society, Vol. 50, No. 2, June
1887.

9/  Geoffrey Drage, The Unemployed, 1894.

10/  [10] Herbert Somerton Foxwell, “The Growth of Monopoly, and its Bearing
on the Functions of the State”, Municipal Review, October 13, 1888.
Tradución francesa: “Du développement des monopoles dans leurs rapports avec
les fonctions de l’Etat”, Revue d’économie politique, vol. 3, n° 5,
septembre 1889.

11/  Herbert George Wells, Anticipations of the reaction of mechanical and
scientific progress upon human life and thought, 1901. Traducción francesa :
Anticipations ou de l’ influence du progrès mécanique et scientifique sur la
vie et la pensée humaines, 1904.

12/  Jack London, The People of the Abyss, 1903. Traducción francesa: Le
peuple de l’abîme, 1926.

13/ Herbert George Wells, The Time Machine, 1895. Traducción francesa: La
machine à explorer le temps, 1899.

14/  Hyman Minsky, “Labor and the War Against Poverty”, avril 1965

15/  “L’amendement de la députée Béatrice Piron”, L’Obs, 11 septembre 2019.

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