Análisis/ Covid 19 y capitalismo catastrófico. Cadenas de productos de base y crisis ecológicas-epidemiológicas-económicas [John Bellamy Foster/Intan Suwandi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Jul 2 00:50:03 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

2 de julio 2020

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Análisis



COVID-19 y Capitalismo Catastrófico



Cadenas de productos de base y crisis ecológicas-epidemiológicas-económicas



El siguiente artículo de John Bellamy Foster e Intan Suwandi que describe
las interrelaciones entre la pandemia COVID-19, el imperialismo y el
capitalismo contemporáneo de monopolio-finanzas fue publicado en el número
de junio de 2020 de Monthly Review
(https://monthlyreview.org/2020/06/01/covid-19-and-catastrophe-capitalism/
<https://monthlyreview.org/2020/06/01/covid-19-and-catastrophe-capitalism/>
) Los editores nos han concedido generosamente permiso para traducir y
reproducirlo aquí.



Retruco, 16-6-2020

https://www.retruco.com.ar/

Traducción de Brian M. Napoletano y Pedro S. Urquijo



COVID-19 ha acentuado, sin precedentes, las vulnerabilidades ecológicas,
epidemiológicas y económicas interrelacionadas impuestas por el capitalismo.
A medida que el mundo entra en la tercera década del siglo XXI, estamos
viendo el surgimiento del capitalismo de catástrofe y a medida que la crisis
estructural del sistema adquiere dimensiones planetarias.



Desde finales del siglo XX, la globalización capitalista ha adoptado cada
vez más la forma de cadenas de producción controladas por empresas
multinacionales, que vinculan diversas zonas de producción, principalmente
en el Sur Global, con el vértice del consumo, las finanzas y la acumulación
mundiales, principalmente en el Norte Global. Estas cadenas de mercancías
constituyen los principales circuitos materiales del capital a nivel
mundial; el fenómeno del imperialismo tardío identificado con el auge del
capital monopolístico-financiero generalizado.[1] En este sistema, las
rentas imperiales exorbitantes del control de la producción global se
obtienen no sólo del arbitraje laboral global, a través del cual las
corporaciones multinacionales en el centro del sistema sobreexplotan la mano
de obra industrial en la periferia, sino también cada vez más a través del
arbitraje global de la tierra, en el que las multinacionales de los
agronegocios expropian tierra (y mano de obra) barata en el Sur Global para
producir cultivos de exportación principalmente para su venta en el Norte
Global.[2]



Al abordar estos complejos circuitos de capital en la economía mundial
actual, los directivos de las empresas se refieren tanto a las cadenas de
suministro como a las cadenas de valor, en las que las cadenas de suministro
representan el movimiento del producto físico, y las cadenas de valor se
dirigen al «valor añadido» en cada nodo de la producción, desde las materias
primas hasta el producto final.[3] Este doble énfasis en las cadenas de
suministro y las cadenas de valor se asemeja en cierto modo al enfoque más
dialéctico desarrollado en el análisis de Karl Marx de las cadenas de
producción, que abarca tanto los valores de uso como los valores de
intercambio. En el primer volumen de El Capital, Marx puso de relieve la
doble realidad de los valores de uso de los materiales naturales (la «forma
natural») y los valores de intercambio (la «forma de valor») presentes en
cada eslabón de «la cadena general de metamorfosis que tiene lugar en el
mundo de los productos».[4] El enfoque de Marx fue llevado adelante por
Rudolf Hilferding en su Finance Capital, donde escribió acerca de los
«eslabones de la cadena de intercambio de productos».[5]



En la década de 1980, los teóricos del sistema mundial, Terence Hopkins y
Immanuel Wallerstein, reintrodujeron el concepto de cadena de producción
basado en estas raíces dentro de la teoría marxista.[6] No obstante, lo que
se perdió en general en los posteriores análisis marxistas (y del sistema
mundial) de las cadenas de producción, que las trataron como fenómenos
exclusivamente económicos/valorísticos, fue el aspecto material-ecológico de
los valores de uso. Marx, que nunca perdió de vista los límites
naturales-materiales en los que se desarrollaba el circuito del capital,
había subrayado «el lado negativo, es decir, destructivo» de la valorización
capitalista con respecto a las condiciones naturales de producción y al
metabolismo de los seres humanos y la naturaleza en su conjunto.[7] La
«ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social»
(la ruptura metabólica) que constituía la relación destructiva del
capitalismo con la tierra, por la que «agotó la tierra» y «obligó a abonar
los campos ingleses con guano», fue igualmente evidente en las «epidemias
periódicas», resultantes de las mismas contradicciones orgánicas del
sistema.[8]



Ese marco teórico, centrado en las formas duales y contradictorias de las
cadenas de productos, que incorporan tanto valores de uso como valores de
intercambio, proporciona la base para comprender las tendencias combinadas
de crisis ecológica, epidemiológica y económica del imperialismo tardío. Nos
permite percibir, además, cómo el circuito del capital bajo el imperialismo
tardío está ligado a la etiología de la enfermedad a través de la
agroindustria, y cómo esto ha generado la pandemia COVID-19. Esta misma
perspectiva centrada en las cadenas de mercancías, incluso, nos permite
comprender cómo la interrupción del flujo de valores de uso en forma de
bienes materiales y la consiguiente interrupción del flujo de valor han
generado una crisis económica grave y duradera. El resultado es empujar a
una economía ya estancada hasta el límite, amenazando con derribar la
superestructura financiera del sistema. Por último, más allá de todo esto
está la ruptura planetaria mucho mayor engendrada por el capitalismo
catastrófico de hoy, que se manifiesta en el cambio climático y el cruce de
varios límites planetarios, de los cuales la actual crisis epidemiológica es
simplemente otra manifestación dramática.



Circuitos de capital y crisis ecológicas-epidemiológicas



Asombrosamente, durante el último decenio, surgió un nuevo enfoque más
holístico de One Health-One World (Una Salud-Ún Mundo) sobre la etiología de
las enfermedades, principalmente en respuesta a la aparición de enfermedades
zoonóticas recientes (o zoonosis) como el SARS, el MERS y el H1N1
transmitidas a los seres humanos por animales no humanos, salvajes o
domesticados. El modelo One Health integra el análisis epidemiológico sobre
una base ecológica, reuniendo a científicos ecológicos, médicos,
veterinarios y analistas de salud pública en un enfoque de alcance mundial.
Sin embargo, el marco ecológico original que motivó One Health, que
representa un nuevo enfoque más completo de las enfermedades zoonóticas, ha
sido recientemente apropiado y parcialmente negado por organizaciones
dominantes como el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud y los
Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados
Unidos. De ahí que el enfoque multisectorial de One Health se haya
convertido rápidamente en un modo de reunir intereses tan variados como la
salud pública, la medicina privada, la sanidad animal, la agroindustria y la
gran farmacéutica, para reforzar la respuesta a lo que se consideran
epidemias episódicas, al tiempo que supone el auge de una amplia estrategia
corporativa en la que el capital, específicamente la agroindustria, es el
elemento dominante. El resultado es que las conexiones entre las crisis
epidemiológicas y la economía mundial capitalista son sistemáticamente
minimizadas en lo que pretende ser un modelo holístico.[9]



Así pues, surgió como respuesta un nuevo y revolucionario enfoque de la
etiología de la enfermedad, conocido como Structural One Health (Salud Única
Estructural), basado críticamente en One Health, pero arraigado más bien en
la amplia tradición histórico-materialista. Para los defensores de
Structural One Health la clave es determinar cómo las pandemias en la
economía global contemporánea están conectadas a los circuitos de capital
que están cambiando rápidamente las condiciones ambientales. Un equipo de
científicos, entre los que se encuentran Rodrick Wallace, Luis Fernando
Chaves, Luke R. Bergmann, Constância Ayres, Lenny Hogerwerf, Richard Kock y
Robert G. Wallace, han escrito juntos una serie de obras como Clear-Cutting
Disease Control: Capital-Led Deforestation, Public Health Austerity, and
Vector-Borne Infection y, más recientemente, «COVID-19 and Circuits of
Capital» [COVID-19 y los circuitos de capital] (de Rob Wallace, Alex
Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace) en el número de mayo de
2020 de Monthly Review. Structural One Health se define como «un nuevo
campo, [que] examina los impactos que los circuitos globales de capital y
otros contextos fundamentales, incluyendo profundas historias culturales,
tienen sobre la agroeconomía regional y la dinámica de las enfermedades
asociadas a través de las especies».[10]



El revolucionario enfoque histórico-materialista representado por la
Structural One Health se aparta del enfoque principal de One Health en: 1)
centrándose en las cadenas de productos como impulsoras de las pandemias; 2)
descartando el enfoque habitual de las «geografías absolutas» que se
concentra en determinados lugares en los que surgen nuevos virus sin
percibir los conductos económicos mundiales de transmisión; 3) considerando
las pandemias no como un problema episódico o como acontecimientos
aleatorios de «cisne negro», sino más bien como el reflejo de una crisis
estructural general del capital, en el sentido explicado por István Mészáros
en su libro Beyond Capital; 4) adoptando el enfoque de la biología
dialéctica, asociada a los biólogos de Harvard Richard Levins y Richard
Lewontin en The Dialectical Biologist; y 5) insistiendo en la reconstrucción
radical de la sociedad en general de manera que se promueva un «metabolismo
planetario» sostenible.[11] En su obra Big Farms Make Big Flu y otros
escritos, Robert G. (Rob) Wallace se inspira en las nociones de Marx sobre
las cadenas de mercancías y la ruptura metabólica, así como en la crítica de
la austeridad y la privatización basada en la noción de la Paradoja de
Lauderdale (según la cual las riquezas privadas se potencian con la
destrucción de la riqueza pública). Los pensadores de esta tradición crítica
se basan, pues, en un enfoque dialéctico de la destrucción ecológica y la
etiología de la enfermedad.[12]



Naturalmente, la nueva epidemiología histórico-materialista no surgió de la
nada, sino que se construyó sobre una larga tradición de luchas socialistas
y análisis críticos de las epidemias, incluyendo contribuciones históricas
como: 1) Las condiciones de la clase obrera en Inglaterra, de Frederick
Engels, que exploró la base de clase de las enfermedades infecciosas; 2) las
discusiones del propio Marx sobre las epidemias y las condiciones generales
de salud en El Capital; 3) el tratamiento dell zoólogo británico E. Ray
Lankester (protegido de Charles Darwin y Thomas Huxley, y amigo de Marx) de
las fuentes antropogénicas de la enfermedad y su base en la agricultura, los
mercados y las finanzas capitalistas en su Reino de los hombres; y (4) «Is
Capitalism a Disease?» de Levins.[13]



Especialmente importante en la nueva epidemiología histórico-materialista
asociada a la Structural One Health es el reconocimiento explícito del papel
de la agroindustria mundial y la integración de ésta con la investigación
detallada de todos los aspectos de la etiología de la enfermedad,
centrándose en las nuevas zoonosis. Esas enfermedades, como afirmó Rob
Wallace en Big Farms Make Big Flu, fueron «la consecuencia biótica
inadvertida de los esfuerzos encaminados a dirigir la ontogenia y la
ecología animal hacia la rentabilidad multinacional», produciendo nuevos
patógenos mortales.[14] La agricultura en el extranjero, que consiste en
monocultivos de animales domésticos genéticamente similares (eliminando los
brotes de fuego inmunes), incluidos los enormes corrales de engorde de
cerdos y las vastas granjas avícolas, junto con la rápida deforestación y la
caótica mezcla de aves silvestres y otros animales salvajes con la
producción animal industrial -sin excluir los mercados húmedos- han creado
las condiciones para la propagación de nuevos patógenos mortales como el
SARS, el MERS, el Ébola, el H1N1, el H5N1 y ahora el SARS-CoV-2. Más de
medio millón de personas en todo el mundo murieron a causa del H1N1,
mientras que las muertes por el SARS-CoV-2 probablemente superarán con
creces esa cifra.[15]



«Los agronegocios», escribe Rob Wallace, «están trasladando sus empresas al
Sur Global para aprovechar la mano de obra y la tierra barata», y
«extendiendo toda su línea de producción por todo el mundo».[16] Aviones,
cerdos y humanos interactúan para producir nuevas enfermedades. «Las
gripes», nos dice Wallace, «emergen ahora por medio de una red globalizada
de producción y comercio de cebaderos corporativos, dondequiera que
evolucionen por primera vez cepas específicas». Con los rebaños y manadas
que se trasladan de una región a otra -transformando la distancia espacial
en una conveniencia justo a tiempo- se introducen continuamente múltiples
cepas de gripe en localidades llenas de poblaciones de animales
susceptibles».[17] Se ha demostrado que las operaciones avícolas comerciales
en gran escala tienen muchas más probabilidades de albergar estas virulentas
zoonosis. Se ha utilizado el análisis de la cadena de valor para rastrear la
etiología de nuevas influencias como el H5N1 a lo largo de la cadena de
producción avícola.[18] Se ha demostrado que la gripe en el sur de China
surge en el contexto de «un ‘presente histórico’ dentro del cual surgen
múltiples recombinaciones virulentas de una mezcla de agroecologías
originadas en diferentes épocas, tanto por la dependencia del camino como
por la contingencia: en este caso, la antigua (arroz), la moderna temprana
(patos semidomesticados) y la actual (intensificación avícola)». Este
análisis también ha sido ampliado por geógrafos radicales, como Bergmann,
que trabajan en «la convergencia de la biología y la economía más allá de
una sola cadena de productos básicos y hasta el tejido de la economía
mundial».[19]



Las cadenas mundiales interconectadas de productos de la agroindustria, que
proporcionan las bases para la aparición de nuevas zoonosis, aseguran que
estos patógenos se muevan rápidamente de un lugar a otro, explotando las
cadenas de conexión humana y globalización, con los huéspedes humanos
moviéndose en días, incluso horas, de una parte del globo a otra. Wallace y
sus colegas escriben en «COVID-19 y los circuitos de capital»: «Algunos
patógenos emergen directamente de los centros de producción… Pero muchos
patógenos como el COVID-19 se originan en las fronteras de la producción de
capital. De hecho, al menos el 60 por ciento de los nuevos patógenos humanos
surgen al pasar de los animales salvajes a las comunidades humanas locales
(antes de que los más exitosos se extiendan al resto del mundo)». Como
resumen de las condiciones de la transmisión de estas enfermedades,



La premisa operativa subyacente es que la causa de COVID-19 y otros
patógenos similares no se encuentra sólo en el objeto de un único agente
infeccioso o en su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones
ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han fijado en su
propio beneficio. La amplia variedad de patógenos, que representan
diferentes taxones, huéspedes de origen, modos de transmisión, cursos
clínicos y resultados epidemiológicos, todas las marcas que nos envían
corriendo alocadamente a nuestros buscadores en cada brote, marcan
diferentes partes y caminos a lo largo de los mismos tipos de circuitos de
uso de la tierra y acumulación de valor.[20]



La reestructuración imperial de la producción a finales del siglo XX y
principios del XXI -que conocemos como globalización- fue el resultado
principalmente del arbitraje laboral global y la sobreexplotación (y
súperexplotación) de los trabajadores del Sur Global (incluyendo la
contaminación intencionada de los entornos locales), para beneficio
principalmente de los centros mundiales del capital y las finanzas. Pero
también fue impulsado en parte por un arbitraje global de tierras, que tuvo
lugar simultáneamente a través de las corporaciones multinacionales de
agronegocios. Según Eric Holt-Giménez en A Foodie’s Guide to Capitalism, «el
precio de la tierra» en gran parte del Sur Global «es tan bajo en relación
con su renta de la tierra (lo que vale por lo que puede producir) que la
captura de la diferencia (arbitraje) entre el bajo precio y la alta renta de
la tierra proporcionará a los inversores un beneficio atractivo. Las
oportunidades de arbitraje de tierras surgen al aportar nuevas tierras -con
un atractivo alquiler de tierras- al mercado mundial de tierras, donde los
alquileres pueden capitalizarse realmente».[21] Gran parte de esto fue
alimentado por lo que se denomina la Revolución Ganadera, que convirtió al
ganado en una mercancía globalizada basada en los cebaderos gigantes y los
monocultivos genéticos.[22]



Estas condiciones han sido promovidas por los diversos bancos de desarrollo
en el contexto de lo que se conoce eufemísticamente como «reestructuración
territorial», que supone la retirada de los agricultores de subsistencia y
los pequeños productores de la tierra a instancias de las empresas
multinacionales, principalmente agroindustrias, así como la rápida
deforestación y la destrucción de los ecosistemas. También se conocen como
acaparamientos de tierras del siglo XXI (land grabs), acelerados por los
altos precios de los alimentos básicos en 2008 y nuevamente en 2011, así
como fondos de riqueza privados que buscan activos tangibles ante la
incertidumbre tras la Gran Crisis Financiera de 2007-09. El resultado es la
mayor migración en masa de la historia de la humanidad, en la que se ha
expulsado a personas de la tierra en un proceso mundial de despojo de
tierras, se ha alterado la agroecología de regiones enteras, se ha
sustituido la agricultura tradicional por monocultivos y se ha empujado a
las poblaciones a los barrios marginales de las ciudades.[23]



Rob Wallace y sus colegas observan que el historiador y teórico
crítico-urbano Mike Davis y otros «han identificado cómo estos paisajes
recientemente urbanizados actúan tanto como mercados locales como centros
regionales para los productos agrícolas mundiales de paso…. Como resultado,
la dinámica de las enfermedades forestales, las fuentes primitivas de los
patógenos, ya no están limitadas únicamente a las tierras del interior. Sus
epidemiologías asociadas se han vuelto relacionales y se sienten a través
del tiempo y el espacio. Un SARS puede encontrarse repentinamente
derramándose en los humanos en la gran ciudad a sólo unos días de su cueva
de murciélagos».[24]



La interrupción de la cadena de productos y el efecto global de bullwhip



Los nuevos patógenos generados involuntariamente por la agroindustria no son
en sí mismos valores de uso de materiales naturales, sino más bien residuos
tóxicos del sistema de producción capitalista, trazables a las cadenas de
productos de la agroindustria como parte de un régimen alimentario
globalizado.[25] Sin embargo, en una especie de «venganza» metafórica de la
naturaleza, tal como la describieron por primera vez Engels y Lankester, los
efectos dominó de los desastres ecológicos y epidemiológicos combinados
introducidos por las cadenas mundiales de productos de hoy en día y las
acciones de la agroindustria, que dieron lugar a la pandemia COVID-19, han
perturbado todo el sistema de producción mundial.[26] El efecto de los
cierres y el distanciamiento social, que han paralizado la producción en
sectores clave del mundo, ha sacudido las cadenas de suministro/valor a
nivel internacional. Esto ha generado un gigantesco «efecto de bullwhip» que
se extiende desde el extremo de la oferta y el de la demanda de las cadenas
mundiales de productos básicos.[27] Además, la pandemia de COVID-19 se ha
producido en el contexto de un régimen planetario de capital
monopolio-financiero neoliberal, que ha impuesto la austeridad en todo el
mundo, incluso en la salud pública. La adopción universal de la producción
«justo a tiempo» y de la competencia basada en el tiempo en la regulación de
las cadenas mundiales de productos, ha dejado a las empresas e
instalaciones, como los hospitales, con pocas existencias, problema que se
ve agravado por el almacenamiento urgente de algunos bienes por parte de la
población.[28] El resultado es una extraordinaria dislocación de toda la
economía mundial.



Las actuales cadenas mundiales de productos -o lo que llamamos cadenas de
trabajo-valor– se organizan principalmente con el fin de explotar los
menores costos laborales unitarios (teniendo en cuenta tanto los costos
salariales como la productividad) en los países más pobres del Sur Global,
donde la producción industrial mundial está ahora predominantemente ubicada.
Los costos unitarios de la mano de obra en la India en 2014 eran el 36 por
ciento del nivel de los Estados Unidos, mientras que los de China y México
eran el 46 y el 43 por ciento, respectivamente. Indonesia fue más alta con
los costos unitarios de mano de obra en el 62 por ciento del nivel de
EE.UU.[29] Gran parte de ello se debe a los salarios extremadamente bajos de
los países del Sur, que son sólo una pequeña fracción de los niveles
salariales de los países del Norte. Mientras tanto, la producción en
condiciones de plena competencia, realizada bajo las especificaciones de las
empresas multinacionales, junto con la tecnología avanzada introducida en
las nuevas plataformas de exportación del Sur Global, genera una
productividad a niveles comparables en muchas áreas a la del Norte Global.
El resultado es un sistema global integrado de explotación en el que las
diferencias de salarios entre los países del Norte y del Sur son mayores que
la diferencia de productividad, lo que conduce a costes laborales unitarios
muy bajos en los países del Sur y genera enormes márgenes de beneficio bruto
(o superávit económico) sobre el precio de exportación de los bienes de los
países más pobres.



Los enormes superávits económicos generados en el Sur Global se registran en
la contabilidad del producto interno bruto como valor añadido en el Norte.
Sin embargo, se entienden mejor como valor capturado del Sur. Todo este
nuevo sistema de explotación internacional asociado a la globalización de la
producción constituye la estructura profunda del imperialismo tardío del
siglo XXI. Es un sistema de explotación/expropiación mundial formado en
torno al arbitraje laboral global, que resulta en un vasto drenaje de valor
generado de los países pobres a los países ricos.



Todo esto fue facilitado por las revoluciones en el transporte y las
comunicaciones. Los costos de envío se redujeron a medida que proliferaban
los contenedores de envío estandarizados. Las tecnologías de la comunicación
como los cables de fibra óptica, los teléfonos móviles, la Internet, la
banda ancha, la computación en nube y las videoconferencias alteraron la
conectividad global. Los viajes en avión abarataron los viajes rápidos,
creciendo anualmente en un promedio de 6,5 por ciento entre 2010 y 2019.[30]
Alrededor de un tercio de las exportaciones de los Estados Unidos son
productos intermedios para bienes finales producidos en otros lugares, como
el algodón, el acero, los motores y los semiconductores.[31] Es de estas
condiciones rápidamente cambiantes, que generan una estructura de
acumulación internacional cada vez más integrada y jerárquica, que surgió la
actual estructura de la cadena mundial de producción. El resultado fue la
conexión de todas las partes del globo dentro de un sistema mundial de
opresión, una conectividad que ahora muestra signos de desestabilización
bajo los impactos de la guerra comercial de los Estados Unidos contra China
y los efectos económicos globales de la pandemia COVID-19.



La pandemia COVID-19, con sus cierres y distanciamientos sociales, es «la
primera crisis de la cadena de suministro mundial».[32] Esto ha dado lugar a
pérdidas de valor económico, a un enorme desempleo y subempleo, al colapso
de las empresas, al aumento de la explotación y a la generalización del
hambre y las privaciones. La clave para comprender tanto la complejidad como
el caos de la crisis actual es el hecho de que ningún director general de
una corporación multinacional en ningún lugar tiene un mapa completo de la
cadena de producción de la empresa.[33] Por lo general, los centros
financieros y los funcionarios de adquisiciones de las empresas conocen a
sus proveedores de primer nivel, pero no a los de segundo nivel (es decir, a
los proveedores de sus proveedores), y mucho menos a los de tercer o incluso
cuarto nivel. Como escribe Elisabeth Braw en Foreign Policy, «Michael Essig,
profesor de gestión de suministros de la Universidad Bundeswehr de Munich
calculó que una empresa multinacional como Volkswagen tiene 5.000
proveedores (los llamados proveedores de primer nivel), cada uno con un
promedio de 250 proveedores de segundo nivel. Eso significa que la empresa
tiene en realidad 1,25 millones de proveedores, la gran mayoría de los
cuales no conoce». Además, esto deja fuera a los proveedores de tercer
nivel. Cuando se produjo el nuevo brote de coronavirus en Wuhan, China, se
descubrió que 51.000 empresas de todo el mundo tenían al menos un proveedor
directo en Wuhan, mientras que 5 millones de empresas tenían al menos un
proveedor de dos niveles allí. El 27 de febrero de 2020, cuando la
interrupción de la cadena de suministro seguía centrada en gran medida en
China, el Foro Económico Mundial, citando un informe de Dun & Bradstreet,
declaró que más del 90% de las empresas multinacionales de Fortune tenían un
proveedor de primer o segundo nivel afectado por el virus.[34]



Los efectos del SARS-CoV-2 han hecho que sea urgente que las empresas traten
de cartografiar todas sus cadenas de productos. Pero esto es sumamente
complejo. Cuando ocurrió el desastre nuclear de Fukushima, se descubrió que
la zona de Fukushima producía el 60 por ciento de las piezas de automóviles
más importantes del mundo, una gran parte de los productos químicos para
baterías de litio del mundo y el 22 por ciento de las obleas de silicio de
trescientos milímetros del mundo, todos ellos cruciales para la producción
industrial. En ese momento, algunas corporaciones financieras monopolistas
intentaron trazar un mapa de sus cadenas de suministro. Según el Harvard
Business Review, «los ejecutivos de un fabricante japonés de semiconductores
nos dijeron que un equipo de 100 personas tardó más de un año en trazar un
mapa de las redes de suministro de la empresa en lo profundo de los
subniveles tras el terremoto y el tsunami [y el desastre nuclear de
Fukushima] en 2011».[35]



Frente a las cadenas de productos en las que muchos de los eslabones de la
cadena son invisibles, y en las que las cadenas se están rompiendo en
numerosos lugares, las empresas se enfrentan a interrupciones e
incertidumbres en lo que Marx llamó la «cadena de metamorfosis» en la
producción, distribución y consumo de productos materiales, junto con
cambios erráticos en la demanda de la oferta general. La escala de la
pandemia de coronavirus y sus consecuencias en la acumulación mundial no
tienen precedentes, y los costos económicos mundiales siguen aumentando. A
finales de marzo, unos 3.000 millones de personas del planeta se encontraban
en situación de encierro o de distanciamiento social.[36] La mayoría de las
empresas no tienen un plan de emergencia para hacer frente a las múltiples
rupturas de sus cadenas de suministro.[37] La magnitud del problema se ha
manifestado en los primeros meses de 2020 en decenas de miles de
declaraciones de fuerza mayor, comenzando primero en China y extendiéndose
luego a otros lugares, donde diversos proveedores indican que no pueden
cumplir los contratos debido a acontecimientos externos extraordinarios.
Esto va acompañado de numerosos «viajes en blanco» que representan viajes
programados de buques de carga que se cancelan con la mercancía retenida
debido a un fallo de la oferta o la demanda.[38] A principios de abril, la
Federación Nacional de Minoristas de los Estados Unidos indicó que en marzo
de 2020 se había registrado el nivel más bajo en cinco años en el envío de
equivalentes de veinte pies (de contenedores) en la carga de un barco, y se
esperaba que los envíos se desplomaran mucho más rápidamente a partir de ese
momento.[39] Los vuelos de pasajeros de las aerolíneas en todo el mundo han
disminuido alrededor del 90 por ciento, lo que ha llevado a las principales
aerolíneas estadounidenses a aprovechar «las barrigas y las cabinas de
pasajeros de sus aviones [para redirigirlas] para los vuelos de carga, a
menudo quitando los asientos y utilizando las vías vacías para asegurar la
carga».[40]



Según las estimaciones de principios de abril de la Organización Mundial del
Comercio, las repercusiones económicas de la pandemia COVID-19 darían lugar
a una disminución del comercio mundial anual en 2020 del 13 por ciento en el
escenario más optimista y del 32 por ciento en el escenario más pesimista.
En este último caso, el colapso del comercio mundial equivaldría en un año a
lo que ocurrió en la Gran Depresión de los años 1930 en un período de tres
años.[41]



Los graves efectos de la interrupción de las cadenas de suministro mundiales
durante la pandemia han sido particularmente evidentes en lo que respecta al
equipo médico. Premier, una de las principales organizaciones generales de
compras para hospitales en los Estados Unidos, indicó que normalmente compra
hasta veinticuatro millones de respiradores (máscaras) N95 por año para sus
proveedores y organizaciones de atención de la salud miembros, mientras que
sólo en enero y febrero de 2020 sus miembros utilizaron cincuenta y seis
millones de respiradores. A fines de marzo, Premier estaba haciendo un
pedido de 110 a 150 millones de respiradores, mientras que sus
organizaciones miembros, como hospitales y hogares de ancianos, cuando
fueron encuestadas indicaron que tenían apenas un suministro para una
semana. La demanda de mascarillas médicas se disparó mientras que la oferta
global se congeló.[42] Los kits de prueba de COVID-19 también fueron
crónicamente escasos a nivel mundial hasta que China aceleró la producción a
finales de marzo.[43]



Muchos otros bienes también escasean ahora, mientras que en el caos general
los almacenes están desbordados de bienes, como la ropa de moda, cuya
demanda se ha desplomado. En el mundo de la producción justo a tiempo y la
competencia basada en el tiempo, las existencias se reducen generalmente al
mínimo para disminuir los costos. Es probable que a principios de mayo haya
una escasez crónica de suministros en las cadenas de suministro de
automóviles y de muchas tiendas minoristas de los Estados Unidos. Como ha
declarado Peter Hasenkamp, que dirigió la estrategia de la cadena de
suministro de Tesla y que ahora está a cargo de las compras de Lucid Motors,
una empresa de arranque de automóviles eléctricos: «Se necesitan 2.500
piezas para construir un coche, pero sólo una no». Los kits de prueba
COVID-19 escaseaban en los Estados Unidos, en parte debido a la escasez de
hisopos.[44] A mediados de abril de 2020, el 81 por ciento de las empresas
manufactureras mundiales estaban experimentando escasez de suministros, lo
que se manifiesta en un aumento del 44 por ciento en las declaraciones de
fuerza mayor para marzo desde principios del año anterior a la aparición del
nuevo coronavirus, y un aumento del 38 por ciento en los cierres de
producción. El resultado no sólo es una escasez material sino una crisis de
liquidez y, por lo tanto, un enorme «pico de los riesgos financieros».[45]



Para las empresas multinacionales de hoy en día, que les importa poco el
valor de uso que venden siempre que generen valor de cambio, el verdadero
impacto económico de la interrupción de las cadenas de suministro es su
efecto en las cadenas de valor, es decir, en los flujos de valor de cambio.
Aunque los efectos de valor total de la interrupción de la oferta mundial no
se conocerán hasta dentro de algún tiempo, una indicación de la crisis que
esto genera para la acumulación puede verse en las pérdidas de valor que han
experimentado las empresas. Cientos de empresas, incluidas firmas como
Boeing, Nike, Hershey, Sun Microsystems y Cisco, se han enfrentado a
perturbaciones críticas de la cadena de producción en los dos últimos
decenios. Los estudios basados en unos ochocientos casos han demostrado que
el efecto medio para las empresas de esa interrupción de la cadena de
suministro incluye: una «caída del 107 por ciento de los ingresos de
explotación; una caída del 114 por ciento del rendimiento de las ventas; una
caída del 93 por ciento del rendimiento de los activos; un crecimiento de
las ventas un 7 por ciento más bajo; un crecimiento del 11 por ciento del
coste; y un crecimiento del 14 por ciento de las existencias», y los efectos
negativos suelen durar dos años. En la misma investigación se indica que
«las empresas que sufren interrupciones en la cadena de suministro
experimentan entre un 33 y un 40 por ciento menos de rendimiento de las
existencias en relación con sus puntos de referencia en la industria durante
un período de tres años que comienza un año antes y termina dos años después
de la fecha de anuncio de la interrupción». Además, la volatilidad del
precio de las acciones en el año siguiente a la interrupción es un 13,50 por
ciento más alta en comparación con la volatilidad del año anterior a la
interrupción».[46]



Aunque nadie sabe cómo caerá todo esto en el presente, incluso en el caso de
una empresa individual, el capital tiene todas las razones para temer las
consecuencias para la valorización y la acumulación. En todas partes, la
producción está disminuyendo y el desempleo/subempleo se dispara a medida
que las empresas se deshacen de los trabajadores que en los Estados Unidos
se dejan simplemente a su suerte. Las empresas están ahora en una carrera
por tirar de sus cadenas de productos y proporcionar cierta apariencia de
estabilidad en lo que parece ser una crisis generalizada. Además, la
interrupción de toda la cadena de metamorfosis involucrada en el arbitraje
laboral global amenaza con engendrar un colapso financiero en una economía
mundial todavía caracterizada por el estancamiento, la deuda y la
financiación.



Una de las vulnerabilidades más importantes es la denominada financiación de
la cadena de suministro, que permite a las empresas aplazar los pagos a los
proveedores con la ayuda de la financiación bancaria. Según el Wall Street
Journal, algunas empresas tienen obligaciones de financiación de la cadena
de suministro que empequeñecen su deuda neta declarada. Esas deudas con los
proveedores son vendidas por otros intereses financieros en forma de pagarés
a corto plazo. Credit Suisse es propietario de los pagarés que deben las
grandes empresas de los Estados Unidos, como Kellogg y General Mills. Con
una interrupción general de las cadenas de productos básicos, esta
intrincada cadena de financiación, que es en sí misma objeto de
especulación, está inherentemente situada en un modo de crisis en sí mismo,
creando vulnerabilidades adicionales en un sistema financiero ya frágil.[47]



El imperialismo, la clase y la pandemia



El SARS-CoV-2, al igual que otros patógenos peligrosos que han surgido o
reaparecido en los últimos años, está estrechamente relacionado con un
complejo conjunto de factores, entre ellos 1) el desarrollo de la
agroindustria mundial con sus monocultivos genéticos en expansión que
aumentan la susceptibilidad a la contracción de enfermedades zoonóticas de
los animales salvajes a los domésticos y a los humanos; 2) la destrucción de
los hábitats silvestres y la perturbación de las actividades de las especies
salvajes; y 3) la proximidad de los seres humanos. No cabe duda de que las
cadenas mundiales de productos y los tipos de conectividad que han producido
se han convertido en vectores de la rápida transmisión de enfermedades, lo
que pone en tela de juicio toda esta pauta de explotación mundial del
desarrollo. Como ha escrito Stephen Roach, de la School of Management de
Yale, antiguo economista jefe de Morgan Stanley y principal creador del
concepto de arbitraje laboral mundial, en el contexto de la crisis del
coronavirus, lo que querían las sedes financieras de las empresas eran
«bienes de bajo costo, independientemente de lo que esas eficiencias de
costos implicaban en términos de [la falta de] inversión en salud pública, o
yo diría también [la falta de] inversión en la protección del medio ambiente
y la calidad del clima». El resultado de ese enfoque insostenible de la
«eficiencia en función de los costos» son las crisis ecológicas y
epidemiológicas mundiales contemporáneas y sus consecuencias financieras,
que desestabilizan aún más un sistema que ya presentaba un «aumento
excesivo» característico de las burbujas financieras.[48]



En la actualidad, los países ricos se encuentran en el epicentro de la
pandemia y las repercusiones financieras de COVID-19, pero la crisis
general, que incorpora sus efectos económicos y epidemiológicos, afectará
más a los países pobres. La forma en que se maneja una crisis planetaria de
este tipo se filtra en última instancia a través del sistema de clase
imperial. En marzo de 2020, el equipo de respuesta a la pandemia COVID-19
del Imperial College de Londres publicó un informe en el que se indicaba que
en un escenario mundial en el que el SARS-CoV-2 no se mitigara, sin
distanciamientos sociales ni bloqueos, morirían cuarenta millones de
personas en el mundo, con tasas de mortalidad más elevadas en los países
ricos que en los países pobres, debido a las mayores proporciones de
población mayor de 65 años, en comparación con los países pobres. En este
análisis se tuvo en cuenta, aparentemente, el mayor acceso a la atención
médica en los países ricos. Pero dejó de lado factores como la desnutrición,
la pobreza y la mayor susceptibilidad a las enfermedades infecciosas en los
países pobres. No obstante, las estimaciones del Imperial College, basadas
en estos supuestos, indicaron que en un escenario no mitigado el número de
muertes sería del orden de 15 millones en Asia Oriental y el Pacífico, 7,6
millones de personas en Asia Meridional, 3 millones de personas en América
Latina y el Caribe, 2,5 millones de personas en el África Subsahariana y 1,7
millones en el Oriente Medio y el Norte de África, en comparación con 7,2
millones en Europa y Asia Central y unos 3 millones en América del
Norte.[49]



Basando su análisis en el enfoque del Colegio Imperial, Ahmed Mushfiq
Mobarak y Zachary Barnett-Howell, de la Universidad de Yale, escribieron un
artículo para la revista especializada Foreign Policy titulado «Poor
Countries Need to Think Twice About Social Distancing» (Los países pobres
deben pensar dos veces en el distanciamiento social). En su artículo,
Mobarak y Barnett-Howell fueron muy explícitos, argumentando que «los
modelos epidemiológicos dejan claro que el costo de no intervenir en los
países ricos sería de cientos de miles a millones de muertos, un resultado
mucho peor que la más profunda recesión económica imaginable. En otras
palabras, las intervenciones de distanciamiento social y la supresión
agresiva, incluso con sus costos económicos conexos, se justifican de manera
abrumadora en las sociedades de altos ingresos», para salvar vidas. Sin
embargo, no ocurre lo mismo, sugirieron, en el caso de los países pobres, ya
que tienen relativamente pocas personas de edad avanzada en el conjunto de
su población, lo que genera, según las estimaciones del Imperial College,
sólo alrededor de la mitad de la tasa de mortalidad. Este modelo, admiten,
«no tiene en cuenta la mayor prevalencia de enfermedades crónicas,
afecciones respiratorias, contaminación y desnutrición en los países de
bajos ingresos, lo que podría aumentar las tasas de mortalidad por brotes de
coronavirus». Pero ignorando en gran medida esto en su artículo (y en un
estudio relacionado realizado a través del Department of Economics de Yale),
estos autores insisten en que sería mejor, dado el empobrecimiento y el
vasto desempleo y subempleo en estos países, que las poblaciones no
practicaran el distanciamiento social o las pruebas y la supresión
agresivas, y que pusieran sus esfuerzos en la producción económica,
manteniendo presumiblemente intactas las cadenas de suministro mundiales que
comienzan principalmente en los países con salarios bajos.[50] No cabe duda
de que la muerte de decenas de millones de personas en el Sur Global es
considerada por estos autores como una compensación razonable para el
crecimiento continuo del imperio del capital.



Como Mike Davis argumenta, el capitalismo del siglo XXI apunta a «un triaje
permanente de la humanidad… condenando a parte de la raza humana a una
eventual extinción». Él pregunta:



Pero, ¿qué sucede cuando COVID se propaga en poblaciones con un acceso
mínimo a la medicina y niveles dramáticamente más altos de mala nutrición,
problemas de salud no atendidos y sistemas inmunológicos dañados? La ventaja
de la edad valdrá mucho menos para los jóvenes pobres de los barrios
precarios de África y el Asia del Sur.



También existe la posibilidad de que la infección masiva en los barrios y
las ciudades pobres pueda cambiar el modo de infección y modificar la
naturaleza de la enfermedad. Antes de la aparición del SARS en 2003, las
epidemias de coronavirus altamente patógenos se limitaban a los animales
domésticos, sobre todo a los cerdos. Los investigadores pronto reconocieron
dos rutas diferentes de infección: fecal-oral, que atacaba el estómago y el
tejido intestinal, y respiratoria, que atacaba los pulmones. En el primer
caso, la mortalidad solía ser muy elevada, mientras que en el segundo se
producían generalmente casos más leves. Un pequeño porcentaje de los casos
positivos actuales, especialmente los de los cruceros, reportan diarrea y
vómitos, y, para citar un informe, «no se debe subestimar la posibilidad de
transmisión del SARS-CoV-2 a través de las aguas residuales, los desechos,
el agua contaminada, los sistemas de aire acondicionado y los aerosoles».



La pandemia ha llegado ahora a los barrios marginales de África y el sur de
Asia, donde la contaminación fecal se encuentra en todas partes: en el agua,
en las verduras cultivadas en casa y como polvo arrastrado por el viento.
(Sí, las tormentas de mierda son reales.) ¿Esto favorecerá la ruta entérica?
Como en el caso de los animales, ¿conducirá esto a más infecciones letales,
posiblemente en todos los grupos de edad?[51]



El argumento de Davis deja clara la inmoralidad flagrante de una posición
que dice que el distanciamiento social y la supresión agresiva del virus en
respuesta a la pandemia debería tener lugar en los países ricos y no en los
pobres. Esas estrategias epidemiológicas imperialistas son tanto más
despiadadas cuanto que toman la pobreza de las poblaciones del Sur Global,
producto del imperialismo, como justificación de un enfoque maltusiano o
darwinista social, en el que morirían millones de personas para mantener el
crecimiento de la economía mundial, principalmente en beneficio de los que
están en la cúspide del sistema. Contrasta esto con el enfoque adoptado en
la Venezuela dirigida por los socialistas, el país de América Latina con el
menor número de muertes per cápita de COVID-19, donde el distanciamiento
social organizado colectivamente y el aprovisionamiento social se combinan
con un examen personalizado ampliado para determinar quién es más
vulnerable, pruebas generalizadas y la expansión de los hospitales y la
atención de la salud, desarrollándose sobre los modelos cubano y chino.[52]



Económicamente, el Sur Global en su conjunto, aparte de los efectos directos
de la pandemia, está destinado a pagar el costo más alto. La descomposición
de las cadenas de suministro mundiales debido a la cancelación de pedidos en
el Norte Global (así como el distanciamiento social y los cierres en todo el
mundo) y la remodelación de las cadenas de productos básicos que seguirá,
dejará a países y regiones enteras devastadas.[53]



En este sentido, es crucial reconocer también que la pandemia de COVID-19 se
ha producido en medio de una guerra económica por la hegemonía mundial
desatada por la administración de Donald Trump y dirigida a China, que ha
representado alrededor del 37 por ciento de todo el crecimiento acumulado de
la economía mundial desde 2008.[54] La administración de Trump ve esto como
una guerra por otros medios. Como resultado de la guerra de aranceles,
muchas empresas estadounidenses ya habían sacado sus cadenas de suministro
de China. Levi’s, por ejemplo, ha reducido su fabricación en China del 16
por ciento en 2017 al 1-2 por ciento en 2019. Frente a la guerra de
aranceles y la pandemia de COVID-19, dos tercios de los 160 ejecutivos
encuestados en todas las industrias de los Estados Unidos han indicado
recientemente que ya se habían mudado, que planeaban mudarse o que estaban
considerando trasladar sus operaciones de China a México, donde los costos
unitarios de mano de obra son ahora comparables y donde estarían más cerca
de los mercados estadounidenses.[55] La guerra económica de Washington
contra China es actualmente tan feroz que el gobierno de Trump se negó a
bajar los aranceles sobre el equipo de protección personal, esencial para el
personal médico, hasta finales de marzo.[56] Trump, mientras tanto, nombró a
Peter Navarro, el economista a cargo de su guerra económica por la hegemonía
con China, como jefe de la Defense Production Act (Ley de Producción de
Defensa) para hacer frente a la crisis de COVID-19.



En su papel de director de la guerra comercial de Estados Unidos contra
China y como coordinador de políticas de la Defense Production Act, Navarro
ha acusado a China de introducir una «conmoción comercial» que perdió «más
de cinco millones de puestos de trabajo en la industria manufacturera y
70.000 fábricas» y «mató a decenas de miles de estadounidenses» al destruir
empleos, familias y salud. Ahora está declarando que esto ha sido seguido
por un «shock del virus de China».[57] Sobre esta base propagandística,
Navarro procedió a integrar la política estadounidense con respecto a la
pandemia en torno a la necesidad de luchar contra el llamado «virus de
China» y sacar las cadenas de suministro estadounidenses de China. Sin
embargo, dado que alrededor de un tercio de todos los productos
manufactureros intermedios mundiales se producen actualmente en China, sobre
todo en los sectores de alta tecnología, y dado que esto sigue siendo clave
para el arbitraje laboral mundial, el intento de esa reestructuración será
enormemente perturbador, en la medida en que sea realmente posible.[58]



Algunas multinacionales que habían trasladado su producción fuera de China
se enteraron con dificultad más tarde de que la decisión no las «liberaba»
de su dependencia de ella. Samsung, por ejemplo, ha empezado a transportar
componentes electrónicos desde China a sus fábricas en Viet Nam, un destino
para las empresas que están ansiosas por escapar de los aranceles de la
guerra comercial. Pero Vietnam también es vulnerable, porque dependen en
gran medida de China para los materiales o las piezas intermedias.[59] Casos
similares han ocurrido en países vecinos del sudeste asiático. China es el
mayor socio comercial de Indonesia y aproximadamente entre el 20 y el 50 por
ciento de las materias primas para las industrias del país provienen de
China. En febrero, las fábricas de Batam, Indonesia, ya tuvieron que lidiar
con materias primas de China agotándose (lo que representa el 70 por ciento
de lo que se produjo en esa región). Las empresas de allí dijeron que
consideraban la posibilidad de obtener materiales de otros países, pero «no
es exactamente fácil». Para muchas fábricas, la opción factible era «cesar
completamente las operaciones».[60] Capitalistas como Cao Dewang, el
multimillonario chino fundador de la Fuyao Glass Industry, predice el
debilitamiento del papel de China en la cadena de suministro mundial después
de la pandemia, pero concluye que, al menos a corto plazo, «es difícil
encontrar una economía que sustituya a China en la cadena de la industria
mundial», lo que plantea muchas dificultades por las «deficiencias de
infraestructura» en los países del sudeste asiático, el aumento de los
costes laborales en el Norte Global y los obstáculos que tienen que afrontar
los «países ricos» si quieren «reconstruir la fabricación doméstica».[61]



La crisis de COVID-19 no debe tratarse como el resultado de una fuerza
externa o como un acontecimiento imprevisible del «cisne negro», sino que
pertenece a un complejo de tendencias de crisis que son ampliamente
predecibles, aunque no en términos de tiempo exacto. Hoy en día, el centro
del sistema capitalista se enfrenta a un estancamiento secular en términos
de producción e inversión, que depende para su expansión y la acumulación de
riqueza por los ricos de tasas de interés históricamente bajas, altos montos
de deuda, la fuga de capital del resto del mundo y la especulación
financiera. La desigualdad de ingresos y riqueza está alcanzando niveles
para los que no existe una analogía histórica. La ruptura en la ecología
mundial ha alcanzado proporciones planetarias y está creando un entorno
planetario que ya no constituye un lugar seguro para la humanidad. Están
surgiendo nuevas pandemias sobre la base de un sistema global de capital
monopolístico-financiero que se ha convertido en el principal vector de
enfermedades. Los sistemas estatales en todas partes están retrocediendo
hacia niveles más altos de represión, ya sea bajo el manto del
neoliberalismo o del neofascismo.



La naturaleza extraordinariamente explotadora y destructiva del sistema se
pone de manifiesto en el hecho de que los trabajadores manuales de todas
partes han sido declarados trabajadores esenciales de infraestructuras
críticas (un concepto formalizado en los Estados Unidos por el Department of
Homeland Security) y se espera que lleven a cabo la producción en su mayor
parte sin equipo de protección, mientras que las clases más privilegiadas y
prescindibles se distancian socialmente.[62] Un verdadero encierro sería
mucho más extenso y requeriría el aprovisionamiento y la planificación por
parte del Estado, asegurando que toda la población estuviera protegida, en
lugar de centrarse en el rescate de los intereses financieros. Es
precisamente debido a la naturaleza de clase del distanciamiento social, así
como al acceso a los ingresos, la vivienda, los recursos y la atención
médica, que la morbilidad y la mortalidad por COVID-19 en los Estados Unidos
está cayendo principalmente en las poblaciones de color, donde las
condiciones de injusticia económica y ambiental son más severas.[63]



La producción social y el metabolismo planetario



Fundamental para el punto de vista materialista de Marx era lo que él
llamaba «la jerarquía de… necesidades».[64] Esto significaba que los seres
humanos eran seres materiales, parte del mundo natural, así como creando su
propio mundo social dentro de él. Como seres materiales tenían que
satisfacer sus necesidades materiales, primero comiendo y bebiendo,
proporcionando alimento, refugio, ropa y las condiciones básicas de una
existencia saludable, antes de perseguir sus necesidades de desarrollo
superiores, necesarias para la plena realización del potencial humano.[65]
Pero en las sociedades de clases siempre se daba el caso de que la gran
mayoría, los verdaderos productores, quedaban relegados a condiciones en las
que se veían atrapados en una lucha constante por satisfacer sus necesidades
más básicas. Esto no ha cambiado fundamentalmente. A pesar de la enorme
riqueza creada a lo largo de siglos de crecimiento, millones y millones de
personas, incluso en la sociedad capitalista más rica, permanecen en
condiciones precarias en relación con aspectos básicos como la seguridad
alimentaria, la vivienda, el agua potable, la atención de la salud y el
transporte -en condiciones en las que tres multimillonarios de los Estados
Unidos poseen tanta riqueza como la baja mitad de la población-.



Mientras tanto, los entornos locales y regionales se han puesto en peligro
-al igual que todos los ecosistemas del mundo y el propio Sistema de la
Tierra como un lugar seguro para la humanidad-. El énfasis en las
«eficiencias de costos» globales (un eufemismo para la mano de obra barata y
la tierra barata) ha llevado al capital multinacional a crear un complejo
sistema de cadenas de productos globales, diseñadas en cada punto para
maximizar la sobre/súperexplotación de la mano de obra a nivel mundial, y a
la vez convertir el mundo entero en un mercado de bienes raíces, en gran
parte como un campo para la operación de la agroindustria. El resultado ha
sido un vasto drenaje de los excedentes de la periferia del sistema global y
un saqueo de los bienes comunes planetarios. En el estrecho sistema de
contabilidad de valores empleado por el capital, la mayor parte de la
existencia material, incluido todo el sistema terrestre y las condiciones
sociales de los seres humanos, en la medida en que éstos no entran en el
mercado, se consideran externalidades, que deben ser robadas y despojadas en
aras de la acumulación de capital. Lo que ha sido erróneamente caracterizado
como «la tragedia de los bienes comunes» se entiende mejor, como Guy
Standing ha señalado en Plunder of the Commons, como «la tragedia de la
privatización». Hoy en día, la famosa Paradoja de Lauderdale, introducida
por el Conde de Lauderdale a principios del siglo XIX, en la que se destruye
la riqueza pública para aumentar la privada, tiene a todo el planeta como
campo de operación.[66]



Los circuitos de capital del imperialismo tardío han llevado estas
tendencias a su máxima extensión, generando una crisis ecológica planetaria
de rápido desarrollo que amenaza con engullir a la civilización humana tal
como la conocemos; una tormenta perfecta de catástrofe. Esto se suma a un
sistema de acumulación que está divorciado de cualquier ordenamiento
racional de las necesidades de la población independiente del nexo del
dinero.[67] La acumulación y la acumulación de riqueza en general dependen
cada vez más de la proliferación de desperdicios de todo tipo. En medio de
este desastre, ha surgido una nueva Guerra Fría y una creciente probabilidad
de destrucción termonuclear, con un Estados Unidos cada vez más inestable y
agresivo a la cabeza. Esto ha llevado al Boletín de Científicos Atómicos a
mover su famoso reloj del día del juicio final a 100 segundos para la
medianoche, el más cercano a la medianoche desde que el reloj comenzó en
1947.[68]



La pandemia COVID-19 y la amenaza de pandemias crecientes y más mortíferas
es producto de este mismo desarrollo tardo-imperialista. Las cadenas de
explotación y expropiación global han desestabilizado no sólo las ecologías
sino también las relaciones entre las especies, creando un brebaje tóxico de
patógenos. Todo esto puede considerarse como el resultado de la introducción
de la agroindustria con sus monocultivos genéticos; la destrucción masiva de
los ecosistemas que implica la mezcla incontrolada de especies; y un sistema
de valorización global basado en el tratamiento de la tierra, los cuerpos,
las especies y los ecosistemas como tantos «dones gratuitos» a ser
expropiados, independientemente de los límites naturales y sociales.



Los nuevos virus tampoco son el único problema de salud mundial emergente.
El uso excesivo de antibióticos en la agroindustria, así como en la medicina
moderna, ha dado lugar al peligroso crecimiento de súper bacterias que
generan cada vez más muertes, que para mediados de siglo podrían superar las
muertes anuales por cáncer, e inducen a la Organización Mundial de la Salud
a declarar una «emergencia sanitaria mundial».[69] Dado que las enfermedades
contagiosas, debido a las condiciones desiguales de la sociedad de clases
capitalista, caen con mayor fuerza sobre la clase obrera y los pobres, y
sobre las poblaciones de la periferia, el sistema que genera tales
enfermedades en la búsqueda de la riqueza cuantitativa puede ser acusado,
como lo hicieron Engels y los Cartistas en el siglo XIX, de asesinato
social. Como han sugerido los revolucionarios desarrollos en epidemiología
representados por One Health y Structural One Health, la etiología de las
nuevas pandemias puede rastrearse hasta el problema general de la
destrucción ecológica provocada por el capitalismo.



Aquí, la necesidad de una «reconstitución revolucionaria de la sociedad en
general» vuelve a surgir, como tantas veces en el pasado.[70] La lógica del
desarrollo histórico contemporáneo apunta a la necesidad de un sistema de
reproducción metabólica social más comunal-común, en el que los productores
asociados regulen racionalmente su metabolismo social con la naturaleza, de
manera que se promueva el libre desarrollo de cada uno como base del libre
desarrollo de todos, conservando al mismo tiempo la energía y el medio
ambiente.[71] El futuro de la humanidad en el siglo XXI no está en la
dirección del aumento de la explotación/expropiación económica y ecológica,
el imperialismo y la guerra. Más bien, lo que Marx llamó «libertad en
general» y la preservación de un «metabolismo planetario» viable son las
necesidades más apremiantes hoy en día para determinar el presente y el
futuro de la humanidad, e incluso la supervivencia humana.[72]



* John Bellamy Foster es editor de Monthly Review y profesor de sociología
en la University of Oregon. Es el autor, más recientemente, de The Robbery
of Nature: Capitalism and the Ecological Rift (con Brett Clark) y The Return
of Nature: Socialism and Ecology -ambos publicados por Monthly Review Press
en 2020-. Intan Suwandi es profesor asistente de sociología en la Illinois
State University y autor de Value Chains: The New Economic Imperialism
(Monthly Review Press, 2019). Agradecen a Fred Magdoff por sus invaluables
comentarios.



Notas



1. See John Bellamy Foster, “Late Imperialism,” Monthly Review 71, no. 3
(July–August 2019): 1–19; Samir Amin, Modern Imperialism, Monopoly Finance
Capital, and Marx’s Law of Value (New York: Monthly Review Press, 2018).

2. On the global labor arbitrage and commodity chains, see Intan Suwandi,
Value Chains (New York: Monthly Review Press, 2019), 32–33, 53–54. Our
statistical analysis of unit labor costs was done collaboratively with R.
Jamil Jonna, also published as “Global Commodity Chains and the New
Imperialism,” Monthly Review 70, no. 10 (March 2019): 1–24. On the global
land arbitrage, see Eric Holt-Giménez, A Foodie’s Guide to Capitalism (New
York: Monthly Review Press, 2017), 102–4.

3. Evan Tarver, “Value Chain vs. Supply Chain,” Investopedia, March 24,
2020.

4. Karl Marx, “The Value Form,” Capital and Class 2, no. 1 (1978): 134; Karl
Marx and Frederick Engels, Collected Works, vol. 36 (New York: International
Publishers, 1996), 63. See also Karl Marx, Capital, vol. 1 (London: Penguin,
1976), 156, 215; Marx, Capital, vol. 2 (London: Penguin, 1978), 136–37.

5. Rudolf Hilferding, Finance Capital (London: Routledge, 1981), 60

6. Terence Hopkins and Immanuel Wallerstein, “Commodity Chains in the World
Economy Prior to 1800,” Review 10, no. 1 (1986): 157–70.

7.  Marx, Capital, vol. 1, 638.

8. Karl Marx, Capital, vol. 3 (London: Penguin, 1981), 949–50; Marx,
Capital, vol. 1, 348–49.

9.  Robert G. Wallace, Luke Bergmann, Richard Kock, Marius Gilbert, Lenny
Hogerwerf, Rodrick Wallace, and Mollie Holmberg, “The Dawn of Structural One
Health: A New Science Tracking Disease Emergence Along Circuits of Capital,”
Social Science and Medicine 129 (2015): 68–77; Rob [Robert G.] Wallace, “We
Need a Structural One Health,” Farming Pathogens, August 3, 2012; J.
Zinsstag, “Convergence of EcoHealth and One Health,” Ecohealth 9, no. 4
(2012): 371–73; Victor Galaz, Melissa Leach, Ian Scoones, and Christian
Stein, “The Political Economy of One Health,” STEPS Centre, Political
Economy of Knowledge and Policy Working Paper Series (2015).

10.Rodrick Wallace, Luis Fernando Chavez, Luke R. Bergmann, Constância
Ayres, Lenny Hogerwerf, Richard Kock, and Robert G. Wallace, Clear-Cutting
Disease Control: Capital-Led Deforestation, Public Health Austerity, and
Vector-Borne Infection (Cham, Switzerland: Springer, 2018), 2.

11.  Wallace et al., “The Dawn of Structural One Health,” 70–72; Wallace,
“We Need a Structural One Health”; Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando
Chaves, and Rodrick Wallace, “COVID-19 and Circuits of Capital,” Monthly
Review 72, no.1 (May 2020): 12; István Mészáros, Beyond Capital (New York:
Monthly Review Press, 1995); Richard Levins and Richard Lewontin, The
Dialectical Biologist (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1985).

12.  Rob Wallace, Big Farms Make Big Flu (New York: Monthly Review Press,
2016), 60–61, 118, 120–21, 217–19, 236, 332; Rob Wallace, “Notes on a Novel
Coronavirus,” MR Online, January 29, 2020. On the Lauderdale Paradox, see
John Bellamy Foster, Brett Clark, and Richard York, The Ecological Rift (New
York: Monthly Review Press, 2010), 53–72.

13.  See John Bellamy Foster, The Return of Nature (New York: Monthly Review
Press, 2020), 61-64, 172-204; Frederick Engels, The Condition of the Working
Class in England (Chicago: Academy Chicago, 1984); E. Ray Lankester, The
Kingdom of Man (New York: Henry Holt, 1911), 31–33, 159–91; Richard Levins,
“Is Capitalism a Disease?,” Monthly Review 52, no. 4 (September 2000): 8–33.
See also Howard Waitzkin, The Second Sickness (New York: Free Press, 1983).

14. Wallace, Big Farms Make Big Flu, 53.

15. Wallace, Big Farms Make Big Flu, 49.

16. Wallace, Big Farms Make Big Flu, 33–34.

17. Wallace, Big Farms Make Big Flu, 81.

18. Mathilde Paul, Virginie Baritaux, Sirichai Wongnarkpet, Chaitep
Poolkhet, Weerapong Thanapongtharm, François Roger, Pascal Bonnet, and
Christian Ducrot, “Practices Associated with Highly Pathogenic Avian
Influenza Spread in Traditional Poultry Marketing Chains,” Acta Tropica 126
(2013): 43–53.

19. Wallace, Big Farms Make Big Flu, 306; Wallace et al., “The Dawn of
Structural One Health,” 69, 71, 73.

20. Wallace et al., “COVID-19 and Circuits of Capital,” 11.

21. Holt-Giménez, A Foodie’s Guide to Capitalism, 102–5.

22. Philip McMichael, “Feeding the World,” in Socialist Register 2007:
Coming to Terms with Nature, ed. Leo Panitch and Colin Leys (New York:
Monthly Review Press, 2007), 180.

23. Farshad Araghi, “The Great Global Enclosure of Our Times,” in Hungry for
Profit, ed. Fred Magdoff, John Bellamy Foster, and Fredrick H. Buttel (New
York: Monthly Review Press, 2000), 145–60.

24. Wallace et. al., “COVID-19 and Circuits of Capital,” 6; Mike Davis,
Planet of Slums (London: Verso, 2016); Mike Davis interviewed by Mada Masr,
“Mike Davis on Pandemics, Super-Capitalism, and the Struggles of Tomorrow,”
Mada Masr, March 30, 2020.

25. Wallace, Big Farms Make Big Flu, 61. On the significance of the concepts
of the residual and residues for dialectics, see J. D. Bernal, “Dialectical
Materialism,” in Aspects of Dialectical Materialism, ed. Hyman Levy et. al
(London: Watts and Co., 1934), 103–4; Henri Lefebvre, Metaphilosophy
(London: Verso, 2016), 299–300.

26. Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works, vol. 25 (New York:
International Publishers, 1975), 460–61; Lankester, The Kingdom of Man, 159.

27. Matt Leonard, “What Procurement Managers Should Expect from a Bullwhip
on Crack,” Supply Chain Dive, March 26, 2020.

28. On time-based competition and just-in-time production, see “What Is
Time-Based Competition,” Boston Consulting Group.

29. Suwandi, Value Chains, 59–61; John Smith, Imperialism in the
Twenty-First Century (New York: Monthly Review Press, 2016).

30. Walden Bello, “Coronavirus and the Death of ‘Connectivity,’” Foreign
Policy in Focus, March 22, 2010; “Annual Growth in Global Air Traffic
Passenger Demand from 2006 to 2020,” Statista, accessed April 22, 2020.

31. Shannon K. O’Neil, “How to Pandemic Proof Globalization,” Foreign
Affairs, April 1, 2020.

32. Stefano Feltri, “Why Coronavirus Triggered the First Global Supply Chain
Crisis,” Pro-Market, March 5, 2020.

33. Elisabeth Braw, “Blindsided on the Supply Side,” Foreign Policy, March
4, 2020.

34. Francisco Betti and Per Kristian Hong, “Coronavirus Is Disrupting Global
Value Chains. Here’s How Companies Can Respond,” World Economic Forum,
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35. Braw, “Blindsided on the Supply Side”; Thomas Y. Choi, Dale Rogers, and
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