Uruguay/ La pandemia en los asentamientos: sin agua, sin trabajo y con el suelo contaminado [Venancio Acosta]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Abr 10 15:50:48 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

10 de abril 2020

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Uruguay



La pandemia en los asentamientos del Cerro: sin agua, sin trabajo y con el
suelo contaminado



¿Qué virus?



El lavado compulsivo de manos es imposible. La cuarentena, relativa. La
distancia personal, impracticable. La higiene doméstica, una idea lejana. Y
el teletrabajo, una entelequia. Nadie sabe cómo llegará la pandemia a la
periferia de Montevideo. Pero algunos lugares –como los asentamientos (1) de
la Fortaleza del Cerro – ya adolecen de demasiados males como para responder
adecuadamente al mal del momento.



Venancio Acosta

Brecha, 9-4-2020

https://brecha.com.uy/



En el lomo de la Fortaleza del Cerro hay decenas de familias que quisieran
estar a salvo de la pandemia. Pero viven encima de las rocas, en ranchos que
se vienen abajo con el primer viento. Además, no tienen agua corriente. Ni
saneamiento. Ni luz eléctrica regular. Y todo se inunda cada vez que llueve.
Desde que sobrevino el virus, poca cosa ha cambiado por allí. Como en muchos
barrios, una gran olla popular sostenida por los vecinos es quizás de las
pocas novedades que la covid-19 le trajo a esta zona sufrida del oeste
montevideano.



El de la calle Cuba es, quizás, el más joven de los barrios irregulares, que
vienen creciendo en los últimos años alrededor de la fortaleza. Esa antigua
construcción, que supo ser de las últimas levantadas por los españoles por
estos lares –posteriormente bautizada Fortaleza General Artigas–, se
convirtió en un monumento histórico a principios del siglo pasado. (2)  Una
de sus últimas modificaciones arquitectónicas oficiales fue la inauguración
de una plazoleta llamada Espacio Libre Ernesto Che Guevara, donde se impuso
un busto del argentino mirando a la bahía. Rebosante de héroes, la fortaleza
guarda una historia rica pero lejana. Ahora, está habitada por gente que no
tiene donde vivir.



“Yo le digo La Favelita”, nos cuenta Mercedes Lukin, una trabajadora social
que cumplió diversos roles institucionales en la zona. Se refiere al
contingente de personas que ocuparon la parte baja de la fortaleza, hace
unos seis años. Los primeros en llegar –que se acomodaron en la parte alta–
lo hicieron, dicen, alrededor de veinte años atrás. Sin servicios
esenciales, la falda del Cerro comenzó a poblarse de varios asentamientos
simultáneos, a una velocidad creciente. Y la situación de a poco comenzó a
revelarse como un desafío, que el Estado no ha sabido resolver. “Somos como
veinte familias”, arriesga Eva, una de las vecinas del asentamiento más
reciente. Ni las autoridades municipales, ni los operadores sociales del
sistema de protección social, ni los actores políticos de la zona conocen el
dato con exactitud. Pero todos advierten un crecimiento. En octubre de 2015,
las imágenes satelitales todavía mostraban la parte baja prácticamente
despoblada. Y desde la última recorrida de Brecha por el lugar, en abril de
2017, (3) los ranchos no hicieron otra cosa que multiplicarse.



*****



Ahora, los vecinos se levantan todos los días frente a la mirada del Che.
Pero no tienen agua corriente. Las características de lugar –la altura,
principalmente– impiden que la red les llegue a todos. Como consecuencia,
recipientes de toda clase acumulan el agua, que los vecinos se ven obligados
a acarrear desde una única canilla, ubicada en lo alto de la cuesta. (Eso
sí: cuando llueve, el agua se escurre durante varios días.) Y la luz se trae
del alumbrado público. En uno de los pasajes, la instalación eléctrica no es
más que un amasijo de cables elevado del suelo por una columna de palos, que
evita los cortes permanentes y aleja la electricidad del contacto con las
personas, los animales y las planchas de metal que hacen de paredes. Maderas
de encofrar, tablones húmedos de compensado, chapas derruidas y un sinfín de
materiales –desechables en otro lugar– acá remiendan techos, mesas, cercos,
portones. Las familias se amontonan en las pequeñas piezas húmedas con todo
lo que puedan atesorar.



En algunas casas, el olor fétido es permanente y los mosquitos proliferan,
producto –dicen los vecinos– de la ausencia de soluciones para eliminar la
materia fecal, pero quizás, también, de la madera podrida, las dificultades
para la higiene en general y el hacinamiento. “Es la mierda”, simplifica un
locatario que camina con nosotros. No hay baños: con suerte, se levanta un
espacio alejado de la casa donde hacer lo necesario, aunque sin cañerías ni
desagües. “Necesitamos que, para que la gente no tire sus necesidades en
cualquier lado, al menos nos ayuden a hacer un pozo en el suelo”, reclama
una de las vecinas, con el gesto de hincar una pala, sin advertir –o
queriendo hacerlo– que estamos pisando la roca viva del Cerro, donde eso es
ciertamente inviable.



Los pisos de la casa de Miguel –obrero de carga en una empresa concesionaria
del aeropuerto– son piedras puntiagudas que emergen del pasto. Quiere
mostrarnos su rancho y se mueve entre el cablerío enrollado –una larga
trenza de alargues, trifásicos y extensiones– a la altura media de una
persona. Quiere que veamos “el baño”: poco más que la losa de un wáter en el
piso. Todos los días, Miguel se carga en el lomo dos grandes tarrinas azules
y sube por la cuesta en busca de agua. Tiene dos hijos: el más chico se
entretiene con un teléfono celular y ella dibuja casitas en un cuaderno. Por
ahora, Miguel hace solo la tarea, porque hace algunos días la madre de los
niños cayó en cama con síntomas de gripe.



*****



“Las situaciones que hay son de las peores que he visto en los años que
llevo en el barrio”, dice Pablo Pereira, docente del programa Apex del
Cerro, que trabaja en contacto con la policlínica de Casabó, donde suele
atenderse gran parte de las familias. El técnico apunta al problema
habitacional como el aspecto primordial. Más expeditivo, el exalcalde del
Municipio A Gabriel Otero (Movimiento de Participación Popular - Frente
Amplio) –ahora diputado– suelta: “Esa gente está en el horno, hermano”.
Otero es uno de los agentes políticos del barrio y mantenía una relación
asistencial con los vecinos, propiciando el envío de materiales paliativos,
como chapas y canastas. Lo mismo han hecho algunas iglesias, con alimento, y
los programas de cercanía del Mides (Ministerio de Desarrollo Social) y el
Inau (Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay), con las magras ayudas
sociales. Relaciones de mitigación (no exentas de tensiones) que no logran
llegar al fondo del asunto.



Al estar en un terreno como el de la fortaleza –patrimonio histórico y
piedra pura–, los terrenos no se pueden regularizar. La única solución es,
de hecho, el realojo. Para algunos actores institucionales de la zona, los
constantes rumores sobre planes de vivienda son una de las variables que
explican el crecimiento poblacional del lugar. “Cada vez que hay anuncios de
realojo, aparece más gente”, cuentan. Otros creen que las nuevas
generaciones de las familias del asentamiento se “independizan”, extienden
los ranchos en el mismo terreno y multiplican así la densidad de población.
También se dice que se trata de “población que fluctúa” entre varios
asentamientos del oeste de la ciudad.



Para las aproximadamente cuarenta familias que ocupan el terreno alto de la
fortaleza, el realojo es casi un hecho. Recientemente, se culminó una de las
últimas etapas del procedimiento que intentará eliminar el asentamiento más
viejo del lugar. La Intendencia de Montevideo (IM) (4) –que adquirió el
nuevo terreno y se hará cargo de los servicios de relocalización– y el
Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (Mvotma)
–que se encargará de la construcción de las viviendas– están prontos para
anunciar el realojo en los próximos meses. “Hace tres o cuatro años, cuando
nos planteamos el realojo, era para las familias que estaban en peores
condiciones”, dice Andrés Passadore, director del área Tierras y Hábitat de
la IM. El nuevo terreno ya está escriturado, y se prevé comenzar
próximamente con obras de infraestructura, una vez que las nuevas
autoridades del Mvotma adjudiquen la obra a una empresa constructora. “Está
en manos de la próxima administración”, agrega Passadore.



¿Qué pasa con los demás asentamientos de la fortaleza? El realojo inminente
de un grupo de familias es una solución parcial de una problemática que se
ha agudizado en los últimos dos años. Por ahora, los nuevos grupos que
fueron llegando no tienen una solución en el horizonte. A nivel nacional,
los realojos dependen, en gran medida, del Plan Nacional de Relocalizaciones
del Mvotma. El ministerio fija quinquenalmente la cantidad de reubicaciones
que puede llevar adelante y distribuye luego la financiación entre las
intendencias. “En estos períodos anteriores la intendencia acordó con el
ministerio una serie de realojos. Los últimos que entraron fueron los de
estas 38 familias de la fortaleza. Lo próximo que pueda venir es lo que se
pueda acordar con el Mvotma para el período que viene. La IM dependerá de la
asignación de recursos”, dice Passadore.



Para el resto de las decenas de familias que pueblan precariamente la falda
del Cerro, el Estado sólo ofrece medidas paliativas. La intendencia, según
Passadore, tiene proyectada una serie de acciones para mitigar las
situaciones habitacionales más deficitarias mientras no se decida un
realojo, “porque los procesos de relocalización son largos y, mientras no se
consigue una solución, pasa la vida de la gente, los niños y los
adolescentes que van creciendo en esos lugares”. El programa, que se llama
Mejora Urbana, busca reforzar el alumbrado público, mejorar los accesos y
las salidas para que permitan la circulación, reciclar los espacios
públicos, asegurar las condiciones mínimas para la supervivencia: pozos
negros, baños, techos, etcétera.



—Concretamente, en los asentamientos de la fortaleza, ¿en qué han podido
avanzar en este sentido?



—Tenemos pendiente esa zona. Se priorizaron varios lugares, por lo que en
esa zona del Cerro no estamos trabajando por el momento.



—Y en la situación actual, de pandemia, ¿qué medidas se han tomado en
relación con estos lugares, donde, por ejemplo, no hay agua potable?



—Son lugares donde la emergencia sanitaria pega el doble o el triple. En el
caso específico de la fortaleza, se hicieron gestiones con Ose y se amplió
la posibilidad de los vecinos de acceder al agua, porque habitualmente
tienen que caminar dos cuadras, empinadas, para llenar los bidones con la
canilla. Y es insostenible. Colocaron una nueva canilla y reforzaron la ya
existente. Paliaron la situación, pero los vecinos siguen sin agua. También
entregamos una mínima canasta de higiene, que contiene lavandina, detergente
y jabón.



—En cuanto al agua potable, ¿hay situaciones similares a las del Cerro?



—Este caso es muy particular. No nos hemos encontrado con otros. Porque, por
ejemplo, la situación de precariedad de La Chacarita, por Camino Maldonado,
es imponente, pero el agua está. El problema de la fortaleza es que, como
están arriba del Cerro, la presión normal del agua no llega. Entonces ni los
propios vecinos pueden solucionarlo extendiendo la red, como en general lo
hacen en otros barrios.



*****



La organización de usuarios de la salud del Zonal 17 (que representa a gran
parte del Municipio A, en el oeste de la capital) ha señalado públicamente
que los servicios de atención de la zona se han contraído notoriamente en
las últimas semanas. El 2 de abril, en un comunicado, sintetizaba: “En el
Municipio A vive el 15,5 por ciento de la población de Montevideo. La red de
atención del primer nivel de Asse (Administración de los Servicios de Salud
del Estado) tiene 24 policlínicas y 23 están cerradas ‘hasta nuevo aviso’”.
Brenda Bogliaccini, una de las integrantes de la organización, afirmó que en
los últimos días volvieron a abrir algunas de las policlínicas de Asse
(Santa Catalina y Tres Ombúes), además de las dependientes de la
intendencia. Recalcó: “Cerrar las policlínicas en este momento afecta a las
cientos de miles de personas que viven en esta zona. Estamos en una
situación en la que la solución no es sólo mirar al más pobre, sino ver cómo
está funcionando la política general, porque se está proyectando una
reestructura del sistema de salud. Están en juego grandes decisiones, que
afectan a muchísimas personas y son grandes pasos atrás”.



La gente de la fortaleza (y, naturalmente, todos las personas que enfrentan
situaciones similares) quizás prefiera pensar en lo urgente antes que en lo
global. Nadie los culpa. Entre las muchas complicaciones sanitarias a las
que están sometidos por vivir sin agua, una ha ganado importancia: el suelo
que pisan está contaminado, debido a los basurales y, principalmente, a la
materia fecal que durante años fue eliminada en el propio terreno. La Unidad
de Parasitología Clínica de la Facultad de Química trabajó en el lugar,
desde 2017, tomando muestras del suelo y confirmó que existen diversos tipos
de parásito, que, además, se encuentran en etapas de desarrollo en las
cuales es factible que infecten a humanos y animales, lo que eventualmente
puede propiciar enfermedades intestinales de relativa gravedad.



Con la crisis sanitaria, además de las policlínicas, la mayoría de los
servicios de protección social del Mides y el Inau, que suelen trabajar en
cercanía con las familias (y antes de la pandemia ya estaban desbordados),
se han limitado a la atención más distante y en algunos casos sólo responden
de forma remota. Los beneficiarios, de todas formas, se encuentran
registrados en las bases de datos institucionales, a partir de las cuales
usualmente se reparten las ayudas puntuales. El problema –dijeron a Brecha
el Apex y el centro del Inau en el municipio– es que algunas personas
permanecen fuera del sistema, sin documentación ni referencia.



*****



Como en la fortaleza –a pesar de las exhortaciones del gobierno–, toda la
periferia de Montevideo se paró de manos frente a la situación. A decir
verdad, en la mayoría de los barrios surgieron iniciativas solidarias con
una fuerza inusitada. Todas necesitan donaciones. En la Ciudad Vieja y el
Barrio Sur, por ejemplo, los vecinos se organizan para alimentar,
mayormente, a la población en situación de calle que deambula en el Centro.
En el fondo de una vivienda del Cerrito de la Victoria se formó un núcleo
del Colectivo Trans del Uruguay que cocina para el barrio, y hay dos o tres
ollas más en los alrededores. Los vecinos de Flor de Maroñas ocuparon el
club del barrio para organizar una olla y así ayudar a gran parte de los
vecinos a “guardarse el jornal”. De noche reciben la mayor cantidad de
gente; según los organizadores, los vecinos todavía se resisten a mostrarse
durante el día engrosando las filas de una cuadra para llenar la vianda.



En Villa del Cerro, la comisión de jóvenes de la Cooperativa 30 de Setiembre
cocinó, por primera vez el sábado, en una enorme olla donada por el club
Rampla para los vecinos de los asentamientos de la zona, que de noche
hicieron fila por Camino Buffa. A la vez, intercambian con miembros de la
Covinfu –una cooperativa ubicada en Camino Sanfuentes–, que hicieron lo
propio acerca de cuál debería ser el papel de la Fucvam ante la crisis. En
Cerro Norte funcionan dos ollas populares que cocinan para más de cien
personas por día. Una de ellas es la de Gladys, cocinera de la escuela del
barrio que organizó, junto con su familia y dos maestras, una olla en su
propia casa. Todos los días al mediodía la espera una larga fila de gente
por la calle Vizcaya. También se sirve la merienda –leche en polvo con
bizcochos– para los niños del barrio por iniciativa de Alexis, dueño de un
pequeño almacén ubicado en la calle Haití. “La crisis todavía no empezó. Se
va a poner peor. Pero hay que madrugar”, señala.



En la Fortaleza del Cerro, la mayoría de los habitantes de los asentamientos
son trabajadores informales: feriantes, changadores del puerto o los
mercados agrícolas, vendedores ambulantes, etcétera. Del nuevo barrio de la
calle Cuba provienen las personas que de tarde y noche llegan a la olla
popular organizada por la Cooperativa Social de la Villa del Cerro, un
emprendimiento local de algunos vecinos. El 24 de marzo distribuyeron una
carta en la que solicitan ayuda a los comerciantes de la zona: “Señores
empresarios: […] En el barrio del Cerro habitan familias en condiciones
precarias extremas. Ante el advenimiento de la pandemia covid-19, el
trabajo, ya de por sí escaso, ha disminuido sensiblemente amenazando la
supervivencia de estas familias. El alimento se consigue con enormes
dificultades, y las carencias se agudizan ante la situación de crisis
sanitaria. Quienes más la sufren, como siempre, son los niños”. El sábado de
noche se cocinó un guiso de fideos, con choclo y chorizo. “Si no nos mata el
virus, nos mata el hambre”, dice alguien que baja la cuesta de la fortaleza,
con la vianda en la mano y ganas de provocar a los visitantes. Hay que subir
para entender que no se trata, precisamente, de un desatinado.



Notas



1) Según el último censo de hogares, cerca de 190 mil personas viven en más
de 600 asentamientos en todo el país, la mayoría en las periferias urbanas
departamentales. (Redacción de Correspondencia de Prensa)

2) Ubicada en la cima del Cerro, barrio popular de Montevideo, con una
tradición de clase obrera y luchas sociales. (Redacción Correspondencia de
Prensa)

3) “Que no viva otra generación así”, Brecha, 7-3-2017. (Nota de Brecha)

4) El Frente Amplio gobierna la Intendencia Municipal desde 1990, la capital
alberga al 42% de la población total del país. (Redacción de Correspondencia
de Prensa)

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Sospecha de covid-19 en la falda del Cerro



Cuesta empinada



El domingo 29 de marzo una ambulancia del Sistema de Atención Médica de
Emergencia (Same, 105) logró trepar el repecho de Viacaba para llegar hasta
el asentamiento que hay frente al busto de Guevara.



Venía a llevarse a la compañera de Miguel (véase nota central). Es asmática,
como sus hijos. Había pasado el fin de semana con una fiebre altísima, y,
aunque llamaron infinitas veces a la emergencia, los médicos seguían sin
aparecer.



—Tuve que bajar hasta la comisaría y pelear a los milicos para que hicieran
venir la ambulancia — narró a Brecha Eva Segredo, notoria referente de
quienes viven allí.



Sí, testearon si tenía covid-19, contó al semanario la propia compañera de
Miguel. No tenía.



Salvador Neves

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La sombra de 2002



Falta lo peor



Todos los que tienen edad de recordar niegan que la situación actual sea
comparable a la vivida tras la crisis de 2002. Lo dice Paola, referente de
la Comisión Plaza 10, de Cerro Norte, que está distribuyendo canastas
proporcionadas por el Municipio A entre algunos hogares que han perdido sus
fuentes de ingresos en estos días. Lo dice Shirley, la cocinera de la
escuela de barrio, cuya olla popular alimentó a 270 personas el domingo 29
de marzo. Lo dicen en la falda del Cerro y en la olla de la Cooperativa 30
de Setiembre, por Camino Buffa, en La Paloma. Los más viejos observan
también que 2002 fue el fondo de una larga crisis y que en este caso la
gente llega en mejores condiciones para enfrentar lo que viene.



Aunque, dicho esto, cuando Brecha consultaba si la demanda por alimentación
era atribuible en su totalidad a la situación extraordinaria producida por
la pandemia, los consultados coincidían en señalar que había gente que ya
venía mal.



El fin de semana pasado algunas de las ollas recorridas en el oeste de la
ciudad sintieron que la demanda ha disminuido. El sábado 4 de abril, la de
Shirley sirvió “sólo” 180 viandas, por ejemplo. Los vecinos atribuyen esta
disminución a que sus usuarios acaban de cobrar prestaciones sociales, como
las asignaciones familiares y las pasividades. Pero todos saben también que
lo peor está por venir y que se hará sentir mientras baja la temperatura.



Salvador Neves

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