Venezuela/ El campo colapsa y Caracas resurge [Anatoly Kurmanaev]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ene 20 11:15:27 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

20 de enero 2020

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Venezuela

 

El campo de Venezuela colapsa y Caracas resurge

 

Nicolás Maduro está canalizando todos los recursos del país a la capital al
tiempo que abandona las zonas rurales, que a menudo carecen de electricidad,
policía o recursos.

 

Anatoly Kurmanaev, desde Parmana

The New York Times, 15-1-2020

https://www.nytimes.com/es/2020/01/15/espanol/

 

Desde su palacio en Caracas, el presidente Nicolás Maduro proyecta una
imagen de fortaleza. Su control sobre el poder parece seguro. Los habitantes
tienen un suministro regular de electricidad y de gasolina. Las tiendas
están repletas de productos importados.

 

Sin embargo, más allá de la capital, esa fachada de orden se disipa de
inmediato. Para conservar la calidad de vida de sus principales respaldos
—las élites política y militar del país—, el gobierno de Maduro ha centrado
en Caracas los recursos menguantes del país y ha abandonado grandes sectores
de Venezuela.

 

“Venezuela está rota como Estado, como país”, dijo Dimitris Pantoulas, un
analista político de Caracas. “Los pocos recursos disponibles se invierten
en la capital para proteger la sede del poder, lo que ha creado un
mini-Estado en medio del colapso”

 

En buena parte del país, el gobierno ha abandonado sus funciones básicas,
como la vigilancia, el mantenimiento de las vías, la atención médica y los
servicios públicos.

 

En Parmana, un pueblo pesquero a orillas del río Orinoco, la única evidencia
restante del Estado son los tres maestros que siguen en la escuela, la cual
carece de alimentos, libros e incluso de un marcador para la pizarra.

 

El primero en irse de Parmana fue el cura. A medida que se profundizó la
crisis económica, desertaron los trabajadores sociales, la policía, el
médico comunitario y varios maestros de escuela.

 

Según los habitantes del pueblo, cuando se vieron rebasados por el crimen,
recurrieron a las guerrillas colombianas en busca de protección.

 

“Estamos olvidados”, dijo Herminia Martínez, de 83 años, al tiempo que
dejaba un machete que usa para atender un descuidado campo de frijol bajo el
calor tropical. “Aquí no hay gobierno”.

 

Hace un año, y por un momento, parecía que los críticos de Maduro iban a
tener una oportunidad de expulsarlo. Un líder de la oposición, Juan Guaidó,
había presentado el mayor desafío para el mandato de Maduro hasta la fecha:
fue proclamado presidente interino y consiguió el respaldo de Estados Unidos
y casi sesenta países más.

 

Ahora, los adversarios de Maduro han perdido fuerza. El gobierno de Trump
sigue respaldando a Guaidó: el 13 de enero, Estados Unidos emitió nuevas
sanciones en contra de los aliados del gobierno que intentaron bloquearlo en
su intento por asumir el liderazgo de la Asamblea Nacional. A pesar de esta
presión, Maduro pareciera haber garantizado su permanencia en el cargo, en
parte por el éxito de sus políticas para levantar Caracas.

 

Sin embargo, la economía venezolana —que ha tenido una administración
deficiente, sufrido la reducción en las exportaciones de petróleo y oro y,
además, padecido las sanciones de Estados Unidos— está entrando en el
séptimo año de una recesión devastadora.

 

Esta larga depresión, aunada a la disminución del Estado, ha provocado que
buena parte de la infraestructura haya quedado abandonada.

 

Asimismo, ha producido la fragmentación de Venezuela en economías
localizadas que tienen vínculos con Caracas que son solo nominales. Cuando
la inflación desbocada le quitó el valor al bolívar -la moneda del país-,
los dólares, los euros, el oro y las monedas de tres países vecinos
comenzaron a circular en diferentes partes de Venezuela. El trueque es
rampante.

 

“Cada lugar sobrevive a su manera, lo mejor que puede”, dijo Armando Chacín,
director de la federación de ganaderos de Venezuela. “Son economías
completamente distintas”.

 

Fuera de Caracas, los ciudadanos de la que alguna vez fue la nación más rica
de América Latina pueden estar relegados a sobrevivir en condiciones casi
preindustriales.

 

Casi la mitad de los habitantes que viven en las siete ciudades más
importantes de Venezuela está expuesta a apagones diarios y tres cuartas
partes se las arreglan sin un suministro confiable de agua, según un estudio
que realizó en septiembre el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos,
una organización sin fines de lucro.

 

En Parmana, las inundaciones del año pasado se llevaron el único camino que
sale del pueblo, por lo tanto se quedaron sin la entrega regular de
alimentos, combustible para la central eléctrica y gasolina. Para
sobrevivir, los 450 residentes que quedan han recurrido a limpiar los campos
con machetes, remar sus botes pesqueros y usar como moneda los frijoles que
cultivan.

 

Después de décadas de gastar el petróleo de una manera fastuosa, el gobierno
venezolano se está quedando sin dinero. El producto interno bruto del país
se ha contraído un 73 por ciento desde que Maduro asumió la presidencia en
2013: uno de los declives más pronunciados en la historia moderna, de
acuerdo con estimados que hizo la Asamblea Nacional —el órgano legislativo
que controla la oposición— a partir de estadísticas oficiales y datos del
Fondo Monetario Internacional.

 

Al ser incapaz de pagar salarios significativos a los millones de empleados
del Estado, el gobierno se ha hecho de la vista gorda a los tejemanejes,
tráfico de influencias y negocios complementarios que hacen los trabajadores
estatales para sobrevivir. El salario oficial del máximo general del
ejército venezolano es de 13 dólares al mes, de acuerdo con Control
Ciudadano, un grupo venezolano de investigación.

 

Al sector privado en Caracas —el cual ha sido difamado por el gobierno
socialista de Maduro y por su predecesor, Hugo Chávez— se le ha permitido
llenar algunos de los vacíos de los productos de consumo que generó la
disminución de las importaciones del Estado.

 

En cuanto los sacrosantos controles económicos desaparecieron de la noche a
la mañana, la capital se llenó de cientos de tiendas nuevas y salas de
exhibición que ofrecen de todo, desde autos deportivos importados hasta
frituras hechas de algas marinas producidas en Estados Unidos.

 

Y la carga del colapso del país ha caído principalmente en las provincias
venezolanas, donde muchos habitantes han quedado totalmente aislados del
gobierno central.

 

Las regiones cercanas a las fronteras de Venezuela han recurrido al
contrabando y al comercio transfronterizo para sobrevivir. Las ciudades
agrícolas en el interior de Venezuela se han hundido en la subsistencia, ya
que el colapso del sistema de carreteras y la escasez de gasolina diezmaron
el comercio interno. Los sitios turísticos populares han sobrevivido gracias
a la inversión privada y al abastecimiento de las élites.

 

Los comandantes militares locales y algunos caciques del partido gobernante
con vínculos limitados con Maduro han tomado el control político de regiones
remotas. A medida que la policía nacional perdía terreno, los grupos armados
irregulares tomaron su lugar, incluidas las guerrillas marxistas
colombianas, ex paramilitares de derecha, bandas criminales, milicias
pro-Maduro y grupos de autodefensa indígenas.

 

En todo el interior venezolano, estos grupos a menudo se han encargado de
hacer cumplir los contratos comerciales, castigar los delitos comunes e
incluso resolver los divorcios, según decenas de testimonios de residentes
recopilados durante meses en tres regiones.

 

El colapso del Estado venezolano ha seguido su curso en Parmana, un pueblo
de pescadores y agricultores que alguna vez prosperó en las planicies
centrales de Venezuela.

 

Por falta de pago, la unidad de la policía local empacó sus cosas y se fue
un día de 2018, seguida por los trabajadores públicos que estaban a cargo de
los programas sociales. Poco tiempo después, los locales ahuyentaron al
destacamento de la Guardia Nacional del pueblo por su ebriedad y sus
extorsiones.

 

Para remplazar a los guardias, los líderes del pueblo decidieron viajar a la
mina de oro más cercana, la cual está bajo el control de las guerrillas
colombianas, con la intención de pedirles que montaran un puesto en Parmana.

 

Durante los últimos cuatro años, a fin de proteger sus líneas de suministro,
las guerrillas aniquilaron a los piratas de río que habían aterrorizado a
los pescadores de Parmana, robando sus lanchas de motor y asesinando a
varias personas.

 

“Necesitamos una autoridad aquí”, denunció Gustavo Ledezma, un tendero y el
alguacil de la comunidad.

 

Las guerrillas “traen orden”, mencionó. “No bromean”.

 

El descenso de Parmana hacia la subsistencia sin ley es una caída
pronunciada de sus días de gloria, cuando exportaba arroz, frijoles y
algodón. Los humedales y los manantiales prístinos del pueblo atraían
multitudes de turistas cada año.

 

“Parmana, Parmana, qué bonito contigo despertar”, decía una canción del
legendario cantautor rural de Venezuela, Simón Díaz.

 

Chávez había visto el futuro de la economía venezolana en el potencial
agrícola de la región. Hace una década, invirtió al menos mil millones de
dólares en la construcción de un puente sobre el Orinoco para conectar la
región con los mercados brasileños.

 

El puente, inconcluso, ahora está abandonado. Los manantiales de Parmana se
secaron después de que un terrateniente con conexiones políticas desvió el
agua hacia sus campos de algodón en 2013, y eso destruyó la industria
turística.

 

En la actualidad, en las calles polvorientas del pueblo, los pescadores
desesperados detienen a los choferes ocasionales que pasan de visita en
busca de gasolina para los motores de sus botes.

 

Una familia sentada al lado de un montón de sandías de sus campos había
intentado enviar un mensaje telefónico a un mayorista para que recogiera su
cosecha, pero la torre celular llevaba dos semanas sin funcionar, y no
estaban seguros de que fuera a llegar, o cuándo.

 

“Ahora hay que depender de uno mismo, no del Estado”, dijo Ana Rengifo, la
lideresa del consejo comunitario.

 

En octubre, el médico del lugar fue al pueblo más cercano a buscar
medicamento para sus estantes vacíos. No volvió. La iglesia católica,
abandonada, está llena de bates y las bancas han sido convertidas en leña.

 

El pastor de un grupo evangélico aún visita una vez por semana. El grupo se
reúne a diario y canta pidiendo salvación pero se disperasa al atardecer por
falta de electricidad.

 

La ambulancia de la localidad, sin llantas, se oxida bajo un cobertizo y su
chofer abandonó el trabajo hace tres años para plantar frijoles y
sobrevivir.

 

En la escuela, después de cantar el himno nacional y hacer calistenia, los
estudiantes toman clases básicas de lectura y matemáticas pero vuelven a
casa después de una o dos horas. Los profesores dicen que muchos de ellos
están demasiado hambrientos y no se concentran. 

 

A pesar del colapso del pueblo, la mayoría aquí prefiere quedarse en su
tierra, donde pueden sembrar algo de comida, en lugar de arriesgarse a ir a
otro lado.

 

“Sales y el hambre te mata” dijo Inselina Coro, una mujer de 29 años y madre
de cuatro. “Al menos aquí vas al río y consigues un pescado”.

 

Coro vive con sus hijos y su novio, un pescador, en un cuartito de lámina
corrugada con piso de tierra. Los seis comparten dos hamacas. Su hija mayor,
Ana Herrera, de 14 años, está embarazada pero la familia no tiene medios
para llevarla al doctor.

 

Los anhelos de Coro para su familia se limitan a mudarse a Caicara, un
pueblo río arriba, a tres horas de distancia. ¿El motivo? “Allá hay
electricidad”, dijo.

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