Venezuela/ ¿El único que festeja es Maduro? [Manuel Sutherland]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Dic 9 09:56:14 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

9 de diciembre 2020

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Venezuela

 

¿El único que festeja es Maduro? 

 

Con una altísima abstención, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)
se impuso en las elecciones parlamentarias. Pese a la impopularidad del
gobierno, la decisión opositora de no participar en los comicios terminó por
favorecerlo y este recupera la Asamblea Nacional y le quita a la oposición
la única institución que controlaba desde 2015.

 

Manuel Sutherland *

Nueva Sociedad, diciembre 2020 

https://nuso.org/

 

¡Felices madrugadas de victoria! (…) Tenemos una nueva Asamblea Nacional,
hemos tenido una tremenda y gigantesca victoria. Nicolás Maduro

 

El 6 de diciembre se realizaron elecciones para una nueva Asamblea Nacional
(AN), el único poder del Estado que no respondía, desde 2015, al Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV), hegemón absoluto en la política
nacional. El partido que comanda Nicolás Maduro controla 19 de las 23
gobernaciones, manda en 305 de las 335 alcaldías y tiene 227 de los 251
diputados de las asambleas legislativas regionales. Todo ese poder contrasta
con una desaprobación que roza el 90%, resultado de una desastrosa gestión
de la economía, que registró el peor colapso de su historia en la era Maduro
(2013-2020).

 

En estas circunstancias, parecía que la derrota electoral del gobierno sería
aplastante. Sin embargo, aparentemente sucedió lo contrario. A pesar de una
altísima abstención, que rondó el 70%, el PSUV celebra una muy holgada
«victoria», que le permite recuperar el control de la AN. No obstante, este
fracaso electoral opositor ha sido vendido como un triunfo por sus
publicistas, que se atribuyen haber conseguido una abstención histórica. 

 

En este escenario surgen varios interrogantes: ¿con qué porcentajes ha
vuelto a ganar el chavismo? ¿Es realmente una victoria del gobierno? ¿Cómo
evaluar la estrategia abstencionista e insurreccional del ala radical de la
oposición? ¿Cuáles son las perspectivas a corto plazo en la crisis política
y los riesgos de apatía y desafección? Veamos. 

 

Una derrota evitable 

 

El gobierno ganó con 68% de los 6,2 millones votos escrutados. Con algunas
pocas diputaciones por decidir, el PSUV ha logrado aproximadamente 185
escaños, lo suficiente como para tomar posesión de la AN en pleno, es decir,
para impulsar leyes de rango constitucional y cambiar a piacere casi todo el
entramado jurídico nacional. En números gruesos, se diría que el chavismo
obtuvo algunos votos más que en 1998, pero con un padrón electoral que se
multiplicó por dos y con todas las ventajas de ser gobierno por más de dos
décadas consecutivas. Si en la última elección parlamentaria, en 2015, votó
alrededor de 74% del padrón electoral, ahora solo lo hizo alrededor de 30%.
Es decir, la abstención casi se triplicó y solo es comparable a la de 2005,
durante los momentos más álgidos del gobierno de Hugo Chávez, cuando ningún
opositor se presentó a las elecciones, con discursos similares a los
actuales sobre la falta de garantías para la oposición. Entonces la
abstención fue de 75% y el chavismo se quedó con 97% de las bancas.

 

El domingo pasado, en este contexto de abstencionismo masivo, la alianza
opositora mejor ubicada obtuvo algo más de un millón de votos. Y en su
conjunto, la oposición que participó de los comicios, mortalmente dividida y
atomizada, podría obtener alrededor de 87 diputados, casi un tercio de la
AN. Un dato que no deja de ser bastante significativo a la vista de la feroz
campaña de la oposición abstencionista para desacreditar a quien se
plantease enfrentar al chavismo por su terreno más débil: el electoral. 

 

Los votos totales del PSUV alcanzan los 4,2 millones. Eso es, 25% menos que
lo obtenido en las elecciones parlamentarias de 2015, pero con un padrón
mayor. Si se compara con los supuestos ocho millones de votos obtenidos en
las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente en agosto de 2017, la
sangría es de casi 50%. Es de por sí notorio que si la oposición en pleno
hubiera ido a votar habría ganado fácilmente la elección.

 

¿Es útil esta «victoria» del gobierno? 

 

La «victoria» del gobierno era esperada. Hubo dos maquinarias que la
impulsaron con infinidad de recursos económicos y mediáticos. Por un lado,
el propio oficialismo presionó a su base política amenazando con negarles
cajas de comida a quienes no fueran a votar. Por otro lado, Juan Guaidó y la
«comunidad internacional» hicieron hercúleos esfuerzos para evitar que su
propia base opositora fuera a votar, para evitar así que que los opositores
al gobierno votaran en contra de Maduro y el PSUV. Es un secreto a voces que
el ex-candidato presidencial Henrique Capriles, quien había amagado con
participar en las elecciones del 6 de diciembre, tuvo que renunciar a tal
empresa por presiones que llegaron a ser vigorosas amenazas: desde sanciones
económicas hasta congelamiento de bienes en Estados Unidos. Así las cosas,
con intimidaciones en contra de todo aquel que quisiera votar contra el
gobierno, las elecciones parecían un juego de niños para el PSUV, que
literalmente corrió solo su carrera.

 

Como era de esperarse, poco después de que varios países latinoamericanos
desconocieran la elección del pasado domingo, la Unión Europea rechazó el
resultado y pidió a Maduro que trazara un camino hacia la reconciliación
nacional. Es muy fácil entrever que el chavismo se negó a aceptar la
propuesta de veeduría y acompañamiento de la UE debido a que ello podría
estimular una participación que le habría proferido una derrota sin
atenuantes. Su tarea era promover acciones que impulsaran la abstención del
voto opositor, cosa que logró con un enorme éxito. Incluso el día de la
elección, se encargó de cometer innecesarias y burdas irregularidades
electorales para azuzar a los abstencionistas. Desde los polémicos «puntos
rojos», donde se escanea el «carné de la patria» como forma de control de
quienes votan por el PSUV, hasta el repentino cambio, el mismo día de la
elección, del lugar de votación de Maduro y su esposa, de su lugar original
en el barrio popular de Catia al fuerte militar Tiuna.

 

Al gobierno lo tiene sin cuidado el manido discurso sobre la «legitimidad».
De hecho, respondió señalando que en otras partes del mundo hay mucha
abstención (por ejemplo, en las elecciones parlamentarias en Rumania) y que
en 1993 Rafael Caldera ganó las presidenciales con apenas 17,66% del padrón
electoral, poco menos que el 20% obtenido por el gobierno en estas últimas
elecciones, y nadie cuestionó su legitimidad. En su defensa, el Poder
Ejecutivo argumenta que a pesar de la negativa de los observadores
internacionales de la UE, más de 1.500 observadores nacionales e
internacionales se han sumado y desplegado en los centros electorales del
país.

 

Pasada la polémica de las elecciones, el gobierno asegura que por fin podrá
ofrecer sustento legal a sus políticas económicas, que pasan por una
apertura y una búsqueda frenética de inversiones extranjeras a cualquier
costo. Se espera que se aprueben leyes proclives a la privatización exprés
de valiosos activos estatales, proceso que ya se ha venido adelantado sotto
voce. También se planean aperturas masivas, endeudamiento y normas que
garanticen la inversión ventajosa de empresarios iraníes, turcos, rusos y
chinos. La intención es sobrevivir día a día. Cada hora en que se mantienen
en el poder es ganancia. 

 

La insurrección imaginaria

 

En un aciago 20 de mayo de 2018, el ala mayoritaria de la oposición decidió
abstenerse en las elecciones presidenciales. La táctica había sido empleada
tan temprano como en las mencionadas elecciones parlamentarias de 2005, en
las que, previsiblemente, el chavismo arrasó con la totalidad de las curules
y promovió con total serenidad las leyes que más fácil le harían el trabajo
de gobernar sin ningún contrapeso. En mayo de 2018 se argumentó que el
régimen había excluido a candidatos opositores históricos de la batalla
electoral. Por esa y otras irregularidades, la oposición decidió abstenerse
en aras de presionar por condiciones electorales óptimas. El resultado es
por todos conocidos. 

 

Desde el 23 de enero de 2019, cuando el diputado y presidente de la AN Juan
Guaidó se autojuramentó en una plaza, en un un mitín, como «presidente
encargado de la República», la vía electoral y la lucha democrática contra
el régimen de Maduro han sido considerada como colaboracionistas y
gallináceas. En febrero de 2019, las encuestas decían que Guaidó tenía hasta
80% de aceptación popular. Los gobiernos aliados de Estados Unidos y varios
europeos más salieron a aplaudirlo. El 23 de febrero se planteó una
insurrección sui generis a través de un atípico caballo de Troya: la ayuda
humanitaria internacional. Esta ingresaría «sí o sí» por la frontera
colombiana. El plan era que la gente se abalanzara sobre los camiones y el
Ejército se uniera a la sublevación popular. Este desaguisado fue un rotundo
fracaso: no se pudo hacer ingresar ni una caja en una porosa frontera donde
el contrabando de gandolas de gasolina y alimentos es inmenso cada día.

 

Cuando se creía que el intento frustrado de asesinar a Maduro con un dron
cargado de explosivos, el pasado 4 de agosto de 2018 en la avenida Bolívar,
era la intentona subversiva más osada, amanecimos el 30 de abril de 2019 con
un conato de golpe de Estado cívico-militar protagonizado por Guaidó. El
joven «presidente» aseguraba haber tomado, o estar dentro, de la base aérea
La Carlota, ubicada en el corazón de Caracas. Pocas horas después, y sin un
solo tiro, la sedición fue aplastada. Varios de los militares se entregaron
aduciendo que los habían engañado y otros huyeron a embajadas extranjeras
esa misma tarde. Nadie se responsabilizó del bochornoso coup d’état, que
terminó ampliamente ridiculizado en redes sociales. En 2018 ya habíamos
presenciado la masacre del grupo armado encabezado por Óscar Pérez,
ex-comando policial famoso por disparar contra el Tribunal Supremo de
Justicia y robar armas de alto calibre en el fuerte de Paramacay. La
subestimación del poder militar y policial del gobierno bolivariano es
realmente asombrosa. En 2019 se desarrolló otra nueva aventura
insurreccional de índole militar. En la tarde del 26 de junio el gobierno
declaró, en tono de sorna, que frustró otro intento de alzamiento militar.
Ese día fueron apresados más de 30 militares que enfrentarían cargos de
«traición a la patria», acusación generosamente endilgada por jueces
chavistas. 

 

En pleno pandémico 2020, entre el 3 y el 4 de mayo, se optó por un intento
foquista con tonalidades de farsa en el corazón de la bahía de Macuto y de
Chuao: un par de peñeros con alrededor de 22 personas pobremente armadas
irrumpieron con pertrechos militares y sólidas convicciones de liberar a los
30 millones de venezolanos víctimas del régimen actual. Ahí estaban
ex-militares armados, había uniformes, equipos y todos portaban sus
verdaderos documentos de identidad. Entraron por el litoral central a plena
luz del día, a pocos kilómetros del mayor puerto del país y de una base
naval, en un área densamente poblada. La incursión derivó en un sangriento
combate donde murieron varios jóvenes alzados. El gobierno capturó incluso a
ex-militares estadounidenses en una operación que fue vista como una parodia
de Bahía de Cochinos, a baja escala. 

 

El abandono de la lucha electoral parece empujar a la oposición a formas de
aventurerismo político de lo más inverosímiles. Entre farsas y tragedias se
yuxtapone la mar de fracasos insurreccionales. Las sediciones parecen caer
en el terreno favorito de un gobierno de índole militar y policial, que con
apoyo de otros regímenes (Cuba, Rusia, China, Irán), expertos en control
social y lucha antisubversiva, sortea con extrema facilidad estas
iniciativas. Los fracasos son tan estrepitosos que, por embrionarios, la
gente los cree irreales o incluso inventados por el mismo gobierno. 

 

Las chanzas sobre la esterilidad de este tipo de iniciativas llenan las
redes sociales y la frustración se apodera de miles de venezolanos que
terminan simplemente votando con los pies y abandonando el país. Cada motín
deriva en un profundo sentimiento de derrota y pesadumbre; en una sensación
de derrota inmanente y una vocación por el descalabro que abate la moral de
las bases opositoras y las sitúa en el campo de la espera de un fementido
milagro: una invasión de tropas estadounidenses que liberen a la población
del comunismo. Una posibilidad mil veces negada por todos los voceros
oficiales de Estados Unidos, que en repetidas ocasiones han negado tan
sangrienta posibilidad. Incluso se han burlado de activistas proclives a
«exigir» una invasión liberadora que los coloque en el poder, tildando sus
propuestas de «realismo mágico».

 

Se trata de un camino de derrotas continuas que, por una parte, justifican
la insistencia en la vía insurreccional, abandonando la lucha democrática
electoral (debido, según ellos, a todas las injusticias, ventajismo y
trampas que el gobierno comete en ese terreno); y que, por otra, explicita
por qué la oposición decidió abstenerse y continuar por una ruta de
confrontación que a todas luces parece condenada a la derrota. La consulta
del 12 de diciembre, promovida por Guaidó, aparece como la manifestación de
impotencia más severa que han protagonizado en años. 

 

2021: ¿entre la apatía y la desafección? 

 

Parecía esperable que gran parte de la oposición siguiera este 6 de
diciembre por la senda abstencionista. Casi sin iniciativa, el «presidente
encargado» Guaidó prometió, para contrarrestar las elecciones
«fraudulentas», una consulta popular online el 12 de diciembre. Con un
consejo nacional electoral paralelo integrado solo por sus más íntimos
aliados, se presentarán a la población, a través de Telegram y otra app,
preguntas como: «¿Exige usted el cese de la usurpación de la Presidencia de
parte de Nicolás Maduro (…)? ¿Rechaza usted el evento del 6 de diciembre (…)
y ordena usted adelantar las gestiones necesarias ante la comunidad
internacional para rescatar la democracia (…)?». Estas preguntas son tan
groseramente obvias que mueven a la risa a los propios opositores más
radicales. Preguntar lo que es axiomáticamente aceptado por sus bases parece
un acto que solo deja en evidencia la propia falta de táctica y estrategia.

 

La oposición argumenta que de nada valía participar y ganar las elecciones,
ya que el gobierno había anulado al anterior Parlamento mediante una argucia
jurídica del Tribunal Supremo de Justicia que lo declaró en desacato. Sin
embargo, el propio devenir opositor de Guaidó y su presidencia «encargada»,
incluidos sus abrazos con Donald Trump, su discurso en el G-20, la gestión
provechosa de lucrativas empresas del país en el extranjero (Citgo,
Monómeros) y los miles de millones de dólares recogidos como «ayuda para la
lucha democrática», fue posible porque la oposición participó en las
elecciones parlamentarias de 2015 y Guaidó pudo obtener 90.000 votos. Esa
victoria de la oposición le permitió presidir el Parlamento y empujar todas
sus campañas internacionales de asonadas y revueltas. Si se hubiera
abstenido en 2015, Guaidó no existiría en el imaginario político y el
gobierno habría transitado con total tranquilidad el periodo 2015-2020. Con
una oposición abstencionista, el gobierno ni siquiera necesita hacer fraude
y se puede mostrar mucho más abierto y «democrático» de lo que en verdad es.


 

A fines del año próximo, habrá elecciones para alcaldes y gobernadores. El
gobierno cuenta con un nuevo auge de la campaña abstencionista que le
permita ganar otras elecciones sin competencia. Es quizás por eso que,
siendo tan abiertamente represivo, deja a Guaidó acometer sus campañas
políticas sin tocarle ni un pelo. Es de esperar que el propio Maduro aliente
la abstención del voto opositor y promueva su inmovilismo. Pero que la misma
oposición lo haga no es más que ponerse un chaleco de cemento justo antes de
tirarse al río. De más está decir que el gobierno bolivariano jamás ofrecerá
condiciones electorales óptimas. Si la oposición quiere asumir de verdad su
papel, deberá luchar a brazo partido en el único terreno donde tiene
ventaja: el electoral, mientras este siga de uno u otro modo abierto. Al
final de cuentas, la única victoria importante de la oposición frente al
gobierno fue en las urnas. 

 

* Es economista y director del Centro de Investigación y Formación Obrera
(CIFO), Caracas.

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