Epidemias/ Cuando la «gripe española» mató a millones [Étienne Forestier-Peyrat]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Abr 1 21:31:37 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

1° de abril 2020

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Epidemias



Cuando la «gripe española» mató a millones



Atrapada entre las grandes epidemias del pasado y el horror de la Primera
Guerra Mundial, la gripe de 1918-1919 ha tardado en ser reconocida como un
gran desastre sanitario y social. Se trató de una enfermedad desconcertante
cuando se pensaba que la revolución de Louis Pasteur parecía haber triunfado
sobre las grandes epidemias. Algunas reacciones y discusiones de entonces
resuenan en estos tiempos de nuevos virus globales.



Étienne Forestier-Peyrat *

Nueva Sociedad, marzo 2020

https://www.nuso.org/



Al encontrarse entre las grandes epidemias del pasado y el horror de la
guerra mundial, durante mucho tiempo resultó difícil reconocer la gripe de
1918-1919 como un gran desastre sanitario y social. Las reacciones ante la
epidemia actual dan testimonio de una negación recurrente frente a una
enfermedad que desconcierta.



Unos días antes de morir por el flagelo que devastó al mundo en 1918,
Guillaume Apollinaire aún encontró la fuerza para ironizar sobre esta gripe
«mundana» contraída por el rey de España, Alfonso XIII: «Sin cantar todavía
victoria, podemos entrever ahora el fin de la epidemia. (...) La gripe
española solo será un mal recuerdo». Debilitado por una herida de guerra, el
poeta falleció el 9 de noviembre, mientras se disparaba el número de
víctimas de lo que en adelante la prensa francesa y la angloparlante
llamaron «gripe española».



La denominación era poco adecuada porque, si bien la gripe se manifestó de
forma virulenta en España desde la primavera de 1918, su origen se hallaba
indudablemente en el Medio Oeste de Estados Unidos. Zoonosis, es decir,
enfermedad infecciosa transmitida de animales vertebrados (aves, porcinos y
bovinos especialmente) a humanos, la gripe de 1918-1919 ya pertenecía al
tipo H1N1, que se hizo famoso en 2009 por una erupción que despertó
preocupación mundial. Las fuerzas motoras de la globalización y el contexto
particular del final de la Primera Guerra Mundial explicaron su rápida
circulación durante casi dos años en todo el planeta: se convirtió en la
primera pandemia verdaderamente global y dejó entre 50 y 100 millones de
víctimas.



El libro que el historiador de la salud Freddy Vinet dedica en 2018 a esta
gripe rastrea los desafíos que planteó una enfermedad cuyo alcance fue
difícil de estimar incluso para sus contemporáneos. Vinet advierte acerca de
la dificultad de «pensar la gripe», cuando la revolución pasteuriana parecía
triunfar sobre las grandes epidemias y el conflicto mundial concentraba la
atención debido a sus sangrientas cosechas. Esta incredulidad fue aún mayor
en tanto la gripe, si bien golpeaba de manera muy desigual a las clases
sociales y los grupos étnicos, en Europa arrasaba con lo que quedaba de una
generación joven ya muy afectada por la guerra



Tres oleadas mortales



Si la gripe desconcertó en aquella época fue porque golpeó en tres oleadas,
cuya cronología varía marginalmente según la región del mundo. Entre abril y
julio de 1918, una primera ola mostró en Francia una alta morbilidad,
especialmente en las guarniciones, pero la tasa de mortalidad se mantuvo
relativamente baja. La sensación de reflujo de verano fue engañosa, ya que
en agosto-septiembre comenzó una segunda oleada, en la que se multiplicaron
las infecciones pulmonares mortales. Hasta un tercio de la población se vio
afectada por la enfermedad, mientras que muchos de los pacientes más jóvenes
murieron. La mortalidad alcanzó su punto máximo en el grupo de edad de 25 a
34 años, lo que provocó consternación entre los médicos. A principios de
1919, una tercera ola trajo nuevamente una alta morbilidad, pero un menor
número de muertes.



Más allá del análisis global de la pandemia, Vinet subraya el desarrollo por
«estallidos» de infección en contextos locales. En la Francia rural, la
epidemia raramente golpeaba durante más de dos semanas el mismo pueblo y
solo se mantenía de manera persistente en las grandes ciudades. De repente,
las unidades militares se encontraron incapacitadas, como la flota británica
que debió reducir sus salidas en mayo de 1918 porque 10% de sus efectivos no
respondió al llamado. Estos brotes desbordaron a los servicios de salud ya
afectados por la guerra, como señalaba un integrante del Parlamento el 18 de
febrero de 1919: «Actualmente hay una gran cantidad de enfermos que padecen
neumonía gripal; muchos mueren por falta de atención, por falta de médicos».



Tan importantes como los aspectos de los cuales el historiador lleva un
registro son aquellos que se le escapan por falta de fuentes o de atención.
Los periódicos informaban que el presidente Woodrow Wilson y Georges
Clemenceau debieron hacer un breve reposo, pero se sabe poco sobre el
servicio doméstico en el oeste de París, que provocó un aumento de la
mortalidad en esos barrios acomodados. Menos conocida aún es la difícil
situación de las clases trabajadoras y los negros en Estados Unidos. En
cuanto a las poblaciones asiáticas –especialmente indias– o de Oriente
Medio, su suerte sigue siendo en gran medida ignorada, lo que explica las
variaciones en los resultados generales de la epidemia. Una cifra da la idea
de estos desfasajes: mientras la gripe mató a unas 240.000 personas en
Francia, hubo más de cuatro millones de muertes en la isla de Java, cuya
población era similar.



El desarrollo de las sociedades…



Más allá de estas variaciones geográficas, el libro muestra cómo la gripe
intervino a contratiempo respecto de la historia canónica de la medicina.
Durante mucho tiempo, esta tendió a presentar la revolución pasteuriana como
el comienzo de una marcha triunfal contra las enfermedades infecciosas,
poniendo fin al «miedo azul» que el cólera creó en el siglo XIX. Aunque la
peste golpeó con fuerza en Manchuria en 1910-1911 y la gripe misma
experimentó un episodio virulento en 1889-1890, la «gripe española» ya no
parece corresponder a su época. Los médicos estaban desorientados, lo que
alimentó la búsqueda errática de curas milagrosas por parte de la población.



La mirada retrospectiva no disipa todas las incertidumbres. Ahora se sabe el
tipo de virus y se puede describir el contagio de esta gripe, pero no hay
consenso respecto a las posibles mutaciones del virus y al papel de los
factores ambientales. Si bien el proceso de contagio ya se conocía en aquel
momento, la búsqueda de determinantes climáticos o meteorológicos continuó
preocupando a los contemporáneos, mientras que aumentaban las observaciones
relativas a las predisposiciones y comorbilidades. Los neumococos causantes
de infecciones pulmonares atacaban así a personas ya vulnerables, por
ejemplo debido a los gases de la guerra.



Las señales contradictorias que diera la epidemia durante sus diferentes
oleadas se suman a esta confusión y explican las palabras inicialmente
tranquilizadoras de los médicos. De ahí que el 10 de septiembre de 1918 –en
vísperas de la segunda ola– el Journal de Médecine et de Chirurgie Pratique
pudiera escribir: «La gripe es una enfermedad relativamente leve, para la
cual las medidas de cuarentena o desinfección en las fronteras aplicables a
otras enfermedades serían injustificadas y, además, inútiles». Unas semanas
después, el tono cambiaba por completo.



… y las «altiveces del gobierno»



La censura y la autocensura de la prensa de los países beligerantes explican
que no se llegue a conceder una gran importancia a la gripe hasta el otoño
de 1918. Los mismos médicos militares, en la primera línea de vigilancia y
autores de valiosos informes para analizar la epidemia, no podían descuidar
las demandas del esfuerzo de guerra. En contraste, la prensa española
informaba ampliamente sobre la epidemia, lo que apoya la idea del origen
hispánico del virus. Esta desorientación traducía la dificultad para ubicar
los circuitos de la epidemia en una economía globalizada: el tiempo de las
«plagas de Oriente», que podían ser contenidas mediante una mezcla de
cuarentenas focalizadas y mecanismos sanitarios, había terminado.



Por eso no resulta sorprendente que las medidas tomadas por las autoridades
de los diferentes países no terminaran de hacer frente a la catástrofe
sanitaria. No querían cerrar las fronteras para no bloquear los suministros
de guerra ni se atrevían a tomar medidas demasiado drásticas para la vida
económica, cultural y social, a fin de no agravar las consecuencias de la
contienda bélica. Las medidas profilácticas rara vez se aplicaban a escala
nacional, y las autoridades locales recibían «el desagradable privilegio
(...) de tomar medidas impopulares para controlar la propagación tanto como
sea posible».



Esta reacción débil nos recuerda que los factores políticos, diplomáticos y
sociales en las medidas tomadas pesan a menudo más que las consideraciones
médicas y sanitarias. La falta de personal médico y de enfermería, así como
la escasez de equipos, dificultaron el manejo satisfactorio de los pacientes
en todas las áreas afectadas. Al mismo tiempo, hubo vacilaciones acerca del
cierre de escuelas, lugares de entretenimiento y de reunión, y la población
no terminó de incorporar las medidas profilácticas. Fue finalmente el
ausentismo creciente lo que obligó a revisar las reglas de funcionamiento,
como en el caso del metro de París, cuya circulación se redujo fuertemente
en octubre de 1918.



Considerando el desastre sanitario que constituyó a escala mundial, la gran
gripe dejó solo una marca débil en la memoria debido a que no logró «entrar
en resonancia» con el resto del siglo XX: si bien su nombre sigue siendo
proverbial, sus realidades subyacentes se desvanecieron. Su cronología
difusa no se presta a la descripción canónica de las grandes catástrofes, y
finalmente su banalidad, apenas distinguible de la gripe estacional, hizo
que este «enemigo invisible» fuera desvaneciéndose en favor de las grandes
epidemias más antiguas.



Además del poco interés de la historia médica hasta la década de 1980 por
este episodio, el libro de Vinet recuerda con acierto la mala conciencia de
una generación que prefirió glorificar la muerte de sus hijos en la guerra
más que la provocada por la gripe, incluso para disimular «su negligencia y
su impotencia durante este episodio». Pero ¿el lado político de este
episodio no explica también su recuerdo incierto? La grande grippe se hace
eco de los cuestionamientos acerca de la capacidad de los regímenes
liberales para responder al desafío epidemiológico, siguiendo la línea del
historiador estadounidense Alfred W. Crosby, quien señaló que «durante una
epidemia, la democracia puede ser una forma peligrosa de gobierno» (1). La
falta de cuidado de la población francesa durante 1918 resuena de manera
inquietante ante la desorientación que ella manifiesta a principios de 2020.



Si, por un lado, la epidemia de Covid-19 nos recuerda que el «retorno de las
epidemias» les concierne tanto a Europa como a otras regiones del mundo, a
pesar de los considerables progresos en materia de medicina y virología,
pone a prueba sobre todo la capacidad de reacción de las sociedades ante una
amenaza colectiva e intuitivamente inasible. Esta víspera de primavera, en
la que el mundo se encuentra, nuevamente, bloqueado/«engripado», revela de
hecho el enorme desfase de las «culturas epidemiológicas», alimentadas por
la historia inmediata o más lejana.



* Étienne Forestier-Peyrat, es historiador, egresado de la Escuela Normal
Superior de París-Ulm. Es profesor y posdoctorando en Sciences Po Paris.



Nota



1) la primera versión, en francés, de este artículo fue publicado en La Vie
des idées con el título: «Une grippe à cent millions de morts». Disponible
en
https://laviedesidees.fr/Freddy-Vinet-grande-grippe-1918-pire-epidemie-siecl
e.html. Traducción Lucas Bidon-Chanal.

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