Venezuela/ La "apertura económica". ¿Estabilización o desmantelamiento? [Ociel Alí López]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mar 13 23:12:49 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

13 de marzo 2020

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Venezuela

 

Las medidas de apertura económica

 

¿Estabilización o desmantelamiento? 

 

Un complejo coctel de fenómenos y medidas parece estar reanimando la
economía venezolana y dando un respiro a los sectores populares, pero
también transformando al llamado “socialismo del siglo XXI” en una
estructura que tiene cada vez menos que ver con la utopía chavista.

 

Ociel Alí López

Brecha, 13-3-2020 

https://brecha.com.uy/

 

El segundo gobierno de Nicolás Maduro, iniciado en enero de 2019, ha
implicado un cambio rotundo con respecto al modelo económico de su primer
período (2013-2018), en línea con lo anunciado ya en agosto de 2018 con el
llamado Plan de Recuperación Económica. Si bien las sanciones impuestas a
Venezuela por el gobierno estadounidense de Donald Trump han atado de manos
al gobierno en muchos aspectos, también es verdad que, en paralelo al
recrudecimiento de esas sanciones durante 2019, la situación económica
venezolana ha venido, paradójicamente, estabilizándose. Un dato más
asombroso todavía si recordamos que Rusia y China cerraron su línea de
crédito a Caracas hace ya varios años y que la empresa estatal de petróleo
del país caribeño no ha logrado salir del atolladero en el que cayó durante
el primer gobierno de Maduro.

 

¿A qué se debe entonces la actual sensación de mejoría en lo económico, que
ni los más apocalípticos opositores pueden negar?

 

¿Del desastre a la estabilidad? 

 

En su segundo mandato, después del desastre económico del primero, Maduro ha
mostrado una tendencia a aplicar medidas de apertura y liberalización que
desatan los nudos gordianos traídos por los obsesivos controles económicos
estatales.

 

Las actuales medidas para desmontar este sistema de control implican una
apertura económica radical que en cualquier país sería catalogada por la
izquierda como “neoliberalismo salvaje”. Son la respuesta a un consenso del
que participan economistas de derecha y del gobierno, como Jesús Farías. Las
disposiciones incluyen la eliminación definitiva y legal del control de
cambios y del control de precios, privatizaciones como la de la cadena de
automercados Bicentenario (expropiada por Chávez), la eliminación de
aranceles para la importación y algo impensable durante el primer gobierno
de Maduro: disciplina fiscal y la paralización de la reproducción alocada de
dinero sin respaldo en la economía real (o inorgánico) que terminó en la
peor hiperinflación del mundo. Durante la transición hacia el nuevo modelo
liberal, Maduro reconoció en agosto de 2018 que en su primer gobierno
financió el gasto público con la emisión de dinero inorgánico (lo que es
penado por ley), pero que en esta nueva etapa impondría “disciplina fiscal
prusiana”.

 

Todo ello en un escenario social en el que el sueldo mínimo cayó de casi 250
dólares en 2012 a sólo cinco en 2015.

 

La importación de alimentos y otros artículos de primera necesidad ha sido
declarada libre de impuestos en 3.275 categorías de productos con el
argumento de intentar eludir el bloqueo financiero. Y a juzgar por la
cantidad de productos importados que inundan el mercado venezolano,
parecería estar lográndolo, aunque con ello deprima aun más la producción
nacional.

 

Un factor central para entender la sobrevivencia del venezolano es que la
pauperizada economía nacional comienza a adaptarse a nuevos tipos de
ingresos de divisas. Aunque incomparables a la otrora renta petrolera, estos
nuevos ingresos están signados por las remesas enviadas por los migrantes
venezolanos, la repatriación de capitales por goteo y el nuevo impulso a la
extracción de oro, entre otros.

 

Después del petróleo 

 

Las remesas, particularmente, contribuyen a que los nuevos ingresos no se
queden en las cúpulas políticas o económicas, lo que genera un burbujeo en
todo el tejido social. Con el Estado ya lejos de ser la principal fuente de
ingresos directos como antaño, la remesa ha pasado a ocupar su lugar. Quizá
no tanto por el volumen, sino por su capacidad de irrigación directa a los
sectores más necesitados.

 

Es imposible tener estimaciones certeras del volumen de las remesas. El
control de transacciones facilitó triangulaciones bancarias de diversa
índole que permitieron llevarlas a cabo sin ningún control estatal. No
obstante, diversos actores, incluso contrarios políticamente, proponen
cifras relativamente parejas. Algunos calculan que el ingreso supera los
3.700 millones de dólares anuales, y otros, que podría estar acercándose a
6.000 millones en 2020. Otras estimaciones afirman que ya sobrepasa el total
de exportaciones no petroleras. Hay economistas que calculan que los
venezolanos envían en promedio entre 5 y 6 mil dólares por año cada uno, una
cifra que puede ser exagerada para quienes envían remesas desde países
periféricos. En un intento por conseguir información pregunté a varios
familiares de migrantes pertenecientes a los sectores populares que reciben
remesas y, entre quienes me respondieron, el mínimo recibido fue de 50
dólares mensuales, lo que representa diez meses de sueldo mínimo.

 

La Onu maneja el dato de que han emigrado más de 4 millones de venezolanos.
Tomando en cuenta que la finalidad principal de esta migración masiva
venezolana ha sido producir ingresos para transferir remesas, podemos
imaginar que el impacto de estas permite hasta cierto punto sustituir el que
otrora tenían los empleos estatales. Antes de la crisis, el Estado era el
principal empleador y los puestos públicos se estimaban en 2 millones.

 

Otra nueva fuente de divisas es lo que llamamos “repatriación de capitales
por goteo”. No encontramos cifras confiables sobre esto. Históricamente las
clases alta y media alta, así como los sectores emergentes, llevaron sus
ahorros y su capital hacia el exterior con el fin de atesorarlos en dólares
y en un país confiable. Muchos de estos sectores aún viven en Venezuela y
van trayendo mensualmente o incluso semanalmente pequeñas dosis de sus
ahorros, pues, una vez convertidos a la moneda local, estos son disueltos
por la inflación. El más reciente mecanismo que comprueba estas
“microrrepatriaciones” es la utilización de la plataforma Zelle como forma
de pago en diversos locales comerciales, especialmente en las zonas de clase
media y alta. Se trata de una red de pagos que requiere disponer de una
cuenta bancaria en Estados Unidos y que no cobra comisiones por la
transferencia.

 

La diferencia con el período previo a la crisis es que quienes fugaban
capital, de manera más o menos fraudulenta, ahora lo repatrían no para
grandes inversiones, pero sí en pequeñas dosis y hasta pequeñas inversiones
como las que se ven con el auge en la oferta de restaurantes y lugares de
diversión en las principales ciudades. Jesús Farías, exministro de Economía
de Maduro y uno de los principales impulsores de la nueva etapa económica lo
explica de esta manera: “Los actores privados están trayendo sus divisas y
sus recursos para invertirlos en el país y están dejando de chupar de la
teta del Estado” (Banca y Negocios, 10-I-20).

 

Este proceso está generando algunas burbujas de consumo que develan nuevas
formas de desigualdad en un ambiente ya ideológicamente posterior a los
planteamientos de Chávez, y en el que participan viejas elites junto con
nuevos ricos formados, fraudulentamente, en el chavismo y el adequismo.(1)
Todo ello, mientras los dirigentes políticos del chavismo apuestan al
nacimiento de una “burguesía revolucionaria”, tal como la denominó el
ministro de Tierras, Castro Soteldo.(2)

 

Ante la caída de la producción petrolera el gobierno impulsó la extracción
del oro en el arco minero, que también está generando nuevos ingresos,
aunque con consecuencias nocivas visibles en materia ecológica, que era otra
bandera del discurso propiamente chavista. Con la minería de criptoactivos
amparada legalmente y un precio irrisorio de la electricidad, Venezuela se
ha convertido en un país con condiciones favorables para estas operaciones,
y es el tercero en el ranking mundial en el uso de criptomonedas.

 

Todo ello va aportando a la creación de una nueva economía nacional en la
que ni el Estado ni el petróleo figuran como protagonistas.

 

Algo muy notable de esta transición económica es la ausencia de datos para
producir confianza en torno a la balanza de pagos, que es muy difícil de
calcular con la situación actual, pero de la que se evidencia un equilibrio.
Los datos oficiales publicados hasta el momento generan mucha desconfianza,
dada la política del gobierno de no reconocer la gravedad de la situación.
Es posible que nadie tenga la información real sobre los nuevos ingresos del
país, especialmente de las remesas desde el exterior, pero tampoco sobre el
oro y otros rubros que se están exportando. El gobierno parece independizado
del Estado y no rinde cuentas a nadie.

 

Una economía dolarizada 

 

La crisis venezolana fue ampliamente divulgada por los medios
internacionales durante el primer mandato de Maduro (2013-2018). Los
servicios del Estado colapsaron, la migración se contó por millones, la
desnutrición se generalizó en sectores enteros de la población. Un ejército
de hambrientos invadió los basureros.

 

La situación hoy parece ser otra. Las medidas de liberalización han abatido
la escasez. Ya no existen las colas. La inflación aún es alta, pero las
oficinas de la Asamblea Nacional, controlada por la oposición, registran que
en 2019 la tendencia fue hacia su disminución en comparación con 2018 y años
anteriores. Tomando en cuenta que la hiperinflación implica sobrepasar un 50
por ciento de inflación mensual, según estos datos sólo existió un mes con
hiperinflación en todo el año.

 

El cambio se percibe cotidianamente. Se nota mayor capacidad adquisitiva
incluso en sectores empobrecidos. El transporte público superficial ha
venido mejorando. Muchos sectores del comercio sobrevivieron los peores años
de la crisis y comienzan a revitalizarse. El dólar es usado en todos los
estratos sociales. Hay nuevos negocios y comercios. El discurso de la crisis
humanitaria se ha hecho insostenible y ha salido de la boca de los políticos
de oposición.

 

Han aparecido burbujas de consumo en centros financieros o turísticos del
país. Así, algunas urbanizaciones de Caracas y otras ciudades grandes se han
llenado de negocios caros, carros lujosos, edificios de alta gama y un
consumo irrefrenable de productos importados. Igual en sectores turísticos.
Siempre con el dólar como sustituto ya legal del bolívar, que está quedando
confinado a circuitos marginales, en un proceso de dolarización irrefrenable
reconocido abiertamente por Maduro en noviembre del año pasado. Pero la
dolarización no es sólo de ricos o nuevos ricos. Muchos servicios hoy
facturan en divisas. Son varios los oficios y profesiones que cobran en
dólares, desde ejecutivos hasta mecánicos y costureras.

 

Los buhoneros, manteleros o comercios informales de la calle aceptan
dólares. Los marchantes que venden caramelos y chupetas hacen promociones
para facilitar la venta en divisas. Cualquier puesto en mercados populares
acepta y da vueltos en dólares. Las propinas también se están dando en esta
moneda en muchos espacios.

 

Es verdad que el Estado todavía paga en bolívares los sueldos irrisorios de
sus trabajadores, incluyendo los de los principales prestadores de servicios
como enfermeras, médicos y docentes, así como policías y otros. Pero también
es verdad que muchos de ellos cobran servicios en dólares por fuera de su
trabajo en el Estado. Los maestros reciben en dólares las clases
particulares. Enfermeras y médicos tienen trabajos paralelos en los que
hacen lo mismo. La policía cobra sus coimas también en dólares. Jubilados y
trabajadores públicos tienen negocios de comercio informal con el que
atrapan divisas.

 

En líneas generales, quedan muy pocos que vivan de los sueldos del Estado.

 

Según Datanálisis, una importante firma de investigación económica, más del
40 por ciento de la población utiliza el dólar.

 

Podría aducirse que la mejoría puede ser sólo una sensación, pero la
triangulación de datos realizada sugiere que esa sensación tiene un sustento
real.

 

Es cierto que Caracas se ha vuelto una gran burbuja que parece no estar
afectada por la grave crisis del interior del país, sobre todo en la esfera
de los servicios públicos y signada por la falta de gasolina. Pero también
es cierto que los nuevos ingresos a los que hemos hecho mención están
esparcidos por todo el territorio nacional, e incluso hay territorios, como
los de frontera y los de explotación del oro, donde se evidencia un poder
adquisitivo en aumento. Atrás quedaron las imágenes diarias de saqueos en
carreteras y pueblos del interior del país que pudimos ver desde 2016 hasta
2018.

 

Ha habido un debate sobre el auge de los bodegones (ventas de productos
exclusivamente importados). Para los economistas del gobierno son síntoma de
recuperación económica, para otros analistas son el mejor ejemplo del fin de
la revolución y el auge de una división de clases tajante y problemática.

 

En la actualidad, y a pesar de estos bruscos cambios económicos, el
principal problema inmediato no parece ser la desigualdad social en
crecimiento. El país tiene varios años siendo completamente pobre, y ahora
resulta que hay ricos que también fueron golpeados por la crisis de diversas
formas y cuyo consumo no tenía el grado de visibilidad que ahora tiene con
estas grandes burbujas y bodegones. Pero, por ahora, el tema central no es
la desigualdad, puesto que esta termina invisibilizándose en la medida en
que las clases pobres y medias aumentan su consumo en comparación con los
peores años de la crisis (2013-2018).

 

El desafío más acuciante y verdadero signo de esta época es el colapso
general de los servicios públicos y la incapacidad del Estado para
enfrentarlo. El gobierno ya no tiene posibilidad de agenciar los servicios
públicos, lo que abre una era de micro- y macroprivatizaciones. Quien tiene
dinero para pagar podrá contar con salud, transporte, educación, luz y agua.
Quien no tenga, la tendrá mucho más difícil. Las arcas estatales han quedado
desprovistas. Las misiones sociales que fueron la política asistencial
exitosa de Chávez han venido debilitándose de manera importante, centros
médicos emblemáticos como el que quedaba en el corazón de la clase media
alta de Caracas, en las Mercedes, está cerrado hace tres años, las decenas
de médicos cubanos que allí laboraban se han retirado. Como ese, muchos
otros centros de salud y educativos propios de las misiones sociales han
cerrado.

 

Por todo esto, los sectores vulnerables irán engrosando grandes bolsones de
pobreza que seguro impactarán en los próximos decenios en la vida del país,
pero, por ahora, el cambio económico genera algo de oxígeno a todas las
capas sociales, de manera directa o indirecta.

 

Ciertamente, el estatismo extremo ahogó la economía venezolana y la llevó al
quiebre antes de las sanciones. En cambio, el desmonte de los controles
estatales y la imposición de medidas liberales han dado un respiro a la
economía, sobre todo la de los más pobres. Esto desata un debate sobre el
éxito de ciertos modelos económicos y la deseabilidad de cierto tipo de
controles, pero, principalmente, sobre el modelo del Estado y su relación
con la economía y la sociedad.

 

El debate no es sólo sobre Venezuela. Un nuevo ciclo progresista en América
Latina debe salir de los dogmas para confrontar una situación regional donde
campea el libre mercado salvaje, y no permitir la disolución del Estado como
ente mediador o colchón para la pobreza estructural que el primer ciclo de
Chávez, Lula da Silva y Néstor Kirchner apenas pudo calmar temporalmente. El
nuevo ciclo revitalizado en Argentina y México no parece aún tener al
respecto una dirección clara. ¿Puede la izquierda emprender cambios
profundos en la economía latinoamericana o terminará muriendo en el libre
mercado por puro miedo a repetir la experiencia venezolana? Todo esto
convendría pensarlo en el marco del fracaso del neoliberalismo evidenciado
con las protestas de Chile, Ecuador y Colombia, entre otras, a finales de
2019. 

 

Notas 

 

1) Designación derivada de Acción Democrática, partido político que tuvo el
poder durante los 40 años previos a Chávez y aún cuenta con un poder
político importante. 

2) Así propone Castro Soteldo en la entrevista de Latina 102.1 FM, del
11-IX-19. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=cNqWSL8XdkI› 

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