Nueva York/ "Se ponen su uniforme y vienen": un hospital de Brooklyn durante el coronavirus [Sheri Fink]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Abr 1 21:28:41 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

1° de abril 2020

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Nueva York



“Se ponen su uniforme y vienen”: un hospital de Brooklyn durante el
coronavirus



Las prueba diagnósticas y el equipo de protección para los profesionales de
la salud han sido escasos y los médicos se están enfermando. Pero el
personal sigue trabajando.



Sheri Fink *

The New York Times, 30-3-2020

https://www.nytimes.com/es/



No eran ni siquiera las 9 de la mañana cuando el cubrebocas N95 de Sylvie de
Souza, que debía cubrir su rostro herméticamente, ya estaba desacomodado.



Mientras caía la lluvia helada el lunes, usando zuecos de goma, la doctora
iba y venía del departamento de emergencias que preside en el Centro
Hospitalario de Brooklyn a una carpa afuera, mientras supervisaba de cerca a
los médicos en formación, las enfermeras y otros miembros del personal que
ese día evaluarían a casi cien pacientes sin cita para ver si tenían
coronavirus.



Dentro de su sala de emergencias, más de una decena de personas que
mostraban señales de infección esperaban ser evaluadas en una zona que hace
tan solo unas semanas se utilizaba para dar puntadas y poner yesos. Otra
decena se encontraba en camillas acomodadas una frente a otra, como un
estacionamiento de la ciudad de Nueva York. Un hombre con respirador
esperaba a que hubiera espacio en la unidad de cuidados intensivos.



Minutos antes de que los paramédicos llegaran con un paciente que tuvo un
infarto, de Souza señaló las camas reservadas para emergencias graves,
separadas de los posibles casos de coronavirus por un muro recién
construido. “Esta es nuestra zona segura”, le dijo a un reportero. Después
se corrigió: “Se cree que es segura”. En realidad, no había manera de
saberlo.



El virus llegó al hospital hace tres semanas. De Souza comenzó a anotar los
detalles de cada posible caso en una hoja de papel, una lista que ha crecido
a más de 800 pacientes, la mayoría de los cuales fueron evaluados en la
carpa para pacientes sin cita.



Ella y otros médicos en el hospital se habían preparado para la sobrecarga
inminente: cancelaron la mayoría de las cirugías con el fin de disminuir el
número de pacientes dentro del hospital, designaron una sala de rayos X solo
para pacientes que quizá tengan el virus, buscaron suministros, prohibieron
la mayoría de las visitas, les dieron a los enfermeros nuevas tareas y
abrieron una línea de ayuda telefónica para la comunidad.



El hospital con 175 años de antigüedad —adonde Walt Whitman llevó duraznos y
poemas para animar a los heridos de la Guerra Civil y donde nació Anthony
Fauci, el asesor de la Casa Blanca que ahora es el médico más famoso de
Estados Unidos— está aumentando su capacidad, conforme a la solicitud que el
gobernador Andrew Cuomo dirigió a todos los hospitales. Hasta el miércoles,
la ciudad, ahora el epicentro del brote en Estados Unidos, había reportado
más de 59.000 infecciones confirmadas y 900 muertes.



Autorizado para tratar a 464 pacientes, el centro médico de Brooklyn
generalmente solo tiene el personal y las camas suficientes para atender de
250 a 300 personas. Está planeando aumentar ese número en un 50 por ciento
de ser necesario, pero quizá deba duplicarlo.



“Tengo muchos temores distintos”, comentó de Souza el 25 de marzo. Si el
volumen de pacientes aumenta al ritmo actual, le preocupa que la sala de
emergencias ya no tenga espacio la semana siguiente. Si muchos pacientes
están enfermos de gravedad y necesitan soporte vital, le preocupa tener que
elegir entre ellos.



Esa mañana por primera vez, los trabajadores médicos de la carpa levantaron
sus brazos a una distancia segura, como si estuvieran sosteniéndose las
manos, y dijeron una oración: que tomemos las decisiones adecuadas; que
estemos protegidos, al igual que los pacientes, de la enfermedad. De Souza
planea volverlo una tradición. “Eso es todo lo que podemos hacer: solo orar,
mantenernos unidos, darnos ánimos y no paralizarnos por el miedo”, comentó.



Más del 40 por ciento de los pacientes internados en el hospital —repartidos
por todo el edificio— eran casos confirmados o sospechosos de coronavirus,
al igual que más de dos tercios de los pacientes en cuidados intensivos.
Para el miércoles, cuatro habían muerto, tres de ellos desde el lunes.



“Aquí es donde está mi corazón”



El hospital mantiene el equipo protector personal muy bien vigilado, porque
está consumiendo los donativos de cubrebocas y otros suministros con
demasiada rapidez; esta semana, no había muchas batas hospitalarias. En la
sala de emergencias, los conocedores se acercan a la abrumada encargada de
la unidad, quien está rodeada de teléfonos que suenan. “Espera. Solo puedo
hacer una cosa a la vez”, le dijo a un empleado.



Poco después, se agachó debajo de su escritorio, sacó una caja y entregó un
juego: un cubrebocas N95 que filtra virus; un cubrebocas quirúrgico que va
encima, con un protector de plástico que viene en un empaque arrugado y que
fue donado por el pariente de un médico de la sala de emergencias; una bata
azul delgada que cubre el frente y los brazos de la persona y está abierta
por atrás; y un par de cubrebotas azules. Los empleados deben firmar un
formulario. Se entrega un juego al día.



El hospital no tiene compañía matriz a la cual solicitar suministros
adicionales ni una red de otras instituciones que compartan recursos durante
la pandemia para la población predominantemente de bajos recursos y
culturalmente diversa que atiende. Se resistió a la época de las fusiones
empresariales. “Como hospital independiente podemos controlar nuestro
destino, controlar nuestros recursos, y de verdad hacer lo que creemos
adecuado para la comunidad”, dijo Gary G. Terrinoni, su presidente y
director ejecutivo.



La semana pasada, el hospital casi sufre una escasez peligrosa de hisopos
para pruebas, y sus llamados por un mayor suministro llegaron a oídos del
gobierno federal. “Estamos en modalidad de catástrofe”, comentó Terrinoni.



El teléfono de la sala de urgencias sonó de nuevo. Era un hombre que vivía
en la misma calle y estaba ofreciendo cubrebocas caseros. “¿Está
vendiéndolos o donándolos?”, preguntó de Souza. Era una donación. Tomó su
número y le agradeció. El hospital ha recibido donaciones como guantes,
alimentos y una botella café con un líquido misterioso preparado por un
fabricante de desodorantes artesanales, quien explicó que podía usarse para
desinfectar cubrebocas. Por ahora, lo reservarán.



La noche anterior, había llegado un regalo aún más grande en una caravana de
camionetas negras que se acercaron con luces intermitentes: cajas de pruebas
de coronavirus al parecer provenientes de las reservas nacionales
estratégicas federales, 200 en total. El lunes por la mañana, dos
funcionarios del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos con uniformes
azules pulcros llegaron para supervisar su uso.



Sin embargo, había un problema. Los resultados de las pruebas de esos kits
se entregarían directamente al paciente, no al hospital. De Souza les
preguntó a los funcionarios de salud pública cómo sería ese proceso. “No
podemos predecir el progreso clínico del paciente”, comentó. Si alguien está
usando un tubo respiratorio, “no podrá atender el teléfono para saber su
resultado”. Los dirigentes del hospital trataron de resolver el problema, y
no se abrieron las cajas de pruebas.



Según las nuevas restricciones del departamento local de salud, comunicadas
por fax al laboratorio del hospital, los médicos solo debían hacer pruebas a
las personas que estuvieran suficientemente enfermas como para ser admitidas
al hospital. De Souza imprimió el protocolo de pruebas revisado, el octavo
que había recibido el hospital en las semanas recientes. Recorrió el
departamento de emergencias rompiendo copias de los viejos y engrapando los
nuevos lineamientos a las paredes.



Hace unas semanas, el hospital pudo enviar hisopos al laboratorio de salud
pública de la ciudad, que devolvía los resultados en un día. Ahora, un
mensajero recogía hisopos dos veces al día para enviarlos a un laboratorio
Quest en California. Al principio, los resultados tardaban dos días, después
cuatro, y ahora era una semana.



“Eso de verdad nos está afectando”, comentó Terrinoni. El miércoles, el
hospital tenía a 65 pacientes en espera de sus resultados. Cada una tuvo que
ser aislado en una habitación que generalmente se usaba para dos pacientes.



“Es probable que todos estemos contagiados”



En la carpa exterior de pruebas, Luciano Mahecha, de 50 años, se quitó su
chaqueta de esquí. “Un residente del departamento de cirugía colocó un
estetoscopio en su espalda. “Tus pulmones están despejados. No necesitas una
prueba”, dijo Robert Jardine. Le dijo a Mahecha que se fuera a casa y que se
quedara ahí mientras persistieran sus síntomas: tos y fatiga.



Mahecha, cuya lengua materna no es el inglés, aceptó alejarse de otras
personas, pero no parecía entender si tenía el virus o no. “Creía que lo
tenía, pero, gracias a Dios, todo está bien”, comentó. “No estoy infectado”.



“Probablemente está infectado”, le dijo Jardine a un reportero, y después
señaló a sus colegas. “Quizá todos estamos infectados. Estamos expuestos
todos los días a personas que sabemos” tienen más probabilidades de estar
infectadas que otras. Les dijeron a los estudiantes de medicina que dejaran
de ir al hospital la semana pasada, pero los residentes como Jardine, que
están a menos de un año de terminar sus estudios de medicina general,
conformaban la mayoría de los médicos que hacían las revisiones en la carpa.



La lluvia aumentó afuera, y el piso comenzó a combarse. “Necesitamos ayuda.
La carpa se está inundando”, decía el mensaje que de Souza envió a los
ingenieros del hospital en la aplicación Signal.



Un hombre mayor entró a la carpa con una andadera. Esperó, sentado al lado
de otras personas que tosían detrás de los cubrebocas que les dieron en la
entrada de la carpa. Cuando le dijo al encargado de registros que había
venido para tratarse una herida, el encargado se alarmó. “¡Tiene que salir
de aquí!”, le dijo.



“Y va a estar peor”



Mientras caminaba por el departamento de emergencias, de Souza se detuvo
para hablar con dos médicos de cuidados intensivos.



“Aquí tienen uno”, les dijo. Entre los pacientes que esperaban mudarse al
piso de arriba se encontraba el paciente enfermo de gravedad con un
respirador.



La unidad estaba llena, le dijo Jose Orsini, y agregó: “Y va a estar peor”.



De Souza teme esa posibilidad, y la acechan los recuentos de médicos
italianos que les niegan recursos vitales a los adultos mayores o que
proporcionan cuidados inadecuados en hospitales atestados. “Me estoy
preguntando si para allá nos dirigimos”, dijo el miércoles por la noche.
Algunos pacientes que fueron evaluados y enviados a casa después regresaron
con dificultad para respirar, y necesitaban respiradores. “Cada día la
situación se vuelve más difícil”.



La unidad de cuidados intensivos tenía dieciocho camas atendidas, y añadió
seis más el miércoles por la noche. Todas están ocupadas, y cerca de dos
tercios de los pacientes son casos confirmados o sospechosos de coronavirus,
de acuerdo con James Gasperino, director de servicios de cuidado intensivo
en el hospital.



Dijo que se podían agregar ocho más de inmediato en la unidad quirúrgica de
cuidados intensivos, y aún más podrían añadirse, con personal adicional, en
salas de operaciones, la zona de recuperación quirúrgica y una antigua
unidad de cuidados intermedios en un piso distinto.



Los pacientes con coronavirus que tienen neumonía a menudo pueden necesitar
un respirador de dos a tres semanas. “El nivel de intensidad es mayor”, dijo
Gasperino, que también preside un departamento médico. “Es más difícil
oxigenar, a diferencia de los típicos pacientes de gripe”. Agregó: “El
personal siente mucha ansiedad”. Hasta ahora ninguno de los pacientes con
coronavirus que requiere respiradores se había recuperado lo suficiente para
no necesitarlo, aunque varios pacientes más jóvenes estaban mejorando
rápidamente, comentó.



El martes —después de que llegaron 120 hisopos de Quest— Lenny Singletary,
el vicepresidente sénior de asuntos externos del hospital, regresó los
hisopos de pruebas federales al departamento de gestión de emergencias de la
ciudad y preguntó entre broma y broma si podía cambiarlos por respiradores.



Al día siguiente, dijo que el hospital aceptó doce respiradores de la
oficina de gestión de emergencias, la Universidad de San Jorge y una
compañía: Comprehensive Equipment Management Corporation.



Por ahora, los miembros del personal aún están esforzándose por hacer todo
lo posible. “El hospital no puede cerrar sus puertas a otros pacientes”,
dijo Singletary, que creció en ese vecindario. El centro médico atiende a
niños, a mujeres que tienen bebés y a gente que tiene infartos, entre otros.
“No se puede cerrar el hospital para tratar el coronavirus” únicamente,
dijo.



Por eso, los miembros del personal siguen trabajando.



“ Simplemente se arman de valor”, dijo de Souza sobre su equipo. “Se ponen
su uniforme y vienen aquí. A eso se dedican. Claro que sienten ansiedad, y
desde luego que tienen miedo, son humanos. Ninguno de nosotrosabe qué
ocurrirá después. Ni siquiera sabemos si nos enfermaremos. Pero hasta ahora
ninguno de ellos ha faltado a su deber, su llamado”.



* Sheri Fink es corresponsal de la unidad de investigación del Times. Ganó
el Pulitzer en 2010 en la categoría de investigación y en 2015 volvió a
ganarlo por investigaciones internacionales. Estudió una maestría y un
doctorado en la Universidad de Stanford.

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