Uruguay/ Violencias. Cómo afecta la cárcel a los adolescentes [Denisse Legrand - Testimonios]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Feb 8 14:35:19 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

8 de febrero 2020

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Uruguay

 

Violencias

 

Cómo afecta la cárcel a los adolescentes 

 

Una investigación sobre el sistema penal adolescente analiza los daños que
genera el pasaje por la prisión.

 

Denisse Legrand *

La Diaria, 8-2-2020

https://ladiaria.com.uy/

  

“Te pesa la cana: afectaciones subjetivas del encierro en la adolescencia”
es una investigación transformada en libro que reúne información actualizada
sobre el estado del sistema penal adolescente. Además de presentar datos
estadísticos, analiza el sistema y presenta, en primera persona, la
experiencia de varios adolescentes privados de libertad.

 

La investigación fue realizada por un equipo de la Unidad Académica Asociada
del Instituto Académico de Educación Social del Consejo de Formación de
Educación y el Instituto de Psicología de la Facultad de Psicología de la
Universidad de la República, en un acuerdo con Unicef Uruguay.

 

Su objetivo fue caracterizar las condiciones de vida de los adolescentes
privados de libertad en sus propias voces y comprender qué procesos de
subjetivación generan estas condiciones. La investigación busca demostrar
“las afectaciones que producen las condiciones en las que cumplen la sanción
penal en las cárceles del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente
(INISA)”. Para esto se relevaron las condiciones materiales y de convivencia
de estas cárceles.

 

Para conocer esta realidad, se hizo un censo a los adolescentes privados de
libertad que estaban presos a marzo de 2018. Fueron consultados 346
adolescentes, que representaban 77% del total de la población de ese
momento. Los censados tenían entre 13 y 22 años, y 55% eran primarios; esta
era su primera experiencia en la cárcel. Se hicieron también entrevistas en
profundidad que luego fueron transformadas en testimonios.

 

La población de adolescentes privados de libertad ha tenido cambios bruscos
en los últimos tiempos. En 2008 había en promedio unos 173 adolescentes
privados de libertad; esta cifra aumentó 400% para 2014, cuando llegó a
haber 689 adolescentes presos en Uruguay. Luego el número cayó en picada y
actualmente son menos de 300.

 

A pesar de que los adultos son responsables de 94% de los delitos, se
construyó a los adolescentes como enemigos públicos y responsables de los
problemas de seguridad. El corolario de ese proceso fue un plebiscito en
2014 que intentó –sin éxito– bajar la edad de imputabilidad penal de 18 a 16
años. Una militancia juvenil masiva se movilizó en todo el país y el
plebiscito obtuvo 47% de apoyo, por lo que quedó descartada la medida. Cabe
recordar que los adolescentes en Uruguay son procesados bajo el régimen
penal adolescente a partir de los 13 años.

 

Las conclusiones de la investigación son contundentes: “La privación de
libertad en la adolescencia es una experiencia que daña y que deja huella”.
Las condiciones de las cárceles provocan un impacto negativo en el proceso
de desarrollo de las personas. De los adolescentes censados, 55% considera
que estar preso “saca lo peor de uno mismo”. La preservación se da evitando
la debilidad. Aguantar es sobrevivir y pelear si hay que hacerlo.

 

Otra conclusión a la que llegó el estudio es que la violencia se enseña. El
encierro compulsivo es “el ritual de iniciación que incluye 23 horas diarias
en una celda”. De los adolescentes en esta situación, 67% resuelve los
conflictos peleando, “porque muchas veces no queda otra”. El informe afirma
que “enseñar la violencia como modo de vida se aprende poniendo el cuerpo,
soportando el encierro sin recurrir a nadie”.

 

En el estudio quedan demostradas las deficitarias condiciones del sistema
penal y se visibilizan las huellas que la cárcel deja en los adolescentes.
Se reconocen las situaciones de violencia que suceden durante la privación
de libertad y cómo repercuten en sus vidas.

 

El INISA 

 

Actualmente en Uruguay hay 13 cárceles para adolescentes. Se concentran
principalmente en Montevideo y Canelones, donde se encuentra la Colonia
Berro, en Suárez. Se organizan por género, edad y nivel de seguridad. La
mayoría reproduce un modelo de violencia y encierro desmedido. Cerrito y
Granja son los únicos dos centros con un modelo alternativo que va desde la
arquitectura hasta el trato. Ituzaingó es el centro que más actividades
tiene.

 

En base a informes del Mecanismo de Prevención de la Tortura de la
Institución Nacional de Derechos Humanos, se describen algunos factores que
son determinantes para la situación del sistema penal adolescente. Uno de
ellos es la regresión legislativa, que establece el endurecimiento de las
penas y la inexcarcelabilidad por un mínimo de un año para la mayoría de los
delitos. También se menciona la fuerte inversión en la construcción de
cárceles y los escasos o nulos apoyos para las medidas no privativas de
libertad, elemento que da cuenta del modelo predominante. La infraestructura
deficiente de los centros, el encierro compulsivo y las débiles propuestas
socioeducativas son otro sello del sistema penal adolescente. Esto se suma a
la naturalización de la violencia que hay en estas cárceles. Se describe
como “un tipo de poder opaco, socavado, que se expresa en silencios,
complicidades y lealtades” y que reina en el sistema penal adolescente. 

 

La mayoría de los delitos de los adolescentes son delitos contra la
propiedad: 80,6%. El delito más común es el hurto (38%), seguido por la
rapiña (30,9%). Las infracciones “contra la vida de las personas”
representan 6,3% de los casos, de los cuales 3,6% fueron lesiones personales
y 2,7% homicidios. Los delitos asociados al tráfico de drogas representan la
causa de procesamiento sólo en 3% de los casos.

 

El delito se concentra en la capital del país y en Canelones: 56% de los
adolescentes vivían en Montevideo, en particular en los municipios A y D, y
12% eran de Canelones. 

 

La mitad (50,6%) de los adolescentes pasan 18 horas al día o más encerrados
en la celda, y 32,% pasan allí entre 12 y 18 horas. Sólo 14% de la población
pasa menos de 12 horas. Las condiciones de las celdas son deficitarias: 40%
no tiene pileta, 38% no tiene inodoro y 55% no tiene agua potable para
tomar. 

 

Según el estudio, 38% de los adolescentes no realizaba ninguna actividad de
educación formal, y 47% decía tener clase tres veces por semana, nunca más
de diez horas semanales. A su vez, 45% no realizaba actividades
socioculturales. En lo que respecta al trabajo, también hay un déficit: 49%
no recibía capacitación laboral alguna y sólo 5% tenía una actividad laboral
remunerada.

 

De los adolescentes censados, 56% tomaba medicación psiquiátrica y 82% decía
que lo hacía para dormir. El estudio demuestra que “el consumo de medicación
aparece asociado a la cantidad de horas de encierro: a mayor cantidad de
horas dentro de la celda, mayor porcentaje de adolescentes que tomaban
medicación”. El porcentaje de los adolescentes que pasaban 18 horas o más
dentro de la celda y consumían psicofármacos llegaba a 67%, mientras que
entre los que pasaban entre 12 y 18 el porcentaje era de 52%, y entre los
que estaban menos de 12 horas encerrados descendía a 32%.

 

Cuatro de cada diez adolescentes dijeron haber necesitado atención por
angustia, depresión o crisis nerviosa. De ellos, 75% tuvo varios episodios
de crisis desde que cayeron presos. 19 adolescentes dijeron que se usó la
fuerza física para contenerlos en estos episodios y 20 afirmaron que se
usaron objetos para inmovilizarlos.

 

Para mejorar la situación de las cárceles, 29% de los adolescentes dijo que
deberían tener más actividades. 27% propuso mejorar la comida y 26% dijo que
estar más horas fuera de la celda sería muy importante.

 

Al pensar en el afuera, 65% dijo que quería conseguir un trabajo, 29% que
quería reencontrarse con su familia apenas saliera y 27% dijo querer volver
a estudiar. A su vez, 23% se refirió a vincularse con actividades de ocio y
deporte, mientras que 8% quería acceder a capacitación laboral. Por otra
parte, 4% se quería mudar de barrio y 5% se quería mudar con su pareja e
hijos. 

 

* Licenciada en Gestión Cultural, tiene estudios en pedagogía en contexto de
encierro y en penalidad juvenil. Integra el colectivo Nada Crece a la
Sombra. 

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En primera persona

 

En el libro se relata la experiencia de los adolescentes en primera persona,
además de un análisis exhaustivo de sus percepciones y de las condiciones
carcelarias en las que se encuentran. Las 12 historias que se presentan
tienen en común el abandono y la violencia que late en el sistema. 

 

Aristóteles

 

“Esto no es como el Comcar, de ahí capaz que no salís...”, dice Aristóteles.
Su historia es una de las que se cuentan en el libro. Para él, el tiempo
tiene un lugar central. “Hay que aprender a sobrevivir, que pase el tiempo
sin que te haga daño”, esa es su máxima. Describe la privación de libertad
como un momento muy largo en el que estás “encerrado y perdido de la
sociedad”. Por eso dice que es mejor “no pensar”, porque si te ponés a
pensar “terminás cortándote”. Para él, la cárcel es un entorno hostil y un
lugar donde no se puede confiar en los adultos. Cuenta que una vez se
fracturó un brazo y estuvo más de una hora y media gritando antes de recibir
asistencia. Cuando piensa en el afuera dice que no quiere que lo reconozcan
como “aquel que estuvo preso”, porque quiere cambiar y tener una familia.
Dice que no quiere “drogas, policías ni rejas nunca más”. 

 

Pablo

 

Otro de los adolescentes que cuenta su historia es Pablo. Cayó por una
rapiña que lo tuvo adentro un año y medio. Dice que no quiere volver a caer,
y para eso piensa en cómo cambiar. “Al salir me gustaría hacer las cosas
bien, que sería trabajar y estudiar”, pero no sabe si va a poder, porque
afuera “hay mucho bardo”. Estar en el barrio implica tener problemas, por
eso quiere mudarse. “Voy al cementerio, hay que cumplir con lo que la tribu
manda o cambiar de barrio”. Paradójicamente, Pablo dice que se siente libre
porque está preso. En el análisis sobre su caso destaca que “está encerrado
y se siente libre porque allí está protegido, protegido del otro encierro,
del que no tiene un tiempo para salir. Está atrapado en una lógica que no
permite instalar otras lógicas”.

 

Javier

 

Para Javier, la espera de la sentencia en el centro de ingreso fue
“agobiante, fatídica”. Para los investigadores, el castigo se inicia
justamente en ese centro, “en ese lugar de varones, de machos, un lugar de
muerte social, un mundo opaco de aplicación de sufrimientos”. Entre rejas
hay que sobrevivir y resguardar la propia vida. “El castigo no es sólo la
sentencia, la pena a cumplir. Es lo que se vive en la cotidianidad de la
privación de libertad. Entre lo incomprensible e inenarrable, lo irracional
o lo perverso”. Así se construyen subjetividades rudas y códigos asociados a
la violencia. Por eso Javier decidió que si tenía que “pararse de mano”
(pelear) lo iba a hacer. “Tenés que hacerte valer, es tu vida. Tenés que ir
y pararte de mano, porque si no te van a cazar de pinta”. Para los
investigadores se trata de poner en juego mecanismos de defensa.

 

“Tendrá que racionalizar las maneras de estar en el encierro, dar cuenta de
la firmeza, de ser un macho, alguien que pisa fuerte, que les pone un freno
a los otros”. Por eso construirá “una fortaleza simulada”, porque “no podrá
ser frágil en la cárcel, tiene que resistir a las condiciones del encierro”.
Se trata de aguantar que lo avasallen y avasallar a otros. Eso es la cárcel.
“Aguantar humillaciones, lo sombrío y la opresión del encierro. El abandono
social”. A Javier le tocó soportar “la experiencia física de la pelea, la
tirada de agua caliente”. “Su psiquis resistió los gritos y el caos del
centro de ingreso, el sufrimiento de todos los que están en su módulo,
además del propio”. Eran tres en una celda y había dos camas, uno siempre
“comía piso”. En una celda sin salir, reja de día, reja de noche. Dice
Javier que en un momento sentís que “estás quedando loco”. 

 

El miedo a la locura siempre está. “Sabe de otros que han quedado locos por
estar trancados”, y por eso, seguramente entre otras cosas, “decidieron
matarse, otros se amotinaron o se fugaron”. “La opinión pública a eso le
dice fugarse”, pero dicen los investigadores que “ese intento de huida es
querer sobrevivir al infierno de estar trancado día y noche”. Estar
encerrado “es sentirse enloquecer, morir”. Por eso gritan, “para reafirmar
que están vivos”. Los autores del libro señalan que Javier es el enemigo
social. “Su castigo está justificado por el hecho de que le ha declarado la
guerra a la sociedad”.

 

Para Javier “estar quedando loco” es caminar de un lado a otro sin tener
nada que hacer. “Pensando como loco, caminás de acá para allá, tres metros
por un metro, caminás y no tenés nada que hacer. Tenés sed, no tenés para
tomar. Tomas pastillas para dormir, para poder dormir tranquilo, trancado no
podés ni dormir”. A pesar de todo, se propuso “cambiar la mente” y recuperar
su historia. Se acordó de que en la calle jugaba al fútbol y empezó por
hacer lo que podía en la celda: lagartijas. Al tiempo fue trasladado a un
centro de mayor apertura y allí practica boxeo. En el INISA son pocos los
centros que plantean modelos más abiertos y menos dañinos. Los adolescentes
que atraviesan estas experiencias tienen muchas más chances de tener
afiliaciones sociales a futuro. Para “reparar su error”, Javier quiere otra
oportunidad cuando salga del encierro. “Siente que ya perdió mucho tiempo en
la privación de libertad y sabe que si vuelve a equivocarse ‘se va a pudrir
en cana’”. Por eso, “quiere encarar la vida y trabajar como su padre en la
construcción”. También quiere “formar una familia” y “dejar atrás las
huellas”. 

 

Ramiro

 

Los adolescentes que habitan las cárceles tienen la particularidad de vivir
mucho en muy poco tiempo. Tal es el caso de Ramiro, que tiene 16 años y ha
vivido múltiples experiencias significativas. Tuvo trabajo y lo perdió,
tiene una hija, vivió en pareja. Los investigadores explican que “el tiempo
parecería ser más intenso cuando se vive en los márgenes, al enfrentar
situaciones y asumir responsabilidades que no se asocian con lo que dice la
cédula”. Ramiro espera que pasen los cuatro años que tiene por delante
preso.

 

María

 

En el INISA también hay adolescentes mujeres privadas de libertad. Son muy
pocas (3%), y, como en todos los sistemas carcelarios, están
invisibilizadas. Una de esas adolescentes es María, que “de estar rodeada de
amigos y familia pasó a estar sola en una celda”. Otra de las cosas que
cambiaron en su vida fue la ingesta de medicación. El uso extendido de
psicofármacos en la privación de libertad se incrementa aun más en las
mujeres. “Ahora tomo para dormir y para la ansiedad, antes nunca había
tomado”. La medicación psiquiátrica tiene repercusiones severas en los
cuerpos. “Antes era bien flaquita, engordé pila acá, por la medicación.
Estoy a punto de ser diabética, ahora hago una dieta especial. Acá tengo
mucha ansiedad, pero me aguanto”. 

 

“Resistir parece ser el verbo que representa la experiencia de María”, dicen
los investigadores. “Enunciados como aguantar, dejar pasar el tiempo, no
calentarse se repiten y dan cuenta de la vivencia: presa, sola, viendo pasar
el tiempo”. María no quiere volver a la cárcel. “Cuando salga tengo que
cambiar, no tengo que seguir más en la gilada”. Su hermano y su padre
también están presos. Pero ella quiere salir. Dice que si pudiera “cruzarse
con el genio de la lámpara” le pediría “sacame de acá y conseguime un
trabajo”. 

 

Balder

 

Es la segunda vez que Balder viene a Montevideo; su casa queda a tres horas
de la capital. La primera fue con un paseo de la escuela. La segunda fue a
prisión. “Era la primera cana, no sabía nada, me tiraron en el módulo C
durante un mes, fue un bardo”. En la cárcel no se puede confiar en nadie, y
sobre todas las cosas no se puede visibilizar que tenés un problema con
alguien. “Si plantea que aquel lo va a romper, va a ser peor: será un buchón
y sabe que eso está mal. Las reglas son simples y claras, se transmiten por
ósmosis: no mandes en cana, y si te pifean –roban– algo, parate de manos”.
Dice que con el tiempo te acostumbrás a eso y al mes ya sabés cómo son las
cosas. 

 

Cuando llegó, le llamaron la atención las rejas. “Para donde mires hay
rejas”. Para los investigadores, “la reja y el alambre de púas son objeto y
forma para delimitar un espacio físico y un horizonte de posibilidades de
experimentación”. La arquitectura es la producción de espacios habitables.
Pero, por el contrario, “la descripción de Balder transmite la invitación a
un mundo inhabitable”. La cárcel es un sinfín de “objetos que construyen una
geografía inhabitable y deshumanizadora”. El lugar que se habita es la
celda. Un espacio pequeño, sin nada para hacer. “La quietud y el encierro
que produce estar todo el día en la celda, sin nada para hacer, son
percibidos como la ausencia de reglas”. 

 

Algunos no se acostumbran, “les pesa la cana a morir”. Balder cuenta que un
día se despertó escuchando sonidos guturales y espasmos. Era su compañero de
celda que se estaba colgando. “Tuvimos que bajarlo. Llamamos y se lo
llevaron para otro módulo, donde se quiso matar tres o cuatro veces más. Eso
pasa porque no podés aceptar la realidad. No te voy a decir que no me
bajoneé pensando en mi familia, pero no para colgarme o partirme los brazos
así [cortarse]”. Balder “sostiene con convicción que la cárcel no cambia a
nadie, menos de una forma positiva”. 

 

“La angustia y el dolor no son tolerables, hay que taparlos con otras
emociones. El peso de la cárcel sobre el cuerpo y las emociones es tan
devastador que muchos adolescentes no saben cómo manejarlo”, explican los
autores del libro. “La estrategia que encuentran y conocen es la violencia”.
Balder dice: “Prefería pelear, me sacaba la bronca; me rompen todo, lo rompo
todo”. Los daños que genera el propio encierro sirven para legitimar la
violencia. “El circuito se repite en una funcionalidad macabra de una
pedagogía de reproducción de la violencia. La supervivencia del sistema
punitivo necesita de más Balder que exploten, que peleen, que golpeen y, por
supuesto, que resistan al encierro”.

 

Ana

 

A Ana le dieron cinco años de condena, la pena máxima para una adolescente.
A su novio, que ya es mayor de edad, le dieron 24 años. Una rapiña con
resultado de muerte; ambos procesados por homicidio. El tiro lo disparó el.
“Ella misma no entiende lo que pasó, apenas puede nombrarlo. Parecería que
el miedo y el horror se apoderaron de ella. Huye”. Ana también huyó luego
del delito. No supo qué hacer. Le contó a sus padres. La escondieron por
unos días hasta que se entregó. Se entregó porque acusaron a su madre por el
homicidio. Su abuela organizó a la familia y la acompañó a la jefatura. La
mamá y el papá de Ana también fueron privados de su libertad. Su madre
porque era la responsable de ella, y su padre por encubrimiento. Estuvieron
dos años y medio y diez meses, respectivamente. Según los investigadores,
“es consciente de su delito y parecería que no puede procesar el hecho de
haber dado muerte a otro”. “En ese momento no se dio cuenta de lo que hacía.
La caída es abrupta, el proceso lento; quizás nunca termine de hacerlo”,
expresan. Para la familia fue un golpe muy duro e inesperado. 

 

Alan

 

Cuando Alan cayó pasaba 22 horas encerrado en una celda. La tranca, el
encierro del centro de ingreso, es de las experiencias más traumáticas que
atraviesan los adolescentes. Dice que al principio “extrañás como loco a tu
familia”, pero después te acostumbrás. “A medida que pasa el tiempo hay un
acostumbramiento forzoso y rutinario, que incide en la forma de transitar la
privación de libertad”. Se acostumbran a todo: a extrañar, a la tranca, a la
violencia. Cuando Alan fue detenido su pareja estaba embarazada. Ahora en
cada visita va con su bebé. “Asume haber cambiado y este proceso lo asocia
con la presencia y apoyo de sus familiares y con el nacimiento de su hijo”.
El nacimiento de un hijo y asumir la paternidad es uno de los hechos más
significativos que aportan a los procesos de desistimiento de la actividad
delictiva.

 

Ema

 

Ema cayó embarazada y Valentina nació al poco tiempo de estar presa. Ambas
viven en la cárcel para mujeres del INISA. La bebé va a un CAIF y Ema
aprovecha para cursar materias del liceo mientras. Ema mató a un hombre.
“Sentía rabia, rencor hacia una persona y me desquité con otra. Esa otra
persona también estaba mal, porque mantenía relaciones con una menor”. A Ema
la violó su padrastro desde que tenía nueve años. De ese abuso nació
Valentina. “El embarazo es la primera denuncia silenciosa del abuso”. No
sabe si su madre no vio o no quiso ver la situación, pero siente que la dejó
de lado. 

 

El delito que cometió la sacó del lugar de donde era abusada. “El acto
cambia su vida, la saca de su espacio cotidiano, su casa, su familia, y la
encierra. Cabe preguntarse de qué cambio se habla: ella ya estaba encerrada,
encerrada en un padecer, en una situación de abuso sin salida. Pasar al
acto, matar, la saca de ese encierro y pasa a otro encierro”. Ema dice que
este encierro –la cárcel– no lo padece tanto como el otro –el abuso
permanente–.

 

Pensar en el afuera le da miedo. “Fui dejada de lado por mi familia... Pasé
por el abuso y es bastante fuerte, y a veces pienso que estoy un poco loca”.
Dice que su hija es lo que hoy “la mantiene en pie”. “Quiero tener mi casa,
mi trabajo, para estar con mi hija. Que mi hija estudie, que no haga lo que
hice yo, que no cometa errores, y contarle la realidad de quién es su padre
y poder protegerla de que no pase por lo mismo que yo”, dice ella. “Ema
habla de su capacidad de resiliencia, de su fortaleza para enfrentar la
situación que le era intolerable y hacer algo como pudo, de darle sentido a
lo hizo y responsabilizarse, lo que le posibilita repensarse en otro lugar,
aunque la acompañe el miedo”.

 

Artus

 

A Artus le proponen el juego de imaginarse siendo presidente del INISA, con
el poder para cambiar la realidad de las cárceles para adolescentes. Aunque
sabe que es imposible, juega: “Lo primero que haría es conocer más a los
adolescentes y sacarlos a estudiar, que puedan hacer algo. Que conozcan más.
Que entiendan que no hacemos las cosas por tener unos championes o porque
nos queremos drogar, sino porque nos faltan cosas. La gente que dice que a
estos pichis hay que matarlos a todos, hay que encerrarlos a todos, piensa
que somos todos unos malandros. Nadie se pone en el lugar: a las personas
que dicen eso les faltan cosas por vivir, pasan hambre. Necesitamos que nos
saquen a estudiar y a trabajar, tengo un hijo y necesito trabajar”. 

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El castigo dentro del castigo

 

Mientras los varones suelen caer presos por experimentar el delito y la
violencia, las mujeres suelen hacerlo por no soportar más la violencia a la
que están expuestas desde muy chicas. “En ese territorio, simbólicamente,
mueren o sobreviven”. “Físicamente sufren el día a día en una celda, la
estrechez y opacidad, los gritos de todos, el suicidio de algunos, el
intento de suicidio de otros”. Simbólicamente, “sufren el abandono, el
desprecio, la confusión e incertidumbre de lo que pueda pasar”. La tensión
en las cárceles es permanente. “Viven la humillación, el dolor propio y de
los otros”. Algunos no soportan el sufrimiento. “Se derrumban, se quitan la
vida, se cortan brazos y piernas”. Otros, en cambio, tratan de atravesar la
privación de libertad intentando zafar de los daños.

 

Para soportar hay que adaptarse. “Construir el aguante y adaptarse, resistir
y sobrevivir configuran las maneras de estar y fundamentalmente de llevar el
encierro”. También es aprender a vivir con el castigo dentro del castigo.
“En los varones, el aguante pone en juego la masculinidad, la rudeza, la
fortaleza, producirse como macho”. El aguante no es sólo soportar con el
cuerpo, es también encontrar otros soportes, como son las religiones o las
actividades socioeducativas. 

 

Salir en libertad es proponerse pensar en otra vida posible. Salir y poder
hacer todas las cosas que no hicieron por estar presos. También es pensar en
cómo hacer para no volver, en zafar al barrio y a las deudas, al lugar común
desde donde saben pararse.

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La impunidad en redes sociales

 

Hugo Britos, subdirector del Centro de Máxima Contención (CMC) del Instituto
Nacional de Inclusión Social Adolescente (INISA), compartió en redes
sociales una publicación con fotos de un adolescente privado de libertad con
el texto: “Compartan para que todos sepan quién es esta basura, un pibe de
17 años quien rapiñó dos veces en Barra de Chuy y obligó a dos personas del
sexo femenino a hacerle sexo oral mientras él grababa el hecho. Ya tenía
antecedentes por abuso sexual y lo tenían suelto”.

 

En uno de los comentarios, el subdirector de CMC comenta: “El cante y gane
va a ser un poroto... Jaja”. El CMC es uno de los peores centros de INISA.
Se ha pedido su cierre en reiteradas oportunidades. Paola Macedo, otra
funcionaria, que es cocinera en la Colonia Berro, agrega: “Hay que matar las
ratas y pa la cuneta”.

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