Análisis/ Leña al fuego en América del Sur. Una realidad potencialmente explosiva [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Jun 1 00:36:05 UYT 2020





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Correspondencia de Prensa

1° de junio 2020

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Análisis



Un escenario de fragmentación e incertidumbre



Leña al fuego en América del Sur



América Latina se está convirtiendo en el nuevo epicentro de la pandemia. La
llegada del coronavirus a los barrios marginales de la región amenaza con
avivar los problemas políticos, económicos y sociales preexistentes. Con los
matices propios de cada país, la crisis sanitaria podría pronto derivar en
una realidad tan inestable como explosiva.



Pablo Stefanoni *

Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, junio 2020

https://www.eldiplo.org/



¿América del Sur se encamina hacia una “nueva normalidad” o la pandemia de
COVID-19 es solo un paréntesis trágico en su “normalidad de siempre”? ¿Habrá
efectos sociopolíticos de envergadura o solo consecuencias políticas de
corto plazo? Es pronto para saberlo, pero una mirada a la región muestra que
la lucha contra la pandemia está atravesada por los problemas de siempre y
las dificultades de siempre para enfrentarlos: sistemas sanitarios
erosionados y muy desiguales de país a país, altísima informalidad laboral,
hacinamiento, capacidades estatales insuficientes, falta de respuestas a
escala regional y creciente irrelevancia internacional. Según afirman
funcionarios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), América Latina se
está transformando en un nuevo epicentro de la pandemia.



Como respuesta al COVID-19, los gobiernos decidieron aplicar confinamientos
–con diferentes dosis de militarización–, ayudas sociales –incluyendo en
algunos casos protoingresos básicos temporales–, auxilio a negocios y
empresas, y esfuerzos improvisados para poner al día los hospitales y
lugares de internación de casos testados positivos.



A diferencia de Europa, podría decirse que el dilema sudamericano no es
estrictamente entre salud y economía, sino entre salud y estallidos
sociales. Se avecina un escenario aun peor del que antecedió a la pandemia,
que ya era poco auspicioso: la Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL) prevé una contracción del 5,3% del PIB regional y el Fondo
Monetario Internacional (FMI) habla de una nueva “década perdida”. A esto se
suma, como consecuencia directa, un fuerte aumento del desempleo y de la
desigualdad (1). Para complicar el panorama, la mayoría de los presidentes
están lejos de contar con bases sociales de apoyo sólidas para enfrentar
nuevos ciclos de inestabilidad política que, al menos hasta ahora, la
pandemia había cancelado o al menos postergado, como en Chile, Bolivia o
Colombia.



Las periferias de las grandes ciudades son territorios potencialmente
explosivos. En estos densos espacios populares, la consigna “quedate en
casa” choca contra las realidades cotidianas, no solo porque las familias
ampliadas viven hacinadas y necesitan conseguir ingresos sino porque muchas
de las cosas básicas que las clases medias hacen en su casa, como comer o
acceder al agua, a menudo deben realizarse en espacios comunes por falta de
recursos. Por eso, aunque de manera tardía, en el caso de las villas de
emergencia en Argentina, el “quedate en casa” fue mutando a “quedarse en el
barrio”, como forma de cuarentenas comunitarias sin planificación, mientras
se intenta aumentar de emergencia los testeos. “El aislamiento social en las
favelas es inviable, tanto desde el punto de vista de la vivienda como desde
el punto de vista de las formas de vida que, a diferencia de las clases
medias y altas, tienen la costumbre de expandir la casa más allá de sus
paredes”, apuntaba la Federação de Órgãos para Assistência Social e
Educacional, una ONG brasileña (2). Uno de los problemas de las cuarentenas
latinoamericanas fue, precisamente, su inadaptación a estas realidades.



Con una informalidad que alcanza a alrededor de la mitad de los
trabajadores, las cuarentenas se volvieron flexibles de facto. Casi el 89%
de los comerciantes sometidos a testeos rápidos en el Mercado Mayorista de
Frutas en Lima dieron positivo, en Bolivia y Chile hubo protestas en zonas
populares y en Ecuador los manifestantes amenazaron con un “nuevo octubre”,
en referencia a las violentas protestas de 2019 contra el aumento de los
combustibles. Muchos anticipan una “tragedia” si el virus llega a los cerros
de la ciudad de Valparaíso, uno de los nuevos focos de COVID-19.



“Cuando la pandemia de coronavirus se interne en los barrios populares de
las grandes ciudades latinoamericanas, estará ingresando por vez primera en
un mundo desconocido de pobreza profunda, hambre crónica, infra-viviendas
sin agua y desocupación estructural, en sectores ya afectados por el dengue
y la tuberculosis”, escribió el periodista uruguayo Raúl Zibechi. Al momento
de escribir estas líneas ya se había internado, por ahora sin que podamos
saber en qué dimensiones ni qué resultados lograrán las políticas públicas,
que, como vimos en el caso argentino, hicieron saltar todas las alarmas en
las oficinas de los decisores políticos.



Con el consumo no alcanzó



Aunque resulta atractivo pensar la crisis actual como un clivaje
progresismo/neoliberalismo, la realidad, como suele ocurrir, “es un poco más
complicada”. Sin duda, hubo reducciones significativas de la pobreza durante
el “giro a la izquierda” –sobre todo en el primer lustro de la década de
2000–, especialmente por los aumentos del salario mínimo y las políticas de
transferencias directas de ingresos. Pero estas iniciativas no solo
coincidieron con el boom de los commotidies sino que, a menudo, no tuvieron
como contrapartida una mejora de las capacidades estatales y de los sistemas
de protección social. En el caso de Venezuela, el sistema de salud se hundió
en una profunda crisis, en el marco del declive más amplio del modelo
económico y social bolivariano (3). En Bolivia, donde el manejo
macroeconómico estuvo en las antípodas de Venezuela, e incluso se habló de
“milagro económico”, con un crecimiento promedio del 5% anual, la salud fue
una de las grandes asignaturas pendientes del gobierno de Evo Morales.
Recién al final de su gestión, que terminó abruptamente en medio de una
crisis política y un golpe de hecho de los militares, el presidente
boliviano intentó avanzar de manera desordenada y a las apuradas en la
reforma de la salud por la presión social.



Brasil, otro ejemplo de “inclusión social” de dimensiones gigantescas bajo
los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), también muestra los
límites, en términos de Estado de Bienestar, del modelo aplicado. La experta
en protección social Lena Lavinas lo sintetizó así: “En el caso de Brasil,
la política social sirvió para consolidar el modelo de consumo
socialdesarrollista, que consistió en promover la transición hacia una
sociedad de consumo de masas a través del acceso al sistema financiero. La
novedad del modelo socialdesarrollista es la de haber instituido la lógica
de la financiarización en todo el sistema de protección social, ya sea
mediante el acceso al mercado de crédito, ya sea vía la expansión de los
planes de salud privada, crédito educativo, etc. Fueron años de promoción de
una agresiva estrategia de inclusión financiera” (4). Entretanto, el sistema
de salud público, subfinanciado por décadas, ahora entró en colapso. 



En casi todos los casos, el ciclo progresista alentó en mayor medida un
modelo de acceso más democrático al consumo que la construcción de sistemas
sólidos de protección social y bienes públicos de calidad (como transporte,
salud o vivienda). Muchos de estos déficits se agudizan ahora, en contextos
pospopulistas en los que gobiernos con tintes restauracionistas y proyectos
reaccionarios se han instalado en países como Brasil y Bolivia. O se
expresaron, de manera más matizada, en el interregno de Mauricio Macri en
Argentina.



Hoy asistimos en todo el mundo a un “socialismo repentino” producto del
“nerviosismo de los gobiernos”, en las palabras no carentes de ironía de
John Keane (5). Esto provocó que, con fe o sin ella, la mayoría de los
gobiernos hayan relajado las ortodoxias fiscales y “puesto dinero” en los
bolsillos de empresas y personas. Si Alberto Fernández decidió un pago único
de 10.000 pesos a trabajadores informales y monotributistas, Jair Bolsonaro
aprobó un ingreso básico de 600 reales (algo más de cien dólares), durante
tres meses, para los trabajadores informales. “Así tendrán recursos para
afrontar durante los próximos tres meses la primera onda del impacto, la de
la salud. Hay otra onda que nos amenaza y vendrá de la desarticulación
económica”, dijo el ministro de Economía, Paulo Guedes, un Chicago Boy que
trabajó con asesores de Augusto Pinochet en los años 70 y hoy, ante la
presión de la pandemia y de los militares, se muestra más flexible a abrir
la canilla. Perú destinó entre el 9% y el 12% de su PIB para ayudar a la
gente que perdió su empleo (o autoempleo) y a las empresas que se quedaron
sin ingresos a causa de la emergencia, lo cual no impidió que el país esté
cerca de los casi 4.000 muertos y el virus se expanda peligrosamente (6).



¿Y la política?



Uno de los efectos de la pandemia fue sacar de las calles a quienes
protestaban, postergar citas electorales y de acuerdo al caso despolarizar o
crispar más el escenario político. En el caso chileno, la pandemia de
COVID-19 le dio aire a un Sebastián Piñera que venía transitando su mandato
como un calvario frente a una insubordinación social incombustible, uno de
cuyos resultados fue ponerle fecha a un referéndum constitucional para
reemplazar la Carta Magna de la dictadura de Pinochet. Pero si en una
primera etapa Chile aparecía como un caso exitoso que legitimaba los
confinamientos “estratégicos” y “flexibles” del gobierno, y la ocupación de
las calles por los militares, el agravamiento de la situación lo llevó a
volver sobre sus pasos y decretar una cuarentena más dura. De esta forma,
pudimos ver los límites de una estrategia que buscó combatir el coronavirus
con muchos testeos y sin cuarentenas como la argentina. Quienes desde este
lado de los Andes elogiaban la política chilena debieron pasar rápidamente a
exaltar a Uruguay.



También Bolivia vio “congelarse” una situación que se movía a un ritmo
político frenético tras el derrocamiento de Evo Morales en noviembre del año
pasado. La presidenta Jeanine Áñez se enfrenta a una erosión de su imagen
producto de la gestión de la pandemia, que azota en mayor medida al Oriente
del país, de donde proviene ella misma. Un caso de sobreprecios en la compra
de respiradores llevó a la renuncia y detención en tiempo récord del
ministro de Salud, Marcelo Navajas, y puso contra las cuerdas a un gobierno
que no surgió del voto popular. Con alrededor del 30% de voto duro, el ex
ministro de Economía del gobierno de Evo Morales, Luis Arce Catacora, busca
capitalizar el descontento mientras se discute el calendario electoral. Sin
un clima social que reclame la vuelta del ex mandatario, actualmente
exiliado en Buenos Aires, el Movimiento al Socialismo (MAS) buscará
capitalizar su gestión de la economía y sobreponerse a lo que ya antes de la
crisis de noviembre se percibía como el agotamiento de una forma de ejercer
el poder que duró una década y media.



Mientras tanto, Brasil explica en gran medida el desalentador clima
regional: alguna vez motor de la integración sudamericana, hoy es un
elefante en un bazar, gobernado por un presidente negacionista que pone en
riesgo la propia convivencia republicana. Jair Bolsonaro navega tres crisis
sobrepuestas: política, económica y sanitaria. Conspiraciones políticas y
judiciales tras la salida del gabinete del ministro estrella Sérgio Moro,
una caída estimada en alrededor del 5% del PIB (7), y cifras del coronavirus
que rondan los 400.000 casos detectados y las 25.000 muertes tiñen una
gestión que, como señaló André Singer, se basa en una “radicalización
permanente”. Con un tercio de apoyo, Bolsonaro gestiona el gobierno en clave
de “guerra cultural”. La ideologización del combate a la pandemia lo llevó a
ironizar, entre carcajadas, que “la derecha toma cloroquina y la izquierda
Tubaína”, comparando el medicamento impulsado por el infectólogo francés
Didier Raoult, por ahora con resultados muy cuestionados, con una gaseosa
popular de San Pablo. Como sustrato, se observa una creciente influencia
militar y una posible deriva autoritaria de un gobierno que es lo más
parecido a la “derecha alternativa” en América Latina.



El caso de Venezuela es, como siempre, particular. Posiblemente por su
aislamiento internacional previo, el país sigue sin ser golpeado severamente
por la pandemia. Su “nueva normalidad” incorpora escasez de gasolina –se
invirtió la dirección del contrabando: ahora es de Colombia hacia
Venezuela–, una dolarización de facto de la economía y nuevas aventuras de
la oposición, como el intento de “desembarco” del 3 y 4 de mayo pasado, una
rocambolesca operación llevada adelante por una empresa de Miami con
desertores de las Fuerzas Armadas bolivarianas cuyos coletazos podrían
erosionar aun más el liderazgo de Juan Guaidó, el autodenominado “presidente
encargado” (8).



En un escenario de fragmentación e incertidumbre, América del Sur se
enfrenta a una carencia de liderazgos con aspiraciones regionales así como
de visiones políticas con proyección hacia el futuro. En un mundo que, de un
modo u otro, discutirá formas de adaptación al contexto pospandémico, el
agotamiento del “giro a la izquierda” y el fracaso de las derechas
neoliberales o “alternativas”, posiblemente haga que la “nueva normalidad”
sudamericana consista en respuestas coyunturales e improvisadas a una
sumatoria de crisis, con riesgos renovados de inestabilidad social y
política, y “presidentes bomberos” que intentarán apagar los incendios.
Mucho va a depender de la evolución en nuestra región de la “gran
pestilencia” global, lo que, como estamos viendo depende de multiplicidad de
variables y un poco de azar.



Notas



1. “Alicia Bárcena: ‘Si no se toman medidas, la pobreza aumentaría en forma
dramática en la región’”, DW, 22-5-20.

2. “La Covid-19 y la injusticia de la vida en las favelas y periferias
urbanas de Río de Janeiro”, OpenDemocracy.net, 24-4-20.

3. Stefania Gozzer, “Cómo la crisis de salud en Venezuela se puede convertir
en un problema para los países de la región, BBC, 26-2-19.

4. Pablo Stefanoni, “Brasil: pandemia, guerra cultural y precariedad”,
entrevista a Lena Lavinas, Nueva Sociedad, Nº 287, Buenos Aires, mayo-junio
de 2020.

5. John Keane, “La democracia y la gran pestilencia”, Letras Libres,
México-Madrid, 1-5-20.

6. Cecilia Barría, “Coronavirus: los 10 países que más han gastado en
enfrentar la pandemia (y cómo se ubican los de América Latina)”, BBC,
18-5-20.

7. Cecilia Filas, “Por el coronavirus, Brasil estima que el PBI podría
sufrir la peor caída en 120 años”, El Cronista, Buenos Aires, 13-5-20.

8. Manuel Sutherland, “¿Cómo fue la parodia venezolana de Bahía de los
Cochinos?”, Nueva Sociedad, edición web, mayo de 2020, Nuso.org

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