Grecia/ Cinco años después del gobierno de Syriza y del referéndum [Antonis Ntavanellos]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Ago 4 15:06:44 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

4 de agosto 2020

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Grecia



Cinco años después del gobierno de Syriza y del referéndum



Antonis Ntavanellos

A l´encontre, 29-7-2020

http://alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info/



Tras las elecciones del 2019, cuando Kyriakos Mitsotakis sucedió a Alexis
Tsipras en el poder gubernamental, la “nueva normalidad” se produjo como una
suave continuación del mandato de gobierno anterior.



Después de cuatro años y medio con un partido en el poder que insistía en
llamarse “la Izquierda Radical”, los capitalistas de Grecia se sintieron más
seguros que durante el pánico del 2015 cuando se apresuraron a transferir
decenas de miles de millones de euros al extranjero. Se implementó el Tercer
Memorándum, se impuso una paz social relativa y se reforzaron las reformas
neoliberales. Ahora las privatizaciones gozan del apoyo de una enorme
mayoría del parlamento, la precariedad de las relaciones laborales se ha
disparado a niveles de récord entre los estados miembros de la Unión Europea
(UE) y la reforma de las pensiones del ministro Katrougalos, estableció las
bases para una completa transformación del sistema de seguridad social en el
camino del famoso sistema de los 3 pilares.



El último acuerdo que Tsipras hizo con los acreedores, el que fue
descaradamente descrito como “una salida de los Memorándums”, predeterminó
la ruta futura: todas las leyes y regulaciones que se votaron bajos los
dictados de los Memorándums fueron declarados sacrosantas, necesitando
cualquier modificación futura el acuerdo de los acreedores como
precondición. Presupuestos con superávits despiadados se volvieron
obligatorios durante un largo periodo de tiempo. Se puso la política
económica y social bajo “supervisión reforzada¨ hasta el año 2060. Incluso
los socialdemócratas moderados, como N. Christodoulakis, están frustrados
con esta ¨camisa de fuerza” ¨y declaran en público que este curso es un
callejón sin salida no realista en el contexto de una seria recesión
económica internacional.



Estas acciones del Gobierno de Tsipras nos ayudan a comprender los
resultados electorales del 2019. La decepción popular y el retroceso de los
movimientos sociales formaron las bases para la victoria político-electoral
de Mitsotakis. Los mismos factores explican también el hecho de que SYRIZA
mantuviese su apoyo electoral en un 31%, en la ausencia de un polo de
atracción alternativo masivo.



Estas acciones también nos ayudan a entender la dirección política de la
profunda transformación de Syriza reconocida por el propio Alexis Tsipras.
Muchos comentaristas hablan de la “Pasokificación”, la transformación de
Syriza en algo similar al partido social-democrático tradicional PASOK. Esto
no es exacto. La mutación social-democrática de SYRIZA es casi completa,
pero está ocurriendo en un momento en el que la socialdemocracia ya no es
una corriente política que gestiona las aspiraciones e ilusiones de la clase
trabajadora en clave reformista. Se ha convertido en una corriente que
converge con los partidos conservadores tradicionales, mutando hacia el
social-liberalismo tanto en Europa como en el resto del mundo. Así que el
modelo actual para Tsipras no es Andreas Papandreou , fundador y líder
histórico de PASOK hasta su muerte en 1996, sino Emmanuel Macron.



El enorme poder político amasado por el núcleo dirigente de Syriza en torno
a Alexis Tsipras –un fortificado partido dentro del partido– no fue el
producto de sus propias habilidades, puntos de vista políticos y tácticas
(por lo menos no principalmente). Por lo que esos hechos no pueden ser
entendidos si no tenemos en cuenta la explosión de resistencia social
durante los años 2010 al 2013.



La tormenta de las masas de clases trabajadoras y populares contra la
despiadada austeridad demolió al PASOK y asestó un serio golpe a Nueva
Democracia (ND), un partido de ultraderechista mainstream., creando un vacío
político en el régimen. Estos vacíos a menudo forman la base para nuevos
fenómenos bonapartistas en la historia.



La primera derrota seria de la izquierda de Syriza –no sólo la de la
Plataforma de Izquierda, sino la de un entorno más amplio que acabó dejando
el partido en el 2015- fue su incapacidad para garantizar el control
colectivo democrático sobre las decisiones y acciones del partido. Este
desenlace fue el resultado de un largo periodo de lucha, se aceleró después
de las elecciones del 2012 y alcanzó su clímax en el Congreso del Partido
del 2013. Los puntos emblemáticos de esta derrota fueron la autonomía de la
guarda presidencial dentro del partido, la autonomía del partido del grupo
parlamentario, el establecimiento de mecanismos “inaccesibles (como el
comité para el Programa etc.) justo antes del 2015.



En los actuales debates sobre la Izquierda radical, es importante recordar
que la completa autonomía del círculo en torno a Tsipras se consiguió bajo
la bandera de un partido que pertenece a sus miembros que atacó los
mecanismos de las tendencias del partido y el funcionamiento estructurado
del partido. Otra vez en la historia del movimiento, un asalto a la función
democrática estructurada no estaba dirigido para lograr una
democracia-directa sino a un poder sin controles.



El proyecto político de la actividad de este núcleo de poder durante el
periodo que estableció su autonomía fue la reversión completa del programa
de SYRIZA, incluyendo las decisiones en las que se basaba el partido en el
Congreso del 2013.



Como Nikos Filis, un famoso camarada de Syriza que se quedó en el partido
después del 2015, solía sostener antes del 2015, la piedra angular de las
políticas de Syriza sería afrontar el tema de la deuda.



La confrontación política -dentro de Syriza y dentro de toda la izquierda-
sobre la mejor posición para hacer frente a la deuda son bien conocidas.
Todos los puntos de vista que se discutieron entonces mantienen su
importancia en el ámbito de la teoría. Pero el punto crucial que unía a
Syriza (excepto para una pequeña corriente derechosa) era el cese de los
pagos, la moratoria en la devolución del principal y los intereses. Esta
opción conservaría los fondos públicos disponibles que quedaban y proveería
a un gobierno de izquierdas de la capacidad de organizar unilateralmente una
política clasista en apoyo de la clase trabajadora. Esta elección podría
llevar a un gobierno de izquierdas a una posición de guerra de facto contra
los acreedores y la Troika (FMI, BCE y la Comisión Europea). Está
alternativa supondría claramente que el movimiento de la clase trabajadora y
la izquierda europeos tendrían la tarea de apoyar la ruptura en Grecia. La
importancia de este último factor normalmente se ha infraestimado en los
balances posteriores, y pienso que ello es un error importante. Se probó que
Schauble y Dijsselbloem entendieron mejor la amenaza de un “contagio” del
paradigma griego que la propia izquierda, y es por lo que ellos adoptaron
una estrategia completamente rígida durante las negociaciones, dirigida a
matar a la alternativa desde el inicio.



En las memorias de Yani Varoufakis se revela y ahora todo el mundo sabe algo
que entonces se discutía solamente por parte de una pequeña fracción de
Syriza: que el pequeño grupo dirigente (Varufakis menciona Tsipras, Pappas y
Dragasakis) había elegido bastante antes del 2015 a Varufakis para servir
como ariete para cancelar la política del partido. Ningún cuerpo colectivo
de Syriza jamás aprobó el giro del gobierno al compromiso de pagar todas las
cuotas de la deuda “completas y a tiempo” (acuerdo de febrero del 2015) o el
reconocimiento de facto de que las negociaciones con los acreedores son la
única área de actividad política para el gobierno de izquierdas. Este cambio
estuvo objetivamente acompañado por otros reversos mayores.



Las disputas en torno al programa inmediato que Syriza prometió durante la
campaña electoral son bien conocidas. En el llamado Programa de
Thessaloniki, algunos compromisos que mejorarían la situación de las clases
trabajadores y populares (subir el salario mínimo y las pensiones, restaurar
los Contratos Colectivos, suprimir los impuestos en pequeñas propiedades)
coexistieron con algunas de las nuevas-ideas que supuestamente asegurarían
una especie de salida fácil y pacífica de la crisis, un retorno al
crecimiento y una “reconstrucción productiva”. Examinando este programa en
detalle, uno podía ver que estaba perforado, lleno de agujeros. Lo que le
dio a este programa una cierta dinámica política fue la promesa de acciones
unilaterales para revertir la austeridad. De hecho, si un gobierno de
izquierdas eligiese o fuese forzado bajo la presión de los miembros del
partido y de los movimientos sociales a subir salarios y pensiones
inmediatamente, entonces todas las burbujas en el programa (tales como el
Banco de Inversión para el Desarrollo o los famosos complejos productivos
que supuestamente cambiarían el capitalismo griego) se demostraría que
estaban fuera de sitio y tiempo. Acciones unilaterales, como el cese de
pagos, tendrían consecuencias políticas directas: habrían hecho de la
viabilidad de un gobierno de izquierdas un tema de interés inmediato para la
clase trabajadora y las clases populares, y definirían la relación entre el
gobierno y la clase dirigente como un enfrentamiento, y esto es por lo que
el círculo dirigente en torno a Tsipras evitó este acuerdo interno a toda
costa. No fue fácil. Todavía me acuerdo lo que ocurrió en una sesión común
del grupo parlamentario con la Secretaría Política de Syriza: fue aquí donde
Dragasakis sugirió por primera vez que la promesa de subir el sueldo mínimo
no debía de ser entendida como un acuerdo inmediato, sino algo que se
debería hacer “en el transcurso de los 4 años del mandato”. La habitación se
congeló. Muchos miembros a quien a nadie se le ocurriría definir como
extrema izquierda, expresaron su oposición. Dragasakis abandonó la sesión
sin defender su punto de vista. Y, sin embargo, esta fue la política que se
impuso bajo una serie de chantajes políticos, pero también en el contexto de
un movimiento de la clase trabajadora en retroceso, con menos interés por
jugar un papel activo, a la par que se fortalecieron las ganas de delegar”en
las elecciones (y después en el gobierno).



Un componente crucial que articuló estos giros a la derecha en una política
coherente fue la posición sobre la Eurozona. La disputa dentro de Syriza
sobre esto es bien conocida. Una parte afirmó que el apoyo de un programa
político incluso reformista en favor de la clase trabajadora estaba
inevitablemente combinado con la defensa y la preparación de una ruptura con
la Eurozona y la UE. La mayoría afirmó que un programa así podía ser apoyado
mientras se dejaba abierta la cuestión de los márgenes existentes en la
Eurozona y en la UE para ser testada en la práctica. Se medio resolvió el
problema con la fórmula algebraica “ni un sólo sacrificio por el bien de la
Eurozona”. Es importante recordar la traducción concreta que hizo de esta
fórmula la posición mayoritaria. Podríamos mencionar decenas de documentos,
artículos o discursos de campañas electorales de Alexis Tsipras, donde se
decía claramente que si Syriza se veía forzada a elegir entre, por ejemplo,
la defensa de las escuelas y hospitales públicos y la estabilidad de la
Eurozona, no se dudaría en apoyar a los intereses de la gente. En ese
sentido, el cambio a la orientación política de “permanecer en la Eurozona a
toda costa” radica en otro profundo revés político del balance político de
Syriza de antes del 2015, que se preparó en las sombras mucho antes de enero
del 2015.



La composición del equipo económico que preparó las negociaciones con los
acreedores, elegidos por el grupo dirigente en torno a Tsipras, es
indicativo: gente que ha trabajado en el FMI, en el sector bancario
internacional, en el establishment americano y en la socialdemocracia
europea, fueron delegados para negociar con solo una línea roja clara:
evitar la ruptura con la Eurozona y la UE. Los resultados de esta
negociación son bien conocidos: El Tercer Memorándum.



Como de costumbre, la verdad sobre cualquier dirección política se puede ver
claramente en el terreno de los aliados políticos que elige. La decisión del
congreso fundador de Syriza, en el 2013, estaba clara en este momento: desde
la extrema izquierda a la izquierda de la socialdemocracia. La izquierda de
la socialdemocracia fue definida como la formada por aquellos que no
compartían las responsabilidades que derivadas del Memorándum y habían
reaccionado pronto contra los planes de austeridad despiadada. Algún tiempo
después, alguien representativo de la tendencia de derechas de Syriza,
Yiannis Balafas, que fue honesto y eso se lo concedo, habló públicamente
sobre un abanico de aliados completamente diferentes: él solo excluyó a “la
facción pro Samaras de la derecha y Amanecer Dorado”. Samaras era entonces
el primer ministro y el líder de la facción derechista del ND. Nadie más
defendió en público y en ese tiempo una revocación tan inmensa de la
decisión del congreso, que llevó a dirigirse como aliados potenciales a una
gran parte de los políticos establecidos, incluyendo la facción pro Kostas
Karamanlis del partido de derechas que configuraba un sector más moderado en
torno al ex Primer Ministro.



Esta orientación fue adoptada por el grupo directivo entorno a Tsipras.
Según se fue acercando el 2015, él empezó a hablar primero de un gobierno de
salvación social y luego de un gobierno de salvación nacional. No era
simplemente una cuestión de pura terminología, tampoco era el producto de la
ignorancia sobre la diferencia entre estos términos y el objetivo de un
gobierno de izquierdas. La maniobra que llevó a la coalición gubernamental
con los Griegos Independientes, una escisión de Nueva Democracia, y a la
elección del exministro y miembro de la sección pro-Karamanlis en el ND
Prokopis Pavlopoulos como Presidente de la República no fue organizado en
una noche.



No deberíamos de ver este curso como una conspiración con un resultado
predeterminado. Más bien lo contrario, era una aventura política, durante la
cual había muchas otras posibilidades abiertas con desarrollos políticos
completamente diferentes.



La última fase de esto fue el Referéndum. El hecho de que Tsipras eligiese o
fuese forzado a recurrir a ello era la prueba de la confrontación que se
libraba entre las diferentes dinámicas durante ese tiempo. Dejando a un lado
las valoraciones que surgieron tras los hechos, sobre los motivos del
liderazgo de Syriza para actuar como actuó, como que se creía que perdería
el referéndum y por lo tanto tendría la coartada perfecta para retroceder en
todas sus promesas, es un error político enorme considerar al Referéndum
como un gran fraude.



El pánico de la clase dirigente, la masiva fuga de capitales, la crisis
bancaria y los controles de capital, la creación apresurada del “frente del
SI” y la llamada al aparato represivo del Estado a intervenir si las cosas
se ponen fuera de control fueron cuestiones completamente verdaderas.



Después de muchos meses de inacción en las calles y una prevalencia de
delegar en otros, el sentimiento popular fue expresado con una gran fuerza
mayoritaria y con un mandato claro: NO al compromiso de sumisión a los
acreedores, NO a la continuación de la austeridad.



Esta fue la última gran oportunidad para la Izquierda radical, tanto dentro
como fuera de Syriza. La debilidad para coordinarse políticamente y el error
de no construir una red organizativa que pudiese defender los resultados el
día después, fue crucial. Especialmente para las fuerzas de la izquierda
radical dentro de Syriza, la autocrítica debe de incluir el retraso en
concluir que la dirección de SYRIZA era la que ahora había tomado la tarea
de hacer el trabajo sucio en pro de la estabilidad del régimen. Esta
decisión habría requerido intervenciones mucho más drásticas, tanto dentro
como fuera del partido, más allá de sus márgenes políticos y organizativos y
más allá de la disciplina partidista. Hay muchas y muy diferentes
justificaciones para el retraso de la izquierda radical en adoptar sus
medidas. Pero los resultados son los que son: se perdió una enorme
oportunidad.

Los fallos de la izquierda reforzaron la audacia del líder



De hecho, el giro de 180 grados (el así llamado kolotoumpa), el día después
del Referéndum fue impuesto como un golpe, donde la dirección del partido se
movió a su manera, ignorando incluso a la mayoría del Comité Central del
partido, y asegurándose de que legitimaría sus decisiones a posteriori.



Aristidis Balt, un conocido intelectual de Syriza, en su libro sobre Syriza,
describe las elecciones de septiembre del 2015 como depuradoras. En un
sentido, lo fueron: teniendo el apoyo del establishment (PASOK, Potami y ND
votaron con Tsipras el Tercer Memorandum) y disfrutando del apoyo de Angela
Merkel que afirmó que “nuevas elecciones en Grecia ya no son parte del
problema, sino parte de su solución”, Alexis Tsipras pudo dedicarse a purgar
su partido y a relegar a las masas trabajadoras a la posición de testigos
pasivos. El cálido abrazo con el líder de ANEL Panos Kamenos la noche de las
elecciones fue un aviso de la naturaleza del gobierno que había emergido.



Todo los que participamos activamente en todo este proceso, tenemos
responsabilidades importantes. Estas se pueden medir en cada uno de
nosotros, teniendo en cuenta lo que cada uno dijo en público mientras los
acontecimientos seguían desarrollándose.



En 13 de mayo del 2015, escribimos en nuestro periódico, La izquierda de los
trabajadores:



«Hay muchos de nosotros que no están de acuerdo con el carácter “fácil” del
discurso pre-electoral, lo que hizo el camino al gobierno más fácil pero
dejo una pregunta crucial sin responder: ¿Es posible establecer un programa
radical contra la austeridad dentro de la Eurozona y tener negociaciones con
sus instituciones? Hoy sabemos la respuesta: NO…



Para cualquiera que siga queriendo ver, está claro que estamos atrapados en
un espiral hacia abajo, en una negociación donde en cada fase nos vemos
forzados a defender a nuestra gente desde un nivel más bajo. Donde nos lleva
este descenso es obvio: A forzar la firma del Tercer Memorandum…



… el cese de los pagos a los usureros, la ofensiva contra la “libertad” de
fuga de capitales, la implementación de las decisiones del Congreso sobre
nacionalizar los bancos, los impuestos sobre el capital y los ricos para
financiar las medidas contra la austeridad, el apoyo de esta política con
todos los medios necesarios, incluyendo la confrontación con la UE y la
Eurozona.



Una ”ruptura” así sería completamente normal justo después del 25 de enero,
pero debería de dejar ahora abierta la posibilidad de recurrir a un mandato
popular en una nueva elección nacional, bajo la condición de que estas
opciones estarán claramente presentadas por el gobierno y abiertamente
apoyadas por el partido Syriza.



En todo caso, las decisiones cruciales que tenemos frente a nosotros no
pueden ser tomadas por un círculo cerrado… El Partido, desde el Comité
Central a sus ramas locales, debe decidir. El partido debe resistir el
oscuro viento que sube como una amenaza”.



Con este razonamiento participamos en la confrontación política dentro de
Syriza, una confrontación de importancia crucial. Sabiendo desde antes -y ya
no teniendo ninguna duda después de febrero del 2015– que el resultado final
sería la ruptura.



Teniendo en cuenta las dificultades políticas que estaban presentes en una
situación política sin precedentes, y sabiendo hoy el lamentable resultado
final, nosotros no creemos que sea productivo para quienes reaccionaron,
competir entre ellos sobre quién reaccionó y cómo. Una gran parte de los
miembros y camaradas de Syriza reaccionó y rechazó compartir las
responsabilidades de implementar un nuevo Memorándum de austeridad. Ellos
estaban derrotados. El precio a pagar era grande. Se perdió una rara
oportunidad para una ruptura mayor. La experiencia de Syriza cambió de ser
un referente para la izquierda radical internacional a convertirse en un
argumento en las manos del establishment, con Rajoy y Macron usándolo para
persuadir a la mayoría social de que No Hay Alternativa, de que la Izquierda
radical tampoco quiere ni puede cambiar el mundo.



La ola de esperanza que había surgido durante esos años fue derrotada por la
combinación de principalmente dos factores: por un lado, el repliegue de la
escena de la lucha de los trabajadores, después del increíble clímax del
2010-15. Por otro lado, la derrota de la izquierda dentro del partido de
Syriza, contra la coalición de fuerzas que bajo la bandera de mantenerse en
la Eurozona cueste lo que cueste firmó e implementó políticas neoliberales
de austeridad.



Una gran parte de la izquierda interpretó la derrota mediante una
generalización que, en mi opinión, es errónea: que el slogan por un gobierno
de izquierda era un error.



La cuestión del poder gubernamental fue planteada por la lucha popular y de
los trabajadores durante el periodo de su ascenso. Tenía que ser respondida
en término reales, que están definidos por las fortalezas y debilidades del
movimiento de clase trabajadora existente. La cuestión de un verdadero poder
de los trabajadores, una revolución como la de octubre del 1917, no estaba
en la agenda; no porque alguien la excluyese, sino porque a pesar del clímax
de la crisis y la confrontación, Grecia nunca llegó a la situación de doble
poder, no había formas de organización independiente de los trabajadores y
sus aliados, similar a los Soviets.



La Tercera Internacional en los tiempos de Lenin, durante el 3º y 4º
congreso, nos avisó de la posibilidad de esta paradoja. Ello también nos dio
elementos para construir las respuestas apropiadas: Política de Transición,
Programa Transicional, Frente Unido, Gobierno de los trabajadores o Gobierno
de Izquierda.



Daniel Bensaïd, elaborando en el contexto contemporáneo en el que la
izquierda internacional se encontraba después del colapso de la URSS en
1989, definió tres criterios que “en varias combinaciones permite o impone
como una el apoyo de o la participación en un gobierno de izquierdas en una
perspectiva transicional”. Estos son:



1.Un contexto de crisis, o -por lo menos- un crecimiento importante de
movilización social.



2.Una alianza política que puede apoyar un gobierno que se compromete al
proyecto de una ruptura dinámica con el status quo.



3.Una correlación de fuerzas que permite a los revolucionarios garantizar
que o los reformistas mantienen sus compromisos o pagarán un gran precio por
su marcha atrás.



En mi opinión está claro que los dos primeros criterios descritos por
Bensaïd estaban absolutamente presentes en la crisis griega del 2010-2015.
Las complejidades, las razones de la derrota y la principal autocrítica de
la Izquierda radical están principalmente relacionadas con el tercero.



El problema no radica en torno a si debemos participar en un cambio radical
en el gobierno, sino en torno a cómo debemos de participar y especialmente
cuántos de nosotros, más pronto y más dinámicamente debemos confrontar con
los que estaban determinados a “hacerlo a medias”.



Artículo publicado en una elaboración colectiva titulada ¿Syriza un gobierno
de la izquierda?;

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