China/ Testimonio. Uigures: represión masiva, violaciones, trabajos forzados [Laurence Defranoux]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jul 24 23:26:00 UYT 2020


  _____

Correspondencia de Prensa

24 de julio 2020

 <https://correspondenciadeprensa.com/> https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

  _____



China



Uigures:  "Me obligaron a acostarme y a abrirme de piernas, y me pusieron un
DIU"



Tras la publicación de un informe sobre las esterilizaciones forzadas
realizadas en China, Libération entrevistó a una docente uigur exiliada en
Europa, víctima de estos métodos, que relata su experiencia en los campos de
"reeducación". Arrestos masivos, torturas, violaciones, trabajos
forzados...su testimonio inédito da cuenta del giro totalitario y genocida
en la política de asimilación practicada por el Partido Comunista.



Laurence Defranoux

A l’encontre, 21-7-2020

http://alencontre.org/asie/Testimonio

Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa



"En Urumqi (la capital de Xinjiang o Sinkiang), todas las mujeres de mi
barrio de entre 18 y 50 años fueron convocadas el 18 de julio de 2017 para
un 'examen gratuito' obligatorio. Ya a las 8 de la mañana, la cola era muy
larga delante del hospital. Cuando me tocó a mí, no hubo ningún examen o
entrevista ginecológica. Me obligaron a acostarme y a abrir las piernas, y
me pusieron un DIU. Fue terriblemente violento. Lloraba, me sentía
humillada, abusada sexual y mentalmente. Pero yo estaba trabajando en uno de
los campos (de “reeducación” para uigures), sabía lo que me pasaría si me
negaba. Había algunas muchachas muy jóvenes. No vi ni una sola Han (el grupo
étnico mayoritario en China)". Qelbinur Sidik Beg tenía entonces 48 años y
una hija única cursando estudios de biología médica en Europa. En su caso,
el hecho de tener un segundo hijo no sería ilegal, ya que la China abandonó
la política del hijo único hace cuatro años y además, las minorías de la
provincia de Xinjiang tenían derecho a tener tres hijos hasta el año 2016.
Pero Qelbinur Sidik Beg pertenece a la etnia uigur, unos 11 millones de
musulmanes de habla turca, perseguidos por el régimen "comunista".



Nos encontramos con Qelbinur Sidik Beg el 14 de julio, en un país europeo
cuyo nombre prefiere no mencionar. Con peinado impecable, pelo negro
azabache y muy pocas canas, con una camiseta rosa muy llamativa, nos mostró
en su teléfono la convocatoria que recibió para la visita de control anual
de ese 18 de julio: "Todas las mujeres de 18 a 59 años (el límite de edad es
extendido cada año) deben presentarse. Si no coopera, será castigada".
También nos explicó que ahora, si una mujer uigur quiere tener un hijo, debe
obtener tres autorizaciones: de la policía, de su patrón y finalmente del
municipio.



"A escondidas"



La vida de esta egresada de la Universidad de Urumqi, especializada en
civilización china, profesora en escuela primaria proveniente de una familia
influyente, cambió completamente el 1 de marzo de 2017, cuando fue reclutada
como profesora en un campo de "reeducación política", al inicio de la
campaña de detención masiva de uigures dirigida al más alto nivel desde
Beijing. Condiciones de detención inhumanas, violaciones, torturas, métodos
para evitar los nacimientos, una misión educativa absurda... Su testimonio,
inédito y muy detallado, confirma todas las informaciones que hemos podido
recoger durante los tres últimos años entre los pocos detenidos liberados o
gracias a sus familias, así como los informes e investigaciones realizados
por los periodistas e investigadores a pesar de la capa de plomo que el
Partido Comunista Chino ha desplegado en toda la región. Un testimonio
valioso porque revela desde el interior un sistema carcelario extrajudicial
e increíblemente violento, dirigido contra un grupo étnico-racial con el
pretexto de la "formación profesional" y de lucha contra el terrorismo.



Qelbinur Sidik Beg nació en 1969 en Urumqi, la capital regional situada a
3.000 kilómetros de Beijing, en una familia de seis hijos. Xinjiang, que los
uigures llaman "Turquestán Oriental", es una enorme región semidesértica
situada en la encrucijada de las rutas comerciales de Asia Central y poblada
por grupos étnicos mayoritariamente musulmanes: Uigures, kazakos, kirguises,
uzbekos, tayikos... Hasta la década de 1990, y pese a la anexión de la
región por la China "comunista" en 1949, la cultura ancestral, intelectual y
artística local era omnipresente. El idioma principal es el uigur, que se
escribe utilizando el alfabeto árabe, y el chino sólo se aprende en la
escuela secundaria. "Teníamos vecinos Han y musulmanes, jugábamos juntos, no
había odio. Mis hermanos y hermanas son todos egresados universitarios, son
policías, funcionarios de alto rango, o se dedican a negocios prósperos. Me
consideraba como ciudadana china, pensaba que el gobierno hacía cosas
positivas en cuanto al desarrollo rural y a la educación", recuerda Qelbinur
Sidik Beg.



La primera sorpresa se produjo en 2004, cuando su escuela uigur recibió la
orden de convertirse en "bilingüe" chino e inglés. Luego, después de los
enfrentamientos de 2009 en Urumqi y de los atentados atribuidos a los
islamistas uigures y a los independentistas, la campaña de colonización
interna de Pekín se intensificó aún más. "La discriminación y el racismo
eran cada vez más fuertes, y el control de las prácticas religiosas se hizo
más estricto. Mi madre rezaba a escondidas. Durante el Ramadán, el director
de mi escuela nos preparaba comidas y bebidas, una manera de identificar a
los sospechosos".



En 2016, la región de Xinjiang pasó a ser gobernada por Chen Quanguo,
secretario del Partido Comunista local, que anteriormente había operado en
el Tíbet. Bajo el pretexto de la lucha contra los "tres demonios" (es decir,
el extremismo, el separatismo y el terrorismo), la asimilación forzada tomó
un cariz totalitario. "Empezaron a arrestar gente por la noche. En mi
edificio, los vecinos del primero, segundo y cuarto piso desaparecieron uno
tras otro, y pusieron un cartel de "no entrar" en sus puertas. En la
escuela, mis alumnos lloraban, preguntando por qué les habían llevado a su
madre. Todas las noches me acostaba completamente vestida, porque no quería
que me llevaran en pijama."



El 28 de febrero de 2017, Qelbinur Sidik Beg fue convocada al municipio.
Dado que era responsable en la gestión de los recursos humanos y de las
bases de datos, la convocatoria no la sorprendió. Había allí otros siete
profesores, seis hans y un uigur. Tres funcionarios les dijeron que "el
gobierno había reagrupado a los incultos" y que ellos habían sido
seleccionados para educarlos. "Desde 2016, teníamos que pasar exámenes para
comprobar nuestras destrezas, nuestro perfil personal y el de nuestras
familias. Me dije a mí misma que esa responsabilidad era el fruto de los
exámenes." La profesora firmó varios formularios, y en uno de ellos se
comprometía a no decírselo a nadie, de lo contrario "toda su familia sería
castigada".



Ya en 2014, una de sus colegas, originaria de un distrito rural, le había
hablado de un campo de reeducación que se había abierto cerca de Aksou, a
1000 km al sur de Urumqi. "En realidad, no le había prestado mucha
atención", dijo Qelbinur Sidik Beg. Luego, en 2016, la misma mujer le dijo,
impotente, que su padre, el director de la escuela, su madre y sus tres
hermanos habían sido arrestados por la policía. "A cada uno de ellos, la
policía les decía: 'Rezaste, vas tener 10 años de cárcel'. Lees el Corán, 8
años."



"Cadenas"



Su compañera de trabajo le contó también que ciertas mujeres habían sido
convocadas en grupos para ligarles las trompas. "Pensábamos que esas cosas
sólo podían ocurrir en el sur, que la capital nunca se vería afectada",
recuerda Qelbinur Sidik Beg. En Xinjiang, un verdadero abismo de
civilizaciones separa a la población urbana de la rural, y hablar mandarín
es una ventaja importante para el futuro profesional. La maestra aceptó la
misión que las autoridades le habían encomendado  y fue entonces a una
reunión secreta fijada para el 1 de marzo, a las 7 de la mañana. "Tenía que
ir a una parada de autobús y llamar a un policía para que pasara a
recogerme. Fuimos hasta un edificio de cuatro pisos en las afueras, detrás
de una montaña. Estaba rodeado de muros y alambre de púas. Entramos por una
puerta eléctrica metálica. Había policías armados y unos diez empleados,
administrativos, enfermeras, profesores, directores. Me llevaron a una sala
de control. Un empleado gritó: "¡La clase va a empezar!" En las pantallas de
control, pude ver diez celdas, con diez personas en cada una de ellas".
Qelbinur Sidik Beg nos muestra la pequeña habitación del centro que acoge a
quienes piden asilo, donde estamos conversando con ella y en la que hay
apenas lugar para dos literas, una cama individual y una mesita. "Las celdas
eran de este tamaño. Estaban en una oscuridad total, las ventanas estaban
bloqueadas con placas de metal. No había camas, sólo mantas en el suelo. En
total, había 97 prisioneros. Habían sido encerrados el 14 de febrero...
Conservaban aún el pelo y la barba. Siete de ellos eran mujeres, tres de
ellas muy mayores".



Durante nuestra entrevista, Qelbinur Sidik Beg se expresa con un lujo de
detalles, mima las escenas, escoge sus palabras. A menudo, llora. A veces
sale de la habitación para recuperar fuerzas, profundamente traumatizada por
el papel de cómplice que le impusieron los verdugos. "Los alumnos entraron
en el aula de diez en diez. Llevaban cadenas en los pies y en las manos. Una
vez que todos estuvieron sentados en sillas de plástico, sin mesa, me
hicieron entrar. Había muchos hombres de más de 70 años con barbas largas a
los que, normalmente, debo demostrarles respeto. Pero se mantuvieron con la
cabeza gacha. Algunos lloraban. Dije: Salam aleikum (Saludo en árabe pero
utilizado por los musulmanes del mundo entero, N. de T.). Nadie me contestó.
Me di cuenta de que había dicho algo que estaba terriblemente prohibido."
Miró las ocho cámaras de vigilancia y siguió hablando: "Me presenté y les
dije: 'Estoy aquí para enseñarles a hablar chino en Pinyin (transcripción
fonética del mandarín, N. de T.)'. Escribí A, B, C, D... en el pizarrón,
rezando para salir viva de ese infierno. Y ellos repetían: A, B, C, D..."



Al cabo de dos horas, Qelbinur Sidik Beg pidió un descanso para ir a buscar
agua. Todavía hoy, sigue usando la misma cantimplora, que mira por momentos
con horror. Una botella Hello Kitty, una botella azul turquesa translúcida
con corazones y personajes alegres, testigo silencioso de la escena
infernal. A la hora del almuerzo, ayudó a repartir la comida a los
"alumnos": "Pusimos la 'sopa de arroz' en tazones, pero yo no veía nada de
arroz, sólo agua caliente. Cada cual tenía derecho a un momo (ravioles al
vapor). En una celda de ancianos, puse dos momos, a escondidas, en lugar de
uno. Después de la comida, un policía llegó diciendo: 'Han desaparecido dos
momos'. Estaba aterrorizada. Una empleada dijo que se había equivocado al
contar. Fui a la tetera para servirme una taza de té, mis compañeros de
trabajo se apresuraron: 'No, no bebas, es el agua de los prisioneros, no la
hacen hervir suficientemente'. Fue el día más largo de mi vida".



Gritos de dolor



Qelbinur Sidik Beg tenía un contrato de seis meses. Durante las tres
primeras semanas, se fue familiarizando con sus 97 alumnos. No tenían
nombres, sólo un número impreso en sus camisas naranjas. "Tuve un estudiante
que era muy bien parecido, muy inteligente. Una de las empleadas uigures lo
conocía. Se llamaba Selim (nombre cambiado), era uno de los hombres más
ricos de Urumqi antes de que su fortuna fuera congelada por el Estado. Todos
los días me imploraba: "Maestra, déjeme ver la luz del sol unos minutos
más", porque en las ventanas de mi aula habían dejado un espacio de 20 cm.
Un día desapareció. Tenía presión arterial alta y murió de una hemorragia
cerebral. Había otro chico con el que se había encariñado. "Era muy activo,
daba todo de sí en clase pensando que así podría salir de ahí más rápido. Se
enfermó, una infección que se agravó. Cuando por fin lo llevaron al
hospital, murió antes de llegar". Él y Selim murieron durante las tres
primeras semanas. "Cada día tenía menos estudiantes. Al principio, estaban
en buena salud. Los vi debilitarse. Algunos ya no podían ni siquiera
caminar".



El 20 de marzo, un grupo de recién llegados, sin pelo y afeitados, ocupó
todo el primer piso del campamento. "Los primeros reclusos eran en su
mayoría religiosos practicantes, muchos de ellos eran ancianos. Vi llegar a
intelectuales, hombres de negocios o estudiantes cuyo único delito había
sido el de haber consultado Facebook, prohibido en China". En ese momento,
su misión educativa ya no tenía sentido. "Hablaban muy bien el chino. Así
que les di canciones comunistas y el himno nacional y recitábamos juntos. La
puerta por la que pasaban estaba entreabierta y bloqueada por una cadena
horizontal. Para entrar, tenían que arrastrarse o avanzar en cuatro patas.
Yo los miraba a los ojos, era horrible. Y cada hora, me enviaban otros 100".
Los prisioneros tienen derecho a ir al baño tres veces al día, a una hora
fija, y a una ducha al mes, limitada a quince minutos.



Pasaban las semanas. Ella no le contaba a nadie el infierno en el que
estaba, excepto a su marido, a quien le contó todo durante una noche entera.
"Incluso mi barrio se convirtió en una prisión al aire libre. Vi a unos
policías abalanzarse sobre cinco mujeres que estaban charlando en la acera y
llevarse a dos de ellas con una bolsa negra en la cabeza. Los vi revisar el
teléfono de un chico de secundaria, luego tiraron el teléfono al suelo y se
lo llevaron". Porque ahora en Xinjiang, tener WhatsApp o un contacto en el
extranjero es suficiente para ser arrestado. "Mi vecino, un comerciante, le
pidió a un amigo chino que llamara a su hijo que trabajaba en Kirguistán
para rogarle que no volviera a casa. En la noche, cinco policías fueron a su
casa y lo esposaron, gritando: "Llamaste al extranjero, es un gran crimen".
Era el mes de mayo de 2017. Su amigo chino fue liberado después de tres
meses, pero mi vecino no volvió nunca más".



Seguían llegando nuevos internos al campo en el que ella trabajaba. "Al cabo
de seis meses, había quizás más de 3.000 presos. Eran 50 o 60 por celda, y
se turnaban para dormir en el suelo. Cada día, dos, tres, a veces hasta
siete personas eran convocadas, en un momento dado. La sala de torturas
estaba en el sótano. Los gritos se propagaban por todo el edificio, los oía
cuando almorzaba, a veces cuando estaba en clase." Qelbinur Sidik Beg
conocía a una de las mujeres policías del campamento, cuyo hijo había sido
alumno suyo en la escuela primaria, la que le daba discretamente algunas
informaciones. "Me explicó que hay cuatro tipos de tortura eléctrica: la
silla, el guante, el casco y la violación anal con un palo".



En septiembre de 2017, al final de su contrato, Qelbinur Sidik Beg fue
nombrada en otro campo, también en Urumqi, pero reservado para las mujeres.
"Era un edificio ordinario de seis pisos en medio de la ciudad. En la
fachada, un cartel con letras grandes decía: "Residencia de ancianos". Era
enorme. Había unas 10.000 mujeres con la cabeza rapada, de las cuales sólo
unas 60 tenían más de 60 años. La mayoría de ellas eran jóvenes, guapas,
bien educadas. Estas mujeres habían sido internadas porque habían estudiado
en el extranjero, en Corea, Australia, Turquía, Egipto, Europa o los Estados
Unidos. Tenían un gran bagaje intelectual, hablaban varios idiomas. Habían
sido arrestadas cuando volvieron a ver a sus familias. Temblaba por mi hija.
Había decidido suicidarme si la  China la obligaba a volver". Las reclusas
no tenían baño, sólo un balde cambiado una vez por semana. Como en el primer
campo, cada prisionera tenía sólo un minuto por la mañana para lavarse la
cara y una ducha por mes. "Los olores eran insoportables. Muchas se
enfermaban por la falta de higiene".



Todos los lunes, las 10.000 prisioneras hacían cola en la enfermería. Una
enfermera les daba una inyección intravenosa, la otra les tomaba una muestra
de sangre y les daba una píldora blanca. Una enfermera, "que era bastante
amable", le explicó a Qelbinur Sidik Beg que necesitaban calcio porque
vivían en la oscuridad, que la muestra de sangre era para detectar
enfermedades contagiosas y que la píldora era para ayudarlas a dormir. "Yo
me preguntaba: ¿Por qué tanto calcio?" Una vez, cuando iba subiendo a mi
clase en el primer piso, me encontré con una mujer policía que llevaba el
cuerpo de una estudiante. Éramos las únicas dos empleadas uigures,
hablábamos en el patio, en los lugares en los que no había cámaras de
vigilancia. Me dijo: "Los tratamientos son para el control de la natalidad.
Les damos anticonceptivos, e incluso hay anticonceptivos en los momos". Pero
esta estudiante seguía menstruando y murió de una hemorragia. No hables
nunca de esto".



En el primer campamento, la mayoría de los empleados pertenecían a minorías
étnicas, pero Qelbinur Sidik Beg dice que en el campamento de mujeres, todos
los responsables eran hombres Han. "Una chica de unos 20 años fue llamada
para una 'entrevista' durante mi clase. La trajeron de vuelta al cabo de dos
horas. Estaba tan dolorida que ya no podía sentarse. El policía le gritó y
se la llevó de nuevo. Nunca la volví a ver. La policía me explicó que todos
los días, los oficiales llevaban a cuatro o cinco chicas para violarlas en
grupo, a veces con porras eléctricas insertadas en la vagina y el ano".



Acoso



En noviembre de 2017, Qelbinur Sidik Beg comenzó a sangrar de manera
abundante. "Ya no podía soportar lo que veía en los campos, ese horror
diario del que no podía hablar. Mi marido me dijo que fuera al hospital". Su
superior vino a verla ese mismo día, y le preguntó si podía encontrarle un
suplente. Ella recomendó a un colega. "Estuve internada durante un mes.
Nunca volví al campo. En diciembre de 2017, una oleada de jóvenes detenidos
fueron liberados en Urumqi. Algunos habían sido torturados con tanta saña
que tuvieron que amputarles un brazo o una pierna. Otros se habían vuelto
locos".



Después de las vacaciones de invierno, en febrero de 2018, volvió a su
trabajo en la escuela primaria. El martes siguiente, fue relevada de todas
sus responsabilidades. "Había trabajado con esmero durante veintiocho años,
sacrificando mis fines de semana. Antes, pensábamos que el gobierno chino
era nuestro gobierno, que bastaba con respetar la ley. Pero de hecho, cuando
eres uigur, todo lo que haces es inútil. En la escuela había alrededor de
100 empleados, los otros 11 uigures fueron también despedidos. El 16 de
abril de 2018, nos hicieron firmar unos documentos para jubilarnos. No tenía
la edad suficiente, pero no había forma de negarse a hacerlo".



Sin trabajo y débil todavía, solicitó que le devolvieran su pasaporte (en
Xinjiang, los pasaportes son confiscados por la policía) para ir a ver a su
hija que se iba a casar en Europa. A último momento, le prohibieron salir
del país. Dos días después de la fecha de la boda, fue interrogada por la
policía durante cinco días. "Me decían que mi hija participaba en
manifestaciones prohibidas. Yo decía que no. Me mostraron su perfil de
Facebook y la prueba de que había visto un video prohibido". Le exigieron a
su hija que les diera informaciones acerca de su vida en Europa, sus datos y
dirección así como la dirección de su universidad. Como muchos otros
estudiantes uigures en el extranjero que son acosados por las autoridades
chinas, su hija les envió los documentos solicitados.



De los 600 habitantes uigures del edificio en el que vivía Qelbinur Sidik
Beg, 190 desaparecieron en dos años. El primer piso y luego el segundo,
fueron ocupados por inmigrantes internos chinos. En 2019, Qelbinur Sidik Beg
empezó a sangrar de nuevo y gracias a la intervención de un primo suyo, que
era jefe de un hospital, le quitaron clandestinamente el dispositivo
intrauterino, un delito castigado con pena de cárcel. Gracias a sus
relaciones, obtuvo finalmente el permiso para salir de China por razones
médicas. "Tuve que ir a 23 administraciones diferentes. Cada vez tenía que
comprometerme a volver después de un mes, de lo contrario mi pensión sería
suprimida. La Unión Europea me dio una visa de tres meses. Mi marido también
tiene un visado, pero las autoridades le exigieron que se quedara en China
mientras que yo estuviera en el extranjero".



Cuando llegó a Europa en octubre, estaba deprimida, exhausta. "No hablaba
con nadie, temía por mi familia, que torturaran a mi marido." Él le aconsejó
que se quedara con su hija un tiempo más, ya que tenía una visa de tres
meses. A las autoridades chinas que la acosaban, les decía que estaba
hospitalizada. "Luego vino el Covid-19, y no podía volver a casa.
Finalmente, decidí levantar la cabeza y luchar por mi pueblo. El gobierno
chino no sabe aún que no volveré y que pedí asilo político. Tampoco lo sabe
mi marido."



Artículo publicado en Libération, 20-7-2020: https://www.liberation.fr/

  _____





--
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20200724/77fa28c4/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa