América Latina/Debates/ "Ya no se trata de ganar elecciones, sino de construir una nueva historia desde abajo" [Alberto Acosta - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ene 13 18:11:28 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

13 de enero 2020

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América Latina/Debates

 

Entrevista con Alberto Acosta

 

"Ya no se trata de ganar elecciones, sino de construir una nueva historia
desde abajo" 

 

Gabriel Brito

Correo de la Ciudadanía, 10-1-2020 

http://www.correiocidadania.com.br/

Traducción de Correspondencia de Prensa

 

Es uno de los críticos más persistentes de los gobiernos de izquierda que
gobernaron países latinoamericanos, especialmente por sus métodos de
desarrollo económico. Explica, a la vez, dónde se ha producido la brecha
para el retorno de la derecha. Fue uno de los principales constructores del
movimiento Alianza País que elevó a Rafael Correa a la presidencia de
Ecuador, y ejerció como presidente de la Asamblea Constituyente que otorgó a
este país una nueva Constitución. Vivió, desde dentro, el proceso de
burocratización y destitución de los movimientos sociales, promovido por las
izquierdas hegemónicas del continente. Alberto Acosta está entusiasmado,
pero no se engaña, por los recientes levantamientos populares, que en su
opinión, refuerzan que toda una sociabilidad y un modelo económico se han
agotado. Economista y autor de varios libros, advierte del espectro de la
militarización en todo el continente y proporciona algunos elementos que
considera fundamentales para construir un nuevo momento político positivo
para las masas.

 

-Correio da Cidadania: El llamado fin del ciclo de gobiernos progresistas
fue sucedido por el retorno de la derecha, en algunos casos, como en Brasil,
el más reaccionario y virulento desde el fin de la dictadura militar. ¿Qué
explica esta dinámica en su visión y qué podemos visualizar como
expectativas generales para el 2020?

 

Alberto Acosta: Para entender lo que está sucediendo en este momento en
América Latina, especialmente en los países donde la derecha ha reemplazado
-en algunos casos increíblemente rápido- a los gobiernos progresistas, como
en los casos de Brasil y Bolivia, hay preguntas complementarias: ¿Por qué se
han derribado estos procesos tan rápidamente? ¿Cómo se explica el ascenso de
una ultraderecha que ya ha dejado de ocultar o esconder sus propuestas
autoritarias, conservadoras y también neoliberales con prédicas homofóbicas
y racistas?

 

Más allá de las indiscutibles acciones desestabilizadoras del Imperio, que
se suman a la influencia del "cristo-neofascista internacional", en palabras
del teólogo español Juan José Tamayo, algo no funcionó en la América Latina
progresista en los años anteriores. Se ha hablado mucho sobre la revolución
y el socialismo, incluyendo la democracia. Sin pretender agotar el tema, es
evidente que los gobiernos progresistas no han logrado democratizar sus
sociedades, en algunos casos incluso han pulverizado la institucionalidad
política a la que se proponían cambiar a través de procesos constituyentes,
como en Venezuela y Ecuador.

 

La corrupción ha estado presente de manera escandalosa en toda la región,
incluso en esos gobiernos. Y el deseo de mantenerse en el poder contribuyó a
la configuración de regímenes caudillistas y autoritarios, que en algunos
casos para mantenerse terminaron por coincidir con las fuerzas conservadoras
y la derecha corrupta, como ocurrió en Brasil en las alianzas del PT con el
PMDB.

 

Pero hay más en el fondo. Los gobiernos progresistas no intentaron superar
las estructuras tradicionales de sus economías primarias exportadoras, al
contrario, las profundizaron: el extractivismo fue la fuente de ingresos
para sostener los esquemas neo-desarrollistas y expandir las políticas
sociales, en un marco de creciente consumismo financiado, mientras duró el
ciclo de altos precios de las materias primas.

 

En resumen, el financiamiento de estas economías descansaba cada vez más en
las exportaciones de productos primarios y en la atracción de inversiones
extranjeras, aceptando una inserción subordinada en el comercio mundial y,
de paso y en la práctica, una acción limitada por parte del Estado; la
expansión del extractivismo vino de la mano de claras tendencias
desindustrializadoras y un aumento de la fragilidad financiera. Y como bien
sabemos, han consolidado un Estado que no sólo es rentista, sino también
prácticas empresariales rentistas, esquemas que van acompañados de
relaciones sociales clientelares y gobiernos autoritarios. El resumen es:
más extractivismo, menos democracia, independientemente de si son gobiernos
neoliberales puros o progresistas.

 

Para completar este escenario, con los gobiernos progresistas la lógica de
la acumulación de capital no se ha visto afectada: a pesar de haber reducido
la pobreza mientras había recursos para sostener las políticas sociales, y
el consumismo, la concentración de la riqueza ha alcanzado niveles
crecientes (tendencias que también se han registrado en los países de los
gobiernos neoliberales).

 

Como señalamos con Eduardo Gudynas -en la búsqueda de causas para entender
la derrota del PT en Brasil y las secuelas del triunfo del Bolsonaro para la
región- todo esto explica por qué el neo-desarrollo -mientras duró el largo
ciclo de altos precios de las materias primas- fue apoyado tanto por los
sectores populares como por la élite empresarial: Lula da Silva fue
aplaudido, por diferentes razones, tanto en los barrios pobres como en el
Foro Económico de Davos.

 

En la práctica, uno de los dispositivos que posee el capitalismo para
construir hegemonía, es su capacidad -especialmente durante el pico del
ciclo capitalista- de reducir la desigualdad entre los trabajadores sin
tocar la desigualdad entre ellos y las clases dominantes; tal capacidad es
reconocida como -en palabras del gran economista peruano Jürgen Schudt- la
hipótesis del "hocico de lagarto": un hocico compuesto de una mandíbula
superior que refleja la alta desigualdad de la riqueza, que es rígida (casi
estructural) y sólo se mueve ante cambios igualmente estructurales en las
relaciones de propiedad de esta riqueza; y una mandíbula inferior que recoge
la cambiante desigualdad de ingresos, que disminuye gracias a la amplitud de
las etapas de pico (el "lagarto capitalista" suelta su presa cuando tiene
mucho que comer), y aumenta debido a la escasez en las etapas de crisis (el
"lagarto" aprieta su presa); todo ello en medio de un ciclo capitalista que
se vuelve más volátil e inestable en sociedades extractivistas como las
latinoamericanas.

 

Al mismo tiempo, el desarrollismo progresista, establecido en profundas
raíces coloniales y sobre bases extractivistas cada vez mayores, se sustentó
en controles crecientes y severos sobre la movilización ciudadana, en la
criminalización de quienes se oponían a la expansión del extractivismo, así
como en la flexibilización de las normas ambientales y laborales para atraer
la inversión. Esto debilitó la base de las fuerzas sociales con capacidad de
transformación. Todo esto ha abierto el camino para el surgimiento de la
actual restauración conservadora, que en realidad comenzó durante los
propios gobiernos progresistas -basta recordar cómo el correaísmo se opuso a
la introducción de la posibilidad legal del aborto por violación en el
Ecuador.

 

Aceptemos, por lo tanto: los progresistas, que surgieron de matrices de
izquierda, al final simplemente administraron gobiernos que en esencia
buscaban modernizar el capitalismo.

 

-Correo de la Ciudadanía: Sin embargo, donde la derecha ha recuperado el
poder central, las tensiones sociales y los levantamientos populares han
aumentado. ¿Qué explica esta dinámica en su opinión y qué expectativas
podemos tener para el 2020?

 

Alberto Acosta: Con la llegada de la crisis económica desatada por la caída
de los precios de las materias primas en el mercado mundial, las condiciones
sociales se deterioraron y con ello la estabilidad política: si bien el
consumismo era bastante desbordante, dicha estabilidad parecía segura y el
progreso estaba en buena salud. La estabilidad política se vio afectada por
este cambio de ciclo económico.

 

Un caso digno de mención es el de Argentina: en este país se sustituyó un
gobierno progresista por uno neoliberal, el de Macri, que al fracasar
rotundamente permitió el retorno del progresismo, contradiciendo a quienes
creían que la fase de tal espectro había terminado. Desde otra perspectiva,
es interesante observar que en Ecuador, donde el cambio de gobierno tuvo
lugar dentro del mismo partido progresista, al concluir una fase de
autoritarismo exacerbado -al pasar del gobierno de Correa al de Lenin
Moreno- muchas organizaciones sociales anteriormente reprimidas con dureza
pudieron reconstruir sus fuerzas.

 

Y, ciertamente, una vez terminada la bonanza progresista, el neoliberalismo
encontró el terreno propicio para su resurgimiento con creciente fuerza;
aunque también hay que señalar que en ciertos casos, como en el mismo
Ecuador, se dejó la puerta entreabierta para este retorno, en la medida que
el correaísmo alentó las privatizaciones de los grandes puertos o la entrega
de los campos petroleros a las empresas transnacionales, abrió de par en par
la puerta a la megaminación, reintrodujo elementos de flexibilización
laboral, firmó un TLC (Tratado de Libre Comercio) con la Unión Europea...
Finalmente, el país experimentó una especie de "neoliberalismo transgénico":
un Estado fuerte sirvió para introducir algunos de los objetivos
neoliberales más esperados.

 

Es decir, con los progresistas no hubo paso a las transformaciones
estructurales que permitieran -al menos para empezar- construir bases
económicas, sociales y políticas más sólidas para superar la dependencia
extractiva y sus secuelas. Tampoco se han visto afectadas las estructuras de
acumulación de capital, exacerbadas por el extractivismo desvergonzado: la
minería, el petróleo, la agroindustria... Además, el progresismo, con sus
políticas de disciplina social y de criminalización de los defensores de la
naturaleza, ha debilitado las bases de la organización social, afectando a
aquellos grupos que alguna vez se enfrentaron al neoliberalismo.

 

En este escenario, aprovechando el debilitamiento del progresismo y ante el
deterioro de las fuerzas sociales con capacidad transformadora, las derechas
retoman   directamente al poder y desde allí emprenden políticas económicas
que en esencia buscan aumentar aún más las condiciones de acumulación de
capital, transfiriendo el costo del ajuste a los sectores populares y a la
naturaleza, como ocurre una y otra vez en nuestra historia. Es decir, el
"hocico de lagarto" se cierra de nuevo.

 

En este punto surgen muchas de las recientes luchas populares, exacerbadas
también por la inviable promesa de progreso y desarrollo propia de la
Modernidad. Así, tales acciones, con múltiples expresiones simbólicas, con
contenidos diversos y particulares en cada país, caracterizaron el
turbulento año 2019 y marcarán el del 2020, en el que la represión en sus
múltiples formas estará en manos de la derecha y la sorpresa -como veremos
más adelante- a cargo de las masas.

 

Este será un año en el que, sobre todo, debemos tener la capacidad de
diferenciar lo que el progresismo realmente propone de lo que presentan los
izquierdistas. Para enfrentar al neoliberalismo y sobre todo a las fuerzas
de la ultraderecha, se pueden construir amplias alianzas que, aun así, no
deben confundir a la izquierda en la conquista de su objetivo
postcapitalista. 

 

-Correio de la Ciudadana: ¿Cómo vio los levantamientos masivos en Colombia,
Ecuador y Chile y qué es lo que tienen de más profundo?

 

Alberto Acosta: Son procesos alentadores. Son definitivamente alentadoras. A
pesar de ciertos rasgos comunes, son procesos únicos y en cierto modo
irrepetibles. Tales levantamientos son demostraciones de la capacidad de las
sociedades en movimiento, con potenciales enormes e incluso impredecibles.
De hecho, estos levantamientos no surgen de planes preconcebidos, y menos
aún están inspirados en la lógica repetitiva del funcionamiento de muchas
organizaciones sociales y políticas tradicionales. Estos levantamientos
sorprendentes e innovadores, muestran que se puede dar un nuevo impulso a
muchas acciones de lucha que de tan agotadora repetición, han pasado del
ámbito de la constancia a convertirse sólo en una somnolienta y hasta
tediosa obstinación.

 

Una característica de estos levantamientos es la sorpresa, no tanto por el
asombro que han causado, incluso para aquellos que buscan leer con atención
la evolución política y social, sino porque han influido en varios
gobiernos? Este es el mayor potencial: la sorpresa como herramienta
indispensable para lograr el progreso, que perdurará mientras la sociedad en
movimiento mantenga una alta creatividad y, ciertamente, que haya claridad
en los objetivos estratégicos a alcanzar, lo cual, insistimos, no puede ser
una simple reedición actualizada de viejas propuestas, y menos aún la
repetición cansadora de las mismas tácticas.

 

En estos países, a los que podemos añadir a Haití, se han producido varias
situaciones explosivas durante mucho tiempo, pero no parecían tan potentes
como para que pudiéramos anticipar una explosión de la magnitud que hemos
experimentado en los últimos tiempos. En cada caso hay varios detonantes,
como la eliminación de los subsidios a los combustibles en Ecuador o el
aumento del precio del metro en Santiago, que encendieron la chispa para
descubrir realidades muy complejas. En el caso colombiano y chileno, la
cultura de la protesta es la dura experiencia del neoliberalismo, sin duda.
En otros casos, como el ecuatoriano, la receta no sólo se nutre de
ingredientes neoliberales, sino de una perversa mezcla de neoliberalismo con
elementos propios del progresismo, que en el caso boliviano construyó el
escenario del golpe de Estado por la falta de respeto del gobierno de Evo
Morales a sus propias construcciones institucionales.

 

-Correio de la Ciudadana: ¿Hay algún elemento que pueda explicar estos
levantamientos en América Latina relacionados con otros procesos en el
planeta?

 

Alberto Acosta: Ese es un punto clave. El mundo, y no sólo América Latina,
se ve sacudido por levantamientos que van más allá de los escenarios
predecibles y que no pueden ser leídos con las herramientas tradicionales. 

 

Por lo tanto, es urgente abordar tal evolución sin caer en análisis
simplistas o generalizaciones que borren las especificidades, ni esperar a
tener todos los elementos que permitan comprender la plenitud de tales
procesos. Es el momento de interpretar lo que sucede para sacar conclusiones
y lecciones al mismo tiempo que nos permitan actuar frente a desafíos de
gran complejidad.

 

Este enfoque debe hacerse desde una perspectiva latinoamericana, tratando de
identificar los mínimos denominadores comunes de estos procesos. Esta es la
tarea urgente para construir alternativas de izquierda y enfrentar a la
derecha.

 

Existen múltiples focos de indignación y frustración en un mundo que está
experimentando una crisis multifacética: ecológica, social, económica,
política... Una crisis que supera en todos los aspectos las conocidas crisis
cíclicas propias del capitalismo y prefigura los cambios civilizadores. Las
causas pueden ser diversas en cada caso, pero algunas reacciones y muchas de
las confrontaciones con el orden establecido muestran algunos rasgos
similares.

 

La institucionalidad política está en crisis. La democracia,
independientemente del número de elecciones que se celebren, parece estar en
modo avión, es decir, desactivada en la práctica. Los partidos políticos se
han atrincherado en la defensa de sus intereses, al igual que los grandes
medios de comunicación, que se niegan a entender lo que significan las
sociedades en movimiento y el origen profundo de los levantamientos en
marcha. La corrupción corre libre.

 

Las promesas de bienestar de la modernidad se ahogan en una realidad cada
vez más deshumanizada y destructiva. Las élites gobernantes - políticas y
empresariales - responden con una violencia creciente y profundizan los
conflictos con su vandalismo neoliberal. Y en este escenario la frustración,
especialmente en la juventud, en sus múltiples facetas alimenta las acciones
de resistencia y protesta.

 

-Correio da Cidadania: ¿Por qué estas revueltas son difusas e involucran a
diversos sectores de la sociedad, relegando a un segundo plano a los
partidos, sindicatos y movimientos sociales más hegemónicos?

 

Alberto Acosta: Estos nuevos procesos se están llevando a cabo en muchas
partes de nuestra América. Definitivamente, la frustración popular creada y
acumulada por la civilización de la desigualdad y el daño que está dejando
en la periferia del mundo, han generado las condiciones para una explosión
social que hace temblar la escena política. “Esta movilización popular -como
escribí en un artículo para introducir la lectura de la realidad
ecuatoriana, con John Cajas-Guijarro- equivale a un terremoto que mueve y
cuestiona los fundamentos de nuestras sociedades injustas e inequitativas, e
incluso cuestiona las viejas formas y conceptos utilizados para entender a
los sectores populares y su sufrimiento”.

 

Aquí -como ya se ha señalado- el reduccionismo es inadmisible, ya que
oscurece el panorama e impide la construcción de estrategias que potencien
esta ola de luchas de resistencia y de re-existencia. La lista de problemas
y frustraciones acumuladas es larga y no se reduce a una u otra medida
económica o política en particular, que, como ya se ha mencionado, pueden
ser los detonantes de una explosión social, no su última causa.

 

Por lo tanto, sin que ello signifique la única o mayor explicación, el
deterioro económico está en la raíz de muchos de estos procesos. Al
desempleo y la miseria que surgen de este empeoramiento se suman las
políticas económicas que aumentan la explotación del trabajo y la
naturaleza. Pero la raíz del problema tiene muchas más aristas. El peso de
las estructuras clasistas, patriarcales, xenófobas, racistas, etc. persiste
e incluso emerge con doble fuerza, en oposición a las múltiples protestas
libertarias, ya sean feministas, indígenas, ecologistas, campesinas,
laborales

 

A su vez, la propia violencia extractiva es un proceso interminable de
conquista y colonización, que explica tanto el autoritarismo -progresista o
neoliberal- como la corrupción, y da paso a una creciente resistencia
territorial. Luchas que también están empezando a inundar las zonas urbanas:
la reciente revuelta en Mendoza, Argentina, contra las megaminas es uno de
los ejemplos más recientes. Definitivamente, la pobreza, la desigualdad, la
destrucción de las comunidades y la naturaleza van de la mano de las
frustraciones de grandes grupos - especialmente los jóvenes - movilizados
sin nada que perder, porque incluso el futuro les ha robado.

 

Entender tal complejidad no es fácil. Aunque acojo con satisfacción estos
levantamientos, en ningún caso surgen mecánicamente de ellos claras salidas
democráticas; por ejemplo, el controvertido proceso constituyente chileno
sigue siendo una oportunidad llena de amenazas aunque esté controlado por
las mismas élites gobernantes. Lo que es más evidente es que la violencia
estatal está creciendo rápidamente y hasta las sombras de la militarización
de la política se ciernen como una constante en varios rincones de Nuestra
América, desde Brasil hasta Ecuador, desde Venezuela hasta Bolivia, desde
Chile hasta Colombia.

 

Dentro de esta complejidad observamos el agotamiento de una modalidad de
acumulación y sus sistemas políticos -progresivos o neoliberales-
sustentados en profundas estructuras injustas y coloniales y forzados a
niveles explosivos por las insaciables demandas del capitalismo global. Como
bien observa Raúl Zibechi: "las revueltas de octubre en América Latina
tienen causas comunes, pero se expresan de manera diferente. 

 

Responden a los problemas sociales y económicos que generan el extractivismo
o la acumulación por despojo, la suma de los monocultivos, la minería a
cielo abierto, las megaciudades de infraestructura y la especulación
inmobiliaria urbana”.

 

Son problemas que nacen de las contradicciones del capitalismo periférico,
bajo el cual los países latinoamericanos se ven constantemente empujados a
perpetuar su carácter de economías primarias de exportación, siempre
vulnerables y dependientes, que tienen tanto el autoritarismo, como la
violencia y la corrupción, como condiciones necesarias para su
cristalización. Al mismo tiempo, persiste la lógica perversa de que se
privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas, siempre con la
complicidad entre el Estado y los grandes grupos de poder económico y
político. Mientras tanto, la posibilidad de cristalizar patrones consumistas
propios de un "modo de vida imperial" se diluye en la imaginación de amplios
segmentos de la población, lo que sólo puede lograrse mediante la
sobreexplotación del trabajo y de la naturaleza, lo que de hecho es algo
irrepetible en general.

 

Ante tal injusticia e indolencia de poder, cuando las estructuras políticas
se han vuelto hambrientas de poder por el poder, ¿qué le queda al pueblo más
allá de la resistencia y la protesta?

 

-Correo de la Ciudadanía: ¿Está usted de acuerdo con la idea de que América
Latina pierda su papel global en la actual reorganización económica que está
sufriendo el planeta? ¿A qué estamos relegados?

 

Alberto Acosta: Aceptémoslo: América Latina nunca ha tenido un verdadero
liderazgo mundial en términos de una reorganización de la economía mundial.
Esta región ha sido condenada desde las horas más remotas del capitalismo -
hace más de 500 años - como un sumiso proveedor de materias primas. La
realidad no ha cambiado en absoluto. Por el contrario, con los regímenes
neoliberales y progresistas, como ya se ha mencionado, la lógica del
extractivismo y el desarrollismo ha dominado el imaginario político de la
región en las últimas décadas. Las conquistas y la colonización son
constantes en Nuestra América.

 

En este punto es lamentable ver la incapacidad de los gobiernos progresistas
para dar paso a una sólida evolución integracionista. Esto habría permitido
que la región se posicionara como un bloque poderoso en el contexto mundial.
Los discursos sonoros no superaron las acciones de sumisión neoliberal. La
neoliberal IIRSA (Iniciativa para la Integración Regional Sudamericana) se
convirtió en COSIPLAN (Consejo Sudamericano de Infraestructura y
Planificación), en esencia también neoliberal al asegurar la vinculación de
varios recursos de la región con las demandas del capital transnacional y
los mercados metropolitanos.

 

Brasil, por ejemplo, durante el largo período de gobierno del PT, lejos de
ser un motor de un proceso de integración regional, ha profundizado sus
prácticas subimperialistas en el continente, mientras que en el interior ha
expandido el extractivismo, generando un proceso de clara
desindustrialización. Todo esto ha profundizado las condiciones
tradicionales de dependencia del mercado mundial.

 

-Correio da Cidadania: ¿Cuáles serían las alternativas al marco político y
económico imperante? ¿Qué ventanas parecen ofrecerse para la apertura de un
nuevo período histórico que va en la dirección opuesta a las imposiciones de
este modelo de capitalismo y por qué son necesarias?

 

Alberto Acosta: Mientras los diferentes grupos de poder, aparentemente, se
preparan para imponer el capitalismo total a través de varias formas de
autoritarismo, incluyendo la de corte fascista, las luchas populares
necesitan organizarse y verse a sí mismas como luchas de múltiples
dimensiones. Deben asumir simultáneamente una dimensión clasista y ambiental
(trabajo y naturaleza contra el capital), una dimensión descolonial (como la
histórica reivindicación indígena), una dimensión feminista y
antipatriarcal, una dimensión opuesta a la xenofobia y al racismo...
Definitivamente, una lucha múltiple que debe buscar un mañana más justo para
todos y todas. Una lucha que, partiendo de la rebelión, es la semilla de un
nuevo futuro.

 

Dentro de este nuevo futuro, un elemento clave es la urgente necesidad de
construir y planificar una nueva economía, al servicio de la vida humana
-individuos y comunidades- y siempre en estrecha armonía con la naturaleza:
la justicia social debe ir siempre acompañada de la justicia ecológica, y
viceversa. La construcción de esta nueva economía es crucial, ya que la
economía dominante en la civilización actual ahoga el mundo humano y
natural, mientras acumula capital y poder en beneficio de pequeños segmentos
de la población. Y mientras tanto, los desposeídos del sistema no tienen
otro remedio para evitar morir en el olvido que luchar por el colapso de una
economía que, siempre, busca salir de su crisis sacrificando vidas -e
incluso la naturaleza- para sostener el poder de unas pocas élites.

 

En definitiva, lo que está claro es que la premisa descolonizadora y
despatriarcalizadora, elementos fundamentales para superar la explotación de
los seres humanos y la naturaleza por el capital, exige la refundación de
los Estados nacionales coloniales, oligárquicos y capitalistas para que
estas transformaciones no queden simplemente en los discursos. No se trata
simplemente de ganar elecciones para acceder al poder, sino de construir el
poder desde abajo, desde la izquierda y siempre con la Pachamama (la madre
tierra) para impulsar un proceso de radicalización permanente de la
democracia.

 

Por consiguiente, es urgente construir una nueva historia en el camino, que
necesita una nueva democracia, pensada y sentida a partir de los aportes
culturales de las diferentes comunidades, en particular de los pueblos
marginados, ya que ellos son los creadores; es decir, una democracia
inclusiva, armoniosa y respetuosa de la diversidad.

 

Todo ello en el marco de propuestas de transformaciones profundas y
civilizadoras, en las que se debe hacer hincapié en garantizar
simultáneamente la pluralidad y la radicalidad. Una tarea que no será
posible de la noche a la mañana, sino a través de sucesivas aproximaciones,
que enfrenten a todas aquellas máquinas de muerte que amenazan la
supervivencia humana y la vida en el planeta. Requerimos acciones que
fusionen las luchas de resistencia con acciones de re-existencia a nivel
local, nacional, regional e internacional... Para hacer frente a la
"internacional de la muerte" necesitaremos una "internacional de la vida",
de una vida digna para todos los seres humanos y no humanos. Este esfuerzo
debería liberar a las fuerzas sociales que ahora están atrapadas en diversas
instituciones del poder estatal, mejorando sus capacidades de
autosuficiencia, autogestión y autogobierno. Todo esto exige no sólo
inteligencia en la crítica, no sólo profundidad en las alternativas, sino
sobre todo la acción creativa de las fuerzas políticas que hacen posible
estos procesos emancipatorios.

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