Bolivia/ ¿A dónde conducirá la crisis? Elecciones y reconfiguraciones políticas [Fernando Molina]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Ago 6 13:13:39 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

6 de agosto 2020

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Bolivia



Elecciones y reconfiguraciones políticas



¿A dónde conducirá la crisis boliviana?



Bolivia se encamina a las elecciones presidenciales con un nuevo escenario
político: tras la caída de Evo Morales y el impacto sufrido por su fuerza
política, el Movimiento al Socialismo (MAS) recuperó terreno y podría ganar
otra vez. ¿Lo logrará? Si así fuera, ¿podrá retornar al poder? En cualquier
caso, se avizora una batalla polarizada entre el MAS y sus adversarios.



Fernando Molina *

Nueva Sociedad, julio-agosto 2020

https://nuso.org/



Las elecciones bolivianas del 6 de septiembre próximo expresarán una enorme
polarización política y social (nota del editor: en una reciente decisión,
el Tribunal Supremo Electoral cambió nuevamente la fecha de las elecciones y
la fijó para el 18 de octubre, lo que generó diversas amenazas de
movilizaciones para reponer el 6 de septiembre, la fecha aprobada por el
Parlamento). No es el único caso: el proceso electoral de noviembre en
Estados Unidos también lo hará. Pero la diferencia es que el sistema
electoral estadounidense, siendo bipartidista, tiende naturalmente a la
polarización. El ejemplo boliviano, en cambio, resulta peculiar.
Participarán varios partidos, pero el electorado se dividirá de acuerdo con
una sola alternativa: a favor o en contra del Movimiento al Socialismo
(MAS).



Todavía no se sabe qué partido logrará representar a los votantes
«anti-MAS». Existe una competencia entre varias expresiones de centro y
derecha que es alentada por las leyes electorales bolivianas, las cuales
establecen la posibilidad de una segunda vuelta o balotaje. Esta posibilidad
abre espacio para que estos partidos hagan cálculos individuales, una
práctica que muchos antimasistas consideran indignante, ya que pone en
riesgo lo logrado con el derrocamiento del presidente Evo Morales en
noviembre pasado, esto es, el brusco apartamiento del poder del bloque
sociopolítico que conmovió y manejó el país desde comienzos del siglo xxi.



Tal es, hoy, la principal preocupación de las elites económicas,
intelectuales y mediáticas bolivianas: evitar que los peligrosos juegos
entre los antiguos opositores a Morales –que se resisten a ceder unos ante
los otros y no son capaces de formar un frente único contra el «enemigo
público número uno», como llamó al ex-presidente un periodista paceño (1)–
terminen invocando al espectro más terrorífico para la parte alta la
sociedad: el «retorno del MAS».

Los partidos criticados pretenden redimirse asegurando que cada uno de ellos
está en las antípodas del MAS y que, gracias a sus particulares virtudes,
garantizará un triunfo definitivo y sostenible sobre este(2). Al mismo
tiempo, cada uno de ellos busca demostrar que sus rivales no son dignos de
confianza porque su actuación lleva agua al molino del MAS. La expresión que
se usa es: «ser funcional al MAS». Esta fue la tónica, por ejemplo, de la
réplica del oficialismo (la agrupación Juntos, que postula a la presidenta
interina Jeanine Añez) a los candidatos opositores Carlos Mesa y Luis
Fernando Camacho, cuando estos criticaron su manejo de la crisis sanitaria
provocada por la pandemia de covid-19(3). A la inversa, los partidos
opositores han acusado al oficialismo de propiciar, con su mala gestión de
esta crisis, el retorno del MAS(4). En este juego han entrado también los
medios de comunicación, como indica este titular de El Deber, el principal
periódico de Santa Cruz, sobre el ex-presidente y candidato para 2020: «Mesa
comparte foro con el presidente de Argentina, Alberto Fernández, que dio
refugio a Evo»(5).

El odio al MAS

Aborrecer al MAS es la pasión dominante de las elites tradicionales del
país. En las raíces de esta pasión se mezclan el recuerdo de los agravios
sufridos (la pérdida de espacios de poder por la disolución de la
tecnocracia de los años 90 y la desvalorización del «capital genealógico»
durante 14 años), las diferencias ideológicas (liberal-republicanismo versus
nacional-caudillismo) y el racismo contra los indígenas y los mestizos
plebeyos o «cholos».



El odio al MAS comenzó incluso antes de la asunción al poder del «primer
presidente indígena» y la instalación en él de movimientos sociales que
aglutinaban a indígenas, campesinos y trabajadores. Esto ya se podía sentir
en 2002, cuando el MAS se transformó en una alternativa seria de poder.
Entre 2006 y 2008, durante los dos primeros años de gobierno de Morales,
estuvo a punto de provocar una guerra civil entre las regiones
noroccidentales y surorientales del país. Si no lo hizo, fue por el peso de
la popularidad del presidente, que sin embargo no logró consolidarse en el
gobierno sin antes pulir las aristas más radicales de su programa de
reformas al Estado y reducir al mínimo su programa de redistribución de la
propiedad agraria.



Pese a ello, el aborrecimiento al partido izquierdista y su líder no
desapareció. Incluso durante el periodo de auge 2009-2015, mientras el país
vivía el mejor momento económico de su historia, la mayoría de los
bolivianos tenían más ingresos y el bienestar social aumentaba, esta
animadversión estuvo ardiendo como llama votiva en los altares secretos de
las organizaciones empresariales, los clubes sociales, las logias, las
fraternidades del carnaval de Santa Cruz, los grupos de rummy de las mujeres
acomodadas y, en fin, en los múltiples escenarios de la vida privada en los
que las elites tradicionales blancas no perdieron su primacía. Incluso si
algunos dirigentes burgueses «se pasaban» al gobierno del MAS o si amagaban
confraternizar con él; o si la mayor parte de los intelectuales y
periodistas se cuidaban de «criticar demasiado» al poderoso régimen, la
enemistad clasista y racial siempre estuvo allí, esperando un mejor momento
para expresarse.



Lo mismo pasó con el prejuicio racial. Aunque las expresiones públicas de
este prejuicio quedaron atenuadas por miedo a que el gobierno implementara
las sanciones legales y morales que merecían, el país continuó lastrado por
las rémoras del orden estamental colonial. El MAS tuvo incluso que hacer
concesiones de Realpolitik al racismo, como designar a personajes más
pintorescos que persuasivos en el recién creado Viceministerio de
Descolonización, diseñado para dirigir la política igualitaria; o como
tolerar que las Fuerzas Armadas mantuvieran un estatuto que discriminaba a
los sargentos y cabos, la mayoría de los cuales son de origen indígena(6).

Los nostálgicos de los viejos poderes y de las antiguas relaciones
interclasistas se fueron fortaleciendo paulatinamente conforme el gobierno
del MAS se iba debilitando por el desgaste natural de su prolongada
permanencia en el poder, los errores que iba cometiendo y las limitaciones
que iba revelando. Ser «antimasista» se convirtió en un signo de estatus
social y racial, y por tanto comenzó a ser interiorizado por las clases
medias bajas como un elemento «aspiracional», esto es, como un mecanismo de
ascenso social.



¿Cuáles fueron los errores que cometió y las limitaciones que desveló el
gobierno del MAS? Su «electoralismo», que terminó reduciendo el proceso
social a una sucesión de triunfos en las urnas y a la conservación del poder
a toda costa, incluso con métodos autoritarios; su «campesinismo», que debe
entenderse como una relativa sordera frente a las demandas de los sectores
urbanos; su cooptación por parte de una cúpula de incondicionales «evistas»;
su corrupción y burocratización; su indecisión ideológica entre un extremo
pragmatismo y el «nacional-estalinismo»(7) y, sobre todo, su caudillismo.



Con su éxito político, económico y gubernamental, Morales se convirtió en el
más importante caudillo de un país que había estado lleno de ellos; un país
en el que, según su sociólogo más creativo, René Zavaleta, «el caudillo es
el modo de organizarse de las masas»(8). La centralidad del presidente y el
culto estatal a su personalidad llegaron a unas cotas igual de altas que las
alcanzadas por otros grandes líderes nacionales, como Víctor Paz Estenssoro
o José María Linares. Si al principio la adulación oficial a Morales se
correspondía en parte con la realidad, más tarde se convirtió en un
espejismo y en un mecanismo de gratificación y manipulación del narcisismo
del presidente boliviano. A punto tal que este creyó que tenía fuerza
suficiente, incluso, para darle la espalda a la fuente de su poder, las
mayorías electorales, en caso de que estas lo contrariaran.



Así lo hizo en lo que respecta al referendo constitucional del 21 de febrero
de 2016, que le prohibió la reelección, y quizá también en lo que respecta
al resultado de las elecciones del 20 de octubre de 2019, que, según la
percepción de la mayoría de los bolivianos(9), hizo alterar para evitar una
segunda vuelta (una noción que, sin embargo, Morales y el MAS niegan y que
en este momento es objeto de disputa en la campaña electoral y los
tribunales).



En todo caso, suponer que la indudable fuerza de su figura era superior al
apego de los bolivianos al voto –que en este país es clave, porque permite
resolver las sempiternas disputas por las rentas provenientes de los
recursos naturales– constituyó un gravísimo paso en falso. Terminó
confundiendo y fragmentando el bloque social que respaldaba al gobierno del
MAS, el cual ya estaba debilitado por su larga incorporación al oficialismo,
con todas las ventajas y tentaciones que esta situación implicaba(10). Al
final, en las últimas horas de su gobierno, el MAS, que había surgido de las
luchas sociales, no era sin embargo capaz de movilizar eficientemente a sus
adherentes; se había transformado en una maquinaria electoral que todavía
podía lograr buenas votaciones pero que ya no despertaba ningún fervor
progresista. Solo los ultraleales cocaleros del Chapare, los vecinos de los
barrios más indígenas de la metrópoli aymara de El Alto y ciertos grupos de
funcionarios estuvieron dispuestos a luchar efectivamente para impedir que
Morales cayera.



Luego de su derrocamiento, la quema de buses, fábricas y casas de opositores
a Morales en La Paz, así como el «cerco a las ciudades» ordenado por el
ex-presidente desde el exilio, despertaron el ancestral terror de los
blancos bolivianos al «malón indio» y elevaron el aborrecimiento al MAS al
nivel de la histeria colectiva. Fue en ese momento cuando emergió el relato
furibundamente antisocialista que continúa vigente hasta hoy. Pablo
Stefanoni detectó en él «tres palabras claves: ‘hordas’ –los militantes del
MAS son reducidos a meros grupos de choque facinerosos–; ‘despilfarro’ –el
ampliamente elogiado manejo macroeconómico [de Morales] habría sido una mera
realidad virtual– y ‘tiranía’ –los últimos 14 años habrían sido puro
despotismo estatal–»(11). Este relato fue en parte el móvil y en parte la
cobertura de la represión del MAS ejecutada por el gobierno interino. Los
grupos que se movilizaron a favor del ex-presidente Morales fueron
desmantelados por las fuerzas combinadas de la Policía y las Fuerzas
Armadas, lo que costó la vida de más de 30 personas. Casi 1.000 dirigentes
fueron detenidos temporalmente. Varias decenas de ex-funcionarios, entre
ellos Morales y su vicepresidente, Álvaro García Linera, tuvieron que salir
del país con rumbo a México y Argentina. Cientos han sido investigados por
corrupción. Dos ex-ministros fueron apresados y continúan en la cárcel.
Siete jerarcas del MAS se refugiaron en la residencia de la Embajada de
México en La Paz, donde quedaron varados por la falta de salvoconductos para
salir del país.

Al mismo tiempo, la esfera pública fue casi completamente ganada por los
voceros –genuinos y advenedizos– de la «revolución de las pititas», como
llamó la prensa a las protestas que antecedieron al derrocamiento de
Morales(12). Incluso los intelectuales que habían estado vinculados y habían
medrado con el gobierno anterior comenzaron a practicar tiro al blanco
contra Morales, convertido en la «bolsa de golpear» de cualquiera que
supiera hilvanar unas cuantas frases para producir un artículo de opinión.
Los más importantes académicos de izquierda se cuidaron mucho de contrariar
este clima de opinión e hicieron gestos de absolución del gobierno interino
de Añez(13). Este gobierno disfrutó desde el inicio de la hegemonía sobre
los medios de comunicación(14), que recién ahora comienza a tornarse menos
intensa por el rápido desgaste del manejo del poder, pero que todavía
resulta unánime si se invoca en contra del MAS.

En este contexto, cualquiera habría pensado que el MAS tenía los días
contados, que su futuro sería convertirse en un grupo político secundario,
exclusivamente rural, en fin… Sin embargo, a principios de año, pese a las
condiciones adversas que hemos descrito, el MAS apareció encabezando las
primeras encuestas de intención de voto, incluso antes de tener candidatos.
La sigla atraía una adhesión «dura», esto es, ideológica y sociológica, de
alcances masivos. En enero, 21% del electorado estaba dispuesto a votar por
ella sin que importara quiénes fueran sus figuras y cuáles fueran sus
ofertas electorales(15). En marzo, con sus candidatos ya elegidos, 33% de la
población la apoyaba(16).



Los trabajadores, los sectores plebeyos de la población, los indígenas y los
cholos que no se habían «desclasado» seguían viendo en el MAS –aunque este
no había hecho ninguna autocrítica consistente de sus errores– la única
fuerza capaz de representarlos y de defender el estatismo, el nacionalismo y
el igualitarismo racial que la vuelta al poder de las elites tradicionales
parecía haber puesto en riesgo. Pero, además, esta fuerza está asociada a
una época de prosperidad y estabilidad política inusitadas. (Por esta razón,
entre otras, no prosperó la iniciativa de los «pititas» más radicales de
usar la acusación de fraude que pende sobre el MAS para vetar su
participación en las elecciones).Se trataba de un resultado contraintuitivo.
Pese a todo lo ocurrido, el MAS seguía estando en el centro de la escena
política y las demás fuerzas se posicionaban respecto a él. Ni siquiera la
derrota de alcances históricos que había sufrido en noviembre pasado lo
había desplazado de este lugar «nuclear». Se trataba de un sorprendente
ejemplo de resiliencia política, que sin duda expresaba, como hemos dicho,
procesos de identificación clasista y, simultáneamente, racial.

La respuesta del MAS después de su caída

El «evismo» (o admiración y lealtad –no siempre sanas– a Evo Morales), por
un lado, y la posibilidad de obtener un triunfo electoral en las próximas
elecciones, por el otro, son las dos fuerzas que han conservado la unidad
del MAS después del terrible remezón que significó para este partido su
salida violenta del gobierno. Para quienes suponen que su caída se debió
solo a la acción de una fuerza externa (la «conspiración del imperio para
apropiarse del litio boliviano» o el «golpe policial y militar»), la unidad
de los masistas puede parecer una premisa obvia, pero no es así porque, como
hemos visto, el desmoronamiento del gobierno de Morales respondió a causas
tanto internas como externas. Además, el MAS nunca ha sido un partido
ideológico, sino «sindicalista», y parte de su atractivo ha residido en su
capacidad de posibilitar el ascenso social de los elementos más despiertos y
ambiciosos de los sindicatos y las clases medias plebeyas. De modo que la
expectativa de volver pronto al poder ha influido sobre su comportamiento
unitario.



Morales también ha tenido una participación fundamental en ello, al
constituirse en la referencia única de grupos que, sin él, probablemente
buscarían competir entre sí para expresar a ese 33% o más del electorado que
hoy se inclina a la izquierda. Este siempre ha sido el papel de Morales. Si
el MAS logró consumar uno de los más caros anhelos de los progresistas del
siglo xx, la «unidad de la izquierda», no lo hizo sobre las bases previstas
(hegemonía ideológica, frente defensivo, etc.), sino, a la boliviana, en
torno de una figura tutelar(17). Morales articula las tres alas principales
de su partido, todas las cuales son «evistas». Logra que «se queden en el
Instrumento Político» al mismo tiempo que evita el surgimiento de
competidores peligrosos para su liderazgo carismático.



Las tres grandes facciones del MAS, cada una de las cuales incluye a muchos
grupos menores, son las siguientes:



a) El ala formada por las organizaciones obreras y campesinas del denominado
«Pacto de Unidad». Esta está dirigida, por un lado, por David Choquehuanca,
ex-canciller entre 2006 y 2018, actual candidato vicepresidencial y líder
indígena altiplánico, y por el otro, por el joven Andrónico Rodríguez,
dirigente efectivo de las federaciones sindicales cocaleras que siguen
siendo presididas por Morales.

b) La formada por los numerosos grupúsculos de militantes que vienen de la
izquierda tradicional; en esta ala predominan los dirigentes radicales y
«nacional-estalinistas», aunque en ella también se ubica el más moderado
candidato a la Presidencia, el ex-ministro de Economía y militante
socialista Luis Arce.

c) La formada por los intelectuales neomarxistas, posmodernos, humanistas de
izquierda y demócratas progresistas que se sumaron al MAS en vísperas y
después de su llegada al poder y que, dado su capital educativo, cumplieron
un importante papel en la gestión gubernamental. Una parte minoritaria de
estos elementos de clase media tiene vínculos con Choquehuanca, mientras que
otra parte más amplia estuvo relacionada con García Linera (cuyo papel
futuro es incierto).

El ala indígena y sindical leyó la salida de Morales del poder en una clave
puramente racial. En parte, este sentimiento se ha volcado contra los
propios militantes de clase media del MAS, que han sido considerados
oportunistas que se aprovecharon del «gobierno de los indios» para construir
fama y fortuna. En el marco de esta crítica, resurgió la popularidad de
Choquehuanca, quien había estado «en la congeladora» por un par de años,
desde que Morales lo echara del Ministerio de Relaciones Exteriores por
tomarse en serio la posibilidad que se le atribuía de sucederlo en la
Presidencia, justo cuando el jefe de Estado buscaba el respaldo
incondicional de su partido para su tercera reelección. De hecho,
Choquehuanca cumplió un rol importante, como articulador de varias ong con
base rural, al promover el salto del joven «hermano Evo» del sindicalismo
campesino a la política nacional.



Cuando se fundó el MAS, Choquehuanca era su principal operador en la zona
aymara del país (el altiplano que abarca La Paz y Oruro), mientras que
Morales, pese a su origen también aymara, dominaba los valles de Cochabamba,
con predominio de población de origen quechua. Choquehuanca es un indianista
cultural y, por tanto, moderado, pero tiende a acumular fuerza política de
la oposición entre los indígenas y la clase media del MAS. Dentro del
gabinete, se enfrentó sordamente con García Linera. Con arreglo a su visión
de tonalidades racistas sobre el balance de fuerzas dentro de su partido,
acusó al entonces vicepresidente de ser culpable de todos los defectos del
gobierno, inclusive de su propia salida del poder, en tanto que absolvió de
ellos, por lo menos en público, a Morales.



Después de que perdieran la Cancillería, los choquehuanquistas fueron
apartados del gobierno y Choquehuanca mismo fue enviado al «exilio dorado»
en Venezuela como secretario ejecutivo de la Alianza Bolivariana para los
Pueblos de Nuestra América (ALBA). Luego del derrocamiento de Morales, el
Pacto de Unidad los postuló a él y a Andrónico Rodríguez como candidatos a
la Presidencia y a la Vicepresidencia, respectivamente. El partido aprobó
esta postulación, igual que la lista de candidatos decidida por el Pacto de
Unidad, lo que mostró cuál de sus alas era la más fuerte. Sin embargo,
Morales objetó la fórmula e impuso como candidato presidencial a una figura
de clase media cercana a él, Luis Arce, y desplazó a Choquehuanca a la
segunda posición. A diferencia de Choquehuanca, Arce no tiene base social
propia, y en caso de triunfo dependería de Morales. De forma característica,
el ex-canciller aceptó la decisión de Morales en público, pero fue reticente
a ella en privado y la atribuyó a una intriga de García Linera. De cualquier
forma, su acatamiento, haya sido hipócrita o no, impidió que se produjera un
choque entre el Pacto de Unidad y el exilio en Buenos Aires que habría sido
muy peligroso para el MAS.



Sin embargo, las tensiones entre «trabajadores» y «profesionales»,
«fundadores» rurales e «invitados» urbanos, «nacionalistas» y «comunistas»
siguen existiendo y seguramente se expresarán más abiertamente en el futuro,
tanto si el MAS gana como si pierde las elecciones. Una muestra muy
elocuente de estas tensiones fue la denuncia del senador del MAS Efraín
Chambi en contra de actores de extrema izquierda, comunista, como Raúl
García Linera [hermano del ex-vicepresidente], que lamentablemente se ha
estado dedicando en los últimos tiempos a incitar y utilizar a algunas
personas en el país, lo que no representa al MAS… Siempre en el MAS ha
habido extremistas de este tipo, comunistas. No todos, algunos del Partido
Comunista son muy sabios, coherentes y responsables. Pero sabemos también
que hay otros, como la persona que hice referencia, y lo denuncio sin miedo
alguno, porque le hace mucho daño al Instrumento Político(18).

Probando la flexibilidad y la porosidad del MAS, Chambi no fue sancionado
por relacionar en la prensa a uno de sus compañeros con la violencia
callejera, en un contexto en el que la represión no era imaginaria.



Otra figura política surgida de las organizaciones sociales, la presidenta
de la Asamblea Legislativa, Eva Copa, ha mantenido una línea de
reivindicación racial y ha conducido a los parlamentarios masistas con
cierta independencia respecto de Arce, por un lado, y del exilio, por el
otro. No es forzado clasificarla entre los «choquehuanquistas». Poco después
de la caída de noviembre, Copa llegó a ciertos acuerdos con el gobierno de
Añez que no coordinó con sus compañeros en Bolivia y, en algunos casos,
tampoco con los de Buenos Aires. También ha criticado públicamente a
dirigentes de clase media, como la senadora Adriana Salvatierra, pese a que
esta se hallaba en una difícil situación personal. Ninguna de estas
conductas ha sido desautorizada por Morales. Este, como tantos otros
caudillos, mantiene relaciones con todos los grupos e individuos a los que
puede usar para concretar sus planes. La actitud de Evo –y, por otra parte,
la falta de interés o de dedicación del gobierno para lograrla– ha impedido
la deserción de la bancada del MAS en la Asamblea Legislativa. Luego de que
pasara el momento más álgido de la represión, en el que esta deserción
parecía inminente, los parlamentarios recuperaron la iniciativa
parlamentaria y comenzó lo que algunos observadores han visto como un
contraataque del bloque nacional-popular(19).

La tolerancia extrema e incluso el descuido ideológico del MAS se deben a
que este partido es profundamente electoralista. A la vez, estas
características determinan que permanezca como tal: amorfo y pensando que la
solución a todos sus problemas –o, mejor, que su único problema– reside en
ganar los siguientes comicios. Como es lógico, esto le ha impedido debatir
sistemáticamente las causas de su derrota política, aprender de sus errores,
mejorar... Si Morales, muy a regañadientes, llegó a aceptar que se había
equivocado al intentar reelegirse por tercera vez(20), ahora, aprovechando
la leve mejoría de su situación en Bolivia a causa de los problemas de
gestión que enfrenta Añez, entre ellos los debidos a la crisis sanitaria, ha
cambiado de idea. Acaba de decir, otra vez, que no erró al postularse una
vez más(21).

¿Puede el MAS volver al poder? ¿Le convendría a mediano plazo?

¿Puede el MAS volver al poder en septiembre? Técnicamente, sí. Le bastaría
sacar más de 40% de los votos –lo que no es imposible, si pensamos que ya
tiene entre 33% y 35%– y esperar que Mesa y Añez, corriendo por separado, no
superaran excesivamente los sendos porcentajes de 20% con que cuentan ahora.
El mayor obstáculo para esto residiría en que, en vísperas de las
elecciones, el electorado «anti-MAS» virase masivamente a favor de uno u
otro de estos candidatos. Un viraje parecido ya ocurrió en las elecciones de
octubre de 2019 y las encuestas lo hallan probable. En ese caso, se debería
ir a un balotaje entre Arce y uno de estos retadores: Mesa o Añez. La
polarización se intensificaría al máximo y probablemente ganaría, por poco,
el candidato anti-MAS, sea este cual fuere.



Ahora bien, si el MAS llegase a ganar, ¿podría asumir el gobierno? En la
historia boliviana existe un periodo con similitudes con el actual. Durante
la segunda mitad de la década de 1940, el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (mnr), que había cogobernado con militares nacionalistas
entre 1943 y 1946, enfrentaba igualmente el aborrecimiento y odio de los
sectores altos de la población. Tanto que Mamerto Urriolagoitia, el
presidente saliente, no aceptó el triunfo de Paz Estenssoro en las
elecciones de 1951 y, con tal de que este no gobernase, prefirió entregar el
poder a una junta militar. Esta maniobra pasó a la historia como el
«mamertazo».



¿Hay campo para un nuevo «mamertazo» en la historia boliviana? Hoy, por
supuesto, la situación internacional es muy distinta. No obstante, fuerzas
muy poderosas podrían resistir con todos los recursos a su alcance el
retorno del «cáncer de Bolivia» –como llamó al MAS un columnista(22). Entre
ellas, una parte del Ejército(23).

Si el argumento de Urriolagoitia para desconocer el triunfo del mnr fue que
no se le podía entregar el poder a los «comunistas», ahora varios podrían
señalar que no debe pasar a las manos de los «narcoterroristas»; o que debe
impedirse el ascenso de un partido que trató de engañar al país con un
fraude electoral, y que debió haber sido inhabilitado antes de las
elecciones... Morales ha advertido sobre la posibilidad de este desenlace.
«Puede pasar… es el Plan b», declaró a France 24(24).



La parte más democrática de las elites bolivianas, sin embargo, vería la
reedición de un «mamertazo» como la repetición de un error. Hay que recordar
que, apenas unos meses después de la acción de Urriolagoitia, estallaba la
Revolución Nacional y Paz Estenssoro volvía de su exilio argentino en olor
de multitudes.Una pregunta aún más interesante –aunque ingenua– es si volver
de inmediato al poder le conviene al MAS. Pensemos que, en tal caso, no
tendría tiempo ni espacio para revisarse a sí mismo, reponerse de sus
heridas, establecer una relación más sana con su «presidente Evo», en fin,
no podría evitar cometer los mismos errores y sufrir los mismos quebrantos
que antes. Por otra parte, también es cierto que, siendo en este momento un
partido acorralado por los servicios de seguridad del Estado, quedarse fuera
del gobierno podría terminar diezmándolo y dividiéndolo. No cabe duda de que
una cosa como la «ventaja de perder» no está en la mente de Morales, Arce y
los conductores del MAS, y mucho menos en la de los masistas metidos en
juicios, prisiones o exilios.

¿Qué harían Arce y Choquehuanca si llegasen a gobernar? ¿Qué tendrían que
enfrentar en el periodo 2020-2025? Algunos pronósticos: enfrentarían la
resistencia –por lo menos inicial– de los organismos de seguridad del
Estado; la implacable campaña en su contra de las elites económicas,
sociales, universitarias y mediáticas; la movilización constante de ciertos
sectores de clase media que no querrían retirarse a sus cuarteles de
invierno luego de haber disfrutado de las mieles del poder; un Parlamento
dividido; un MAS agitado y erosionado por la batalla entre «revanchistas» y
«conciliadores»; y, encima de todo, los coletazos de la pandemia y una de
las peores crisis económicas de la historia del país.



En ese contexto, no cabe duda de que Arce tendría suerte si lograse detener
el proceso de restauración que sus enemigos han comenzado y administrase el
Estado desde la perspectiva de los de abajo. Asignarle cualquier otro
objetivo resultaría poco realista… Y si fracasase en esto, probablemente
comprometería aún más las posibilidades de montar un proyecto izquierdista
de grandes alcances en el futuro. En todo caso, como testifican los anales y
las epopeyas, los generales nunca han hecho caso de los agoreros cuando ya
se habían decidido a partir a la batalla.



* Es periodista y escritor. Es autor, entre otros libros, de El pensamiento
boliviano sobre los recursos naturales (Pulso, La Paz, 2009) e Historia
contemporánea de Bolivia (Gente de Blanco, Santa Cruz de la Sierra, 2016).
Es colaborador del diario español El País.



Notas



1.Robert Brockmann: «El enemigo público No 1» en Brújula Digital, 18/6/2020.

2.«Mesa: mi responsabilidad es ganarle al MAS en elecciones para evitar que
siga gobernando el país»

en ANF, 24/6/2020.

3.«Samuel acusa a ‘Camacho, Mesa y el MAS’ de conformar un bloque contra el
Gobierno» en Correo del Sur, 26/5/2020.

4.Erika Segales: «Camacho, Mesa y Tuto pasan a la ‘ofensiva’ contra Añez» en
Página Siete, 26/5/2020.

5.Marcelo Tedesqui: «Mesa comparte foro con el presidente de Argentina,
Alberto Fernández, que dio refugio a Evo» en El Deber, 20/6/2020.

6.Por ejemplo, no se les permite comer en los mismos «casinos» donde lo
hacen los oficiales. Ver Fernando Molina: «Patria o muerte. Venceremos. El
orden castrense de Evo Morales» en Nueva Sociedad No 278, 11-12/2018,
disponible en <www.nuso.org>.

7.Esto es, un antiimperialismo estereotipado, proclive a fantásticas teorías
de la conspiración, poco apegado a la democracia y con tendencia a organizar
purgas internas.

8.R. Zavaleta: Obras completas I, Plural, La Paz, p. 112.

9.Katiuska Vásquez: «El 70% cree que Evo se fue por revuelta y 62%, que hay
fraude» en Los Tiempos,

23/12/2019.

10.P. Stefanoni: «Las lecciones que nos deja Bolivia» en Nueva Sociedad,
edición digital, 3/2020, disponible en <www.nuso.org>.

11.P. Stefanoni: «Bolivia: anatomía de un derrocamiento» en El País,
21/1/2020.

12.En alusión a las pitas o cuerdas delgadas utilizadas para bloquear las
calles para eludir la necesidad de movilizar a muchos manifestantes, una
costumbre de las clases medias bolivianas que fue ridiculizada por Morales
en uno de sus últimos discursos como presidente del país.

13.Por ejemplo, v. Luis Tapia: «Crisis política en Bolivia: la coyuntura de
disolución de la dominación masista. Fraude y resistencia democrática» en
CIDES-UMSA, 19/11/2019.

14.F. Molina: «Hegemonía instantánea: la prensa en la crisis boliviana» en
Contrahegemonía.web, 3/12/2019

15.Paula Lazarte: «Ciesmori perfila al candidato del MAS como ganador en
encuesta» en Página Siete, 2/1/2020.

16.«Arce aumenta ventaja y Mesa afianza el segundo lugar, según encuesta de
Ciesmori» en Página Siete, 15/3/2020.

17.Fernando Mayorga: Mandato y contingencia. Estilo de gobierno de Evo
Morales, Fundación Friedrich Ebert, La Paz, 2019.

18.M. Tedesqui: «Desde el mas apuntan a Raúl García Linera por violencia del
jueves y Murillo les dice ‘dos caras’» en El Deber, 6/5/2020.

19.F. Mayorga: «‘Elecciones ya’: ¿el mas recupera la iniciativa?» en Nueva
Sociedad, edición digital, 6/2020, <www.nuso.org>.

20.«Evo Morales: ‘Fue un error volver a presentarme’» en DW, 17/1/2020.

21.Boris Miranda: «Evo Morales en entrevista con bbc Mundo: ‘Nosotros vamos
a recuperar el gobierno’» en BBC Mundo, 24/6/2020.

22.Francesco Zaratti: «El cáncer de Bolivia» en Página Siete, 16/11/2019.

23.Ver Isabel Mercado: «El plan del mas es ‘sacar esta ley, maniatarnos y
crear milicias’», entrevista al ministro de Defensa Fernando López en Página
Siete, 29/6/2020.

24.Natalio Cosoy: «Evo Morales cree que puede haber un ‘golpe’ si el Mas
gana las elecciones en Bolivia» en France 24, 17/3/2020.

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