Venezuela/ Control total. La victoria pírrica del chavismo [Ociel Alí López [Ociel Alí López]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Dic 11 10:41:05 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

11 de diciembre 2020

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Venezuela



La victoria pírrica del chavismo



Control total



Con la abstención de al menos el 70 por ciento de los habilitados, el
oficialismo venció a partidos con direcciones previamente intervenidas por
el propio gobierno. Con cada vez menos votos, concentra cada vez más poder.



Ociel Alí López, desde Caracas

Brecha, 11-12-2020

https://brecha.com.uy/



Las elecciones parlamentarias celebradas en Venezuela el 6 de diciembre no
dejaron ningún tipo de sorpresa. Todo ocurrió según lo establecido por los
principales actores: el triunfo de la coalición oficialista, el Gran Polo
Patriótico, con el 68 por ciento de los votos. Y una abstención del 70 por
ciento, según las cifras oficiales.



El oficialismo, victorioso, sacó alrededor de 1,5 millones de votos menos
que en las parlamentarias de 2015, cuando, paradójicamente, fue derrotado de
forma estruendosa. La explicación es sencilla: aquella vez la abstención fue
del 25 por ciento.



La gran derrotada de la jornada es la oposición electoral. Sus dos
coaliciones, Alianza Democrática y Venezuela Unida (intervenidas en sus
liderazgos por el oficialismo), consiguieron el 17 y el 4 por ciento de los
votos, respectivamente, muy lejos de la victoria opositora de la Mesa de la
Unidad Democrática (MUD) en las legislativas 2015, que cosechó el 56 por
ciento.



La alta abstención le da cierto respiro al sector mayoritario de la
oposición, que había llamado a no acudir a las urnas el domingo. Para medir
fuerzas con el oficialismo, los liderados por Juan Guaidó ponen ahora sus
expectativas en la convocatoria a una consulta popular que finalizará en
forma de movilización el sábado 12.



El fracaso de los moderados



La oposición que sí fue a las urnas no logró lo mínimo que se había
propuesto: convocar a votantes opositores. La inercia pudo más que sus
intentos y, a medida que pasaban las semanas, la campaña se fue enfriando.
Sumados, ninguno de sus partidos llegó al millón y medio de votos: muy lejos
de los 7.728.025 que respaldaron a la MUD en las anteriores parlamentarias.



No ayudó a sus objetivos que esta oposición apareciera, para gran parte de
la población, como prefabricada por el oficialismo. Sus líderes,
originalmente críticos, en los últimos tiempos han venido adoptando
discursos típicos del chavismo. Se han preocupado más por diferenciarse del
resto de la oposición que de aquellos a quienes dicen oponerse, quizás en el
afán de lograr un margen de maniobra en un espacio público cada vez más
asfixiado por el partido de gobierno, en términos del control tanto de los
medios de comunicación como del aparato estatal.



Varios de sus principales actores emergieron en la interna de partidos
opositores en situaciones que suscitan dudas sobre la autenticidad de su
convocatoria. Entre junio y agosto, el Tribunal Supremo de Justicia
intervino los principales partidos opositores, despojó del cargo a sus
líderes y puso al frente de esas formaciones a juntas directivas ad hoc con
dirigentes que participaban de negociaciones con el Poder Ejecutivo.



Incluso, a pesar de ello, a fines del invierno se habían creado ciertas
expectativas con respecto a una participación opositora de peso en las
parlamentarias. La Conferencia Episcopal y dirigentes de las cámaras
empresariales habían dicho sentirse preocupados por la inacción que
implicaba abstenerse, y un líder opositor importante como el excandidato
presidencial Henrique Capriles había amagado con presentar a su sector en
las elecciones (véase «El dilema opositor», Brecha, 18-IX-20). Finalmente,
tras fracasar en el intento de llegar a un acuerdo con el gobierno para que
aplazara las fechas de los comicios y extendiera la campaña electoral,
Capriles desistió de la convocatoria cuando faltaban poco más de dos meses.



Dominio absoluto



Con las grandes mayorías ausentes de la cita, el poder de decisión quedó en
manos de un oficialismo que continúa su declive en el plano electoral pero
avanza en el control de los poderes públicos. La nueva Asamblea Nacional, de
mayoría oficialista, podrá designar directamente altos funcionarios, como el
fiscal general, el contralor general de la república, el defensor del
pueblo, los nuevos rectores del Consejo Nacional Electoral –cuyos cargos
duran siete años– y los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ)
–cuya gestión puede durar hasta 12 años–. La propia Asamblea Nacional se
extenderá hasta 2026, más allá del actual Ejecutivo, que constitucionalmente
llega hasta el 2024.



No es que el oficialismo se hubiera privado de nombrar estos cargos
anteriormente. Pero, tras las elecciones del domingo 6, formaliza este
dominio y refuerza su control sobre el Poder Judicial, que se mantendrá
hasta al menos entrada la década del 30. Además, se vislumbra cuesta arriba
la eventual llamada a un referendo revocatorio presidencial, que
constitucionalmente podría convocarse a partir de 2022 y que el mismo
presidente había barajado como opción en su momento.



Así, independientemente del desenlace de su consulta paralela, la oposición
abstencionista también pierde en este proceso. Entrega ahora al oficialismo
el único poder público que controlaba de forma legítima, el Legislativo, que
le había permitido ejercer frente al Ejecutivo una oposición en el aparato
estatal con respaldo constitucional, al menos hasta la autojuramentación de
Guaidó, a comienzos de 2019, cuando decidió ubicarse en una órbita
insurreccional.



Por estas horas los seguidores de Guaidó intentan justificar la permanencia
de su proclamado interinato a través de una supuesta «continuidad
administrativa», pero eso resulta muy difícil de justificar cuando existe un
límite constitucional claramente establecido para la vigencia del actual
Parlamento: el 5 de enero de 2021.



La merma chavista



Todo ese poder no logra ocultar el alto grado de debilitamiento electoral
del oficialismo. En estos cinco años ha perdido alrededor del 30 por ciento
de sus votos y, en comparación con la última elección de Hugo Chávez –las
presidenciales de 2012–, su electorado se contrajo a casi la mitad.



Tras mantenerse como mayoría sólida durante 15 años consecutivos, desde su
derrota en las legislativas de 2015 ha venido sufriendo un trasvase de buena
parte de sus votantes, que en esta ocasión se volcaron a la abstención y no
hacia otro sector político, estuviese a su derecha o a su izquierda (la
coalición chavista disidente que en estas elecciones se concentró detrás del
Partido Comunista de Venezuela –que en agosto había roto su vieja alianza
electoral con el Partido Socialista Unido de Venezuela– apenas obtuvo un 2
por ciento).



Así las cosas, el chavismo difícilmente podría ganar en unas elecciones con
alta participación popular. Es probable que tienda a obstaculizar semejante
escenario, algo para lo que esta vez no necesitó demasiado esfuerzo, gracias
al llamado abstencionista de la oposición.

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