Cine/ "Yo soy Espartaco". El legado de Kirk Douglas [Pepe Gutiérrez-Álvarez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Feb 8 02:22:25 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

8 de febrero 2020

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Cine

 

Kirk Douglas

 

"Yo soy Espartaco"

 

Pepe Gutiérrez-Álvarez *

Viento Sur, 7-2-2020 

https://www.vientosur.info/

 

Acaba de fallecer Kirk Douglas, uno de los últimos representantes de los
tiempos de esplendor del siempre ambivalente Hollywood dentro del cual
representó junto con otros como Burt Lancaster, su franja más “radical”
expresada sobre todo en su dos películas con el más marxista Stanley
Kubrick: Senderos de gloria y Espartaco.

 

Su verdadero nombre es Issur Danielovitch Demsky (Ámsterdam, Nueva York, 9
de diciembre de 1916), hijo de trapero, inmigrantes rusos judíos, los
inicios en el país de las oportunidades no fueron fáciles. Con su familia
sumida en una profunda pobreza, tuvo que trabajar como botones o
participando en combates de lucha libre. Con eso podía pagarse la matrícula
de la Universidad de St. Lawrence y ayudar mantener a su familia. Años más
tarde, tras subsistir con pequeños trabajos, decidió probar suerte como
actor ingresando en la Academia Americana de Arte Dramático. Compaginaba sus
estudios artísticos realizando pequeños papeles de actor en obras teatrales
amateurs, en ocasiones bajo el seudónimo de George Spelvin Jr. También
trabajaba como profesor de teatro en el House Settlement de Greenwich. Su
carrera artística comenzó finalmente en los escenarios teatrales de Broadway
en 1941, con la obra Spring Again. Desgraciadamente y como muchos otros
actores, su ascenso se vio interrumpido por a la segunda guerra mundial.
Hasta 1943 sirvió en la marina, alcanzando el grado de teniente, pero
regresó a casa herido tras caer en combate.

 

Ese mismo año se casaba con su primera mujer, Diana Hill, con la que tuvo
dos hijos (Michael y Joel) y de la que se divorciaría en 1951. Cuando años
más tarde en una entrevista, le preguntaron a Kirk Douglas qué le había
llevado a Hollywood, él se limitó a contestar: "Bueno, siempre me asustó la
idea de ir a Hollywood. Lo que realmente me atrajo a Hollywood fue que
cuando estuve allí me encontraba en la ruina. Ya ves, nunca tuve intención
alguna de convertirme en estrella de cine. Nunca pensé que podía dar la
talla. Mi única idea era ser actor teatral, algo de lo más sencillo. Pero
entonces firmé un cheque por valor de quince dólares, pero vi que no tenía
fondos y sabía lo suficiente de economía como para entender que estaba sin
blanca. Así que... En ese momento alguien me invitó a venir a Hollywood, y
yo pensé que podía aprovechar la oportunidad". A su regreso a Broadway le
surgió la posibilidad de reemplazar al impagable Richard Widmark en una obra
teatral. Pero es en ese momento cuando Lauren Bacall, que había estudiado
con él en la academia, lo recomienda al productor Hal Wallis para que dar el
salto a la gran pantalla. En 1946, Kirk rodaba ya su primera película, El
extraño amor de Marta Ivers (The Strange Love of Martha Ivers, Lewis
Milestone, 1946), una evidente metáfora del carácter criminal del
capitalismo en la que daba vida a un político alcohólico. Sólo un año más
tarde rodó Regreso al pasado, dirigida por Jacques Tourneur, estimada en un
referéndum de la revista “Dirigido por…”, como la mejor película del género
negro, y en la que fue el gánster sin miramientos en oposición al
atormentado Robert Mitchum.

 

Pero el éxito le Kirk llegó con su interpretación de un luchador ambicioso y
sin escrúpulos en El ídolo de barro (Mark Robson, 1949) Con este papel, que
le valió su primera nominación al Oscar, dio a conocer su vigoroso físico,
su intensa personalidad y sobre todo ese característico hoyuelo en la
barbilla que todos conocemos. Le costó hacerse con el papel, ya que por
entonces había interpretado personajes muy diferentes: "Tuve que convencer a
(Stanley) Kramer y (Carl) Foreman de que podía interpretar a Midge Kelly.
Tenían dudas acerca de mí [...] Aunque intentaban ser diplomáticos, se
preguntaban si podría interpretar a un boxeador. Finalmente me di cuenta de
lo que querían, supongo que es lo que hacen las estrellas. Me quité la
chaqueta y la camisa, tensé el torso y flexioné mis músculos. Ellos
asintieron satisfechos al ver que no habría problema. Probablemente sea el
único actor en Hollywood que se ha tenido que desnudar para conseguir un
papel". Otro éxito de esta primera época fue Brigada 21 (William Wyler,
1951), donde, a mi parecer, cae en su peor defecto: sobreactúa. Se trataba
de una adaptación de una obra de Broadway que describe la vida cotidiana en
una comisaría de policía de Manhattan. Un temperamental policía (Kirk
Douglas) recurre a los métodos más implacables para obtener información de
cualquier sospechoso de un crimen. Obtuvo cuatro nominaciones a los Óscar de
1952, y Douglas se convirtió en una estrella, pero su actuación fue muy
discutida, demasiado teatral. Fue consolidando su posición en los años 50
con películas nada desdeñables como El trompetista (M. Curtiz), pero sobre
todo con El Gran Carnaval de Billy Wilder que realizó un retrato despiadado
de la prensa sensacionalista. Por aquel entonces Kirk Douglas ya se había
labrado un nombre y estaba consolidado como una estrella que se podía
permitir –como Lancaster- ciertos márgenes de autonomía a través de su
propia productora, la Byrna. .

 

El espaldarazo final le llegó en 1952 con una magnífica película de Vincente
Minelli, Cautivos del Mal (), que le valió su segunda nominación al Oscar.
En ella interpretaba a un productor de cine sin escrúpulos que no duda en
aplastar a sus allegados para conseguir los mejores resultados. Otros
papeles memorables como el que interpretó en Río de Sangre (Howard Hawks,
1952) le acabaron de convertir en uno de los mejores actores del western. En
1954, Douglas rodó 20.000 leguas de viaje submarino, la adaptación de
Richard Fleischer de la celebérrima novela de Jules Verne con un pletórico
James Mason como capitán Nemo cuya bandera negra y su actitud de oposición
al orden establecido nos sugiera al Verne más afín a su amigo Elisée Reclús.

 

La fama, sin embargo, fue algo difícil de llevar para Kirk Douglas. En 1957,
en una entrevista con Mike Wallace, desgranaba con detalle lo que le había
acarreado la popularidad en aquellos tiempos.

 

“-De acuerdo, ¿dinos qué ocurre cuando te conviertes en una estrella?

 

-Bueno, lo que ocurre cuando te conviertes en una estrella es que de repente
te das cuenta de que eres un gran negocio. Ya no eres sólo un tipo que dice
’Mira, quiero interpretar este o aquel papel’. Si eres una estrella, eres un
gran negocio. Te conviertes en un hombre de cuyo trabajo dependen muchos
para vivir. Y creo que eso te convierte en una especie de monstruo, sin duda
es lo más difícil de llevar. No se trata de actuar. Cuando actúas sientes
que pones toda tu vida en ello, te gusta sentir que eres un actor que conoce
su oficio, pero para lo que nunca estás preparado es para el éxito. Nunca
fui a una escuela que me enseñara cómo manejar ese tipo de situaciones, y
eso lo convierte en algo difícil. También tiene un precio. Hay un montón de
cosas acerca de la fama que convierten la vida del actor en algo complicado.

 

-¿Como por ejemplo...?.

 

-Bueno, la pérdida de tu privacidad. O como el hecho de que justo ahora, en
tu programa, esté nervioso mientras realizas una especie de disección de mi
persona. Bien, esto es a lo que la fama me ha llevado.”

 

En 1955, Douglas se hacía con dos papeles, uno en la “libertaria” La pradera
sin ley (King Vidor), luego con Pacto de honor (Andre de Toth). Por entonces
decidió adentrarse aún más en el mundo del cine abriendo su propia
productora, Bryna Productions. Trabajó nuevamente de la mano de Vincente
Minnelli, cuando Kirk Douglas nos ofreció una de sus interpretaciones más
reconocidas, dando vida de manera convincente a Vincent Van Gogh en la
película El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956), acompañado por un
soberbio Anthony Quinn como Gauguin. Este trabajo mereció su tercera
nominación al Oscar y el premio de la crítica de Nueva York. Como él mismo
suele decir, fue su papel favorito: "Por primera vez en mi carrera
artística, el papel me absorbió por completo. Incluso dormí en la habitación
donde él se suicidó". El magnetismo que desprendía, su fuerza y su carácter
le hacían encajar perfectamente en el cine de acción, concretamente en el
western.

 

En 1957 rodó la magnífica Duelo de titanes, posiblemente la mejor película
de John Sturges, donde Kirk interpretaba al famoso Doc Holiday en una
revisión en clave de tragedia griega del duelo en O.K. Corral. Repetirá con
Sturges en otro vibrante western en clave policiaca y rotundamente
antirracista: El último tren de Gun Hill. Si sus colaboraciones con Minnelli
habían sido cruciales para el ascenso de Kirk, no menos importantes fueron
las películas que hizo de la mano de Stanley Kubrick. Su primer trabajo en
común fue Senderos de Gloria (1957), un alegato tan intensamente
antimilitarista (marxista) que no encontraba a nadie que se atreviera a
producirla. El proyecto estuvo en stand by hasta que en 1957 Kirk Douglas se
involucró a través de su propia productora, rebajándose el sueldo a un
tercio de lo acostumbrado.

 

Kirk Douglas produjo muchas de sus películas, y quizás una de las que
recuerdo con más cariño sea Los vikingos, uno de los grandes clásicos del
cine de aventuras estrenada en 1958 que contó con actores de la talla de
Tony Curtis o Ernest Borgnine, y en la que Kirk daba vida a un orgulloso
vikingo con sed de gloria y fortuna. Por aquellos tiempos salió a la luz que
en la película, rodada en Alemania, habían trabajado algunos antiguos
miembros del partido nazi. Eso era algo de por sí relevante, dado que Kirk
Douglas era judío y nunca había ocultado su mezcla de sentimientos hacia el
pueblo alemán. Pero aún así mostró una clara despreocupación por el tema
cuando le preguntaron si no le interesaría saber esos detalles de antemano:
"No me interesa por la sencilla razón de que eso representaría una completa
investigación de cada persona que trabajara en el equipo. Me gusta pensar
que la guerra ha acabado. Estamos en paz, trabajando juntos, de otra forma
sería absurda mi presencia aquí. Si vengo como un detective privado,
dispuesto a investigar a cada persona, nunca podría llegar a hacer ninguna
película". Su segunda colaboración con Kubrick fue con Espartaco que no era
ni la mitad de buena que la anterior, aunque sí fue una de superproducciones
más emblemáticas de su tiempo, más madura histórica y políticamente.
Anteriormente había sido Ulises (Mario Camerini, 1954) en una coproducción
italo-norteamericana memorable que causó el entusiasmo del público por el
péplum griego, un hecho del que se haría eco Cinema Paradiso…

 

En 1962 trabajó a las órdenes del “blacl liste” David Miller en Los
valientes andan solos (D. Miller), su película favorita según confesión
propia (y una de las mías, me siento orgulloso al ver su anarquismo cuando
me acababa de enterar qué significaba esta palabra) que estaba basada en la
obra de una novela de Edward Abbey, destacado escritor ecolibertario y que
fue adaptada por Dalton Trumbo con el que volvió a coincidir en El último
atardecer (The Last Sunset), un notable western de Robert Aldrich. Entre sus
producciones también destaca una película de 1964 dirigida por John
Frankenheimer, Siete días de mayo. En esta trama de conspiración fascista
incubada en la cúpula militar y política de Washington, Douglas tuvo la
ocasión de trabajar de nuevo con su amigo Burt Lancaster (con quien en total
rodó siete películas) y una ya madura Ava Gardner. Treinta años habrían de
pasar para que la American Civil Liberties Union y el Writers’ Guild of
America reconociera su esfuerzo y coraje.

 

A continuación regresó al cine de aventuras con una digna película bélica
dirigida por Anthony Mann, Los héroes de Telemark, (The Heroes of Telemark,
1965) un film basado en la historia del sabotaje aliado contra una fábrica
alemana de agua pesada en Noruega durante la segunda guerra mundial. Y
aunque no puede considerarse una de las mejores obras de Mann, es un
thriller bélico de una calidad superior a la media habitual que supo
explotar el duelo interpretativo entre Kirk Douglas y Richard Harris. No
abandonaría el género, ya que al año siguiente estrenaba ¿Arde París?, un
apasionante relato con guión de Gore Vidal y Francis Ford Coppola.
Protagonizada por un extenso reparto, la trama describe el levantamiento de
París ante la ocupación nazi en toda su crudeza aunque se olvida de poner en
primer plano a los anarquistas españoles que llevaban los primeros tanques
que liberaban la ciudad de los nazis.

 

En 1968 trabajó con Martín Ritt Mafia, en un film ambientado en las
relaciones personales de una familia de gángsters; un film que fue
injustamente menospreciado. Poco después participaba en uno de los proyectos
menos satisfactorios de Elia Kazan, El compromiso (1970) un interesante
drama basado en las relaciones de pareja en el que Kirk compartía cartel con
Faye Dunaway y la siempre soberbia Deborah Kerr (más el enorme Richard
Boone). Y bueno, llegados a este punto podemos decir con toda seguridad que
el mejor trabajo del actor en esta etapa de su carrera fue El día de los
tramposos (Joseph L. Mankiewicz, 1970), un western en verdad atípico de
temática carcelaria que contaba con la inestimable presencia de Henry Fonda.
En cierta forma podemos decir que esta película fue ideada como un auténtico
tratado de la abyección inherente al egoísmo propietario, y aunque la
crítica de su tiempo no fue generosa con ella, creo que el tiempo la ha
puesto en el lugar que le corresponde.

 

La década de los setenta se caracterizó por la participación de Kirk Douglas
en una serie de películas mediocres, algunas incluso lamentables. No en vano
los más puristas afirman que artísticamente "murió" por esas fechas. Pero
también participó en proyectos simpáticos. Por ejemplo, quizás los más
nostálgicos recuerden La luz del fin del mundo (, 1971), una de aventuras
“como las de antes” sin conseguirlo basada en una novela de Julio Verne. El
mayor atractivo de la cinta reside en la atmósfera tenebrosa que genera y en
su cartel, que además de Douglas contó con un enigmático Yul Brynner y
nuestro querido Fernando Rey. De ese mismo año es El gran duelo (A
Gunfight), un curioso western coprotagonizado por el cantante Johnny Cash
que proponía un enfoque diferente en un género que por aquellos tiempos
estaba agonizando, y que salvó los trastos gracias al carisma de Douglas.

 

Debido a los constantes desacuerdos con los directores, Kirk decidió
arriesgarse y dar el salto a la dirección, pero ya nada era igual. Su ópera
prima fue Pata de palo (Scalawag,1973) rodada con más fe que presupuesto y
que fue un rotundo fracaso en todos los aspectos. Dos años más tarde sí que
cumplió las expectativas con Los justicieros del oeste, donde interpretaba a
un cowboy rudo y ambicioso, aunque no volvió a sentarse en la silla del
director. Quizás lo más bizarro que se puede encontrar a estas alturas de su
carrera es Holocausto 2000, una producción italiana que toca el tema del
apocalipsis y las profecías bíblicas. No sólo es una película mala, sino que
además carece de todo sentido, con lo cual únicamente puede ser disfrutada
por los amantes del gore y la violencia absurda. Quizás para redimirse nos
regaló un trabajo más que correcto en La furia (The Fury, 1978) dirigida por
Brian De Palma y que curiosamente seguía ahondando en el tema de lo
paranormal como hiciera dos años antes con Carrie. Un año más tarde Kirk
protagonizaba la que para muchos (aunque hizo muchas malas, sobre todo al
final) es la peor película de toda su carrera: Cactus Jack. A partir de 1980
se redujo considerablemente el número de trabajos. Solamente vale la pena
recordar Saturno 3, una película de terror espacial que pese a contar con un
buen guión y unas buenas interpretaciones lo que le ha valido una cierta
recuperación. Todo lo que le sigue es ya de una absoluta banalidad de manera
que el propio actor se jubiló por más que le habría gustado acabar como su
amigo Burt Lancaster, quien al final todavía participó en alguna que otra
joya como Novecento o Atlantic City.

 

En 1988, a los 72 años publicó, sus memorias bajo el título El hijo del
trapero (Ragnar’s Son en original). Un viaje de autodescubrimiento bajo un
título que evoca el oficio de su padre: "Mis padres eran pobres y
analfabetos. Al llegar a Estados Unidos creían que las calles americanas
estaban construidas con adoquines de oro. Mi padre se hizo trapero porque a
los judíos les estaba prohibido trabajar en las fábricas, y yo soy el fruto
de estas circunstancias. Cualquier americano es una mezcla de razas y
culturas, y ser hijo de judíos me llena de orgullo".

 

Douglas también tocó el género de novela sin mucho reconocimiento. En 1992,
después de un grave accidente aéreo que casi le cuesta la vida, publicaba El
Regalo, de la misma época data su segundo libro biográfico, Ascendiendo la
montaña, que vería la luz años más tarde y que le valió en septiembre de
1999 el Premio Literario del Festival de Deauville. Y es que dicho
accidente, en el que murieron dos personas, le hizo preguntarse por qué
había sobrevivido. Una pregunta que se repitió cuando años más tarde
resistía milagrosamente una apoplejía. A partir de ahí, y tras asumir que a
los 14 años había tratado de dejar atrás el judaísmo, hizo inventario de su
vida plasmando los resultados. También escribió un par de libros infantiles,
entre ellos Jóvenes héroes de la Biblia. Ya en el 2002 escribía su tercer
libro biográfico, Mi golpe de suerte, y hace apenas un año nos llegaba su
última inspiración, un bello libro que lleva por título Afrontémoslo: 90
años viviendo, amando y aprendiendo. En 1996, la Academia decidió finalmente
otorgarle un Oscar especial por sus 50 años de carrera artística. Ya forman
parte de la historia las palabras que pronunció emocionado ante una multitud
puesta en pie: "Veo a mis cuatro hijos, y están orgullosos del viejo. Yo
también estoy orgulloso de haber formado parte de Hollywood". Cabría decir
que de lo mejor de Hollywood, ya que, exceptuando el infame bodrio sionista
La sombra del gigante (, 1966), Douglas raramente se prestó a pagar su cuota
de películas indignas. Actor de teatro y de cine, productor inquieto,
director de escasos vuelos, Douglas puede considerarse un tipo afortunado ya
que participó en algunas de las obras mayores de un tiempo que va desde la
segunda mitad de los años cuarenta hasta principios de los setenta.
Seguramente no supo envejecer, su egocentrismo fue célebre, se peleó con
muchos directores aunque tuvo la inteligencia de optar por una segunda
oportunidad. En muchas ocasiones, cayó en la sobreactuación. También fue
acusado de ser reiterativo en sus recursos de tipo airado, pero estas
tendencias fueron neutralizadas con la ayuda de los grandes cineastas con
los que tuvo el acierto de trabajar: Lewis Milestone, Jacques Tourneur,
Richard Fleischer, Vincente Minnelli, John Sturges....

 

Todo ello en una época en la Hollywood vivía su agonía, Kirk Douglas
proclamó “Yo soy Espartaco” (Ed. Capitán Swing, Madrid, 2013) nada parecido
a la realidad, pero contribuyó más que nadie a que el legendario libertador
tracio se hiciera célebre en todo el mundo, y contribuyó como pocos a poner
fin a las “listas negras” de manera que Trumbo pudo luego realizar…Y Johnny
cogió su fusil. Tampoco fue un anarquista como aseguró Fernando
Fernán-Gómez, pero algunas de sus películas respiran un potente aliento
libertario. No fue un hombre comprometido en sentido “sartriano”, pero sí
representó a la izquierda del “New Deal” y mostró unas potentes inquietudes
democráticas y sociales, baste mencionar Senderos de gloria. Para los
neoconservadores, Douglas fue un “rojo”, pero nunca se atrevieron a meterse
con él dado su prestigio, algo similar les sucedió a Burt Lancaster y a
Gregory Peck. Su lista de títulos “clásicos” es muy considerable, justo es
recordarlo ahora que se publica un nuevo libro suyo de memorias que habrá
que leer, a ser posible después de revisar algunas de sus grandes películas.
Siendo ya casi un centenario, no hay duda de que Kirk Douglas ha dejado un
buen recuerdo amén de un legado de pensamiento crítico envuelto en buena
parte de sus interpretaciones.

 

Un legado que no podemos permitir se extravíe, y que debería de servir para
nuestra memorias y nuestras escuelas. 

 

* Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de Viento
Sur.

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