Debates/ "El aislamiento, en parte, es una estrategia de control estatal" [Judith Butler - Entrevista]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Dom Mayo 24 00:56:15 UYT 2020
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Correspondencia de Prensa
24 de mayo 2020
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Debates
Judith Butler: “El aislamiento, en parte, es una estrategia de control
estatal”
La filósofa desarrolla su idea de refugio: un lugar que garantice derechos
de migrantes y minorías desprotegidas. Sostiene que la pandemia evidencia
descarnadamente la desigualdad; por empezar, en el acceso de pobres y ricos
a la medicina. Sostiene que “siempre existe la posibilidad de que Trump se
autodestruya”.
Carina Kove
Revista Ñ, 22-5-2020
https://www.clarin.com/revista-enie/
Estamos ante una nueva forma de biopolítica, desliza Judith Butler desde
Berkeley, con una afabilidad que se deja traslucir incluso en el brío de
nuestro intercambio por correo electrónico: “En California hubo muchos casos
de Covid -19; en Berkeley, no tantos. Mis amigos en la costa este están
experimentando pérdidas más graves. En mi caso, una de mis parientes
cercanas en Cleveland ahora lo está sufriendo, tiene 90 años y probablemente
no sobrevivirá. Pero es en las cárceles donde el coronavirus está furioso.
Hoy, la cárcel es una especie de sentencia de muerte para muchos”. La
teórica que se ha convertido en una referencia ineludible de la filosofía
política, enseñando con su compromiso militante que la palabra hace, la
identidad es acto y la sexualidad disputa, cita la denominación que ha
recibido el aislamiento en el estado donde vive desde hace años. “Refugio en
el lugar”, así lo llaman. Un concepto que para quien ha desarrollado su
teoría en torno a la performatividad a partir de observar a las minorías, no
pasa inadvertido. En su opinión, es necesario revisar la centralidad que ha
asumido la “idea de hogar” como el espacio de resguardo frente al enemigo
invisible.
–¿Por qué sostiene que resulta necesario buscar otras definiciones de
refugio frente a la pandemia?
Un refugio es, etimológicamente, un lugar donde el viaje puede detenerse.
Pero eso no significa que un refugio sea un objetivo final o un lugar donde
se puedan asegurar derechos y una pertenencia. Y si bien el refugio puede
significar bienvenida y protección, esa “protección” no es la que el
estado-nación invoca con frecuencia, cuando se dice “debemos cerrar las
fronteras para proteger a la nación contra aquellos que traerían la
diferencia a nuestra unidad nacional”. Esa defensa fóbica, junto con las
tácticas de expulsión, privan al refugiado de toda protección, o de todo
refugio, justamente en nombre de la “protección” de la identidad nacional.
Quizás es por eso que tenemos que distinguir entre los modos de protección
que no encierran a aquellos a quienes se les da la bienvenida, y los modos
de protección que hacen una distinción entre quién debe protegerse del daño
y quién debe estar expuesto al daño; es decir, quién debería vivir y quién
debería morir. Es en este punto que la biopolítica se convierte, en términos
del filósofo camerunés Achille Mbembe, en necropolítica… Pero además veamos
cómo nuevas redes de parentesco y comunidades de cuidado emergen
precisamente cuando el estado –el sistema de atención médica, por ejemplo–
no puede abordar completamente todas las necesidades de atención. Y aquellos
que ayudan a otros durante este tiempo no están simplemente actuando desde
una inclinación virtuosa: están construyendo, articulando nuevas formas de
comunidad que se mueven fuera de la idea de la familia.
–Hay una premisa que me parece interesante, el confinamiento como política
del hacinamiento. Un capitalismo que anida en el exceso de la presencia y
que sólo encuentra respuesta en el encierro…
A ver, muchos temen que el auto-confinamiento se vuelva norma, que el
coronavirus les dé a los estados la oportunidad de despolitizar a sus
poblaciones, de negarles el derecho a reunirse y asociarse. El aislamiento,
en parte, es una estrategia de control estatal, que expande el poder del
estado. Hoy las naciones toman diversas decisiones sobre cómo administrar
sus poblaciones, incluso sus vidas y sus muertes. En este sentido, esta
situación genera un nuevo paradigma de biopolítica. Hemos visto en algunos
países que la crisis de atención médica ha llevado a la suspensión de los
derechos al aborto y a la atención médica trans. En Hungría, Viktor Orban se
ha autoconcedido poderes extraordinarios. Pero no sólo eso. Allí se han
denegado los derechos legales trans, y algo similar está sucediendo en
Polonia. Tanto en Perú como en Panamá existe un sistema escalonado para que
las mujeres salgan de la casa un día y los hombres otro, y las personas
trans han sido arrestadas por salir el día designado para su género
legítimamente asumido.
–La pregunta es cómo lidiar con esa tensión de una presencia estatal
necesaria, en un estado de excepción…
Las condiciones de emergencia siempre implican la suspensión del estado de
derecho y el resurgimiento de la autoridad del poder ejecutivo. Pero, por
otro lado, producen nuevos tipos de movilizaciones, redes transnacionales,
alianzas de atención médica, comunidades de apoyo, o ayuda con la
distribución de alimentos. Por lo tanto, no debemos pensar que una lógica
única gobierna todas las situaciones. Lo que más me preocupa en este momento
es la forma en que las demandas capitalistas para reabrir la economía
aceptan que la economía requiere de la muerte de las personas más
vulnerables de nuestras comunidades. Saben que la intensificación del
contacto social con el propósito de hacer renacer la economía pondrá en
riesgo a las personas mayores, o aquellos con sistemas inmunológicos
deteriorados, o los que no pueden refugiarse o tienen menos acceso a la
atención médica. Se configura un grupo de subjetividades “prescindibles”
como resultado de una estrategia de abrir la economía a toda costa. Ese
utilitarismo realista está dispuesto a dejarnos morir para que la “salud” de
la economía se mantenga fuerte.
–¿Y qué pasa con los nacionalismos? Aquí, otra contradicción: la muerte a
escala global parece habernos confinado a ellos…
En realidad, vemos a los nacionalismos –en su concepción clásica– priorizar
en sus políticas la necesidad de salvar a sus propias poblaciones primero,
pero ninguno de nosotros hoy vive dentro de las fronteras que ese imaginario
establece.
–¿Qué significará este momento entonces? Zizek habló de una posibilidad de
reinventar nuevas formas de comunismo; otros, por el contrario, lo entienden
como una instancia de consolidación del capitalismo a través de nuevas
formas de control social…
Es tanto lo que se desconoce que es fácil entender por qué una mayoría se ve
obligada a hacer predicciones firmes sobre el futuro. Algunos dicen que las
desigualdades producidas dentro del capitalismo se intensificarán y otros
observan un potencial socialista radical en las comunidades de cuidado que
se han formado. Y puede ser que ambas posiciones tengan algo de verdad. Está
claro, por un lado, que los pobres, los indígenas, los negros y morenos, las
mujeres y las minorías de género tienen mucho menos acceso a una buena
atención médica que los ricos y los privilegiados. En EE.UU. vemos cómo la
comunidad afroamericana sufre muchas más muertes que los blancos. Esas
muertes reflejan desigualdades sociales y económicas de larga data, como
resultado de un modo de capitalismo racial. El número de muertos en Ecuador
también es terrible, su caso refleja una política global que habilita que la
pobreza y la miseria se conviertan en norma. Pero, al mismo tiempo, hay
signos de esperanza…
–¿Cómo cuáles?
Podríamos estar ante una oportunidad para revitalizar el activismo
ecológico. Pero por otro lado, retomo lo que mencionábamos antes: el mandato
de permanecer dentro del hogar no funciona para muchas personas,
especialmente para las personas sin hogar, pero también para las mujeres y
los niños que sufren abuso y violencia, o aquellas personas solas que están
privadas de todo contacto social.
–En Argentina el lugar que pasó a ocupar la “ancianidad” en los discursos en
torno a la enfermedad alertó a varios intelectuales. Se habló de una nueva
forma de “tanatocomunicación”.
Es que esa segmentación de los ancianos, y aquellos con condiciones médicas,
pero también aquellos que no tienen acceso a la atención médica, justamente
se concreta como una forma de “reiniciar la economía” para “proteger a los
vulnerables”. Pero esa protección elimina a los más vulnerables de la vida
social y económica; son implícitamente excluidos del cuerpo político. Me
preocupa que esta “protección” sea, en realidad, un abandono sistemático de
una población considerada no productiva y menos valiosa. En el peor de los
casos, es una forma de darwinismo social que privilegia las vidas de los
ricos y devalúa las vidas de los mayores.
–En este sentido, ha mencionado cómo en EE.UU. quedó expuesta la necesidad
de una reforma del sistema sanitario, lo que hubiera hecho suponer que el
contexto iba a fortalecer a Bernie Sanders. Pero no fue así.
Es una ironía dolorosa. Elizabeth Warren y Bernie Sanders (n. de a.: ambos
se bajaron de las primarias demócratas, que permanecen suspendidas por la
pandemia) insistieron en que la atención médica universal debe ser algo que
todos los ciudadanos estadounidenses deben esperar; cada uno de ellos
argumentó que entre todas las naciones del mundo estamos entre quienes
tienen una visión cruel e injusta donde sólo quienes pueden pagar, merecen
recibir atención médica, sólo los ricos merecen sobrevivir. Si alguien está
desempleado, esa persona básicamente pierde el derecho a la vida a menos que
pueda encontrar el dinero para comprar un seguro de salud independiente. Y,
sin embargo, si bien tienen un fuerte grupo de seguidores, ni Sanders ni
Warren recibieron suficientes votos para ganar la nominación. Y ahora frente
a la pandemia, curiosamente, se defiende la atención médica universal, y
vemos que la gran cantidad de dinero que el gobierno de EE.UU. está pagando
para apoyar la atención médica es más que la cantidad que Sanders y Warren
habían afirmado que se necesitaba para una atención médica universal. En ese
momento, Joe Biden y otros se burlaron de ellos por pedir tanto dinero, se
consideró una demanda exorbitante. Cuando vemos cómo el sistema de salud
alemán estaba mucho mejor equipado que el nuestro y que allí hay tantas
menos muertes, uno se da cuenta del beneficio que supone establecer la
atención médica como una prioridad absoluta para todas las personas.
–¿La crisis desatada por la pandemia puede tener consecuencias en la carrera
electoral?
–Siempre existe la posibilidad de que Trump se autodestruya. Sus puntos de
vista escépticos sobre la ciencia, sus mentiras, sus fantasías y sus
declaraciones contradictorias hacen que las personas sientan que están
siendo gobernadas por un loco. Pero, por su parte, sus seguidores realmente
aman la locura. Es una montaña rusa todos los días, y eso les permite sentir
una especie de euforia disociada, se identifican con la idea un hombre en el
poder que puede y violará todas las leyes. Es una situación peligrosa pero
espero que las personas se unan, a pesar de sus diferencias, para votar
contra él. Biden tendrá que crear un equipo que incluya a Warren y Sanders
para que el electorado se presente en grandes números. Es comprensible que
muchos jóvenes de izquierda estén muy desilusionados con la política
electoral, pero tendrán que pensar estratégicamente sobre cómo acercarse a
la construcción del mundo en el que desean vivir. Biden no es la respuesta,
claramente. Pero un régimen demócrata será mejor que uno republicano. La
lucha desde la izquierda continuará, pero será contra los neoliberales
convencionales, los racismos sistémicos, la intensificación de las
desigualdades sociales y económicas, y será por la igualdad de género y la
oposición a la violencia sexual, los nuevos socialismos y las movilizaciones
no violentas que buscan detener la explotación y la violencia.
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