Estados Unidos/ Joe Biden encuentra su análoga neoliberal en Kamala Harris [Branko Marcetic]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Sab Ago 22 00:13:52 UYT 2020
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Correspondencia de Prensa
22 de agosto 2020
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Estados Unidos
Joe Biden encuentra su análoga neoliberal en Kamala Harris
No debería sorprender que Kamala Harris haya sido elegida como compañera de
fórmula de Joe Biden, los dos son políticos notablemente similares.
Branko Marcetic *
Jacobin, 12-8-2020
https://jacobinmag.com/
Traducción de Álvaro San José – ctxt
https://ctxt.es/es/
Bueno, finalmente ha sucedido. Después de meses y semanas de discusiones,
críticas, reverencias y ruidos, y varios plazos incumplidos, Joe Biden ha
elegido finalmente a su compañera de fórmula: la antigua fiscal y actual
senadora de California, Kamala Harris.
Lo que se puede hacer es observar la senda que ha recorrido Biden para
llegar a este punto como anticipo de lo que nos espera si gana las
elecciones. El proceso de selección de la vicepresidencia ha sido
especialmente caótico porque había bandos distintos y antagónicos (desde
informantes de Biden, hasta activistas progresistas, funcionarios demócratas
y grupos de donantes principales), compitiendo por influir, persuadir y
hasta amenazar a Biden para que eligiera a su favorito.
Hubo ávidos contendientes que subieron hasta lo más alto, se reunieron en
privado con Biden, aparecieron en televisión con él, recaudaron fondos para
su campaña con ansias y luego, de repente, cayeron en desgracia. En algunas
ocasiones aplastó cruelmente sus esperanzas en directos de televisión y en
otras ocasiones se hundieron bajo una tormenta de filtraciones que
pretendían debilitarlos. En última instancia, con todo este caótico proceso,
Biden terminó saltándose al menos tres de sus plazos autoimpuestos.
Sin embargo, esto dista mucho de ser algo exclusivo de la búsqueda de
vicepresidente. Biden es conocido desde hace tiempo por su falta de
disciplina y por su indecisión, algo que ha trasladado a la actual campaña,
hasta el punto de casi haberse saboteado a sí mismo antes de empezar, por un
comienzo atrasado que le hizo perderse los principales fichajes. Hasta el
Times tuvo dificultades para encontrar los eufemismos que le permitieran
adornar esas carencias, a las que se refirió como “procesos de decisión no
lineares” y “costumbre de extender los plazos de tal forma que algunos
demócratas se muestran ansiosos y molestos”.
O lo que es lo mismo, Biden dirigió una campaña que puede describirse de
forma generosa como relajada, en la que su eventual resurgimiento y victoria
en las primarias se debió casi en exclusiva a una coalición de medios
centristas y al trabajo y sacrificio de los demócratas para arrastrarlo
hasta la meta, incluso a pesar de él. No obstante, aunque no es seguro aún
que este proceso caracterice la presidencia de Biden, ya hemos sido testigos
de cómo la lucha entre las diferentes facciones del partido ha tenido como
resultado que elija a Harris como vicepresidenta.
El posible ascenso de Harris a la Casa Blanca consolida lo que la nominación
de Biden ya representaba: la derrota, al menos de forma temporal, de la
izquierda del partido demócrata a manos de la facción corporativa del
partido, y la fijación de sus élites por seguir adelante con la política
superficial y corporativa de la era Obama, que se basa ante todo en rebajar
las expectativas de la gente común y corriente.
De hecho, una de las razones de que fuera tan difícil imaginar que otra
persona, aparte de Harris, fuera quien acabara liderando la lista es que
ella encarna a la perfección al partido demócrata moderno, lo que también
significa que casi todo lo que se va a escuchar sobre ella a partir de ahora
no tiene nada que ver con quién es en realidad.
Harris está lejos de ser la “fiscal progresista” por la que lleva haciéndose
pasar desde que presentó su candidatura en 2019, su historial no guarda
ninguna similitud con otras personas que sí podrían ajustarse a esa
descripción, como por ejemplo Larry Krasner o Keith Ellison. Incluso en un
partido que hizo suyo el estilo de políticas inflexibles con la delincuencia
como las que promovieron Biden y Clinton, Harris destaca por su crueldad:
luchó por mantener a gente inocente en la cárcel, bloqueó las
indemnizaciones a personas injustamente condenadas, defendió que los
delincuentes no violentos permanecieran en la cárcel y siguieran trabajando
como mano de obra barata, ocultó pruebas que podrían haber liberado a
numerosos detenidos, intentó desestimar una demanda para terminar con el
régimen de aislamiento en California y negó la operación de reasignación de
género a presos transexuales. Un informe reciente detallaba cómo casi se la
acusa de cometer desacato al tribunal por resistirse a una orden judicial
que decretaba la liberación de presos no violentos, y que un profesor de
derecho comparó con la resistencia del sur de EE.UU. a las leyes
desegregadoras de los años 50.
A Harris le encanta reírse. Harris desternillándose como un malvado de
dibujos animados al hablar de procesar a los padres por las ausencias
repetidas de los niños en edad escolar es posiblemente una de las cosas más
escalofriantes que se pueden ver en política. ¿Otras cosas que le hayan
hecho gracia a Harris? La idea de construir escuelas en lugar de cárceles y
la noción de legalizar la marihuana. Cinco años después volvió a reírse, en
esa ocasión cuando se estaba postulando para presidenta y recordó con cariño
sus días de fumar porros para embelesar a una audiencia más bien joven.
Supergracioso fue también que su oficina hubiera condenado a casi 2.000
personas por delitos relacionados con la marihuana cuando trabajaba como
fiscal de distrito en San Francisco.
La falta de sensibilidad que Harris muestra hacia los pobres e indefensos
solo es comparable a la simpatía que siente por los ricos y poderosos. Lo
más destacado fue cuando Harris desestimó la recomendación de su propia
oficina para procesar al banco de rapiña del actual secretario de Hacienda,
Steve Mnuchin (que más tarde hizo una donación a su campaña para el Senado),
y luego supuestamente intentó ocultar su pasividad.
A pesar del estatus de California como el epicentro de las estafas de
ejecución hipotecaria, la Fuerza de Ataque contra el Fraude Hipotecario de
Harris procesó menos casos de estafas de consultores en ejecuciones
hipotecarias que muchos otros fiscales de distrito de otros condados. En
lugar de utilizar su despacho para frenar el crecimiento de los monopolios
tecnológicos, algunos correos a los que tuvo acceso hace poco el Huffington
Post muestran cómo les hacía la corte, a cambio de lo que recibió un
considerable apoyo financiero de Silicon Valley.
Hace poco se ha decretado como inapropiado hablar de su ambición, aunque la
verdad es que a Harris, al igual que a Biden, a Obama y, tristemente, a la
mayoría de los políticos, le motiva por encima de todo su propia trayectoria
profesional. Solo hay que ver estos vídeos de una Harris con 44 años
explicando en agosto de 2008 (cuando la pobreza, la guerra y una crisis
inmobiliaria en ciernes atenazaba a EE.UU. y a su estado en particular) qué
es lo que cambiaría después de ocho años de una presidencia con ella a la
cabeza: que “estaríamos dispuestos a abrazar la idea de que realmente
poseemos una increíble cantera de talentos”, que Estados Unidos tendría “una
población de gente que estaría informada no solo sobre su gran historia,
sino también sobre historia internacional” y que “decidiríamos con orgullo
que todos somos, como estadounidenses, patriotas”, que llevarían, todos,
banderas en las solapas.
O lo que es lo mismo, que no tenía ni idea.
Por ese motivo, si Harris no es en realidad una progresista con ambiciosos
compromisos políticos, ¿qué aporta realmente a la candidatura? Los medios
alineados con el partido demócrata han mencionado su ascendencia mixta,
india y jamaicana, porque confían que estimulará a los votantes de color en
noviembre, y su inflexibilidad y agresividad, que anticipan que desplegará
contra Trump y, sobre todo, contra el vicepresidente Mike Pence en su
eventual debate.
Pero es difícil compatibilizar esas dos cosas con la realidad. En contra de
lo que afirma el extraño mundo de los consultores y medios liberales, la
población afroamericana y latina no vota a quien sea solo porque comparte su
color de piel o sus raíces nacionales. Tras abandonar la carrera
presidencial, casi todos los expertos declararon su sorpresa por el fracaso
de Harris a la hora de conseguir el apoyo de los votantes negros; apenas si
consiguió inscribirse en su propio estado cuando terminó todo. Al final se
retiró de la carrera antes de que se celebrara ninguna primaria y se ahorró
el bochorno de dar un espectáculo en Iowa –y los siguientes estados– como el
que dio Biden en las primarias de 2008.
En lo que respecta al segundo elemento, la débil actuación de Harris en las
encuestas vino acompañada de una vacilante campaña en la que se vio a la
antigua fiscal decepcionar en los debates y alejarse de sus propias
posturas. Tras copatrocinar en 2017 el proyecto Medicare for All de Bernie
Sanders, se unió a este para ser uno de los dos únicos candidatos demócratas
que defendieron en un debate, que se celebró junio de 2019, la abolición de
los seguros privados de salud, antes de dar rápidamente marcha atrás el día
después y decir que no había entendido bien la pregunta.
Luego presentó su propio plan de salud nacional que ampliaba el papel de los
seguros privados en la sanidad y añadía un absurdo período de transición de
diez años, o dos mandatos presidenciales y medio.
Otro tanto sucedió en el momento más memorable de Harris en un debate:
atacar a su actual compañero de ticket por el papel protagonista que tuvo en
el movimiento racista antibusing [el transporte de desegregación es la
práctica de asignar y transportar estudiantes a escuelas dentro o fuera de
sus distritos escolares locales en un esfuerzo por reducir la segregación
racial]. Por algún motivo, la campaña de Harris ya tenía listas para vender
las camisetas que conmemoraban el momento a las pocas horas de que acabara
el debate, pero Harris no tardó en aclarar que ella también había defendido
la misma postura sobre el busing que la que acababa de reprochar a Biden.
Más tarde, Harris se quedó sin palabras cuando Tulsi Gabbard la criticó en
un debate por su historial como fiscal. Para finalizar, su intento de
desafiar a Elizabeth Warren para que exigiera a Twitter que prohibiera la
cuenta de Trump quedó en agua de borrajas.
Pero no, el valor real de Harris para Biden es triple. Por una parte está su
popularidad entre la clase donante, pues consiguió embolsarse cantidades
enormes de dinero para su campaña procedentes no solo de las grandes
tecnológicas, sino también de Wall Street, los seguros privados y las
farmacéuticas, además de varios multimillonarios. Poco después de que Biden
la eligiera, aparecieron algunos ejecutivos de Wall Street en la cadena CNBC
y alabaron la sabiduría de la decisión, en particular porque demostraba que
Biden no se estaba desplazando hacia la izquierda, como se había repetido en
numerosas ocasiones.
Esto nos lleva al segundo elemento. Cada vez está más claro que los planes
de Biden son conformar un gobierno que será muy parecido al de Obama, si no
más conservador, aunque tenga al frente un abanderado menos popular y menos
inspirador. Mientras que el propio Biden carece del carisma y la base
popular necesarios para convertirse en el cuidador eficaz de un sistema
disfuncional que se está desmoronando, ese sí es un papel que Harris (que
cuenta con una fanática cohorte de seguidores y los atributos para hacer
historia que le faltan a la candidatura de Biden) puede hábilmente
protagonizar, mejor de lo que podría haberlo hecho una relativamente
desconocida Karen Bass, o alguien con menor carisma y sin base popular como
Susan Rice.
Con la campaña de Biden, que se está centrando en dejar ver y oír lo menos
posible del disminuido candidato, podemos esperar que la mayor parte de la
atención y la propaganda se consagre a promover a Harris. Lo que también
podemos esperar es ver a Harris defendiendo cualquier medida reaccionaria
que el presidente Biden no pueda justificar por sí solo.
Puede que Harris posea el carisma de Obama para movilizar a la base del
partido y para venderles un programa político conservador, al igual que lo
hizo el antiguo presidente. Pero eso también acarrea sus riesgos: seguiría
siendo la presidencia de Biden y ella podría verse arrastrada por el peso de
cualquier tipo de medida impopular que decida implementar el presidente.
Aunque por otro lado, ella estaría preparada para liderar el partido una vez
que Biden desapareciera de escena, y conseguiría así neutralizar cualquier
futura victoria del ala izquierda del Partido Demócrata y mantendría, tanto
a la formación como a Washington, en manos de la élite corporativa.
Por último, Harris cumple el deseo de Biden de encontrar una vicepresidenta
que esté en su misma sintonía. Si dejamos de lado las diferencias
superficiales, Biden y Harris son en esencia el mismo político. Los dos han
estado permanentemente en el lado equivocado de la historia; los dos
persiguieron objetivos crueles y de derechas durante la mayor parte de sus
vidas con el fin de avanzar en sus carreras profesionales; y los dos tienen
la costumbre de tergiversar sus creencias e historiales. Es lo más
apropiado: al fin y al cabo, Biden es uno de los creadores de la vieja
escuela que dio pie a la política demócrata de favorecer a las corporaciones
que Harris ha promovido durante toda su carrera.
Puede resultar absurdo o paradójico, pero mientras en Estados Unidos se vive
un malestar social sin parangón, como consecuencia de la brutal represión
policial, y mientras sus habitantes claman contra la histórica desigualdad
económica y la dominación corporativa, el Partido Demócrata ha elegido como
avatares a uno de los principales arquitectos de ese sistema y a una de sus
soldados más entusiastas.
No obstante, tanto Harris como Biden, aunque este en menor medida, han
demostrado una limitada, pero prometedora, propensión hacia los gestos de
izquierda cuando se encuentran bajo presión. Las actuales condiciones sin
precedentes, junto con el aún pequeño, pero creciente, poder de la izquierda
en EE.UU., significan que los próximos cuatro años no están necesariamente
condenados a ser una repetición de los años de Obama.
Veremos si eso marca la diferencia entre llevar a cabo el cambio sistémico
que hace falta para evitar el desastre o realizar un mero “programa de
condonación de la deuda estudiantil para los receptores de la beca Pell que
funden una empresa que tenga sus actividades durante tres años en alguna
comunidad desfavorecida”.
* Branko Marcetic es redactor de Jacobin y autor de Yesterday's Man: The
Case Against Joe Biden [El hombre de ayer: La causa contra Joe Biden].
Reside en Toronto, Canadá.
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