Lecturas/ La peste: Albert Camus en los tiempos del coronavirus [Rafael Narbona - Alessandro Leone]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mar 26 00:12:14 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

26 de marzo 2020

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Lecturas



“La peste”: Albert Camus en los tiempos del coronavirus



En su novela el escritor describe su tiempo y su tierra natal, pero su
novela trasciende su marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de
metáfora universal.



Rafael Narbona *

El Cultural, 17-3-2020

https://elcultural.com/



¿Qué nos enseñó La peste, de Albert Camus? Que las peores epidemias no son
biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor
de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero
también emerge lo mejor. Siempre hay justos que sacrifican su bienestar para
cuidar a los demás. Publicada en 1947, La peste intenta ser una respuesta al
dolor desatado por la Segunda Guerra Mundial. Ambientada en Orán, narra los
estragos de una epidemia que causa centenares de muertes a diario. La
propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer
un severo aislamiento. Todo comienza un dieciséis de abril. En esas fechas,
Orán es una ciudad con una vida frenética. Casi nadie repara en las
existencias ajenas. Sus habitantes carecen de sentido de la comunidad. No
son ciudadanos, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular
bienes. La prosperidad material siempre parece una meta más razonable que la
búsqueda de la excelencia moral.



El Covid-19 o coronavirus ha impulsado a muchos lectores a releer o a leer
por vez primera La peste, buscando recursos para afrontar el largo exilio en
casa impuesto por las autoridades sanitarias. La enfermedad siempre está
ahí, pero pensamos que solo le concierne a los otros. Ahora es asunto de
todos. Nuestra campana de cristal se ha agrietado. No somos invulnerables.
Oriundo de la Argelia francesa, Camus describe en La peste su tiempo y su
tierra natal, pero su novela trasciende su marco temporal y geográfico,
adquiriendo el rango de metáfora universal. Sus reflexiones resultan
particularmente esclarecedoras en estos días. Camus señala que la irrupción
de una epidemia letal nos hace meditar sobre el tiempo. Normalmente, no
percibimos su espesor, el abanico de posibilidades que contiene cada minuto.
Solo hay una forma de comprender su carga fructífera: “sentirlo en toda su
lentitud”. Esa experiencia se hará asequible para todos con la peste, pero
la incertidumbre y el miedo transformarán la lentitud en parálisis,
estancamiento. El tiempo no se adapta a nosotros. Somos nosotros los que
debemos aprender a experimentarlo en toda su plenitud. El tiempo es el barro
del que estamos hechos. No podemos permitir que pase de balde, sin producir
frutos. No es posible volver atrás. El tiempo perdido es irrecuperable.



La expectativa de la enfermedad y la muerte nos coloca ante las preguntas
fundamentales que solemos evitar o postergar. Camus piensa que no existe
Dios, que la fe es una expresión de impotencia, pero opina que el
escepticismo no nos has hecho más libres. Solo nos ha dejado más
desamparados. La capacidad de sacrificio del doctor Rieux, protagonista de
La peste, pone de manifiesto que atribuimos una importancia excesiva a
nuestro yo. La grandeza del ser humano reside en su capacidad de amar, no en
su ambición personal. No hay nada hermoso en el dolor, pero indudablemente
nos abre los ojos y nos obliga a pensar. Rieux no se acostumbra a ver morir
a sus pacientes. Piensa que la respiración de un moribundo es una objeción
irrebatible contra la supuesta bondad de la vida. La vida es absurda,
ilógica. La inteligencia del hombre solo le hace más desgraciado, pues le
muestra que el universo está gobernado por el azar. Camus admite que sin la
perspectiva de lo sobrenatural, todas las victorias del hombre son
provisionales. La victoria definitiva y total corresponde a la muerte. Para
Rieux, la existencia solo es “una interminable derrota”. Su filosofía se
reduce a eso. No es mucho, pero es una convicción vigorosamente respaldada
por la miseria física y moral que aflige –en mayor o menor grado– a la
humanidad. Camus piensa que el mal y la indiferencia son más abundantes que
las buenas acciones. El hombre no es malo por naturaleza, pero su
conocimiento de las cosas es deficiente. Sus actos más nefandos proceden de
la ignorancia. Es la tesis del intelectualismo socrático, que Camus ratifica
con una frase feliz: “no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la
clarividencia posible”.



¿Qué es lo ético en mitad de una epidemia? Luchar con “honestidad”. Luchar
por el hombre, a pesar de todas sus imperfecciones. En esa batalla, el
fanatismo ideológico solo estorba. Hay que mirar más allá, pensando solo en
lo humano. ¿Cómo se recordará la peste cuando pase? ¿Tal vez como una
hoguera cruenta e interminable? No, más bien como “un ininterrumpido pisoteo
que aplasta todo a su paso”. El ser humano evocará esos días con temblor,
recordando la fragilidad de la vida. La peste produce horror, pero también
tedio. Después de los sentimientos iniciales de terror o coraje, de
indignidad o heroísmo, se extiende una emoción unánime de monotonía. “Al
grande y furioso impulso de las primeras semanas había sucedido un
decaimiento que hubiera sido erróneo tomar por resignación, pero que no
dejaba de ser una especie de consentimiento provisional”. La sensación de
fatalidad, de estar en manos de una calamidad sin término, embota la
sensibilidad. Lo humano retrocede, el espíritu se adormece, lo biológico
usurpa el lugar de lo racional. La monotonía se apodera de todo, aplanando
los afectos y la capacidad de razonar: “La ciudad estaba llena de dormidos
despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en
que, por la noche, su herida, aparentemente cerrada, se abría”. La peste
acaba aniquilando los valores. La humanidad se desliza hacia el nivel de
conciencia de una res en el matadero, que intuye su final sin reaccionar.
Las epidemias matan el cuerpo y el alma. El coronavirus nos está recordando
la importancia del contacto físico. El ser humano necesita tocar a sus
semejantes, sentir su cercanía. “Los hombres no se pueden pasar sin los
hombres”, escribe Camus. Curiosamente, esa necesidad a veces solo se hace
visible cuando se propaga una catástrofe. “El único medio de hacer que las
gentes estén unas con otras es mandarles la peste”.



En Occidente, la crisis de la familia ha provocado que cada vez haya más
personas aisladas. En los grandes espacios urbanos, los individuos se
recluyen en apartamentos minúsculos y apenas se saludan en las zonas
comunes. Las ciudades crecen al mismo ritmo que la soledad. Para Camus, el
sufrimiento de los niños es particularmente insoportable. Cuando el doctor
Rieux y su amigo Tarrou acompañan a un niño en su agonía, su tolerancia a la
frustración se desborda, transformándose en airada protesta: “Ya habían
visto morir a otros niños puesto que los horrores de aquellos meses no se
habían detenido ante nada, pero no habían seguido nunca sus sufrimientos
minuto tras minuto como estaba haciendo desde el amanecer. Y, sin duda, el
dolor infligido a aquel inocente nunca había dejado de parecerles lo que en
realidad era: un escándalo”. El Padre Paneloux se muestra comprensivo: “Esto
subleva porque sobrepasa nuestra medida. Pero es posible que debamos amar lo
que no podemos comprender”. El doctor Rieux no acepta este razonamiento: “Yo
tengo otra idea del amor, y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar
esta creación donde los niños son torturados”. Admite que no conoce la
gracia divina y cuando el sacerdote le dice que lucha por el hombre, replica
que solo pelea por la salud. Al igual que Dostoievski, Camus opina que “no
hay nada sobre la tierra más importante que el sufrimiento de un niño” y
“una eternidad de dicha” no puede compensar ese dolor. El padre Paneloux
objeta que “el sufrimiento de los niños es nuestro pan amargo, pero sin ese
pan nuestras almas perecerían de hambre espiritual”. Tarrou apunta que el
dolor de los inocentes nos plantea un reto: la posibilidad de alcanzar la
santidad. Amando, acompañando, cuidando, sacrificando nuestro bienestar para
que otros vivan. Rieux contesta que no le interesa ser santo, ni héroe. Solo
quiere ser hombre y ser solidario con los vencidos. Por la peste o por la
historia.



La peste avanza y ya nadie se atreve a hablar de Dios. Perdura una esperanza
tibia e insuficiente que solo es obstinación de vivir. Camus concluye que
“todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el
conocimiento y el recuerdo”. Sin embargo, no se puede vivir solo de lo que
se sabe y se recuerda. Si no esperamos nada, si percibimos la muerte como un
límite insuperable, existir se convierte en una fatigosa carrera hacia la
nada. Todos somos Sísifo, subiendo una penosa pendiente para despeñarnos por
el vacío. Solo puede aliviarnos la ternura, el afecto que surge entre los
humanos, tristes criaturas que han aprendido a contar las horas, sabiendo
que cada minuto es un paso hacia el abismo. Todos los hombres son hermanos
en el sufrimiento, en una desdicha que no se puede aplacar. Camus, humanista
sin un ápice de cinismo, no condena a sus semejantes: “hay en los hombres
más cosas dignas de admiración que de desprecio”.



Los espíritus verdaderamente grandes nos sitúan en el umbral de los
interrogantes. No nos dan respuestas. Nos incitan a que –desde nuestra
soledad– pensemos y recorramos nuestro propio camino. Camus nos cede la
palabra, invitándonos al recogimiento. El que no sabe estar solo desconoce
lo que es la verdadera libertad. Debemos buscar al otro por anhelo de
fraternidad, no para huir de nuestros miedos. No hay que lamentar el
aislamiento impuesto por las autoridades. Es una buena oportunidad para
explorar nuestra intimidad y buscar un sentido a la vida.



* Escritor, crítico literario en El Cultural y otras publicaciones, se
propone actualizar los clásicos, analizando las nuevas ediciones de unas
obras que han marcado nuestra educación intelectual y sentimental. Durante
veinte años ejerció la docencia como profesor de filosofía en la Comunidad
de Madrid.

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El brote de coronavirus dispara las ventas de ‘La peste’ de Albert Camus



La novela del Nobel de Literatura vuelve a ser un fenómeno editorial en
Francia e Italia.



Alessandro Leone

El País, 4-3-2020

https://elpais.com/cultura/



Las habitantes de Orán viven aislados del mundo durante una epidemia de
peste en los años 40 del pasado siglo. En el último mes, en Italia más de
50.000 personas han permanecido en cuarentena por el brote de coronavirus.
La diferencia entre estos ejemplos es que el primero se refiere a la
sinopsis de La peste, de Albert Camus, y el segundo representa la realidad.
Con la difusión de los afectados por la Covid-19, la novela del escritor
francés, publicada en 1947, vuelve a estar de moda y el poder de la
identificación del lector con la ficción provoca un nuevo éxito de ventas.



A finales de enero las ventas de La peste alcanzaron en Francia su punto
máximo: 1.700 copias en una semana, según datos de Edistat, portal que
recopila estadísticas sobre libros. La editorial parisina Gallimard ha
registrado un alza del 40% respecto a la cantidad vendida en un año. Pero
también en Italia, el país más afectado en Europa, con más de 3.000
positivos, el libro subió desde la posición 71º hasta el tercer lugar del
ranking de IBS, una de las redes de librerías más grandes del país, llegando
a triplicar sus ventas.



En la novela de Camus, que se inspira en la epidemia de cólera que sufrió
Orán, entonces colonia francesa, en 1849, Bernard Rieux, el médico
protagonista de la historia, sigue los pasos de los personajes afectados por
la enfermedad. Para el francés, premio Nobel de Literatura en 1957, las
limitaciones impuestas por las autoridades a la gente del pueblo representan
una alegoría de las dictaduras que dominaron el escenario político europeo
durante la primera mitad del siglo XX.



En este fenómeno literario (160.000 copias en los dos primeros años tras su
publicación en Francia) había una veta de optimismo. De hecho, a lo largo de
la narración, entre los locales aumentan los episodios de solidaridad y
empatía, una forma de resistencia al brote. Las medidas del Gobierno
italiano dificultan ese aspecto de lo que Camus intenta transmitir. Este
miércoles, en el país transalpino se ha presentado un decreto ley, válido
por al menos 30 días, en el que se recomienda mantener un metro de distancia
entre las personas, evitar los abrazos y en general los contactos físicos.



Al final de la novela, Rieux aconseja tomar medidas de prevención para
evitar un futuro retorno de la peste. El coronavirus ha vuelto 17 años
después de la SARS, en otra forma y con otro nombre. Camus ya tenía la
receta para enfrentarlo: la solidaridad.

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